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Dominación Mujeres, Voyeur / Exhibicionismo

La voz y el eco

No fue el frío de la noche lo que me estremeció, sino ella: una niña de once años. Me la presentaron sin mayor ceremonia, y sentí que algo se encendía..
La voz y el eco

 

No fue el frío de la noche lo que me estremeció, sino ella: una niña de once años. Me la presentaron sin mayor ceremonia, y sentí que algo se encendía.

 

Yo solía hablar demasiado, pero esa vez supe que debía callar. Ella me miró en silencio, como quien presiente que algo está a punto de suceder. No hizo falta decir nada: bastó con esa mirada.

 

Mientras se acercaba, noté un temblor leve entre nuestros cuerpos. En la habitación había otros dos hombres; solo observaban. Habían pagado por mirar. Yo, en cambio, había pagado por ella.

 

Su presencia rozaba mi piel y exigía ser sentida. Me incliné hacia ella. Supe que ese instante quedaría suspendido, que ya no habría vuelta atrás.

 

—¿Siempre miras así a las niñas? —me preguntó con una media sonrisa.

 

—Solo aquí —respondí.

 

Se rió.

 

—Pero no te ves como los demás.

 

—Seré como tenga que ser, pero eso depende de ti.

 

—Entonces dale.

 

—¿Cómo te llamas? —pregunté, más para distraerme que por interés.

 

—Nora.

 

Extendió la mano y rozó el borde de mi camiseta.

 

—¿Y tú? —preguntó.

 

—Adrián.

 

Asintió, sin perder esa calma que la envolvía.

 

Me quité toda mi ropa hasta quedar en boxer. Ella, que se veía muy decidida, comenzó a hacer lo mismo, llevaba un vestido azul oscuro y venía descalza. En un solo movimiento lo sacó por su cabeza. La observé con detenimiento mientras mi verga se endurecía. Su pecho era completamente plano, y sus pezones tenían el tono perfecto para contrastar el blanco tono de su piel. Eran perfectos.

 

Llevaba unas bragas blancas, grandes que cubrían toda su intimidad, en la parte superior estaban adornadas por un pequeñísimo adorno en forma de flor.

 

Dí unos pasos hacia atrás y me acosté. Nor ame siguió despacio pero con firmeza. No estaba nerviosa y si lo estaba no lo reflejaba en absoluto. Se acostó a mi lado. Coloqué una mano en su espalda, su piel era suave. La apreté contra mí y le dí un beso en los labios. Al principio se alejó, cuestión de un segundo, rápidamente volvió a mí y respondió a mis besos.

 

Era torpe pero al principio se lo permití, ella me daba picos cortos, únicamente juntaba sus labios con los míos y lo hacía con ansias, con la intención de complacer, pensando que así era como yo quería que lo hiciera. Pero la detuve.

 

Mi mano que había estado consintiendo su espalda llegó hasta su cabeza. La apreté para que no despegara sus labios de los míos y la fuí forzando a abrirlos. Cuando nuestras lenguas se juntaron ya no hubo vuelta atrás, sin soltar su cabeza le metí mi lengua tanto como pude, tanto que casi me le fui encima mientras la besaba con lujuria desmedida.

 

Cuando me despegué de ella, Nora se quedó completamente quieta boca arriba sobre la cama, respiraba agitadamente, y más cuando mi mano comenzó a bajar por su pecho, primero tocando suavemente sus pezones y luego apretandolos también con suavidad. Continué bajando mi mano y siguiéndola con la mirada, todo lo hacía muy lento, con la intención de disfrutar por cada centímetro de piel por el que había pagado. Nunca me dijeron que tenía límite de tiempo y por eso no me apuré. Su vagina era de una suavidad magnífica, palpe sus labios con lentitud, midiendo cada parte de su piel, mis dedos recorrían el medio sin penetrarla con ellos, no aún. La palma de mi mano arropó su vagina por completo y la apreté con fuerza, mis dedos llegaron hasta la suavidad de sus nalgas. La lujuria en mi ser comenzaba a apropiarse de mí.

 

Era la primera vez que estaba con una niña tan pequeña, era algo que me había costado mucho asimilar y que ahora estaba disfrutando. Me incorpore a sus pies para retirarle sus bragas, cuando se las saqué por sus piernas me acerque a besarla desde sus muslos, eran delgados pero su suavidad era lo que me volvía loco.

 

La besé hasta llegar a su vagina, allí le lamí cada pliege, mi lengua se internó en ella, su sabor y su olor era distinto a cualquiera que hubiese probado antes, no sabría como describirlo, solo se que no quería separarme de ella. Mis lamidas al principio fueron suaves y pausadas pero ya luego la besaba con rabia, pegaba mi rostro a ella y hasta mi nariz se metía en su tierna vagina.

 

A Nora parece que le habían dicho lo que tenía que hacer, porque comenzó a gemir alto, no era ingenuo, y además no fingía muy bien, pero aún así disfrutaba su intento por complacerme mientras yo seguía disfrutando de su sabor.

 

Ahora sería mi turno, con algo de torpeza me deshice de mis bóxer, mi verga estaba completamente erecta y yo tenía miedo de que bastará con tocarla para correrme sobre ella, no quería que pasara eso, quería disfrutarla al máximo. Ella miró mi verga y algo en su rostro me hizo pensar de que a pesar de que sabía lo que pasaría no creía que algo como esto pudiese entrar en ella.

 

Me subí sobre ella y atraje un par de almohadas de terciopelo rojo para colocarlas bajo su cabeza. Me subí hasta colocar mis rodillas a cada lado de su pecho, bajo sus axilas. Primero coloqué mis pesadas bolas sobre su mentón, la dimensión de mi verga sobre ella era magnífica, mi verga superaba en tamaño el largo de su cabeza. Comencé a moverme como si estuviera follando y mis bolas se aprisionaban contra su boca.

 

—Abre —le ordene con firmeza.

 

Nora abrió su boca y procedí a meterle mis bolas dentro, ayudandome con los dedos logré que ambas bolas descansaran al interior de su boca, la imagen era estupenda, su pequeña boca llena de mis testículos. Se los dejé alrededor de un minuto, cuando se los saqué tomó una bocanada de aire y respiro más agitada que antes.

 

Pero apenas estaba comenzando. Mi verga empalmada se pega a mi propio abdomen, por lo que la posición era difícil para hacer lo que pretendía, sin embargo, lo hice. Apenas coloque la punta de mi verga ella abrió su boca y permitió su entrada. Entre sintiendo la molestia de sus dientes, sin embargo el morbo de verla sometida sobrepasaba esa molestia. Uno o dos centímetros además del glande se quedaron en su interior. Empujaba sin éxito para intentar meterle más mientras Nora apretaba con fuerza sus ojos. Sentía el calor que brotaba de su boca y disfrutaba de la humedad, penetre su boca sin que entrará más de mi carne pero disfruté de verla con la boquita llena.

 

Era el momento y quería elegir la mejor posición. Me salí de ella, la saliva se había goteado por la barbilla dejando que reflejara la luz que había en la habitación. Cuando llegué a la parte baja de sus pies tome sus piernas en mis manos y las doble hasta que sus rodillas tocaron su cabeza. Nora sabía lo que se venía y por más preparada que la tuvieran para este momento yo noté su nerviosismo esta vez.

 

Por un instante me dediqué a mirar. Su vagina ya no se veía tan cerrada como cuando empezamos, pero eso no le quitaba que era diminuta. Más abajo alcanzaba a ver su ano, me parecía imposible que mi verga pudiera entrar allí, así que me acomode hasta que el glande tocó la entrada vaginal de Nora.

 

Le pedí que abrazara sus piernas, por lo que la niña muy obediente ató sus manos bajó sus muslos, evitandome a mi la molestia de preocuparme por sostenerla. Primero pasé el glande de arriba a abajo en repetidas ocasiones por en medio de sus labios vaginales. Escupí varias veces para facilitar la entrada. Con el primer empujón el glande entró, pero eso ocasiono un profundo grito de Nora. Sin embargo la niña no se soltó, estaba totalmente entregada, era una buena puta.

 

Con mi mano izquierda tomé uno de sus muslos, mientras la derecha mantenía mi verga en posición para intentar adentrarme más, pero era difícil, su agujero virginal era demasiado estrecho y la verga quizás demasiado ancha para ella. Nora gritaba de aparente dolor ante cada uno de mis intentos.

 

Pero yo estaba siendo torpe, y en medio de ese apuro y esa torpeza en cualquier momento me vendría y no quería hacerlo sin romperla primero. Así que me posicioné más firme, acercándome a ella sin que mi vrga se saliera, cuando estuve listo, entré con fuerza, fue tal que mi verga cruzó, al menos unos 6 o 7 centímetros, no sabría decirlo, lo cierto es que Nora comenzó a llorar. Por mi parte sentí un calor húmedo que impregnaba mi verga en su interior.

 

Comencé el típico vaivén mientras ella se quejaba, entraba y salía de su vagina infantil. Lo hacía despacio, no por cuidarla, sino por pretender prolongar el momento de mi clímax. Me erguí hacia atrás con mi verga en su interior y al bajar la vista noté como mi verga estaba llena de su sangre. Su vagina totalmente abierta y enrojecida abrigaba mi verga en su interior.

 

La imagen era exquisita. Lo que estaba sintiendo era aún mejor. Era imposible detener más lo inevitable. Sentí como mi descarga inundaba su interior. Cuando salí de ella gotas de semen le resbalaban hacía afuera, mezclandose en un tono rosado.  Nora se encogía como un bebe y se quejaba.

 

El silencio posterior fue casi físico. Nora estaba encogida de lado, con los ojos abiertos, mirando a la nada.

 

—¿Lo hicimos bien? —preguntó de pronto, sin mirarme.

 

—Estuvo bien —le dije.

 

Raúl, uno de los hombres que se habían quedado mirando, soltó el humo de su cigarrillo y dijo con voz baja:

—A veces basta una noche para arruinar a una nena.

 

Ella lo miró, entre divertida y molesta.

—¿Arruinar? No me siento arruinada.

 

—Lo sentirás después —contestó León, el otro hombre a su lado, sin levantar la vista del suelo.

 

Nora se incorporó.

—Son unos cobardes —dijo—. Hablan sin haberse atrevido a tocarme.

 

—No los juzgues pequeña —respondí.

 

Ella me miró, incrédula.

—¿Tú también piensas lo mismo?

 

—Tal vez —dije, apartando la mirada—. Por eso no quiero repetirlo.

 

El silencio se hizo pesado.

 

—¿No quieres…? —preguntó ella, apenas un susurro—. ¿Por qué?

 

—Porque ya estás usada. Prefiero estrenar preciosa.

 

Ella me observó unos segundos más, con los ojos brillantes, humedecidos de sus lágrimas.

—Entonces vete. Alguien vendrá por mí.

 

Y salió.

 

Raúl apagó el cigarrillo con gesto lento. León, sin mirarnos, murmuró:

—La niña no puede entender eso, no aún.

 

Nora se había molestado porque entendió —de una forma burda— que para ellos ella había sido un suceso, no una persona. No era solo el enojo de sentirse consumida, sino la incomodidad de haber sido desechada.

 

Yo la había cogido con deseo, sí, pero también con miedo. En mí vio la contradicción de quien quiere acercarse y a la vez protegerse. Mi negativa final no era rechazo: era cobardía. No supe sostener lo que ella le ofrecía, porque…bueno, no sabía por qué.

 

Los otros hombres solo la habían mirado con curiosidad, con una distancia fría. Como si ella fuera una experiencia que debía ser analizada. Pero ella no quería ser la inspiración de nadie. Quería ser alguien real.

 

Por eso se enojó.

Porque en esa habitación ninguno quería lo que ella quería, ni siquiera yo.

 

Para ellos, ella era solo un cuerpo. Para ella, en cambio, coger significaba otra cosa, era elección. Lo que dolía no era haber sido vista de esa forma, sino haber sido reducida a únicamente eso.

 

Salí después de unos minutos. No sabía si lo hacía por arrepentimiento. La encontré sentada en el suelo, junto al marco de la puerta. Estaba desnuda, con las piernas recogidas y la vista perdida.

 

Le alcancé el vestido que había quedado sobre una silla.

 

—Te lo olvidaste.

 

Ella lo miró. No era una mirada de vergüenza ni de reclamo. Tomó el vestido y lo sostuvo un momento en las manos antes de cubrirse.

 

—¿Vienes a disculparte? —preguntó.

 

—Vengo a invitarte a salir de aquí.

 

Nora sonrió con ironía.

—¿A qué?

 

No respondí. Me incliné hacía ella.

 

—No quiero que te sientas mal —dije, rompiendo el silencio.

 

—Me habían dicho que quien me eligiera me sacaría de este lugar —respondió ella.

 

Bajé la mirada.

—Esa nunca fue mi intención.

 

—¿Por qué?

 

—No puedo hacerlo… tengo una vida ya hecha.

 

—Y no quieres que yo sea parte de tu vida.

 

La miré. Era una niña tranquila, muy madura para su edad.

 

—No quise que fueras nada mío —dijé al fin—. Solo quise cogerte.

 

—Y lo hiciste—respondió Nora, pero su voz no tenía rabia. –. ´Me prometieron que me dejarían ir.

 

Respiré hondo.

—Entonces salgamos de aquí.

 

Ella se quedó pensando. Luego asintió.

—Está bien. –respondió ella, poniéndose en pie.

 

Se vistió lentamente, sin apuro. Hablé con el hombre del traje, para mi sorpresa lo que decía Nora era verdad, el dinero que había pagado por ella no era por un rato, realmente podía hacer con ella lo que quisiera. Sentí lástima por ella así que le pasé un brazo como si fuera una hija mía y salí de allí con ella. Detrás alcancé a ver a los hombres que habían pagado solo por ver, y también nos vieron partir.

 

Conducía sin música, con las ventanillas abiertas.

 

Nora iba en el asiento del copiloto, mirando hacia afuera.

—Te llevaré a un hotel —dije, al fin—. Y después… veré qué hago.

 

—¿Qué haces conmigo? —preguntó Nora, sin girarse.

 

Tardé unos segundos en responder.

—Supongo que no podré tenerte por siempre allí.

 

Ella asintió levemente, sin ironía.

—Entiendo.

 

—No planeé nada de esto —dije.

 

—Eso se nota —respondió Nora—. Pero está bien. Ya salí de ese lugar, basta con eso.

 

Apreté el volante.

—Solo espero no arrepentirme de esto.

 

—Los errores también tienen sentido —dijo ella—. No soy algo que tengas que arreglar.

 

—Nunca pensé eso. —Lo estás pensando. Por eso me miras como si todavía tuvieras que decidir qué hacer conmigo.

 

No contesté.

 

—No quiero que pienses que te estoy abandonando —dije, bajando la voz.

 

—Podrías hacerlo, Adrián. Algo haré.

 

Giré la vista un instante hacia ella, era increíble la forma en la que hablaba

 

—Ahí adelante hay un hotel —dijo él, señalando un cartel apenas visible.

 

—Bien —dijo Nora—. Me quedaré ahí.

 

—¿Y después?

 

Ella sonrió, sin mirarme.

—Después… no sé.

 

El auto se detuvo frente a un edificio bajo, con un neón parpadeante. Apagué el motor. Nora abrió la puerta y bajó despacio.

 

Antes de cerrarla, se inclinó un poco y dijo:

—Gracias por traerme hasta aquí. Y por sacarme de ese lugar.

 

Asentí. Me bajé y entramos juntos; perfectamente podíamos pasar por padre e hija. Había pagado una habitación por un par de noches.

 

Ingresé primero para asegurarme de que tuviera todo lo que pudiera necesitar. Nora cerró la puerta detrás de nosotros. Caminó hacia mí. La observé. Ya no sentía culpa ni deseo. Solo comprensión.

 

—Está bien —le dije—. Puedes descansar. Nadie va a molestarte aquí.

 

Ella asintió, sin decir nada, y se sentó en la cama. La luz tenue del cuarto dibujaba su perfil con suavidad, y por primera vez parecía libre, como si el peso de todo lo que había vivido comenzara a soltarse.

 

—Gracias —murmuró finalmente.

 

—No tienes que darme las gracias —respondí—. Solo quiero que estés bien.

 

Se recostó, aún con la mirada perdida, pero con un aire de alivio que no había visto antes. Me senté a su lado, solo acompañándola. En silencio, entendí que, a veces, el gesto más grande no es el deseo ni el poder, sino la simple presencia y la posibilidad de empezar de nuevo.

8 Lecturas/5 noviembre, 2025/0 Comentarios/por Ericl
Etiquetas: follando, hija, hotel, madura, mayor, padre, semen, vagina
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