Mi destino: mi descenso hacia la esclavitud
Inicia mi vida como esclava; comienza el placer de mi sumisión .
Llegamos a un lugar en donde un enorme portón eléctrico se abrió. El lugar era un edificio estilo antiguo del que se escuchaba ruido de música muy al estilo de muchos lugares de nights club. El lugar era un club o bar de tipo sexual. Bajamos del vehículo. Yo seguía a mi ama; estaba extasiada de placer, pero al mismo tiempo asustada. Humillada y asustada; me atemorizaba la idea de que alguien conocido me pudiera ver en ese vestuario tan sugestivo que traía puesto.
Mi ama y señora tocó el timbre, y enseguida nos abrió un hombre que parecía ser el encargado de la puerta. Dentro del lugar había un ambiente propio de bar; música, clientes y meseros o meseras; por cierto, mucho decorado de tipo sexual. Era un lugar de diversión y ambiente sexual. Una camarera saludó a mi ama y señora.
-Supongo que desea una mesa para dos personas. ¿Verdad?
-Así es…para mi perra y yo
No podía creerlo. Humillarme ante una simple camarera llamándome «perra». Haciendo saber a esa mujer que yo era una simple esclava. La camarera ni se inmutó (supongo que está acostumbrada a esa clase de lenguaje). Nos condujo a una mesa en un cierto lugar más o menos privado del local. Mi ama y señora se sentó; me ordenó permanecer de pie atrás de ella, como si yo fuese su sirvienta. Estaba estallando de placer….pero al mismo tiempo de frustración y enojo por mi situación. La camarera entró a la zona de nuestra mesa y procedió a preguntarle a mi ama (somo a mi ama, pues supongo que de antemano suponía que mi papel era solo obedecer) lo que iba a ordenar. Estaba humillada de que alguien me viera en ese papel. Pensaba en mis amigas, sus madres, toda la gente que conocía. No quería ni imaginar la humillación que sería para mí el papel de esclava ante los ojos de ellas. Mi ama procedió a consumir su vino. Nunca dejó que yo probara el mío.
-Sí…mire señorita, deseo ordenar un vino tinto. Solo eso.
-Enseguida señora…
La señorita esa se retiró. Volvió al rato con una botella, la cual puso junto a mi señora junto a una copa muy elegante y cristalina. Se retiró no sin antes recibir de mi ama el pago de la cuenta. Mientras transcurría el tiempo, ella solo escribía en su celular, y de vez en vez se dirigía a mí para decirme cosas humillantes. Burlarse de mí o hacerme preguntas como «¿no es mejor ser esclava, descarada?». Yo debía responder afirmativamente.
-Y ahora, desvístete puta
No lo podía creer. Mi ama me estaba ordenando que me desvistiera en un lugar público, donde pudiese verme mucha gente; hombres y mujeres por igual. Y aunque fuese un lugar de tipo sexual, aun así era excitante y humillante tener que despojarme de mi vestuario enfrente de mucha gente. Procedí a obedecer; lentamente y de forma muy erótica desabroché los botones de mi ombliguera, la cual cayó al suelo; enseguida procedí a desabrochar el botón de mi sostén. Al rato, hice lo mismo con la minifalda; solo que aquí bajé el cierre que me venía de la parte de atrás. Mi vestuario de puta estaba en el suelo a mis pies; solo me quedé con los tacones esos.
Mi ama se levantó de su silla, y enseguida me anunció que nos íbamos, porque ya estaba «aburrida». Yo dudé en seguirla; con mis gestos supongo que reflejé mis dudas acerca de lo que debía hacer. Ella solo rió:
-¿Qué…? supongo que vos estáis esperando que te ordene ponerte tu vestuario….pues ese se queda. Nos vamos, así te irás y punto.
No lo podía creer: iba a a recorrer ese bar, y el estacionamiento privado, desnuda y con las manos hacia atrás. Y así fue; yo solo percibía las miradas de los hombres hacia mi cuerpo. Miradas de lujuria y perversión. Al fin llegamos al auto.
– Cuando lleguemos a la casa, puta, deberás entrar, y cuando cierre la puerta, procedes a ponerte de rodillas. ¿Entendés puta?
– Sí mi señora, lo que usted ordene mi señora.
-Bien, zorra….ella pasó sus uñas suavemente por mi brazo, justo cuando el auto arrancó. Antes de que su auto saliera de la zona del estacionamiento, me ordenó pasarme al asiento de atrás e ir acostada; sin duda para que nadie me viese desnuda.
Como unos quince minutos después, llegamos a su residencia. El auto entró al estacionamiento y enseguida nos bajamos. Procedimos a entrar a esa casona por la puerta principal, obviamente. Yo entré primero que mi ama. En cuanto la puerta se cerró, yo procedí a seguir su orden, caí de rodillas al suelo. Por cierto, lo hice de forma rápida y no pude evitar hacerlo de una forma muy sexy, tal como he visto en algunos videos BDSM, cuando la esclava va caminando y enseguida se tira al suelo de rodillas. Sin duda, y por más humillante que fuera, deseaba ser esclava sexual. Trataba en vano de reprimir mi deseo y engañarme yo sola; pretender que lo que vivía solo era una pesadilla, pero mis pensamientos me traicionaban y el placer me asaltaba, ahogando mi resistencia.
Justo estaba de rodillas cuando la sirvienta esa se presentó ante nosotras. Yo de arrodillada de cuclillas y mi ama detrás de mí y de pie. La maldita reprimió una risa muy evidente; disfrutaba y le divertía mucho verme en esa situación de esclava. Le deseaba lo peor. Pensar que si ella fuese mi sirvienta en la casa de la bruja esa de mi tía («ay ¿porqué no se murió antes de que esto me esté pasando, para así poder yo disfrutar de su riqueza social?) ella, la sirvienta, sería humillada por mí. Pero ahora yo era el objetivo de las humillaciones; estaba en lo más bajo de la perdición sexual. Entramos. En cuanto puse mis dos pies en el interior, me arrodillé frente a mi tía y a esa sirvienta, la cual apenas pudo contener su risa.
– Le diré a su tía que ya llegó, señora.
– Sí, gracias….
En esa casona, vivía la mamá de mi ama, la cual, según se me dijo, no tenía interés en el juego perverso que mi ama, su amiga y las hijas de ellas tenían para conmigo. Eso me dejaba mas humillada; ser expuesta ante alguien que fuera ajena a la clase de perversión sexual a la que iba a estar sometida; alguien que me juzgara como una tonta sin dignidad propia. Mi ama agarró mi cabello, y enseguida procedió a hacerme un molote; mi cabello debía estar recogido. Acto seguido, mi señora me agarró los brazos, dirigiéndolos hacia atrás, a mi espalada, y cuando menos lo pensé, sentí unas esposas. Sí, unas esposas, unas malditas esposas. Estaría desnuda en tacones, arrodillada frente a un sillón muy elegante, un espejo en la pared, una mesa de sala y encima de todo, esposada por la espalda. Mi excitación no tenía límite; estaba humillada y sentía furia por mi situación, pero justamente lo humillante y desesperante, más la sumisión, me estaban gustando mucho. No podía creerlo; estaba viviendo una de esas sensaciones que me gustaban y me enloquecían de placer, pero al mismo tiempo, me ocasionaba vergüenza. Y eso no solo por lo que estaba viviendo; sino el admitir que eso me estaba gustando mucho. No podía creerlo; yo, Paulina, soy una mujer vanidosa (como os he dicho, me fascina ser bella), ambiciosa y, debo admitirlo, orgullosa, y sin escrúpulos morales; o al menos, no muchos (tengo mis límites pese a todo). Me fascinaba humillar a otros; había traicionado a varias de mis amigas acostándome con sus novios sin que ellas lo supiesen; tanto que las tontas seguían siendo mis amigas. Había ocasionado que a alguien la acusaran del robo de un examen que yo misma robé. Y ahora, yo, tan orgullosa de estar por encima de otras personas, ahora era una esclava; y no podía creer que me estuviera gustando mucho eso.
Estaba en mis pensamientos cuando mi ama se apareció con una bolsa. No podía creerlo; de esa bolsa sacó un collar sado negro de cuero, algo grueso, y con una letras que decía:
«Paulina Rivera, propiedad de su señora Amanda»
«Ay no, no puede ser», pensé para mis adentros. No podía creer el grado de esclavitud y sumisión al que estaba llegando. Como os he dicho, no solo me causaba humnillación mi situación de esclavitud; si yo pudiese liberarme después, me perseguiría el recuerdo de mi pasado como esclava. No podría ser totalmente feliz sabiendo que fui humillada como un objeto sin alma.
– Bien, zorra, ahora serás totalmente mía.
Yo quería levantarme, vestirme con algo y salir huyendo, pero…..ay no, las fotos y los videos comprometedores. Tenía que optar entre dejarme humillar con ese collar o….ser exhibida. Mi señora se acercaba; mi corazón palpitaba de excitación, deseo y humillación. Mi cuerpo era atravesado por una ansiedad incontenible. Al fin, mi señora me puso el collar, y además, me puso una cadena, la cual encadenó a uno de los lados del sillón que tenía a un lado. Mi imagen quedó expuesta ante mis ojos en el espejo que había enfrente de mí. No podía creerlo, estaba reducida a una perra.
– Muy bien esclava, te quedas aquí un rato.
Ella se retiró. En seguida escuché que hablaba con una mujer mayor; su madre, seguramente.
Ella se retiró. En seguida escuché que hablaba con una mujer mayor; su madre, seguramente.
– Hola hija, que bueno que vos has llegado. He preparado una deliciosa comida. Rosa me ayudó.
– Bien mamá. Gracias, ah y justamente hoy debo pagarle su sueldo a Celia.
– Hija, supongo que vos hebéis venido con tu esclava, ¿verdad? Rosa me lo ha contado.
– Sí mama, justamente la muy zorra está en la sala. A propósito de eso, ¿habéis dejado en la habitación de la mazmorra el material que os pedí? Recuerda que es el material que tengo preparado para mi perra.
– Sí hija. Claro está, como vos lo habéis pedido.
– Bien madre, quiero que me acompañes a la sala.
Mi excitación y placer estaba al límite. Al fin estaba ante la presencia de mi ama y su madre, la cual me miraba fríamente y sin ningún asomo de compasión. Su mirada era de hielo. Ni mostraba placer ante mi situación, como la maldita Rosa, ni se compadecía de mí. Para ella, yo solo era un objeto de su hija, su nieta, la amiga de su hija y las hijas de ellas.
Mi señora se puso ante mí. «Bien zorra, ¿quién manda aquí?»
– Usted mi señora.
Enseguida recibí una bofetada.
– Muy bien zorra, bien. Esto es para que nunca se te olvide.
Puso su mano enfrente de mi rostro. Lo besé, tal como lo haría una esclava a su ama. «Gracias mi señora, por humillarme».
– Vaya hija, vos decís que esta puta procede de una familia noble, pero al parecer es más una puta que una mujer de sociedad.
Sentí humillación ante las palabras de esa vieja. Que alguien me estuviese viendo como una puta me causaba humillación y placer al mismo tiempo.
Mi ama desencadenó mi collar, hizo que me pusiese de pie y me ordenó seguirla. Mi ama Amanda y yo éramos seguidas de la mamá de ella. Durante una media hora más o menos, mi Señora Amanda y su madre iban analizando algunas cosas de la casona, como el color de las paredes de alguna habitación o cosas por el estilo, y comentando de sus planes de hacer cambios. Yo en cambio, solo estaba ahí escuchándolas como una estúpida; sin poder irme. En cierto momento hicieron una llamada por el teléfono de la casa, sin yo poder irme, solo estaba ahí escuchando la amena conversación de mi ama y su madre con otra persona y yo solo estando presente como un adorno. Odiaba y al mismo tiempo amaba mi situación.
Colgaron. Mi ama y su madre me condujeron a una habitación. Mi mazmorra, según decían. Si queréis saber que más pasó, escribidme al correo: [email protected]
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