Lecciones en el probador
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por AutorSado.
Así que aquí estamos, en una tienda de las más finas y elegantes, y caras como pocas, de la ciudad, rodeados de maniquíes de diseño que lucen las prendas y de colgadores con ropita interior de putita fina.
Me paseo entre la ropa expuesta, la puta viciosa detrás mío; de tanto en tanto me paro delante de alguna prenda que me llama la atención.
—¿Qué te parece, putita? ¿Te gusta?
—Tiene muy poca tela, Amo —responde, toda recatada, como si no la conociera.
—De eso se trata, estúpida. ¿No te gusta lucirte para tu Amo?
La hembra baja la cabeza y contesta con un susurro.
—Sí, Amo. Mucho, Amo.
—Pues, entonces. Mira, cogeremos éste conjunto y aquel otro que he visto antes, e iremos a un probador, a ver qué tal te sientan.
La putita se me ruboriza como virgen de convento que es un primor, pero no dice nada y me sigue. Una de las dependientas del comercio nos mira en nuestro camino hacia los probadores, claramente atenta a la actitud de mi sumisa. No está nada mal, la niña, su cuerpecito lindo tiene su morbo. No debe tener más de 20 o 22 añitos, bajita, toda menuda ella, delgadita y con unos pechitos deliciosos que despuntan bajo la camisa. Se le acerca una clienta a preguntarle algo y ella se vuelve para responderle, pero, antes, deja ir una última mirada cargada de calentura, de envidia, diría yo. Es una preciosidad de labios exuberantes que hace que mi polla se ponga morcillona sólo imaginarla desnudita y expuesta, devorándomela con su boquita golosa de hembrita hambrienta.
Entramos en el probador y, antes de que se lo ordene, la putita viciosa se desnuda del todo, demostrándome lo bien que ha aprendido las normas.
—Primero, pruébate éste —le digo, al tiempo que le tiendo uno de los conjuntos, unas braguitas tipo tanga de color azul cobalto y unos sostenes a juego.
La putita empieza a ponerse las braguitas cuando, a medio muslo, se da cuenta de que le van pequeñas y se las vuelve a bajar.
—¿Qué haces?
—Me van pequeñas, Amo —me dice, sujetándolas a la altura de las rodillas.
Yo ya había elegido las prendas un par de tallas menores a la suya, así que no me va a convencer.
—Póntelas. Y la parte de arriba también.
La verdad es que le van bastante justas y, una vez puestas, le aprietan por todas partes.
—No sé —le digo como si evaluara el resultado—, puede que sí que te vayan algo justas. Quizás deba pedir una segunda opinión.
La cara de pánico que pone es encantadora y no desperdicio la oportunidad. Viniendo hacia aquí hemos pasado por un sex-shop de un amigo mío al que había encargado unas cositas muy especiales y, ahora, saco la bolsa del bolsillo de la chaqueta. La bolsa contiene cuatro pinzas de las que penden unos microvibradores con forma de tubito.
—Ponte en posición de revista, putita.
Aunque está muy desconcertada, la puta viciosa obedece y coloca las manos tras la nuca al tiempo que separa las piernas.
Le bajo las copas de los sostenes por debajo de las tetas y le pinzo cada pezón con una de las pinzas, lo que la hace botar ligeramente pero no suelta ni pío. Luego dejo al descubierto los labios de su chochito echando a un lado el tanguita y cuelgo un microvibrador de cada uno. Perfecto, pienso, ahora el toque final.
—No quiero oírte, putita, quiero que seas muy discreta. ¿Entendido? Y nada de correrte, que te conozco, perra salida.
—Sí, Amo —contesta con voz temblorosa.
Entonces, enciendo los cuatro microvibradores empezando por los de las tetas y ella comienza a gemir muy bajo cerrando los ojos para concentrarse en no desobedecer mis órdenes.
—Ahora vengo —le digo, y salgo del probador, ajustando la puerta.
Busco con la mirada a la dependienta de antes y la localizo en una mesa plegando unas prendas. Así que me acerco a ella.
—Perdona, me tendrías que ayudar.
La morenita preciosa levanta la cabeza y me mira con sus ojos algo rasgados, que le dan un cierto toque exótico.
—¿Qué necesita, señor? —Me responde con una voz dulce de nena sumisa.
—Me parece que las prendas que hemos escogido no tienen la talla adecuada, ¿podrías venir a verlo?
La dependienta se queda algo parada, probablemente no sabe cómo reaccionar, aún; así que le tengo que dar pie.
—Necesito que vengas. Sígueme —y, sin esperar su reacción me doy la vuelta y regreso hacia los probadores.
Cuando estoy delante de la puerta del nuestro veo que la tengo detrás. Perfecto, es una nena obediente.
—Pasa tu primero —le digo, al tiempo que abro la puerta y le cedo el paso.
Ella entra sin pensarlo demasiado y, para cuando se encuentra ante la putita viciosa, toda adornada y convulsionándose por el efecto de las maquinitas diabólicas, yo ya he cerrado la puerta detrás nuestro, que hay mucha mirada indiscreta.
—¿Qué te parece? ¿Crees que le van algo pequeñas las braguitas?
La morenita preciosa está parada del todo, boquiabierta, contemplando a la otra hembra que mantiene la posición, a pesar de la vergüenza absoluta que debe estar sufriendo, como una buena sumisa bien adiestrada.
—Síii… síii… algo… —contesta finalmente casi sin voz, todavía con la vista centrada en el cuerpo tembloroso.
Me coloco detrás de ella todo lo que permite lo angosto del lugar y, acercando mi boca a su oído, comienzo a susurrarle.
—Dime, ¿te gusta lo que ves? ¿Te gustaría… ser tú?
La morenita comienza a tiritar, y no de frío precisamente, mientras mis brazos la envuelven y empiezo a desabotonarle la camisa.
—Obsérvala —sigo susurrándole—. Está caliente, muy caliente. Mira cómo se mueve, cómo siente el placer que la inunda y aún así lo niega. ¿Verdad, putita? —digo levantando un poco la voz y dirigiéndome a la sumisa que en estos momentos casi no puede evitar el corrimiento que la acecha.
La camisa ya está desabotonada del todo y se la he sacado de dentro de la faldita, que la morenita preciosa sigue con los brazos caídos a los costados y yo vuelvo a hablarle al oído, mientras palpo sus tetitas por encima de la tela del sujetador; toda una delicia que caben enteritas en mis manos, duritas y sedosas.
—Ves cómo se mueve, ya está muy cerca, le falta muy poco y, aún así, se resiste; sabe que lo tiene prohibido, que no puede correrse si no se lo permito; y, si lo hace, tendré que castigarla —la putita viciosa se sacude cada vez más, haciendo que las maquinitas que penden de las pinzas se bamboleen, al tiempo que intenta mantenerse de pie.
Le he bajado las copas de sujetador a la nena para poder trabajarle los pechitos a gusto, y es una delicia hacer correr sus pezoncitos entre mis dedos hasta ponerlos duros. Luego, una de mis manos baja por su barriguita tersa, acariciándola, notando cómo se encoge ante mi tacto y penetrando bajo la falda, en busca de su tesoro.
—Mira —le susurro—, ya está, ya se está corriendo y no puede hacer nada para evitarlo, es una putita, una perrita caliente incapaz de obedecer a su Amo.
La putita no ha podido soportar el tratamiento de las maquinitas y, finalmente, ha comenzado a convulsionarse en una corrida que ha doblado sus piernas y la ha puesto a cuatro patas delante nuestro. En el espejo de cuerpo entero del probador que tiene detrás puedo ver sus nalgas apretadas mientras el placer la inunda y la hace sacudirse sin medida.
Dejo de acariciar a la morenita y me acerco a la sumisa cogiéndola por los cabellos para levantarle la cabeza.
—Mírame —le digo con furia; ella baja la mirada y yo vuelvo a tirar de su cabellos—. Vamos, mírame, puta salida. ¿Qué has hecho?
Finalmente me mira con lágrimas en los ojos.
—Nada… Amo… —dice entre sollozos—. Lo… siento… Amo.
Sin darle tiempo a reaccionar le doy un par de sopapos, uno en cada mejilla, no muy fuertes pero que le dejan unas manchas rojas.
—Ahora quédate así. Cuando volvamos a casa, ya veré qué hago contigo. Y procura no volver a correrte.
La dejo con los microvibradores aún puestos y me vuelvo hacia la hembrita que está del todo parada contemplado la escena, con la camisa abierta y las tetitas al aire que son toda una tentación.
Sin mediar palabra, me coloco delante suyo, paso mis manos por su espalda y le doy un morreo al que responde como hipnotizada, hasta que, lentamente, empieza a encontrarle gusto y se agarra a mí con sus manitas, apretando fuerte. En eso, yo aprovecho y bajo mis manos hacia su cinturita, en busca de la cremallera de la falda y, cuando por fin doy con ella, la falda y las braguitas no tardan en caer, mientras mi lengua combate con la suya su particular y húmeda batalla. Finalmente, la desprendo de la camisa.
Cuando me separo de ella, la nena se muestra ante mí toda desnuda, linda como es ella, con la cabeza algo inclinada y las mejillas encarnadas, que se ve que siente algo de apocamiento.
Como el lugar es estrecho y yo estoy algo cansado de recorrer tiendas, me siento sobre el culo de mi esclava, la cual emite un quejido y nada más, que ya la he enseñado a hacer de mobiliario y esa lección no se le olvida.
—Acércate —le digo a la zorrita linda.
Ella obedece y poso mi mano en su chochito, que ya está calentito y húmedo. Mientras la masajeo y su cuerpecito empieza a moverse al ritmo de mis dedos, le pregunto.
—Dime, ¿cómo te llamas?
—Daniela, señor —dice la nena, con una vocecita toda timidez, que se ve que aún no ha catado demasiado macho, mientras sus caderas se balancean.
—¿Tienes novio, Daniela?
—Sí,.. señor.
—¿Y tu novio te monta?
La morenita preciosa calla y baja la mirada que es una delicia, mientras su boquita suelta gemiditos.
—Desde… desde… este verano,… señor. Fue… el primero.
—Bien, seguro que es un buen muchacho, tierno, dulce y considerado, ¿verdad?
—Sí,… señor.
—Yo no soy así, Daniela. A mí me gustan las hembritas obedientes, que saben satisfacer los deseos de su macho con sólo una mirada de éste. ¿Y tú, quieres ser así conmigo, Daniela?
La nena calla. Su cuerpo empieza a contorsionarse bajo el influjo de mi mano y cierra los ojos, suspirando una y otra vez.
—Contesta, zorrita.
—Sí… sí…
—¿Sí qué?
—Sí… quiero… ser así.
Mientras mantengo mi mano en su entrepierna con la otra me bajo la cremallera de la bragueta y le abro paso a mi pollón, que a estas alturas del evento sale cómo si fueran a aplaudirle de lo tieso que va.
—Mira, zorrita, esto es para ti.
La morenita abre los ojos y, guiada por mi mirada, se queda parada ante mi tronco. Aparto la mano de su chochito chorreante.
—¿A qué esperas, zorrita? Dale lo que está esperando.
La nena está paralizada, pero en un momento reacciona y, lentamente, se arrodilla como si fuera a adorar un ídolo. Luego, de rodillas, se acerca un poco más, la coge por la base con sus manitas y se queda así, quietecita, como sin saber muy bien qué hacer, que se ve que en esto tampoco lleva muchas lecciones.
—Abre esa boquita de zorrita chupapollas que tienes y métete la puntita, sólo la puntita. Y ojo con los dientes.
La morenita preciosa obedece y abre su boquita de nena mala y engulle todo el glande de una tacada, que se ve que se le ha despertado el apetito. Pura delicia, lo juro, a pesar de su falta de experiencia.
—Ahora aprieta y afloja los labios, zorrita, mientras acaricias la puntita con tu lengua.
Obedece y la sensación en el cuello del glande es el paraíso, y en el meato puro delirio; que, aunque la nena aún no tiene la educación de la putita viciosa como comedora de pollas, con un poco de práctica y las técnicas adecuadas seguro que termina igualándola, como poco.
Tanto que, si no la paro a tiempo, igual acaba bebiéndose mi leche como bebé de pecho y la idea es otra. Así que, con dulzura la aparto de su chupete.
—Déjalo, que ahora probaremos otra cosita.
Me levanto de mi “asiento” y hago que la nena también se levante y, cogiéndola por la cintura, que es ligera como pluma de ganso, la siento en las nalgas de la puta viciosa y luego la acompaño hasta tumbarla de todo; de forma que, como es más menudita, su cabeza queda justo a la altura de los omóplatos de la esclava, la cual, por cierto, tiembla ligeramente, que las maquinitas deben de seguir a lo suyo.
A estas alturas mi pollón está de un salido absoluto y brinca buscando blanco como un misil, así que para darle gusto, por un lado, y para lubricarlo bien mojadito que lo va ha necesitar, lo meto de un golpe en el coñito húmedo y abierto de la puta viciosa que hace que ésta deje ir un jadeo ahogado y se me envare de puro deleite. Pero la cosa no le durará mucho, pues sólo pretendo empapar el pincel.
Al cabo de cuatro o cinco sacudidas de cintura, se la saco y oigo perfectamente su gemido de lamento, que debo haberla dejado con la miel en los labios. Luego cojo las piernas tan bien formadas que me tiene la nena, por los tobillos, y se las levanto hasta apoyarlas mi pecho.
—Dime, zorrita, tu novio te ha estrenado el ojete de ese culito tan respingón.
La cara de pánico de la morenita preciosa es todo un poema.
—No… señor… no… por favor…
—¿No qué, zorrita?
—Aún no… señor —y me empieza llorar y a temblar toda ella como cerdita en degüello.
Como tampoco es cuestión de torturarla en exceso, me prometo a mí mismo que seré considerado y no forzaré demasiado a la nena, aunque, eso sí, de aquí me sale con el culito roto. Así que poso la puntita en la entrada y mientras apoyo parte de mi peso para abrirme camino, con una mano le acaricio el botoncito del placer, haber si así se me distrae un poco y va entrando en calor.
La morenita comienza negar con la cabeza y se lleva una manita a la boca para morderla y así evitar soltar ruiditos mientras que con la otra se pellizca los pechitos, duritos y paraditos que se le han puesto.
—Shhh, tranquila, que lo peor pronto pasará, ya lo verás zorrita —le digo con voz suave, mientras mi capullo va escarbando poco a poco, muy lento, muy suave, notando cada pulso de su esfínter, cada milímetro que éste cede.
Hasta que, finalmente, su anillo se cierra alrededor de la base del capullo con un sonido seco como un latigazo. La nena deja ir el aliento como si lo hubiera contenido todo el rato. Se ha comido toda cabezota y eso me parece todo un logro, que su culito es como su cuerpecito, todo menudo y hay que ir con cuidado de no desgarrarlo a la primera.
Así que, de forma también lenta y pausada, se la voy sacando de todo, observando cómo reacciona con un suspiro de alivio, aunque alivio tendrá poco que nada más salir, la cabezota del pollón ya quiere volver a entrar, que le ha gustado el calorcito y el apretujamiento, y no sé decirle que no. Así, de nuevo, vuelvo a posarla en la entradita, ahora menos ceñida, y retomo el tránsito, aunque cada vez flaqueo más, que su tratamiento bucal ya me ha dejado muy tocado y lo ceñido de su culito lo está redondeando.
En eso estoy cuando la nena comienza temblar y sacudirse con espasmos largos y continuos, sin que el dedo que tengo posado en su botoncito le de tregua, que la quiero saltando de corrida en corrida en tanto mi polla no escupa su leche. Y, en efecto, aún se la saco y vuelvo a meter un par de veces más antes de empezar vaciarme con sólo la puntita embutida en su culito delicioso, mientras ella, sudorosa, enfebrecida y convulsa, se estremece sin pausa sobre la espalda de la putita viciosa, que a estas alturas ya debe de haberse corrido de nuevo sin mi permiso. Menuda le espera.
Ya ante la caja, la morenita preciosa ha metido en bolsitas el par de conjuntos que le he comprado a la esclava, estos sí, de su talla. Me las entrega y yo le paso mi tarjeta de crédito para que vaya cobrando.
Luego, antes de irnos le tiendo una tarjeta de visita con mis datos.
—Ten, zorrita, mi tarjeta, por si quieres repetir la experiencia. Por cierto, si me llamas, lo de “señor” se acabó, ¿entendido? “Amo” está mejor.
La nena humilla un poco la mirada de ojos preciosos y expresivos y se ruboriza, contorneando su cuerpecito lindo. Finalmente, contesta con una exhalación.
—Sí,… Amo.
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