Me cogí a la anciana que pedía dinero
Siempre me ha llamado la atención leer relatos de la gente; unos se nota que son verídicos y otros bien falsos. Lo que quiero relatar es 100% real y me sucedió en junio del 2023, visitando la tierra de mi esposa. .
Siempre me ha llamado la atención leer relatos de la gente; unos se nota que son verídicos y otros bien falsos. Lo que quiero relatar es 100% real y me sucedió en junio del 2023, visitando la tierra de mi esposa. De hecho, es la primera vez que escribo un relato, por lo que espero que sea de su agrado.
Empezaré por describirme: soy un hombre de 31 años, cuerpo normal, ni gordo ni flaco, 1.80 metros, una persona como cualquier otra, nada extraordinario. La situación es que mi esposa es de un pueblo del estado de Hidalgo, México. Yo soy de otro estado más lejano, por lo que era la primera vez que visitaba a su familia. Paseamos por muchos atractivos turísticos del estado de Hidalgo, y donde empieza la historia fue en una ciudad pequeña llamada Ixmiquilpan, que está cerca de su pueblo.
Era mediodía y hacía mucho calor, por lo que optamos por descansar un poco y nos dirigimos hacia unos árboles con pequeñas bancas de descanso que están en los alrededores de la catedral de la ciudad. Mientras tomábamos refresco y unos bocadillos, se acercó una niña de unos 7 u 8 años a pedirnos dinero. No suelo dar limosnas a nadie y menos a niños, porque es obvio que gente adulta los manda, y eso es un delito por explotación infantil. Le dije que no a la niña, no por ser mala onda, como decimos en México, sino por lo que expliqué. Entonces, me dispuse a ver quién la había mandado. En unos segundos, noté que una señora ya adulta, de unos 65 a 70 años, se acercaba pidiendo dinero porque había perdido su cartera y no tenía cómo regresar a su pueblo. Me di cuenta de que ella había sido quien había mandado a la niña, pero no dije nada, y más como andaba con mi esposa. Le dije que no tenía dinero y la anciana se fue. A mi esposa le expliqué por qué no deberíamos darles dinero, porque es toda una forma de vivir de la gente e inventar historias para que les den dinero. Ella me dijo que, de hecho, estas personas a eso se dedican: siempre le piden dinero a la gente, en especial a los turistas, y siempre con la misma historia. Así quedó todo en ese momento. Me percaté de que eran la abuela, la hija, de unos 35 a 40 años, y la nieta, de unos 7 u 8 años.
En mi mente pasó enojo por cómo mandan a la niña a pedir dinero, pero después se me cruzaron los cables y me puse a pensar que, si esta gente está diario aquí pidiendo dinero, habría que hacerles después una visita, pero yo solo, pensando en la abuela y la hija, jamás pensando en la niña, que es víctima de su propia familia. Siempre había tenido las ganas de cogerme a una anciana y sentía que ella podría ser mi víctima. Pasó todo en ese día y nos retiramos del lugar para dirigirnos a casa de mi esposa, pero yo ya había imaginado todo en mi mente lo que quería hacer con la anciana. Cabe mencionar que la anciana no era una modelo, obviamente, sino todo lo contrario: era chaparra, de unos 1.45 a 1.50 metros de estatura, nada agraciada de la cara, morena, gorda, usaba una falda un poco larga que le tapaba prácticamente todo el cuerpo, pero se le notaba un culote, que era lo que me hacía mirarla con otros ojos. Tenía el cabello muy lacio con trenzas, es decir, las típicas características físicas y de vestimenta de personas indígenas, específicamente de esa zona del país.
Pasaron tres días después de ese suceso, y aproveché que mi esposa tenía que ayudar con su familia en los arreglos para una fiesta. Le dije que estaba aburrido y quería salir a pasear en el carro para tomar fotos de recuerdo y comprar algunas cosas. Me dijo que estaba bien, solo que me cuidara. Salí desde las 8:00 de la mañana y aproveché primero para ir a unos pueblos a comprar. Cuando eran como las 3:00 de la tarde, opté por irme a Ixmiquilpan. Afortunadamente, no está muy lejos del pueblo de mi esposa y los demás pueblitos, por lo que en unos minutos ya había llegado. Rápidamente, me dirigí a la zona de la catedral, busqué dónde estacionarme y me dirigí a sacar dinero en efectivo de un cajero automático, ya que en las zonas de pueblos todo es con efectivo. Ya no tenía casi dinero porque había hecho compras, así que saqué algo de dinero de manera que mi cartera se viera llena de billetes. Después, pasé a una farmacia a comprar condones y un lubricante, porque ya tenía muy claras mis intenciones. Me dirigí a las mismas bancas de descanso donde había estado con mi esposa antes. Estuve esperando como por 30 minutos y no veía nada, al grado de aburrirme. Cuando opté por retirarme y me levanté de la banca, inmediatamente la anciana, sin saber de dónde había salido, me abordó diciéndome que se había quedado sin dinero, que había perdido su cartera y no tenía dinero para regresar a su pueblo. Dijo lo mismo que había dicho tres días antes cuando me había pedido dinero en presencia de mi esposa. Ahí fue cuando corroboré que todo era una farsa. A unos 10 metros, observé cómo la niña le estaba pidiendo dinero a una pareja, y en ese momento le contesté a la anciana: «Señora, ¿por qué miente? Hace tres días me pidió dinero con el mismo pretexto. Es obvio que ni se acuerda de mí porque lo hace con toda la gente. Aparte, sé que manda a la niña a pedir dinero. Lo que usted hace es un delito junto con su hija, eso es explotación infantil. Ya las estuve observando. Yo soy policía en otro estado y tengo un video de hace tres días haciendo lo mismo y de ahora también». Obviamente, ni era policía ni tenía videos; lo único que quería era meterle miedo a la anciana. En parte, sí estaba muy enojado por lo que hacían con la niña, pero me metí en mi papel. La sujeté del brazo y le dije: «Tengo colegas aquí en Ixmiquilpan, y si quiero, hago que la arresten y la metan a la cárcel». Me dijo: «No, por favor, joven, déjeme ir. Le prometo que no lo volveré a hacer». Quería llorar; la vieja me suplicaba que la dejara ir. Fue cuando le dije: «Señora, no llore. Si quiere, yo le puedo dar dinero para su refresco o para que coma algo, pero no vuelva a poner a la niña a pedir dinero a la gente». Saqué mi cartera y la abrí, mostrando que estaba llena de billetes. A la vieja hasta le brillaron los ojos, y en automático dejó de llorar. En ese momento, saqué un billete de 100 pesos y le dije: «Tenga». Lo tomó y me empezó a decir que hacía eso porque no tenía otra forma de vivir, y muchos pretextos que no me importaban y no creía. No paraba de agradecerme, y en ese momento me percaté de que se le cayó el billete. Al agacharse, se le subió la falda, y noté que no traía calzones y que se cargaba un culo más que aceptable y regordete. En ese momento, mi mente ya estaba bien viajada, y no me importaba nada; yo lo único que quería era meterle la verga a esa vieja ruca.
La anciana levantó el billete, y le dije, ya en un tono amable: «Señora, le doy otros 100 pesos, pero, por favor, ayúdeme a encontrar un hotel para pasar la noche y, sobre todo, a dejar unas bolsas con compras que traigo en el carro».
La anciana, ya más en confianza, me respondió: «Sí, claro, joven. De hecho, acá a la vuelta hay un hotel. Me parece que no es caro, solo que ahí van mucho las mujeres que se dedican a hacer cochinadas».
Me reí y le dije: «No me importa, solo quiero pasar la noche y que usted me ayudé con unas bolsas de compras que hice en la mañana en otros pueblos».
Me respondió: «Sí, claro, joven. Permítame, le digo a mi hija para que nos acompañe». En ese momento, le dije: «No, no, vámonos ya. Si no, no le doy otros 100 pesos como propina».
La anciana, con tal de no perder los 100 pesos, se dio media vuelta y me comenzó a seguir hacia donde tenía el carro estacionado. Me metí al carro, le abrí la puerta desde adentro y le dije: «Bueno, dígame dónde está el hotel». Me puse nervioso de que no quisiera entrar al carro, pero, en realidad, ni vergüenza me daba que me vieran con ella porque ni soy de ahí; total, nadie me conocía. Eso me llenó de confianza para hacer lo que quería.
La anciana entró al carro y me dijo: «Joven, qué bonito carro, está nuevecito y huele rico». Me comenzó a hacer preguntas tontas que yo ni caso le hacía; solo le preguntaba dónde quedaba el hotel, en ese momento ya mi pito mostraba señales de pararse.
Llegamos al hotel, que estaba como a unos cinco minutos de donde la había levantado, y me dijo: «Es aquí». Entré con el carro, y me dice: «Joven, yo lo espero afuera». Un poco espantada, la anciana. Por el nerviosismo que tenía la vieja, decidí generar más confianza entre nosotros y le dije: «Señora, perdón, ni siquiera me he presentado ante usted. Me llamo Daniel, mucho gusto. ¿Y usted cómo se llama?». Me respondió: «Me llamo Leonor, pero dígame Leo». «Está bien», le dije. «Doña Leo, si se queda afuera, ¿cómo me va a ayudar con las bolsas? Allá le pago y después se sale como si nada. Total, el estacionamiento es grande y parece que no se ve quién sale, solo se ve cuando entran los carros». Se puso pensativa y me dijo: «No sé, joven». Yo, con tal de que no se me fueran mis planes abajo, le dije: «Tenga, le doy 100 pesos, pero ayúdeme, por favor». Manteniendo una actitud amable, le dije: «-Allá le doy otros 100 pesos o más, pero me urge ya descansar y bañarme». Eso le dio confianza, y me dijo: «Sí, sí, joven, vamos pues».
Entré, pagué la habitación por cinco horas. Como el carro tiene ventanas polarizadas, no se veía a la vieja. Al entrar al estacionamiento, me di cuenta de que la habitación era en el segundo nivel. Me estacioné y le dije que me ayudara con las bolsas, si era tan amable. La anciana las agarró, y yo llevaba unas también. Abrí la puerta y puse las cosas sobre una mesa que había, y ella también lo hizo.
Yo, con la tensión y nervios de saber que había logrado que la vieja se fuera conmigo, tuve una erección más grande de la que ya traía en el camino. No sé si la vieja se dio cuenta, pero me dijo: «Joven, bueno, creo que ya me tengo que retirar», y me quedó viendo para que le diera los 100 pesos. En ese momento, me armé de valor y le dije: «Mire, señora, le puedo dar más dinero si quiere». Volví a sacar mi cartera y saqué varios billetes que ni conté y los puse sobre la mesa. En ese momento, la vieja me respondió: «Joven, no me diga que hay más bolsas», y se empezó a reír, algo nerviosa. Yo le respondí: «No hay más bolsas», y en ese momento le volví a sacar el tema de por qué mandaban a pedir dinero a la niña y que eso estaba mal. Lo utilicé como sermón para que se sintiera mal por sus acciones. Después, le dije: «Si quiere, le doy ese dinero que está sobre la mesa a cambio de que deje que me la coja. Es buen dinero, y sé que lo necesita», le dije mientras me sobaba la verga sobre el pantalón ya descaradamente.
La vieja se quedó muda por unos segundos y me dijo: «Joven, no, por favor. Yo no soy como esas mujeres que hacen cochinadas por dinero. Ya mejor déjelo así, ya me voy». Pero no le quitaba el ojo al dinero, por lo que opté por tomar el dinero de la mesa, me acerqué a ella y le dije: «Señora, tenga el dinero, agárrelo. No la presionaré si no quiere». «Siéntese», le dije, en un pequeño sillón que había. De lo nerviosa que estaba, lo hizo. Me acerqué a ella, puse una mano sobre el hombro y, con la otra, le dije: «Agarre el dinero, quiero ayudarla, nada más». Yo sabía que, si ella agarraba el dinero, tendría que dejarse coger.
La anciana me dijo: «Pero ¿por qué quieres acostarte con esta vieja gorda como yo y fea? Usted está joven y guapo, tiene un carro bonito, podría subir chamacas bonitas, no viejas como yo». Le dije: «Pero la quiero a usted. Desde que la vi, me di cuenta de que tenía un culote bien rico, y más cuando vi que se le cayó el billete y se inclinó para recogerlo». Se puso más nerviosa y me dijo: «Ay, joven, no le creo, en serio». Y le respondí: «Mire, doña Leo, si quiere el dinero, agárrelo y ya sabe. Si no, pues ya váyase». En eso, me dijo, un poco dudosa y con voz temblorosa: «Pues, ¿Cuánto es?». Cuando preguntó eso, supe que ya era mía. «Agárrelo y cuéntelo», le dije, mientras con mi otra mano le empecé a acariciar el cuello y parte del pecho. La anciana se veía avariciosa; al final, no le importó y agarró el dinero.
Cuando lo contó, dijo: «Son 1700 pesos, sí es algo de dinero». En ese momento, le agarré las tetas ahí sentada y me llevé una sorpresa: sus tetas sí estaban de buen tamaño, que por traer su vestimenta típica no se le notaban tanto. La vieja era chaparra, que mientras estaba sentada, su cara casi quedaba a la altura de mi verga. Cuando sintió que le agarraba las tetas, dio un ligero salto, cerró los ojos, y en ese momento aproveché para bajarme el pantalón y sacarme rápido el pene, que ya estaba bien parado.
Ella no se dio cuenta hasta que sintió la cabeza de mi verga rozando sus labios resecos. Abrió los ojos rápidamente y se espantó por la escena, que intentó pararse y no la dejé. En ese momento, mi actitud ya era otra; era como si el diablo se hubiera apoderado de mí. Doña Leo me dijo: «Ay, Dios mío, joven, ¿qué hace? Esa cosa está muy grande». Debo ser honesto, no me considero de verga grande como la que luego leo en los relatos de weyes, según súper pitudos, que ni ellos se la creen. Mi verga no es ni gigante ni pequeña, pero sí tiene buen tamaño, que las mujeres con las que he estado siempre quedan admiradas y, sobre todo, satisfechas.
Doña Leo se sentía incómoda de tener mi miembro justo en su cara, pero, a la vez, veía su cara como de asombro y, a la vez, con curiosidad. Le dije: «Ande, agárrela, que no muerde, doña Leo». La señora no decía nada, solo estaba pasmada viendo mi pene. Fue entonces cuando decidí acelerar el proceso. Agarré su mano derecha e hice que me agarre el pene. Le dije: «Acarícielo». La señora, al principio, puso la mano dura, como en señal de resistencia y no querer hacerlo. Fue cuando mi paciencia se agotó. Le dije: «Mire, doña Leonor, o la agarra y la acaricia, o me quedo con todo el dinero y le quito también el que ya le había dado anteriormente». La señora, como que sintió miedo de irse con las manos vacías, que su avaricia por el dinero era más fuerte que todo. En ese momento, me dice: «No, no, joven, espere. Es que entiéndame, yo nunca he hecho esto. Bueno, nunca he estado con otro varón que no sea mi esposo. Además, tiene mucho tiempo que no hago nada de nada con él porque ya está muy grande, casi 90 años, enfermo, y ya ni se le para. Y todavía usted me pone su cosota enfrente de mi cara. Dígame usted si no es para que me espante. No es fácil para mí. Sí necesito el dinero, y por eso haré lo que me pide, pero solo téngame paciencia».
Sus palabras hicieron que la comprendiera, y fue que le dije: «Está bien, doña Leo, como usted diga». Le dije: «Sóbeme la verga, por favor». La señora comenzó a tocarme suavemente mi pene, pero, a la vez, de manera brusca. Le dije: «Más suave, hágalo como si estuviera sobando sus pies o sus brazos con su crema». Fue que recordé el lubricante. Le dije: «Espere». Tomé el lubricante y los condones de una bolsa, destapé el lubricante, mientras ella solo observaba, ya tranquila y esperándome. Llegué de nuevo con ella, le di el lubricante y le dije: «Échese un poquito en sus manos, como si fuera crema, frótese y así hágale masaje a mi pene». Le dije: «Apriete mi pene y suba y baje su mano». Lo hicimos al mismo tiempo, yo tomando su mano y ella dejándose guiar. Cuando vi que ya había entendido, quité mi mano y dejé que ella solita me masturbara con su mano pequeña y frágil. Empecé a sentir bien rico, que sentí que mi verga estaba por estallar. Se me notaban como nunca antes las venas y la cabeza súper hinchada. Fue cuando le dije: «Ahora, métase mi verga en su boquita». Ella, un poco dudosa, solo observé que de su mano caía demasiado líquido preseminal, que lo empezó a jugar y frotar en su otra mano. Parecía que ya lo estaba disfrutando. En ese momento, saqué mi celular y entré a una página de videos porno. Busqué un video sobre mamadas de verga y lo empecé a reproducir. Ella seguía sentada en el sillón con mi pene agarrado, jugando ya con él, enrollando sus manos, lo jalaba con una delicadeza. Fue en ese momento que le dije: «Mire, así quiero que me la chupes. Mira cómo lo hace esa mujer, así debes hacerlo tú igual». En el video, se veía cómo mamaba verga una chica joven a un hombre. Doña Leonor se quedó viendo el video como por un minuto mientras me masturbaba. Fue que bajé el celular y le dije: «Es hora».
Le dije: «Solo métalo en su boca y haga lo que hizo la mujer del video». Doña Leonor acercó su cara y me dijo: «Ay, joven, qué cosas me hace hacer, por Dios. Nunca he chupado un pito, ni a mi esposo cuando me cogía. Él decía que eso era muy sucio». Le respondí: «Los tiempos han cambiado, doña Leonor. Mire, aquí tiene una verga joven, bien parada para usted, para que la disfrute». Le dije: «¿A caso no le gusta mi pene?». Ella me respondió rápidamente: «Sí, sí, joven, claro que sí me gusta. Por eso la estoy acariciando bien rico. Se ve muy rica, bien grande y mojada. Siento rico jalarla». La anciana ya empezaba a suspirar, y su respiración ya se agitaba. Era obvio que ya estaba disfrutando el momento. Fue entonces que acerqué mi pene a su boca, y ella solita la abrió sin que le diga y metió mi pene. Como no tenía experiencia mamando verga, la metió mucho, que le dio arcadas, casi se vomitaba. Pero la anciana sabía que ya no podía echarse para atrás; ya estaba disfrutando. Le dije: «Recuerde el video, hágalo como si chupara una paleta. Succione, sáqueme lechita, pase la lengua y chupe los huevos igual». Yo siempre he sido de traer los huevos y el pito bien depilado, por lo que la señora se veía que le gustaba más. Empezó a chupar cada vez más rico. Solo veía cómo sacaba la lengua y la pasaba sobre todo el tronco y bajaba sobre mis huevos. Los chupaba despacito, mientras yo sentía que estaba ya en el cielo. La anciana comenzó a meterse de nuevo mi verga, y fue cuando la empecé a penetrar en la boca. Solo escuchaba el «glog, gloc, gloc» que hacía su boca con la saliva y el choque de mi verga en su garganta. Le dije: «Solo ten cuidado con los dientes, no deben rasparme mi pito». Y ella solo movía su cabeza arriba y abajo en señal de que entendía lo que le decía. Mientras tanto, yo le saqué las tetas de su blusa y se las manoseaba. Estuvimos así como por ocho minutos, y la paré del sillón y la llevé a la cama. Estaba tan caliente que ya quería penetrarla. Se subió a la cama y se acostó, y me dijo: «Ahora, ¿qué harás, corazón?». Le jalé la falda y corroboré que, efectivamente, no usaba ropa interior. Le dije: «No usas calzones, ¿o solo fue hoy que no traías?». Ella sonrió y me dijo: «Cuando hay calor como hoy, no me pongo. Solo cuando hay frío, corazón». Ya me decía así, entrada en confianza. Vi que tenía una mata de pelos, pero, para mi sorpresa, no eran tantos. Le pregunté: «¿Se rasura, doña Leo?». Me respondió: «No me rasuro, solo a veces me recorto para que me sienta más cómoda. No me gusta dejarme crecer demasiado los pelos. Además, una ya está vieja, con canas, y se van cayendo solos».
Observé que estaba muy mojada de la vagina, un poco extraño para su edad, que suelen tener resequedad vaginal. Me subí a la cama y la jalé hacia mí. Levanté sus piernas hacia atrás, acerqué mi cara hacia su vagina y sentí un olor potente de su vagina, pero era un olor a sexo rico, no olía a vagina mariscosa que luego esas hasta asco dan. Eran sus flujos vaginales fuertes y con el sudor del día; estaba potente y se sentía como un manjar de los dioses. Eso me prendió más, que me fui sobre su vagina y hundí mi cara. Comencé a chuparle la vagina con todo y pelos, la agarraba y chupeteaba como si de una sandía se tratara o un rico mango en pleno verano, de esos que agarras con gusto. Doña Leonor solo se retorcía de placer y me decía: «Ay, corazón, ¿Qué haces? Espérate, siento rico, pero quiero orinar, espérate». Yo no le hacía caso, solo seguía chupándole rico la vagina. En un momento, alcé mi cabeza para agarrar aire y respirar, y fue cuando me dijo: «Ay, corazón, mi viejo nunca me hizo eso, y yo nunca supe que se podía hacer eso». Ahí supe que la señora nunca había tenido relaciones sexuales como se debe, sino que a la antigua. Le respondí: «Doña Leo, hoy un chamaco que pudiera ser su hijo o nieto le va a enseñar cómo es que se coge, si usted me lo permite». Me respondió: «Sí, corazón, ya me tienes encuerada para ti. Hazme tuya, hazme lo que quieras. Qué rico, nunca había disfrutado tanto». En ese momento, continué haciéndole sexo oral. Lo hacía con tantas ganas que doña Leonor no tardó mucho y me dijo: «Corazón, para, para, para, por favor, para, que me estoy meando». Cuando dijo eso, con más ganas le chupé la vagina, específicamente el clítoris. De repente, sentí cómo me invadió la cara un líquido viscoso transparente con un olor muy fuerte. Me cayó en mi cara; la anciana había tenido un orgasmo brutal que hasta yo me sorprendí por la forma en que estalló. La anciana solo se movía como si estuviera poseída; no podía controlar su cuerpo. Mientras, yo me limpiaba la cara y probaba sus jugos. Por un momento, sentí que se había desmayado, que le hablé tres veces y no me contestaba. A la cuarta vez, me respondió y me dijo: «Ay, mijo, ¿qué me hiciste? Ya me oriné, perdóname, nunca me había pasado esto». Le dije: «No se preocupe, doña Leo, es normal», y le expliqué lo que era el orgasmo porque no entendía. Me dijo: «Es que con mi viejito, él solo me decía quítate la ropa, me empinaba y me penetraba, me la metía como por cinco minutos, me echaba su leche, se limpiaba el pito y se dormía. Nunca supe lo que era sentir placer para mí; siempre fue complacerlo a él y solo así o acostada (tipo misionero)».
En cuanto terminó de contarme cómo la follaba deprimentemente su esposo, le dije: «Ven, acércate». La acosté de nuevo y le alcé otra vez las piernas hacia atrás, pero ahora ya con la verga lista para metérsela. Recordé que tenía condones listos para usarse, pero era tanta mi calentura que quería metérsela así, libre. Ella notó mi duda, que me dijo: «Ya métemela así, no uses esas cosas. Nunca me la han metido con eso por mi marido». Fue entonces que recordé que solo había follado ella con su esposo y dije: «¿Qué más puede pasar?». Se veía saludable la anciana, que opté por metérsela sin condón.
La calentura me invadía. Le alcé las piernas y acerqué mi verga bien parada hacia la entrada de su vagina. La anciana solo suspiraba y cerraba los ojos, esperando que se la metiera. Empecé a rozar mi pene sobre su vagina bien mojada, fui pasando la cabeza del pene sobre sus labios vaginales hasta chocar con su clítoris. Doña Leonor brincó y gritó de placer, que me dijo: «Corazón, ya mete tu cosa, ya quiero sentirla adentro y que me llenes de leche». En ese momento, le dije: «Ah, ¿sí? ¿Quieres lechita? Ves, primero no querías ni entrar al hotel, ahorita estás implorando para que te meta la verga». La anciana me respondió: «Sí, sí, ya métela, que la quiero sentir». Le contesté: «Eres mi puta. A partir de ahora, eres mi puta y hago contigo lo que quiero. Tu cuerpo me pertenece, y tú solo obedeces, ¿ok?». Doña Leonor solo dijo: «Siiii, soy tu vieja puta, haz conmigo lo que quieras, mi amor, pero ya cógeme, por favor, ya métela, la quiero sentir». La estaba haciendo sufrir por mi verga, que de un jalón se la metí al fondo. Doña Leonor solo gritó y contrajo su cuerpo al sentir adentro mi verga. Cuando la metí, sentí como un calor invadió mi pene, que sentí más rico. Era impresionante lo rico que se sentía. Empecé con el vaivén, que, como a los tres minutos, noté que, por la edad, tenía ligera resequedad vaginal, y es normal. Tomé el lubricante y me puse un montón en la verga y se la volví a meter. La señora gemía como puta; sabía que estaba en un hotel y no le importaba que la escucharan, que eso permitía que se dejara llevar. Me decía: «Qué rico, mi amor, ay, qué rico». No paraba de decir eso. Me decía: «Dame lechita, quiero sentir cómo sacas tu lechita». Estuvimos así como 10 minutos. Afortunadamente, nunca he tenido el problema de eyaculador precoz, que eso me ha permitido sostener relaciones sexuales más placenteras tanto para mí como para las mujeres. Sin embargo, estaba tan caliente que, en mi mente, dije: «Es hora de cambiar de posición o me voy a venir pronto». Yo lo que quería era disfrutar del cuerpo de la anciana lo más que se pudiera; total, había pagado por cinco horas el hotel.
Cuando estaba a punto de correrme, le dije: «Párate y ponte de perrito». La ayudé a empinarse como debe ser. La anciana rápidamente entendió cómo la quería y paró la cola. Se veía impresionante tener ese culote mirando hacia mi verga bien parada. Vi su ano, que estaba redondito y con sus pliegues bien definidos, que quedé extasiado. Procedí a meterle la verga por la vagina en forma de perrito. La anciana solo suspiraba y gemía como puta. Me decía: «Ya quiero lechita, dame lechita, corazón». Me sorprendió cómo movía su culo hacia atrás y hacia adelante para la edad que tenía. La señora estaba en su clímax. En un momento, le dije que se abriera las nalgas, y me paré solo para contemplar su culo empinado. Saqué mi celular y le tomé varias fotos; quería tener el recuerdo de ese culo empinado de la anciana. Después, comencé nuevamente a penetrarla. Estuvimos así varios minutos, que sentí cómo la anciana volvió a estremecerse de nuevo. Sabía que estaba corriéndose otra vez. Solo vi cómo se agarraba de la sábana y el colchón y empezó a temblar. En ese momento, supe que me iba a venir y saqué mi verga. Quería seguir disfrutándola y solo esperé a que se le pasara el orgasmo.
Una vez que se le pasó el orgasmo, agarré más lubricante y me lo puse en la verga. Era demasiado, que hasta brillaba mi pene. Procedí a ponerle en el ano lubricante también. Ella entendió qué era lo que haría y me dijo: «Corazón, ¿qué haces? Por ahí no». Yo le dije: «¿Ya te rompieron el culo antes?». Me dice: «No, pero eso es algo muy sucio». Le dije: «No sabes lo que te has perdido». Y la sujeté con fuerza para que se empinara más. Ella solo obedeció y decía: «Corazón, no por ahí, no. Dame lechita en la panocha». Le dije: «Cállate, que te voy a romper ese culo bien rico que tienes. Si no te dejas, te vas a ir con las manos vacías, así que cállate y mejor coopera». Doña Leonor entendió que no podía hacer nada para declinar de follarle el ano. Le dije: «No te preocupes, con el lubricante ni te va a doler». Me dijo: «Ok, pero despacito, corazón». Le eché lubricante en el ano, más el que tenía ya mi verga, y le fui masajeando el ano con la cabeza de mi verga. Poco a poco, fui acercando más y haciendo presión sobre su ano, mientras empecé a masturbarla con los dedos en su vagina. Le decía: «No hagas fuerza, no te dolerá, solo relájate». La anciana cerró sus ojos, y sentí cómo su ano se ligeró y empezó a aceptar mi verga. Empezó a entrar la cabeza lentamente, mientras ella respiraba hondo y hacía muecas de dolor. Me decía: «¿Ya entró toda?». Y yo: «Aún no». Fui metiendo poco a poco mi verga hasta meterla toda. La anciana estaba quejándose de dolor; estaba llorando, decía que le ardía demasiado, que le quemaba el ano. «Sácala, por favor, me duele», decía. Yo ya estaba en la gloria, saber que se la había metido toda. Le dije: «Ahora sentirás rico, doña Leonor». Empecé a meterla y sacarla nuevamente, mientras iba echándole lubricante a mi verga que iba entrando a su ano, mientras entraba y salía. Eso hizo que empezara a resbalar rico mi verga en su ano, que ella misma comenzó a relajarse más, y su ano ya no aprisionaba mi verga. En ese momento, supe que ya empezaba a aguantar la reata en el culo y comencé a hacer el vaivén más rápido. Doña Leonor comenzó nuevamente a quejarse que le dolía, pero ya no con tanto énfasis; era ya más bien de quejarse, pero, a la vez, ya no. Mi verga sentía que se había hecho más grande mientras la penetraba, que le empecé a romper el culo duro. Entraba y salía sin ningún problema en su ano. Doña Leonor ya no se quejaba y ahora empezaba a gemir. Me decía: «Aay, corazón, qué me haces. Siento bien raro, pero bien rico. Sigue así, corazón, qué rico. Me arde, pero siento rico». «Échale más de ese aceite», decía, y yo me reía: «Sí, claro, con gusto». Le eché más lubricante. Era impresionante cómo entraba esa verga en ese ano abierto, y hacía ruido de tanto lubricante que se oía (chop, chop, chop) bien rico todo. En un momento, decidí sacarle la verga del culo, y ella me dice: «¿Qué pasa, por qué la sacas, corazón?». Le dije: «Quiero ver cómo te he dejado el culo de roto y abierto». Ella se rió y dijo: «Ok», y solo se empinó más y se abrió las nalgas con sus dos manos. En ese momento, saqué mi celular y le tomé varias fotos y me decía: «Ya métela de nuevo y dame lechita». Comencé a meterle la verga lo más duro que podía. La anciana solo gritaba. De repente, ella sola se empujaba a mi verga con una fuerza que sentía que me quebraría. De repente, le dije: «Aprieta el culo, que me voy a venir». Ella entendió, y sentí cómo su ano empezó a apretar mi pene muy fuerte, que el vaivén era increíble. No pude resistir más y solté todo mi semen dentro de su ano. Sentía que no dejaba de salir semen; nunca había sentido un orgasmo que durara tanto. Grité de lo extasiado; no podía creer que me había follado a esa anciana y hasta por el culo. Una vez que me vine dentro de su culo, seguí penetrándola, aún cuando mi pene ya se estaba quedando flácido. Aún podía penetrarla; sentía como por dentro removía mi semen. Fue algo raro, pero rico. En ese momento, saqué mi verga de su ano, y me paré detrás de ella. Le dije que se quedara así y que sacara mi leche. Se echó un pedo, y salió mi semen, y veía cómo le escurría por las piernas. Doña Leonor solo obedecía a lo que le decía. Para mi sorpresa, mi verga salió limpita; pensé que me la iba a dejar llena de mierda, pero no. Resultó que no tenía nada en el estómago; no había comido nada en el día, por eso fue. Ahora solo tenía mi leche adentro y escurriendo.
Me paré de la cama y me fui a bañar. Doña Leonor se quedó acostada, limpiándose mi semen con los dedos. Le dije que viniera a bañarse conmigo. Me obedeció, y en el baño le pedí que me la chupara de nuevo. Ella, obediente, comenzó a hacerlo, y mi verga se empezó a parar de nuevo. Comencé a penetrarla de nuevo en el baño, pero ahora quería que se tragara mi semen. Cuando sentí que ya me estaba por correr, le dije que se agachara, y le aventé todo mi semen en la cara y le dije que abriera la boca. Comenzó a tragar. Me decía: «Sabe raro». Y el resto que tenía en el cachete, le dije: «Cómelo todo». Con mi mismo dedo, agarré mi semen y lo metí a su boca. Ella me chupó los dedos y lo tragó. En ese momento, me paré y me puse a darme una ducha; ella también.
Después de la ducha, empecé a reflexionar de todo lo que había pasado, como que estaba en shock. No podía creer que una anciana me había dado uno de los mejores polvos de mi vida. En verdad, no les hagan el feo. Si tienen la posibilidad de follarse a una anciana, háganlo, no se arrepentirán.
Doña Leonor me dijo que le dolía su cola, pero que la había pasado muy bien. Tomó su dinero y me dijo: «Ya sabes dónde me puedes volver a ver. Te daría mi número, pero no tengo celular, y no le sé a esas cosas de chatear, solo llamadas con el número de mi hija», me dijo. Le dije: «No se preocupe, veo difícil que nos volvamos a topar porque no soy de aquí, pero tenga, le doy mi número». Me agradeció y me dijo: «Gracias, mijo, que te vaya muy bien». En ese momento, le dije: «Espere, doña Leonor, no me ha dicho su edad». Me respondió: «70 años bien cumplidos». Abrió la puerta y se fue.
Como al año y medio después de ese encuentro, ya estando en mi casa, me llegó un mensaje de una lada rara que decía: «Hola, buenas tardes, soy Jazmín, hija de doña Leonor. Te escribo porque mi mamá quería saludarte y porque se quería despedir de ti». Doña Leonor había caído en enfermedad, producto de su presión arterial y otros padecimientos ya de la edad, y estaba por fallecer. No sabía si contestar o no. La saludé y, a través de mensaje, me despedí de ella también. Lo curioso es que, una semana después, cuando la señora falleció, su hija me escribió para darme la noticia, y comenzamos a escribirnos sin querer por mi parte. Pero, en una plática trivial, ella me dijo: «Yo sé cuál fue su secreto de mi mamá contigo, y, en verdad, no me lo puedo creer. No te preocupes, solo quería agradecerte porque, desde ese día que me dijo que te conoció, siempre anduvo feliz». Seguido de eso, me dice Jazmín: «¿Pues qué le hiciste a mi mamá o qué?», poniendo stickers de risa comprometedora. Para todo eso, ya había entendido que su mamá le había contado con lujo de detalle nuestro encuentro, a lo que solo le respondí: «Pues tú bien sabes lo que le hice a tu mamá, no te hagas la que no sabe», igual con risa de complicidad. Desde ahí, comenzamos a platicar diario, hasta contarle todo lo que le había hecho a su mamá. Ella me dijo que, cuando regresara a Hidalgo, quería ver si es cierto. Fue raro porque nunca pensé que todo esto sucediera. Aún no regreso a Hidalgo, pero, cuando lo haga, ya sé que ahora tengo luz verde para follarme a la hija de doña Leonor, que en paz descanse. Cuando vaya, ya estaré escribiendo su historia. Hasta aquí dejo esta, y espero que sea de su agrado. Traté de ser lo más claro y detallar cómo pasó todo. Moraleja de la historia: si pueden follarse a una anciana, háganlo, no se van a arrepentir.
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