Mi destino: la descenso hacia la esclavitud (Parte 1)
Soy una mala mujer. Mi castigo es la esclavitud sexual.
Hola. Mi nombre es Paulina Ribera. Soy una mujer de 24 años. Soy alta (1.78 metros) delgada y de cadera y pompas amplias. Piernas muy bien torneadas y mi rostro, puedo presumir, es bello y sensual. Mi cabello es castaño, ondulado y en cuanto a lo largo, lo tengo un poco más abajo de los hombros. Mi senos son amplios; algo que me ocasiona placer, que los hombres me vean con deseo. Siempre he estado consciente de mi belleza, y la verdad, es algo que me proporciona felicidad; no solo por vanidad, sino porque le he sacado provecho para el placer y en eso de obtener beneficios. Aunque ahora tengo que decirles algo: quizá mi belleza fue mi perdición. Ahora estoy destinada a la esclavitud sexual. No; no fui víctima de ningún grupo de trata de blancas; simplemente, cometí acciones que hoy han servido de chantaje para introducirme a un mundo de sumisión sexual en manos de mis amas (puras mujeres) y porque en ese mundo de perversión, morbo, placer y esclavitud yo solo soy un objeto. Ahora ya no tengo beneficios económicos.
Soy una mala mujer. Soy una zorra, una descarada y una puta. Para comenzar, vivo con mi tía; ella me ha criado desde que mi madre murió, cuando yo era muy niña. Además de mi tía, tengo otros parientes pero lejanos y solo los veo en reuniones de familia. Mi tía es mi única familia. Mi padre fue un mal hombre que solo embarazó a mi madre y desapareció, lo cual no me importa en lo absoluto. Mi familia materna es de cierto nivel económico y social alto, aunque la fortuna disminuyó con los años; no obstante, ella y yo vivimos en una casona y tenemos servidumbre. Yo estudié en un colegio de España muy prestigiado y conservador.
Mi tía es una mujer muy religiosa y de carácter fuerte y estricta. Ella hace obras sociales de caridad y está relacionada con actividades de la iglesia; si ella supiera la doble vida que llevo no solo me cachetearía, sino que me negaría la herencia y solo me dejaría lo necesario para vivir, aunque controlado por un abogado también conservador que es muy buen amigo de ella. Además, mientras ella viviera y yo siga siendo la chica de familia que vive bajo sus reglas, de seguro me sucedería una de dos cosas: o me mandaría a vivir a un internado de monjas o me limitaría muchos la libertad de que dispongo; de seguro ya no me dejaría salir de noche a fiestas y quizá hasta tendría que estar en casa muy temprano. Ella se disgustaría mucho y se decepcionaría de mí; me consideraría una vergüenza y diría, de seguro, que no merezco a la madre que tuve; mi madre era su prima y era muy estimada por ella.
Pero; ¿cual es esa vida doble? Diré que desde adolescente tuve mucho deseo del sexo. Me gusta poseer y exhibir mi belleza. Desde que tenía 18 años, cuando era estudiante y poco antes de ingresar a la universidad a estudiar contaduría, comencé a salir con hombres casados. Me fascinaba que me desearan por encima de su propia mujer. Y la verdad, no me importaba destruir matrimonios. También, tuve sexo por dinero. Así, mientras mi tía me daba dinero para mis gastos, yo adquiría ciertos ingresos propios, y teniendo aventuras sexuales. Claro está que esto a escondidas de mi tía; y no solo de mi tía, sino de mis amigas. Y no es que mis amigas sean tan conservadoras como mi tía o sus propias madres (las cuales pertenecen al mismo grupo de oración comunitaria). Mis amigas son más liberales y menos religiosas y recatadas; vamos a fiestas en donde bebemos alcohol y bailamos al mismo tiempo que nos relacionamos con hombres; pero es que ellas desde luego jamás harían lo que yo hago en secreto. Ellas, y todos los que me conocen, ignoran mi doble vida. Ignoran el grado de inmoralidad al que he llegado en mi perdición personal.
Yo, por otro lado, solo deseo que mi tía muera para heredar su fortuna y poder hacer lo que yo quiera. Así es; nunca he sentido amor hacia mi tía, solo quiero su fortuna y por el momento tengo que fingir que la quiero mucho. Soy una mala mujer, lo se. Soy ambiciosa y solo deseo mi riqueza y mi libertad de vivir. Y por otro lado, sin que nadie lo sepa, he hecho otras cosas malas. Alguna vez tuve sexo con el novio de una amiga mía. La traicioné en secreto; me divertía con ella y otras amigas en fiestas y por el otro lado me divertía con su hombre. Claro está que tengo que cuidar mi reputación social y me avergonzaría que la gente supiera mi doble vida. Cuando ella sospechó que su novio tenía una aventura, yo insinué que quizá ella salía con una compañera a la que calumnié, por temor a verme descubierta. Al final ella rompió con su novio sin reclamarle a la otra; y seguimos siendo «amigas» después de todo. La verdad, no me importa ser una mala amiga si ello me trae placer; pero no quiero que descubran lo que hago. Soy una verdadera hipócrita, como pueden ser.
Alguna vez, escuché a un profesor decir que alguien (algún filósofo) decía que nuestras buenas o malas acciones nos persiguen como sombras; que tarde o temprano nuestras acciones malas pueden traer consecuencias. Y vaya que en mi caso, mis malas acciones y mis bajezas que han llevado a esta espiral de chantaje, esclavitud en manos de unas mujeres sádicas y me avergüenza confesarlo, de placer. Sobre todo de humillación y placer; se que debo de parecer contradictoria, pero así es; mi castigo actual de esclava sexual me ha dado un enorme placer que no puedo reprimir. Un placer que puede conmigo; que es más fuerte que mi deseo. Nunca creí que mi vida llegaría a ese destino; que mi cuerpo y mi alma descenderían en lo más bajo de la sumisión y la humillación. Además de mi degradación como mujer; pero como vosotros podéis pueden apreciar, es mi castigo por mis malas acciones.
Todo sucedió una mañana en que iba a mi trabajo. Después de graduarme de la escuela, y mientras estudiaba para ser contadora, trabajaba en un lugar de ropa. Era lo mejor que encontré que no requiriera mucho esfuerzo; nunca me ha gustado trabajar; solo pienso en divertirme, pero tengo que hacerlo para que mi tía viera que soy una «mujer decente» que trabaja. En fin, como les contaba, una mañana iba llegando al trabajo, cuando escuché la voz de una señora como de unos 42 años de edad; ella me llamó por mi nombre.
– Paulina Ribera…
Yo solo me sorprendí por el hecho de que ella sabía ni nombre. Yo no tenía idea de quién era. Ella dijo que quería hablar conmigo en su auto; que me proponía un trabajo agradable. Yo, que deseaba eso, fui a su auto. Solo que en lugar de ello, lo que me propuso era algo humillante; ahí comenzó mi perdición: ser ser una mujer altiva y despótica; porque a veces trataba mal a mis sirvientas, algo que mi tía desaprobaba y a veces me reprochaba, aunque lo veía por el momento como un error corregible de mi personalidad. Pues bien, lo que esa mujer me propuso era la esclavitud y la sumisión en manos de ella, de una amiga muy estimada con la que vivía y de sus respectivas hijas.
Como os venía contando anteriormente, la señora esa que me hizo escuchar su propuesta (humillante para una mujer como yo), y que se presentó como Amanda, me explicó que tanto ella como su amigas y las hijas de ellas querían tener una esclava. Una mujer a la cual someter sexualmente, además de hacerla desempeñarse como sirvienta. Me aclaró que no era necesario que la esclava viviera allí, solo que ese fuera su trabajo. El placer de la propuesta era que la esclava fuera una mujer ajena a la familia; una por la que ni quienes vivieran con ella sintieran nada de estima; digamos que la esclava debía de aceptar su papel sin tener en esa casa amor. Y no solo eso: también el juego era que la esclava fuera única; es decir, que a la humillación de ser una esclava, se añadiera el de que solo ella estuviera viviendo esa situación, sin poder cambiar esa regla. «Así que nada de castigar a alguien por hacer con la esclava algo indebido; al fin y al cabo tanto yo como mi hija, mis amigas y sus dos hijas están en su derecho de usarla como quieran».
Después de explicarme todo ello, ella me dijo que yo era una mujer muy hermosa y guapa. Que mi imagen le había impresionado mucho; que tenía la belleza de una modelo o una pornstar. Algo que me halagó, pero lo que me dijo después no.
– Sabes Paulina, precisamente porque eres lo que buscamos tanto en belleza como en sensualidad, lo digo porque hemos visto como te sabes mover, insisto, por todo ello te hemos elegido a ti para que seas la esclava; solo tienes que renunciar a tu empleo actual y cuando no estés en la universidad te vienes a nuestra casa. Bien, quiero que comiences cuando antes.
Al escuchar eso, sentí furia y humillación. Yo soy una puta pero nunca me pasó por la cabeza ser esclava. Además, para mí, que era despótica y lo quería todo, someterme me era humillante; y mas lo era que alguien hubiera pensado que eso iba a ser de mi agrado. Iba a contestar con una negativa cuando ella se adelantó:
– Por supuesto, no es necesario que vivas con nosotras.
Al fin pude hablar y le dije que estaba loca. Cuando abrí la puerta y procedía a retirarme, ella me tomó del brazo bruscamente y me obligó a permanecer sentada.
– Mira puta, no te estoy proponiendo el trabajo. De hecho no te lo estoy preguntando eso de si aceptas o no. Es una orden y solo vamos a detallar lo demás.
Iba a retirarme. Ya casi había salido del auto cuando la escuché decir algo que me puso nerviosa:
– Bueno, entonces iremos con tu tía y le mostraré, con estas imágenes, la clase de porquería que ella tiene de sobrina. Y no creo que vos queráis que esto lo vea ella ¿verdad?
Me asusté. Comencé a temer; ¿que podían contener esas imágenes? Vi que sacó un sobre.
– Vamos, abre el sobre.
Abrí el sobre. Cuando vi el contenido, me asusté. Eras fotos mías teniendo sexo. Imágenes muy explícitas. No lo podía creer. Si este material llegaba a manos de mi tía, no solo la vergüenza, sino el regaño, cachetada y adiós herencia. Sin contar que me limitaría la libertad; ya no sería de confianza y se sentiría en la obligación de castigarme, ya no permitiendo que salga en tiempos libres o con horario limitado y quizá con una acompañante; una de mis tontas primas también muy religiosas.
– Sabes, podemos imprimir cientos de imágenes y subirlas al internet. O ponerlas en la universidad donde trabajas. O enviarlas por correo a tus amigas. ¿Te imaginas la vergüenza y la humillación de ver expuesta tu doble vida puta? Tu reputación quedaría dañada, porque vos sóis tan hipócrita como descarada. Ahora bien, nada de esto tiene que salir al aire. Podemos negociar. Te daré un tiempo razonable para que lo pienses: o tu reputación social, o tu libertad.
No lo podía creer. No podía creer que esto me estuviera pasando. Pensar que tendría que aceptar y humillarme o que se expusiera mi vida doble de inmoralidad, traiciones, y todo lo demás. Pero no solo eso: si llegara a tener una vida de esclava, aun pudiendo librarme de ello cuando muriera mi tía y yo huyera lejos, me perseguiría este pasaje de mi vida. Ser esclava no solo era humillante, sino llevar eso en el pasado y no poder borrarlo. El solo hecho de pensar que fui esclava por medio del chantaje era algo humillante, que no me dejaría en paz años después. Lo que me estaba pasando era una pesadilla.
Ella se despidió de mi y me dijo que estaría muy bien vigilada. A lo largo del día, estuve pensando en eso. No obstante, de repente, y cuando menos lo pensé, la situación comenzó poco a poco a excitarme. Esa situación de recibir el castigo de la esclavitud, en manos de mujeres, y no poder librarme de ninguna forma, mas lo humillante de mi situación de pronto comenzó a excitarme. Al principio no lo quería creer; que eso me estuviera gustando. No quería aceptar la idea de que ser esclava pudiera gustarme, pero en la tarde ya era evidente que sentía placer, aunque también sentía furia y había una contradicción en mí: por un lado quería librarme de ese destino, pero por el otro lado esa situación me hacía rendirme al placer. Llegué a la casa y me encerré en mi habitación, la cual está algo alejada del de mi tía y las sirvientas. No podía más con mis pensamientos; comencé a desabrocharme la camisa y a tocarme los senos de la excitación. Tuve varios orgasmos. Al fin bajé al comedor a cenar, al lado de mi tía. Las sirvientas son muy amables con mi tía; conmigo me tratan con cierto respeto pero evidentemente no les simpatizo. Como os he explicado, ellas han tenido de mí algunos maltratos. Esa noche batallé para dormir.
Ahí comenzó mi etapa de dos meses de dudas, temores, desesperación por no saber que hacer y también por el hecho de que mi excitación era cada vez mayor. Lo cual no me agradaba y me parecía aun más humillante. Mi temor de caer en la esclavitud me excitaba y me gustaba, pero al mismo tiempo me llenaba de furia y frustración. Me avergonzaba aceptar que me gustaba y la situación en sí misma. Por cierto, Amanda no dejaba de llamarme al celular para recordarme la amenaza y hasta me enviaba imágenes al celular de mis aventuras sexuales. Una vez me envió un video que parecía sacado de una película pornográfica. Hasta me hacían saber que alguien vigilaba mi casa; no me dijo que mujer era, pero me dio a entender que ella cumplía el favor de vigilarme.
– Solo es alguien que te odia. Alguien que desea destruir tus sueños mi amor (me dijo Amanda al teléfono).
El pensar que alguien me quería hundir en la esclavitud, que estaba interesada en hacerme caer en ese mundo del sadomasoquismo lésbico, de la sumisión y el placer me causaba aun más excitación. Estaba desesperada y ansiosa. Lo peor es que no había solución. Hasta que una mañana del sábado (ya había renunciado al trabajo) me llamó por teléfono. «Tu tiempo se ha agotado, puta».
Esa mañana salí de la casa en dirección a la suya. No podía creerlo. Estaba por caer en la esclavitud. Quería un atisbo de esperanza, pero entre más avanzaba el taxi, la ansiedad me invadía el cuerpo, nublandome el pensamiento. Al fin el taxi paró. Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Estaba a la puerta de mi perdición, no solo de la casona elegante de quién iba a ser mi ama y señora. Mi correo: [email protected]
me encanta tu relato paulina <3
podemos charlar?