Mi destino: mi descenso hacia la esclavitud
Inicia mi esclavitud sexual BDSM .
El taxi paró frente al portón de esa enorme casona. Iba vestida con un abrigo color rosa, hasta las rodillas, además de una ombliguera de botones en medio y un pantalón de mezclilla ajustado, sin sostén y tan solo con una braga muy ajustada. Toqué el timbre. Al fin se abrió. Mi corazón latía con fuerza y excitación sexual. Por un lado, me avergonzaba saber que iba a ser una esclava; por el otro, la humillación y la desesperación de mi situación me causaba un enorme placer.
Entré. Había un pequeño patio y una puerta de madera muy elegante. El portón se cerró tras de mí. Toqué la puerta y enseguida. Me abrió una mujer madura (como de unos 50 años), rechoncha y que evidentemente era la sirvienta, aunque no parecía ser una esclava para nada. Recordé que mi humillación consistiría en que solo yo era la esclava. La señora, en tono medio burlón me pidió que la siguiera. Era obvio que sabía a lo que venía.
Me condujo a una sala muy elegante, que entre otras cosas tenía un sillón de cuero y una pequeña mesa en medio. Mi ama Amanda estaba sentada esperando mi llegada.
-Bien, muy bien. Veo que vos has decidido ser mi perra.
La sirvienta solo reprimió una risa. La odié; odio que alguien se burle de mí, pese a que yo misma he provocado la risa hacia otras personas. Me gusta humillar; pero odio (por lo menos eso pensaba hasta ese entonces) que alguien me humille. En el fondo, ser expuesta como una esclava delante de otra persona que tomara mi situación en forma de burla me excitaba. Me gustaba pese a que no quería aceptarlo.
-Bien señora, me retiro a lavar la ropa. Si necesita algo ya sabe, cuente usted conmigo.
-Gracias Celia, puede retirarse. Y no se le olvide recordarme su pago pendiente.
La maldita sirvienta se retiró. Mi ama y señora me miró fijamente a mis ojos. No podía con ello; los nervios me invadían al instante.
-Se que detestas que Celia se haya burlado de ti, zorra. Pero, vos deberás acostumbrarte. Recordad; vos estás por debajo incluso de la sirvienta. Entendéis puta
No podía creerlo. Yo, que humillaba y trataba mal a las sirvientas de mi hogar, pese a la desaprobación de la puritana tonta esa de mi tía (¿Porqué no se ha muerto? deseo su fortuna y título) ahora tenía que soportar la idea de que yo era inferior a una sirvienta.
-Sí mi señora, lo he entendido.
-Bien. Desnúdate zorra.
-¿Cómo? ¿Yo porqué?…balbuceé nerviosa.
-Sí…tronó mi ama con las palmas de la mano….desnúdate. Desvístete aquí mismo.
Procedí a desabrochar los botones de mi abrigo. Este cayó al suelo; inmediatamente después, desabroché mis zapatos, me lo quité. Posteriormente desabroché mi pantalón, el cual también me quité junto con la braga y mi ombliguera.
Quedé completamente desnuda ante la vista de mi señora. Ella me aventó al suelo un vestuario que yo debía ponerme enseguida. Este consistía en una minifalda muy corta, un sostén muy escotado y una ombliguera de cuero negro bastante escotada también. Mi senos relucían bastante con ese vestuario. No debía llevar nada de bragas; solo la minifalda sin nada abajo. Mi placer estaba al máximo; estaba avergonzada de mi situación y al mismo tiempo ¡qué placer sentía!. De calzado, unos tacones negros, de punta bastante delgada y larga (15 centímetros) y con plataforma. Me sentía una verdadera puta con ese vestuario.
-Bien…y ahora vos y yo vamos a un club sexual.
Ella me tomó del brazo. Salimos de esa casona hacia donde estaba estacionado un auto lujoso color naranja. Me subí a ese coche en el asiento del copiloto. Al fin despegamos. Apenas comenzaba mi humillación. No podía creer que mi vida estaba descendiendo hacia la esclavitud total.
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Muy buen relato, me encanto