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Dominación Mujeres, Incestos en Familia, Intercambios / Trios

Mi madre busca quedar embarazada, mi primo y yo le ayudamos

Mi madre busca quedar embarazada pero mi padre no logra hacerlo así que mi primo y yo le ayudamos.
Me llamo Emilio, tenía 18 años y todavía vivía con mis padres en un departamento pequeño. Era uno de esos lugares donde las paredes apenas disimulaban las discusiones y los silencios incómodos. Mi papá, Ricardo, tenía 52 años y trabajaba como profesor en una universidad privada. Siempre fue un hombre reservado, algo seco, de esos que preferían resolver las cosas sin hablar mucho. Pero, en ese entonces, se veía más apagado… como si la rutina y el cansancio se le hubieran metido en los huesos.

Mi mamá, Lorena, tiene 38 años. Es más joven que mi padre, su cuerpo es esbelto, con curvas bien definidas, sus ojos son café oscuro y siempre mantiene una postura erguida. Sus piernas son largas y torneadas, posee senos grandes y redondos con un trasero firme y tonificado. Su cabello es largo y oscuro, que a menudo lleva suelto o recogido. Aunque prefiere ropa cómoda para los días de casa, a veces se toma un poco más de tiempo para arreglarse con un toque de sensualidad, pero últimamente parecía estar apagada, opacada por las tensiones que había en casa.

Una noche, mientras cenábamos, comenzaron a discutir. Al principio, era lo de siempre: que él no ayudaba en casa, que ella se sentía sola, que no hacían nada juntos. Pero de pronto, mi mamá soltó algo que me hizo bajar los ojos al plato.

—¿Sabes qué es lo peor, Ricardo? Que ni siquiera puedo recordar la última vez que tuvimos intimidad. Y no me vengas con que estás cansado o que no es momento. Es tu edad, ¡lo sabes! Te estás apagando…

Mi padre no respondió. Solo bajó la mirada y siguió comiendo en silencio. Yo quise desaparecer.

A los pocos días, decidieron ir a ver a un terapeuta. Algo dentro de mí esperaba que esa fuera la señal de que querían arreglar las cosas. Los acompañé al centro de terapia, y mientras esperaba en la sala, escuché sin querer parte de la conversación. La puerta quedó apenas entreabierta.

—A veces —decía la voz del terapeuta—, un nuevo hijo puede ayudar a reconstruir la conexión entre una pareja. Representa un nuevo propósito en común, un compromiso compartido…

Mi mamá salió con los ojos vidriosos, como si esa idea se le hubiera clavado en alguna parte.

Pero, al pasar los días, lo que pensaba que había mejorado, se complicó aún más. Los escuchaba discutiendo desde su habitación por las noches. Mi mamá, levantando la voz, decía:

—Otra vez, Ricardo, no puedo creerlo. Así nunca vamos a poder tener un hijo.

Mi padre, con tono cansado, le respondió:

—¿Qué quieres, mujer? Lo intento, pero con toda tu presión no puedo.

—Esto no puede continuar así, Ricardo. Mañana vas a ver a un doctor, pero debes poder —le dijo mi mamá en la última discusión que tuvieron.

Ahora andaba distante y preocupado, con el temor de que mis padres se separaran, lo que me tenía en un estado de ansiedad constante. Mi primo Sergio, que tenía 20 años y siempre había sido más cercano a mí que los demás, lo notó y me preguntó qué me pasaba.

—Emilio, ¿qué tienes? Te veo muy distraído —me dijo.

Le respondí que estaba preocupado por lo que estaba pasando en casa, y le conté lo que sucedía entre mis padres. Él me miró con cara seria y luego dijo:

—Vaya, sí que es un problema. Si yo fuera tu mamá, buscaría a alguien más o, al menos, a alguien con quien tener el hijo. A veces mentir es bueno si es para mejorar las cosas.

—¿Entonces sería bueno encontrar a alguien más? —pregunté, con tono de duda.

Él me miró con una mirada seria y dijo, riendo:

—Bueno, podrías buscarle algún pretendiente. Tu mamá es muy atractiva y puede tener al hombre que ella quiera, créeme, muchos hombres rogarían por la oportunidad. —Hizo una pausa y agregó, sonriendo con picardía—: No me hagas caso, a veces soy muy loco con mis ideas.

Por la tarde, fui con mi primo a comer a casa. Mi mamá nos había servido un guisado. Mientras comíamos, ella platicaba con Sergio.

—Y dime, ¿cómo te ha ido? —le preguntó mi mamá.

—Bien, algo ocupado —respondió él con la boca llena.

—¡Vaya modales son esos! —dijo ella, frunciendo el ceño.

—Perdón, tía. Es que soy malo para los modales en la mesa —añadió, pasándose el trago.

Cuando terminamos, mi mamá se puso a lavar los platos. Mi primo seguía en la mesa, con el celular en la mano. Yo me levanté para ir al baño.

Estando allí, alcancé a oír su voz hablando con mi mamá.

—Oiga, tía… mi primo me contó que ha tenido problemas con mi tío. ¿Eso es cierto?

¿Por qué le dijo?, pensé en ese momento, sintiéndome traicionado.

—Eso te dijo… Bueno, es verdad que hemos discutido mucho últimamente —le respondió mi mamá, con cierto cansancio en la voz.

—¿Y se puede saber por qué, tía? —insistió Sergio.

—Por cosas de pareja… — Respondió mi mamá.

—Ah, ya veo. ¿No te cumple? —dijo Sergio.

—¡Hey! No hables así, suenas algo vulgar —lo reprendió mi mamá.

—Perdón, tía. Otro defecto más para mi lista —respondió él con tono bromista.

—Por ahí me enteré que les recomendaron tener un hijo —dijo Sergio.

—No me digas que Emilio también te lo dijo… Oye, pues ese muchacho anda contando toda nuestra vida a todo el mundo —dijo mi mamá, con una mezcla de enojo y vergüenza.

—No, la verdad yo lo forcé a que me contara —contestó mi primo, con voz calmada.

—Pues es verdad… no hemos tenido suerte —dijo mi mamá con un suspiro.

—Te vas a enojar, tía, y aun así te lo voy a decir. Agrégame valentía a la lista —respondió Sergio con una media sonrisa—. ¿Por qué no buscas a otra persona con quien tener el hijo? Luego solo le dices a mi tío una mentira piadosa, que es suyo y ya.

—¿Pero qué cosas dices, Sergio? —respondió mi mamá, abriendo los ojos con incredulidad.

—Bueno… dicen que si el motor no sirve, es mejor cambiar de carro, ¿no? —añadió él con tono burlón.

—Vaya… ¿de dónde aprendes esas cosas? —dijo mi mamá, sacudiendo la cabeza—. Aun así, no conozco a otra persona… bueno, con quien ya sabes. No es como que pueda salir a la calle y decirle al primero que vea: ¿No quieres hacerme un hijo?

—Eso sí… tienes razón —asintió Sergio—. Debería ser alguien especial… alguien cercano a ti.

Mi mamá soltó una risa leve.

—¿Cercano a mí? ¿Y eso qué significa?

—No sé… alguien en quien confíes. Alguien que no te vea solo como… ya sabes, una mujer atractiva —respondió Sergio, yo mientras abría un poco la puerta del baño para ver qué sucedía.

Ella se giró, con un plato en la mano. Lo observó un segundo de más.

—Sergio, a veces no sé si hablas en serio o solo dices cosas para incomodar.

Pues yo estoy disponible, tía, aparte soy joven y vigoroso —dijo Sergio riendo.

—Qué tonterías dices, Sergio, eres mi sobrino, deja de decir eso, eres un caso perdido, muchacho —dijo mi mamá, dándose la vuelta para seguir lavando.

—Pero dime algo, tía… —continuó Sergio, con tono más bajo, casi un susurro—. Si lo que más quieres es tener un hijo… ¿no deberías hacer lo necesario para lograrlo?

Ella no respondió. Solo se escuchó el agua correr y el sonido de los platos en el fregadero.

Mi mamá se quedó en silencio, con la mirada clavada en el fondo del fregadero, como si el agua le revelara algo. Sergio seguía ahí, a su lado, sin decir nada más. Fue entonces cuando ella habló, sin mirarlo.

—¿Tú lo dices en serio? —preguntó mi mamá, apenas audible.

Sergio dejó el celular sobre la mesa. —Si tú quisieras… —respondió—. Yo estoy aquí.

Ella soltó el trapo que tenía entre las manos y se apoyó en el borde del lavabo.

—Estás loco, Sergio… pero yo también empiezo a estarlo. —dijo mi mamá suspirando. Se hizo un silencio raro, espeso, como si nadie supiera qué decir después de eso.

—Iré a ver a Emilio… Ya tardó mucho en el baño —dijo, como si de pronto necesitara cualquier excusa para salir de ahí.

Cerré la puerta, fingiendo que aún estaba ocupado.

—¿Hijo, estás bien? —preguntó mi mamá desde fuera.

—Sí… creo que algo me cayó mal —respondí, intentando sonar convincente.

Mi mamá no dijo nada más. Solo escuché sus pasos alejándose hacia la sala. Me quedé un rato más en el baño. Cuando salí, Sergio ya no estaba en la cocina. Mi mamá estaba sentada en el sofá, con la mirada en la televisión. Me acerqué y ella volteó a ver.

—¿Estás mejor? —me preguntó mi mamá.

—Sí, ya se me pasó —le respondí.

—Mamá… ¿y Sergio? —pregunté.

—Dijo que tenía cosas que hacer —respondió ella, cruzando los brazos—. Pero antes de irse me dijo algo raro.

—¿Qué te dijo? —pregunté.

—Nada importante —me respondió, mirando otra vez a la pantalla.

Fui a mi habitación, tomé mi celular y le mandé un mensaje a Sergio preguntando qué había sido eso. Él me respondió diciendo: ¿De qué hablas?. Le dije que escuché todo desde el baño. Entiendo, nada, solo trataba de ayudar, ya sabes, tanteando el terreno.

Después de leer su mensaje, me quedé pensando unos momentos. La respuesta de Sergio no me había convencido del todo. Al día siguiente, durante el desayuno, nadie mencionó nada. Mi mamá estaba más callada de lo habitual, y mi padre parecía absorto en su café, como siempre.

—Hijo, necesito que me hagas un favor —dijo mi mamá, mientras lavaba una taza.

—Sí, dime.

—Hay una caja con unas cosas que necesito que le lleves a tu tía Margarita —me dijo. Era la mamá de Sergio.

—De acuerdo —respondí.

—Si quieres, te doy un aventón —intervino mi padre—. Tengo que ir a la universidad a dar mis clases sabatinas, y me queda de paso.

Asentí. El viaje fue corto y silencioso.

Al llegar, mi tía Margarita me recibió con una sonrisa.

—Tu mamá me dijo que vendrías. Gracias por traer esto.

—¿Está Sergio? —pregunté.

—Salió hace rato, no me dijo a dónde. ¿Quieres esperarlo?

—Está bien —le respondí.

Esperé por casi una hora. Le escribí a Sergio, pero no respondía. Empecé a aburrirme, así que le dije a mi tía que mejor regresaría a casa.

Cuando llegué, todo parecía en silencio. Me quité los zapatos con cuidado, pensando en tirarme en la cama a descansar. Pero justo al pasar por el pasillo, escuché voces provenientes del baño. Eran susurros. Me detuve. Reconocí las voces. Era mi mamá… y Sergio.

Me acerqué, sintiendo cómo algo en mi pecho comenzaba a tensarse. La puerta estaba apenas entreabierta. Me asomé sin hacer ruido.

El vapor aún flotaba en el ambiente, pegado a los azulejos y empañando el espejo. Todo tenía ese olor tibio a humedad reciente. Mi mamá estaba recargada contra la pared, de espaldas completamente desnuda, con las manos cubriendo su pecho. Tenía los ojos fijos en Sergio, que estaba frente a ella, muy cerca.

Había algo en la manera en que se miraban que me paralizó. No era la típica cercanía de familia. No era una conversación casual entre tía y sobrino. Sergio le susurraba algo que no podía escuchar, con una mano apoyada en la pared, a un lado de su rostro. Ella no se apartaba. De inmediato, Sergio se bajó su bermuda y su ropa interior, tomó la mano de mi mamá y la dirigió a su pene. Ella comenzó a tentarlo, luego lo tomó, sin apartar la mirada de Sergio. Mi primo la soltó y ella misma comenzó a mover su mano, provocando que tuviera una erección.

Tomó a mi mamá por los hombros y la giró hacia el lavabo. Mi primo se levantó la playera y la sostuvo con los dientes, tomó su pene y lo acomodó detrás de mi mamá. Poco a poco fue empujando contra ella. Mi mamá dejó salir un gemido, se apoyó en el lavabo y, empinándose un poco, permitió a Sergio penetrarla por completo. Sergio la tomó por la cintura y comenzó a mover su cadera hacia adelante y hacia atrás, chocando con el trasero de mi mamá. Sus movimientos eran rápidos y mi mamá no dejaba de gemir constantemente. Mi primo se quitó su playera, quedando igual de desnudo.

—Dime, tía, ¿qué tal? Tenía mucho que no te cogían así —le preguntó Sergio.

Ella, con la voz entrecortada, le respondió:

—Solo concéntrate en eyacular.

—Vaya, me haces sentir como un semental que solo se debe dedicar a preñar —dijo Sergio.

—Solo ve la cara que pones en el espejo —dijo Sergio, desempañando con la mano.

Mi mamá, por su parte, no le respondió. Comencé a sentir cómo una sensación recorría mi cuerpo, mi corazón se aceleraba y sentí cómo crecía mi pene dentro de mi pantalón. Veía cada parte del cuerpo de mi mamá, su trasero chocando con mi primo, sus muslos viendo cómo se tensaban en cada penetración, sus senos moviéndose al ritmo de la cogida que estaba recibiendo. Mi excitación aumentaba mientras los veía sin apartar la mirada de ellos.

Sergio aumentó el ritmo, sus embestidas se volvieron más rápidas y profundas. El sonido de sus cuerpos mojados chocando llenaba el baño, mezclándose con los gemidos de mi mamá. Sergio podía sentir cómo su excitación crecía, cómo cada movimiento lo acercaba más a correrse.

—Así, tía, así —decía Sergio, con la voz entrecortada por el esfuerzo—. Eres tan deliciosa.

Mi mamá, aunque intentaba no gemir fuerte, no podía evitar gemir con cada embestida. Sus manos se aferraban al lavabo, sus nudillos blancos por la presión. Sergio podía ver en el espejo cómo su rostro se contorsionaba de placer, cómo sus ojos se cerraban con fuerza cada vez que él la penetraba profundamente.

—Sergio, ya no puedo más —dijo mi mamá, con la voz quebrada.

—Solo un poco más, tía —respondió Sergio, con una sonrisa perversa.

Sus movimientos se volvieron más desesperados, más urgentes. Mi mamá, aunque agotada, trataba de seguirle el ritmo, de no dejarlo caer en la tentación de detenerse.

—Ya voy, tía —dijo Sergio, con la voz llena de deseo—. Ya voy.

Con un último empujón, Sergio eyaculó dentro de mi mamá. Mi mamá, aunque exhausta, se quedó apoyada en el lavabo, con la respiración agitada, mientras Sergio se retiraba lentamente.

—Sergio, eso fue… —dijo mi mamá, sin terminar la frase.

—Sé que fue intenso, tía —respondió Sergio, con una sonrisa satisfecha—. Pero a veces, lo intenso es lo que necesitamos.

Mi mamá asintió, aún sin aliento. Sergio se sentó en el inodoro, recuperando el aliento.

—Bueno, tía, ¿cuándo sabremos si quedaste embarazada? —le preguntó.

Mi mamá solo lo veía a través del espejo.

—No te preocupes por eso, yo te aviso —dijo mi mamá.

—Bueno, ¿qué te parece si nos bañamos juntos? —dijo mi primo.

—No es necesario —respondió mi mamá, tomando una toalla—. Báñate primero —dijo ella.

Cuando noté que mi mamá iba a salir del baño, me lancé hacia abajo de un aparador de madera que estaba en el pasillo. Solo vi pasar a mi mamá con temor a que me viera, pero pasó de largo y se encerró en su habitación. Sergio, por su parte, se metió a bañar. Cuando escuché la regadera, salí de mi escondite hacia afuera para hacer tiempo y entrar como si recién hubiera llegado.

Más tarde regresé a casa. Sergio estaba sentado en la mesa y mi mamá le estaba preparando algo. Hola, hijo, ¿cómo te fue? ¿Le dejaste lo que te pedí a tu tía? me preguntó. Sí, respondí. Luego me giré hacia Sergio. Te estuve esperando, le dije. ¿Por qué no respondes los mensajes? O perdón, no escuché mi celular, me respondió, con una sonrisa. Qué curioso, yo igual venía a verte y no estabas, me dijo. Te hago algo de comer, me preguntó mi mamá. Sí, por favor, respondí. Me senté en la mesa y solo los observé, actuando con tal normalidad. Venga, primo, vamos a tu habitación. Te tengo que enseñar un nuevo juego que salió, me dijo Sergio. Y ambos nos fuimos a mi habitación mientras mi mamá se quedaba en la cocina.

Una vez en mi habitación, Sergio cerró la puerta detrás de nosotros.

—Entonces, ¿qué tal te fue hoy? —me preguntó, mientras sacaba su celular.

—Bien, supongo, —respondí, aún un poco distraído por lo que había visto.

—Oye, ¿estás seguro de que todo está bien?— insistió Sergio, notando mi preocupación.

Sí, solo estoy un poco cansado, —mentí, tratando de cambiar de tema.

—Bueno, aquí tienes el juego, —dijo Sergio, mostrando su celular. Es un juego de estrategia, muy interesante.

Jugamos un rato, pero mi mente no dejaba de pensar en lo que había visto en el baño. Finalmente, no pude aguantar más y decidí confrontar a Sergio.

—Sergio, necesito hablar contigo,— dije, dejando el juego a un lado.

—Claro, ¿qué pasa? —respondió, poniendo su celular en la mesa.

—Vi lo que pasó en el baño, —dije.

Sergio se quedó en silencio por un momento, como si estuviera procesando mis palabras.

—¿Y ahora qué? —pregunté, sintiéndome perdido.

—Ahora, esperamos, —respondió Sergio.

—No entiendo, —le dije.

—Esperamos a ver si tu madre queda embarazada y, mientras tanto, tratemos de mantener la calma, —dijo Sergio. Pero… añadió, interrumpiéndome.

—Pero nada, —dijo.

—Esto es lo que necesitaba tu mamá y tu familia, —dijo Sergio, con una mirada seria. Tu padre no necesita saberlo, añadió, con firmeza. Esto es entre tú, mamá y yo, y nadie más.

—Pero, ¿cómo puedes decir eso? —pregunté, sintiéndome cada vez más confundido y enojado. Esto es muy complicado, Sergio. No sé si pueda manejar esto.

Sergio se acercó a mí y me puso una mano en mi hombro. Lo sé, Emilio. Sé que es complicado, pero a veces las cosas no son tan simples como parecen. Tu madre necesitaba algo más, y yo estaba ahí para darle eso. Ella necesita apoyo, y yo estoy dispuesto a dárselo.

En ese momento no supe qué decir. Salimos de mi habitación y regresamos a la cocina. Mi mamá seguía allí, preparando la cena.

—¿Ya terminaron? —preguntó, con una sonrisa.

—Sí, mamá, —respondí, tratando de sonar normal.

—Todo bien, —añadió Sergio, con una mirada cómplice.

Más tarde, mientras cenábamos, mi padre llegó y se unió a nosotros en la cena.

—Oye, amor, por cierto, fui a ver ya sabes a quién, —le dijo mi padre a mi mamá.

—Y qué te dijeron, —preguntó mi mamá.

Bueno, más tarde te cuento, pero me dieron unas pastillas, así que hoy lo intentamos, respondió mi padre.

—Vale, está bien, Ricardo,— respondió mi mamá, algo desanimada.

La cena transcurrió en un silencio incómodo. Podía sentir la tensión en el aire, como si todos estuviéramos esperando que algo sucediera. Mi padre parecía más animado, mientras que mi madre estaba visiblemente incómoda. Sergio y yo intercambiamos miradas, sabiendo que la noche prometía ser larga y complicada.

Después de cenar, mi padre se levantó de la mesa y se dirigió a mi madre.

—Vamos, Lorena, es hora de intentar nuevamente, —dijo, con una sonrisa forzada.

Mi madre asintió, aunque su expresión era de resignación. Se levantaron de la mesa y se dirigieron a su habitación, cerrando la puerta detrás de ellos.

Sergio y yo nos quedamos solos en la cocina, con la mirada fija en la puerta cerrada de la habitación de mis padres.

—¿Crees que funcione?—pregunté, rompiendo el silencio.

—No lo sé, primo, —respondió Sergio, encogiéndose de hombros. Pero al menos lo están intentando.

De repente, escuché un gemido ahogado proveniente de la habitación de mis padres, acompañado con un reclamo de mi mamá.

—Eso es todo, ya te viniste, —dijo mi mamá.

—Bueno, mujer, esto lleva tiempo. Agradece que ya se me paró, —escuchamos decir a mi padre.

Sergio me miró y dijo: Bueno, si se vino dentro de ella, ya tiene el pretexto cuando le diga que está embarazada.

Después de un rato, escuché la puerta de la habitación de mis padres abrirse. Mi padre salió, con una expresión de frustración en el rostro. Detrás de él, mi mamá dijo: No te preocupes, Ricardo. Trató de sonar comprensiva. Lo intentaremos nuevamente mañana, dijo mi mamá.

Mi padre asintió, aunque su rostro reflejaba una mezcla de decepción y cansancio. —Gracias, Lorena, —respondió, antes de volver a entrar a su habitación y cerrar la puerta detrás de él.

Luego de eso, Sergio se levantó. Bueno, ya me voy, dijo.

Mi mamá le respondió: No te quieres quedar, ya es de noche. Mañana tienes cosas que hacer desde temprano. Voy a pedir un taxi desde mi celular. No te preocupes.

—Oye, en lo que llega, me das un momento, —dijo Sergio.

—Sí, claro, dime, —respondió mi mamá.

—Ven, acompaña afuera en lo que llega el taxi, —añadió Sergio.

Ambos se salieron y yo me quedé en suspenso en la cocina. Después de que Sergio se fue, entró mi mamá.

—Bueno, vámonos a dormir, —dijo ella.

—Vale, —respondí y me fui a mi habitación.

Durante los siguientes días, Sergio me informó que mi mamá le había dicho que se había hecho pruebas, pero salieron negativas. Me enseñó unos mensajes donde Sergio le escribía: ¿Quieres intentarlo de nuevo, tía? Mi mamá respondió horas después en el mensaje con un Sí a secas. Preguntado después, pero ¿cuándo y dónde? Sergio le respondió: En tu casa cuando no esté mi tío. De acuerdo, yo te aviso, respondió mi mamá.

—Primo, te puedo pedir algo,—le dije.

—Dime, primo, —me respondió.

—Quiero ver cómo te coges de nuevo a mi mamá, —le dije, poniendo cara de sorprendido.

—Bueno, ¿quién soy yo para decir algo? Yo me cogí a mi tía, dijo Sergio, tratando de sonar gracioso. Perdón, no debí decir eso, —añadió.

—Entonces, ¿me vas a ayudar, primo?— le pregunté.

—Estamos en esto juntos, primo. Pero ¿estás seguro? —me preguntó. Asentí, aunque estaba nervioso, dándole una palmada en el hombro.

—Estamos en esto juntos, volvió a decir mi primo, pensativo. De acuerdo, así será, —añadió.

Llegó el día. Mi primo Sergio llegó por la noche. Mi padre había salido a su pueblo a ver un brujo, según él, para que lo ayudara con su problema. Mi mamá estaba leyendo un libro, y yo mientras veía una película.

—Hola, tía, hola, primo,— saludó Sergio, entrando con una sonrisa.

—Hola, Sergio, —respondió mi mamá.

—Hey, hola, —respondí yo, levantando la mirada de la pantalla.

—Hijo, tu primo se va a quedar esta noche, —dijo mi mamá, pero se quedó pensando.

—Porque fumigaron la casa, —respondió mi primo, guiñándome el ojo. Era evidente que mi mamá trataba de ocultar sus verdaderas intenciones.

Luego de eso, nos fuimos a mi habitación. Sergio cerró la puerta detrás de nosotros.

—Bueno, primo, este es el plan,— me dijo Sergio en voz baja. Quedé con mi tía que, una vez que te duermas, le mandaré un mensaje para irme a su habitación. Por ende, vamos a dejar pasar el tiempo. Voy a dejar la puerta abierta para que puedas ver. ¿De acuerdo?

—Entendido, —respondí, asintiendo. Pero no crees que me vea. La verdad es un riesgo.

—No creo que te llegue a ver,— dijo Sergio, tratando de sonar seguro. Pero no te confíes y estate atento. ¿Vale?

—De acuerdo, entendido, —respondí, sintiéndome un poco nervioso.

Pasamos un rato en mi habitación, hablando en voz baja y esperando el momento adecuado. Finalmente, Sergio decidió que era hora de actuar.

—Voy a mandarle el mensaje,—susurró Sergio, sacando su celular. Estate atento.

Asentí y luego Sergio salió de la habitación y se dirigió a la de mis padres. Yo lo seguí en silencio, asegurándome de que no hiciera ruido. Sergio entraba en la habitación de mis padres. Mi mamá estaba sentada en la cama solo con ropa interior color rosa claro, con una expresión seria en el rostro.

Cuando entró Sergio, ella se levantó y se bajó su pantaleta.

—Venga, Sergio, bájate el short, —le dijo mi mamá.

Él de inmediato se desnudo completo.

—Solo con quitarse el short bastaba,— dijo mi mamá.

Mi mamá se subió a la cama y se puso a cuatro.

—Vamos, Sergio, pénétrame, —le ordenó mi mamá.

—Mínimo ayúdame, tía, a que lo tenga bien erecto, ¿no crees?— dijo Sergio.

—No te puedes masturbar tú solo, —dijo mi mamá.

—Venga, tía, sabes que no es lo mismo, —dijo Sergio.

—Está bien, —dijo mi mamá, sentándose en la orilla.

—Ven para acá, —le ordenó mi mamá.

Mi primo se acercó y mi mamá tomó su pene y comenzó a masturbarlo rápidamente.

—Sergio, ponte duro, —dijo mi mamá.

—Tía, usa tu boca—le pidió Sergio.

—Mi boca, ¿cómo para qué? Me debes embarazar, no necesitas mi boca para eso, —dijo mi mamá.

—Tía, estás de malas. Así no podemos, —dijo Sergio, recogiendo su ropa.

—Está bien, ven acá, —le dijo mi mamá, nuevamente tomando su pene pero esta vez se lo llevó a la boca.

Mi mamá comenzó a mover su cabeza hacia adelante y hacia atrás, con sus labios apretados alrededor del pene de Sergio. Él gemía suavemente, disfrutando del placer que le estaba dando mientras acariciaba el cabello de mi mamá. Después de un rato, Sergio estaba completamente erecto.

—Así, tía, así, eres muy buena chupando,— decía Sergio. Eres increíble.

—No te vayas a correr en mi boca, —dijo mi mamá, levantando la mirada para encontrarse con la de Sergio. Aún no.

—Ya lo sé, tía, no te preocupes,— respondió Sergio, su respiración cada vez más acelerada. —Ya estoy listo, ahora sí abre esas piernas.

Mi mamá se recostó en la cama, levantó y abrió sus piernas, invitándolo a entrar. Sergio se colocó entre sus piernas, sus ojos recorriendo su cuerpo con deseo.

—Vaya, tía, qué detalle, te depilaste para mí, —dijo Sergio, con una sonrisa traviesa en su rostro.

—No estés de gracioso, Sergio,— respondió mi mamá, con su voz firme. Solo métemela.

—Vale, está bien, dijo mi primo, colocándose sobre ella. Tomó su pene y comenzó a introducirlo lentamente, haciendo que mi mamá dejara escapar un gemido de placer.

—Sergio ya estaba dentro, ahora comienza a moverte, —dijo mi mamá.

—De acuerdo, tía, comenzaré a cogerte,—respondió Sergio, empezando a mover sus caderas hacia adelante y hacia atrás, acompañado por los gemidos de mi mamá.

Sergio comenzó a buscar los labios de mi mamá mientras se la cogía de misionero. Ella giraba su cara al lado contrario, evitando el contacto.

—Nada de besos, Sergio,— dijo mi mamá, su voz firme. Solo me estás embarazando, no lo olvides.

—A mí me da igual,— respondió Sergio, intentando nuevamente besarla. Quiero sentirte completa.

Mi mamá se resistió al principio, pero la intensidad del momento la hizo ceder. Sergio aprovechó la oportunidad para besarla, desde la boca hasta el cuello, haciendo que ella comenzara a gemir de placer.

—Sí, así, —susurró mi mamá. No pares, por favor.

Ambos se giraron en la cama, quedando mi primo debajo. Mi mamá se subió sobre él, sus ojos brillando con una mezcla de deseo y determinación. Comenzó a cabalgar, moviéndose con una sensualidad que parecía natural en ella. Mientras se sacaba el sostén, dejando al descubierto sus senos, mi primo no perdió la oportunidad. Sus manos subieron para presionar y masajear sus pechos.

La cama rechinaba sin parar, el sonido rítmico acompañando los gemidos de mi mamá. Ella puso sus piernas en cuclillas y comenzó a brincar sobre mi primo, sus movimientos cada vez más rápidos y frenéticos. El sudor perlaba su piel, reflejando la luz tenue de la habitación.

—Más fuerte, —dijo mi mamá, sus uñas clavándose en los hombros de mi primo. Quiero sentirte más profundo.

Mi primo obedeció, sus manos ahora en las caderas de mi mamá, guiándola en un ritmo más intenso. Los gemidos se volvieron más altos, más desesperados, y la cama parecía a punto de desmoronarse bajo el peso de su pasión.

—Sí, así, —gritó mi mamá, su cabeza echada hacia atrás. No te detengas, por favor.

Yo, Emilio, observaba desde una esquina de la habitación, mi respiración cada vez más pesada. No podía apartar la mirada de la escena que se desarrollaba frente a mí. Mi mano había encontrado su camino hacia mi propio miembro, moviéndose lentamente al ritmo de los gemidos de mi mamá.

—Ven aquí, —dijo mi mamá, haciendo un gesto para que mi primo se acercara. Quiero probar algo nuevo.

Mi primo, con una mezcla de curiosidad y excitación, se acercó a ella. Mi mamá se puso de lado y levantó una pierna, invitándolo a colocarse detrás de ella. Sergio entendió rápidamente y se posicionó, su cuerpo pegado al de mi mamá.

—Así, justo así,—susurró mi mamá, guiando la mano de Sergio para que la penetrara por detrás. Quiero sentirte profundo, muy profundo.

Sergio comenzó a moverse lentamente, sus embestidas rítmicas y profundas. Mi mamá gemía de placer, sus manos agarrando las sábanas con fuerza. La nueva posición permitía que Sergio llegara aún más adentro, haciendo que los gemidos de mi mamá se volvieran más intensos y desesperados.

—Sí, así, no pares. Me encanta sentirte así, —dijo mi mamá.

Sergio aumentó el ritmo, sus manos en las caderas de mi mamá, guiándola en un vaivén constante. La habitación se llenó con el sonido de sus cuerpos chocando y los gemidos de placer.

—Más rápido, Sergio, —dijo mi mamá. Quiero sentirte más fuerte.

Sergio obedeció, sus embestidas se volvieron más rápidas y poderosas. Mi mamá gritaba de placer, su cuerpo temblando con cada movimiento.

Mientras tanto, yo no podía dejar de mirarlos. La escena era tan intensa que mi excitación crecía con cada gemido. Mi mano se movía más rápido, sincronizada con los movimientos de Sergio.

Después de unos minutos intensos, mi mamá se detuvo nuevamente, su respiración agitada y su cuerpo brillando por el sudor. Se giró hacia la pared y se puso a cuatro patas, levantando su trasero en el aire de manera provocativa. Ven, Sergio, dijo, mirando por encima de su hombro con una sonrisa seductora. Quiero que me tomes así. Quiero sentirte profundo y fuerte.

Sergio, ya excitado y listo, se colocó detrás de ella sin dudarlo. Tomó sus caderas con fuerza, sus dedos clavándose en su suave piel. Así que quieres que te tome así, tía, dijo Sergio, su voz llena de deseo. Eres una puta, ¿verdad? Te encanta que te den duro.

Mi mamá dijo, sus ojos brillando con lujuria. Sí, justo así, susurró. Hazme sentir como una puta, Sergio. Dame lo que necesito.

Sergio comenzó a penetrarla lentamente, haciendo que mi mamá emitiera un gemido profundo y satisfactorio. Eres una zorra, tía, dijo Sergio, aumentando el ritmo de sus embestidas. Te encanta que te follemos, ¿verdad?

—Sí, sí, —dijo mi mamá. Soy tu puta, Sergio. Hazme lo que quieras.

Sergio obedeció, sus embestidas se volvieron más profundas y rítmicas. La habitación se llenó con el sonido de sus cuerpos chocando y los gemidos de placer de mi mamá.

—Te sientes tan bien, Sergio, —gritó mi mamá. No pares, por favor. Eres el mejor.

Sergio, excitado por la respuesta de mi mamá, aumentó aún más el ritmo. Eres una puta insaciable, tía, dijo, su voz llena de lujuria. Voy a hacerte gritar de placer.

Los gemidos de mi mamá se volvieron más altos y desesperados, su cuerpo temblando con cada embestida. Sí, así, justo así, gritó mi mamá, su voz llena de pasión. Me encanta sentirte dentro de mí. Eres un semental.

Sergio, con una sonrisa malvada, aumentó la intensidad de sus movimientos. Te gusta que te traten como una puta, ¿verdad? dijo, su voz llena de deseo. Voy a darte justo lo que mereces.

—Más rápido, Sergio,—dijo mi mamá. Hazme tuya.

Sergio obedeció, sus embestidas se volvieron más rápidas y poderosas. Mi mamá gritaba de placer, su cuerpo temblaba con cada movimiento.

No pares, gritó mi mamá.

Sergio, con una sonrisa malvada, aumentó la intensidad de sus movimientos. Te gusta que te traten como una puta, ¿verdad? dijo, su voz llena de deseo. Voy a darte justo lo que mereces.

Más rápido, Sergio, dijo mi mamá.

Sergio obedeció, sus embestidas se volvieron más rápidas y poderosas. Mi mamá gritaba de placer, su cuerpo temblaba con cada movimiento.

—¡No pares! —gritó mi mamá.

Mientras Sergio y mi mamá estaban en medio de su pasión desenfrenada, yo, invadido por el deseo, no podía contenerme más. La escena era tan erótica y cargada de lujuria que mi propio cuerpo clamaba por participar. Me acerqué lentamente, mi respiración pesada y mi corazón latiendo con fuerza.

Sergio, notando mi presencia, me miró con una mezcla de sorpresa y curiosidad. Pero antes de que pudiera decir o hacer algo, me lancé sobre mi mamá. Ella, al ver que era yo quien se acercaba, entró en pánico.

—¡Emilio, no! —intentó decir, pero su voz se perdió en un grito cuando la penetré con fuerza en su ano virgen. La invadí brutalmente, haciendo que pegara un tremendo grito al sentir la invasión. Su cuerpo se tensó, y sus ojos se abrieron con sorpresa y dolor.

—¡Emilio! —gritó mi mamá, su voz llena de sorpresa y horror. ¿Qué estás haciendo? ¡Para!

Mi mamá trató de resistirse, pero yo no la dejé. La sujeté con fuerza, mis manos en sus caderas, y comencé a moverme con embestidas profundas y rítmicas. Ella gritaba, pero yo no me detenía. El deseo y la lujuria habían tomado el control de mi cuerpo y mi mente.

—Emilio, por favor, detente, —sollozó mi mamá, sus lágrimas corriendo por su rostro. Esto no está bien. Eres mi hijo.

—Shh, mamá, solo déjate llevar,— respondí, mi voz llena de lujuria. Sabes que quieres esto tanto como yo.

—Emilio, por favor, no por ahí es el agujero equivocado, —gritó mi mamá, su voz llena de desesperación. Me estás lastimando. Duele mucho.

Pero yo estaba ciego de deseo y no podía parar. La habitación se llenó con el sonido de sus gritos de dolor y mis embestidas brutales. El olor a sexo y sudor impregnaba el aire, creando una atmósfera de pura lujuria y desesperación.

—Emilio, por favor, —suplicó mi mamá, sus lágrimas mezclándose con el sudor. No puedo más. Duele demasiado. Si quieres cógeme, pero por ahí no.

—Relájate, mamá, —susurré, mi voz llena de deseo. Déjate llevar por el placer. Sabes que te gusta.

Con el tiempo, los gritos de dolor de mi mamá comenzaron a transformarse en gemidos de placer. Su cuerpo, a pesar de la inicial resistencia, empezó a adaptarse a la sensación. Los movimientos rítmicos y profundos comenzaron a encender un fuego en su interior que ella no podía ignorar.

—Oh, Dios mío, —dijo mi mamá, su voz cambiando de tono.

Los gemidos de mi mamá se volvieron más intensos y desesperados, pero esta vez eran de placer. Sus caderas comenzaron a moverse en sincronía con las mías, buscando más profundidad y más intensidad.

—Te siento, mamá, —respondí, mi voz llena de pasión. Siento cómo tu cuerpo me aprieta.

El placer era tan intenso que no pude contenerme por más tiempo. Con un gemido profundo, me corrí dentro de ella, llenando su ano virgen con mi semen. El orgasmo me dejó exhausto y satisfecho, pero la noche aún no había terminado.

Una vez que me retiré, mi mamá se levantó lentamente, su cuerpo temblando por la intensidad del encuentro. Sin decir una palabra, me dio una bofetada fuerte, haciendo que mi cabeza se girara hacia un lado. Me quedé en shock, sin saber cómo reaccionar.

—¿Cómo te atreves, Emilio?— dijo mi mamá, su voz llena de enojo y confusión. Pero en sus ojos, podía ver un fuego que no había visto antes.

Antes de que pudiera responder, se puso en cuclillas frente a mí y comenzó a hacerme sexo oral. Sus movimientos eran expertos y decididos, y no tardó mucho en que mi miembro volviera a estar erecto.

—Mamá, ¿qué estás haciendo? —pregunté, mi voz llena de sorpresa y deseo.

—Cállate, idiota, —respondió ella, su voz firme. Quiero que ambos me den lo que necesito.

Sergio, que había estado observando en silencio, se acercó a nosotros. ¿Qué tienes en mente, tía? preguntó, su voz llena de curiosidad y excitación.

Mi mamá se levantó y se colocó en la cama, en una posición que nos permitía a ambos acceder a ella fácilmente. Quiero que me cogan los dos al mismo tiempo, dijo, su voz llena de deseo. Quiero sentirles a los dos dentro de mí.

Sergio y yo nos miramos, y sin necesidad de palabras, supimos lo que teníamos que hacer. Nos posicionamos detrás y delante de mi mamá, listos para satisfacer su deseo.

—¿Estás segura de esto, tía? —preguntó Sergio. Va a ser intenso.

Más te vale que lo sea, respondió mi mamá, su voz firme. Quiero sentir cada centímetro de ustedes dentro de mí.

Sergio se colocó detrás de ella, lubricando su ano con saliva y usando como lubricante una crema que encontró en la mesita de noche. Yo me posicioné delante, mi miembro ya erecto y listo para penetrarla.

—Vamos a hacerlo despacio al principio, —dije. Para que te acostumbres a la sensación.

—Hagan lo que quieran, pero háganlo ya,— respondió mi mamá, su voz llena de ansiedad y deseo.

Comenzamos a penetrarla lentamente, coordinando nuestros movimientos para que ella pudiera adaptarse a la doble invasión. Sergio entró primero, su miembro deslizándose en su ano con cuidado. Mi mamá emitió un gemido de placer y dolor, pero no se detuvo.

—Así, tía, relájate, —susurró Sergio, su voz llena de lujuria. Déjanos entrar.

Una vez que Sergio estuvo completamente dentro, fue mi turno. Me deslicé en su vagina, sintiendo cómo su cuerpo me apretaba con fuerza. Los gemidos de mi mamá se volvieron más intensos, una mezcla de placer y sorpresa.

—Dios mío,— dijo mi mamá, su voz entrecortada. Esto es… increíble.

—Te sientes tan bien, mamá,— respondí, mi voz llena de pasión. Siento cómo tu cuerpo nos aprieta a los dos.

Sergio y yo comenzamos a movernos en sincronía, nuestras embestidas rítmicas y profundas. La habitación se llenó con el sonido de gemidos y el choque de cuerpos, creando una atmósfera de puro deseo y pasión.

—Más rápido,—dijo mi mamá, su voz llena de lujuria. Quiero sentirlo más profundo.

Obedecimos, aumentando el ritmo y la intensidad de nuestras embestidas. Los gemidos de mi mamá se volvieron más desesperados, su cuerpo temblando de placer.

—No paren, por favor, —gritó mi mamá. Me encanta.

Sergio, con sus manos firmes en las caderas de mi mamá, empujaba con fuerza y precisión. —Te sientes tan apretada, tía, —gruñó, su voz llena de esfuerzo y placer.

Yo, desde el frente, sentía cómo su cuerpo me apretaba con cada embestida de Sergio. —Mamá, estás tan mojada, —dije. Siento cómo tu cuerpo nos aprieta a los dos.

El placer era tan intenso que no pudimos contenernos por más tiempo. Con un gemido profundo, Sergio se corrió dentro de su ano, llenándolo con su semen. Al mismo tiempo, sentí cómo mi propio orgasmo llegaba, y me corrí dentro de su vagina, llenándola completamente.

—Sí, así, —gritó mi mamá, su voz llena de éxtasis. Dénme todo lo que tienen.

Los tres quedamos exhaustos en la cama, nuestros cuerpos entrelazados, disfrutando del calor y la intimidad del momento. La habitación quedó en silencio, excepto por el sonido de nuestras respiraciones agitadas.

Después de unos minutos de descanso, Sergio, aún excitado, decidió continuar. Mi turno otra vez, dijo con una sonrisa perversa, posicionándose entre las piernas de mi mamá. Yo me recosté a un lado, observando cómo Sergio volvía a penetrarla, esta vez en su vagina.

—Sí, Sergio, —dijo mi mamá, sus caderas moviéndose en sincronía con sus embestidas. Más profundo.

Sergio obedeció, aumentando el ritmo y la intensidad. Los gemidos de mi mamá se volvieron más desesperados, y pronto, Sergio se corrió dentro de ella, llenando su vagina con su semen.

—Mi turno,— dije, reemplazando a Sergio entre las piernas de mi mamá. Ella me recibió con un gemido de placer, sus caderas levantándose para encontrar las mías. Te siento tan bien, mamá, susurré, mi voz llena de pasión.

El ritmo se volvió frenético, y pronto, me corrí dentro de ella, llenándola nuevamente. La noche continuó así, con Sergio y yo turnándonos para penetrarla por ambos orificios, descansando ocasionalmente antes de volver a empezar.

Pasaron horas de pasión desenfrenada, y finalmente, al amanecer, los tres caímos exhaustos en la cama, nuestros cuerpos satisfechos y agotados.

Diez días después, mi mamá decidió hacer una prueba de embarazo. Después de esperar unos minutos interminables, el resultado apareció: positivo. Los tres nos miramos, una mezcla de sorpresa y emoción en nuestros rostros.

—Estoy embarazada, —susurró mi mamá, sus ojos llenos de lágrimas. Vamos a tener un bebé.

Sergio y yo nos acercamos a ella, abrazándola con fuerza. Estaremos aquí para ti, mamá, dije, mi voz llena de determinación. No importa lo que pase.

—Gracias, chicos, —respondió mi mamá, su voz temblorosa. No sé qué haría sin ustedes.

A pesar del embarazo, nuestra relación no se enfrió. De hecho, mi mamá parecía más feliz y alegre que nunca. Dejó de discutir con mi padre y su relación mejoró significativamente, aunque más que una pareja, parecían amigos. Me di cuenta de que lo que mi mamá realmente necesitaba era alguien que le diera las cogidas que necesitaba.

—Mamá, ¿estás segura de que quieres continuar? —pregunté una noche, mientras nos preparábamos para otra sesión de pasión.

—Más que nunca, Emilio, —respondió ella, su voz llena de deseo. Este embarazo me ha hecho sentir más viva que nunca. Quiero seguir sintiéndolos a ambos dentro de mí.

Sergio y yo nos miramos, y sin necesidad de palabras, supimos que estábamos haciendo lo correcto. Nuestra relación con mi mamá había cambiado para siempre, y aunque había desafíos por delante, estábamos listos para enfrentarlos juntos.

716 Lecturas/5 mayo, 2025/3 Comentarios/por lordlunatico
Etiquetas: amigos, baño, hijo, madre, padre, semen, sexo, viaje
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3 comentarios
  1. GusBecker Dice:
    6 mayo, 2025 en 10:47 pm

    Estimulante relato, felicitaciones!

    Accede para responder
  2. P4J3R0_4L3J0 Dice:
    7 mayo, 2025 en 3:02 pm

    De primos a hermanos de leche, que rico!

    Accede para responder
  3. Beccaundertaker04 Dice:
    10 mayo, 2025 en 9:54 pm

    Buen relato. Pero estaría bien que de vez en cuando los protagonistas también se venguen y forniquen con las madres de sus primos/amigos para regresar el favor.

    Accede para responder

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