Ella se despidió de mi y me dijo que estaría muy bien vigilada. A lo largo del día, estuve pensando en eso. No obstante, de repente, y cuando menos lo pensé, la situación comenzó poco a poco a excitarme. Esa situación de recibir el castigo de la esclavitud, en manos de mujeres, y no poder librarme de ninguna forma, mas lo humillante de mi situación de pronto comenzó a excitarme. Al principio no lo quería creer; que eso me estuviera gustando. No quería aceptar la idea de que ser esclava pudiera gustarme, pero en la tarde ya era evidente que sentía placer, aunque también sentía furia y había una contradicción en mí: por un lado quería librarme de ese destino, pero por el otro lado esa situación me hacía rendirme al placer. Llegué a la casa y me encerré en mi habitación, la cual está algo alejada del de mi tía y las sirvientas. No podía más con mis pensamientos; comencé a desabrocharme la camisa y a tocarme los senos de la excitación. Tuve varios orgasmos. Al fin bajé al comedor a cenar, al lado de mi tía. Las sirvientas son muy amables con mi tía; conmigo me tratan con cierto respeto pero evidentemente no les simpatizo. Como os he explicado, ellas han tenido de mí algunos maltratos. Esa noche batallé para dormir.

Ahí comenzó mi etapa de dos meses de dudas, temores, desesperación por no saber que hacer y también por el hecho de que mi excitación era cada vez mayor. Lo cual no me agradaba y me parecía aun más humillante. Mi temor de caer en la esclavitud me excitaba y me gustaba, pero al mismo tiempo me llenaba de furia y frustración. Me avergonzaba aceptar que me gustaba y la situación en sí misma. Por cierto, Amanda no dejaba de llamarme al celular para recordarme la amenaza y hasta me enviaba imágenes al celular de mis aventuras sexuales. Una vez me envió un video que parecía sacado de una película pornográfica. Hasta me hacían saber que alguien vigilaba mi casa; no me dijo que mujer era, pero me dio a entender que ella cumplía el favor de vigilarme.

– Solo es alguien que te odia. Alguien que desea destruir tus sueños mi amor (me dijo Amanda al teléfono).

El pensar que alguien me quería hundir en la esclavitud, que estaba interesada en hacerme caer en ese mundo del sadomasoquismo lésbico, de la sumisión y el placer me causaba aun más excitación. Estaba desesperada y ansiosa. Lo peor es que no había solución. Hasta que una mañana del sábado (ya había renunciado al trabajo) me llamó por teléfono. «Tu tiempo se ha agotado, puta».

Esa mañana salí de la casa en dirección a la suya. No podía creerlo. Estaba por caer en la esclavitud. Quería un atisbo de esperanza, pero entre más avanzaba el taxi, la ansiedad me invadía el cuerpo, nublandome el pensamiento. Al fin el taxi paró. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Estaba a la puerta de mi perdición, no solo de la casona elegante de quién iba a ser mi ama y señora. Mi correo: [email protected]