La Historia de Lina
[INTRODUCCIÓN (sin contenido explicito)].
Lina despertó esa mañana con una sensación de inquietud. El día de la selección había llegado y la tensión en su hogar era palpable. Sabía que cualquier persona podía ser elegida, y esa incertidumbre había mantenido a su familia en vilo durante semanas.
Desayunó en silencio, con su madre tratando de mantener una conversación ligera mientras su padre miraba preocupado por la ventana. El reloj parecía avanzar más rápido de lo habitual, y antes de que pudiera prepararse mentalmente, ya estaban saliendo de casa hacia la plaza central de su departamento, Caldas.
En la plaza, se encontraron con vecinos y amigos, todos con la misma expresión de ansiedad y miedo. Los representantes de Bogotá, vestidos con uniformes oficiales, estaban listos para comenzar la ceremonia. Lina trató de mantenerse cerca de su familia, buscando consuelo en su presencia.
La ceremonia de selección era un evento que todos temían y nadie quería ser parte. Los representantes de Bogotá, vestidos con uniformes oficiales, comenzaron a leer los nombres de los seleccionados.
— Lina Rodríguez — anunciaron, y el mundo de Lina se vino abajo.
Sus padres la abrazaron con fuerza, y sus amigos intentaron consolarla, pero la tristeza y el miedo eran abrumadores. No tuvo mucho tiempo para despedirse de su amor como le hubiera gustado; siempre estaba rodeada de adultos que la apresuraban a seguir el protocolo.
Una vez escogidos, Lina y su nuevo compañero, Daniel, recibieron ropa y uniformes idénticos. Debían ducharse y presentarse en dos horas para partir hacia el campamento de entrenamiento. Daniel era un hombre de 32 años, la edad máxima que podía tener un candidato, y le doblaba la edad a Lina.
Pasaron dos semanas de intensivo entrenamiento, con jornadas que comenzaban a las ocho de la mañana y terminaban a las seis de la tarde. No podían coincidir con los escogidos de otros departamentos, ya que estos también tenían prácticas de estrategia para vencerse entre ellos. Un sábado, Lina tenía descanso todo el día, y Daniel le dijo que debía estar a las 10 de la mañana en la escuela donde entrenaban.
—¿Quieres que hagamos algo distinto después? —le preguntó Daniel—. Quiero que nos conozcamos mejor, y no hemos tenido realmente la oportunidad. Pedí permiso para estar solos, sin que nadie nos vigilara.
Lina asintió, aunque sabía que siempre estaban siendo observados. Al día siguiente, estaba en la escuela esperando compartir nuevamente con Daniel a la salida. Sin embargo, al salir, se encontró con una persona de control de Bogotá en la puerta, lo cual la decepcionó un poco. Recordó que era su turno de pasar tiempo con esta persona durante las próximas dos semanas a solas.
Fueron días aburridos y Lina se distraía más de lo habitual. La psicóloga que la acompañaba habló con ella e hicieron actividades para entender mejor lo que estaba sucediendo. Un día, la psicóloga recibió una llamada y le indicó a Lina que debía acompañarla. Llegaron a donde un hombre llamado Dr. Ortega, quien trabajaría en su estado emocional. Como resultado, Lina comenzó a comprender mejor sus emociones y a manejar su ansiedad.
Finalmente, después de dos largas semanas, regresó al campamento de entrenamiento. Apenas llegó, vio a un grupo de cinco personas mayores. A dos de ellos les colgaban del cuello enormes cámaras de fotografía. ¿Para qué vinieron?, se preguntó, intrigada y un poco alarmada por la presencia de los desconocidos.
También fue la primera vez que vio a niños y niñas de entre 6 y 12 años. Le parecía increíble que fueran candidatos de otros departamentos y se cuestionaba sobre los sentimientos de los padres de esos niños. Los elegidos fueron distribuidos en pasarelas elevadas ante la vista de un reducido número de personas, quienes vestían ropajes que Lina nunca había visto. Hombres con trajes elegantes y mujeres con vestidos muy llamativos. El contraste con la sobriedad y funcionalidad de sus uniformes era impactante.
—Desfilen, por favor —anunció una voz desde los altavoces, pero no lo sintió como una instrucción; lo sintió como una orden. Miró a Daniel, quien le dio una sonrisa alentadora y asintió, instándola a hacer caso.
Con el corazón latiendo con fuerza, comenzó a desfilar, siguiendo a los demás. Sus pasos eran firmes, aunque sus manos temblaban ligeramente. La atención de las personas en la audiencia, especialmente los que portaban cámaras, era abrumadora. Cada paso era registrado, cada movimiento, cada expresión. Era un espectáculo cuidadosamente orquestado, y ellos eran los actores involuntarios.
Cuando fueron elegidos, les dieron una carta que decía: «Felicitaciones, has sido seleccionado para representar a tu departamento en los Juegos de la Supremacía. Esta es una oportunidad para demostrar tu valía y traer honor a tu región. Prepárate para desafíos que pondrán a prueba tu cuerpo y tu mente. Confía en tu entrenamiento y en tus instintos. Buena suerte.»
Después del desfile, fueron llevados a un salón junto a la pareja que los había elegido, un matrimonio de aspecto adinerado. El hombre, de cabello canoso y traje impecable, y la mujer, con un vestido rojo que contrastaba con su piel pálida, los miraron con una mezcla de interés y expectación.
—Bienvenidos —dijo el hombre con una voz grave—. Somos los patrocinadores de Caldas. Yo soy Javier, y esta es mi esposa, Valeria.
—Nos aseguraremos de que tengan todo lo que necesiten para los juegos —añadió Valeria, sonriendo—. Queremos que sepan que confiamos en ustedes y que esperamos grandes cosas.
Lina se sintió abrumada por la formalidad y la presión de sus palabras. Pero al mismo tiempo, sabía que contar con el apoyo de patrocinadores tan influyentes podría marcar la diferencia en su supervivencia.
—Gracias por su apoyo —dijo, intentando sonar más segura de lo que se sentía—. Haremos todo lo posible por ganar.
Javier y Valeria intercambiaron una mirada de aprobación antes de asentir.
—Estamos seguros de ello —dijo Javier—. Ahora, descansen. Mañana comenzarán los entrenamientos más intensivos.
Daniel y Lina fueron llevados a sus habitaciones, donde por primera vez en semanas, se permitieron relajar un poco. Aunque el camino por delante era incierto y peligroso, sabían que tenían a alguien de confianza a su lado y un equipo de apoyo detrás de ellos. Eso les daba un atisbo de esperanza en medio de la oscuridad que se avecinaba.
Terminado el curso de preparación, nuestros patrocinadores organizaron una salida. En aquel lugar, vimos a otros candidatos de diferentes regiones. La atmósfera estaba cargada de tensión y curiosidad. Nos llevaron a una piscina y nos indicaron que nos colocáramos unos bañadores. Sin embargo, no había un lugar para cambiarnos en privado. Sentía sus miradas sobre mí.
—Aquí es, para esto nos prepararon, Lina. Este es el inicio —dijo Daniel, su voz llena de determinación.
Con una mezcla de vergüenza y resolución, comenzamos a desnudarnos delante de todos. Sentí sus ojos clavados en mí, y aunque me esforzaba por mantener la compostura, no pude evitar fijarme en la intimidad de Daniel. Por algunos segundos, no pude dejar de mirarlo. Todos nos observaban, y lo que consiguieron fue avergonzarnos a los dos profundamente.
Observé a Valeria hablando con otra mujer mientras nos miraban. Aquella mujer sonreía con cada palabra de Valeria, como si disfrutaran del espectáculo que habían montado.
Después de colocarnos los bañadores, nos llevaron cerca de los hombres con cámaras fotográficas, quienes comenzaron a tomar fotos y videos de nosotros y de otros candidatos. Los adultos a nuestro alrededor tomaban café o alguna bebida alcohólica que no conocía. Pedí otro café, tratando de encontrar algo de normalidad en medio de tanto caos.
Mientras miraba absorta todo lo que pasaba a nuestro alrededor, noté una mano que se posaba en mi desnudo hombro. Casi al mismo tiempo, escuché la voz de Javier, uno de nuestros patrocinadores, que me decía con una voz ligeramente ronca:
—Lina, ¿ves a esos jóvenes con unos cuerpos preciosos y muy desarrollados? ¿Por qué ustedes dos no enseñan un poco más en lugar de avergonzarse y esconder sus preciosos cuerpos?
La insinuación en sus palabras me hizo sentir incómoda y vulnerable. Miré a Daniel, buscando algún tipo de apoyo. Él me devolvió la mirada, tratando de mantener la calma.
—Estamos aquí para entrenar y prepararnos para los juegos —respondí, tratando de mantener mi dignidad—. No para ser exhibidos como objetos.
Javier sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos.
—Claro, Lina. Pero no olvides que cada parte de este proceso es una prueba. Y cómo manejas la presión y la atención es parte de tu preparación.
Asentí, entendiendo que cualquier resistencia sería inútil. Tenía que jugar su juego, al menos por ahora. A pesar de la incomodidad, traté de concentrarme en la meta final: sobrevivir y regresar a casa.
Las sesiones fotográficas continuaron, cada flash de la cámara era un recordatorio de la vigilancia constante a la que estábamos sometidos. Traté de mantener la mente fría, usando las técnicas de manejo emocional que había aprendido con el Dr. Ortega. Miraba a los otros candidatos, sus expresiones variaban entre la resignación y la resistencia. Todos estábamos en la misma situación, atrapados en un sistema que nos utilizaba para su entretenimiento y beneficio.
Después de un rato, nos permitieron descansar. Daniel y yo nos sentamos juntos, tratando de encontrar algo de normalidad en medio de la exhibición. A pesar de todo, sentí una pequeña chispa de esperanza.
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