Mi preciosa princesita (capítulo 10)
Mi vida con Martina entra en una nueva normalidad.
Cuando nuestros encuentros se ceñían a unas pocas horas los miércoles, maldecía porque me parecía una mierda. Luego, a pesar de no ser creyente, recé por poder volver a tenerla esas tres escasas horas.
Al día siguiente de la muerte de sus padres, los Servicios Sociales se la llevaron y yo tuve que ir al depósito a reconocer los cadáveres. No fue agradable porque su vehiculo fue aplastado por una hormigonera que se les subió encima. Los cuerpos habían quedado destrozados e incluso el del padre estaba partido por la mitad. Lógicamente yo no lo vi, pero me lo comentaron los forenses. La madre estaba también muy deteriorada, pero por fortuna la cara la tenía casi intacta. No tuve dificultad en identificarlos.
Gente de Asuntos Sociales entraron en la casa de Martina para coger ropa utilizando las llaves que los padres llevaban encima en el momento del accidente. Después nada hasta que tres meses después alguien llegó a casa para hablar conmigo. Fue una conversación larga porque antes de contestar a sus preguntas me tuvo que contestar a todas la que la hice sobre Martina. No me voy a enrollar con esto, pero resumiendo mucho, en las entrevistas que los psicólogos habían tenido con Martina había salido a relucir el enorme apego que tenía conmigo. Al principio me acojoné ante la posibilidad que hubieran descubierto nuestra relación, pero rápidamente vi que no.
La cuestión estaba en que la niña no tenía familia. Su madre creció en un orfanato rumano. Al padre solo le quedaba un hermano, pero era impensable que se hiciera cargo de su sobrina porque estaba en la cárcel con una larga condena por asesinato. La persona que llevaba el caso de la niña era reacia a que fuera pasando por pisos de acogida además de que ella se negaba a ir, además, la habían enviado al centro de acogida de El Escorial que era un lugar poco idóneo para una niña como Martina. La única posibilidad era que yo me hiciera cargo de ella. El único problema, pero muy importante, era que yo vivía solo y no tenía formada una familia de algún tipo. No me voy a enrollar mucho sobre ese asunto, pero después de muchas entrevistas e investigaciones sobre mi situación económica, finalmente pude adoptarla. En esos meses nos vimos tres veces en presencia de los psicólogos para que nos evaluaran.
Antes de que todo esto ocurriera, había decidido hacerme una vasectomía: no me molaba el látex. Al mes de los sucesos me llamaron para hacerlo y estuve tentado de echarme atrás, pero finalmente lo hice. Por precaución congelé muestras de mi semen para un banco de lo mismo.
Unos días antes del primer aniversario de la muerte de sus padres, un viernes por la tarde, me citaron en el centro de acogida de El Escorial para recogerla. Nada más verme, Martina se abrazó llorando a mi. Por supuesto yo también lo hice, pero me corté con los besos. Después se abrazó con la funcionaria que había llevado su caso y con su maletita nos fuimos al coche. Cuando llegamos y nos acomodamos en su interior nos miramos y vi claramente su intención.
—Aquí no mi amor. A ver si vamos a meter la pata en el último momento.
—¿Y en el ascensor de casa? —preguntó Martina riendo.
—Ahí menos. Tienes a las vecinas pendientes de tu llegada. Están como locas por tenerte otra vez en casa, —dije arrancando el coche.
—Yo también tengo ganas de verlas.
—Estos meses han estado muy preocupadas y se alegraron mucho cuando las dije que había ciertas posibilidades de adoptarte.
Efectivamente, cuando llegamos y aparcamos en el garaje, inmediatamente aparecieron una docena de vecinos. Pasó por los brazos de todos y todos las besaron con lágrimas en los ojos. Incluso la habían comprado un ramo de flores. Finalmente, subimos a casa y ante la sorpresa de Martina abrí la suya.
—¿Vamos a vivir aquí?
—Está casa es mucho más grande que la mía y ya lo he hablado con los de Servicios Sociales, —respondí entrando—. Tu habitación…
—Pero yo quiero dormir contigo, —me interrumpió.
—Y lo vas a hacer, —dije abrazándola—, pero tienes que tener tu dormitorio por si acaso.
—¿Qué puede pasar?
—Que tengamos visitas o una inspección: tu dormitorio tiene que estar como si se utilizara. Incluso tienes que tener ropa en el armario.
—¿Cómo si se utilizara?
—Así es mi amor.
—Toda la ropa que traigo del centro de acogida la quiero tirar, —dijo entrando en el baño mientras se quitaba la ropa para ducharse.
—Vale, pero mejor otro día, —respondí mirando como se quedaba desnuda. Me senté en el bidé y cogiéndola por las caderas la dí la vuelta.—. Menudo estirón has dado. La ropa que tienes aquí no creo que te valga.
—¿Ya no te gusto como antes? —preguntó mientras me abrazaba.
—¿Qué si me gustas? Me apasionas, pero quiero pedirte una cosa.
—¿El qué?
—Esos pelitos que empiezan a crecer en tu chochito tienen que desaparecer, —y atrapando uno de sus pezones con los labios, dije después—. Y necesitaras sujetadores. Te están creciendo unas tetitas preciosas, como tú.
Yo también la abrace y juntando mis labios con los suyos la morreé. Desde el mismo momento en que percibí su olor, la polla se disparó. Había pensado en irme rápido a la cama y que allí sucediera todo, pero que cojones, con ella siempre me pasa lo mismo. Me bajé el pantalón y rápidamente se arrodilló y empezó a chupármela. Bueno, si me descarga ahora para la cama ya pensaré otra cosa: tengo muchas ideas. No duré mucho porque a mi lógica ansiedad por llegar casi un año sin ponerla la mano encima hay que añadir que desde allí, sentado en el bidé tenía en espejo grande de frente y la veía con toda claridad su trasero y su perfecta línea vaginal. Me corrí y la llené la boca de semen. Mi amor me miró con una sonrisa, abrió la boca llena de esperma y se lo tragó. Nunca lo había hecho, y me refiero a representar de una manera tan evidente algo que hacia desde el primer momento.
Nos levantamos, terminé de desnudarme y entramos en la ducha. La estuve limpiando con la esponja concienzudamente y ella se dejó hacer. Cuando pasaba la mano por sus tetitas enjabonadas me di cuenta de que definitivamente me encantaban. Aunque claramente estaban en desarrollo, si había salido a su madre no irían mucho más allá. Por mi perfecto: no me gustan las mujeres abundantes.
—¿Tienes hambre? —pregunté y ella asintió—. Tengo pescado.
Mientras lo preparaba, se sentó en una silla en la mesa de cocina y estuvimos charlando. Más que nada la informé de lo que había estado haciendo estos días desde que me informaron del día que tenía que recoger a Martina.
—Lo primero mi amor es que está casa es tuya y hasta que seas mayor de edad yo la administro. Con el resto de pertenencias de tus padres y el dinero de la cuenta familiar pasa lo mismo. Ahora estamos a la espera de que el seguro pague la póliza de accidente que tenían, pero en principio tardara unos meses porque la hormigonera no lo tenía todo en regla. Con todo voy a hacer un fondo de inversión para que tu dinero no pierda valor y que aumente en lo posible.
—Me da igual: haz lo que quieras.
—Toda la ropa de tu padre la he metido en cajas y la he bajado al trastero. Ya me dirás si quieres conservarla o la quieres donar. Los relojes y las joyas las tengo aquí. Lo de tu madre no lo he tocado hasta que tu lo veas. Hay ropa que ya te vale si la quieres utilizar, si no, lo metemos en cajas y abajo.
—Vale, luego lo miro.
—Luego no creo porque vas a estar muy ocupada, —dije riendo y ella también sonrió—. Ya lo haremos mañana.
—¿Y el cole? Me dijeron que el lunes iba a ir…
—He encontrado uno privado que te acepta estos dos meses que quedan para que termine el curso y que tiene profes de apoyo. No está lejos, pero tiene transporte que para aquí al lado. Para el curso que viene ya vemos si quieres seguir o buscamos otro. Lo único que te pido es que no sea de curas. No quiero religiones influyendo en tu educación, —Martina asintió empezando a comer lo que la había puesto delante. Yo también me senté con mi plato—. Mañana revisamos las cosas de tu madre y luego por la tarde podemos ir a comprar lo que te haga falta. Por cierto, tu mamá iba siempre muy enjoyada y aunque he visto un par de joyeros, yo creo que falta mucho. ¿Sabes dónde lo guardaba? —Martina asintió—. Pues mañana lo buscamos y lo tienes todo junto.
—¿Puedo preguntarte una cosa, bueno dos?
—Puedes preguntarme lo que quieras mi amor.
—A partir de ahora ¿las cosas van a ser como aquel fin de semana?
—No, porque tu tienes que ir al cole y yo tengo que trabajar y aunque te aseguro que me gustaría, esas dos cosas son sagradas. ¿Y tu que es lo que quieres?
—Yo quiero que hagas conmigo lo que quieras.
—Y yo quiero follarte a todas horas, oír tus gemidos y hacerte gritar de placer. Estoy seguro de que sabremos organizarnos. ¿Y lo segundo?
—¿Quieres que te llame papa?
—Lo que tú quieras. No soy tú padre biológico, pero si quieres, por mí no hay problema.
No hubo problema para organizarnos. Entre semana hacíamos lo necesario para controlar nuestra fogosidad sexual, pero eso si, los fines de semana temblaban las paredes. Os recuerdo que yo empiezo a trabajar a la 3:30 AM (8:00 AM en Mumbai) y termino entre las 11 y las 12. Después como algo ligero, generalmente fruta, y me echo una pequeña siesta. Me levanto, paso la aspiradora y cuando a eso de las 17:00h llega Martina follamos: nada muy elaborado. Después nos duchamos, la tarea del cole, la cena, algo de tele y a eso de la 22:00 a la cama, sexo y a dormir. Eso si, los fines de semana son memorables.
A estas alturas creo que no hace falta contar como es Martina, pero por si hay algún despistado, voy a hacer un pequeño inciso. Ahora mismo, Martina es una preciosa adolescente de 12 años y pico y 1,49 de estatura. A pesar de que ya no practica la gimnasia y no lleva una dieta tan estricta, sigue siendo muy delgada. El pecho ya ha florecido, y no espero que lo desarrolle mucho. Por antecedentes familiares (su madre no tenía mucho y además era muy pequeñita). Ya ha empezado a menstruar, pero la verdad es que por el momento lo tiene controlado y no la causa problemas. El pelo lo tiene castaño claro igual que los ojos. No está morena porque no toma el sol y además nunca ha ido a la playa, sin lugar a dudas algo a solucionar.
Sexualmente es extremadamente activa, pero muy sumisa (la gusta que la aten), que la hagan muchas cosas y constantemente, y que no se pueda resistir a los orgasmos que produce como si fuera una fabrica. Es claramente multiorgásmica y por el momento ligeramente masoquista (sus limites están por descubrir). Su principal afán es servirme y estar a mi disposición y desde luego estoy encantado: no me voy a quejar. Ya veremos cuando sea adulta como va a pensar, pero por el momento…
Terminamos de cenar mientras seguíamos charlando y después se fue al baño mientras terminaba de recoger la cocina. Me dirigí al dormitorio principal y me la encontré sobre la cama.
—¿Has traído los juguetes?
—Por supuesto mi amor, —dije sacando un maletín del armario. Lo deposité a los pies de la cama y lo abrí. Sin decir nada, me ofreció las muñecas y sonriendo, cogí las muñequeras y se las puse uniéndolas por detrás de la espalda. A continuación, la coloqué las tobilleras y las uní también. Después con la mordaza de bola y un collar de perro de la mano me tumbe junto a ella y durante mucho tiempo la estuve morreando. Como no la estimulaba la zona vaginal, ella no hacia más que intentar frotarse los muslos en un intento de autoprovocarse placer. Tardé en saciarme y cuando lo hice, la coloqué la mordaza. Entonces empecé a repasarla el cuello mientras la tiraba de la coleta hacia atrás y cuando terminé la puse el collar de perro de cuero. Iba a ser sistemático porque llevaba casi un año sin saborearla, sin olerla, sin amarla. Pasé a sus hombros y por fin a sus tetitas. Me agradó comprobar que a pesar de la posición un poco forzada hacia a tras algo se la notaban.
Metí un dedo en su vagina y casi automáticamente tuvo el primer orgasmo. Mientras tanto, yo seguía a lo mío con sus pezones y con la polla a punto de reventar desuní el mosquetón que unía muñequeras y tobilleras y la coloqué de rodillas. Con una correita uní las muñequeras al collar de perro para que sus manitas quedaran altas y no me estorbaran, me unté bien la polla de lubricante y puse la punta en la estrecha entrada de su orificio anal. Presioné y la punta entró. La mantuve ahí mientras la recorría el torso y mi amor gemía. Baje la mano derecha y la alojé en su vagina empezando a estimularla mientras poco a poco la iba introduciendo. Martina emitía chillidos apagados por la mordaza y cuando la tuve toda dentro empecé a bombear. Lo hice despacio porque quería aguantar lo más posible, pero al final me corrí mientras bramaba como un búfalo.
No la saqué, la mantuve penetrada mientras insistía con la mano y la provocaba otro orgasmo. No es meritorio, es muy fácil. La deje caer con suavidad sobre la cama y la libere de sujeciones. Después, la di la vuelta, me tumbe sobre ella y estuve besando cada centímetro de su piel mientras ella, con los ojos cerrados sonreía complacida.
Cuando se tranquilizó, me cogió la cabeza con sus manitas y me beso en los labios. Después, mirándome dijo—: que ganas tenía de que me volvieras a follar.
Me hizo gracia oír estas palabras en boca de una niña de doce años. La abracé y después de besarla tan intensamente que casi se me vuelve a poner dura, la dije bromeando—: si fuera por mí, te estaría follando a todas horas, pero ya tengo una edad y estaría bien que no me diera un infarto.
Soltó una sonora carcajada y me volvió a besar en los labios.
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