La ciudad
La ciudad nunca duerme. Sus callejones oscuros, los edificios altos, y las luces que parpadean en la distancia son testigos de vidas que se mueven al borde del caos. Aquí, los jóvenes crecen rápido, moldeados por la desesperanza, el deseo, y la violencia que corre como veneno en las venas de la urbe.
En las profundidades del barrio, donde los colores de las pandillas marcan territorio en las paredes, un grupo de adolescentes ha perdido la paciencia con la monotonía de su vida sin futuro. Son jóvenes que ya no se sienten niños, pero tampoco adultos. Jonás, el líder improvisado, apenas ha cumplido los diecisiete, pero la intensidad en sus ojos lo hace parecer mayor. A su alrededor, otros cuatro lo siguen sin dudar, cada uno arrastrando su propia historia de dolor.
Esa noche, entre risas ahogadas y miradas furtivas, planearon una nueva jugada. Nada serio, pensaron. Solo una incursión rápida para hacer ruido en la guerra de pandillas que se había intensificado en las últimas semanas. Pero el destino les tenía preparada otra cosa. Cuando llegaron al lugar del encuentro, algo había salido mal. El eco de disparos se colaba por las esquinas y un robo que no estaba en sus planes los atrajo como moscas a la miel.
La escena era confusa. El polvo se mezclaba con el olor acre de la pólvora y la sangre. En medio del caos, se encontraron con el botín que alguien había dejado atrás en su huida: maletas llenas de dinero y drogas. Sus miradas se cruzaron, y sin mediar palabra, supieron que habían encontrado algo que podría cambiarles la vida para siempre. No dudaron. Se sirvieron del botín como si fuese la única oportunidad que tendrían para escapar de esa rutina desesperada.
Los billetes sucios pasaron de mano en mano, mientras las drogas, aún más tentadoras, parecían prometerles una salida hacia algo más grande, más peligroso, y más excitante. Aquella noche sería un punto de no retorno, una chispa que iniciaría una guerra entre pandillas, una investigación de narcóticos que llamaría la atención de la policía, y una historia de lujuria y poder que se desarrollaría entre los callejones de la ciudad.
Después de robar el botín ajeno, se refugiaron en una bodega abandonada, lejos del ruido de la ciudad. Decidieron que esa noche sería distinta. Prepararon una fiesta improvisada con lo que tenían a mano: música, alcohol y el dinero que ahora les quemaba en los bolsillos. Por primera vez, se sentían invencibles. Eran grandes amigos en este mundo delictivo, siempre compartiendo pequeñas victorias, pero nunca un botín tan grande.
Las risas llenaban el lugar, y la adrenalina de su golpe los mantenía en un estado eufórico. Entre todos, Jonás se mantenía en silencio, su mirada fija en el grupo. Había algo diferente en el aire, una sensación que lo envolvía lentamente. Entonces, sus ojos se detuvieron en ella: Valeria, una de las pocas mujeres del grupo, quien se movía despreocupada al ritmo de la música.
Nunca la había visto de esa forma, pero esa noche algo cambió. La luz tenue y el alcohol diluyeron las barreras que los años de amistad habían construido. Valeria reía, ajena al escrutinio de Jonás, pero él la observaba con un interés nuevo, desconocido. Era como si todo lo que había pasado entre ellos antes quedara atrás, y ahora solo existía el presente: el
Valeria lo recibió con una sonrisa suave, como si hubiera estado esperando ese momento toda la noche. Sus ojos se encontraron, y en ese instante no hubo necesidad de palabras. La tensión que había estado creciendo entre ambos, oculta hasta ahora bajo la superficie de su amistad, finalmente se desató. Jonás se acercó más, su mano rozando la de ella, una caricia ligera que envió un escalofrío por el cuerpo de Valeria.
El deseo entre ambos, latente durante tanto tiempo, finalmente se materializó. Se besaron con urgencia, como si el tiempo se les fuera de las manos. Cada toque, cada caricia era una explosión de emociones contenidas, alimentadas por el peligro y la adrenalina de la noche. Valeria lo recibía con gusto, y Jonás, en ese instante, olvidó todo lo demás: la guerra de pandillas, el botín, incluso los lazos que los unían a los otros. Solo quedaban ellos dos, perdidos en la intensidad del momento.
Ya había pasado una hora desde el inicio de la fiesta, y el ambiente estaba cargado de euforia. El plan había salido a la perfección, el botín era suyo, y la sensación de invulnerabilidad flotaba en el aire. Valeria se acercó a Jonás, con una sonrisa coqueta, y le dijo:
—Voy al baño un momento.
Jonás asintió y la observó mientras se dirigía al baño, su figura desapareciendo tras la puerta. Valeria se apoyó en el lavabo por un segundo, mirando su reflejo en el espejo, tratando de calmar el hormigueo que le recorría el cuerpo desde que Jonás la había mirado de una manera diferente. Ese interés nuevo y cargado de intensidad la atraía, y más aún, le encantaba que él fuera el líder de la banda. Su estatus de jefe lo hacía aún más irresistible para ella.
Estaba orinando cuando escuchó la puerta abrirse de nuevo. Jonás entró sin decir una palabra, con una naturalidad que la sorprendió, como si fuera lo más normal del mundo. Se paró en el orinal junto a ella, sacó su miembro, y comenzó a orinar. Valeria lo miraba disimuladamente desde el rabillo del ojo, el corazón latiéndole más rápido. El simple acto de verlo ahí, tan cerca y despreocupado, la llenaba de una excitación inesperada.
Ella se limpió lentamente, alargándose en su acción mientras sus pensamientos se volvían más atrevidos. «Está jugando conmigo», pensaba, sintiendo cómo su pulso se aceleraba. Jonás no la miraba, pero su presencia lo decía todo. «Él sabe lo que está haciendo. Quiere que lo vea, quiere que me acerque…». El poder que emanaba de él, su liderazgo en la banda, la envolvía y le resultaba imposible no sentirse atraída.
Valeria, con el deseo creciendo dentro de ella, se levantó y se acercó a él, sus ojos fijos en su perfil. La música de la fiesta retumbaba detrás de la puerta, pero en ese baño, el tiempo parecía haberse detenido.
—Jonás… —susurró, apenas un murmullo, mientras su mano rozaba suavemente su brazo—. ¿Es esto lo que quieres?
Jonás, aún sin voltear a verla directamente, sonrió con una mezcla de arrogancia y satisfacción, dejando que la tensión entre ambos se condensara en el aire. Valeria estaba fascinada, cautivada por el magnetismo que él proyectaba. «Es el jefe», pensó, «y me encanta que me quiera solo para él».
Jonás se dio media vuelta mientras guardaba su miembro con una calma calculada. La intensidad en sus ojos hizo que Valeria sintiera una corriente recorrer su cuerpo. Él la miró fijamente, esa sonrisa arrogante en sus labios, y dejó que el silencio llenara el espacio por un instante, antes de soltar las palabras que sabía la harían temblar.
—Cuidado —dijo, con un tono bajo y firme—. Conmigo no habrá retorno.
Valeria lo observó sin apartar la mirada, hipnotizada por la mezcla de advertencia y desafío en su voz. Pero antes de que pudiera responder, Jonás soltó una carcajada, una risa profunda y despreocupada que resonó en las paredes del pequeño baño. Era como si todo esto, el juego de seducción, el poder, y el peligro, le resultara divertido. Sabía el efecto que tenía en ella, y le encantaba.
Sin decir más, ambos salieron juntos del baño, la tensión aún palpable entre ellos. Afuera, la fiesta seguía en pleno apogeo, pero para Valeria, el resto del mundo se desvanecía. Todo lo que importaba ahora era Jonás, y el camino sin retorno que acababa de abrir frente a ella.
Mientras caminaban juntos, Valeria no podía dejar de pensar en lo que acababa de suceder. Su corazón latía con fuerza, pero su mente iba aún más rápido. «Jonás…», pensaba, mirando de reojo al líder de la banda, que caminaba con esa seguridad que la atraía tanto. Lo veía como algo más que un simple amigo o compañero de fechorías. En él veía una oportunidad, un atajo hacia el poder y el control en un mundo donde sobrevivir era cuestión de fuerza y astucia.
Por su parte, Jonás caminaba junto a Valeria sin darle demasiadas vueltas al asunto. La noche había sido un éxito, y ahora, con el botín asegurado y la adrenalina aún corriendo por sus venas, lo único que quería era disfrutar. No pensaba en el futuro ni en lo que esa interacción podría significar más allá de ese momento. Para él, Valeria era una distracción agradable, una compañía para compartir los excesos y las emociones de la noche.
Jonás sintió el cálido aliento de Valeria en su oído cuando, de repente, le susurró con un tono que combinaba sumisión y súplica:
—¿Te gustaría una mamada?
La pregunta lo tomó por sorpresa, pero no lo mostró. En lugar de responder de inmediato, se detuvo y giró lentamente hacia ella, mirando sus ojos, esa mezcla de deseo y sumisión que lo provocaba. Valeria se mordía el labio, esperando su respuesta, completamente dispuesta a complacerlo.
Jonás sonrió de lado, disfrutando del poder que sentía en ese momento. La situación le resultaba excitante, pero no tenía prisa. A él le gustaba jugar, mantener el control.
—Tienes que ganártelo, Valeria —respondió con voz grave, acercándose lo suficiente para que sus palabras se sintieran casi como una caricia en su piel—. No te lo voy a poner tan fácil.
Luego, con la misma despreocupación con la que había estado manejando la noche, volvió
Se sentaron en el amplio sofá que dominaba la vista de la fiesta. Desde ahí, Jonás podía observar todo lo que ocurría: los amigos, el caos, el éxito. Pero en ese momento, su atención estaba puesta en Valeria, quien se acomodaba junto a él, casi pegada, ansiosa por su aprobación.
Jonás, sin apartar la mirada del resto de la escena, tomó con calma la cabeza de Valeria, guiándola lentamente hacia su regazo. Ella, sin dudarlo, obedeció, recostándose sobre su miembro, sintiendo la creciente presión a través de la tela. Él acariciaba su rostro y su pelo con delicadeza, en un gesto que contrastaba con el deseo evidente que estaba latente entre ambos. Sin embargo, no la miraba, como si lo que ocurría fuese algo natural, casi mecánico, una distracción más en la larga noche de éxito y poder.
Valeria cerró los ojos, disfrutando el toque de sus manos, sabiendo que estaba siendo aceptada, aunque Jonás no le diera más que un leve contacto. Para ella, eso bastaba, porque estar cerca de él, así, era suficiente por ahora.
Jonás soltó un suspiro pesado, como si la conversación lo cansara, pero en el fondo sabía lo que Valeria buscaba. Con un leve movimiento, deslizó su mano por su cuello y bajó hasta su espalda, sintiendo cómo ella se estremecía bajo su toque. Valeria lo miraba con esa mezcla de admiración y sumisión que tanto le gustaba, mientras su mano exploraba con lentitud.
—Ven acá —le susurró, finalmente mirándola de reojo, con esa mirada que decía más que cualquier palabra.
Valeria, sin dudarlo, acomodó su rostro para que su boca arropara el pene de Jonás por encima del pantalón. Jonás deslizó sus manos hacia sus senos, apretándolos con firmeza mientras Valeria dejaba escapar un leve gemido de satisfacción. Sentía el control absoluto sobre ella, y eso lo excitaba más que cualquier cosa.
—Eres mi mujer ahora, ¿no? —susurró Jonás al oído de Valeria, deslizando una mano por su cintura hasta llegar a su cola, apretándola con posesividad.
Valeria asintió, su respiración entrecortada. Sentía cómo el miembro de Jonás se endurecía bajo su rostro, y eso solo la hacía desearlo más. Él la tenía completamente bajo su control, y ambos lo sabían.
El ambiente a su alrededor, con la fiesta y el caos de fondo, se desvanecía para ellos dos. Valeria estaba lista, entregada, mientras Jonás tomaba su tiempo, disfrutando de la tensión entre ambos.
—Esto es solo el principio —murmuró él, tomándola del cabello y obligándola a alzar su cara mientras que con su otra mano liberaba su miembro, dejando claro que lo que venía sería mucho más intenso.
Continuará…
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