Mi hermana, mi ama 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
— Mis primeros recuerdos se remontan a la década de los cincuenta, tendría yo unos cinco o seis años.
Mi hermana tiene tres más que yo.
Vivíamos en un pequeño pueblo de la provincia de Valencia.
Mi padre, Vicente, trabajaba como jornalero en el campo y además tenía un pequeño huerto, dónde cosechaba algunas hortalizas que mi madre colocaba en una cesta en la puerta de casa, para vendérselas a las vecinas.
Me sentía atraído por lo que todo el mundo tapaba, los genitales, tanto masculinos como femeninos.
En aquella época se escondía todo, pero me las ingeniaba para ver, sobre todo a mi madre y mi padre, cuando entraban en la cuadra a hacer sus necesidades.
Yo intentaba que no me vieran y ellos, si se daban cuenta, no decían nada lo consideraban una curiosidad infantil.
Un día mi hermana entró en el escusado y yo, al verla, me escondí para observar qué hacía, se puso en cuclillas y después de orinar, me sorprendió que se tocara tanto en el chochito, abriéndolo con una mano y frotando con los dedos de la otra; puso una cara muy rara, hizo unos movimientos extraños, tenía los ojos cerrados y al abrirlos… Me descubrió.
Intente escapar, pero consiguió atraparme por los pelos, nunca mejor dicho, ya que casi me los arranca a tirones.
Estábamos solos en casa, me dio unas cuantas tortas y me hizo jurar que no le diría a nadie lo que había visto.
Por supuesto juré y perjuré que nadie lo sabría jamás.
Pero no era suficiente, me llevo, casi a rastras, al cuarto donde dormíamos los dos, cerró la puerta, me tendió en el suelo boca arriba y colocó su culo sobre mi cara.
¡Qué asco! No llevaba nada debajo de la falda, con lo que restregó su culo y el coño por mi cara.
¡Y me hizo chuparle todo! Olía a caca y pipi, sabia raro.
Yo lloraba y le suplicaba que me dejara, pero no lo hizo.
Me obligó a seguir; me abrió los botones del pantalón y agarró mi pito, apretaba mis testículos, me dolía, pero ella continuó moviéndose hasta que la oí gritar.
¡Qué gusto!
A partir de aquel momento mi vida quedó sentenciada.
Sería su esclavo… ¡Aún lo soy!
Prácticamente todas las noches me hacía lamerle sus partes, con el consiguiente placer para ella…Y con el tiempo, también para mí.
Me tocaba mi colita, la chupaba, me metía el dedo en el culo… Y me gustaba.
Sí, nos gustaba, yo también le metía los dedos en su figa y su culo.
Aquellos recreos se convirtieron en un vicio, pero siempre tuvimos buen cuidado para no ser descubiertos.
Pasaron los años, nuestros juegos eran ya más serios, o sea… Follábamos.
Pero en una ocasión, mi padre estaba en el campo y mi madre limpiando en la casa de unos señores ricos del pueblo; estaba yo solo en casa y Lidia se presentó con un amigo suyo, ella tendría entonces unos diecisiete años y yo catorce.
No era la primera vez que la veía con chicos, pero no en casa.
Ella me guiñó un ojo y se encerraron en la habitación.
En la parte superior de la puerta, sin llave, había una especie de ventanuco, con un cristal, a través del cual entraba algo de luz natural al cuarto, que no tenía ventanas al exterior.
Coloqué una silla y me aupé para ver qué hacían.
Tumbados en la cama besuqueándose, metiéndose mano por debajo de la ropa, Luis, así se llamaba el chico, desnudaba a tirones a mi hermana que intentaba calmar al bárbaro que la estaba tratando tan rudamente.
Lidia quedó tendida sobre la cama, Luis se deshizo de su ropa en un santiamén.
Al bajarse los calzoncillos vi aparecer un rabo que me pareció enorme, era casi el doble que el mío; me excitaba ver aquel aparato oscuro y tieso como un palo.
Con la mano se lo masajeó, se colocó sobre ella y el muy bestia se la metió de un empujón.
Mi hermana gritó, no de gusto precisamente.
Al parecer era la primera vez que se lo hacían tan bruscamente.
Vi su expresión de dolor y sus lágrimas, miró hacia donde yo estaba, me vio y me hizo un gesto con la mano para que me alejara de allí, pero no lo hice.
Luis se dio cuenta y me descubrió, le sacó la polla de golpe, vino hacia la puerta, intenté escapar, pero me atrapó.
De un empujón me hizo entrar y caí sobre mi hermana desnuda.
El muy cabrón se reía.
— ¡Mira qué tenemos aquí! ¡Un mirón! ¿Te gusta ver follar a la puta de tu hermana? ¡Pues lo vas a ver en primera fila! ¡Y lo vas a probar! ¡¡Desnúdate!!
— ¡Luis, por favor! ¡Deja que se vaya! Folla conmigo pero deja a mi hermano.
No me movía.
Me soltó un bofetón que me dejó sordo del oído derecho y me apresuré a obedecerle llorando de rabia e impotencia mientras él, colocaba a mi hermana a cuatro patas sobre la cama, a mí me hizo ponerme bajo ella, en un sesenta y nueve.
— ¡Chúpale la pipa a esta guarra y a mí los huevos! ¡Lidia, chúpale la pollita a tu hermano! ¡Verás lo bien que lo pasamos!
Penetró el coño de Lidia por detrás.
La visión que yo tenía era muy excitante, el sexo de mi hermana al alcance de mi boca, la polla de Luis entrando y saliendo, sus huevos golpeándome la frente.
Con la lengua llegaba hasta los labios vaginales, cuando se salía le lamia la barra de carne, cuando entraba volvía al clítoris de Lidia que, a su vez, se tragaba con ansia mi pollita y metía un dedo en mi culo, como a mí me gustaba.
Mis manos no estaban ociosas, pellizcaba las tetas de mi hermana que ya gemía de gusto.
Luis le daba fuertes palmadas en las nalgas a mi hermana.
Así estuvo follando hasta que dio un bramido, saco la polla y se derramó sobre el culo de Lidia y mi cara.
— ¡Trágatelo todo, maricón! ¡Trágatelo!
Y me lo trague y no me supo mal.
Me gustó.
Seguí chupándole el culo y el chocho a mi hermana, como yo sabía que le gustaba, hasta que llego al clímax y me regó con sus fluidos, que mezclados con el semen de Luis me sabían a gloria.
— ¡La hostia, se lo traga todo! ¡Chúpame el nabo marica!
Y se lo chupé.
Y también me gustó.
El muy bruto empujaba hasta el fondo de mi garganta, provocándome arcadas, pero aguanté, lo estuve lamiendo un rato.
— ¡Lidia, ponte debajo del marica y chúpale el pito que lo voy a encular!
Obediente, me puse sobre mi hermana, de nuevo le lamí el chocho mientras ella me chupaba el pito.
El cabrón me la metió en el culo, de golpe, sin lubricar.
El dolor fue intenso.
Grité.
Pero el hijoputa no se detuvo y continuó bombeando, me ardía, escocía, pude relajarme un poco ayudado por mi hermana, que engrasó el esfínter con sus dedos, empapados de su saliva y el líquido preseminal de mi polla.
Luis me pegaba con las manos abiertas en las dos nalgas.
Al principio dolor, pero poco a poco fue mezclándose con un extraño placer, desconocido para mí.
Después de un rato dejándome follar y chupar, disfrutaba de uno de los orgasmos más intensos que recuerdo.
El otro se vació dentro de mis intestinos y caí, casi desmayado, sobre mi hermana, que le chupó la polla hasta dejarla limpia.
— ¡Esto lo tenemos que repetir, putitas! ¡Lo he pasado de puta madre!
Se vistió y se marchó, dejándonos a los dos abrazados, desnudos y avergonzados.
No entendía que había ocurrido, ella tampoco.
Nos vestimos sin atrevernos a mirarnos a la cara.
Me senté en la cocina, junto al hogar, mi cabeza era un caos.
¿Era maricón?… ¿Por qué me dio tanto gusto que me dieran por el culo?…
Lidia se sentó a mi lado, me abrazo y apoyé la cabeza sobre su hombro.
— ¿Estás bien? ¿Te duele? He visto que tenías sangre ¿Quieres que te lo cure?
— No déjalo, escuece un poco, pero lo aguanto.
¿Y a ti, te duele?
— No.
Luis es muy bruto, pero no es la primera vez que me meten un rabo así de grande.
Lo que pasa es que lo hizo sin prepararme y al principio si me dolía.
Después, gracias a ti, me ha dado mucho gusto.
Tendría remordimientos, porque empezó a besarme la boca.
No lo hacía nunca, olía y sabía a excremento de mi culo.
Pero me gustaba, se lo dije y fuimos al corral a lavarnos un poco, para cuando llegara madre.
Viendo cómo se aseaba en la palangana le pregunté.
— Lidia ¿Quién fue el primero? Porque, cuando empezamos tu y yo, ya no eras virgen.
— No puedo decírtelo.
Algún día lo sabrás.
Pero sí te puedo decir que a mi aún no me han estrenado el culo.
Soy virgen por atrás y quiero que seas tú el primero.
— ¿Ahora? No sé si podré.
— Claro que vas a poder.
Pero no ahora, lo haremos esta noche, cuando papa y mama estén dormidos.
Quiero dormirme con tu polla en mi culo.
Me ha puesto muy caliente ver cómo te rompían el ojete, yo también te lo follaré.
A partir de ahora joderemos solo por atrás, así no me preñaras.
Y a ti te gustará cada vez más.
— Pero ¡Yo no soy maricón! ¡Me gusta follar contigo!
— No, tú no eres maricón, eres bisexual, como yo.
A mí me gusta follar contigo y con otros, pero también con mi amiga Isabel.
— ¡Ah! ¡Vaya! ¿Por qué no me lo has dicho?… A mí también me gustaría follar con ella.
— No te preocupes, lo harás, pero solo cuando yo quiera.
— ¿Cómo? ¿Solo si tú quieres? ¿Por qué?
— ¡Por qué lo digo yo! Y tú a callar y a obedecerme.
¿Está claro? ¡Harás lo que yo diga!
— Vale, de acuerdo.
Lo que tú digas.
Pero ahora, me has puesto caliente, chúpamela un poquito, por favor.
— ¡Ni hablar! ¡Hasta la noche no harás nada! ¡No se te ocurra correrte!
— ¡Joder! ¡Con el calentón que tengo!
Durante la cena jugamos como cada noche a pelear con los pies bajo la mesa.
Nos descalzábamos y chocábamos los dedos, frotábamos las extremidades, yo a ella, ella a mí y eso nos ponía a cien.
Era una agradable sensación el roce de nuestros pies, las caricias con nuestros pies… Mi madre nos miraba moviendo la cabeza, en señal de desaprobación.
— ¿Queréis dejar de pelearos ya? ¿Qué hacéis? — Nos gritaba.
Nos reíamos y seguíamos con nuestros juegos podófilos o podólatras, adoradores de pies.
Aun hoy día me siguen gustando este tipo de juegos.
Mi hermana me hace lamerle los pies cada vez que tiene ocasión y a mí me encanta.
Intenté explicar a Miguel que según Freud el origen de esta pasión se remonta a la infancia; al reprimir la necesidad imperiosa del niño de ver los genitales de su madre, baja la vista tímidamente, el pobre niño se encuentra con los pies y esta visión, este objeto, queda retenido como fetiche.
A mí me parece una explicación plausible.
Yo, de pequeño, jamás pude ver el sexo de mi madre, pero sí sus pies.
Después de cenar nos acostamos.
No teníamos televisión.
Mi padre se encerró en su cuarto para escuchar, — “Radio España Independiente, Estación Pirenaica” —, en un aparato de radio Askar, tratando de que no lo pillara la Guardia Civil, que vigilaba y escuchaba por las casas, para detener a los que sintonizaban las emisoras “prohibidas” por el régimen dictatorial; Radio España Independiente, estación Pirenaica.
Radio Moscú, Radio Paris… Poco después se hizo el silencio, yo esperaba las órdenes de Lidia, que, al rato, se acerca a mi cama siseando.
— Miguel, ven, no hagas ruido.
La seguí, nos acercamos al cuarto de mis padres.
La puerta, de madera vieja, tenía las tablas algo separadas, lo suficiente para ver lo que sucedía dentro.
Y vaya si ocurría.
Sobre la mesilla de noche había una lamparita, cubierta por un paño, que daba una luz rojiza.
Mi madre desnuda boca arriba y mi padre entre sus piernas, follando.
Mi erección fue brutal.
Lidia a mi lado se tocaba su coñito.
Me masturbaba con mi mano izquierda, mientras con la derecha acariciaba el culo de mi hermana.
Me engrasé el dedo con mis fluidos y se lo metí por el ojete.
Aquello era la gloria.
Lidia manoseó mi culo y acabo metiendo un dedo por mi ano.
Aún me dolía, pero mayor era el gusto.
Oí un chapoteo, procedente del chocho de mi hermana, mi padre miró hacia la puerta y salimos corriendo hacia nuestra habitación.
Nos acostamos y fingimos dormir.
Padre abrió la puerta silenciosamente, miró, nos vio durmiendo y se marchó.
Aquella noche no hicimos nada.
Pocos días después, mi madre, tuvo que viajar a un pueblo cercano, donde vivía su hermana, que estaba enferma y fue a cuidarla.
El día transcurrió normalmente, Lidia se hizo cargo de la casa.
Por la noche, ya acostado, escuché a mi hermana levantarse.
Me hice el dormido.
Se acercó a mi cama y me llamó despacito.
— Miguel… ¿Estas despierto?.
No le contesté, algunas noches lo hacía así para obligarla a “violarme”.
A mí me encantaba.
Pero esa noche no fue así.
Mi hermana se dio la vuelta y salió de la habitación.
Extrañado esperé un poco y me levanté, pensando que estaría en el retrete, pero la puerta del corral estaba cerrada.
Escuché hablar en el dormitorio de mis padres y me acerqué, miré por la rendija y lo que vi me dejo pasmado.
Lidia le chupaba la verga a padre, su padre, nuestro padre.
Desnudos los dos, ella se tumbó sobre la cama y mi padre, sobre ella, en la posición del misionero, la folló.
Reprimían los gemidos, pero aun así escuché como se corría mi hermana.
Padre se la sacó y descargó sobre su vientre y tetas, desplomándose a continuación a su lado.
Lidia se levantó, me fui corriendo a mi cama y simulé estar dormido.
Ella entró, se acercó desnuda a mi cama.
— Sé que lo has visto todo…Mañana hablamos… — Me dijo bajito, para que padre no la oyera.
Me quedé helado.
No sabía lo que me esperaba.
¿Qué castigo me impondría? Mi padre y mi hermana… ¿Lo sabía mi madre?… Así me quedé dormido.
— ¡¡Arriba dormilón!! ¿O eres un mirón?… Vamos, padre se ha ido, estamos solos todo el día.
Lidia se tumbó a mi lado.
— ¿No tienes nada que decirme? — Dijo con un rictus maligno.
— ¿Yooo? Nada ¿Por qué? — Respondí asustado.
— Por lo de anoche, no te hagas el listo.
Sé que estuviste mirando.
— ¡Sí! ¡Os vi! — Repliqué airado.
— ¿Te gustó? — La pregunta me sorprendió, no había agresividad en ella.
— Bueno, no sé, me puse caliente… Pero también me dio rabia… ¿Desde cuándo lo hacéis? — Me sentía mal.
Una extraña furia me invadía… ¡Eran celos de mi padre!
— Pues no me acuerdo.
Desde siempre… El otro día me preguntaste ¿Quién fue el primero?… Pues ya lo sabes — Respondió con la mayor naturalidad.
— ¡¿Fue padre?! Pero tú serías muy pequeña, te haría daño — Exclamé furioso.
— No, que va.
Fue muy dulce.
Yo estaba asustada, pero lo hizo con mucho cariño y lo pasé muy bien.
Fue cuando mamá estuvo tanto tiempo en el hospital, tú aún eras pequeño y yo dormía con él, en su cama.
Una noche me desperté porque la cama se movía, papá se la estaba meneando.
Se asustó al verme despierta, le pregunté qué hacía y me dijo, — “son cosas de mayores” —… Pero yo le dije — ya soy mayor y quiero saber qué haces —.
Me respondió, — nada, duérmete —.
Pero insistí y lo amenacé con preguntarle a mamá por qué papá se tocaba la pilila.
Intentó convencerme, pero no lo logró, le cogí el aparato y se la meneé con mis manos, hasta que se corrió.
Me gustó ver salir aquel torrente de su pito y lo probé, no sabía mal, él me dejó hacer.
— ¿Y qué más hicisteis? — Pregunté inocentemente
— Aquella noche nada.
Pero la siguiente me dijo que me acostara en mi cama, contigo.
Entonces teníamos solo una cama en nuestro cuarto.
Y le contesté que no.
Que yo dormiría con él.
No pudo negarse.
En la cama lo obligué a desnudarse, me desnudé.
La noche antes, había sentido unas extrañas cosquillitas en mi chochito, le pregunté y me dijo que era lo que se sentía cuando alguien está caliente, y yo lo estaba.
Ya había visto a los animales follar en el campo y en el colegio lo había comentado con una amiguita, Isabel, ella me enseñó a tocarme la pipita, aquello me daba gustito, pero nada más.
Aquella noche forcé a padre a tocarme.
Fue la primera vez que llegue a correrme.
La sensación fue tan fuerte que quedé como muerta en la cama.
Padre se asustó, hasta que me vio la cara sonriéndole.
— ¿Pero no te la metió? — Insistí muerto de rabia.
— No, eso fue unas noches después.
Le comenté a Isabel lo que hacía con padre y ella se puso muy cachonda.
Me dijo que había visto a sus padres follar y me contó cómo lo hacían, aquello me llamó mucho la atención.
Esa noche le dije a padre que quería follar con él.
Me dio un bofetón que me tiró de espaldas.
Lloré, la rabia me roía las entrañas, le dije que me vengaría, le contaría a todo el mundo lo que me había hecho.
Prácticamente lo puse de rodillas, pidiéndome perdón.
Y aquella noche lo hicimos.
Y desde entonces, cada vez que quiero, padre come de mi mano, como tú.
La muy puta se reía, sus carcajadas me daban miedo.
Era diabólica.
— Hoy te mereces un castigo por espiarnos.
Empieza por chuparme los pies.
Luego sigue hacia arriba hasta que yo te diga….
— Ordenó… Y yo obedecí.
Y chupé y chupé, aquella situación me volvía loco.
Ella daba instrucciones, tumbada boca abajo en la cama, con un vestidito de andar por casa, sin bragas.
Me hizo lamer sus piernas, su culo.
Por la espalda hasta el cuello.
Se estremecía con mis caricias, me meneaba el pito, pero cuando me iba a correr apretaba los testículos y el dolor me impedía llegar al final.
Me dolían mucho los huevos.
Llamaron a la puerta.
Se levantó y fue a abrir.
Era Isabel, yo seguía en la cama solo con la camiseta puesta, sin calzoncillos, me tapé con la sábana.
Entraron las dos en el cuarto.
Lidia me quitó la sábana y me dejó a la vista de su amiga.
Morena, gordita, guapa, con un culo que llamaba la atención y un año mayor que mi hermana.
— ¡Vaya con Miguelín, a ver como tienes la pilila! — Exclamó Isabel.
Intenté taparme, pero mi hermana le ayudó y entre las dos me dejaron con todo al aire.
El forcejeo me excitaba y se me la puso tiesa.
Isabel se lanzó sobre mi pija y se la metió en la boca, se la tragó entera.
Mi hermana se quitó el vestido y desnudó a su amiga.
Las tetitas de Isabel colgaban mientras Lidia metía la mano entre sus muslos y la masturbaba.
Yo estaba a punto, Isabel se dio cuenta y se apartó, Lidia me apretó los huevos hasta hacerme gritar.
— ¡Te correrás cuando yo lo diga! ¡Aún no! — Mi hermana seguía dándome órdenes.
Isabel se tendió en la cama boca arriba y Lidia sobre ella, en un sesenta y nueve, se comían los chochos.
Lidia levantó un poco la cara de la raja de su amiga.
— ¡Chúpame el culo! ¡Ahora! Y ve metiendo los dedos poco a poco.
—Seguía mandando y yo obedecía como lo que era, su esclavo.
— ¡¡Métemela, marica!! ¡¡ Por el culo, métela ya!! Méteme esa pollita de mariquita que tienes.
Apunte al esfínter de mi hermana, Isabel lamia y metía dos dedos en su coño.
Con la otra mano acariciaba, no, torturaba, mis bolas.
Empujé, despacio, poco a poco.
Tras varios intentos entró toda.
Aquello fue lo más.
Descargue dentro de su vientre.
— ¡¿Te has corrido?! ¡No tenías permiso! ¡Métela otra vez!
Pero no pude.
Estaba floja y no entraba.
— ¡Isabel, métele dos dedos por el culo a este marica!
Así lo hizo y la respuesta fue casi instantánea.
De nuevo estaba en forma.
Apreté y entró toda de un tirón…
Y follamos hasta que las fuerzas nos abandonaron.
No sé cuántas veces nos corrimos.
Isabel era insaciable.
También quiso probar por el culo y no quedó defraudada, por mí y por un pepino que mi hermana trajo de la cocina, con el que las follé, me follaron y que nos comimos entre risas en la ensalada.
Pasamos la tarde entera retozando ellas y castigándome a mí.
Yo era su juguete.
Las dos… unas sádicas, salidas.
¡Cómo disfruté los castigos! La combinación placer-dolor era sublime.
Llegó padre, no se extrañó de vernos a los tres en la casa, Isabel era casi de la familia.
Lidia le preparó un barreño con agua caliente para lavarse, entre los dos lo llevamos al cuarto de mis padres.
Padre nos miraba raro, estábamos los tres en la habitación y no entendía por qué no salíamos para que él pudiera desnudarse.
Mi hermana, con su sonrisa sádica, se acercó y lo desnudó, despacio, recreándose.
Avergonzado, se tapaba sus partes.
Mi hermana se desnudó, le hizo una seña a Isabel, que la imitó y a mí, que hice lo propio.
Ya estábamos todos desnudos.
Lidia empujó a padre al barreño, de pie, con una esponja se dedicó a mojarle el cuerpo, Isabel, lo enjabonó y yo, con un jarrillo de lata, le echaba agua por encima para enjuagarlo.
El pobre tenía los ojos cerrados.
Lo secaron entre las dos.
Isabel se entretuvo más de la cuenta en su polla, que con el contacto se había puesto enorme.
Arrodillada ante él, se tragó su verga, le daban arcadas, pero seguía chupando.
Mi hermana, detrás de padre, rozaba sus tetitas por la espalda, bajaba y con la mano entre sus muslos, acariciaba los testículos.
Yo miraba como hipnotizado.
La escena era irreal.
No sé si sueño o pesadilla, pero mi polla estaba otra vez dura como un palo.
Empujaron a padre sobre la cama, sobre la que cayó como un fardo.
Lidia se sentó sobre su cara, Isabel sobre su polla, que apuntaba al techo.
Se dejó caer, dejándola entrar en su gruta, suspirando y acariciándose el clítoris y las tetas.
Se inclinó hacia adelante, ofreciéndome el espectáculo de su ojete, negro, ribeteado de estrías radiales.
Lidia me señaló el objetivo.
Obedecí.
Detrás de la chica, enterré mi polla en su culo de golpe.
Dio un respingo, pero aguantó, ella se movía sobre padre y bajo mi cuerpo.
Llegamos a sincronizar nuestros movimientos.
Padre no podía más y explotó en un brutal orgasmo.
Me aparté del grupo, Isabel estaba histérica, necesitaba acabar.
Tendida boca arriba agarró a mi hermana por un brazo y la obligó a chupar su almeja.
Lidia, de perrito sobre su amiga, me hizo follarla.
Padre se sentó en una silla, viendo el espectáculo, como su hijo follaba a su hija que le comía el coño a su amiga… Isabel dio un grito y apartó a mi hermana.
Yo también me aparté.
Miré a padre, que tenía el nabo tieso de nuevo.
Lidia lo vio y no lo pensó dos veces, se abalanzó sobre él, se sentó y enterró aquella maravilla de la naturaleza en sus entrañas.
Se movía como una loca, los gestos de su cara reflejaban la lujuria, subía y bajaba con movimientos espasmódicos, las tetas golpeaban a padre en la cara y el pecho.
Llegaron casi al mismo tiempo, los dos lanzaron gemidos guturales, abrazándose como si fueran a caer a un precipicio.
Mi hermana se levantó tambaleándose y se derrumbó sobre la cama, junto a Isabel.
Padre se levantó, se vistió y se marchó.
Seguramente al casino, a tomar aguardiente para… ¿Olvidar?
Lidia me miraba con cara traviesa.
¿Qué querría ahora?
— Migue, tú no has terminado.
Tienes que lavarnos a las dos —Seguía imponiéndome su voluntad.
Primero Isa, se sentó en el barreño y lavé su cuerpo, disfruté como un loco, enjabonando su coño, las tetas, le metí los dedos en el culo… Después a mi hermana, solo que esta me lavó también a mí, para después chuparme la polla hasta hacerme correr y tragarse mi semen.
Isabel se marchó a su casa, Lidia estaba satisfecha por las atrocidades que había cometido con nosotros.
Padre llegó tarde y borracho.
Fue a su habitación.
Nos llamó a gritos y acudimos, estaba desnudo y con la polla tiesa.
— ¡¡Tú, puta, desnúdate!! ¡¡Y tú también!! — Gritó como un poseso.
Obedecimos.
Cuando estaba bebido se comportaba muy violentamente.
A madre le pegaba y la insultaba.
No era cuestión de llevarle la contraria.
Mi hermana estaba algo asustada y a mí me producía un extraño placer ver como la sometía, probaba de su propia medicina.
La agarró por los pelos y la obligó a chupársela y cuando le pareció la puso a cuatro patas y sin ninguna preparación se la incrustó en el culo.
La follo violentamente.
Ella gritaba, debía dolerle, la verga que la sodomizaba era bastante más grande y gorda que la mía.
Vi como sangraba, pero padre no se detuvo hasta dar un golpe de cadera, enterró su verga hasta el fondo del vientre y con un rugido descargó la lefa en su vientre.
Mi hermana lloraba, padre, tambaleándose, me asió un brazo y me obligó a follarle a ella también el culo.
Yo no estaba muy por la labor, mi pito estaba lacio y no podía meterla.
Padre estaba fuera de sí.
— ¡Maricón, métesela ya, o te la meto yo! — Gritó tambaleándose y empujándome sobre ella.
Fue peor, se me arrugo por completo, pero él la tenía tiesa de nuevo y me penetró.
Y también grité, lloré… No pudo correrse.
Mi hermana se abrió de piernas ante él y le ofreció su coño para que la follara y me dejara a mí y en ella acabó.
Nos echó del cuarto y se quedó dormido.
Yo lloraba.
Lidia se acostó conmigo, a veces era tierna.
Me daba besos y me consolaba.
La experiencia de esa noche fue como abrir una puerta a una dimensión desconocida.
Padre, un hombre rudo, inculto, dedicando toda su vida al campo y los animales.
Era dócil y sumiso en condiciones normales, pero bajo los efectos del alcohol era una bestia sin control, sin freno.
Y mi hermana, había dado suelta al animal irracional, que llevaba dentro padre.
Desde aquel día las cosas cambiaron en casa.
Las broncas eran diarias, me golpeaba por cualquier causa.
Madre no comprendía qué estaba pasando.
Ella también recibía algún que otro sopapo y lo soportaba sin rechistar.
Solo mi hermana le plantaba cara y lo hacía retroceder.
Pero lo pagaba con madre y conmigo.
Fue un tiempo duro, yo asistía a la escuela y acompañaba a padre a trabajar en el huerto.
Madre seguía limpiando casas de señoritos.
Y mi hermana… No sé lo que hacía mi hermana.
Pero siempre tenía dinero, se compraba caprichos y salía de copas por los pueblos vecinos con su amiga Isabel y no se sabe quién más.
Yo no tenía amigos, me aislé.
Me dediqué a cultivar el huerto y allí pasaba las horas… Los días… los meses.
Lo único que me alegraba la existencia era, paradójicamente, mi hermana y su amiga.
Cuando me pillaban solo en casa y se aprovechaban de mí para obligarme a hacerles lo que ellas quisieran.
Que generalmente era follarlas.
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