Instintos ocultos. La violación de una adolescente III
El encierro de Carolina y su interrogatorio.
Se despertó aturdida, sin saber lo que le había pasado. De repente, lo recordó todo y se sobresaltó. Estaba tumbada en una cama grande. Se incorporó y, al hacerlo, notó que algo le molestaba en el cuello. Era una especie de argolla de cuero unida a una larga cadena que estaba fija en la pared. Se asustó aún más. Se fijó en la habitación en la que se encontraba: era bastante amplia. La cama estaba junto a una pared; en el rincón de enfrente había una pequeña ducha y una taza de váter; más allá, un armario. Pero, lo que más le inquietó fue ver, en el otro extremo, unas cadenas con grilletes que colgaban del techo: las cadenas pasaban por encima de una viga, y la aterrorizada niña vio un sistema de poleas que parecía moverlas.
Empezó a sollozar porque sabía que estaba encerrada y que todo aquello significaba que algo muy malo le iba a suceder. Se dio cuenta de que no llevaba puesta su cazadora y de que alguien también le había quitado los playeros y los calcetines, pero seguía llevando el resto de su ropa.
De repente, se abrió una puerta en la que apenas se había fijado. Un hombre, el mismo que (ahora lo recordaba) la había secuestrado, entró sonriendo. Era mayor, más de 40 años, alto y fuerte. Estaba completamente rapado y, excepto unos bóxers muy ceñidos, iba desnudo. En su mano izquierda sujetaba un cuchillo. La cría notó cómo su corazón empezaba a latir con más fuerza; su respiración aumentó y sus sollozos se transformaron en lágrimas.
Se fijó en que ese hombre no era el tipo de hombre guapo, fuerte y musculoso de los que hablaba y bromeaba con sus amigas. Tenía los brazos grandes, mucho pelo en el pecho y se le observaba una incipiente barriga. Tampoco pudo evitar mirar cómo, debajo de los bóxers, se marcaba un bulto muy grande.
– ¡Por favor, por favor! No me haga daño……, por favor. Déjeme salir de aquí.
El hombre soltó una carcajada.
– Pequeña zorra, ¿crees que te voy a soltar así como así? ¿Que he hecho todo esto para soltarte? ¡Qué estúpida puedes llegar a ser! ¡Levántate de la cama! – le ordenó.
La niña estaba acurrucada, hecha un ovillo encima de las sábanas y, al oír ese grito tan imperativo, se puso de pie junto a la cama.
– Muy bien, así es como te quiero: obediente. Te diré cómo funciona esto. Estás atada, encerrada y alejada de cualquier sitio civilizado. Esta habitación está insonorizada con lo cual, nadie…, nadie va a escuchar lo que ocurra aquí. No puedes escapar porque siempre llevarás esa cadena al cuello y, desde ahora, harás todo lo que yo te diga. Y te juro que, si intentas cualquier cosa o eres una niña desobediente, el castigo que sufrirás será lo más terrible que puedas imaginar. ¿Lo has entendido, zorra?
– Por favorrrrr, no señor, no me haga nada………..
El hombre se acercó a ella y, con la mano muy abierta, le dio dos tremendas bofetadas que se quedaron marcadas en la piel de la joven.
– Que si lo has entendido, zorra- le repitió.
– Sí, sí….. pero por favor, no me pegue más – dijo la niña con los ojos llenos de lágrimas.
– Muy bien, ahora te voy a hacer unas preguntas y me vas a decir la verdad porque, si me mientes, yo lo sabré y te arrepentirás. Y no quiero que pienses mucho lo que me vas a contestar, simplemente respondes. ¿Entendido?
La joven asintió y, cara a cara ante ella, J, empezó su morboso interrogatorio.
– ¿Cómo te llamas, puta?
– Carolina.
– ¿Cuántos años tienes, perra?
– Tengo 13, los he cumplido en septiembre.
– Mmmmm, con esa edad ya estás preparada para muchas cosas. Dime, ¿qué sabes de sexo, puta Carolina?
La niña contestaba entrecortadamente, con los hipidos producidos por los sollozos y las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Estaba aterrada, pero la amenaza de ese hombre hacía que contestara rápido.
– En el colegio nos han explicado cosas. Nos dan charlas de educación sexual.
– Así que ya sabes cómo se hacen los niños, jajajaja. ¿Conoces bien las partes del cuerpo?
– Sí…. Nos han explicado todo …. y nos ponían…. dibujos, imágenes.
– ¿Eres buena estudiante, puta?
– Saco notables y sobresalientes.
– Así que eres una niña aplicada, con lo cual la teoría del sexo la sabrás bien. Pero dime, asquerosa, ¿qué sabes de la práctica? ¿Qué has hecho?
Cada pregunta que le hacía le aumentaba la excitación. Notaba como su verga estaba a punto de salirse del calzoncillo, y le gustaba saber que esa zorra lo veía. Tenía los huevos llenos de leche y estaba deseando soltarla de una vez… pero había que esperar.
– No he hecho …. nada.
– ¿Nada, zorra? Piénsalo bien – y le dio otro fuerte tortazo.
– Nooo, por favor… A veces me toco abajo, pocas veces.
– Así que te haces dedos. Eso ya es otra cosa. Explícame bien qué haces y en qué piensas
– No pienso nada. Me ayuda a relajarme cuando estoy nerviosa. Me toco abajo, me acaricio y nada más.
– ¿Te tocas abajo? Muy mal dicho; se llama coño. ¿Dónde te tocas?
– Me toco….. el coño – repitió en voz baja, avergonzada.
– Muy bien, te tocas el coño. ¿Y las tetas?
– Me paso las manos por encima,….. nada más.
– Mmmmmm… y ¿te corres? Porque sabes lo que es correrse ¿no?.
– Sí, sí…. lo sé. Y no sé si me……. corro. Me resulta placentero y me relaja.
– ¿Te has metido algo en el coño alguna vez?
– No, noo.
– ¿Nadie te lo ha metido?
– No. – J. se excitó de nuevo pensando en el himen intacto que se escondía a escasos centímetros de él. Muy pronto comprobaría si aún lo tenía entero o no.
– ¿Has visto a tío desnudos alguna vez?
– Noo. – Esta vez el dolor que sintió Carolina fue bajo el estómago. J. le había dado un rodillazo que se clavó en su vientre. El dolor fue intenso e hizo que la cría cayera al suelo. Sus gritos eran el sonido más agradable que podían escuchar los oídos de J. Con una mano la agarró por debajo del mentón y la levantó de nuevo.
– ¿Has visto algún tío desnudo? – repitió lentamente.
– Sí, sí….. He visto fotos y ….. algún vídeo en internet de gente haciendo eso.
-¿Vídeos de gente follando? Vaya, vaya, con la pequeña puta. ¿Y te excitaban?
– Un poco, pero no he visto mucho……. Mis padres me lo controlan….
– Jajaja, menudo control de mierda el suyo. Entonces….., ¿has visto pollas empalmadas?
– Sí, sí.
– ¿Y en la vida real?
– No, le juro que no, nunca, nunca.
– Una niña virgen y puta, como casi todas. Sois unas guarras y unas perras. Necesitáis que os follen bien, es lo que deseáis hacer. Y ahora, tócame la polla por encima de los calzoncillos.
Carolina se estremeció aún más. Con precaución acercó su mano a esa parte y tocó. Notó algo largo que miraba hacia arriba. El bulto era generoso y estaba muy duro. Pasó la mano por todo él y apretó un poco. Sentía cómo esa cosa se movía en el interior del bóxer.
– Mmmmmmmm, Diosssss., zorra, me voy a correr sólo con esto….. – y, de un golpe la apartó la mano de allí. Con la excitación al máximo, le hizo una nueva pregunta.
– ¿Cuándo te bajó la regla por primera vez?
– El año pasado – contestó Carolina. Se sentía completamente avergonzada y humillada. Aún recordaba ese día, el día en que «se hizo mujer», y le daba mucha vergüenza hablar de aquello. Su madre le había explicado lo que le iba a suceder; sabía qué era la menstruación y lo que ocurría. Pero una cosa era saberlo y otra sentirlo y vivirlo. Y recordaba ese día, cuando apenas era una niña de 11 años, en que, estando en clase, sintió cómo su vagina se mojaba de repente. Ni siquiera se le pasó por la cabeza que fuera su primera regla. Pidió permiso para ir al baño y allí vio cómo sus braguitas blancas estaban teñidas de color rojo, y que había sangre en los labios de su vagina. Nerviosa, se limpió con papel del servicio y fue a buscar a su tutora. Ella le dio una pequeña compresa y le dijo cómo ponérsela. Su primera compresa. El resto de la mañana fue incapaz de levantar la mirada del pupitre. Se sentía sucia y manchada, y pensaba que todos los compañeros de clase lo sabían y se burlaban de ella. No hablaba de sexo con nadie, y cada pregunta que ese hombre le hacía era como la patada que había recibido hacía nada: un golpe en el estómago que le revolvía las tripas y le producía arcadas. Pero, de forma automática, contestaba a las asquerosas preguntas de ese cerdo.
– Y sé que te toca dentro de poco porque he visto tu «pañalito» en la mochila ¿Usas sólo compresas? ¿No usas tampones para evitar meterte nada en tu chocho?
Pese a lo terrible de la situación, Carolina se puso roja por ese comentario. Le había registrado sus cosas y sintió que se moría.
– No, sólo uso compresas. – Le daba miedo meterse nada en la vagina. Pensaba que un tampón podía dolerle o romperle algo por dentro, y prefería no usarlo. Su madre ni siquiera se lo había comentado pero Lucía, una chica repetidora de su clase, les hizo una demostración de cómo colocarse un tampón un día después de la clase de EF. «Mirad, niñas. Es muy fácil – les dijo a las 5 ó 6 que estaban boquiabiertas alrededor de ella. Con un movimiento rápido, se bajó el pantalón y el tanga; tenía el pubis afeitado y se le veía muy bien la raja. Separó un poco las piernas, introdujo el tampón y, en un instante, lo dejó dentro. Sus compañeras miraban embelesadas y Lucía abrió un poco más las piernas para que vieran cómo salía un hilo blanco de su interior. «Ya está; luego tiras del hilo, lo sacas y te pones otro». A Carolina todo eso le pareció muy fácil. Un día, pidió a Lucía un tampón para intentarlo pero, al ir a meterlo, notó un mareo y algo de dolor, así que lo dejó. Desde entonces, no había vuelto a intentar meterse nada dentro de su cuerpo.
Las siguientes palabras del hombre la devolvieron a la terrible realidad.
– Ahora, pequeña zorra, me vas a describir cómo son tus tetas, y hazlo bien porque comprobaré personalmente si lo haces adecuadamente o no.
«¿Cómo puedo describir mis tetas?»- Carolina pensó que ese tipo quería oír cosas que le excitaran y, con el miedo de recibir algún golpe más, se esforzó en sus explicaciones. Entrecortadamente contestó:
– Son pequeñas y….. redondas. Aún uso sujetadores del tipo… deportivo. Mis pezones están…… abultados… ; bueno, lo de alrededor está abultado, y son marrones.
– ¿Se te suelen poner duros los pezoncitos?
– Cuando me ducho o hace frío a veces se me endurecen; y otras veces…… también les pasa eso, sin ninguna razón.
-¡ Quítate la chaqueta del chándal!
Carolina sabía lo que iba a pasar y lloró más, pero obedeció. Lentamente se quitó la prenda y la dejó caer en el suelo. El bulto del hombre parecía engordar por momentos. J. se acercó un poco más a ella. La miró fijamente mientras respiraba con agitación. Carolina tenía los brazos pegados a sus costados. Temblaba. Estaba horrorizada. Le miró desde abajo con sus ojos llorosos pensando en darle lástima, pero sabía que nada de lo que le hiciera la iba a salvar.
J. agarró con sus fuertes manos el cuello de la camiseta de Carolina y tiró de ella. La tela se rasgó por el medio y, ante él, apareció un sujetador blanco, que agarraba unas pequeñas y redondas tetas. No se le notaban los pezones. Sólo le quedaba hacer una cosa más: levantó el cuchillo que había estado sujetando durante todo ese tiempo y, sonriendo, lo acercó al cuerpo de Carolina; lo metió por delante del sujetador y lo cortó.
Había valido la pena la espera. Ahí estaban las preciosas tetas de esa niña. Las había descrito muy bien: eran pequeñas, podía abarcar cada una de ellas con una de sus manos; gracias a ese pequeño tamaño se las veía turgentes, duras, en proceso de formación aún. Los pezones tenían unas aureolas grandes y, sí, se las veía abultadas. El pezón, en cambio, no estaba erecto; se le veía pegado a la teta, sin apenas sobresalir.
Tiró el cuchillo lejos y se abalanzó sobre ellas. Empezó a tocarlas con ansiedad; no era tocarlas: las apretaba con mucha fuerza. Notaba la dura carne de los pechos entres sus dedos. Quería hacerle daño y lo estaba consiguiendo. Carolina lloraba y suplicaba; nunca había sentido un dolor así en esa zona tan delicada de su joven cuerpo.
Con el índice y el pulgar de sus manos, J. agarró los pezones escondidos y los apretó. Tiró de ellos, los quería endurecer, quería tener la suficiente cantidad para morderlos. Los pellizcaba sádicamente y, cuando habían sobresalido ligeramente, acercó su boca a ellos. Empezó primero con el derecho: lo lamió con avidez y empezó a chuparlo mientras lo absorbía. Le hubiera encantado que esa putita hubiera tenido leche para beberla. Después de un rato, dejó la lengua y agarró ese pequeño trozo de carne marrón con los dientes. Lo mordió tirando hacia arriba. Los gritos de dolor de Carolina eran horribles, pero nadie los podía oír. Mientras seguía apretando las bolas de carne, J. mordía el pezón y la cría pensó que se lo iba a arrancar en uno de esos mordiscos, pero no fue así.
Cuando acabó con el derecho, la tortura siguió el mismo ritual con el izquierdo. Después de unos momentos eternos, J. dejó de torturarle las tetas. De apretarlas con tanta fuerza habían adquirido un color morado; la sangre había ido a los pezones que, ahora sí, estaban duros y gruesos. Marcas de dientes y de saliva se veían por todas partes. Mientras Carolina lloraba e intentaba taparse sus pechos con las manos. J. notaba como su polla se mojaba: estaba soltando líquido preseminal sin haberse tocado siquiera.
Dio un par de pasos hacia atrás y miró a su víctima. Carolina se había puesto de cuclillas y se envolvía con sus brazos intentando taparse y protegerse. La camiseta y el sujetador desgarrados colgaban aún de su cuerpo. Le mandó que se quitara esos trozos de tela y ella, sumisa, lo hizo.
– Túmbate en la cama, zorrita, y no te tapes las tetas. Quiero ver la obra que he hecho con ellas. Son demasiado ricas como para no contemplarlas todo el rato. Y así tumbada, pasaremos a la siguiente parte de tu examen teórico, jajaja.
Carolina se tumbó en la cama, con los brazos colocados a los lados de su cuerpo. Le dolía mucho su pecho, y notaba la mirada lujuriosa de quien le había hecho tanto daño. Se preparó para las siguientes preguntas, temiendo todo lo que le iba a suceder.
– Me vas a explicar muy bien, todo lo que sepas de las partes sexuales de una mujer…. todo lo que sepas. Detalla bien de que se componen esa partes que tanto me hacen gozar; veremos si esas clase de sexo que te han dado han sido útiles. Dime, puta, ¿qué es lo que las zorras como tú tenéis por ahí abajo?
– Está la … vagina. Es por donde salen los niños al nacer, y va a dar al útero, que es donde se forman los bebés – intentaba recordar todo lo que sabía, lo que le habían explicado y lo que ella misma tenía. Luego están los órganos exteriores…… que es la …. vulva, con los labios mayores y menores. Y eso es lo que recuerdo. Bueno…… también sale vello en esa parte….
-Vamos, vamos, puedes hacerlo mejor. ¿Qué más hay en esa parte exterior? Algo que si tocas mucho, te da mucho gustito…. venga, ¿cómo se llama?
– El clítoris – respondió con rapidez.
– Pero las niñas como tú no lo llamáis así, ¿verdad?
– No, – recordó una vez que Lucía había hablado de eso – algunas lo llaman «pepita».
– Jajaja, síiiiiii, es como una pepita, o como un botoncito, pero muy distinto a ellos. Muy bien, otro 10 para Carolina, aunque te faltó hablar del himen, eh. Pues ahora, tras ver que sabes lo que las tías tenéis, me vas a describir muy bien cómo tienes todo eso de lo que has hablado, porque imagino que te lo habrás mirado más de una vez, ¿no?
-Sí – contestó en voz baja, claro que se lo había mirado. Recordó cómo de más pequeña se tocaba los «botoncitos mamarios», como le gustaba llamarlos la pediatra; también le hacía gracia ver cómo salía el pis, hasta que supo que era por un sitio distinto que el «otro» orificio. Hacía poco que, con la ayuda de un espejo, se miró toda esa zona. Miró su vulva y se abrió un poco los labios pero no vio demasiado, sólo que esa carne era de un color rojo o rosa fuerte. Ahora echaba de menos esos momentos.
– Yo…., me está saliendo pelo ahí abajo….. no mucho, pero sí tengo. Los labios mayores son gruesos y… tapan a los otros, que están escondidos. El clítoris me lo he tocado… pero no sale, sólo noto que esa parte está un poco más dura.
– Mmmmmmm, ¡qué rica! ¿Te han salido pelos en más sitios, niña?
– En… en … los sobacos – recordó.
– Pero ahora veo que tienes tus sobaquitos sin un pelo. ¿Cómo te los has quitado?
– Mi madre me enseñó a quitarlos con una maquinilla…. o con cera. Pero abajo no me los he quitado porque son pocos y no se ven – y se echo a llorar con más fuerza. – Hablar de todo eso la avergonzaba terriblemente pero, además, al recordar a su madre, toda su tristeza aumentaba: quería estar con ella, en la seguridad de sus brazos. Como si hubiera adivinado sus pensamientos, el hombre ironizó:
– ¿Te gustaría tener a mamá al lado? ¿Chuparle las tetas para sentir su calor? ¿O quizá te gustaría chuparle el chocho para saber como sabe? Te gustaría eso, ¿verdad, zorra? Y, ahora, ….. quítate el pantalón.
Carolina obedeció. Levantando el cuerpo, se quitó el pantalón del chándal y lo dejó caer en el suelo. En cuanto lo hizo, se cubrió con las manos sus doloridos pechitos, y se cruzó de piernas. J. la miró lujuriosamente: unas bragas parecidas a las que había en la mochila cubrían su sexo. Se fijó en que parecían mojadas, y seguro que no era por ninguna excitación. «Esa puta se ha meado de miedo» – pensó.
– Vaya, vaya…. , eres como una niña pequeña; te has hecho pis encima, jajajaa.
Carolina no se había dado cuenta de cuándo había sucedido eso, pero ahora sí notaba su entrepierna algo mojada. Ya no había nada que la pudiera humillar y avergonzar más.
– Estira las piernas y quítate las manos de las tetas, guarra meona asquerosa.
Carolina obedeció y se quedó quieta, llorando, mientras J. se situaba a su lado, sentándose al borde de la cama.
– Levanta el culo.
La niña lo hizo y J. empezó a bajarle lentamente las bragas blancas. Se deleitó viendo como aparecían, poco a poco, los pelos que cubrían su monte, hasta quedar totalmente expuesto ante su vista. Acabó de quitárselas y las olió. Olían a pis, a sudor, a miedo; nada que ver con las inmaculadas bragas de la mochila. J. las aspiró y, luego, las restregó por la nariz de su víctima.
– Mira cómo huele tu mierda, jodida cerda.
Ya estaba completamente desnuda. Iba a terminar la exploración de ese cuerpo pre-adolescente, y quería hacerlo con tranquilidad.
– Ábrete de piernas como la puta que eres. ¡Ábrete biennnnn! – le gritó.
Carolina separó mucho las piernas y, ante él, apareció el coño vivo más hermoso que había visto nunca. Los pelos oscuros no cubrían una parte muy amplia del pubis; no era pelusilla, era ya vello algo crecido, no tan rizado como el de otras mujeres. Lo tocó y acarició: era suave y parecía brillante. Lo cogió con los dedos y pasó la lengua por entre esa suave mata.
– Mmmmmmmm, delicioso…….. deliciosoooooooo
Puso su cabeza entre las piernas de Carolina; los labios mayores de la vulva eran gruesos y ocultaban los pequeños. Los abrió con los dedos. Vio la carne exterior un poco húmeda por la orina que se había escapado; tenía un color rosáceo. Alrededor de los labios mayores crecía algo de pelusa, pero apenas se notaba. Quiso abrir el último obstáculo para entrar en esa cueva, pero los pequeños labios estaban muy apretados, muy pegados, y no pudo abrirlos con los dedos. Utilizó más fuerza y, al final, pudo separarlos.
– Te resistes, pequeña, tu coño se resiste a abrirse; eso me gusta porque será más doloroso para ti y más placentero para mí.
El dolor y la vergüenza de Carolina eran tan grandes que su llanto iba acompañado de mocos que le salían por la nariz y ensuciaban aún más su cara. J. continuaba con su minucioso examen. Por fin había abierto ese coño y acercó su lengua a él. Lamió todos los pliegues con la boca babeante de saliva. Quería cada trozo de carne. Le gustaba ese sabor amargo que se había quedado prendido, y siguió chupando como un perro apretando su lengua y labios contra ella. No quería dar placer a esa puta; sólo quería gozar él mientras ella sufría. Llegó con la lengua al clítoris y, como había dicho la niña, apenas se distinguía. Era un pequeño punto, un botón casi imperceptible, al que golpeó con el dedo.
– No te preocupes. Lo sacaré de ahí y será mío. No habrá nada de ti que deje de saborear y morder.
Los pequeños golpes en el clítoris eran incluso dolorosos para Carolina; una sensación tan distinta a la que sentía cuando, por las noches, tumbada en la cama, se acariciaba todo su sexo con un sentimiento de paz. Pero esa paz se había perdido para siempre.
J. bajó un poco más para detenerse en el orificio del culo. El ano de la niña estaba muy limpio y no olía a mierda. Era estrecho, estaba cerrado aunque a veces, con alguno de los hipidos de Carolina, parecía querer abrirse. ¿Cómo podía salir por ese lugar tan estrecho la mierda? A J. le daba igual porque lo mismo que eso podía salir, también iba a entrar su polla empalmada y dura. Lamió el culo para saborearlo durante un rato y volvió a centrarse en el coño.
Las paredes de la vagina de la cría no se veían húmedas; eran de un color más oscuro que la parte de fuera. Esa cavidad parecía querer cerrarse y J. tenía que mantenerla abierta con fuerza. Miró dentro, muy dentro. En internet había visto fotos y algún video de los hímenes de muchachas vírgenes. En algunos casos serían falsos pero en otros, parecían reales. J. quería ver uno delante de él. Jamás había estado con una virgen y ahora iba a cumplir otro de sus deseos. Miró ahí dentro y sí, sin duda vio el himen de Carolina: había un trozo de carne que casi cubría la entrada hacia el útero. El agujero que tenía no era muy grande y la carne no parecía muy fina. Sabia que ese himen iba a ser duro de romper, y esa idea, junto con la lucha para mantener su vagina abierta, le hizo sentirse invencible ante la batalla que iba a librar. De un impulso, saltó de la cama y se puso en pie. Había llegado el momento.
En la siguiente parte continuará el proceso de degradación de Carolina. Todos los comentarios, críticas y sugerencias pueden enviarse al siguiente correo: [email protected]
Contestaré a todos.
que maravilla, por dios continua por favor