Inesperado viaje en subte
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Inesperado Viaje en Subte
Quedé pegada de espalda, contra el vientre de un hombre mayor, con mi cola bien apoyada sobre su bragueta, y a los pocos minutos sentí entre mis nalgas como su sexo se ponía en erección. El movimiento del subte nos hacia refregar uno contra el otro. Adelante mío también tenía pegado otro hombre, pero de frente; es decir que yo estaba en sándwich entre esos dos hombres mayores. Esa situación me hizo cosquillas en el vientre. Estaba tan prisionera que no valía la pena moverme.
Esto sucedió la semana pasada cuando tome el subterráneo para ir a mi trabajo. A esa hora el transporte común se transforma en latas de sardinas donde todo el mundo va apretado, y para subir al vagón hay diferentes técnicas, una de ellas es subir de espalda empujando con fuerza hacia el interior, abriéndose paso como quien está jugando al rugby. Esa técnica es la que prefiero. Los que suben después continúan a empujar. Respiré tranquila cuando se cerraron las puertas automáticas porque ese día no llegaría tarde a mi trabajo.
Hace 3 años me casé y creía que todo mi pasado de juventud fulgorosa había quedado atrás, incluyendo lo que viví con mi primer marido un hombre 22 años mayor que yo; pero ahora me vengo a dar cuenta que no fue así, que no es tan simple romper con el pasado, sobre todo, cuando ese pasado esta lleno de vivencias muy fuertes.
De reojo pude notar que entre los dos hombres se cruzaban miradas de complicidad. La mirada de los hombres ya no tiene secreto para mí. El hombre de atrás no solamente me apoyaba su sexo en mi cola sino que también movió su pierna para apoyarla sobre la mía. Tengo que reconocer que esa situación me excitaba y despertaba la sumisión al sexo como lo había vivido en el pasado. De pronto sentí que una mano se apoyaba en mi cadera. En realidad eran dos manos que se apoyaron en mi cadera, porque los dos hombres habían tenido la misma idea y comenzaron a acariciar mi pierna sobre el vestido. Como era verano mi ropa era de tela fina y sentía perfectamente las caricias. Yo no decía nada, los dejaba hacer porque la situación también me agradaba bastante. De pronto el hombre que tenía adelante subió su mano y la apoyo en mi seno apretándomelo como si estuviera exprimiendo un limón. Yo tenía miedo de que la gente se diera cuenta de lo que me estaban haciendo y subí mi cartera para cubrir el toqueteo a las vistas indiscretas.
El tipo de atrás ya me había subido de a poco la pollera y su mano acariciaba descaradamente mis piernas y mi nalga. Uno de sus dedos buscaba entre mi bombacha mis orificios íntimos hasta que encontró la puerta de mi vagina ya húmeda. Mi cuerpo temblaba de ansiedad, y yo seguía sin decir nada mordiéndome los labios para no gemir de placer.
En esta época yo tenía 34 años, llevaba una vida agradable y me había propuesto serle fiel a mi marido. El no conocía casi nada de mi pasado salvaje y respetaba mi silencio que nunca trató de dilucidar. Sin embargo, yo estaba allí en el subterráneo dejándome toquetear por esos dos desconocidos donde uno de ellos ya me había penetrado el dedo en la vagina y lo movía con saña, mientras otro continuaba a ordeñarme. Pero lo más insólito era que yo estaba gozando enormemente con esa situación y estaba a punto de tener un orgasmo. De pronto el subte llegó a la estación donde yo tenía que descender y cuando se abrió la puerta empujé hacia la salida. El que estaba delante de mí me tomo de la mano y bajamos juntos, mientras el que había estado detrás metiéndome el dedo también nos seguía. Los tres salimos de la estación, siempre llevándome uno de la mano. Ninguno decía nada, ni siquiera entre ellos se dijeron sus nombres, tampoco me lo preguntaron a mí y subimos a un taxi para dirigirnos hasta la casa del que siempre me había llevado de la mano.
Era un departamento grande. Nos quedamos parados en el medio de la sala comedor como si pronto ellos dudasen de lo que estaban por hacer. Fue recién allí que pude ver bien a esos dos desconocidos. El que me había metido el dedo en la concha era un hombre de unos 60 años, medio petizo y tirando a gordo con lentes de profesor, y se parecía un poco a mi primer marido. El segundo, que me había exprimido el seno todo el viaje y después me tomara de la mano era un poco más joven, pero ya estaba en la cincuentena. Era delgado y se lo veía nervioso. Entonces yo les sonreí. Eso pareció ser la señal que esperaban porque de golpe los dos se lanzaron sobre mí y comenzaron a tocarme por todo el cuerpo. Ellos no decían nada ni yo tampoco. En ese acto salvaje, sin tacto ni amor el silencio era la premisa.
Uno me quito la pollera y el otro la blusa, luego hicieron lo mismo con mi bombacha y yo misma me desprendí el corpiño. Con la habitación que estaba fresca y yo totalmente desnuda ante esos dos desconocidos sentía que aumentaban enormemente mi excitación de mujer sedienta de sexo. Todo mi cuerpo me pedía una posesión sin limites. El más viejo me empujo tirándome contra un sofá cama, era el más bruto de los dos y me presento su verga frente a mi cara. Su sexo era como el cogote de una tortuga, no era muy largo, pero si era grueso y su glande parecía un hongo deformado. Más se asemejaba al sexo de un animal que al de un hombre. Mi mano casi no alcanzaba para rodearla y poder masturbarlo. El otro tipo era más delicado y me acariciaba desde atrás las nalgas con delicadeza mientras me iba besando toda la pierna. De pronto su lengua cacheteo mis labios inferiores buscando mi clítoris que lo apretaba con sus labios. Yo sentí como una descarga eléctrica por todo el cuerpo y abrí mi boca para tragarme la verga deformada del más viejo que a duras penas cabía en el interior de mi boca. Entonces lo chupe con ganas mientras con una de mis manos le acariciaba sus testículos.
El sexo tenia una importancia grande en mi vida, me masturbaba casi todos los días y siempre andaba buscando situaciones que aumentaran el deseo que habitaba en mi cerebro y cuando podía refregarme accidentalmente sobre cualquier hombre no dejaba pasar la oportunidad. Pero hasta allí nunca había pensado pasar al acto y calmaba mis calenturas con mi pobre marido.
El tipo seguía hurgando con su lengua por todas mis cavidades interiores, mas que besarme lo que estaba haciendo era comiéndome todos los huecos. El viejo me penetraba su sexo en mi boca como si me estuviera culeando. Su sexo grueso y tendinoso apenas entraba en mi boca y me producía arcadas. Pero eso parecia excitarlo mas.
El de atrás no pensaba darme tregua: y me lamía y me chupaba, mordisqueaba mis labios inferiores y el clítoris, mientras con un dedo acariciaba mis labios inferiores y, al mismo tiempo, con el otro jugaba peligrosamente en la puerta de mi ano. Yo sentía un vahído de calor que me hacían temblor integra, era como si estuviera a punto de desvanecerme de tanto placer y, sin mediar palabras, porque el silencio parecía nuestro rito, me clavó su pene hasta los testículos y me recto se llenó con su sexo. Entonces comenzó a bombear con rapidez y, cada golpe, yo sentía sus testículos golpear contra mis piernas. Hacia muchos años que dos hombres no me penetraban al mismo tiempo y yo notaba que había estado extrañando esa situación. Lo notaba en los espasmos que sacudían en mi cuerpo, eran como golpes eléctricos que se extendían desde mis pies al cerebro.
Luego quiso pasar adelante para que lo chupara también a él y me puso su sexo al lado de mi cara. El tenia una verga estética, larga, delgada, rozada y con venas que corrían como ríos de sangre a lo largo de sus 25 cms. Entonces lo metí en mi boca que cada estaba mas sedienta de beber la leche de ese desconocido. Su sexo entraba hasta el fondo de mi garganta y golpeaba contra mis campanillas. Estar en cuclillas, totalmente desnuda ante esos dos desconocidos, tener un pene en mi boca y masturbar al mismo tiempo con mi mano libre al sexo del otro hombre me producía un place enorme y solamente con eso estaba a punto de tener un orgasmo. Entonces mi cabeza se llenó de recuerdos de mi primer marido, que era 22 años mayor que yo y el hombre más perverso que había conocido en toda mi vida.
Pero el hombre mas adulto no se conformaba con que yo lo masturbara solamente, y se puso detrás haciéndome poner en cuatro patas. Yo quedé con el culo levantado y chupándole la verga al segundo hombre que se había sentado frente mío para facilitarme la tarea. El viejo de atrás me penetró primero por la vagina como para lubricar su verga con mis propios líquidos y metió uno de sus dedos en mi ano haciendo círculos como procurando dilatarlo. Luego con su sexo comenzó a golpear la puerta de mi culo despertándome el deseo de ser penetrada también por allí. Yo quería que entrara todo ese pedazo de carne en mi culo, que me fuera reventando con sus salvajes deseos, y el desgraciado pareció leer mis pensamientos porque de golpe me la metió. Yo sentí como se destrozaron mis tejidos y un dolor libidinoso se hizo eco en mi vientre. Por un momento se me corto la respiración y sentía como que me estaba por desvanecer; entonces abrí bien la boca como para respirar mejor cosa que aprovecho el que tenia adelante para empujar su verga hasta el fondo de mi garganta.
El viejo resoplo como un toro y me penetro íntegramente su verga en mi culo. Tenia todo ese pedazo de carne metida hasta el fondo de mi recto y el hijo deputa me taladraba el culo como un obrero que esta perforando las calles. Mi sangre corría con fuerza por todas mis venas y yo sentía que hervía integra, haciendo que el dolor se transformara en placer. En ese momento me sentía como una puta anónima, sin nombre, sin pertenencia, solo con el placer del cuerpo para ser disfrutado. Era una perra en celos.
Me había desgarrado el ano y me culeaba como un animal. Era un salvaje que me la metía con fuerza, sin tacto y sin amor hasta que finalmente sentí su chorro de esperma dentro mío. Este viejo de mierda me había hecho gozar y mi boca buscó instintivamente su mástil sucio con mis excrementos y los chupes con ganas y pasión.
Luego me cogieron tantas veces como pudieron, por tantas posiciones como su imaginación lo permitiera. Fue hasta quedamos agotados, rendidos. Entonces me levante y me cambie y junto con el viejo salimos a la calle para seguir nuestros trayectos. Antes de separarnos, el hombre me miro un instante, pensé que me preguntaría mi nombre o si podríamos vernos en alguna otra oportunidad, pero solamente sonrió y me dio la mano amigablemente y subió a un colectivo que venia de detenerse.
En realidad nunca supe ni siquiera el nombre de ninguno de los dos y ellos tampoco me lo preguntaron a mí. Esa tarde cuando regrese a casa mi marido me pregunto como siempre ¿cómo me había ido en el trabajo? Entonces le respondí que había llegado de nuevo tarde y que mi jefe se enojó y me cambió de horarios: en adelante trabajaría desde el mediodía para evitar las horas picos del transporte en común. Pero ya tenía en mi cabeza la idea de hablarle por teléfono un día a mi primer marido.
Anylorac31(arroba)Hotmail.com
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!