Historia de Relatos Ero
Melissa no fue al gimnasio a entrenar. Fue a ser mirada. Con sus calzas rojas ajustadas, movimientos calculados y una sonrisa que dice más que cualquier palabra, Melissa sabe exactamente lo que está haciendo: provocar sin decirlo, seducir sin tocar. En este relato cargado de tensión y deseo, acomp.
Parte 1
Por [GiuseppiZanotti]
Contenido exclusivo para mayores de 18 años. Todo es ficción.
Melissa Núñez tenía un plan esa tarde.
No iba al gimnasio por salud. O al menos, no sólo por eso.
Con sus 1.70 de altura, piernas firmes y una cintura que parecía creada para atraer miradas, lo que más destacaba en su figura —y ella lo sabía— era ese trasero grande y firme, moldeado por años de sentadillas y malas intenciones.
Ese día eligió sus calzas rojas más apretadas. Las que se le adherían como piel. Las que, al caminar, hacían que cada paso pareciera coreografiado para provocar.
Llegó al gimnasio como si no supiera lo que estaba haciendo.
Pelo recogido en una coleta alta, una sudadera apenas abierta al frente, dejando entrever un sostén deportivo que más que sostener, insinuaba.
Los hombres ya estaban ahí.
Algunos con pesas, otros en máquinas. Todos se volvieron un poco más torpes cuando ella cruzó la sala.
Se inclinó a estirar las piernas frente al espejo, con las caderas alzadas y lentas, sabiendo perfectamente que al hacerlo, su figura se arqueaba como una invitación muda.
El hombre del banco de pecho dejó caer la mancuerna sin querer. Otro, en la bicicleta, redujo la velocidad como si ver fuese más importante que sudar.
Melissa sonrió de reojo. No era una sonrisa abierta, sino esa media sonrisa que juega con los límites.
Y entonces, los vio.
Tres hombres sentados cerca de las máquinas de hombro. Fingían conversar, pero sus ojos no se movían del espejo.
Otro, junto al bebedero, bebía sin apuro, como si esperara volver a verla pasar.
Incluso el entrenador, normalmente profesional, la siguió con la mirada por encima de un clipboard imaginario.
Ella no necesitaba adivinar. Lo sabía.
Lo sentía en el aire.
En la forma en que las conversaciones bajaban de volumen cuando pasaba.
En cómo el espacio se cargaba de algo invisible… y caliente.
En la zona de peso muerto, se colocó de espaldas a todos. Sabía que allí las calzas rojas se tensaban aún más.
Se inclinó lentamente para tomar la barra, empujando las caderas hacia atrás como si fuera parte de la técnica, pero con la cadencia calculada de quien sabe que está siendo vista.
Y lo estaba.
Cada repetición era un espectáculo privado disfrazado de rutina.
Cada respiración, un suspiro contenido.
Cada movimiento, una provocación diseñada.
Y Melissa no necesitaba hablar. Su cuerpo hablaba por ella.
Aquella tarde, no buscaba que nadie se acercara.
No quería conversaciones, ni números de teléfono.
Solo quería sentirse mirada.
Saberse deseada.
Disfrutar el poder de ser el centro de la tensión silenciosa.
Y cuando terminó, caminó lentamente hacia la salida, con ese ritmo hipnótico de alguien que sabe que todas las miradas siguen su paso.
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