Los vicios de la familia Rivera Ortiz
En este relato describo las perversiones de mi familia, la familia Rivera Ortiz. Entre las drogas, el sexo y las perversiones esta familia disfuncional se divierte y la pasa muy bien.
Los vicios de la familia Rivera Ortiz
Juan Manuel Rivera Ortiz
Esta es la historia de mi vida. Si bien es larga, detesto las historias partidas. O esas que tienen miles de capítulos. Todo bien con el que sube capítulos de cinco líneas, pero yo no. La mía es esto.
Desde que tengo uso de razón, el sexo en mi familia es lo único importante. Más aún que la salud, el dinero o las costumbres.
Les cuento, me llamo Juan Manuel Rivera Ortiz, nací en una familia rica de Argentina. Mi abuelo, hábil para los negocios forjó un imperio que mi padre solo debió mantener. Además del apellido Rivera Ortiz, que abre puertas por si solo, mi padre supo rodearse de administradores capaces que manejan el día a día por él.
Es por eso nos podemos dedicar a todo tipo de perversiones sin necesidad de tener que trabajar o como el resto de los demás ciudadanos temer al retiro, jubilación o simplemente al mañana…o si, pero eso será más adelante y probablemente hasta satanás nos respete.
Siendo el mayor de tres hermanos, heredé muchas de las prácticas de mis padres e hice extensivas partes de esas prácticas a mis hermanos menores, pero no quiero adelantarme, les pido que me tengan paciencia para poder luego ir a lo divertido.
Mi casa actual, un departamento de cuatrocientos m2 en dos pisos que se conectan por una escalera que nosotros mismos construimos (y que claramente no está permitido, pero siendo dueños y constructores del edificio quien podría oponerse a algo ¿verdad?) ubicado en una de las más fastuosas zonas de los bosques de Palermo. Tiene dos sectores claramente diferenciados: el piso inferior (piso 18 con vistas al río) una oficina con muebles de caoba y anexo una mesa de directorio donde mi padre recibe a sus colaboradores, una recepción pequeña pero acogedora, una biblioteca con libros encuadernados con cuero y lustrados, una sala tipo biblioteca con mesa y varias sillas que actuaba como sala de estudio y una cocina con una heladera siempre equipada y completa. Por una puerta muy bien escondida y con código de acceso dactilar de última generación, una escalera que lleva al 19 y que solo accede la familia y donde nuestros bajos instintos nacieron y se potenciaron. Antes vivíamos en una mansión de Palermo chico, pero las torres que construyeron nos quitaron la privacidad de la parte reservada (también accesible en aquel momento por una puerta blindada)
Nací hace casi 30 años, y desde que tengo uso de razón en el sector reservado nos movíamos casi desnudos. Mis padres con poca a nula ropa. Lo mismo que yo. Recuerdo ser pequeño y verlos estar en la mesa y si mi madre se levantaba a buscar algo, mi padre simplemente se acercaba por detrás y metía su pene en el agujero que le interesaba explorar en ese momento. A veces pasaban varios minutos mientras yo en mi sillita de comer los miraba y ellos hacían el amor hasta saciarse. Ver los pechos de mi madre me daba ganas de tomar la teta, pero mi padre siempre me ganaba de mano. Luego de una buena dosis de sexo, volvían a sentarse y terminábamos la comida.
Recuerdo que mi primera participación ocurrió en el sofá. Mi padre recostado sobre el sofá y mi madre entre sus piernas comiéndose su pija y pidiendo leche. Yo estaba deambulando por ahí con alguno de mis juguetes, así que me acerqué al escuchar la palabra leche y puse mi cabeza muy cerca de lo que mi madre chupaba. Interesado me acerqué y mi padre se la sacó de la boca a mi madre y me la ofreció a mí. Pese a las protestas (no muy creíbles) de mi madre, tomé ese falo con los labios y comencé a imitar lo que mi madre hacía. Creo que le gustó a mi padre, porque en un muy breve instante, empezó a eyacular en mi infantil boca. La leche no era como la esperaba, pero el sabor semi salado me gustó y me tragué todo para así recibir mi premio por ser un niño bueno. Creo que mi madre también apreció mi acto, porque emitió un gemido intenso mientras se tocaba y expulsaba chorros desde su entrepierna. Desde ese momento, me metía en la cama con mis padres (hasta ese momento solo estábamos desnudos y nada más) y me prendía a su pija hasta tragarme toda la leche. Creo que mi adicción por el semen (la primera de tantas) se originó ahí bien tempranito en edad. Claramente no era por sexualidad porque mis hormonas no habían despertado aún, pero si me parecía divertido, me gustaba y sentía que mis padres además de apreciar lo que hacía, lo estimulaban y eso era lo más para mí.
Una noche que mi padre no reaccionaba, aburrido de intentar endurecer su pija y luego de varios minutos intentando, fui en busca de mi madre. Ambos estaban totalmente borrachos y drogados, pero mi madre parecía sobrellevarlo ligeramente mejor…así que abrí sus piernas y lamí mi primera vagina. Debo ser honesto, tragarme el semen de mi padre era grandioso, pero el sabor de la concha de mi madre fue la gloria. Desde ahí me hice adicto al flujo, y chuparle la concha a mamá se transformó en un deseo diario. A veces alternaba entre la pija de mi padre y la concha de mamá. Resultaba divertido que a veces nos peleábamos con mamá por la pija de papá y a veces con papá por la concha de mamá. Durante algún tiempo continué metiéndome entre mis padres y con mis padres.
Un punto de inflexión en mi vida ocurrió una tarde lluviosa de sábado. Mis padres habían estado tomando merca desde bien temprano y estaban totalmente pasados. Mi madre ida completamente solo atinaba a abrir sus piernas y agarrar mi pelito con fuerza incrustando mi cara contra su concha. Por supuesto que a mi la situación me divertía. Era uno de mis vicios, tomar los jugos vaginales de mi madre. Pero mi padre estaba sacado y varias veces me cacheteó para correrme porque tenía la pija dura y quería coger. Como no le hice caso, fue hasta el baño, trajo un pote de lubricante, me lo pasó por el culo y se untó una buena cantidad en su pija (no me di cuenta en ese momento que trataba de hacer) y sin dudarlo entreabrió mis nalgas y metió el cabeza primero y sin contemplaciones luego todo el tronco en mi virgen culito. Mi grito de dolor fue tremendo. La sensación era desgarradora. Creía que me moría del dolor. Mi madre entreabrió los ojos pero con un hilo de voz solo pidió por otra línea de cocaína. Mi padre estaba extasiado, metía y sacaba lentamente su pija y con cada movimiento mi dolor me arrancaba lágrimas y gemidos de lamento. Pedía perdón y trataba de salir de allí, pero el me tenía bien agarrado de mis caderas y además medía el doble que yo y pesaba el triple. Creo que me desmayé, o el tiempo dejó de transcurrir, no lo sé bien. Si sé que lo que era un dolor lacerante e intolerable, comenzó a mutar en una sensación agradable. Era como una mezcla entre querer ir al baño a defecar y luego la placentera sensación de hacerlo, todo en un mismo momento y en forma reiterada. Esa sensación desagradable fue desapareciendo por otra cálida, suave, placentera y para esa edad tan temprana; divertida. Cuando mi padre acabó dentro mío, sentir ese líquido caliente llenarme me llevó al éxtasis. Para ese momento y en primaria, la sensación fue indescriptible. Y entendí que papá me había hecho doler, pero que era porque me había portado mal y me castigó por eso, pero que luego me permitió disfrutar de él y cuando me empecé a portar mejor también me dejó de dolor y me sentí feliz.
Un nuevo juego acababa de empezar. Cada vez que papá quería, yo jugaba a que estaba perrito como mamá y el se ponía atrás mío, me untaba una pomada que olía a frutillas y luego sentía como entraba todo por detrás, ya casi no dolía, solo al principio, pero luego era divertido. Por momentos nos poníamos juntos lado a lado con mamá los dos jugando a los perritos y papá iba de uno a otro.
Eso lo hacían antes y después de ir a la mesa, inhalar un polvo blanco que luego sabría que era cocaína y volvían super agitados. Era divertido verlos, poque a veces se tropezaban, o se transformaban y no parecían ellos, inclusive una vez, mi papá (que era el que más veces iba a la mesa) se puso a saltar sobre la cama o se divirtió haciendo pis sobre mamá y sobre mi sin ir al baño. Eso nos pareció fabuloso, de hecho, mi madre cada vez que acababa largaba unos chorros tremendos. Así que ellos decidieron incorporar la práctica de la lluvia dorada, y todo porque papá estaba loco por la droga. A mí también me permitían hacer pis sin necesidad de ir al baño e incluso mi papá me pedía que le haga pis en la boca. Salvo caca (eso si no se podía), si tenía ganas de ir le decía a papá o a mamá y el que quería me abría la boca y yo primero le meaba la cara y luego adentro de su boca. A mi también me enseñaron, pero el pis de papá era más dulce que el de mamá. El de mamá no me gustaba mucho, pero por supuesto que no se lo iba a decir para que no se enoje conmigo.
Un tiempo después, mi mamá quedó embarazada del que sería mi hermanito del medio. Eso no hizo que ella dejara de coger con él, pero ya no podía tomar cocaína. Al menos mi padre la vez que la vió aspirar una línea después de la noticia de su embarazo le pegó una golpiza que le dejó la cara toda marcada. Me asusté mucho y quise protegerla, pero mi padre sacado por la droga era imposible de frenar y de un empujón terminé contra una pared del cuarto. El no quería que sus hijos salgan “deformes” así que ya la había avisado que debía dejar la droga. Claramente mi madre no tomó más. Pero eso la transformo en una perra en celo. Todo el tiempo estaba caliente me pedía que le coma la concha o quería la pija de papá y como no siempre la tenía empezó a meterse cuanto consolador pudiera. Al avanzar el embarazo, se le complicaba movilizarse y si bien todo el tiempo tenía algún consolador o en el culo o en la concha, me mandaba a llamar y me tenía horas chupándola. Las tetas estaban enormes y encima secretaba leche, así que si podía me pasaba un rato en su concha y cuando podía me le prendía a la teta a tomar leche.
Mi padre también tomaba de esa leche, pero a él mi madre le pedía en seguida que se la introduzca por donde quisiese. Eso si papá también me la metía a mí, porque decía que mi culito era más apretadito que el de ella.
Con el nacimiento de Aníbal, todo volvió a la normalidad para mamá. Volvió a aspirar cocaína todos los días y a toda hora. No le daba la teta, ya que el médico se la desaconsejó porque la leche tenía algo que al bebé le hacía mal (tiempo después, me daría cuenta de que los metabolitos de la cocaína pasaban a la leche). Así que como le daba mamadera, la leche era para papá y para mí y alternábamos entre la concha y sus tetas. A veces hasta parecía que nos coordinábamos. A mí me interesaba saber que gusto tenía el pis de mi hermanito, así que cuando podía, le sacaba el pañal y esperaba que de su pequeño pilín saliera líquido para así tomarlo. Era riquísimo, más rico que el de papá. Mamá me pescó varias veces y cada vez que lo hacía me sacaba porque tenía que volver a ponerle el pañal.
Recuerdo que, en la escuela primaria yo tenía inquietudes que mis compañeritos no. A mi me gustaba el semen, hacerle a mi madre una buena mamada de concha y tetas y me encantaba recibir el pene de mi padre. Pero entendí (a veces a fuerza de golpes) que una cosa era lo que ocurría en casa y otra, puertas afuera. En el colegio mis padres eran ejemplares, mi madre siempre con ropa de marca, inmaculada, era la envidia de otras madres y hasta supe después el deseo oculto de algún compañero. Mi padre, casi nunca aparecía por mi escuela, salvo algún evento importante y era un caballero inglés. Los informes pedagógicos que asentaban mi comportamiento, mis preguntas y mis desajustes de personalidad casi nunca salieron a la luz y sus autores silenciados o directamente expulsados debido a la generosa recompensa de mi familia. El colegio que era famoso por sus valores, por su difícil pertenencia, el alto costo de su matrícula y cuotas mensuales y sobre todo su alta alcurnia se desvivía por el dinero de mis padres y todo me estaba permitido. El límite siempre lo pusieron desde casa, nunca en la escuela.
Estando a mitad de primaria entendí como se mueve el mundo y porqué yo estaba destinando a dominar mi curso. Ese día uno de mis compañeritos olvidó el dinero para pagar una excursión. Sabía que no eran acaudalados, de hecho, tenía una beca casi completa. Debía abonarlo ese día que era el último posible o lo desafectaban del viaje y por lo tanto se perdía la excursión. Desde el colegio llamaron a los padres, pero no tenían el dinero. Todo estaba perdido y lloraba amarga y desconsoladamente por el patio por no contar con el dinero. Mi mente maquinó una artimaña y me lo llevé aparte ofreciéndole abonar yo ese importe a cambio de algún favor que me pudiera hacer. Las súplicas y su ofrecimiento de “lo que sea” terminaron de cerrar mi idea. Llamé a mis padres, les pedí que alguno me acercara ese importe a través de nuestra empleada (tenemos una de confianza que cobra mejor que el gerente de alguno de los negocios de papá por su fidelidad, silencio y confianza) con la promesa de que lo iba a devolver. Estaba seguro de que no me lo reclamarían, pero si lo hacían, pensaba robarles ese importe ya que sabía dónde se guardaban fajos de dinero en mi casa y ni se darían cuenta el monto mínimo faltante. Con el dinero en mi poder, llevé a mi compañero al baño con la excusa de que lo hacía en nombre de cuidar su pudor y encerrados en el cubículo del baño, le mostré el fajo de dinero. Antes de que pudiera tomarlo, añadí que quería que se bajara los pantalones y me mostrara su pito. Alvarito primero se rió pensando que era una broma, pero al ver que hablaba en serio, me miró con cara de haber visto al demonio. Creo que me mantuve inflexible porque sabía que era en ese momento o nunca. Sin otra alternativa que quedarse mientras todos nos íbamos de excursión, desabrochó su pantalón y se los bajó, calzoncillos incluidos, hasta las rodillas. Acto seguido, hice lo mismo y le pedí que me acariciara. Ambos estábamos absortos mirando el pene del otro. El ambiente se sentía tenso, pero excitante. Tomé el fajo de billetes y se lo mostré, pero insistí en que me lo tocara. Álvaro extendió su mano y me acarició. Se sentía rico, pero sentía que faltaba algo más, así que le pedí que me lamiera la punta. No vi que se resistiera demasiado, se agachó todo colorado y con la lengua dio dos lamidas a mi pene. Acto seguido le dije que había estado perfecto, lo levanté, le di un beso en la mejilla y le di el dinero. El sin decir nada agarró el fajo de billetes, se subió los pantalones y salió corriendo del baño.
A los días estábamos en la cantina del colegio y Alvarito se me acercó y me preguntó si podía conversar un par de palabras con él. Accedí y lo invité a acompañarme en la fila. Me dijo que no tenía dinero para el almuerzo y la comida de su vianda estaba horrible. Me consultó si podía ayudarlo con el almuerzo y que él pagaría como la vez anterior. Cuando llegamos a la caja, le guiñé un ojo y pedí dos tostados, dos gaseosas, dos alfajores y dos helados que retiraríamos más tarde.
Luego de un almuerzo donde conversamos de fútbol, de maestras de materias y de chicas, retiramos los helados y Alvarito solo me preguntó si podíamos ir al baño. Fuimos degustando cada uno su helado (el mío de frutilla, el de él de naranja) y nuevamente encerrados en el cubículo me bajé los pantalones y no tuve nada que decir. Alvarito se arrodilló, metió mi pene en su boca y lo chupó durante al menos un par de minutos. Nunca había sentido una reacción así. Trataría de pedirle a mi madre o a mi padre que me la chuparan. Se sentía delicioso. Hasta sentí que mi pilín se ponía un poquito más duro.
A partir de ese momento llevaba el triple de dinero en mi billetera. Lentamente se fue corriendo el rumor de que si alguien necesitaba algo yo podía proveerlo y tuve acercamientos varios. Desde compañeros míos hasta más grandes incluyendo chicas. A todos no les pedía lo mismo. A algunos que me hicieran una chupada de verga, a otros que me chuparan el culo, a otros que orinaran adelante mío. A otros que me mostraran su culo y lo abrieran. Alvarito era ya mi sirviente personal. Casi todos los días me chupaba el pito varios minutos. He orinado en su boca y lo obligué a tragar. La primera vez vomitó todo. Pero lo intenté en más de una ocasión y creo que al final terminó gustándole. Todo se complicó un día que me estaba chupando una compañerita y el profesor de 1er año se dio cuenta y nos delató. Llamada a los padres, sorpresa actuada en la cara de mis viejos, expulsión para la chica por indecente, pago generoso de mi papá y seguimos con nuestra vida. Alvarito al año siguiente lo cambiaron de colegio porque no podían pagar la cuota. Se había terminado una época de oro, pero se habían sentado las bases para establecer mi poder en la escuela.
Comenzando a entender un poco más que ocurría, en la pre-pubertad, utilicé los momentos en que mis padres estaban más pasados para que me chuparan la pija. Cuando lo pedía se miraban entre ellos, emitían algún que otro sonido gutural, se reían y alababan mi crecimiento, pero siempre terminaban aceptando. El puntapié lo dio papá como siempre. Me hizo una tremenda mamada. Luego mi madre que me demostró porqué a papá le sacaba tanta leche. Algo extraordinario. Ni comparado con Alvarito o alguno de mis compañeros. Cuando estaba muy drogada que ni reconocía lo que hacía me acostaba sobre su cara y le ponía mi pija en la boca. Cuando la abría para respirar la metía y me movía yo. Por las noches entre ambos mientras mi padre roncaba y mi madre apenas respiraba, sentía que mi pene se ponía durito. Era una sensación nueva. Algo diferente. Placentero, doloroso, incomodo. Pero por mi experiencia sabía que así tenía papá la suya cada vez que me la metía o lo veía metérsela a mamá.
Cada día que pasaba tenía más ganas de meterla yo, probar como sería estar adentro de mamá o del culo de papá.
Una noche después de una fiesta de sexo, drogas y alcohol con unos amigos de mis padres, cuando todos estaban inconscientes, me puse entre las piernas de una de las amigas de mi padre y traté de meterle mi pijita. Me costó, no dio que haya sido sencillo. Además, sin nadie que me guiara no supe que estaba adentro hasta sentir el canal húmedo y mojado de su vagina. Fue mi primera experiencia. Ella tenía pastillas, alcohol, cocaína y ni se dio cuenta. Pero para mí fue la gloria. Sentir el calor de una concha, como se resbala al entrar, lo apretadito del lugar y como sentía que mi pija era absorbida por esa carne caliente y chorreante me explotó la cabeza. La saqué llena de leche y jugos. Supongo que antes le había acabado alguno, quizás hasta mi padre. Me agaché y la lamí probando ese néctar de mezclas prohibidas y con la lengua la dejé bien limpia. Ahí me dieron ganas de probar a que sabía la concha de mi madre. Agacharme entre sus piernas y sentir la mezcla de sabores dulces, salados, ácidos de varias acabadas y de ese gusto a orina me paró mi pequeño pene y no pude evitar meterlo en mamá. Creo que se dio cuenta, porque entreabrió los ojos, extendió la mano, agarró un papel envuelto, lo desenrollo y se metió casi medio gramo entero de una. Me miró…asintió ligeramente, abrió las piernas y agarrándome el culo se empezó a mover frenéticamente hasta que sentí los chorros de su acabada. Lentamente fue disminuyendo los movimientos hasta quedar nuevamente inconsciente. Cuando se quedó inmóvil, sus miembros se aflojaron. Y yo pude sentir lo que era cogerse a mamá por primera vez.
Ahora que ya sabía que era, empecé a ver a mi hermanito con otros ojos. Cada vez que podía le comía la pija, y le metía mi pija en su boca. Con apenas algunos años el muy perverso sabía como chuparla. Era una habilidad natural y además cada vez que me veía y estábamos solos se abalanzaba sobre mi pija. Yo lo dejaba, aunque cada vez que alguno de mis padres lo veía me daban una buena paliza.
Un fin de semana que mis padres tuvieron que viajar a Uruguay para un trámite, aproveché y desnudé a mi hermanito, le puse el pote de lubricante de mi padre y despacito le metí mi pija en su culo. Al principio lloró y pensé en para. Pero luego recordé que a mi papá me siguió dando y me terminó gustando, así que con Aníbal hice lo mismo. El llanto de mi hermano no paró nunca. Además, apareció un poco de sangre en su pañal. Debo confesarles que me asusté. Lo bajé de su cuna y el muy turro apenas pudo se prendió a mi pija. No sabía que hacer, pero esta como poseído…no pude aguantar más y lo di vuelta y se la volví a meter. Creo que ahí si le gustó. Al menos no lloró y me dejó hacer hasta que me cansé.
Hasta la pre-pubertad y más, con el pleno despertar hormonal me acostaba con mi madre, me la cogía por adelante, por atrás y también me cogía a mi hermanito. Le hice un culo aguantador de pijas. Tanto que no había día que no se pasaba a mi cama a la noche a chupármela y se sacaba su calzoncillito y me apoyaba su culo despertándome. A su muy precoz edad ya sabía a su modo como se pedía que lo culeen.
Papá la primera vez que nos vió se calentó tanto que mientras yo me lo cogía a Aníbal, el me la metió a mi y me bombeó como varios minutos sin acabar. Después casi mientras acababa, me corrió del culo de mi hermano y se la metió hasta el fondo. Mi hermano cerraba los ojos y un par de lagrimas derramó, pero se la bancó sin un grito. Creo que de ahí es que mi hermano se transformó en el miembro de la familia que más le encanta la pija, de hecho solo le encanta la pija. Mientras tenga algo en su culo y pueda tomar semen, nada le importa.
Debo hacer una aclaración que antes no mencioné y que es importante. Una de las unidades de negocio de la familia es una empresa naviera. Mi padre, a través de un amigo de mi abuelo, adquirió un barco carguero que una empresa vendía para modernizar su flota. Su objetivo inicial era utilizar un medio de transporte propio para exportar una parte de la producción de otra de las unidades de la familia que es la maquinaria agrícola. No obstante, algunos acontecimientos le dieron un perfil diferente a esta inversión. El dealer de mi padre era un amigo de la primaria. Este la conseguía de un colombiano que traía la mercadería a través de un intermediario por tierra hasta el puerto de Rosario. En alguna de las fiestas en las que mi padre era uno de los invitados de honor se habrán conocido y se le ocurrió un negocio diferente. Encontró en el carguero un sector aislado, que blindó con paredes dobles y aislantes, una puerta secreta y un sello oculto. Los colombianos por tierra llevaban la mercancía de alta pureza al puerto de Barranquilla y de ahí en el camarote secreto directo a Europa. Cada carga transportaba 3 toneladas de cocaína pura, por lo que el pago era generoso ya que nunca se trasladó tanta cantidad de forma tan segura. Además, para contentar a todas las partes, se repartía siempre algo más. 100 kilos para el capitán y su tripulación y 20 kilos por mes para mi padre. Imaginarán que la provisión era ilimitada, por lo que en el departamento siempre había bolsas para regalar de máxima pureza y calidad.
A los 14 años casi 15 mi vida dio otro vuelco. Volvía de una fiesta de 15 con mi padre y cuando nos íbamos a dormir agarró un paquete de merca y lo puso sobre la mesa. Armó dos rayas con una tarjeta de crédito y se metió las dos líneas por cada narina. Yo estaba absorto mirando, no porque era algo especial, ya que lo había vivido y visto mil veces, sino porque algo en mi interior me decía que mi padre lo había hecho pensando en que yo pruebe.
Sin peguntarle nada, agarré el paquete saqué un poco y lo puse frente a mí. Miré a mi padre para que el avalara o rechazara mi idea. El solo atinó a pasarme el billete doblado que había usado para meterse la coca. Así que preparé las dos rayas y me acerqué con el billete en mi nariz a la primera esnifando mi primera línea de merca. Acto seguido metí la segunda por la otra narina y lo miré a mi padre que sonrió con malicia. El subidón de la cocaína es indescriptible. Primero sentís una excitación y un nivel de bienestar e invencibilidad que no se compara con nada. Todos los músculos se tensan, el cerebro va a mil por hora como viendo imágenes de una carrera de autos, y esa sensación de que todo aquello que uno quiere hacer lo puede hacer. No hay límites, no hay tabúes no hay imposibles. Te elevas por encima de los mortales y entiendes lo que es ser dios. Solo atiné a sacarme la ropa, pararme encima de la silla y golpearme el pecho como tarzán y aullar como un lobo en celo. Le expresé mi gratitud a mi padre con un abrazo y hasta lo levanté del piso. Con mi pija al palo encontré a mi madre en el sofá dormida y de un solo movimiento la levanté en brazos, la llevé a la cama, le saqué la poca ropa que aún el quedaba arrancándola y se la metí hasta el fondo. Apenas sintió la pija empezó a gemir y yo a gritar como loco. Acabé un litro de semen dentro suyo y sin dejar de chorrear entre mi leche y sus jugos fui al dormitorio de mi hermano, y le metí la pija en la boca para que me la limpiara. Me la comió un poco y cuando le acabé me dio por orinar y le oriné toda la cama y el cuerpo.
Cansado, extenuado y feliz, me tiré en mi cama, dormitándome acompañado por miles de fantasías perversas y húmedas, uno más bizarra que la otra. Así me dormí, con mi mente en una sola cosa y nada más, quería meterme la próxima raya de merca ya.
Mi etapa de vicioso y adicto a la cocaína no la recuerdo completamente. Se ve que vivía dado vuelta.
Mi mamá quedó nuevamente embarazada esta vez sin saber si de mi padre o mío, ya que ambos le acabábamos dentro casi todo el tiempo. Esta vez mi padre (supongo que sospechando que podría ser más mío que de él) no le cortó la sustancia a mamá y entre los tres tanto mamá, como papá o como yo, nos dábamos cuanto saque podíamos. A veces despertaba sin saber donde me encontraba y que día u hora era.
Mi hermana nació prematura, parece que tanto descontrol le gustó porque se anticipó un par de meses y mi madre estuvo internada también. La cirugía fue muy complicada y perdió el útero por sangrado. Ese lapso le sirvió para recuperarse un poco. Mi hermanita Rocío hizo un síndrome de abstinencia a la cocaína y eso la metió en problemas legales, que papá resolvió con varios miles de dólares, el juez, accedió, pero la obligó a controles semanales e internarse en una clínica de rehabilitación. Por suerte para todos, Roció recuperó rápidamente el peso y le dieron el alta. Mamá en la rehab la cuidó muy bien, le daba la teta y se portó como una madre en serio. Cada vez que la visitábamos nos la cogíamos en el baño o en su habitación, incluso nos pajeaba en la sala de visita porque su naturaleza calentona era más que ella, pero de drogas nada.
En cambio, en casa las cosas empeoraron. Yo salía para el colegio con al menos dos rayas encima. Me llevaba varios papelitos que iba consumiendo a lo largo del día. Mi poder económico lo empecé a usar para enviciar compañeros y así generar consumidores y poder cobrarles por vender y tener plata o simplemente un poco de poder. Claro que no lo hice tan evidente, fue muy sutil. Regalé varios meses de mercancía antes de empezar a cobrar. Fue un trabajo hormiga que se me ocurrió viendo una serie de Netflix.
Ya estando en tercer año del secundario tenía un ejercito de loquitos que hacían cualquier cosa por mi si yo se los pedía. Me acuerdo un día de que estábamos en el baño y entraron varios chicos más grandes. Se nos quisieron hacer los malos. Nosotros estábamos tan zarpados, que uno de mis compañeros arrancó un pedazo de mármol de uno de los sanitarios y le partió la cabeza con él. Agarramos a los otros y de lo sacados que estábamos les comenzamos a pegar hasta dejarlos desfigurados. Obivamente ambulancia, reunión de padres y zafamos porque argumentamos que los más grandes habían empezado y nosotros nos habíamos defendido. Pasó, pero obvio que mi padre tuvo que desembolsar una cuantiosa cantidad de dinero.
Con mi grupo de locos, empezamos a juntarnos en casa, en el sector “público” o sea en el piso 18. Papá al principio me mandó a la mierda, pero con el correr de las reuniones entendió mi estrategia. Era muy simple, la excusa era estudiar, pero al rato de llegar, yo ponía una bolsita con coca sobre la mesa para que cada uno y cada una se sirviera a gusto, empezando por mí. Al rato estábamos todos dados vuelta. Nos sacábamos la ropa, nos tocábamos, nos peleábamos, nos abrazábamos, nos molíamos a palos, y a mi orden, agarrábamos a uno según la suerte y ese nos entregaba el orto. Me desvirgué a todos mis amigos así. El afortunado, se llevaba cincuenta gramos de merca para el solo. Así que casi todos me pedían por favor que los eligiera. Mis compañeras sangraban delante de todos mientras le metía la pija y las desvirgaba. Pero con lo pasadas que estaban solo querían más. Al cabo de unas semanas, se sumó mi viejo. El hijo de puta se cogió cuanta pendeja se le cantaba. Las muy trolas sabiendo que era el proveedor principal lo atendían con especial interés.
Tuve que agarrar de los pelos a más de una y echarlas a patadas en bolas a la calle porque se creían las dueñas de casa. A algunas incluso las desfiguré a golpes.
Fue una época dorada de sexo, drogas y alcohol. Lamentablemente lo bueno a veces dura poco, en el colegio un día después de haberme clavado tres saques en el recreo anterior, un profesor de matemáticas me pidió resolver un ejercicio y enojado (y sacado) fui y lo reventé a trompadas. Al punto de dejarlo inconsciente, con un traumatismo de cráneo severo y terminó en coma en el hospital. Ese fue el punto en el que mi viejo dijo “basta”, pagó como un rey toda la internación e indemnización del profesor y mucho más, y me metieron en rehabilitación. Hicieron pasar como que me fui de intercambio al exterior.
En la clínica dejé la droga, pero no podía dejar el sexo. Me pajeaba al menos 10 veces por día. Incluso cuando venía la enfermera o el enfermero a traerme medicación seguía sin importarme nada. Pasados los primeros quince días me vienen a visitar mi hermano y mi papá. Me prendí a la pija de papá y cuando pude se la metí a mi hermanito hasta el fondo. Había leche, así que se ve que papá no había perdido el tiempo.
Cuando pasé a la habitación compartida, me pusieron con un muchacho que ya tenía allí dos semanas más que yo. Apenas estuvimos solos me bajé los pantalones y el calzoncillo y me empecé a pajear. El miraba con atención, por lo que le ofrecí mi pija, rechazándola por no ser “trolo” según me dijo. Le pregunté si quería que yo se la chupara y como dudó…perdió. Me subí a su cama, le bajé el pijama y su pija que estaba morcillona apareció ante mí. Me le prendí y con mis artes amatorias le saqué hasta la última gota de leche. Esa tarde, después de volver de terapia grupal, antes de la cena me preguntó mientras me pajeaba si no quería repetir lo de la mañana. Yo accedí, pero antes de hacerlo acabar, le hice una buena chupada de culo y le metí los dedos hasta el fondo. Acabó a lo loco (y me tragué todo claramente) y antes de que se enfriara, le apoyé mi polla en el orificio y él hizo el resto, se fue para atrás y lentamente se la metí toda. Desde esa tarde hasta que le dieron el alta, nos cogíamos todas las noches. A veces yo y a veces me cogía él. Su leche era más liquida que la mía y más dulce. La probamos de todas las formas.
El día de mi egreso sanatorial me esperaban en casa con una cena espectacular. Mi padre y mi madre hablaron seriamente acerca de las conductas adictivas. Acordamos tratar de no consumir más, pero en caso de hacerlo ser moderados, no descontrolar y por supuesto nada de motivos para terminar presos. Esa misma noche me metí un par de rayas de coca, me saqué la leche con mi hermanito y vi por primera vez la conchita de mi hermana, mientras papá y mamá cogían en el living.
El final de la secundaria vino acompañado de un fiestón en casa que terminó con una orgía en la que hasta mi hermano se clavó su primera línea de merca. Todos en bolas cogiendo como locos, descontrolados. A las chicas les metíamos la pija por el culo, por la concha, por la boca y cuando empezaban a cansar, les acercábamos coca, aspiraban una línea y seguían así. Cambiábamos de lugar o de monta y a meterle. Mi vieja quedó en el medio de la sala abierta de piernas totalmente dada vuelta con cocaína en todo el cuerpo. Mis compañeros se acercaban, aspiraban un poco, le metían la pija en algún lugar de aquellos que se le antojara o le chupaban un poco alguna teta, la concha y seguían con otro agujero. Mi hermanito fue montado por todos, lo mearon, le acabaron en la cara, chupó todo el semen que caía en el piso. En cuanto a mí, sacado por la merca me pintó cogerme a mi hermanita. Rocío bebé, tenía la concha virgen y apretadita. Debo reconocer que me costó, pero dentro de mi cabecita loca la cuidé, porque se lo hice despacio, avanzando lentamente. No recuerdo si lloraba o le gustaba, creo que no. Le llené la conchita de leche, aunque ya me quedaba solo poca cantidad en los huevos. El balance de esa noche de barbarie fue que me metí cinco rayas de coca, fumé dos porros, me clavé una pastilla de éxtasis y una de anfetaminas. Acabé como diez veces en culos de hombres, conchas y culos de compañeras y en el de mi familia. Y del descontrol quedó una piba en coma que terminó muriendo a la semana. Por suerte para nosotros, como ya había terminado la secundaria, solo hubo que pagarle a la familia para arreglar el asunto ya que la escuela no tenía nada que ver y la policía recibía su paga mensual.
Mi universidad trascurrió algo más calma. La muerte de mi compañera Leire me aplacó bastante. Seguía tomando coca, pero menos seguido, y también menor cantidad. Estudiar administración para hacerme cargo de los negocios familiares atrapó mi atención. Resultaba que tenía cierta habilidad natural para los negocios y me recibí en menos tiempo que el resto y con excelentes notas (sin ayuda de mis padres). Mi hermano se transformó en un desastre caminante. Drogado casi todo el día, salía a buscar machos donde lo encontrara. Inclusive les pagaba a indigentes para que se lo cogieran. En casa usaba tacos o pelucas y el resto del tiempo andaba maquillado y desnudo. Cuando salía se vestía masculino, pero para poder pavonearse y mariconear públicamente. Esto a mi padre lo sacaba de quicio y para Aníbal era una adrenalina extra. Aspiraba merca en público sin importarle nada y sacado piropeaba a maridos, hombres, policías, taxistas o lo que se cruzara.
Mi hermana a muy temprana edad mostró ciertos signos de sadismo. De niña torturaba mascotas, desmembraba a los insectos y en más de una ocasión la vi con animalitos pequeños y cortarlos vivos. De preadolescente le encantaba coger, se metía en la cama de mis padres y se metía la pija de mi viejo y al otro día se metía en mi cama y me cogía a mi (y literalmente me cogía ella porque era una fiera endemoniada como mi madre).
Una noche mi hermano había metido a un tipo andrajoso y bastante maloliente a su cuarto. Estaban los dos desnudos y pasados de droga cuando mi hermanita se metió al cuarto. Le ató las manos al indigente, le puso un trapo en la boca y con un cuchillo le empezó a hacer cortes mientras se masturbaba, Le cortó los brazos, le cortó las piernas, le cortó el tórax con cuchillazos largos y poco profundos. El mendigo entre la droga y el alcohol no se dio cuenta al principio, mi hermano con el culo lleno de leche tampoco se despertó. Pero ella siguió cortando. Acababa, chorreaba flujo en el piso y volvía a agarrar el cuchillo y cortaba otro pedazo de piel. La sangre brotaba de las heridas y ella a medida que emanaba la esparcía por el pobre pordiosero y sobre ella misma. Con un tajo preciso amputó el pene del hombre que ahí reaccionó desesperado, pero atado de pies y manos y amordazado poco podía hacer. Se sacudía y gritaba ahogadamente exacerbando el sangrado y eso a Rocío la encendía más. Le clavó el cuchillo en el abdomen y la sangre mezclada de intestinos empezó a brotar. Se ve que el dolor lo hizo desmayarse…y ahí mi hermanita transformó la pieza de Aníbal en un festín de sangre y cuchilladas. Se sentó sobre el tórax del mendigo y acarició su vagina con la mano mientras esparcía la sangre sobre ella y sobre su cuerpo con la otra. Se ve que estuvo bastante, incluso saboreando el rojo líquido hasta que se cansó y con el cuchillo seccionó la yugular y la catarata brotó del costado del cuello del mendigo que se retorció poseso hasta que lentamente disminuyó sus movimientos (y la sangre que de él manaba) hasta quedarse inmóvil y finalmente murió.
De más está decir que llevó varios días eliminar todo rastro de esa situación. Incluso de la mente de mi hermano que tomó más coca que nunca y mezcló algunas pastillas en el proceso. Mi hermanita que aún no era estudiante secundaria era una sádica. Cada vez que hacía algo exigía un castigo y se le mojaban las bragas cuando mi padre (o yo si estaba) la azotábamos.
En unas vacaciones en Tailandia, los contactos de papá en el sudeste asiático (las rutas del barco trasportador del “café colombiano” se habían extendido inteligentemente), nos prepararon una fiesta de bienvenida. Debíamos elegir a dos niñas (o niños) de no más de su primera infancia, para hacer lo que quisiéramos. Hicieron desfilar desnudos y desnudas a varios niños adelante nuestro y tanto a mi como a mi papá se nos hacía agua la boca. Elegimos a dos nenas mientras que mi mamá y mi hermano sin perder demasiado tiempo agarraron a dos musculosos mayordomos (o mucamos no sé qué eran) y desaparecieron. Papá, Rocio y yo nos quedamos con las dos niñas y sin perder tiempo mi hermana agarró de la mano a una de las niñas y se la llevó a un rincón. Con mi padre le metimos merca por la nariz a la nena y nos la cogimos al mismo tiempo. Le dimos durísimo y sin miramientos. Nada que ver como cuando cogíamos con Rocío a quien amoldamos a fuerza de pija, pero despacio. La nena lloraba, gritaba, se retorcía de dolor y cuando se ponía demasiado loca, le metíamos otro saque en la nariz y una buena trompada para calmarla. Le dábamos duro hasta acabar y luego de descansar un ratito comenzamos nuevamente. La pibita inconsciente se convirtió en nuestro juguete de trapo. Le metíamos bananas en el culo y nos reíamos mientras me la cogía por adelante y la banana lentamente se salía. Tomábamos el tiempo cuanto tardaba una banana en salir de la conchita mientras uno se la clavaba por el culo. El ganador tenía derecho a cogerse al otro. Gané yo y me garché a papá. Cuando acabé me dio sed y me tomé dos cervezas heladas. Al darme ganas de orinar fui donde estaba la niña inconsciente y le oriné la cara. Eso la despertó ligeramente y empezó a sollozar por lo que me enfureció y le empecé a dar trompadas en la cara y el estómago para callarla. Lo logré pero me había dejado caliente…así que la levanté a la altura de mi pija y se la volví a clavar en la conchita. El cuerpo inerte de la nena se balanceaba mientras la bombeaba con ganas. Cuando acabé la solté y cayó pesadamente al suelo. Mi hermana que estaba jugando a las muñecas con la otra nena se acercó gateando y lamió la sangre que emanaba de la concha lacerada de la niña, de la cara que yo había golpeado y de un mordisco en el cuello arrancó parte de la piel y la arteria yugular comenzó a brotar palpitando lentamente. Mi hermanita comenzó a acariciarse la entrepierna y a beber la sangre que salía del cuerpo inerte. Acabó con un alarido bestial cosa que me calentó tanto que así en el piso como estaba le levanté el culo y se la metí hasta el fondo.
Nos volvimos a la Argentina con la otra niña (nos la regalaron hasta con papeles como si fuera un perrito) que se transformó en el juguete de mi hermanita. Le decimos Chu (no tenemos ni puta idea como se llama) y ella la usa como inodoro porque detesta ir al baño tanto para mear como para cagar y Chu le limpia todo y se traga todo. Además de que cada vez que quiere le hace un tajito y se toma un poco de la sangre de chu o le pide que le coma la concha. Es bastante perversita.
Hace un año cuando yo tenía 29 años mi padre en una fiesta de merca y descontrol hizo un paro cardíaco. Estábamos todos pasado de falopa y no nos dimos cuenta. Lo notó mi hermano porque lo había visto a la noche y lo encontró cuando fue por más cocaína, en el mismo lugar inmóvil. Estaba desnudo, rígido y con una erección descomunal. Mi hermano nos llamó y lo primero que atinó mi vieja pasada hasta los pelos de merca es sentarse en su pija y cogérselo por ultima vez. Lo hicimos todos. Seguí metiéndome yo su pija durísima en mi culo y mientras me movía lloraba por él. Después mi hermano que le puso un par de rayas en cada cachete y mientras lo montaba las aspiraba. La ultima que se o cogió fue mi hermana. Pero se ve que la pija se había quebrado la base y se movía medio sin control. No pudo acabar. Así que pobre Chu tuvo que soportar que la cortaran y le dio con el látigo a la concha de Rocío casi toda la noche.
Para el entierro y evitar malos momentos me hice cargo de la policía y el juez. Nuestro médico firmó su certificado de defunción como que era un paciente oncológico terminal y toda la alta sociedad nos acompaño en el entierro.
Así llego al día de hoy. Reformado parcialmente, sin tomar hace 1 año nada que no sea una copa de champagne en ocasiones sociales y como presidente del holding Rivera Ortiz a cargo de los negocios de mi viejo. Sus administradores aceptaron continuar en sus cargos y mi madre, mi hermano y mi hermana son la perversión caminando.
Yo creo estar reformado…pero si la tentación aparece, me pierdo. A veces llega en forma de mail. Espero tus comentarios, espero tu invitación, espero concretar…
FIN?
Estos son los relatos que quiero leer ….. perversión en su máxima expresión …. todo todo me encantó, no podía evitar tocarme acostado al lado de mi esposa jejeje , tanto que terminé eyaculando en mi calzoncillo y así me terminé de dormir todo mojado …. si querés podes escribirme al telegram que está en mi perfil, besos