La pediatra, parte 1
Exquisita historia de una madre pediatra y femdom que usa su conocimiento médico para practicar BDSM extremo con su pequeño hijo. .
Una excelente historia que me tomé la molestia de traducir porque contiene muchas de mis fantasías (y seguramente tuyas también). Si te gusta, comenta y califica. Pronto subiré la segunda parte.
-Alicia? Tu próxima cita ya está lista.
-Gracias, Amanda-. Alicia se levantó de su silla de oficina de cuero liso y se abotonó su larga bata blanca de laboratorio. Al acercarse al espejo de tamaño completo que adornaba un lado de la habitación, no pudo resistirse a desabrocharlo nuevamente y lanzar una mirada crítica a su figura. A sus 35 años todavía era un espectáculo digno de ser visto. La lencería de encaje negro que llevaba debajo del abrigo acentuaba su piel pálida y hacía que sus pequeños y turgentes senos se destacaran muy bien.
Un movimiento en el espejo llamó su atención. Tomás se retorcía en la camilla detrás de ella, todavía exhausto por la última sesión. Su pequeño cuerpo subía y bajaba rápidamente con su respiración entrecortada. Ella se dio cuenta de cómo una de sus manos había bajado hasta su entrepierna vestida con lencería mientras se maravillaba ante lo que veía. Sonrió amablemente, hizo una pausa por un momento más y luego se acercó a la cama y acarició suavemente la parte baja de la espalda de su hijo. Ella no pudo evitar reírse cuando sintió que él se estremecía ante el toque. ¿Tenía tanto miedo de que ella volviera a la acción?
-Tomás-, susurró ella. -Mami tiene que trabajar. Lo siento, cariño, pero necesito la sala de examen para mi próximo paciente. Necesitamos ir a la habitación de al lado-.
La habitación contigua era una pequeña cámara donde guardaba su equipo y todas las cosas con las que no quería obstruir su oficina. También era la habitación donde Tomás solía esperar los días no escolares mientras ella tenía pacientes que atender.
Tomás se puso de pie tambaleándose. Tenía la misma piel pálida, el mismo cabello rubio liso que ella y un montón de pecas adornaban sus mejillas. Tenía una constitución muy infantil, incluso para sus 9 años, y su pequeña entrepierna todavía era tan suave como cuando era bebé. Sin quejarse, dejó que ella lo tomara de la mano y lo condujera a través de la puerta hasta el pequeño armario. La habitación era pequeña, pero ordenada, con estantes altos en tres paredes con filas ordenadas de todo lo que Alicia necesitaba para su trabajo: dilatadores anales, catéteres urinarios, agujas esterilizadas, todo muy bien empaquetado y ordenado por alfabeto y tamaño. El pequeño espacio no ocupado por los instrumentos de su oficio mostraba un dispositivo bastante sofisticado: un asiento de látex de color gris claro que llevaba un consolador motorizado, pero éste fue construido a pedido por una pequeña empresa (la misma de la que obtuvo muchas de sus herramientas especiales).
Dejando a Tomás momentáneamente en la puerta, Alicia se acercó al dispositivo y pasó una mano por el rígido pene de goma que sobresalía alegremente de él. Se arrodilló y le lanzó una mirada crítica.
-Esta es una talla ocho-, reflexionó en voz alta. «Mmm… ya que últimamente te fue bastante bien con la talla ocho, ¿por qué no probamos la nueve esta vez?
-Mami…- Tomás todavía respiraba con dificultad por su sesión anterior, pero no se quejó cuando su madre tomó una caja del estante al lado del dispositivo y escogió otro juguete sexual de látex firme. Era fácilmente del tamaño del pene erecto de un hombre robusto, aunque su forma más bien recordaba a una nave espacial de ciencia-ficción…. una nave sorprendentemente cachonda.
Con un movimiento rápido, quitó el viejo dildo del asiento mecánico y colocó el nuevo. Este no era de ninguna manera un consolador común y corriente. A lo largo de su eje tenía dos anillos de tiras de goma giratorias, cada una tachonada con una doble hilera de pequeñas púas, romas, por supuesto, para no causar ningún daño, pero lo suficientemente puntiagudas para dar una sensación duradera.
Con una sonrisa descarada para su hijo, Alicia dio unas palmaditas en el asiento.
-¿Bien? ¡Sube!
Tomás le dirigió una mirada angustiada, pero aun así se subió a la máquina sin quejarse. Dobló las piernas y dejó su suave y desnudo trasero a centímetros de la punta del juguete de goma. Entonces, miró a su madre con expresión interrogativa. Ella puso los ojos en blanco.
-Oh, ¿qué pasa ahora? ¡Oh!- Sus ojos se dirigieron hacia el dispensador en el estante junto a ella. En sus mejillas se formaron hoyuelos cuando sonrió. -¡Oh, tonto! ¿Lo olvidaste? Hoy es sábado. Ya conoces la regla: ¡no hay lubricante los sábados!
Los ojos de Tomás se agrandaron.
-Pero…- Su madre le acarició la barbilla.
-Sí, dejar de usar lubricante al probar una nueva talla por primera vez puede ser un poco difícil-. Lo consoló ella, en tono comprensivo. -¡Pero no importa! ¡Aquí vamos!- Luego puso sus manos sobre sus hombros y le dio un empujón decisivo.
Tomás soltó un pequeño grito agudo cuando la goma seca entró en su recto. El primer empujón sólo llevó el consolador hasta un poco por encima del segundo anillo de púas, por lo que su madre tuvo que empujar hacia abajo nuevamente, colocando todo su peso, hasta que finalmente el trasero de Tomás descansó sobre la suave silla de látex. Para entonces, la respiración entrecortada del pequeño se había vuelto ruidosa por el cansancio. Con indiferencia, Alicia agarró sus tobillos y los encadenó a las correas de cuero a ambos lados del asiento para que no pudiera levantarse con las piernas para quitar su peso del pene de plástico que hurgaba en su recto. Luego agarró dos grilletes más del estante y se los sujetó a sus muñecas. Estos eran sus favoritos: pequeños anillos de acero los conectaban a dos pinzas de cocodrilo.
-Para asegurarme de que sigues siendo un buen chico mientras mamá está fuera-, dijo ella, antes de agarrar uno de sus pequeños pezones con el pulgar y el índice y colocar firmemente la pinza del brazo opuesto sobre el sensible pezón. Haciendo caso omiso de los gemidos de Tomás, Alicia continuó con el otro pezón. Con los brazos cruzados delante de su pecho de esta manera y firmemente fijados a sus pezones, ahora no podía llevar sus manos a ningún otro lugar que no fueran sus axilas sin arrancar las pinzas de cocodrilo y lastimarse.
Alicia dio un paso atrás para inspeccionar su trabajo. La carita de Tomás estaba torcida por el esfuerzo mientras luchaba por mantener la compostura. Sintió una sonrisa llegar a su rostro. Habían recorrido un largo camino desde que Tomás tenía 4 años y comenzó su entrenamiento anal.
Podía ensimismarse todo el día observándolo, pero tenía trabajo que hacer y los pacientes ya estaban esperando en su sala de espera. Cogió un control remoto de su lugar en el estante y presionó un botón. Con un zumbido bajo, el enorme consolador comenzó a vibrar. Tomás se estremeció, su respiración forzada se detuvo por un momento, pero no emitió ningún sonido. Bien. Alicia presionó otro botón. Los dos anillos de goma con clavos en el eje del juguete comenzaron a girar, el superior en el sentido de las agujas del reloj y el inferior en el sentido contrario a las agujas del reloj. Tomás escupió el aliento contenido en una gran bocanada. Comenzó a retorcerse y estremecerse en su asiento, tratando desesperadamente de encontrar una posición en la que el roce del dildo contra las sensibles membranas de su recto fuera menos incómodo, pero le fue imposible. Una serie de gemidos medio ahogados escaparon de sus labios apretados.
-Vaya, vaya, estás un poco ruidoso hoy. ¿Realmente es tan grande el juguete?
Alicia dio un paso adelante y acarició el pecho de su hijo con una mano. O ya estaba sudado por el esfuerzo actual o era sudor acumulado a lo largo del día de hoy. Tendría que ducharlo más tarde.
-Desafortunadamente, no podemos permitir que hagas ruido-, comenzó Alicia. -Mami tiene que trabajar en el cuarto de al lado y no podemos dejar que se distraiga con tu escándalo.
Se agachó para abrir una pequeña nevera en el fondo del estante a su derecha. Sus dos cajones inferiores estaban repletos de bolsas de plástico con zip ordenadamente etiquetadas. Por lo general, Tomás estaba desnudo en la casa, pero su mamá le permitía calcetines y calzoncillos cuando hacía ejercicio. Cada mañana, él encontraba una pequeña nota con una lista de los ejercicios que ella quería que él hiciera ese día, junto con una lista de otras cosas que ella le ordenaba: masturbarse hasta el límite sin correrse, qué tipo de juguete usar en su ano mientras ella está en el trabajo, etc. Una vez que terminaba su entrenamiento, debía poner sus calcetines y calzoncillos sudorosos en una bolsa con cierre hermético y guardarlos en el refrigerador para usarlos más tarde antes de ducharse.
Ahora, Alicia rebuscó distraídamente las bolsas antes de elegir una de la semana pasada. Se la mostró a su hijo, que todavía luchaba por permanecer callado. La bolsa estaba empañada por la condensación. La ropa interior que contenía tenía un olor seco y amargo y seguía húmeda y fría, debido a los días que pasó en el refrigerador.
-¡Abre!- dijo alegremente mientras sacaba los calzones y calcetines de la bolsa y se los metía en la boca de su hijo. Él sabía que era mejor no luchar contra ella, pero sus ojos estaban llenos de lágrimas. La mujer selló la mordaza con cinta americana.
Alicia miró hacia abajo. La diminuta virilidad de Tomás se mantenía muy bien, forzada a tener una erección por la constante e insoportable estimulación de su culo. Ella sonrió, luego metió la mano en el bolsillo de su bata de laboratorio y sacó un condón. Con un suave movimiento lo colocó sobre el pene de su hijo. Ella le dio un breve beso en la frente.
-Mami tiene que trabajar ahora. Pero sólo me llevará una hora, tal vez una y media. Si puedes aguantar hasta que mamá regrese sin correrte, te daré una recompensa.
Dicho esto, se volvió hacia la puerta, dejando atrás a su hijo temblando y retorciéndose sobre el instrumento que zumbaba y que le taladraba el recto dolorido. Antes de cerrar la puerta detrás de ella, presionó un tercer botón en su control remoto. Todo el artilugio cobró vida con motores zumbando y comenzó a balancearse hacia arriba y hacia abajo como un caballo en un rápido galope. Tomás comenzó a gemir a través de su mordaza, pero eso no era nada que pudieran escuchar a través de la puerta.
Continúa contando más de ellos o de esa recompensa
Seguiré. Trabajo en la segunda parte.
Muy buena historia… ardo en deseos a ver como continua
Claro que sí. Dentro de poco, se viene la segunda parte. Estoy trabajando en ella.
Vaya personaje que has creado, morboso, repulsivo pero atrayente