La Inocencia Quebrada
En «La Inocencia Quebrada», nos adentramos en el mundo secreto de Pia, una niña pequeña que encuentra placer en la sumisión a su amo, y nuevo padre Diego. A través de humillaciones, insultos, Pia descubre un lado oscuro de sí misma que la consume en un torbellino de deseo y perversión. ¿Cómo reacci.
CAPITULO 1:
EL GRAN ENCUENTRO
En un tranquilo vecindario una ciudad, vivía el apuesto Diego, un hombre mayor con una mirada penetrante y un aura de misterio a su alrededor. Un día, mientras caminaba por las calles, se topó con la hermosa Pía, una niña de 12 años con coletas y ojos avellana llenos de inocencia.
Pía, perdida en un callejón oscuro y desolado, se encontró con Diego, cuya presencia imponente la hizo temblar de emoción y miedo. «¿Necesitas ayuda, pequeña Pía?» preguntó Diego con una voz profunda y seductora. Pía, cautivada por su encanto, asintió tímidamente, sin saber a dónde la llevaría ese extraño encuentro.
Diego, con una sonrisa enigmática en los labios, le ofreció llevarla a un lugar seguro. Sin embargo, en lugar de dirigirse hacia la luz reconfortante de su hogar, Diego la condujo a un rincón apartado y sombrío en las afueras de la ciudad.
La pequeña Pía, intrigada y asustada a partes iguales, comenzó a sentir una extraña excitación recorrer su cuerpo cuando Diego, con manos hábiles y mirada ardiente, comenzó a explorarla de manera atrevida y prohibida. Sus caricias la hicieron estremecer y despertaron un deseo desconocido en lo más profundo de su ser.
Pia, la pequeña niña dulce y sumisa, ansiaba las humillaciones y los insultos de su nuevo amo Diego. A ella le encantaba sentir su mano fuerte apretando su delicada garganta, cortándole el aliento mientras le susurraba palabras crueles al oído.
Diego la llamaba nombres vulgares, la denigraba y la humillaba sin piedad, pero Pia lo recibía con una sonrisa de placer en sus labios. Le encantaba sentirse menos que nada, ser tratada como una insignificante muñeca de trapo en manos de su amo dominante.
Cuando Diego la ahogaba con fuerza, Pia se entregaba por completo a la sensación de asfixia, sus ojos brillando con lujuria y sumisión. Le pedía que la pisara, que la marcase como suya con cada huella de su zapato en su piel.
La satisfacción de Pia venía no solo del dolor y la degradación, sino también de la devoción absoluta que sentía por Diego. Él era su todo, su razón de ser, y ella estaba dispuesta a soportar cualquier tormento con tal de complacerlo.
Así, en medio de insultos, humillaciones, estrangulamientos y pisoteos, Pia encontraba el paraíso en la oscuridad de su propia sumisión. Y Diego, con su mirada dominante y su voz llena de autoridad, sabía que tenía a su disposición a una niña dispuesta a todo por él.
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