La fiestita de cumpleaños de Nina… con 5 nenes de la villa
El Jefe decide armarle una fiestita… negra a la nena en su cumpleaños número 13. Triple vaginal, bastante violencia y sexo adolescente al final.
El 9 de junio, Nina cumplía años. El Jefe quería armarle una fiestita con pibes de su edad; pendejitos paqueros, para más datos. Con un mes de antelación, me pidió que consiguiera cinco pendejos de las villas del Gran Buenos Aires con los siguientes requisitos: entre 10 y 13 años, lo más feos posibles, adictos al paco, que jamás hubieran leído ni un diario, muy sádicos y, si se podía, pijudos; uno o dos de 10 u 11 que nunca la hubieran puesto, y uno o dos de 12 o 13 que ya la hubieran puesto, con al menos uno que fuera muy degenerado y los avivara a los demás.
El jueves 9 de junio, la desperté a las 9.20 bajándole la charola con un grabadorcito de periodista que iba reproduciendo saturadamente el saludo de su amo ‘Que los cumplas, pu ti ta, que los cumplas fe liiiz’, junto a dos porciones de torta borracha de durazno y un tazón de chocolate caliente para el frío; media dosis de Gotexc. Cuando sacó la comida, subí la charola y se la bajé enseguida con una bolsa llena de ropita y las siguientes instrucciones: «Feliz cumple, diosita! El Jefe te manda estos regalos para que te los pongas esta tarde, va a pasar a saludarte y a darte una sorpresita’. La nena sacó la ínfima ropa de la bolsa y no lo pudo creer: con el frío que hacía, le ordenaba ponerse un topcito ombliguero blanco con bordes celestes y, en rosa, lo más grande que toleraba el escueto pechito (con un hueco entre las tetas), el letrero ‘Soy Puta’; en la parte trasera, en letras un poco más chicas, ‘Cójanme entre todos’; completaban el atuendo unos shorcitos blancos anatómicos y finísimos que dejaban escapar los cachetes del culazo cada día más grande, blanco, redondo y parado y dejaban poco a la imaginación respecto del resto; sin ropa interior y con unos zuecos de tacos altos para que luciera los piecitos y parara más la cola. Cuando se vistió, la conchita se le imprimía en el shorcito como un molde; a los dos pasos que caminó, el culazo se había comido gran parte del trapo, pero, estremecida, se envolvió en el edredón y fue a desayunar.
Le bajé el almuerzo tarde (cazuela de mariscos), a las 13.10 (media dosis de Gotexc). Como casualmente, sin agua, que encontró recién en la charola cuando fue a devolver la vajilla (un vaso, dosis y media).
Como no quería que los villeritos lo asociaran de ningún modo con la nena, el Jefe pasó a saludar tipo 16.30, justo cuando el Gotexc comenzaba a causar pleno efecto, y estuvo un par de horas dándole charla a la nena sentada en su falda mientras la manoseaba toda. La nena, desconcertada porque el viejo verde no empezaba a cogerla y complacida porque después de un buen rato todavía no había empezado a golpearla, pellizcarla, arrastrarla de los pelos de una punta a otra de la Habitación 1 o quemarla con faso, se dejaba hacer sin prestar atención a las degeneradas manos , a los dedos que le retorcían la conchita hasta casi el éxtasis y después subían para ser lamidos por la boca del Jefe y, a veces, por la de la nena.
Después de casi tres horas de este pajeo sólo interrumpido para tomar agua llena de Gotexc, le dijo ‘Bueno, putita mía, perdón que hoy no te puedar rendir el homenaje que se merece tu belleza, pero tengo que irme ya por cuestiones importantes’. Se despidió con un baboso y chuponeante beso que la nena sintió vagamente romántico y (sospecho por sus ojos cerrados) exquisitamente depravado, y la dejó solita e incogida en la pieza verde.
La nena estaba como loca, y ni bien se cerró la puerta se tiró en el colchón de patitas abiertas a pajearse. A los cinco minutos, cuando estaba en lo mejor del pajazo, empezando a bajarse los shorcitos, la puerta verde de hierro se empezó a abrir con estrépito y entró ruidosamente una panda de pendejos mal entrazados, con remeras de la Selección (dos), San Lorenzo, Boca y River, pantalones adidas largos y zapatillas Nike. Cerré la puerta y corrí a la Habitación 2 a sentarme al lado del Jefe, que ya se manoseaba la verga mirando la prometedora escena.
En la esquina derecha del fondo, mirando desde la puerta, la nena más linda que esos cinco forajidos hubieran visto jamás, contemplando horrorizada el grupo, tirada boca arriba sobre la colchoneta y con las piernitas un poco abiertas todavía (el shorcito todo torcido, subido a las apuradas); del otro, los cinco nenes de peor aspecto que la nena hubiera visto en su vida, que si los hubiera cruzado por la calle hubiera temblado y pasado lo más lejos posible.
El cabecilla, con camiseta argentina número 10, dio un paso adelante y dijo ‘Uy, mirá qué lindo bomboncito nos regalaron’. Nina de inmediato abrió los ojos con horror, y se fue a parar contra la pared tapándose la remera. Para qué: los pendejos la arrinconaron y vieron el cartel de la remera, entre risas ‘Uy, mirá, es puta, chicos, aprovechemos’. Empezaron a meterle mano sin preámbulos. Nina daba alaridos y cada tanto gritaba ‘Socorro!’, provocando la carcajada de los pendejos.
El cabecilla, más atrevido y sádico que los demás, ya le había metido la mano en el shorcito y le estaba pajeando dolorosa y placenteramente la concha, mientras los otros cuatro se las arreglaban para manosearle las tetas, las piernas, las caderas y el culazo. Como la nena insistía fútilmente en quitarse los 5 pares de manos de encima, el cabecilla le dio una fortísima cachetada en la mejilla izquierda, y después, entusiasmado, le dio un uno dos con la mano cerrada en el estómago. La nena cayó doblada, y los pendejos la empezaron a mantearla a mano abierta por todas partes, pero sobre todo en las piernas y en el culazo, entre alaridos y llantos frenéticos de la nena cuando recuperó el habla.
Cuando se cansaron de fajarla en ese rincón, el cabecilla la levantó del pelo, los otros cuatro de sus extremidades, y así, casi exánime, la tiraron culo para arriba en el colchón. El cabecilla se sacó los pantalones y las zapatillas en un segundo y se sentó a refregar la verga sobre el culazo. Entonces recién, todos vieron el cartel que decía ‘Cójanme todos’. Lanzaron la carcajada al unísono.
‘Esta putita quiere que la cojamos todos, che, démosle el gusto. Le metí la mano dos segundos y está empapada’, proclamó. Todos se bajaron los pantalones mientras el cabecilla le bajaba los shorcitos a tirones hasta las rodillas. Luego, el cabecilla se quedó extasiado mirando ese increíble ojete (si nos conmovía a nosotros con casi 50 y casi 60 pirulos, imagínense a estos pendejos). Por un instante, los ruidosos pendejos hicieron un silencio asombrado, sagrado, circunspecto; luego, el cabecilla se arrojó a comerse ese ojete.
La nena ya no quería gritar ni defenderse para no ligar más golpes (tenía toda la piel roja de la manteada), así que se dejó comer el ojete. De hecho, como el efecto del Gotexc estaba empezando a enloquecerla, paró casi de inmediato la colita para facilitar la tarea; el cabecilla aprovechó para meter dos dedos de una en la conchita encharcada, mientras uno de los pibes ponía un CD de cumbia villera y volvía pajeándose.
Los demás reclamaron su porción de nena, así que el cabecilla, extasiado, la puso boca arriba y empezó a comerle la concha; de inmediato, los dos más chiquitos se tiraron de cabeza a chuparle las tetas, uno de los de 12 se arrojó a comerle el ojete y el otro de 12, que era el más grande físicamente (un metro ochenta y dos, según estimé) obligó a la nena abrir la boca y le hizo tragar de un saque una boa de (no exagero) 18 centímetros.
Ya para cuando la pija le entró en la boca, Nina había dejado de ser Nina y se había convertido en la putita de los muchachos. Supongo que contenta de que hubieran dejado de pegarle, empezó a gemir con la boca llena de verga.
Esta intensa chupada cuádruple amenizada por una cogida de boca duró tres minutos, cuando el cabecilla rompió la armonía acomodándose entre las piernitas de la nena y ensartándole de una su pijita de 13 centímetros después de alejar a todos. ‘Uy, qué abierta que está esta putita. ¿Desde qué edad te cogen, perra?’.
‘Desde hace seis meses’, contestó la congestionada nena.
‘Ah, pero te estuvieron sacudiendo lindo’, comentó el cabecilla mientras la cepillaba salvajemente. ‘Estás muy abierta por adelante, te voy a coger el culo’, le dijo dándola vuelta intempestivamente.
La empezó a cabalgar con fuerza y saña. La nena temblaba y su culo se estremecía; al ritmo de las sacudidas, ya la putita salpicaba flujo vaginal para todos lados. A los dos minutos, se puso boca arriba con la nena ensartada y, mientras le abría más las piernas, ordenó ‘Boa, cogele la concha’.
Ni lerdo ni perezoso, el niño de 12 años de edad y 1,82 metros de estatura (y 18 centímetros de verga) se arrojó sobre la nena de ojos desorbitados, le ensartó descuidadamente la conchita y casi se viene en seco. ‘Uy, qué rica que está esta pendeja’, justipreció el Boa.
Allí comenzó una triple danza de la vida en la que la nena a un tiempo gozaba salvajemente y se retorcía tratando de esquivar los dolorosos pijazos que le propinaban los pendejos (que no cogían bien como el Jefe, evidentemente), mientras empezaba enseguida, pese a todo, a orgasmear hasta el marasmo. Eso sí: no duró mucho más que una cumbia de los Wawancó, la triple danza; los pendejos acabaron enseguida (no al mismo tiempo) entre gritos (en cualquier caso, mientras el orgasmo de la nena estaba en su apogeo). En cualquier caso, fue un acierto el pajeo de tres horas del Jefe: los pendejos, como previmos, se le habían ido al humo y la idea era gozar viendo a la pendeja gozando contra su voluntad mientras la hacían pedazos, no ver simplemente cómo la hacían pedazos.
Los ‘grandes’ se separaron de ella y se tiraron boca arriba en la colchoneta, transpirados y jadeando con la boca abierta. De inmediato, el de diez años, un peladito de huesos diminutos al que le faltaban dos dientes, llegó desde la mollera de Nina y le metió por sorpresa la verguita de 9 centímetros en la boca. El nene empezó a gemir y a irse en seco enseguida, mientras el otro de 12 y el de 11 le limpiaban la conchita y el culito de leche con el topcito y el short, respetivamente, para cogérsela después ellos.
Les costó un rato, en primer lugar, ensartar sus verguitas en su víctima, y luego empezar a coordinar movimientos. La demora hizo que la nena empezase sola a tirar conchazos. Los ‘grandes’, al advertirlo, rieron ‘Mirá, mirá la putita, está re caliente, muchachos, la tenemos que ayudar a bajársela un poco’.
Los pendejos, angurrientos y temerosos de que los grandes, con la pija ya a medio parar de nuevo, los apartaran de la hembrita, empezaron a cogerla más rápido y en menos de un minuto ya la estaban llenando de leche.
Nina estaba cada vez más desesperada por su orgasmo, pero, sin solución de continuidad, los dos más grandes se abalanzaron sobre ella nuevamente. El Boa apareció ominosamente por arriba de la vista de la nena, y le introdujo la verga en la boca sin ceremonias. La nena se atragantó, haciéndolos reír. Mientras tanto, el cabecilla convocó al más chico ‘Conejo, vení, debutá’.
El Boa, atento a la solemnidad del momento, sacó su boa de la enorme boca infantil y dejó que el Conejo se montara sobre la nena. De inmediato, sin la menor veleidad de inocencia, le empezó a morder las tetas, tensándola y haciéndola gritar. Ello fue motivo suficiente para que el cabecilla y el Boa le metieran sus vergas al mismo tiempo en la boquita, mientras el Conejo empezaba a taladrarla enjundiosamente, aunque con una potencia masculina ínfima. Mientras tanto, el otro de 12 estaba armando unas rayas larguísimas con el de 11, y tomándose cada uno un par de ellas.
El más chiquito se fue en seco otra vez y se quedó deshojado encima de Nina, que se ahogaba desde hacía dos minutos con las vergas de los dos rientes grandulones. ‘Vamos a cogerle la concha entre los dos’, propuso el cabecilla, y enfilaron Nina abajo. La nena jadeó y escupió medio minuto y después reclamó: ‘Tengo sed’.
‘Tiene sed, chicos, denle lechonga entre los dos’, ordenó el cabecilla a los dos ya merqueados. El Conejo se estaba tomando sus dos rayas.
Los pendejos más grandes, que ya tenían varias violaciones de nenas encima, le ensartaron la conchita por partida doble a la nena con la boca llena de verga, que empezó a sacudir lo único que tenía libre: el torso. Enseguida el Conejo se sentó sobre la pancita y empezó a pellizcarle las tetas con la mayor violencia, entusiasmándose al sentir en su culito flaco los corcoveos de la quíntuplemente violada nena. A los menos de diez minutos, casi al unísono, dos lechazos le llenaron la conchita y otros dos la bocaza, los dos grandes mientras le mordían cada uno un taloncito, los otros dos atravesándole la garganta a la nena, que orgasmeaba completamente inmovilizada y pellizcada tenazmente por el nenito, que seguía a horcajadas sobre la pancita de la nena con el pitito completamente parado y pulsando.
Agotados, los cuatro más grandes sacaron sus vergas de la muy violable nena y se arrojaron de cualquier modo sobre la colchoneta. El chiquito, entrando a jugar cuando lo dejaban, puso a la nena exánime boca abajo y empezó a refregarse jovial contra el culazo; al final se agarró la verga y lo ensartó nomás. Le daba con todo y de cualquier manera, arrancándole grititos de dolor a Nina, lo que excitaba más al Conejo, que pensaba que la estaba haciendo gozar. Este tercero fue el orgasmo en seco más fuerte del Conejo, y el que más tardó en llegar de los tres.
Los otros cuatro pendejos (ya todos merqueados) tomaban agua llena de Gotexc y comentaban lo puta que era la nena y lo buena que estaba y cuánto había que cogérsela. ‘Se bancó dos vergas en la concha, metámosle tres’, propuso el cabecilla, y observó ‘Quién la tiene más grande de ustedes dos. Vos Gonza, vení, vamos a darle a esta putita’.
Acomodarse entre tres fue una empresa mucho más difícil que entre dos. Primero el Boa se tiró boca arriba, se puso a la nena arriba y la ensartó sin ningún problema. Después se tiró arriba de la nena el cabecilla, y la metió ya con dificultad. Finalmente, el Gonza se sentó detrás del cabecilla y tuvo que hacer mucha fuerza para completar el triunvirato. Después de cinco minutos exasperantes para la sumisa y excitada nena, empezaron a meterla. Al Gonza se le salía la verga a cada rato, y, exasperado, ensartó ese monumento al culo y empezó a gozar por las suyas mientras la nena ya estaba otra vez con la boca llena, porque los dos más chiquitos se las habían ingeniado para acomodarse entre el cuarteto fogosamente ayuntado y cogerle la boca al mismo tiempo.
Cuando sintió la tercera verga en el culo, Nina empezó a sacudirse convulsa, haciendo gozar más a los pendejos. Más que dolor u horror, ya eran movimientos de puta experimentada enseñándoles a coger a cinco pendejos, a ver si terminaban de cogerla bien. Los cinco pendejos fueron agarrando el ritmo y, ya menos precoces luego de las varias lecheadas iniciales, le estuvieron dando entre cinco por los tres agujeros unos buenos veinte minutos.
Ahora sí, Nina se estremecía a su pesar, y tuvo un par de orgasmos furibundos en ese lapso. El panorama era así: desde abajo, el Boa aferraba la breve cinturita entre sus manos gigantescas, con las cutículas de los dedos medios en el ombliguito ínfimo de la ninfa; desde arriba, el cabecilla le pellizcaba y le chupaba las dos tetas sin el menor cuidado; en tanto, el Gonza le levantaba las piernitas a la nenota y cada tanto azotaba, chuponeaba o mordía las pantorrillas. Y los pendejitos le metían la verga como podían en la boca.
Los dos más chiquitos acabaron antes, y advirtieron que en la charola había pizza caliente y cerveza helada. El tercero en deslecharse fue el Gonza, aferrando las caderas blancas mientras echaba la cabeza hacia atrás y gozaba desesperado. Entonces el cabecilla le propuso al Boa: ‘Hagámosle doble culo’.
La nena, recuperándose del segundo orgasmo de ese ratito, protestó ‘No, no, no, por favor, métanmela los dos pero no por el culo’. De inmediato el cabecilla se enderezó y, sin sacar la pija (mientras el Boa seguía dando pijazos, levantando a la nena y al cabecilla con una potencia fascinante para sus 12 años, mientras la mantenía agarrada de las muñecas), abofeteó a la nena al menos diez veces: cinco con cada mano. Nina lloraba a los gritos.
El Jefe vio eso y se indignó: ‘Dije que no le pegaran fuerte en la cara’. De inmediato tuve que ir a la habitación y sacar al cabecilla. Nina se puso peor cuando me vio, pero se tranquilizó un poco al ver que me llevaba al cabecilla, que era el que agitaba para golpearla. Yo me tuve que llevar de nuevo al cabecilla en la combi (para que no supieran en ningún momento dónde estaban), así que me perdí lo que sucedió en la siguiente hora.
Pero luego el Jefe me contó, y más tarde vi el material crudo del que edité un largo video. En cuanto saqué de la pieza al cabecilla, el Boa dio vuelta a la nena todavía con la conchita ensartada por sus 18 centímetros y la empezó a coger boca abajo. Enseguida se entusiasmó y ensartó su desmesurada boa en el tentador ojete de la nena. Al ratito nomás, se oyó a la putita murmurar ‘Me estás partiendo. Qué verga hermosa que tenés!’. Esto estimuló al Boa, que le empezó a dar más fuerte mientras le mordía la espaldita. Era fascinante ver al gigantón de 12 años, piel morena y pelos en las piernas como uno de 15 cabalgar briosamente a la potranquita preferida del Jefe, perdida con su cuerpito turgente entre las piernas y en la verga del infantil semental.
Los otros tres pendejos ya habían comido pizza, y empezaban a rondar a los dos precoces amantes que seguían ayuntándose, ajenos a todo.
En ese momento el Jefe me envió un mensaje diciendo que volviera a buscar a los otros pendejos, que se quedaba solamente con el Boa. ‘En este momento en una cámara de zócalo el Boa le está llenando el culo de leche y el ojete salpica espuma para todos lados’, me psicopateó.
Tuve dejar dormido y encerrado al Cabecilla en la combi, volver a entrar a la Habitación 1, sacar a los tres más chiquitos y dejar solos a mi tierna amada y a su gorilesco amante infantil. Los dejé comiendo pizza desnudos y mirándose (el Boa con la verga palpitándole de nuevo; Nina con esa cara de puta típica en ella cuando mira una buena verga).
Según las imágenes que visé después, el Jefe les bajó un Don Perignon bien frappé en un balde. Nina, experimentada, le dijo ‘Yo te ayudo a abrirla’, lo sentó en la silla de tijera y se sentó entre las piernas y refregándose contra la boa. Apoyó la gran botella entre sus muslitos y la envolvió en el short blanco con olor a conchita y todo lecheado. ‘Ahora vos destapalo’, le ordenó. El Boa, con la constrictor completamente parada, abrió la botella sin el menor esfuerzo. La nena se quedó mirando excitada las manos fuertes del Boa. ‘Me calienta que seas tan fuerte’, confesó la nena refregando el culazo en la boa. ‘A mí me vuelve loco que seas tan linda y tan puta’, contestó el Boa.
‘Gracias’, contestó la putita muy seria, y se inclinó sobre la mesita con la cara apoyada contra la pared, parando el culito y exhibiendo la conchita mientras miraba para atrás como las chicas de contratapa de Diario Popular. El Boa se paró e introdujo su ídem en la ínfima pero afanosa raja de la nena. ‘Aaahh, me partís’, exclamó Nina complacida. El Boa le agarró las caderas y la levantó a pijazos por los siguientes 15 minutos; ya podía aguantar cogiendo salvajemente sin acabar; ya era un macho.
La nena, se ve que era mandona antes de conocer al Jefe, se enderezó, se colgó del cuello del Boa 30 centímetros más arriba y luego empezó a besar el pecho infantil pero hercúleo y fue bajando hasta apoderarse de la boa.
Primero la manoteó, la masajeó, la levantó para oler complacida los grandes huevos infantiles y cubrió la bolsa de besitos. Se metió en la bocaza de nena cada huevo y lo lamió y hasta lo mordisqueó levemente. Después le pasó la lengua por el ano; el Boa gimió. Entonces los besuqueos de putita fueron subiendo por el tronco hasta llegar a la babosa y gigantesca verga de 12 años y 18 centímetros. Literalmente se puso bizca contemplando el glande moreno. Luego lo engulló con sus grandes labios color caramelo lamido mientras el Boa la miraba con los ojos entornados, en éxtasis. Sin dejar de mirarlo como una lolita de Pancho Dotto a la cámara ni de dar algunas arcadas, consiguió metérselo hasta los huevos en su cavidad bocal. Aguantó lo que pudo y luego se dio vuelta para escupir lejos (los pellizcones impiadosos y tortazos en la cabeza del Jefe habían sido educativos, al cabo). Después repitió la operación unos minutos más, hasta que se paró y le preguntó al Boa ‘¿Cómo me querés coger?’.
Sin pensarlo un segundo, el Boa dijo ‘Atada, amordazada con una venda en los ojos’. Nina se rio y le dijo ‘Ayudame a buscar algo en el guardarropas’. Mientras Nina buscaba, el Boa no podía evitar refregarle la boa por el ortito y morderle toda la espaldita. ‘Sos una muñequita, me encantás’, se extasió él.
‘Sos una bestia, me encantás’, susurró ella. De inmediato, el Boa la abrió de piernas, la apoyó contra las perchas y la pared y empezó a cogerla de parado. ‘Ay, sí, ay sí, qué rico!’, exclamaba ella entre trapos. Aguantó sin acabar y Nina empezó a estremecerse a los dos minutos en un lento pero aniquilador orgasmo de tres minutos. Al final se le aflojaron las piernas y el Boa la sostuvo, un poco con las manos pero más con la boa.
Esta secuencia de 15 minutos de descanso, 5 minutos de palabra y 15 minutos de cogida feroz se repitió más o menos hasta las dos de la mañana, que se durmieron exhaustos, tras bañarse entre besos sin quejarse por el agua helada de la ducha en pleno invierno al sur del río Salado.
El corolario triste, o no, de esta historia es que al viejo le gustó tanto la performance del Boa que lo secuestró para uno de sus cabarulos para señoras ricas. Previamente, tras sacarlo drogado de la pieza y con permiso del Jefe, me lo violé a placer por un par de horas antes de llevarlo en la combi a su triste destino; tenía un cuerpo increíble, de adulto, pero con rasgos infantiles pese al tamaño y al abundante vello.
En cuanto a Nina, permaneció varios días pensativa, sin dudas anhelando la boa del Boa, completamente olvidada ya de la quíntuple violación previa. Pero pronto los infortunios de su virtud pasarían a otro nivel, cuando el Jefe se tomase sus vacaciones de mitad de año en las Antillas y le presentase a su tardío regalo de cumpleaños y nuevo compañero de pieza: el dóberman Mandinga.
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