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Dominación Mujeres

HACIA EL CORAZÓN DEL BOSQUE MALDITO PARTE 2

Anais y Sonya continúan su aventura hacia el corazón del bosque maldito junto a sus nuevos compañeros..
La luz tenue del amanecer se filtraba a través de las hojas del bosque, proyectando sombras alargadas sobre el suelo irregular y húmedo. Anais fue la primera en abrir los ojos, su cuerpo aún adolorido por el reciente asalto de los minotauros y la brutalidad que había sufrido. Parpadeó varias veces, tratando de enfocar la vista, pero todo a su alrededor era borroso, confuso. Intentó levantarse, pero el dolor la hizo gemir involuntariamente. A su lado, Sonya dormía aún, cubierta por una manta gruesa que no recordaba haber tenido. El calor del fuego, ya casi extinguido, le daba un leve consuelo en medio de tanta incomodidad.

 

Anais se llevó una mano a la frente, sintiendo el sudor frío que la cubría, y comenzó a recordar lo ocurrido. Sátiros, minotauros… y esas figuras que surgieron de la oscuridad para salvarlas. Giró la cabeza y los vio. Un hombre de impresionante musculatura, una mujer tan feroz como él, un joven que debía ser su hijo, y una mujer de aspecto más simple, pero no menos imponente. Todos estaban cerca, vigilando, preparando lo que parecía un improvisado campamento.

 

Grot, el bárbaro, permanecía de pie, con los brazos cruzados y la mirada perdida en las profundidades del bosque. Su rostro era impenetrable, como tallado en piedra, y el hacha en su cinturón brillaba bajo la luz matutina. Mut, a su lado, mantenía una postura alerta, como si esperara que el peligro aún acechara en cada sombra. Natu, el joven, lanzaba pequeñas piedras al aire, como un niño inquieto que no podía quedarse quieto por mucho tiempo. Nat, la campesina, observaba a Anais y Sonya con ojos calculadores, pero no hostiles, mientras removía el contenido de una olla que colgaba sobre el fuego.

 

Nat: «Despertaste.» Su voz era suave, pero cargada de una experiencia que Anais reconoció inmediatamente. No era solo una criada, sino una mujer que había vivido mucho más de lo que dejaba entrever su humilde apariencia.

 

Anais: “¿dónde estamos…?»  murmuró, su voz ronca y apenas un susurro, mientras se incorporaba lentamente, sintiendo cada músculo de su cuerpo gritar de dolor.

 

Nat: “aún en el bosque maldito, pero a salvo… por ahora. mis señores te salvaron a ti y a tu amiga de una muerte segura. No fue fácil.”

 

Anais apretó los labios, todavía incapaz de procesar lo que había sucedido completamente. El dolor físico y la confusión mental la envolvían, pero algo más crecía dentro de ella: una mezcla de gratitud y orgullo herido. Era una mujer acostumbrada a controlar su destino, no a ser rescatada como una dama indefensa. Aun así, no podía negar que, sin esa intervención, estaría muerta o peor.

 

A su lado, Sonya comenzó a moverse, su respiración acelerada, como si estuviera atrapada en una pesadilla.

 

Anais: «Sonya, despierta.» Anais la sacudió suavemente. «Estamos a salvo… por ahora.»

 

Sonya abrió los ojos de golpe, su mirada llena de terror mientras sus recuerdos regresaban en una ola abrumadora. «¿Los sátiros…? ¿Los minotauros…? ¡Dioses, Ama! Pensé que íbamos a morir.»

 

Anais apretó la mano de su amiga, tratando de transmitirle calma, aunque en su propio interior el miedo aún no había desaparecido del todo.

 

Grot: «No moriréis. No mientras estéis con nosotros.» La voz profunda de Grot resonó, cortante pero firme. Se acercó a ellas, su enorme figura bloqueando la luz del sol. «Pero no podemos quedarnos aquí mucho tiempo. Este bosque sigue siendo peligroso. Si esos monstruos os encontraron una vez, lo harán de nuevo.»

 

Mut, quien había permanecido en silencio hasta ese momento, se acercó también, mirando a Anais con una mezcla de respeto y evaluación. «Vuestro carro aún está intacto. Podréis continuar el viaje, pero ahora debemos ir juntos. Este bosque no es lugar para caminar solos.»

 

Anais se levantó, a pesar del dolor, y miró hacia donde Mut señalaba. Efectivamente, el carro que había sido su hogar ambulante durante tanto tiempo seguía allí, aunque un poco destartalado. Los caballos aún estaban en pie, aunque visiblemente nerviosos por lo ocurrido durante la noche.

 

Anais: «¿Y por qué deberíamos confiar en vosotros?» preguntó con un tono desafiante, aunque sabía que no tenía muchas opciones.

 

Grot la miró sin inmutarse. «No tenéis elección.» respondió con calma, como si su lógica fuera incuestionable. «O venís con nosotros, o pereceréis aquí.»

 

Sonya, aun temblando, se levantó al lado de Anais. «Anais, creo que deberíamos seguirlos. No podemos arriesgarnos a quedarnos aquí solas de nuevo.» Su voz, normalmente firme, ahora sonaba insegura, rota por el miedo reciente.

 

Anais miró a su criada y luego a los bárbaros. Sabía que Sonya tenía razón, aunque odiaba la idea de depender de otros para su supervivencia.

 

Anais: «De acuerdo. Viajaremos juntos.» declaró finalmente, cruzando los brazos. «Pero nosotras lideraremos nuestro propio carro.»

 

Mut esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos. «Como prefieras. Solo asegúrate de mantener el ritmo. No nos detendremos si os retrasáis.»

 

El grupo comenzó a prepararse para el viaje. Nat, con una eficiencia envidiable, ayudó a Anais y Sonya a subir al carro, acomodándolas en sus asientos mientras murmuraba palabras tranquilizadoras. A pesar de su rol como criada, era evidente que Nat tenía un carácter fuerte y una inteligencia que sobresalía. Mientras ayudaba a Sonya, Nat la miró de reojo.

 

Nat: «No os preocupéis. Grot y Mut no dejarán que nada os pase. Son salvajes, pero honorables.»

 

Sonya le lanzó una mirada vacilante, sin saber si confiar en ella. «Eso espero…» murmuró, mientras tomaba las riendas del carro.

 

El joven Natu, quien había permanecido más distante, se acercó al carro y lo observó con curiosidad. Sus ojos brillaban con la fascinación de un niño que nunca había visto un hogar ambulante como el de las dos mujeres.

 

Natu: «Nunca había visto un carro como este. ¿Vivís aquí dentro?» preguntó, su voz llena de ingenuidad.

 

Anais, todavía algo desconfiada, asintió ligeramente. «Sí. Es nuestro hogar mientras viajamos. Aunque después de esta noche, no estoy segura de cuánto más podremos soportar.»

 

Natu sonrió levemente, como si la dureza del bosque fuera lo más normal del mundo para él. «Este bosque es malo, pero no es el peor que hemos visto. Mis padres son los más fuertes. Nada les hace frente.»

 

Anais observó al chico. A pesar de su juventud, estaba claro que había crecido en un mundo de violencia y supervivencia. No era como otros niños que había conocido, protegidos por las paredes de una ciudad. Aquí, en la naturaleza salvaje, la infancia era algo fugaz.

 

El grupo se puso en marcha. Grot y Mut caminaban delante del carro, sus pasos decididos y seguros. Nat seguía de cerca, sus ojos siempre atentos a cualquier peligro, mientras Natu correteaba alrededor del carro, como si cada rincón del bosque fuera una aventura para él.

 

El silencio del bosque se intercalaba con los ruidos del carro moviéndose sobre el terreno irregular. Los pensamientos de Anais y Sonya aún estaban teñidos por lo que había sucedido la noche anterior. Anais se aferraba al borde del asiento, intentando borrar de su mente los recuerdos de las manos de los sátiros y el terror que habían sentido bajo el control de las bestias. Sonya, a su lado, permanecía callada, sus ojos mirando hacia adelante, pero era evidente que su mente seguía atrapada en las sombras de lo que habían experimentado.

 

Después de varias horas de marcha, Nat se acercó al carro, su mirada evaluativa fija en las dos mujeres.

 

Nat: «¿Cómo os encontráis?» preguntó, mostrando una empatía que no habían esperado.

 

Anais: «Mejor… aunque no sé si alguna vez podremos olvidar lo que pasó.»

 

Nat asintió con una expresión comprensiva. «No se olvida. Solo se sigue adelante.»

 

Mientras el carro avanzaba por el bosque, Anais y Sonya no dejaban de observar con cautela a sus salvadores. La marcha era lenta y agotadora; cada rueda del carro parecía rozar el suelo con más peso que antes, y los animales avanzaban con paso firme, aunque aún nerviosos por el peligro de la noche anterior. Anais lanzaba miradas desconfiadas de vez en cuando a Grot y Mut, pero poco a poco, las barreras entre los grupos empezaban a romperse.

 

Natu, el muchacho, trotaba a un lado del carro, lanzando miradas curiosas hacia Anais y Sonya. Sus ojos se detenían con especial interés en Anais, quien, a pesar del cansancio, mantenía una postura firme y orgullosa. El joven apenas podía disimular su fascinación, especialmente por la forma en que Anais y Sonya se movían en el carro, cada gesto suyo cargado de una elegancia y porte que pocas veces había visto.

 

Después de un largo silencio, fue Sonya quien se dirigió a Nat, la criada de Grot y Mut, quien caminaba en silencio cerca de la parte trasera del carro.

 

Sonya: «¿Llevas mucho tiempo con ellos, Nat?»

 

Nat, una mujer fuerte y acostumbrada a la dureza de la vida bárbara, la miró de reojo y asintió con una pequeña sonrisa.

 

Nat: «Sí, he viajado con ellos durante años. Grot y Mut me capturaron en una incursión, cuando yo aún era joven. Al principio temía por mi vida, pero me han tratado bien, y aprendí a sobrevivir en este mundo. La vida en las aldeas bárbaras no es fácil, pero hay honor y lealtad.»

 

Anais observaba a Nat con interés; aunque era evidente que su vida no había sido fácil, había una fuerza en ella que inspiraba respeto. Anais sintió una conexión inesperada, casi como si viera en Nat una especie de reflejo de lo que podría haber sido su vida en circunstancias distintas.

 

Anais: «¿Y nunca has pensado en… en huir? En regresar a tu hogar, si es que aún existe.»

 

Nat la miró directamente a los ojos, mostrando un rastro de nostalgia en su mirada.

 

Nat: «Pensé en ello al principio. Pero con los años, me di cuenta de que mi lugar está aquí. Esta es la familia que me ha dado la vida que tengo. Grot y Mut pueden parecer salvajes, pero protegen a los suyos con ferocidad. No traicionaría eso.»

 

Sonya la miraba con asombro, comprendiendo un poco más lo que significaba la lealtad para alguien que había vivido en ese mundo de fuerza y brutalidad. La conversación se tornó más ligera, y a medida que avanzaban, las dos mujeres comenzaban a abrirse un poco más a Nat, sintiendo que entre ellas existía una especie de entendimiento silencioso.

 

Al cabo de un rato, Anais se dio cuenta de que el joven Natu no dejaba de observarla. Siempre encontraba una excusa para estar cerca del carro, lanzando miradas que él creía disimuladas, pero que Anais notaba claramente. Sonrió para sí misma; la fijación del joven le resultaba casi entrañable. Natu, a pesar de ser tan joven, mostraba una admiración intensa en su mirada, mezcla de respeto y fascinación.

 

Anais: «¿Siempre eres tan curioso, Natu?» le preguntó con una sonrisa enigmática, sorprendiendo al muchacho, quien se sonrojó visiblemente y apartó la mirada.

 

Natu: «Perdón, Yo… es que… nunca he visto a alguien como tú.»

 

Anais soltó una ligera carcajada y le hizo un gesto para que se acercara, lo cual el joven hizo, aunque con algo de vergüenza.

 

Anais: «Bueno, eso puede ser un cumplido. Pero dime, ¿qué has visto tú en tu corta vida que te haga pensar que soy tan diferente?»

 

Natu la miró con sus ojos brillantes, como si estuviera frente a una criatura mítica. «Tu… eres tan… fuerte y distinta. No como las mujeres de nuestra aldea. Ellas son fuertes, sí, pero… tu eres…» buscaba las palabras, mientras Anais seguía sonriendo, divertida por su intento de explicar la fascinación que sentía.

 

Después de un rato, tanto Anais como Sonya decidieron aprovechar un momento de pausa en el camino para ir a la parte trasera del carro y buscar algo de ropa. Sus prendas se habían perdido durante el ataque de los sátiros, y aunque Nat les había prestado algunas mantas improvisadas, ambas sabían que necesitaban ropa adecuada para seguir el trayecto.

 

Anais y Sonya, al buscar entre sus pertenencias en la parte trasera del carro, encontraron ropa de repuesto que habían empacado para el viaje, algo menos elaborada que sus atuendos habituales, pero cómoda y resistente para los días en el camino.

 

Anais eligió una blusa de lino blanca con un generoso escote cuadrado que dejaba ver sus hombros y realzaba su figura. La blusa tenía bordados florales en tonos sutiles de rojo y dorado en las mangas, que terminaban ajustadas a las muñecas, lo que le daba un toque elegante sin ser recargado. Acompañó la blusa con una falda larga de cuero marrón oscuro que le llegaba a los tobillos, ajustada a la cintura con un cinturón de hebilla de bronce. Además, se colocó una capa de lana de un verde profundo que podría protegerla de las noches frías en el camino.

Sonya optó por una túnica ligera de algodón color azul oscuro, con un cuello en «V» que, aunque menos revelador que el de Anais, seguía resaltando su figura delgada y esbelta. La túnica le llegaba hasta la mitad de los muslos, así que la combinó con unas calzas ajustadas de cuero negro, lo que le daba libertad de movimiento y comodidad para sus tareas de viaje. También se colocó un cinturón fino de cuero trenzado, donde guardaba una pequeña daga para protegerse, además de una capa gris de lana suave, ideal para las noches en la intemperie.

Mientras se cambiaban, Anais notaba la atención que Natu les dedicaba desde el rabillo del ojo. Aunque el chico intentaba disimular su curiosidad, cada vez que ella movía los brazos o ajustaba alguna prenda, sus ojos volvían a fijarse en ella, con la intensidad propia de alguien que apenas empieza a descubrir el mundo adulto. Sonya, al notar las miradas de Natu, le dio un codazo a Anais, divertida.

 

Sonya: «¿No crees que tienes un admirador demasiado joven, ama?»

 

Anais: «¿Joven? Más bien diría que es todo un hombrecito.» respondió Anais en un susurro, riendo entre dientes, mientras su mirada se posaba disimuladamente sobre el paquete del chaval.

 

Natu, sin embargo, no parecía darse cuenta de que sus miradas eran tan evidentes. Para él, Anais era una figura imponente, llena de gracia y fuerza, y no podía evitar sentirse cautivado por ella.

 

Cuando el sol comenzó a ocultarse y el grupo divisó un claro junto a un río, Grot levantó la mano para indicar que era el lugar adecuado para acampar.

 

Grot: «Aquí pasaremos la noche. El río nos dará agua y, con algo de suerte, podremos pescar algo. Mut y yo exploraremos los alrededores por seguridad.»

 

Anais y Sonya ayudaron a Nat a descargar algunos utensilios del carro, acomodándose alrededor de la hoguera que Natu y Mut habían encendido. El fuego crepitaba, iluminando los rostros de todos, creando sombras danzantes que le daban un aspecto casi místico al ambiente. Después de un día largo y difícil, las mujeres sentían un alivio inesperado al estar cerca del río, lejos de los horrores que habían experimentado en la noche anterior.

 

Mientras Nat y Sonya preparaban algo para cenar, Anais se sentó al borde del río y contempló su reflejo en el agua. Parecía más envejecida, agotada; los eventos recientes habían dejado una marca en su espíritu que aún no lograba superar del todo. A su lado, Natu se sentó en silencio, sin atreverse a hablar, pero claramente deseoso de su compañía.

 

Finalmente, Anais rompió el silencio, observando al joven de reojo.

 

Anais: «¿Así que nunca has salido de las tierras bárbaras, Natu?»

 

El joven asintió, con una mezcla de orgullo y cierta melancolía. «No. Aquí está mi vida. Aunque a veces sueño con ver esos grandes mercados y ciudades de los que todos hablan.»

 

Anais sonrió. «Olgort es una ciudad como ninguna otra. Quizá, algún día, puedas acompañarnos y ver lo que el mundo tiene que ofrecer. Hay más en la vida que estos bosques oscuros.»

 

El joven la miró con una expresión de asombro y emoción contenida. La posibilidad de ver ese mundo que siempre había imaginado encendía algo en su interior, una chispa de aventura.

 

Al caer la noche, todos compartieron la comida junto al fuego, con un ambiente de mayor camaradería. Nat, entre bocados, relataba algunas historias de sus tiempos antes de ser capturada, mientras Grot y Mut discutían en voz baja sobre los posibles peligros de la región.

 

Mut: «Mañana deberíamos tomar el sendero al norte. Los minotauros suelen evitar esas tierras.»

 

Grot: «De acuerdo, pero debemos movernos al amanecer. No podemos permitirnos otro enfrentamiento tan pronto.»

 

Sonya, sintiéndose más cómoda que antes, miró a Nat con curiosidad.

 

Sonya: «¿No extrañas la vida tranquila en tu aldea, Nat?»

 

Nat se encogió de hombros, con una sonrisa algo amarga. «La tranquilidad es para quienes pueden permitírsela. En este mundo, la supervivencia es el mayor lujo que uno puede tener.»

 

Anais asintió en silencio, comprendiendo que, a pesar de sus diferencias, había algo en común entre ella y aquellos bárbaros: todos luchaban, de una manera u otra, por mantenerse vivos y defender lo que era suyo.

 

El río se alzaba sereno y brillante bajo la luz plateada de la luna. Después de cenar, Anais se levantó de su asiento junto al fuego, estirándose con la gracia que la caracterizaba, y declaró con una sonrisa despreocupada:

Anais: «Necesito un baño antes de dormir. Este día ha sido… agotador.»

Sonya, que estaba recogiendo los platos, la miró con curiosidad.

Sonya: «¿A estas horas? ¿No le da miedo el bosque? Nunca se sabe qué podría haber por ahí.»

Anais: «Oh, querida, he lidiado con minotauros y sátiros. Creo que puedo manejar un poco de agua y un posible pez curioso.»

Dirigiéndose hacia Natu, que estaba entretenido afilando una pequeña daga junto al carro, Anais sonrió con picardía y, sin mucha ceremonia, le dijo:

Anais: «Natu, ¿serías tan amable de acompañarme? Sólo para vigilar que ninguna criatura intente cenar a costa de mí.»

Le guiñó un ojo de manera coqueta, provocando que el joven se sonrojara hasta la raíz del cabello. Tragó saliva y asintió rápidamente, levantándose de un salto.

Natu: «Sí, claro, señora Anais. Haré guardia mientras se baña.»

Anais tomó una toalla de lino y comenzó a caminar hacia el río, con Natu siguiéndola unos pasos por detrás, nervioso pero dispuesto a cumplir con su tarea. Mientras tanto, Sonya y Nat se alejaron hacia otra parte del río para lavar los utensilios de cocina, dejando a Grot y Mut encargados de mantener el campamento.

Cuando llegaron a un rincón apartado del río, donde las piedras formaban una especie de cala natural, Anais dejó la toalla sobre una roca plana y empezó a desvestirse con parsimonia, consciente de los ojos de Natu que, aunque intentaban mantenerse fijos en el horizonte, se desviaban de vez en cuando hacia su figura.

La blusa de lino cayó al suelo, revelando su piel blanca y sus curvas generosas bajo la luz de la luna. Luego desabrochó su cinturón y dejó caer la falda, quedando completamente desnuda, su cuerpo reflejándose en el agua cristalina. Natu, de espaldas a ella, apretó los puños, luchando por mantenerse enfocado en su tarea de vigilar el entorno.

Anais: «Puedes relajarte un poco, muchacho. No muerdo… al menos no sin permiso.»

Su tono juguetón hizo que Natu sintiera un escalofrío recorrerle la espalda. Anais se metió al agua lentamente, disfrutando de la frescura contra su piel. Durante unos minutos, hubo silencio, salvo por el chapoteo del agua y el ocasional canto de los grillos. Luego, Anais, sin dejar de nadar, rompió la tensión con una pregunta directa:

Anais: «Dime, Natu, ¿qué es lo que te hace sonrojar tanto? ¿Acaso nunca has visto a una mujer bañándose?»

El joven tragó saliva, aún de espaldas.

Natu: «No es eso… bueno, no exactamente. Es sólo que… usted es diferente.»

Anais: «¿Diferente? Ahora tienes que explicarte, jovencito.»

Natu se quedó callado por un momento, intentando encontrar las palabras adecuadas.

Natu: «Usted tiene una confianza que… no es común. Y, bueno, mientras se cambiaba en el carro… yo… no pude evitar mirarla. Fue un error. Lo siento si la ofendí.»

Anais río suavemente, su voz resonando en el aire nocturno como una melodía.

Anais: «¿Ofenderme? No seas tonto. No me molestan las miradas, siempre y cuando sean con respeto. Además, un poco de admiración nunca viene mal. Pero dime, ¿por qué tanta curiosidad por mí? ¿Es por la diferencia de edad? ¿O simplemente te intriga lo que no puedes tener?»

Natu giró la cabeza un poco, lo suficiente para intentar vislumbrarla sin que se notara demasiado.

Natu: «Supongo que… ambas cosas. Usted no es como las chicas jóvenes que conozco. Hay algo en usted que… no sé cómo describirlo.»

Anais nadó más cerca de la orilla, apoyándose en una roca donde el agua le llegaba apenas a la cintura, dejando a la vista parte de su cuerpo. Su mirada era intensa, pero no cruel.

Anais: «Bueno, Natu, a veces lo desconocido es lo que más nos atrae. Pero también puede ser peligroso. Ten cuidado con lo que deseas, muchacho.»

El joven asintió, aun sintiéndose algo abrumado por la conversación mientras quedaba hipnotizado al esos enormes pechos. Anais se sumergió una última vez, dejando que el agua fría calmara su piel y su mente, y luego salió, tomando la toalla para cubrirse.

Anais: «Gracias por la compañía. Hiciste un buen trabajo vigilando, aunque algo me dice que luchaste más contigo mismo que con cualquier amenaza externa.»

Natu rió nerviosamente, caminando junto a ella de regreso al campamento, donde las sombras del bosque los abrazaban con su silencio.

El claro junto al río parecía sumido en una calma engañosa. Mientras Anais se alejaba hacia un rincón apartado con Natu, Sonya y Nat se quedaron con la tarea de lavar los utensilios de cocina, una actividad aparentemente mundana que servía como un respiro de la intensidad de los últimos días. Ambas se dirigieron hacia una zona donde el agua fluía suavemente, formando remolinos tranquilos entre las piedras del lecho del río.

 

Nat, siempre práctica, se arrodilló junto al agua y comenzó a enjuagar un cuenco, dejando que el flujo limpiara los restos de la cena. Su mirada se deslizó hacia Sonya, quien también había comenzado a lavar en silencio. Había algo en la postura de la joven criada, en la manera en que sus manos se movían mecánicamente, que indicaba que su mente estaba en otro lugar.

 

Nat: “Sonya, ¿estás bien?”  -preguntó Nat con un tono suave pero firme.

 

Sonya levantó la vista, algo sobresaltada, y soltó un suspiro que pareció cargar con el peso de todas las emociones reprimidas desde la noche anterior.

 

Sonya: “No lo sé, Nat. Después de lo que pasó con los sátiros y los minotauros… siento que mi cuerpo está aquí, pero mi mente no puede dejar ese claro. Es como si una parte de mí se hubiera quedado atrapada allí.”

 

Nat asentía mientras seguía lavando. No había interrupciones ni juicios en su expresión, solo una comprensión tranquila.

 

Nat: “Es natural, Sonya. Lo que viviste no es algo que se pueda olvidar de un día para otro. Pero estás aquí, viva, y eso significa que puedes seguir adelante. Por muy difícil que sea, es lo único que podemos hacer.”

 

Sonya bajó la mirada al agua, observando los reflejos danzarines de la luna.

 

Sonya: “Me siento tan… impotente. Anais siempre parece tan segura de sí misma, incluso después de lo que sucedió. Pero yo…” —Su voz se quebró ligeramente antes de continuar—. “Yo siento que no podría enfrentar algo así otra vez.”

 

Nat dejó el cuenco a un lado y giró hacia Sonya, apoyando una mano firme pero cálida sobre su brazo.

 

Nat: “No subestimes tu fuerza, Sonya. Sobreviviste a una noche que habría roto a muchas otras personas. Eso ya dice mucho de ti.”

 

Sonya levantó la vista hacia Nat, buscando algo en sus ojos. Lo que encontró fue una mezcla de comprensión y admiración, algo que hizo que su corazón se acelerara ligeramente. Era extraño, pero en ese momento, Nat parecía irradiar una calma y seguridad que le resultaban profundamente atractivas.

 

Sonya: “Gracias, Nat. No sé qué habría hecho sin ustedes anoche.” —Sonya hizo una pausa, luego añadió con una sonrisa tímida—. “Aunque debo admitir que me sorprende ver a alguien como tú en este grupo. Pareces… diferente.”

 

Nat sonrió con un toque de melancolía.

 

Nat: “Supongo que soy diferente, al menos comparada con Grot y Mut. Pero no te equivoques, Sonya. Ellos tienen un código, un sentido de lealtad y protección que pocos en este mundo entienden. Yo… aprendí a verlo con el tiempo. A encontrar mi lugar entre ellos.”

 

Sonya inclinó la cabeza, intrigada.

 

Sonya: “¿Y tú? ¿Has encontrado realmente tu lugar?”

 

Nat dudó un momento antes de responder, sus dedos jugando distraídamente con el borde del cuenco que sostenía.

 

Nat: “A veces pienso que sí. Otras… no estoy tan segura. Pero al menos aquí no estoy sola. Eso cuenta para algo, ¿no?”

 

Sonya asintó, sintiendo una conexión inesperada con Nat. Era como si ambas compartieran un entendimiento silencioso, un lazo que se estaba formando lentamente bajo la superficie.

 

Sonya: “Es más de lo que puedo decir por mí. Anais siempre está ahí para mí, pero a veces siento que soy solo una carga para ella. Que no estoy a su nivel.”

 

Nat frunció el ceño y negó con la cabeza.

 

Nat: “No digas eso. No eres una carga, Sonya. De lo contrario, no estarías aquí, viajando con ella. Ella confía en ti, lo suficiente como para tenerte a su lado. Eso dice mucho más de lo que crees.”

 

El silencio cayó entre ellas por un momento, solo roto por el murmullo del río. Luego, Nat rompió la tensión con un comentario más ligero, aunque sus palabras llevaban un matiz de algo más profundo.

 

Nat: “Además, creo que subestimas lo que vales. Hay algo en ti, Sonya… algo que brilla incluso en medio de todo esto.”

 

Sonya se sonrojó ante el cumplido inesperado, y por un momento no supo qué decir. Finalmente, respondió con una sonrisa temblorosa.

 

Sonya: “Eso es… muy amable de tu parte, Nat. Gracias.”

 

Nat le devolvió la sonrisa, su mirada lingerando un segundo más de lo necesario antes de volver a concentrarse en su tarea. Aunque ninguna de las dos dijo nada más, la tensión entre ellas había cambiado. Había algo nuevo en el aire, una corriente de atracción sutil que ambas sentían pero que ninguna estaba lista para abordar directamente.

 

Mientras terminaban de lavar los utensilios, Sonya no pudo evitar lanzar miradas furtivas a Nat, preguntándose si había algo más en sus palabras y gestos. Y Nat, aunque mantenía una expresión tranquila, sentía que su corazón latía un poco más rápido de lo habitual.

 

Cuando regresaron al campamento con los utensilios limpios, ambas parecían más relajadas, aunque una tensión subyacente seguía presente. Grot estaba montando guardia cerca del borde del campamento, su silueta imponente destacándose contra las sombras del bosque. Mut, por su parte, dormía profundamente junto a la hoguera, mientras Anais yacía tumbada cerca del fuego con Natu a sus espaldas, removiéndose inquieto. Era como si algo hubiera cambiado entre Sonya y Nat, algo que ninguna podía negar pero que tampoco sabía cómo enfrentar.

 

El fuego del campamento parpadeaba suavemente, y mientras Nat y Sonya se acomodaban junto a la hoguera, sus miradas se cruzaron brevemente, cargadas de preguntas sin respuesta. Ninguna de las dos sabía qué depararía el futuro, pero en ese momento, bajo la luz de las estrellas y con el sonido del río como telón de fondo, ambas sintieron que no estaban tan solas como habían pensado.

 

Continuará…

La tercera parte se demorará más en llegar porque aún no tengo muy decidido por donde quiero que vaya. Y tengo otros proyectos en mente que quiero ir subiendo también. Proyectos más picantes y directos que este.

80 Lecturas/3 septiembre, 2025/0 Comentarios/por ZorritoJugueton83
Etiquetas: amiga, baño, hijo, joven, jovencito, mayor, recuerdos, viaje
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