La esclava
Los domingos solía acudir temprano al mercado de esclavas. Allí te encontré a ti..
Los domingos solía acudir temprano al mercado de esclavas porque me gustaba ver el producto recién expuesto, aquellas chicas asustadas que eran exhibidas en los puestos cubiertas únicamente con una túnica blanca, temerosas de caer en manos poco apropiadas. Nosotros no teníamos dinero para comprar ninguna, eran demasiado caras, pero mi gran ilusión era desde siempre tener mi propia esclava. Desde niño soñaba con eso.
Fue en uno de aquellos puestos donde te vi. Eras la más hermosa, la más bella, y tu cabello rubio y esos enormes ojos azules resaltaban como si fueran oro sobre todas las demás. No pude evitar acercarme para mirarte más de cerca: “es la esclava más bella que he visto nunca”, pensé. Seguro que hasta Espe, mi pareja, la aceptaría si la compraba.
El vendedor, al comprobar mi interés, tiró de la cadena que sujetaba tu collar y te aproximó a mí. “¿Le gusta?”, me preguntó, “hacía tiempo que no teníamos un producto de tanta calidad”. Tú no podías mirarme a los ojos porque como esclava lo tenías prohibido, pero por un instante tuve la sensación de que por el rabillo del ojo me observabas. “¿Cuánto cuesta?”, pregunté. El vendedor me dijo una cifra inasumible para mí. Espe y yo vivíamos con lo justo, comprar una esclava a ese precio supondría un gasto enorme. “Le aseguro que lo vale”, dijo el vendedor, y acto seguido levantó la túnica que te cubría para enseñarme tu cuerpo desnudo, para permitirme contemplar tu coño y tus tetas, las formas delineadas de tu torso, tus brazos y tus muslos.
Eras mil veces más hermosa que cualquiera de las otras esclavas. “Podría llevársela a Espe como regalo”, pensé. “Pero cuando sepa lo que cuesta… Siempre ha pensado que las esclavas son solo para parejas ricas. ¿Qué hay de malo en darnos un gusto de vez en cuando?”.
En ese momento, al ver tu cuerpo al natural, desprovisto de ropajes infames, una mujer se acercó hasta el puesto y se interesó por ti. “Estoy buscando un regalo para mi marido”, dijo, “y esta esclava creo que le gustará”. Ella, que sin duda era más decidida que yo, dejó caer al suelo la túnica que te cubría y te observó con detenimiento. Verte otra vez desnuda hizo que la polla se me pusiera superdura. Nunca había visto una mujer tan hermosa como tú. Ni yo ni mi polla.
La nueva interesada se puso a tocarte para comprobar la firmeza de tus órganos. Su mano iba y venía por tu cuerpo sin el menor cuidado, sobándote como si fueras un simple producto de mercado: te palpaba las tetas, el culo, hurgaba en tu boca, te apretaba los pezones, y hasta en determinado momento llevó un dedo a tu coño y lo frotó. “Está húmeda”, dijo, sorprendida, mientas se chupaba el dedo impregnado de tus secreciones, “además de esclava es bastante puta. Está chorreando y mira qué duros se le han puesto los pezones. A mi marido le encantaría. ¿Cuánto pides por ella?”. El vendedor repitió el precio que me había dado a mí y añadió: “Esta chica vale más de lo que cuesta”. La posible compradora asintió: “Le encantará a mi marido”.
De nuevo creí notar que por el rabillo del ojo me mirabas como en un gesto de súplica. La polla me presionaba con insistencia por debajo de los pantalones. Si esa mujer te compraba, te perdería para siempre. De modo que actué sin pensarlo.
“Le pago el doble por ella”, me sorprendí diciendo a mí mismo. La mujer me miró sorprendida y en cierto modo ofendida. “¿El doble?”, trató de confirmar el vendedor. “Sí”, ratifiqué. “Te doy el doble de lo que pides por esta esclava”.
Cuando llegué a casa contigo, todavía temía la reacción de Espe. “La esclava lo vale”, me dije, “pero pagar tanto dinero… Espe tiene mal genio. No sé cómo se lo tomará”. Te hice pasar al salón y llamé a mi pareja. “Mira”, le dije, “la acabo de comprar en el mercado”. Esperaba una reacción más violenta por su parte, un enfado mucho mayor, pero lo que dijo me calmó bastante: “Es muy bella. Realmente bella”. No me cabía duda: a Espe le habías gustado tanto como a mí.
Acto seguido te despojé de la túnica para que te viera mejor. Otra vez, inevitablemente, mi polla alcanzó un considerable grado de erección. “¿Te gusta?”, le dije. “Si quieres, puedes probarla antes que yo. De hecho me encantaría ver cómo te la follas”. Tú, como buena esclava, tenías la mirada perdida en el infinito. Sabías que no te estaba permitido mirarnos a los ojos, ya que éramos tus amos, aunque ni a Espe ni mí nos gustaban esas normas y nos negábamos a seguirlas.
Espe dio una vuelta despacio alrededor de ti y después, lentamente, fue palpando cada una de tus partes, de tus protuberancias y tus oquedades. Yo te notaba mitad nerviosa mitad excitada. “Creo que Espe le gusta a nuestra esclava”, pensé. “Creo que ambas se gustan”. De repente te metió un dedo en el coño sin que lo esperases, y eso hizo que te movieras un poco. A continuación, introdujo un dedo de la otra mano por tu ano. “Es virgen de atrás”, dijo convencida. “Me encantará ver cuando le follas el culo”.
Yo estaba ya excitadísimo. Me encantaba ver cómo Espe te magreaba, como profanaba tus orificios, como te mordía los pezones hasta arrancar de ti un gesto de dolor tenue, suave, apenas perceptible. “Me gusta esta esclava”, dijo, “me está poniendo el coño mojado”.
A continuación Espe se desnudó y se tumbó sobre la alfombra con las piernas abiertas. “Esclava”, dijo, “quiero ver cómo me comes el coño. Cómemelo hasta hacerme gritar de placer”. Tu te arrodillaste ante su vulva y te aplicaste a ella con una entrega absoluta. Lo debiste de hacer muy bien, porque Espe empezó a gemir a los pocos segundos, dominada por un placer enorme que en poco tiempo la llevó a disfrutar de sus primeros orgasmos. A mí me costaba hacer que se corriera, pero tú la habías llevado al clímax en un momento.
Yo estaba tan excitado que tuve que liberar mi polla de la prisión de la ropa y empecé a machacármela allí delante, viéndoos a las dos. Me puse detrás de ti para mirarte el agujero del culo. Espe había dicho que nunca te lo habían follado aún y yo sabía que ella era una experta en ese tema. Mientras tú le comías el coño, aproximé mi polla a tu ano y empecé a empujar con fuerza. Te debió de doler mucho, porque emitiste un pequeño gemido y dejaste de chuparle el coño a mi novia.
“No pares, esclava”, dijo Espe, “¿o acaso te he dicho que dejes de comerme el coño?”. El placer que sentía penetrando tu agujero virgen era inmenso. A mi polla le costaba trabajo abrirse paso, la sentía bien apretada por el esfínter, que tardaba en ceder, pero por eso mismo el placer era mayor. Enorme.
Finalmente conseguí que la polla entrara entera y empecé con fuerza el movimiento de meterla y sacarla, con rapidez y energía. Entonces Espe se levantó y se acercó a mí. “Eres un cabrón”, me dijo, “no has podido esperar para que yo pudiera ver cómo le follas el culo, pero me encanta como se lo haces”. Yo estaba tan excitado que me sentía a punto de correrme. Se lo dije a Espe y entonces ella me hizo parar. Se tumbó boca arriba de nuevo, se sujetó las rodillas con las manos y me dijo: “fóllame al culo a mí también. Me has hecho pasar envidia”.
Me encantaba follarle el culo a Espe, así que hice lo que me pidió. Entre tanto, Espe te llamó a ti y te dijo: “Ven, esclava, pon tu coño sobre mi boca y déjame que me sacie de ti”. Y así, con mi polla horadando su culo y su lengua hurgando en tu coño, cuyas secreciones se bebía como si fuera néctar, te corriste varias veces seguidas, intentando disimular tus orgasmos porque, como bien sabías, una esclava no está autorizada a correrse sin el permiso de sus amos. Pero tú aún no sabías que Espe y yo no éramos de esa clase de amos.
“Espera”, me dijo Espe, “no te corras todavía. Es justo que alimentemos a la esclava con tu semen”. Tú te arrodillaste y yo, a punto de explotar, empecé a follarte la boca con auténtica pasión, llevándola hasta los márgenes más profundos de tu garganta, apretando tu cabeza contra mis huevos para sentir mi polla completamente dentro de tu cavidad. Espe no me dejaba hacerle eso, de modo que me resarcí en ti.
Finalmente, sin poder aguantarme más, eyaculé. Fue un espasmo brutal, una corrida desmesurada. Aventé más leche que nunca. Tú, como buena esclava, no dejaste que se perdiera ni una sola gota de esperma. Te lo tragaste todo. Fue inolvidable. Fue, tal vez, el mejor polvo de mi vida, al que sin embargo seguirían otros incluso mejores. Ya no había duda alguna: eras la mejor esclava que podíamos haber adquirido.
Muy bueno, interesante todo el desarrollo, lo vas a continuar?
Muchas gracias. No lo séaún. Lo escribí pensando en una chica, el relato es un regalo que queria hacele. Tal vez escriba más, no lo sé.
Me encanto!!
Menos lo de la mujer, me gustó