Mi madre la interesa y el precio de la manipulación
Mi madre se caso con un hombre mayor por su dinero y termino volviéndose una puta.
Me llamo Luis, tengo 20 años, y todo comenzó cuando era más joven. Mis padres se separaron, no por infidelidad ni por malos tratos. Simplemente se juntaron, o mejor dicho, los obligaron a juntarse porque mi mamá quedó embarazada de mí cuando era muy joven. Cuando comenzaron a chocar entre ellos, prefirieron separarse.
Después de la separación, mi mamá, Evelyn, y yo nos fuimos a vivir con mi tía Margarita a su departamento. Con el tiempo, mi mamá se casó con un señor que casi le dobla la edad: el señor Arturo. Él tenía 68 años, era viudo, pero económicamente estable y mi mamá tenia la fama de ser muy interesada. Tenía 3 hijos, pero todos estaban casados y vivían aparte, incluso fuera del país.
Luego de la boda, nos fuimos a vivir con él. Para ese entonces, yo ya tenía 18 años, y mi mamá 36.
Mi mamá, Evelyn, era físicamente atractiva. Medía 1,64 de estatura, con una piel blanca que resaltaba su belleza natural. Su cabello castaño largo hasta la cintura. Sus ojos, de un tono café oscuro.
Pero lo que realmente destacaba en ella eran sus pechos. Eran grandes y firmes, con una forma perfecta que llamaba la atención de cualquiera. Su cintura, estrecha y definida, resaltaba aún más sus curvas, creando un contraste que era simplemente irresistible. Su trasero, redondo y voluptuoso, completaba una figura que era el sueño de cualquier hombre.
Mi mamá se cuidaba mucho, y se notaba en cada detalle de su apariencia. Su estilo era elegante pero casual, con una predilección por vestidos y blusas que realzaban sus atributos. A menudo, cuando se inclinaba o se movía, sus pechos se balanceaban de una manera que era difícil no notar, y su trasero se movía con una gracia que hacía que todos los ojos se volvieran hacia ella.
La vida con Arturo era tranquila, pero extraña. Su casa era enorme, llena de recuerdos de su primera esposa, fotos enmarcadas, muebles antiguos, y un olor constante a lavanda. Mi mamá, siempre preocupada por el qué dirán, se esforzaba por ser la esposa perfecta: cocinaba, limpiaba, y sonreía como una muñeca de porcelana.
A decir verdad, no entendía el porqué se casó con alguien mucho mayor que ella aun sabiendo que mi mamá era interesada no me cabía en la cabeza por que alguien mayor. Tenían muy poca intimidad, incluso si mamá se molestaba, y más de una vez la escuché reprochárselo:
—Arturo, debes tomar viagra. Entiende que ya lo necesitas, y yo también lo necesito. Mi cuerpo me pide desahogarme sexualmente, pero si tú no puedes, haces que yo también lo pase mal.
Y yo escuchaba desde afuera de su habitación. Incluso una vez encontré a mi mamá desahogando su frustración sexual en el sótano. Esa tarde, estaba arreglando un escalón de madera que se había partido por lo viejo que estaba. Bajé al sótano, lugar donde guardaban la herramienta y muebles viejos. Al entrar, al fondo vi a mi mamá. Me sorprendí mucho ya que era la primera vez que la veía así. Ella estaba sentada en una vieja silla de escritorio, una silla llena de polvo. Estaba sentada con las piernas abiertas, la falda arremangada hasta la cintura, sus pantis estaban en el suelo, y ella tenía en la mano un martillo. En el mango del martillo le había puesto un condón y se lo introducía en su vagina.
La escena era intensamente erótica. Mi mamá, con su cabello suelto, tenía los ojos cerrados, su cabeza echada hacia atrás en éxtasis. Sus pechos, grandes y firmes, subían y bajaban con cada respiración agitada, y sus pezones, duros y erectos, se marcaban claramente bajo su blusa. Sus piernas estaban completamente abiertas, ofreciendo una vista tentadora de su sexo húmedo y listo.
El martillo, con su mango grueso y largo envuelto en un condón, entraba y salía de su vagina con un ritmo constante, acompañando el sonido de sus gemidos suaves pero intensos. Sus caderas se movían al compás, buscando más profundidad, más placer. La silla de escritorio, vieja y polvorienta, crujía con cada movimiento.
Me quedé quieto, agachado, mirando cada movimiento. Comencé a sentir calor y mucha excitación, viendo cómo mi mamá alcanzaba el orgasmo. Sus gemidos se volvieron más fuertes, más desesperados, y entonces, con un último empujón profundo, soltó chorros de sus fluidos de su vagina, formando un pequeño charco en el suelo. Su cuerpo temblaba al igual que sus piernas, que se cerraban aún con el mango del martillo dentro de ella.
Mi polla palpitaba, rogando por liberación, pero me quedé allí, paralizado, observando cómo mi mamá recuperaba el aliento, su pecho subiendo y bajando rápidamente. Tomó sus pantis y se las coloco, se acomodó la falda y se dirigió hacia donde me encontraba. Me metí detrás de unos costales de tierra y abono, esperando a que saliera. Luego salí yo, me dejé caer en el sillón de la sala, y vi cómo tomaba una cubeta de agua y un trapeador y volvía a bajar al sótano.
Era un hecho que mi mamá buscaba el placer que no le daba el señor Arturo pero que seguiría con el por su dinero, no obstante el señor Arturo estaba perdidamente enamorado de mi mamá, buscaba cómo compensar su falta de intimidad, le daba regalos, flores, ropa, aretes, collares y muchas más cosas y ella disfrutaba de sus regalos pero….
Una noche, ellos estaban en el comedor discutiendo por lo mismo: la falta de intimidad.
—Arturo, esto no va a funcionar —dijo mi mamá, su voz firme pero triste.
—No digas eso, amor —respondió el señor Arturo, tratando de calmarla.
—Soy más joven que tú y tú no me puedes satisfacer. Te quiero, pero el cuerpo también tiene necesidades, y lo sabes —dijo mi mamá, su tono más suave pero decidido.
—Evelyn, si ese es el problema, tengo una solución —dijo el señor Arturo, su voz llena de esperanza.
—¿Solución de qué hablas? —preguntó mi mamá, sorprendida.
—Te dejaré que te acuestes con otros hombres. Solo no me dejes —dijo el señor Arturo, desesperado.
—¿Qué cosas dices, Arturo? ¿Cómo crees que haré eso? —respondió mi mamá, más molesta.
Siguieron discutiendo por casi dos horas. Al final, llegaron a un acuerdo.
—Vale, Arturo. Lo intentaremos. Pero yo elijo con quienes me voy a acostar cuando tenga ganas de sexo —dijo mi mamá con su voz firme.
—Está bien, Evelyn. Solo recuerda que será aquí. No quiero que te vayas con cualquier tipo a hoteles o que me ocultes tus encuentros. Me debes decir cuándo y con quién —dijo el señor Arturo, su voz llena de resignación.
—Está bien, Arturo —dijo mi mamá, aunque parecía disgustada.
El señor Arturo se acercó a ella y la besó, pero mi mamá parecía disgustada con el beso.
—No seas tan pegajoso. Vámonos a dormir —dijo mi mamá, alejándose de él.
En serio, mi mamá va a hacer eso. Pensé: «No lo puedo imaginar. Mi mamá follando con otros hombres… eso ya es ser una puta», pensé acaso no está conforme con la buena vida que le da el señor Arturo.
Un viernes en la noche, mi mamá me mandó temprano a dormir. Incluso me sentí un pequeño, siendo regañado.
—Hijo, ya ve a dormir. ¿Por qué? —pregunté.
—Porque ya es tarde —dijo mi mamá, insistiendo.
Subí a mi habitación y me quedé parado fuera, escuchando.
—Ya va, llegar el chico que contactamos por internet —dijo mi mamá.
—Sí, ya no ha de tardar —respondió el señor Arturo.
Luego tocaron el timbre. Me asomé por la puerta de mi habitación y vi a un chico muy musculoso con cabello largo llegar. Vestía una camisa blanca y un pantalón negro, y en la mano llevaba un suéter café.
—Hola, buenas noches. Soy Ricardo —dijo el chico.
—Hola, Ricardo. Pasa —dijo mi mamá, dirigiéndolo a la sala.
—¿Quieres algo de tomar? ¿Agua? Está bien —respondió el chico.
El señor Arturo no decía nada, solo lo vi parado, nervioso, incluso algo triste. Luego de un rato de charla, mi mamá dijo:
—Bueno, Arturo, nos vamos a la habitación.
Arturo asintió. Mi mamá subió con el chico, lo tomó de la mano, y ambos se encerraron en la habitación. El señor Arturo se quedó afuera, parado en la puerta. Pasaba el tiempo, incluso los gritos de mi mamá se escuchaban hasta mi habitación.
—¡Qué rico me follas! ¡Sí, sí, no pares! —gritaba.
Era una excitación tremenda la que comencé a sentir. Pero cuando quise salir para escuchar mejor, vi al señor Arturo en el mismo lugar, afuera de la habitación, apoyado en la pared, mirando al piso.
Después de ese día, había unos viernes o jueves que llegaban hombres a la casa. Era siempre la misma escena: llegaban, saludaban, charlaban un poco, luego subían la habitación y se follaban a mi mamá. Algunos se iban después de follársela; otros se amanecían con ella. El señor Arturo siempre esperaba afuera, pero poco a poco dejó de acercarse. Comenzó a encerrarse en su despacho mientras follaban a mi mamá. Mi mamá se volvió más considerada con el señor Arturo, lo abrazaba, y estaba de mejor humor. Incluso la vi besarlo varias veces, y parecía que él estaba bien solo con las migajas.
Pensé que mi mamá estaba satisfecha con sus amantes, pero una tarde descubrí que no eran suficientes. Eran como las dos de la tarde. Había quedado de ir con unos amigos después de una práctica del colegio, pero al final decidí volver a casa. Cuando llegué, todo estaba en silencio. Por lo regular, a esa hora están los jardineros, pero no estaban. Cuando subí hacia mi habitación, descubrí el porqué. Al pasar por la biblioteca del señor Arturo, miré hacia dentro, y ahí vi a los dos jardineros, pero no estaban solo trabajando. Los tres estaban desnudos: uno acostado en el suelo, en la alfombra roja, mientras mi mamá estaba sobre él, sus pechos rebotando con cada movimiento. El otro hombre la penetraba por detrás, sus caderas moviéndose con un ritmo constante y brutal.
Sus gemidos llenaban la habitación, mezclándose con los gruñidos de los hombres.
—Más duro, por favor —suplicaba mi mamá, su voz ronca y llena de deseo.
—Así, mi reina. Te daremos lo que necesitas —respondió uno de los hombres, sus manos agarrando firmemente sus caderas mientras la embestía con fuerza.
El hombre debajo de ella, con una sonrisa, acariciaba sus pechos, sus dedos apretando sus pezones duros y erectos.
—Sí, sí, no paren —gemía mi mamá, sus caderas moviéndose al compás de las embestidas, buscando más profundidad, más placer.
El hombre detrás de ella, con un gruñido gutural, aumentó el ritmo, sus caderas chocando contra su trasero con un sonido húmedo y obsceno.
—Vamos, Evelyn. Déjanos oír esos gemidos —exigió, su mano deslizándose hacia su clítoris, masajeándolo con movimientos circulares.
Mi mamá, con un grito de placer, se corrió, su cuerpo temblando con la intensidad del orgasmo. Pero los hombres no se detuvieron. Siguieron follándola, cambiando de posición, explorando cada rincón de su cuerpo con sus manos y sus lenguas.
—Dios, son increíbles —susurró mi mamá, su voz apenas audible entre gemidos.
—Y tú, eres una puta—respondió uno de ellos, besando su cuello, sus dientes rozando su piel sensible.
La escena continuó, con mi mamá recibiendo placer de ambas partes, sus gemidos y gritos llenando la biblioteca. Los hombres se levantaron, y mi mamá, con una agilidad sorprendente, se empinó, chupando el pene de uno de ellos mientras el otro la seguía follando, embistiendo por detrás.
Mi mamá tomaba el pene del hombre frente a ella con ambas manos, su boca trabajando con un ritmo perfecto, sus labios estirados al máximo.
—Mmm, sí, así, chúpalo bien —gruñó el hombre, sus manos enredadas en su cabello, guiando su cabeza hacia arriba y hacia abajo.
Detrás de ella, el otro hombre agarraba sus caderas con fuerza, sus dedos marcando su piel mientras la penetraba con embestidas profundas y brutales.
—Te sientes deliciosa, Evelyn. Tu coño está tan apretado —jadeó, su voz llena de lujuria.
Mi mamá, con el pene del primer hombre aún en su boca, gimió en respuesta, el sonido vibrando alrededor de su erección, haciendo que el hombre temblara de placer.
—Sí, sí, así. No pares —suplicó, sus ojos cerrados, su cabeza echada hacia atrás.
El hombre detrás de ella, con un gruñido gutural, aumentó el ritmo, sus caderas moviéndose con una ferocidad que hacía que todo su cuerpo temblara. Con un último empujón profundo, llenó el interior de mi mamá con su semen, su orgasmo llegando con un rugido primitivo.
—¡Mierda, Evelyn! ¡Me corro! —gritó, sus dedos clavándose en su carne mientras se vaciaba dentro de ella.
Mi mamá, sintiendo el calor de su semen, gimió alrededor del pene que aún chupaba, su propio cuerpo temblando con la intensidad del momento.
—Mmm, sí. Dámelo todo —murmuró, tragando cada gota.
El hombre que aún no se había corrido se puso detrás de ella, su pene duro y listo. Con una sonrisa pícara, se inclinó hacia adelante, susurrándole al oído:
—Ahora, mi turno, Evelyn. Pero esta vez, por aquí —dijo, sus dedos rozando su ano.
Mi mamá, con una mezcla de anticipación y nerviosismo, asintió, separando ligeramente las piernas para darle mejor acceso.
—Sí, por favor. —suplicó, su voz temblando ligeramente.
El hombre, con una paciencia que contrastaba con su anterior ferocidad, comenzó a penetrarla analmente. Mi mamá, con un gemido de placer y dolor, se empujó hacia atrás, tomando más de él dentro de ella.
—Sí, así. Lléname, por favor —suplicó, sus manos agarrando las sábanas con fuerza.
El hombre, con un gruñido de aprobación, comenzó a moverse, sus caderas encontrando un ritmo que hacía que ambos gemieran de placer. Detrás de ellos, el primer hombre, recuperado, se unió de nuevo, posicionándose frente a mi mamá.
—Vamos, Evelyn. Chúpame de nuevo —ordenó, su voz llena de deseo.
Mi mamá, con una sonrisa, tomó su pene en la boca, chupándolo con un entusiasmo renovado.
Me alejé del lugar cuando uno de los hombres me miró. Él no dijo nada, solo continuó disfrutando de mi mamá. Con el pasar de los días, me di cuenta de que el señor Arturo sabía que mi mamá se follaba a los hombres que ella quería, sin decirle nada. Varias veces, él llegó y ella estaba ya sea con los jardineros, el chofer, incluso con el chico que recogía la basura.
Una tarde, mientras estaba en mi habitación, escuché voces en el pasillo. Era el señor Arturo discutiendo con mi mamá.
—Evelyn, sé que te estás follando a otros hombres. Lo he visto, lo he escuchado —dijo Arturo, su voz temblando de emoción contenida.
—Arturo, yo… —comenzó mi mamá, pero él la interrumpió.
—No, Evelyn. No me mientas. Te he visto con el chofer, con los jardineros, incluso con ese chico de la basura. ¿Por qué, Evelyn? ¿Por qué me haces esto? —preguntó, su voz llena de dolor.
Mi mamá, con una expresión de culpabilidad, tomó sus manos.
—Arturo, yo te quiero. Pero mi cuerpo necesita más. Necesito sentirme deseada, necesitada. Tú eres un hombre maravilloso, pero… —hizo una pausa, buscando las palabras correctas.
—Pero ¿qué, Evelyn? —presionó Arturo, su voz casi un susurro.
—Pero no me das lo que necesito. Mi cuerpo me pide más, y no puedo negarme a ello —respondió mi mamá, sus ojos llenos de lágrimas — los chicos que eliges para mi no son suficientes — dijo mi mamá.
—Será mejor que nos divorciemos Arturo no quiero hacerte daño — dijo mi mamá con un tono fingido
Arturo, con una expresión de resignación, asintió.
—Lo entiendo, Evelyn. Haré lo que sea necesario para que estés satisfecha. Solo… no me dejes. Quédate conmigo —suplicó, su voz llena de desesperación.
Mi mamá, con una sonrisa falsa, lo abrazó.
—No te preocupes, Arturo. No te dejaré. Solo necesito… explorar. Necesito sentirme viva —dijo, besando su mejilla.
Arturo, con un suspiro, asintió.
—Está bien, Evelyn. Haz lo que necesites. Solo… dímelo. Dime con quién estás, dime cuándo. No me dejes en la oscuridad —pidió, su voz firme pero suave.
Mi mamá, con una sonrisa, asintió.
—Lo prometo, Arturo. Te lo diré. Siempre —dijo, sellando su promesa con un beso.
Me di cuenta de que mi mamá no solo era una interesada, también una puta, y solo se aprovechaba del señor Arturo, algo que desaprobaba, pero no dejaría que ella se saliera con la suya. Así que comencé a chantajearla de la misma manera que ella hacía con él, diciéndole que me iría con mi padre si ella no accedía a lo que yo le pidiera o le mandara. Al principio, parecía que no le importaba. Incluso hice mis maletas y estaba esperando el taxi, y ella seguía en su papel de «vete, me da igual».
Solo que tenía una carta bajo la manga: mi papá me daba dinero, a pesar de que técnicamente ya era mayor de edad. Él siempre le mandaba dinero por si yo necesitara algo, algo que ella no había tomado en cuenta. Así que, antes de irme, le dije una mentira:
—Oye, mamá, por cierto, me dijo mi papá que ahora que viviré con él, ya no te dará dinero.
Ella se molestó.
—¿Cómo que ya no me dará dinero? —preguntó, enojada.
—Ya no lo vas a necesitar, porque ya estaré viviendo con él —respondí.
Ella, agarrando mi maleta, la metió de nuevo en la casa.
—¡Tú no vas a ningún lado! Solo quieren dejarme sola y a mi suerte, tú y tu papá —exclamó, su voz llena de desesperación.
—Pero, mamá, tú tienes al señor Arturo —dije.
—Eso no importa —gritó ella.
—De acuerdo, me quedaré, pero harás lo que yo te pida —dije, triunfante.
—Pero olvídate de que te compre cosas caras —respondió, molesta, dándose por vencida.
Una vez que me quedé, comencé a tratarla como mi sirvienta personal.
—Mamá, tráeme un vaso de agua —ordené, recostado en el sillón de la sala.
—Claro. Enseguida —respondió, dirigiéndose a la cocina con una sonrisa forzada.
Mientras ella preparaba el vaso de agua, aproveché para encender la televisión y poner un canal de deportes.
—Mamá, necesito que me laves la ropa. Está toda sucia —dije, señalando la pila de ropa tirada en el suelo de mi habitación.
—Por supuesto. Lo haré ahora mismo —respondió, comenzando a recoger la ropa con cuidado.
—Y tráeme una botella de whisky. Necesito relajarme —añadí, sabiendo que el alcohol la haría más complaciente.
Ella asintió y se dirigió a la cocina, regresando unos minutos después con una copa llena de vino tinto.
—Aquí tienes—dijo.
—toma conmigo —ordene y ella comenzó también a tomar whisky, estuvimos tomando por una rato, o mas bien ella tomaba ya que yo llegue a tomar dos vasos y después fingía que están tomando
Al ver que ella ya estaba ebria y al recordar cómo se la follaban, mis demandas se volvieron más explícitas y personales.
—Mamá, necesito que me hagas una mamada. Estoy muy tenso —dije un día, mientras ella pasaba la aspiradora en mi habitación.
—¿Qué? Luis, no puedo hacer eso —respondió, sorprendida y con un tono de reproche.
—Claro que puedes. Lo haces con todos los hombres que te follan. O haces esto, o me voy con mi padre. Tú eliges —respondí, con una sonrisa pícara.
Ella, con una mezcla de resignación y disgusto, se opuso más de lo esperado.
—Luis, esto no está bien. No puedes obligarme a hacer esto —dijo, su voz temblando ligeramente.
—Mamá, o lo haces, o me voy. Y sabes que sin mí, estarás perdida. El señor Arturo no te mantendrá por mucho tiempo —insistí, mi tono firme y decidido.
Con un suspiro de rendición, se acercó a mí, sus movimientos lentos y vacilantes.
—Está bien. Pero solo porque me obligas —susurró, antes de arrodillarse frente a mí y comenzar a desabrocharme el pantalón.
Mi mamá movía su cabeza arriba y abajo, sus labios estirados al máximo, intentando cumplir con mi demanda lo mejor que podía.
—Mmm, sí, así. Más profundo —gemí, mis manos enredadas en su cabello, guiando su cabeza hacia arriba y hacia abajo.
Ella, con una expresión de concentración y un toque de disgusto, continuó chupando, sus manos acariciando mis muslos en un intento de hacer el acto más placentero.
—Sí, mamá. Así, no pares —supliqué, sintiendo cómo mi placer crecía con cada movimiento, a pesar de la falta de entusiasmo en sus acciones.
Finalmente, con un gemido gutural, me corrí en su boca, sintiendo cómo tragaba cada gota.
—Mmm, delicioso —murmuró, limpiándose los labios con el dorso de la mano. Luego, tomó otro vaso y siguió bebiendo, sus movimientos más relajados y menos tensos, como si el alcohol hubiera nublado su juicio y sus inhibiciones.
Después de recuperarme de la corrida, me levanté, tomé a mi mamá y la llevé a mi habitación. Allí, comencé a besarla, poco a poco desnudándola, quitándole cada prenda: blusa, falda, brasier y su tanga, dejando a la vista su vagina.
La escena era intensa y morbosa. Mi mamá, con su cuerpo expuesto y vulnerable, se dejaba hacer, sus movimientos lentos y vacilantes.
—Mamá, te deseo —susurré, mientras mis manos exploraban su cuerpo, acariciando sus pechos, su cintura, sus caderas.
Ella, con una mezcla de resignación y deseo, respondió a mis caricias, sus gemidos suaves y entrecortados.
—Luis, por favor, sé suave —suplicó, su voz apenas audible.
La acosté en la cama, posicionándome entre sus piernas, sintiendo el calor de su cuerpo contra el mío.
—Te daré lo que necesitas, mamá —dije, antes de penetrarla con un movimiento lento pero firme.
Ella, con un gemido de placer y dolor, se aferró a mis hombros, sus uñas clavándose en mi piel.
—Sí, así. Más profundo —supliqué, comenzando a moverme con un ritmo constante, mis caderas chocando contra las suyas.
La follé con intensidad, sintiendo cómo su cuerpo respondía al mío, sus gemidos aumentando con cada embestida.
—Mamá, te sientes tan bien —gemí, mi voz llena de lujuria.
Ella, con una expresión de éxtasis, se corrió, su cuerpo temblando con la intensidad del orgasmo, apretando mi pene con sus músculos internos.
—Sí, sí, así. No pares —suplicó, sus manos agarrando mis nalgas, guiándome más profundo.
Finalmente, con un último empujón, me corrí dentro de ella, sintiendo cómo mi semen llenaba su vagina.
—Mmm, mamá. Te amo —murmuré, besando su cuello.
Me levanté para ir al baño después de follármela. Al salir, me llevé una sorpresa: el señor Arturo estaba afuera, apoyado en la pared de la misma forma que lo vi cuando esperaba a mi madre mientras follaba con otros hombres. No me dirigió una palabra ni la mirada, pero me sorprendí al ver que estaba con los pantalones abajo, con una erección y masturbándose. ¿Acaso se excitó así al saber que me estaba follando a mi propia madre? pensé, le dije:
—Entra y hazlo con ella. No seas tonto, usa esa excitación que sientes para follartela.
Me hice a un lado y lo dejé entrar. Él entró y se encerró con mi mamá. La verdad, pensé que eso le ayudaría a él, pero no fue como pensaba, porque después me dijo mi mamá que se corrió unos minutos después y no duró, pero al menos se la pudo follar me dije a mi mismo.


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