Laura dominada
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
PRIMERA PARTE
Nunca me gustó Julián. No sólo era el típico baboso que siempre está revoloteando alrededor de sus compañeras de trabajo con sus chistes cutres y sus comentarios groseros, además era un machista que nunca pudo aguantar el tener a una mujer como jefa. Siempre estaba discutiendo mis decisiones y hablando mal de mí a la mínima oportunidad que se le presentara, y se refería a mí como "la niñata esa" a mis espaldas. Pero yo sabía que en el fondo la verdadera razón para que hiciera esas cosas, lo que le comía por dentro, era que quería follarme y sabía que yo estaba completamente fuera de su alcance – al fin y al cabo, yo soy una alta ejecutiva, joven y atractiva, y él es un simple administrativo de segunda, rozando los cuarenta y sin ningún atractivo especial, un tipo gris. Así que, ya que no podía despedirle simplemente por no llevarnos bien, mi forma de tomarme la revancha por sus comentarios y su actitud era ponerle los dientes largos y mostrarle lo que nunca podría tener: normalmente me gusta ir a trabajar con faldas cortas, tacones altos y blusas ceñidas, y me encantaba verle mirándome de reojo, comiéndose mis piernas, mi culo y mis tetas con la mirada, sin poder hacer nada para conseguirme.
Por eso, el día que recibí en mi correo de empresa un mail suyo con una foto mía chupándole la polla a mi novio y un texto que sólo decía "Creo que deberíamos hablar", supe que estaba metida en un lío muy gordo. Dos noches antes me había sacado unas fotos bastante "personales" con mi chico y las había guardado en mi llavero USB para disfrutar de ellas en casa, pero cuando volví de la oficina, el llavero había desaparecido con más de 100 fotos a cual más explícita en su interior. No sé si se me cayó en un descuido o si fue él quien lo cogió de mi bolso, pero lo que importa es que, sea como sea, acabó en sus manos.
Cuando recibí el mail, me quedé helada, sin saber qué hacer. Quería salir de mi despacho, ir a la mesa de ese desgraciado y gritarle delante de todo el mundo que estaba despedido, que era un inútil y que no quería verle nunca más por allí, pero eso era precisamente lo que ya no podía hacer. Ahora estaba en su poder, mi reputación estaba en sus manos y sabía que iba a aprovechar para vengarse por todas mis humillaciones. No soy tonta: sabía que iba a chantajearme y yo no iba a poder hacer nada al respecto. Se me hizo un nudo en la garganta y me levanté para cerrar las persianas del despacho, necesitaba estar a solas y pensar sin que nadie me molestara.
Entonces llamaron a la puerta. Era él, sonriendo con cara de triunfo, casi maléfica. Vio mi expresión de sorpresa y rabia a través de la mampara de cristal y su sonrisa se hizo aún más horrible. Abrí la puerta, entró y acabé de cerrar el resto de las persianas.
-Hola, Laurita – odiaba que me llamara así, y él lo sabía. Era su forma sutil de despreciarme.
-Julián…
-Estás hecha toda una putita, ¿eh?- me interrumpió. Me quedé con la boca abierta, roja de ira y verguenza, sin saber si darle una bofetada o echarme a llorar. ¿Cómo se atrevía?
-¡Jajaja! Vaya vaya, parece que he dado con tu punto débil. Pero lo entiendo, a mí tampoco me gustaría que esas fotos aparecieran en el correo de todos mis compañeros, subordinados, jefes, amigos… Hasta el bedel las vería. ¿Y qué me dices de los seguratas? ¿Te imaginas cómo te mirarían al pasar después de haberte visto abierta de piernas con la polla de tu novio en la boca? ¿Y qué diría tu familia si te viera anunciada en todas las páginas de contactos de Internet como una zorra barata? La verdad es que esas fotos dan mucho juego, si te soy sincero no te imaginaba tan cerda.
-Eres un hijo de puta – dije, temblando de rabia. -¿Qué quieres?
-¿Tú qué crees? Te quiero a ti, Laurita, quiero tu cuerpo- estaba claro, sí. Me senté de nuevo, sin poder mirarle a los ojos, tapándome la cara con las manos, sin poder creer lo que estaba pasando. Entonces le oí decir:
-Por cierto, levántate la falda un poco, quiero ver qué braguitas llevas hoy.
Levanté la cabeza y le miré. -¿Cómo dices?
-Me has oído perfectamente. Levántate la falda y enséñame las bragas.
-¿Estás loco? Ni hablar.
-Muy bien- dijo, e hizo ademán de ir hacia la puerta para salir del despacho.
-¡No!- grité, tan bruscamente que incluso él se sobresaltó. Me puse en pie y lentamente me subí la ajustadísima falda de tubo hasta las caderas, notando cómo mi cara se ponía roja como un tomate de la humillación. Él sonrió y fijó su mirada obscena en mi entrepierna.
-Llevas pantis, tsk tsk- dijo, moviendo la cabeza de lado a lado en señal de desaprobación. -Muy mal. Esta noche quiero verte con medias y liguero, como las putitas de verdad.
-¿Esta noche? ¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que vas a anular todos los planes que tengas para hoy, porque esta noche tú y yo tenemos una cita. Bájate los pantis, date la vuelta e inclínate sobre la mesa, quiero verte el culo. Tranquila, no voy a follarte ahora.
Estaba demasiado alucinada como para decir nada ni volver a desobedecer o replicar. Hice lo que me pedía, bajando la cinturilla elástica de las medias hasta dejar a la vista el tanguita negro que había elegido para ese día, y me di la vuelta mientras mi cabeza intentaba encontrar alguna forma de librarme de lo que me esperaba, pero no la había.
Su mano empezó a pasar por mis nalgas, apretándolas, sobándome como si yo fuera tan solo un pedazo de carne. Sentí su aliento acercarse a mi nuca, su mano bajando hasta mi coño, su entrepierna acercándose a mi culo, su voz susurrándome al oído – Esta noche a las nueve me esperarás en el hotel y habitación que te voy a decir por mail en un rato. Por supuesto, la habitación la reservaré a tu nombre y la pagarás tú cuando llegues. Llevarás puesta la ropa que yo te diga y obedecerás todas mis órdenes. Y sí, puedes dar por sentado que te voy a follar hasta que me canse de meterte la polla por todos los orificios de tu cuerpo. Te has portado como una zorra conmigo, así que te voy a tratar como tal. Y quiero que lo sepas, y que te pases el día pensando en lo que te espera, y sobre todo no te olvides de lo que podría hacer con esas fotos tuyas si se te ocurriera no presentarte a nuestra cita o llevarme la contraria en algo.
Acabó su discursito con una palmada en mi nalga derecha, se separó de mí y me dio permiso para subirme los pantis y arreglarme la falda. Luego me miró de arriba a abajo con una lujuria que me hizo estremecerme, dijo "mira tu correo en media hora" y salió del despacho, dejándome temblando del miedo, la humillación, la rabia y el desconcierto.
No podía estar pasando, pero era verdad: Julián iba a follarme, y yo no iba a poder hacer nada para evitarlo. Decidí intentar asumirlo, pensar que no era tan malo, que una polla es una polla y que podía ser peor. Podía intentar cerrar los ojos y no pensar en nada hasta que todo acabara, pasar el mal trago como quien se toma un jarabe y ya está. Ingenua de mí, no sabía aún que en realidad sí que iba a ser mucho peor de lo que imaginaba…
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