Instintos ocultos. La violación de una adolescente I
Cómo puede un hombre llegar a convertirse en un monstruo.
Sólo faltaba el día, el momento exacto en que su sueño se convirtiera en realidad. Todo lo demás estaba preparado: el lugar, el modo y, sobre todo, la víctima. En la soledad de su habitación, J. recordaba aquella mañana en que todo cambió para él.
Era un niño de pueblo, y le encantaba andar y correr por todos los caminos que lo rodeaban. Le gustaba buscar animales para tirarles piedras; cazar ranas para romperles las patas y ver como querían huir sin poder hacerlo. Sí, a sus 11 años le gustaba ver sufrir a esos bichos. Aquella mañana de verano era temprano, y J. caminaba junto a la orilla del río. La normalidad de ese día se rompió cuando, un poco más allá, vio lo que parecía un pie que sobresalía de debajo de unas ramas.
Sin ningún miedo, y con mucha curiosidad, el niño se acercó hacia allí y comprobó que, efectivamente, eso era un pie humano que pertenecía a un cuerpo que estaba ahí oculto. Con algo de nervios, empezó a quitar todas las ramas que lo cubrían y, cuando levantó la ultima madera que tapaba la cara, supo enseguida quién era esa persona.
Esos ojos inexpresivos que miraban al infinito sin ver nada; ¿ojos inexpresivos? No, esa mirada mostraba miedo, un miedo terrible, un terror indescriptible. Esa melena oscura y lisa, siempre limpia y brillante, pero ahora sucia por las hojas y el fango. Esos ojos, ese pelo, ese rostro eran los de Raquel, una de las chicas más guapas del pueblo. A sus 14 años, Raquel atraía la mirada de todos los varones por su belleza, por ese cuerpo joven y perfecto, por su sonrisa y su simpatía. Ese cuerpo desnudo era el que J. estaba contemplando atónito. Vio que de la nariz había salido sangre, que ahora estaba seca; la boca permanecía abierta y la lengua medio fuera. Alrededor del cuello vio una marcas moradas. J. continuó bajando la vista hacia esas tetas que tantos deseaban. Unas tetas no muy grandes, no como las de las señoras mayores que parecían ubres de vaca. Las de Raquel eran redondas y, pese a estar tumbada en el suelo, se las veía duras. J. nunca había visto a una chica desnuda y la visión de esos pechos le desconcertó.
Su deseo le llevó a acercarse y a tocar esos senos. Primero con suavidad, casi con miedo, como si pensara que, con ello, iba a despertar a esa muchacha; luego los apretó con más fuerza. Sintió la carne dura en sus manos y los estrujó fuertemente; se detuvo en los pezones, pequeños y oscuros, que parecían erguidos. Los tocó, los pellizcó y tiró de ellos hacia arriba. Se entretuvo un rato con ese juego mientras sentía que su pequeña polla empezaba a endurecerse sin saber muy bien por qué.
Cuando acabó de amasar esas pequeñas tetas, J. siguió mirando el resto del cadáver. En el estómago vio moratones que afeaban ese maravilloso cuerpo; por último, se embelesó con esa parte tan desconocida para él. Debajo de la tripa vio unos pelos oscuros y algo rizados. No eran demasiados pero destacaban como un pequeño triángulo en el vientre. Raquel estaba con las piernas muy abiertas y J. observó cómo, entre ellas se abría una raja bastante grande, justo por encima del culo de la niña. De ambos orificios había salido sangre y parecía que, a la entrada de esa raja, había un líquido blanquecino mezclado con ella.
Sin poder evitarlo. J. nuevamente acercó sus manos a esa zona y la tocó con deleite. Jugó con el vello del pubis de Raquel, tocó los labios abultados de la vulva y los abrió; acarició los muslos fríos con un ansia atroz. Casi inmediatamente, notó cómo su calzoncillo se mojaba y, curioso, miró para comprobar que había soltado un líquido espeso y blanquecino, muy parecido al que estaba en el agujero de Raquel.
Tiempo más tarde, J. supo lo que había sucedido. Todo el pueblo lo comentó y no hubo secretos para él. La noche antes del descubrimiento del cadáver, Raquel tuvo la desgracia de toparse con Ramón, el tipo más odioso del pueblo. Como tantas veces, Ramón estaba alborotado por su carácter y el alcohol que había tomado. Se encontró con Raquel en uno de los caminos y, lleno de locura, y bajo la amenaza de un cuchillo, la obligó a acompañarla junto al río.
Allí la empezó a besar y pasarle la lengua por el cuello y la cara; la babeaba encima, dejando un olor apestoso en la piel de la niña. Sus manos manoseaban todo el cuerpo de Raquel; se posaron y apretaron el culo, mientras le daba cachetes; se lanzó sobre sus tetas y las apretaba como si quisiera reventarlas. Raquel lloraba desesperada mientras suplicaba que no le hiciera nada. Loco de deseo, Ramón la abofeteó varias veces hasta hacerla sangrar y le arrancó la camiseta. Al ver ese sujetador casi de niña Ramón también lo rajó dejando al descubierto las pequeñas tetas de Raquel. Las continuó apretando y las mordió; estaba tan fuera de sí que las hubiera mordido hasta arrancárselas. Los gritos de Raquel le excitaban aún más y ya, tumbados en el suelo, le quitó el pantalón corto y las bragas que tapaban su coño. Raquel se defendía pero no podía con la envergadura y fuerza de Ramón quien, sacándose la polla, empalmada por esa violación que estaba cometiendo, se tumbó encima de ella. No tuvo reparos en romperle el coño mientras la golpeaba la cara y el estómago; la penetró profundamente y, cambiando de agujero, sin ninguna preparación, le desgarró el culo. Los gritos y lloros de Raquel seguían y seguían y Ramón notó como la sangre virgen, la sangre inocente de esa cría resbalaba por sus muslos.
Ramón no dudo en soltar toda su leche dentro del cuerpo de la niña. Fue lo más excitante para él: saber que esa cavidad recién desvirgada recibía los chorros de su semen, Pudo haberla dejado allí, rota, golpeada y vejada, pero las súplicas de la niña no impidieron que Ramón rodeara el cuello con sus manos y apretara, mientras Raquel, casi sin fuerzas ya, intentaba liberarse y miraba al infinito.
En la tranquilidad de su hogar, J. recordaba todo aquello mientras chorros interminables de leche salían de su dura polla. A lo largo de su vida había estado con muchas mujeres, bastante de ellas putas a las que pagaba mucho dinero para ser golpeadas y humilladas. Las chicas normales no se prestaban a esos juegos. Pero nunca sentía lo mismo que cuando se masturbaba recreando aquella escena de su infancia….. Y quería volver a sentirlo.
La vida fue generosa con él. Sus padres murieron en un accidente dejándole tierras y unos buenos ahorros. Gracias a ello pudo invertir y llegar a vivir de las rentas. Se construyó una casa en medio del campo, una casa aislada donde había preparado una habitación especial para tener el lugar perfecto donde llevar a cabo su plan. Y, lo más importante: con dinero en su cuenta y sin necesidad de trabajar, tenía lo más imprescindible: tiempo, un tiempo precioso para buscar a su víctima ideal.
Viajó a una ciudad alejada de su casa. Se centró en las urbanizaciones tranquilas, sin demasiada gente por las calles. Llegaba en coche a primera hora de la mañana cuando se suponía que las niñas iban al colegio. Era cuestión de paciencia: vio niñas de varias edades acompañadas de otros niños o de adultos; vio salir de las casas coches con otros críos… Pero, un día, se fijó en ella. Casualidad o no, era parecida a Raquel: morena, melena lisa a lo pijo, más bien delgada, una cara preciosa y un cuerpo que se adivinaba como perfecto.
La vigiló durante un tiempo; salía de su casa sola. Normalmente vestía un uniforme de colegio privado: falda gris, jersey rojo, polo blanco, y arrastraba una de esas pesadas mochilas con ruedas. Alguno días iba con el chándal del colegio y, junto a la mochila, llevaba al hombro otra bolsa en la que, seguramente, llevaba el uniforme para cambiarse después de la clase de EF.
«Raquel» recorría unas pocas calles hasta la esquina de una más principal, donde esperaba el autobús del colegio. J. sabía que su plan tenía que cumplirse antes de que ella llegara a esa parada; disponía de poco tiempo. Y sabía que tenía que ser una mañana de invierno cuando aún no hubiera suficiente luz en el cielo. Y, además, un día lluvioso facilitaría mucho las cosas. En todo el tiempo que la había vigilado, nunca la había visto con alguien más, y muy poca gente se cruzaba en su camino.
Mientras sentía otra erección, en la tranquilidad de su hogar, y antes de empezar a masturbarse de nuevo pensando en sus dos «Raqueles», J. sonrió porque ese día de noviembre el pronóstico del tiempo había dado lluvia para el día siguiente.
uuuuuuf que rico…mas
Uffff me encantaron 🥵💦💦😈😈😈
No mames que chidos te mamaste 😈💦🥵😈😈😈