Ingresada en el hospital – Parte II
Chupetes, biberones, leche, pañales… Mi estancia en el hospital se tornaba cada vez más extraña. Mi primera noche en pañales fue dura, pero al menos me desperté con un orgasmo y aprendí lo que significaba la eyaculación femenina..
Yo todavía estaba recuperando el aliento y procesando lo que acababa de pasar, así que simplemente me dejé llevar cuando la enfermera me alzó los pies dejándome las piernas juntas y estiradas hacia arriba. Me dejó los pies imantados tan arriba, que incluso las nalgas y la cadera me quedaron un poco suspendidas en el aire. Entonces noté cómo deslizaba algo por debajo de mí, aprovechando el hueco que había entre mi trasero y la cama.
-Muy bien-, me felicitó. -Así quiero que te portes todos los días-.
Luego me bajó los pies y los posó sobre la cama, dejándome abierta de piernas con las rodillas hacia arriba. En ese momento, noté una textura extraña debajo de mis nalgas.
-No te preocupes, es el pañal-, dijo al verme intentar incorporar un poco la cabeza para echar un vistazo.
Con aquellas palabras precisamente me preocupé más todavía.
-Pero si yo puedo ir al baño…
-Con la medicación que te han dado ni hablar. No vas a aguantar. Además tenemos que vigilar lo que expulsas para investigar qué te pasa en la barriga. ¿Entiendes?-.
-Pero…
Y sin poder articular palabra, rompí a llorar desconsolada. Justo entraron de nuevo en la habitación mi madre y la de la otra chica, lo que me provocó un llanto todavía peor.
-¿Pero qué pasa?-, me dijo mi madre acercándose a mí para consolarme.
-Nada, nada-, respondió rápidamente la enfermera. -Solo está un poco nerviosa, toma ponle esto-.
Le dio a mi madre una cosa que se sacó del bolsillo que no alcancé a ver muy bien. Ella al principio lo agarró y lo examinó con cara de tampoco entender para qué era. Pero a los pocos segundos, volvió a dirigirse a mí, abriéndome suavemente la mandíbula con una mano mientras con la otra me introducía esa cosa. Entonces lo entendí, era un chupete.
-No se preocupe-, le dijo la enfermera mientras me extendía unos polvos de talco sobre la vulva. -Está recubierto de un tranquilizante que se libera poco a poco al chupar, y también lleva otras sustancias que hacen que no lo quiera soltar-.
Y estaba en lo cierto, yo seguía llorando incluso más al verme allí presa con un chupete y un pañal. Pero de pronto mi boca pareció cobrar vida propia, no podía dejar de succionarlo una y otra vez. Y para cuando la enfermera me hubo cerrado los dos velcros del pañal, ya empezaron a hacer efecto los calmantes y paré de llorar.
Finalmente, me volvió a estirar las piernas sobre la cama, dejándome todo el cuerpo en reposo. Eso sí, con las extremidades imantadas. Y tras recogerlo todo, le pidió a mi madre que la acompañase fuera de la habitación. Así que ambas se marcharon hablando de cosas que no logré captar. Los calmantes del chupete me habían dejado un poco atontada.
Al cabo de un rato entró una enfermera diferente que pasó directa hacia la otra cama. Yo no la pude ver muy bien, con manos y pies anclados a la cama era difícil incorporar la cabeza siquiera un poco. Aun así parecía que la enfermera llevaba algo en las manos. Detrás entró mi madre, también con algo entre las manos que no distinguía muy bien. Se puso a mi lado y con un botón inclinó la mitad superior de la cama, dejándome prácticamente sentada.
-Las he convencido para que me dejen dártelo a mí el primer día-, me dijo mientras me enseñaba un biberón lleno de leche.
Yo todavía estaba con el chupete puesto. Había dejado de llorar y probablemente por sus efectos, no pude oponer más resistencia que mirarla con ojos tristes y negar ligeramente con la cabeza.
-Es lo más conveniente para tu estómago, me han dicho las enfermeras. Así que es lo que toca, por favor, no rechistes-.
Entonces, con una mano me quitó suavemente el chupete y con la otra introdujo rápido pero con delicadeza la punta del biberón para que no me diera tiempo a cerrar la boca. Enseguida pude notar el que el plástico sabía parecido al del chupete, y probablemente tuviera componentes parecidos, porque mi boca comenzó a succionar de nuevo casi por su cuenta. Mientras, yo no podía apartar la vista de mi madre, rogándole con la mirada que aquello parase. Ella me pasó la mano por detrás de la cabeza acariciándome para intentar darme consuelo y poco a poco me fui calmando. Me relajé hasta tal punto que caí dormida antes de terminar el biberón.
No muchas horas más tarde me desperté, deseando que todo aquello hubiera sido un mal sueño. Pero no, allí seguía… Postrada en la cama, en una habitación de hospital a oscuras y con mi madre durmiendo en un sillón reclinable a mi lado. Yo todavía estaba un poco atontada por las medicinas y calmantes que me habían ido dando. Era una sensación a la que tuve que acostumbrarme, ya que durante mi estancia allí casi siempre estaba con ese tipo de medicamentos en el cuerpo.
Otra sensación a la que tuve que acostumbrarme fue a la de hacer mis necesidades en el pañal. Aquella primera noche desperté con unas ganas terribles de hacer pis, pero mis ganas de hacérmelo encima eran nulas. Entonces se me ocurrió pedirle ayuda a mi madre, aunque teniendo pies y manos bloqueados, levantarse y tocarle el hombro no era una opción. Por suerte no me habían vuelto a poner el chupete, así que pude despertarla llamándola.
-¿Qué te pasa, estás bien?-, me dijo al levantarse y ponerse a mi lado.
-¿Puedes llamar a la enfermera para que me dejen ir al baño?-, le dije yo casi suplicando.
Mamá dio un suspiro hondo y luego desvió la mirada hacia el pañal.
-Si te han puesto eso, es porque tienes que usarlo.
-Pero es que no sale nada, no puedo hacerlo ahí.
-Inténtalo, relájate-, me susurró poniéndome una mano en la frente y la otra en la tripa.
En ese momento descubrí que no era capaz de hacérmelo encima ni queriendo. Incluso haciendo fuerza, era como si mi vejiga se negara a abrirse en esa situación.
-¿Ves? No sale nada.
Pero ella simplemente siguió respirando hondo, dándome un ejemplo del ritmo al que debería respirar yo para relajarme. Pasaron los minutos y no conseguía nada.
-¿Quieres terminártelo?-, me preguntó sosteniendo el biberón a medio beber.
No sé si era la adicción que provocaban los calmantes o la desesperación por hacer pis, pero me pareció una buena idea. Así que directamente abrí la boca y ella me lo puso dentro. Rápidamente noté el efecto del cóctel de químicos que llevaba la leche y el propio plástico de la tetina. Y al poco tiempo, mientras todavía seguía sacándole leche al biberón, conseguí dejar salir un pequeño chorro de pipí. Todavía me faltaba práctica, porque al intentar hacer fuerza para hacerlo salir, involuntariamente contraía los músculos de la vagina y lo frenaba. Pero al menos para cuando hube vaciado completamente el biberón, ya me había aliviado un poco.
-Ya lo he conseguido, ¿puedes llamar a la enfermera y que me lo quiten?-.
Mi madre dio otro suspiro, se le notaba cansada. Pero comparada con cómo estaba yo… Finalmente, tras echar otro vistazo al pañal y comprobar que lo había manchado, salió de la habitación. Rápidamente entró una enfermera. La mujer se acercó a mí y sin decir nada me agarró el pañal.
-Esto está casi seco-, le dijo a mi madre (que había entrado detrás).
Y sin ningún miramiento, la enfermera se sacó un chupete de un bolsillo de su bata blanca y me lo metió en la boca (con mucha menos delicadeza que mi madre). Luego me dio unas palmaditas en la tripa y se marchó. Mamá tampoco no dijo nada, simplemente se quedó mirando cómo hacía efecto el chupete y yo cerraba los ojos intentando relajarme e imaginarme que aquello no era real.
A la mañana siguiente me desperté con un susto al notar que me quitaban el chupete de un tirón. Abrí los ojos y allí estaba Esther, la masajista.
-Me han dicho que me ponga con Laura la primera-, le decía a mi madre. -Es normal que los primeros días tengan problemas con la vejiga.
Mientras, me desabrochó y a abrió el pañal, pero sin llegar a quitármelo. Ella seguía hablando con mi madre, como si yo no estuviera.
-Voy a forzarle una eyaculación-, dijo justo antes de apoyar su mano izquierda en mi entrepierna y empezar a frotarme el clítoris hacia arriba y hacia abajo con el pulgar. –Hoy no tenemos mucho tiempo para preliminares-, anunció esta vez sí dirigiéndose hacia mí.
Y sin previo aviso, me penetró la vagina con los dedos corazón y anular de su mano derecha. Estaban completamente lubricados con algún tipo de gel, así que entraron con mucha facilidad. No me podía quejar, a pesar de mi rechazo inicial a ese acto no consentido, se sentía muy bien.
Esther dio un par de sacudidas hacia afuera y hacia dentro con los dedos, moviéndolos de manera que me quedara impregnada de lubricante toda la superficie posible del canal vaginal. Después, mientras seguía frotándome el clítoris con la otra mano, encorvó los dedos con los que me estaba penetrando. De esta manera, con cada pasada hacían especial presión en la pared superior de la vagina. Aquello fue mágico, era como si aquella zona fuera mucho más sensible que el resto.
-¿Estas bien?-, me preguntó mi madre acercándose.
Casi me había olvidado que estaba ahí, qué vergüenza que me viera en esa tesitura.
-Esa carita es de placer, ¿a que sí?-, respondió la masajista por mí.
–Sí-i-i…-, afirmé yo con el tono más normal que pude. Aunque inevitablemente sonó mucho más lascivo de lo que pretendía.
Y es que no era para menos, el placer que sentía ahí abajo tanto por dentro como por fuera era una locura. Con el clítoris ya totalmente endurecido, era una gozada sentir como rebotaba con cada nueva pasada de su pulgar. Por otro lado, la zona interna que Esther masajeaba sin cesar parecía que iba a estallar.
-¿Tienes ganas de hacer pipí?-, me preguntó la masajista, reparando en que el monitor cardíaco indicaba que me acercaba al orgasmo.
Hasta ese momento no lo había notado, pero cuando lo mencionó sí sentí unas ganas terribles de hacerlo. Entonces le dije que sí rápidamente. Yo pensaba que iba a parar para dejarme hacerlo, porque era tal la excitación que sentía, que si me corría en ese momento no podía aguantármelo dentro. Así que cerré los ojos y apreté los dientes, intentando no correrme ni mearme encima. Pero Esther tenía otros planes. Aceleró con ambas manos, hacía tanta presión con los dedos por dentro que sentía incluso el cosquilleo en la vejiga.
-Ya falta poco-, me dijo mi madre acariciándome la frente al verme “sufrir”.
El monitor empezó a pitar, ya no pude aguantarme más. El placer era incontenible, y las ganas de orinar también. Justo cuando empezó el éxtasis, la masajista sacó los dedos. Ella sabía perfectamente lo que iba a ocurrir, así que agarró la parte delantera del pañal que todavía tenía debajo y la levantó sobre mi entrepierna. Justo a tiempo para atrapar el chorro de pis que salió disparado. Era interminable, mientras duraba el orgasmo, seguía saliendo. Yo sentí una liberación espectacular. El orgasmo sumado al incesante golpeteo en el clítoris con su pulgar y chorro a presión que salía de mí… se me hizo eterno en el mejor sentido.
-¡Bien! Nuevo récord-, dijo Esther una vez se silenció el monitor cardíaco y dejé de expulsar líquido.
-¿Todo eso era pipí?-, le preguntó mi madre.
–Bueno, no al cien por cien, pero sí que vacía completamente la vejiga-.
Y mientras le daba una explicación que no entendí sobre “eyaculación femenina”, me volvió a cerrar el pañal ahora completamente empapado y caliente.
-¿No me lo cambian?-, pregunté yo jadeando.
–Enseguida, protestona-, contestó Esther, justo antes de acercarse a mí y ponerme de nuevo el chupete.
Después se marchó y al rato vino otra enfermera, con un pañal limpio y un biberón.
-Hemos añadido a la fórmula un compuesto para que le ayude a orinar a partir de ahora-, explicó la enfermera. –Le voy a programar un enema para esta tarde, porque veo que lo otro también le va a costar hacerlo-.
Uff que rico, también quiero estar amarrada y me hagan cositas. Espero sigas con el relato
Estuve hospitalizado, tuve una experiencia con una enfermera, me rasuro el vientre y no evitar excitarme…