Itzel, mi vecinita (La noche del baile)
Por fin solos..
¿Recuerdana Itze, mi vecinita? Si no, vayan a leer los relatos previos. Compartan conmigo esta excitante historia.
Después de varias experiencias más desde la primera vez que tuvimos sexo, se avecinaba una oportunidad de oro. Sus padres y los míos, que como les conté al principio eran amigos muy cercanos, estaban ansiosos por ir a un baile. La noche del viernes de esa semana estaría en la ciudad uno de sus grupos favoritos. Durante los días previos, susurraban entre ellos preguntándose si podrían dejar a Itzel en mi casa a mi cargo. Hasta que por fin se decidieron a sugerírmelo. Yo, fingiendo un «ya qué» acepté, mientras quería saltar de emoción. Por fin tendría a mi Itzel a solas.
Tan pronto como pude, le conté a Itzel lo que nuestros padres harían. En cuanto me escuchó, se dibujó en su carita una sonrisa llena de picardía. Un día antes de la gran noche, compré lubricante, recorté mis bellos púbicos y cambié las sábanas de mi cama.
La gran noche llegó. Tocaron a la puerta, eran Itzel y sus papás. Ella estaba recién bañada. Traía consigo una mochila. Sus papás me dijeron que allí traía todo lo que necesitaba: cepillo de dientes y su pijama. Por poco no consigo ocultar mi emoción. Mis papás ya estaban listos. Todos se despidieron a las carreras y ellos por fin se fueron.
Enseguida nos fuimos al sillón y comenzamos a besarnos con el apetito que caracteriza a un par de pubertos, aunque ella aun no llegara a esa etapa y yo ya la hubiera superado. La saliva se derramaba alrededor de nuestros labios. Mis manos la acariciaban con ansiedad. Comencé a quitarle la ropa, y más pronto que tarde la dejé casi desnuda. Digo casi porque a propósito le dejé sus calcetas. Un par de calceras muy entalladas, color rosado que llegaban casi a la rodilla.
La levanté y la llevé cargando a mi cuarto. La puse suavemente sobre mi cama, boca arriba. Me aseguré que pusiera su cabecita sobre una almohada. Reestiré sus calcetas hasta donde alcanzara. Y le levanté sus muslos de forma que sus rodillas quedaran flexionadas. Alcancé el lubicante y puse suficiente en mi mano derecha. Abrí más esas piernas y antes de meter mis dedos empapados en su vagina, la contemplé:
Su pelito negro todavía húmedo del baño. Su carita emocionada, nerviosa, pícara. todo su cuerpo desnudo. Su piel parecía mas tersa que nunca. Una piel morena tan suave que provoca unas ganas inconmensurables de acariciarla, de besarla, de olerla, de chuparla, de untarle mi verga por todo su cuerpo. Sus piernas torneaditas, levantadas y bien abiertas. Y vagina que se veía más exquisita que cualquier pastel.
Metí mis dedos en ella y pegó un grito. El lubricante se derramaba y yo se lo untaba alrededor de su culito. Me avalancé sobre ella. Chupé sus apenas nacientes chichis. Mientras que con ayuda de una mano untaba mi verga en su vulva. Hasta embestirla, suave pero decidido.
Gimió con libertad, gimió tan rico que debí esforzarme para no venirme por escucharla. Chupaba sus chichitas, subía a su cuello, le besaba la boca. Bajaba a besar su vulvita y su culito. No resistíamos más. La giré para que quedara totalmente boca abajo. Abrí sus nalguitas y metí mi verga por su vagina una vez más. Esta vez, con su rostro contra la almohada y yo encima detrás de ella, le dije: «Itzel, vamos a jugar. Me vas a pedir, si te salen las palabras, que no te haga esto, pero al mismo tiempo, vas a seguir gimiendo de placer». Ni bien pudo hacer eso un par de veces, cuando descargué en ella una gran cantidad de semen.
No conforme con eso, se me ocurrió que al haber llegado recién bañada, sus papás no notarían la diferencia si la bañaba yo mismo. Me la llevé a la regadera y comencé una danza de lujuria entre mis manos y su cuerpo enjabonado. La masturbé. La escuché gemir todavía más. La besé cuanto quise. Y finalmente, la hinqué para que recibiera en su boquita una venida más.
Terminamos la locura. Nos secamos. Le puse su pijama. Yo me puse la mía y asegurándonos que no hubiéramos dejado evidencias nos acostamos abrazados frente a la televisión de la sala. Itzel pronto se durmió. Yo me sentía en otra dimensión.
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