Mi cuñada me desea – Parte 2
Continuación de la historia con mi cuñada.
Capítulo 3: Pasos y Miradas
Un sábado por la noche nos quedamos a dormir en la casa de los padres de Cinthia. Dormimos en su cuarto, la pieza del fondo. Tuvimos sexo con Cinthia asi que después de eso, me dormí desnudo.
El domingo temprano, sus viejos irían a misa. No avisaron la noche anterior que se iban antes de las ocho. Me desperté entre las sábanas revueltas, con esa mezcla de pereza y lucidez que deja el primer sol entrando por la ventana.
Escuché una llave girar en la cerradura. El leve chasquido de la puerta al abrirse me dijo todo lo que necesitaba saber: era Patricia. Tenía llave, y solía venir temprano algunos domingos. Solía venir acompañada por su familia, pero su marido y sus nenas fueron a visitar a su otra abuela. Patricia fue con la idea de tomar unos mates con sus padres.
Me quedé inmóvil un segundo, con los ojos fijos en el techo. Y entonces, decidí.
Me incorporé lentamente. El aire fresco del cuarto me recorrió el pecho. Caminé hasta el espejo, me acomode el cabello, bajé la mirada y estaba duro, como la mayoría de las mañanas. Busco mi bóxer y decido ir al baño.
Ajusté el bóxer con disimulo. Acomodando lo mejor posible para que mi verga quede de costado.
Salí al pasillo.
Patricia estaba ahí.
De pie, en la sala, como buscando algo. Vestida con una remera super grande y un short corto. Parecía que estaba solo en remera. Sin maquillaje. Pelo atado en un rodete desordenado. Se giró al escuchar mis pasos.
—¿Y papa y mama? —preguntó, como si nada. Pero su mirada tardó una fracción de segundo de más en subir desde mi abdomen hasta mis ojos.
Yo me detuve apenas. Sonreí, como si fuera lo más natural del mundo estar semidesnudo y… marcando territorio.
—Fueron a misa —dije tranquilo, como si no sintiera la sangre latiendo en cada parte de mi cuerpo.
Ella asintió apenas, haciendo una mueca con la boca..
Me acerqué. Le di un beso, de esos que rozan la comisura de los labios. Fue un gesto mínimo. Técnicamente inofensivo. Pero ambos lo sentimos.
Seguí de largo hacia el baño sin decir nada más. Sentía su mirada clavada en mi espalda. Y por primera vez, no quise apurarme en caminar.
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Capítulo 4: La salida del baño
Entre al baño, no sabía bien que hacer. Me lave la cara, me cepille los dientes. El agua fría no ayudó a bajarme nada. Quizás porque no quería que bajara. Me miré al espejo una última vez antes de salir. El vidrio bastante empañado, pero alcanzaba para ver que el bóxer seguía haciendo su trabajo: marcando todo.
Abrí la puerta con calma. El pasillo seguía silencioso. Esperaba que Patricia se hubiera ido pero no. Seguía ahí.
Se estaba preparando un mate. Fingía que no me miraba, pero sus ojos estaban claramente atentos a mis movimientos. Me observó de arriba abajo, con la cara más neutra del mundo. Pero no engañaba a nadie.
—¿No te da vergüenza andar así? —dijo, sin mirarme directamente.
Me encogí de hombros.
—Es domingo. ¿Quién se va a decir algo?
—Yo, por ejemplo. —Pero no se movió ni un centímetro de su lugar.
Me acerqué a la cocina para buscar agua. Sabía que ella podía verme desde ahí. Tenía que torcer la cabeza apenas para seguirme con la mirada. Lo hizo. Yo lo sabía.
—¿Querés algo? —pregunté desde el marco de la puerta.
—No. Ya me voy, me vine a preparar un mate nada más. —
Tomé el vaso de agua, bebí, y me apoyé en la mesada. Dejé que el silencio volviera a llenar el ambiente. El ventilador de techo giraba lento, como todo lo que pasaba en esa casa cuando los padres no estaban.
—¿Siempre te paseas así cuando están solos? —preguntó al fin.
—¿Te molesta?
—No. Me parece… llamativo y desubicado.
Sonreí. Volví al pasillo.
Esta vez, al pasar por su lado, lo hice más cerca. Casi chocándola a propósito, como dándole un caderazo.
No se apartó.
Yo tampoco.
Seguí de largo, sin mirar atrás. El juego estaba lejos de terminar. Y los dos lo sabíamos.
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Capitulo 5: Lunes a la mañana – Mensaje de Patricia
Patricia [08:32]:
Para la próxima, llevate una bata o algo… que no está bueno desayunar con eso colgando por el pasillo 😂😂
Veo el mensaje, pero no contesto enseguida. Espero. La dejo en visto unos minutos. Después respondo tranquilo.
Ricardo [08:45]:
¿Colgando? ¿Miraste tanto que te pareció flojo?
Patricia [08:46]:
No hace falta mirar mucho para notar que no hay mucho que ver…
Ricardo [08:47]:
Vos sabrás 😉
Patricia [08:48]:
Jajajaj no me hagas reír. Si lo más grande que tenés es el ego.
Ricardo [08:50]:
Y sin embargo, no podés dejar de hablar del tema… ¿todo bien en casa?
Patricia [08:51]:
🙄 Bueeena, el modelo de Calvin Klein. No te confundas, fue solo impresión… de lástima.
Ricardo [08:53]:
¿Lástima o ganas? Porque parece que te quedó grabado…
Patricia [08:54]:
🙃 No te hagas ilusiones, nene. No me gustan los chicitos.
Ricardo [08:56]:
Y sin embargo… seguís hablando de eso.
No me siguió la conversación.
Ya no hacía falta seguirla. El resto lo decía su insistencia. Esa necesidad de rebajarme, de burlarse, de hacerse la indiferente… cuando claramente no lo es. Yo sé lo que tengo. No hablo de ego, hablo de hechos. Nunca tuve que convencer a nadie de nada. Nunca una queja. Todo lo contrario.
Sé lo que provoco. Lo veo en la mirada de Cinthia, en la de otras mujeres, y ahora en la de Patricia. Esa mirada que se escapa sin permiso, que vuelve cuando piensa que no la estoy viendo.
Pero Patricia juega distinto. Tiene otra forma. Necesita tener el control, y si no lo tiene, entonces ataca. Disfraza el deseo con sarcasmo. Se esconde detrás de sus frases con doble sentido y sus comentarios despectivos, como si eso pudiera borrar lo evidente.
Pero yo no tengo apuro. Que siga jugando.
Al final, siempre se nota quién está mirando… y quién se hace el que no.
Capítulo 6: Cena Familiar
La ronda de sillas ocupaba casi todo el patio. La parrilla humeaba en el fondo, las luces eran tenues. La música venía desde adentro, suave, y las voces se mezclaban entre risas y cerveza.
Yo estaba sentado en el medio. A mi derecha, Cinthia charlaba animadamente con su prima. A mi izquierda, Patricia. Y al lado de ella, su marido. Un cuadro familiar perfecto… por fuera.
Ella llevaba una remera suelta como de costumbre, gris clara, que caía sobre su pantalón con descuido. De esas que dejan al descubierto la cintura cuando se mueven. Esa noche se movía más de lo habitual: reía, gesticulaba, se inclinaba hacia adelante. A cada tanto, nuestros brazos se rozaban.
No sé en qué momento lo decidí. Quizá fue después del tercer vaso de cerveza. O cuando sentí su perfume flotando entre los dos. Lo cierto es que lo hice. Primero, leve. El dorso de mi mano tocó su cintura, como quien se acomoda en una silla estrecha. No se movió. Ni se tensó.
Volví a hacerlo unos minutos después. Esta vez, con los dedos. Apoyé la yema sobre su piel expuesta, justo entre la remera y el pantalón. Sentí el calor. La suavidad. De nuevo, ninguna reacción. Pero tampoco se apartó.
La charla seguía. Los demás reían. Yo no escuchaba nada.
Mi mano quedó ahí unos segundos. Firme. Tranquila. Fingiendo estar donde no debería.
Y entonces, me arriesgué un poco más.
Deslicé los dedos lentamente hacia abajo, por debajo de la tela suelta. No demasiado. Solo lo justo. Sentí cómo su cuerpo respiraba distinto. Apenas. Pero lo noté.
Mi mano acaricio su espalda baja. Y la deslice hasta la curva inicial de su cola, esa línea que divide el juego de la intención. Acaricié el borde, leve, como quien explora terreno prohibido sin invadir del todo. Ella seguía hablando con su marido. Sonriendo. Fingiendo.
Y yo, con Cinthia al lado, la escuchaba reír sin saber que mi mano estaba posada justo donde no debía.
Me detuve ahí. Solo un momento. Y volví a subir despacio, sin prisa, hasta su cintura otra vez.
Ella no dijo nada. No me miró. Pero no necesitábamos palabras. El lenguaje había cambiado.
Eso fue todo.
Nada explícito. Nada evidente. Pero el cuerpo habla. Y el de Patricia habló.
- No se alejó. No puso límites. No necesitó decirme que lo sintió: lo supe por cómo respiró. Por cómo no se movió. Por cómo su risa cambió de ritmo, apenas por un segundo, justo cuando la toqué.
Sé lo que hice. Y sé lo que provocó.
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