Madres consentidoras
Madres consentidoras, mujeres que les permiten todo a sus maridos, un hecho que se va transmitiendo generación tras generación y que tenemos que sobrellevar de la mejor forma posible..
Algunos dicen que las mujeres somos “consentidoras” por naturaleza, pero yo no lo creo así, simplemente es una característica femenina, que también puede ser masculina, como en el caso de los cornudos consentidores, por ejemplo, pero en la mujer se desarrolla como un instinto de supervivencia o necesidad de protección por parte del macho, aparte de dependencias emocionales o económicas, y por lo que está dispuesta a hacer lo que sea por mantenerlo a su lado.
Puede que muchos conozcan mujeres de ese tipo, con unos maridos o parejas que hacen lo que quieren con su consentimiento, e incluso a veces, ellas mismas alientan esas infidelidades o devaneos ocultos, que muchos hombres no pueden evitar, y sus esposas, conocedoras de ello, intentan sobrellevar de la mejor manera.
Pero cuando una mujer se convierte en madre, ese instinto de necesidad protectora, se desarrolla sobremanera, llegando a sacrificar en cierta forma a sus hijos, para que sus maridos no las dejen, de una forma mucho más oculta a la sociedad, ya que todo sucede en la intimidad del seno familiar.
De este modo, se ven en la necesidad de aplacar esa fogosidad sexual masculina cuando por diversas circunstancias, ellas no se ven capaces de hacerlo, y transigen para sobrepasar ciertas barreras morales que hasta ese momento nunca se habrían imaginado, aunque en su pasado, ellas mismas hubieran sido protagonistas de hechos similares.
Para explicar mejor este fenómeno, creo conveniente y necesario explicar mi historia desde mi niñez y pre-adolescencia, que es de cuando tengo mis recuerdos más nítidos, aunque seguramente hubiera comenzado antes, pero no lo recuerdo tanto. Mi cuerpo empezaba formarse y quizás precozmente se desarrollaron mis pechos, por lo que era la envidia de mis amigas en aquella época, pero a la vez me daba cuenta de que eso provocaba las miradas de los chicos y de los hombres más mayores, incluido mi padre.
Aunque mi cuerpo se hubiera desarrollado, mi mentalidad seguía siendo de niña, y por eso seguía yendo los fines de semana por las mañanas a la cama de mis padres, e incluso alguna noche me había quedado dormida con ellos, como cuando era más pequeña.
Como todas las niñas, sentía debilidad por mi padre y siempre me colocaba a su lado de la cama, sin que hasta ese momento de mis 11 o 12 años, prestara especial atención a sus abrazos o sus caricias, sino todo lo contrario, yo estaba encantada con ese contacto con su cuerpo, pero a partir de esa edad ya iba sabiendo cosas sobre el sexo, sobre todo, por conversaciones con mis amigas y esos contactos íntimos con mi padre me hacían sentirme confusa, porque mi cuerpo reaccionaba de una forma diferente a como lo hacía antes, con una mezcla de sensaciones agradables y de miedo por pensar que se trataba de algo sexual, lo que no consideraba apropiado por la educación recibida y sobre todo, por estar mi madre en la misma cama donde sucedían esas caricias y tocamientos.
Esas sensaciones provocaban que cada vez que me metía en su cama, lo hacía con más nervios, porque ya sabía lo que iba a pasar y lo buscaba de forma inconsciente, aunque por un lado pensaba que no debería ir más, por otra parte, estaba descubriendo algo que me gustaba mucho y no quería perdérmelo.
Estas cosas que sentía tampoco me atrevía a hablarlo con mis amigas, porque yo no sabía si a ellas les sucedía lo mismo y era algo normal o sólo me pasaba a mí, así que me limitaba a seguir haciéndolo dejando que mi padre me abrazara por detrás cuando estaba en la cama con él, haciéndome sentir su pene duro en mis nalgas mientras me acariciaba por todos lados, deteniéndose sobre todo en mis pechos, los que acariciaba suavemente a la vez que apretaba mis pezones con sus dedos, lo que me provocaba pequeñas descargas eléctricas que me hacían suspirar, cuando metía su mano por debajo de mi pijama o cuando la bajaba hasta ponerla entre mis piernas, incluso por dentro de mis bragas, tocando directamente con sus dedos mi vagina, obligándome con sus toqueteos a abrir las piernas para dejar que metiera sus dedos en mi mojada rajita.
Todo ese manoseo me hacía sentir unas corrientes de placer a lo largo de todo mi cuerpo como nunca antes había sentido, llegando incluso a hacerme gemir de gusto, por lo que me tapaba la boca con la mano para que no fueran escuchados por mi madre. Evidentemente esos fueron mis primeros orgasmos y al poco tiempo ya se había convertido en un pequeño vicio que no podía evitar, provocando esos momentos cada vez con más frecuencia, incluso varios días a la semana, a pesar del miedo que tenía de que mi madre se diera cuenta de lo que pasaba, me dijera algo o me preguntara porque no dormía en mi habitación.
Caía en la contradicción de que a la vez que sentía ese miedo y que ella se diera cuenta de lo que me hacía mi padre, también iba teniendo cada vez más confianza y dejaba que prácticamente me desnudara sin obstáculos para tener más libertad en sus toqueteos, bajándome el pijama y mis braguitas, y como él siempre dormía desnudo, podía sentir directamente la presión de su pene erecto en mi culo, abriéndose camino por detrás en mi vagina, hasta el punto de que alguna vez sentía como me llegaba a penetrar ligeramente facilitado por el abundante flujo ocasionado por mi excitación, lo que me provocaba algún pequeño quejido que no lograba despertar a mi madre o eso yo creía, y así fueron sucediéndose las noches hasta que en una ocasión, cuando todavía yo no había cumplido los 13 años, mi padre apretó más fuerte y su penetración llegó a ser completa haciéndome gritar ya de una forma más fuerte, y todavía con el dolor de esa primera penetración que dejaba atrás mi virginidad, para mi sorpresa, escuché la voz de mi madre que me decía al oído:
—Ya, ya, mi niña, ya pasó, ahora te va a empezar a gustar más, —mientras me acariciaba con sus manos y me daba pequeños besos.
Eso me dejó muy confundida, porque no entendía muy bien como mi madre había estado consintiendo todo ese tiempo que yo tuviera sexo con mi padre cuando estaba en la cama con ellos y que me hubiera desvirgado, pero quizás, ese no era el momento, tampoco, para pedirle explicaciones o alguna aclaración por su parte, así que después de ese suceso determinante en la vida de cualquier mujer, al día siguiente, casi ni me atrevía a mirarla a la cara por la vergüenza que sentía, pero ella seguía actuando de igual forma, sin que pareciera que le diera importancia a lo que había pasado.
A partir de ese día, comenzó a pasar todas las noches lo mismo, como si fuera lo más normal del mundo, dándose el caso, a veces, de que al llegar la noche y cuando era la hora de acostarse, mi madre me dijera:
—Vete yendo a la cama con tu padre, que yo no tengo ganas de dormir todavía. Ya iré después.
Y nosotros nos íbamos a la cama mientras mi madre se quedaba viendo la tele, y si se le hacía muy tarde se iba a dormir a mi habitación, para no despertarnos, algo que yo no entendía, porque ella tampoco me explicaba por qué actuaba así, pero el caso es que mi madre nos dejaba dormir solos a mí y a mi padre en su cama matrimonial mientras ella dormía en otra habitación.
Yo me sentía un poco culpable por ello, pensando en que era yo la que había provocado eso, pero por otra parte, ya sin la presencia de mi madre, yo me sentía más desinhibida y mi padre igual, por lo que nuestra relación sexual pasó a ser como la de cualquier pareja o matrimonio que durmieran juntos, y yo pude disfrutar libremente de lo que era un hombre como mi padre a una edad en la que creía que otras no habían tocado un pene todavía, pero yo en poco tiempo me estaba convirtiendo en una experta amante, aprendiendo a chupársela de la mejor forma, u ofrecerme para que sus penetraciones fueran más profundas.
Yo no podía entender como mi madre no podía tener ganas de algo tan rico como el sexo y se quedaba en otra habitación a dormir, mientras a mí me dejaba disfrutar de un hombre que debería ser suyo, algo de lo que por supuesto, ya me había advertido mi padre que no podía contar a mis amigas ni a nadie, porque me separarían de él, y eso no lo quería por nada del mundo.
Así que comenzaron a ser habituales las situaciones en que mientras estábamos en el sofá viendo la televisión, mi padre se pusiera a manosearme y si nos veía mi madre, nos dijera:
—Iros a la cama ya, que la niña tiene que madrugar y tiene que dormir bien —como asumiendo que cuanto antes mi padre me echara el buen polvo de rigor, me quedaría dormida más relajada y más descansada.
Eso empezó a convertirse en algo normal, al igual que a la mañana siguiente, mi madre me fuera a despertar para ir al colegio y así iban pasando mis días de adolescente viviendo un sexo que debería ser de mi madre.
Mi abuela, la madre de mi madre, estaba viuda y solía venir una vez al año a pasar unos días con nosotros, ya que ella vivía en otra ciudad lejana a la nuestra, y lógicamente, como mis padres querían guardar las apariencias delante de ella, mi abuela se quedaba a dormir en mi habitación conmigo, pero al pasar los días eso me tenía algo alterada, ya que echaba en falta dormir con mi padre y una noche no aguante más y me fui a su habitación a media noche cuando creía que mi abuela se había dormido.
Mi madre, al verme legar, se enfadó un poco conmigo por ir, pero mi padre me dijo que podía quedarme un poco solo y que luego me fuera, así que me puse a su lado para tener sexo con él y luego volverme a mi habitación, pero esa vez me quedé tan cansada, que me quedé dormida hasta la mañana siguiente, sin que ellos me dijeran nada.
Pero al día siguiente pude oír una conversación entre mi madre y mi abuela:
—¿Esta noche la nena durmió con vosotros, no?
—Sí, allí estuvo.
—La tenéis muy consentida ¿La dejáis ir muchas veces?
—Bueno, tiene esa costumbre desde pequeña y alguna sí que va.
—Es porque te la pide tú marido, ¿no? —dijo mi abuela directamente, para sorpresa de mi madre.
—Qué cosas dices, mamá. ¿Cómo me la va a pedir? ¿Qué insinúas?
—A mí no me engañas. Tu marido está tocando a la cría. Ya sabes lo que pasa con los papás, porque tú también pasaste por ello, cuando tu padre me mandaba que te llevara con él.
—¿Sí? ¿Te lo pedía? No sabía que tú consintieras eso.
Su madre nunca le había hablado así de claro de la situación que ella había vivido con su padre también, y eso le avergonzó un poco.
—Mira, ya tengo una edad y después de tantos años, no voy a seguir ocultándote lo que pasaba —se sinceró mi abuela con ella.
—Pues vaya nervios que tenía pensando que tú no sabías nada, pero bueno, tengo que confesártelo, mi hija está haciendo lo mismo que hacía yo de pequeña, pero me daba vergüenza decírtelo.
—Ya me lo imaginaba, porque me fijé en las miradas que se echan y como la nena se pone encima de él para rozarse y darse el gusto. Estas cosas pasan en todas las casas. Lo que tenéis que hacer es tener cuidado para que no la deje preñada. La niña ya tiene la menstruación y supongo que tu marido no se lo echará dentro.
—¡Bufff! No sé, mamá, si alguna vez se correría dentro de ella. Muchas veces lo hacen sin que esté yo delante.
—Claro. Lo estarán haciendo a todas horas. Para la cría eso es algo muy vicioso y para tu marido será la gloria poder metérsela a una cría de esta edad. Y encima vine yo aquí a fastidiarles el plan. No me extraña que mi nieta estuviera tan inquieta por las noches cuando dormía conmigo. Si hasta alguna vez noté como se masturbaba la pobre.
—Que vergüenza, mamá. No queríamos que te enteraras de todo esto.
—De vergüenza nada, cariño, ya tengo muchos años como para asustarme de estas cosas, ¿Te acuerdas de tú amiga que era vecina nuestra y que de repente la mandaron a casa de unos tíos en Barcelona y tardó casi un año en volver?
—Sí, yo no entendía por que se fue, pero cuando volvió estaba como distinta y ya luego no fuimos tan amigas.
—Pues lo que la pasó es que su padre la dejó preñada y tuvieron que mandarla con sus tíos para que no se supiera. Luego, allí tuvo una niña y sus tíos se quedaron con ella para criarla porque no tenían hijos.
—Vaya, no lo sabía. Por eso ella cambió tanto, parecía como mayor y a mí me vería como una cría comparada con ella.
—Pues mira, al final las dos estabais haciendo lo mismo sin saberlo, así que ya no seríais tan crías.
—Sí claro. Con mi hija hasta que no tuvo la menstruación no había problema, pero ahora, aunque le pido a mi marido que use condón, ya te digo que a veces se lo debe hacer a pelo y me da un poco de miedo. Tendré que llevarla al ginecólogo para que la de algo y estar más tranquilos todos.
—Sí, será mejor. A tu padre no le gustaba ponerse el condón contigo tampoco, que me lo decía él, y yo también quería tomar medidas contigo, pero en aquella época no podía llevarte al Ginecólogo siendo una niña. Menos mal que teníamos un amigo que nos daba las pastillas como si fueran para mí, y así empecé a darte las mías para que te las tomaras y yo te decía que eran para que se te regulara la regla, pero en realidad servían también para que no te embarazaras.
—Ya me di cuenta, después con el tiempo. Ahora todo eso es más fácil. Están más acostumbrados los médicos a estos casos supongo. Ya me han comentado otras madres que empezaron a llevar a sus hijas al Ginecólogo, apenas tuvieron su primera menstruación.
—Claro, muchas empiezan a follar antes, incluso. Ahora no tienen miedo a nada y en cuanto se dan cuenta de lo que disfrutan con una polla dentro, ya no paran. La niña lo gozará un montón, me imagino, y ya lo estaría echando de menos cuando se fue a vuestra cama.
—Si, ella está encantada, claro, y así me deja a mí descansar un poco, porque muchas veces no me apetece nada.
—También me pasaba a mí, la verdad. La edad y el cansancio de llevar la casa, me dejaban sin ganas de sexo. No sé si sería mala madre, pero dejaba que tu padre se desahogara contigo para no tener que estar yo con él. En cambio ahora, desde que me falta tu padre, tengo unos calentones….
—No me digas…, ¿a tu edad?
—Si, hija, sí. Tengo un amigo, no te lo había dicho.
—Bueno, no me parece mal. Te vendrá muy bien.
—Es viudo también, pero más joven que yo, y tiene un niño de 13 años, así que prácticamente estamos viviendo juntos los tres.
—Así estás mejor acompañada. No te quejarás ¿eh? Con un hombre más joven, estará siempre dispuesto.
—Sí, pero no es tan activo como tú padre y no lo necesita tanto, aunque para mí es como si hubiera vuelto otra vez a la adolescencia, porque siempre estoy caliente y él no está tan disponible para mí como puedas pensar.
—Jajaja, vaya con mi madre ¿y cómo te las arreglas?
—Pues no te asustes, hija, pero su hijo no veas el cambio que ha dado de repente. Apenas tiene vello y ya tiene un rabo que cuando se lo veo me quedo tonta.
—¿Qué dices? ¿Con el niño también…..?
—Sí, he empezado a disfrutar con él, cuando estamos solos le masturbo y me la meto en la boca mientras le dejo que me toque toda. No veas la cara que pone el pobre cuando me ve con el coño todo abierto y se pone a manosearlo.
—Menuda situación, sí que debe ser morboso eso.
—Si te digo la verdad, me excito más que con su padre, me entra un morbo que no puedo con él, y ya le estoy enseñando a montarme, como enseñé a tu hermano también, que eso tampoco lo sabes.
—¿Qué dices….? Qué barbaridad, pues no, no lo sabía. Me estas dejando de piedra.
—Tampoco es para tanto. Allí en el pueblo eran habituales estas cosas, había mucho puterío y el mayor entretenimiento que había era estar en la cama. Tú padre siempre estaba muy entretenido contigo y yo buscaba a tu hermano cuando me apetecía. Por eso había tantos hijos que ni se sabía de quien eran.
Han pasado los años, y me ha venido a la cabeza esta historia que os he contado, porque ahora tengo 42 años, una hija de 12 y un marido ya con 55 años. Cómo podéis ver, elegí como pareja a un hombre mucho más mayor que yo, quizás condicionada por ese pasado en el que mis primeras experiencias sexuales fueron con un hombre maduro. Lo que sucede es que me estoy dando cuenta de que a mi marido empieza a atraerle nuestra hija más que yo, repitiéndose la historia de mis antepasados.
Por eso, ya no me extrañé tanto cuando se fueron dando todas esas situaciones parecidas, que yo había vivido, como cuando vi a mi hija agarrándole el pene a mi marido, y ella me decía, entusiasmada:
—Mamá, mamá, mira cómo se pone de grande.
O durante otro momento de sus juegos….:
—Mamá, mira como lo chupo, como un helado.
—Mamá, papá me hace muchas cosquillas —cuando su padre le lamía su vagina.
—Mamá, ¿te hace daño cuando te la mete? —me preguntaba con curiosidad, otras veces.
La cría veía muchas veces como su padre me follaba y mi permisividad hizo que mi marido empezara a hacer lo que se le antojara con la niña, sin importarle que yo estuviera presente, y ella también se acostumbró a estar así con su padre, a una edad en la que yo todavía no había llegado a tanto con el mío, pero los tiempos habían cambiado y ahora todo se hace a edades más tempranas.
Empecé a percibir que mi hija estaba ocupando mi lugar en la cama matrimonial, y en toda mi vida como casada. Estaba claro que ella podía satisfacerle sexualmente incluso más que yo, pero yo no entendía que la prefiera a ella ya antes de que pudiera empezar a penetrarla, a pesar de que él me dijera que no era así, que me amaba, pero nuestros encuentros sexuales eran cortos y rutinarios y yo le sentía como ausente, con ganas de terminar rápido.
Eso me hacía sentirme muy mal, pensar en que mi matrimonio se podía acabar y tenía que tomar una decisión, así que yo también tuve que hablar con mi madre de ello, al igual que ella hizo con la suya en su momento.
Cuando la llamé tan preocupada, ella se sorprendió de que yo no supiera gestionar esa situación y me decía:
—Pero cariño, ¿por qué estás así? ¿No te acuerdas de lo que me sucedió a mí contigo?
—Claro que me acuerdo, mamá, pero yo era una niña, y no me daba cuenta de como podrías sentirte tú cuando mi padre prefería joder conmigo que contigo. Y ahora lo estoy viviendo en mis propias carnes con mi hija.
—Mira, yo te metía en la cama con él porque a mí no me apetecía tener sexo y prefería que se desahogara contigo, como hacía mi madre conmigo, pero si tú tienes ganas, tienes que hablarlo con tu marido y llegar a alguna solución. Tenéis que arreglarlo entre vosotros, porque a la niña no le puedes echar la culpa. Ella solo hace lo que le gusta y lo que le permitís vosotros, igual que hacías tú a su edad y yo nunca te reproché nada.
—Tienes razón, mamá, Tengo que integrarme con ellos y disfrutar del sexo los tres juntos. Es algo nuevo para mí, pero tendré que asumir la situación, superar todos los tabús y descubrir todo lo que pueda ofrecerme un trío familiar.
—Claro, hija, lo vas a disfrutar mucho, ya lo verás. Comerle el coño a tu hija te va a parecer una maravilla, y ella seguro que hará lo mismo contigo. Así le enseñarás todos esos secretos que has aprendido con la edad y lo que tiene que hacer para satisfacer mejor a un hombre. Tú marido será el hombre más feliz del mundo, porque él no ha dejado de quererte y te va a gozar de una forma más morbosa. Tener en la cama a una hija con su madre es una de las mayores fantasías de los hombres.
—Gracias por tus consejos. Me has salvado la vida y mi matrimonio.
—¡Ay!, que tonta eres, hija. Si todas estas cosas ya tenías que saberlas tú, habiéndote criado de esa forma también.
—Lo sé, mamá, pero me costaba aceptarlo. Creía que no tendría por qué repetirse la misma historia.
—Esto lleva pasando toda la vida, hija. Muchas mujeres hemos tenido que pasar por ello. Tenemos que aprender a ser consentidoras, porque es lo que nos toca…..
Después de esta conversación con mi madre, mi actitud cambió. Empecé a participar en los juegos de mi marido con nuestra hija, lo que a él le sorprendió, pero se le notaba encantado de tenernos a las dos para disfrutar plenamente de ese sexo familiar.
Muchas veces me acordaba de mi abuela, cuando decía “mi marido me la pide”, y aunque mi marido a mí no me lo dijera con esas palabras, él nunca puso impedimento a que la niña durmiera con nosotros, sino más bien al contrario, se mostraba encantado con la idea, por lo que me tuve que dar cuenta de que me estaba tocando vivir la otra cara de la moneda que viví yo antes y quizás mi destino sea el de volver a ser una madre consentidora, como mis antecesoras, viéndome reflejada en mi hija disfrutando de esa situación y siguiendo cada paso igual que todas las mujeres de mi familia, como si fuera un destino inevitable.
Pero quizás, yo me veía demasiado sola en esa situación de “madre consentidora”, pensando que era algo exclusivo de mi familia, y de alguna forma tenía que averiguar si a otras mujeres les sucedía igual.
A veces, escuchando las conversaciones que se tienen entre varias mujeres, te das cuenta de esas cosas, pero hasta ese momento, yo no les había dado demasiada importancia, como cuando alguna empezaba a quejarse de sus maridos, a causa de todas esas situaciones cotidianas que se presentan en cualquier matrimonio, por lo que empecé a prestar más atención a lo que se hablaba, como el caso de una que empezó a decir que su marido siempre llegaba a casa con ganas y se ponía a follarla incluso antes de irse a la cama, con sus hijos pequeños delante, y ella le decía, apesadumbrada:
—Espera. Aquí no, que están los niños,
Pero su marido no le hacía mucho caso y continuaba quitándole la ropa hasta dejarla desnuda, mientras le decía:
—Bueno, pues que vayan aprendiendo, que vean como su madre goza de una polla.
—Qué bruto eres. La niña es pequeña todavía y va a pensar que me estás haciendo daño.
—No te preocupes. Enseguida se va a dar cuenta de lo que le espera a ella cuando sea mayor al verte gritar de gusto.
Esta mujer nos seguía diciendo que tenía que dejarse follar por su marido en esas circunstancias porque tenía miedo de que si se negaba, empezara a meterse ya con la niña para buscar el gusto y si ella le tenía satisfecho, se aguantaría más, pero también nos contaba que eso hacía que su hijo mayor no la respetara, empezara a verla como una puta y se pusiera a meterla mano, pensando que también debía de satisfacerle a él.
Y nosotras le preguntábamos:
—¿Y te estás dejando sobar también por tu hijo?
—Es que vosotras no sabéis la situación que tengo en casa. Los hijos hacen lo que ven y si su padre no me respeta, ellos tampoco lo van a hacer.
—Pero tu hijo es todavía muy joven como para follarte.
—Bueno, pero él se corre y ya se queda satisfecho. Lo malo es que cuando vaya siendo más mayor va a querer follarme y no se lo voy a poder impedir.
—Ya claro, viendo a su padre, él se cree con el mismo derecho. Además, seguro que su padre le anima a hacerlo también.
—Así es. Mi marido es un animal. No tiene educación. En su casa se follaba a sus hermanas. Siempre fue muy fogoso. De jóvenes, cuando salíamos, no me dejaba marcharme a casa sin follarme antes, en cualquier sitio, en el campo o en un portal.
Otra de las que escuchaba esto, se sinceró también, y empezó a contar lo que le pasaba con su marido:
—Eso que tú temías con tu hija, ya me está pasando a mí. Cuando él quería tener algo conmigo, yo siempre le rechazaba, le decía que me dolía la cabeza o que estaba cansada, y empezó a fijarse en la niña. Yo al principio no me di cuenta, porque ella tampoco me decía nada, pero cuando le vi con ella, ya la tenía muy enviciada y no hubo nada que hacer. Por las noches ya se iba directamente a su habitación y a mí me dejaba durmiendo sola.
—Eso es muy duro, que tu marido te humille de esa forma…. —decía otra, indignada.
—Bueno, es que también ella provocó esa situación —le contestaba otra.
—Sí, es cierto, pero que se vaya con tu hija, en tu propia casa…. —le respondía.
—A lo mejor preferías que se fuera con otras y que todo el mundo se enterara, y fuera más humillante todavía.
—Eso tampoco, claro. ¡Ay! Qué difícil es todo esto —decía la mujer, resignada.
Muchas de esas conversaciones que se daban, me hacían pensar en que la mayoría de las mujeres, somos en cierta forma consentidoras y eso hace que se puedan dar todo tipo de situaciones, que nuestros maridos aprovechan para disfrutar del sexo que quieren y del que fantasean, incluso.
Madres consentidoras, mujeres que les permiten todo a sus maridos, un hecho que se va transmitiendo generación tras generación y que tenemos que sobrellevar de la mejor forma posible.
Wow que relato tan excitante, ufff me encanta relatos y videos de este tipo de madres así, te felicito…
Gran relato, en mi opinión se da en todos lados la misma situación, lo he visto también muchas veces.
No soy mamá pero conozco madres consentidoras. Mi mamá y mi suegra.
Mi mamá porque cuando tenía 7 le conté que mi hermano de 17 me había metido el pito y solo lo retó, y a mí me pidió que no dijera nada porque sino mi papá lo iba a echar. Así que al tiempo mi hermano volvió a cogerme casi hasta los 14.
Y mi suegra sabía que mi novio se cogía a su ahijada de 6 y después se encargaba de bañar a la nena y cambiarle la ropa interior.
Me imagino que debe haber más de un caso así por familia