La profesora de gimnasia
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Helena la contemplaba extasiada. Probablemente esa no era la forma más apropiada de mirar a una jovencita como aquella, pero no podía evitarlo; a decir verdad, tampoco deseaba evitarlo. La deseaba a ella. Su pelo liso y castaño caía sobre sus turgentes senos como una cascada de oro líquido sobre dos bellas lunas llenas que prometían noches de pasión. Su figura, maravillosamente tallada, no podía envidiar ni al más perfecto diseño de un arquitecto. Su risa era la flecha más certera de cupido, su boca un manjar que deseaba probar y sus pechos…¡oh, sus pechos! ¡Quién tuviera un cohete para viajar a la luna! Helena se estremeció. Necesitaba poseerla. Ya.
Lisa cada vez estaba más nerviosa. Helena la contemplaba con lascivia y, antes de poder reaccionar, esta deslizó una mano por debajo de su túnica. Estaba jugando con ella. Pero Lisa no quería nada de eso; solo quería regresar a casa. Lloraba, y por momentos sus lágrimas se confundían con las gotas que empañaban el cristal del sótano.
– ¿Por qué lloras, Lisa? Sabes que esto es lo que estabas deseando. – le susurró al oído, con la mano cada vez más cerca de su entrepierna – ¿Crees que no he visto cómo me mirabas con el más sucio deseo mientras daba clases de gimnasia? ¡Oh, por favor! Sé que esto es lo que quieres, no finjas ahora. No pretendas ser la chica tímida y reservada que no eres – Helena ahora le apretaba el pecho izquierdo con fuerza, con ímpetu, mientras la mirada con lascivia.
– No, por favor, Helena. No hagas esto. ¡Para! – el miedo que sentía se transformaba en pánico a una velocidad sorprendente y, de repente, Helena le introdujo tres dedos. Lisa gritó por la sorpresa y por el dolor; los dedos de Helena la perforaban por dentro.
– Vaya, vaya – dijo con un tono de burla en su voz, con una sonrisa malvada – ¡Pero si eres virgen! Cariño, esto está demasiado tenso. Debes relajarte, cielo. Si no, te va a doler mucho más de lo que debería. – Helena gimió de placer. Le extasiaba pensar que sería ella la que desvirgaría a la hermosa joven de transparentes ojos azules. Ella sería la primera en poseerla. Ya la había penetrado, y ahora quería profundizar más.
Lisa sentía como un intruso se introducía en su cuerpo y le robaba la intimidad de su ser. Se sentía ultrajada. Movió las piernas para intentar escapar de la penetración de Helena, pero solo consiguió que golpeara con más fuerza su himen. Aquello era terriblemente doloroso. Sus manos estaban atadas, por encima de su cabeza, a un poste. Y Helena se afanaba por empujarla contra él cada vez que sacaba y metía la mano.
– Allá vamos, cielo – Y lo hizo. Metió la mano con tal fuerza que rompió su himen. Lisa volvió a gritar de dolor mientras Helena reía, excitada. – Ya eres mía, cariño. ¿Te gusta, eh? Dime la verdad, mascotita. Te va el dolor, lo duro. Estás disfrutando. ¿Pues sabes qué? Lo vas a pasar muy bien esta noche. Porque te voy a follar tan duro que te voy a romper, a quebrar. Voy acabar contigo – sus palabras se mezclaban con gemidos de puro placer que se mezclaban con los duros sollozos de Lisa. Helena comenzó a reírse frenéticamente – Eso es, sigue llorando. Te vas a enterar.
Comenzó a mover frenéticamente su mano, a meterla y sacarla de la vagina de Lisa, una y otra vez, cada vez con más fuerza. Mientras, con la otra mano masajeaba los pechos de la joven, y con la boca mordisqueaba su cuello y su oreja. Quería marcarla.
Continuó un buen rato con la dura penetración, hasta que se cansó de penetrarla con la mano y fue a buscar un juguetito. Dos minutos más tarde, strap on en mano, desató a Lisa y la arrojó a la cama. La puso boca abajo y se sentó encima de ella. No se lo pensó dos veces: se puso el strap-on y comenzó a penetrarla con dureza por detrás. Lisa lloraba y gritaba; mientras que ella no podía parar de reír y gemir. Sentía como las embestidas que daba hacían llegar al strap-on cada vez más profundo. ¡Joder! La estaba penetrando tan duro, tan profundo. El cuerpo de la joven temblaba, y Helena comenzó a azotarla al tiempo que aumentaba la velocidad de las embestidas. La cama rugía como protesta a tanto movimiento. Y Lisa gritaba y gritaba. Helena no podía parar; tampoco quería.
La tortura se prolongó toda la noche, y en los días sucesivos también.
– ¿Qué vas a hacer con eso? ¡Oh, no! ¡Por favor, Helena, no! – Lisa comenzó a llorar. Helena portaba un bate en la mano.
– Cariño, cállate y abre las piernas – Sonrió con maldad. Para Lisa, todo se volvió negro.
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