Mi preciosa princesita (capitulo 11)
Reencuentro y vida normal.
Como recordaba, desperté por la mañana sintiendo su cálido cuerpecito a mi lado. Me ofrecía el traserito porque estaba abrazada a un perrito de peluche bastante feote que había sacado de entre los cientos que hay en su dormitorio. El cocodrilo había desaparecido en su paso por el centro de acogida. Miré el watch y me sorprendió ver que eran las 9:34 de la mañana. La verdad es que nos dormimos tarde porque después de follar estuvimos mucho tiempo charlando, pero aun así, es raro en mi acostumbrado como estoy a dormir poco.
Hice la cuchara con ella y la polla, reaccionó automáticamente de manera desmesurada al entrar en contacto con su cálida piel. Aparté la coleta e introduje la nariz en su cogote mientras con la mano derecha exploraba sigilosamente sus tetitas: no quería despertar a mi tesoro.
La sorpresa fue que al rato, Martina apartó el perrito y echó hacia atrás la mano libre y me agarró la polla. Después, mientras yo la achuchaba más, intentó poner la punta del prepucio en su orificio anal.
—Mi amor, no seas borriquilla, —la reprendí con cariño y alargando la mano cogí el bote de lubricante y puse un poco en su ano y en la punta de mi polla—. Prueba ahora.
Lo intentó otra vez y entró con cierta facilidad. Ella misma fue apretando su traserito contra mi pelvis hasta que quedó totalmente penetrada. Pasé mi brazo izquierdo por debajo y la sujete las manitas mientras que la derecha se alojaba en su maravillosa vagina antes de que ella me cortara el paso cerrando los muslos. La follé muy lento mientras la besuqueaba el cuello. Inmediatamente empezó a jadear mientras como siempre intentaba liberarse las manos. Como siempre empezó a encadenar orgasmos por la acción de mi mano sobre su clítoris. Porque hace mucho, en realidad desde el principio, me di cuenta de que Martina es principalmente clitoriniana. Por el ano y por la vagina también llega al orgasmo, pero con la estimulación del clítoris es casi automático. Por eso no quiero que tarde en alcanzarlos y siempre, en cualquier circunstancia la estimulación clitoridiana no falta. También admito que es egoísta por mi parte, porque si hay algo que me vuelve loco es oírla chillar de placer.
Finalmente, me corrí y permanecimos pegados unos minutos, descansando mientras mi polla perdía consistencia en su interior. Ella misma se salió y girándose me abrazó mientras me pasaba la pierna sobre mi. Por supuesto la morreé y finalmente me miró con sus grandes ojos castaños y me preguntó—: ¿me amas o solo quieres follarme?
—La palabra amor no te hace justicia, lo hago con todo mi ser y el follarte es un complemento maravilloso e imprescindible. ¿Y tú?
—Yo también te quiero, y quiero que hagas todo lo que te guste.
—Genial mi amor, pero tu también tienes que disfrutar. Tu placer es mi placer. Prométeme que si hay algo que no te gusta me lo vas a decir.
—Te lo prometo, pero es que todo me gusta, incluso cuando al principio me pegaste en el culo.
—¿Y hay algo que te guste especialmente?
—Estar atada, inmovilizada, sentirme indefensa. Sé que no me vas a hacer ningún mal, pero no sé, es una sensación muy especial para mi… además… me excita mucho.
—¿Confías en mi?
—Totalmente.
—¿Y hay algo más que te guste?
—Ya te he dicho que me gusta todo… bueno si, cuando terminas de follarme y me llenas de besos.
—Pues entonces te has cagado.
—¡Genial! —exclamó Martina riendo.
—¿Y por qué dices que yo te follo? Follamos los dos. Para mi seria impensable hacerlo sin ti.
—Siempre estoy atada y hago poco… y quiero estar atada y hacer poco.
—Aún así, follamos los dos, independientemente del rol de cada uno, —y dándola un azote cariñoso en el trasero, la dije—: muy bien mi amor, vamos a desayunar y revisamos la ropa de tu madre.
—¡Guay!
Estuvimos el resto de la mañana revisando la ropa. Se quedó con algunas cosas y el resto lo empaquetamos en cajas para bajarlas al trastero. Las joyas fueron apareciendo y finalmente llenamos un cajón de la cómoda. La verdad es que había mucho dinero en oro.
—Es que a los rumanos les mola el oro, —comentó Martina riendo.
—Mi amor, el oro le mola a todo el mundo, —respondí riendo.
—¿A ti también?
—Estéticamente no, pero si lo que representa.
—¿Qué representa?
—Riqueza, poder.
—¿Y tú tienes…?
—Tengo mucho mi amor, pero me temo que nunca es lo suficiente, —respondí riendo—. Podría dejar de trabajar si quisiera.
—¿Y por qué no lo haces?
—Porque soy un enamorado de mi trabajo: lo que hago me apasiona. Tu también tienes, pero por el momento no lo suficiente.
—¿Lo dices por esto? —preguntó señalando el cajón de sus joyas.
—Principalmente por lo que tus papas tenían en el banco. En una cuenta familiar y en un par de inversión. También está lo del seguro. Con todo eso voy a crear una cuenta de inversión a tu nombre y al mío. Tengo los papeles en el despacho para que los firmes.
—Vale, —respondió sacando un estuche del armario—. Mira, la depiladora de mamá.
—Pues eso te puede venir bien para eliminar los pelillos del chochito.
—¡Uf! No sé si seré capaz.
—¿Por?
—Porque vi muchas veces a mamá hacerlo y no se como lo aguantaba. Esto arranca los pelos de raíz y duele mazo.
—Pues en eso te puedo ayudar. Te ato para que no te muevas y te paso la maquina esa, —y riendo añadí—: puede ser divertido.
—La verdad es que si, —respondió con naturalidad tocándose la vagina. La verdad es que su respuesta me dejó sorprendido.
—De todas maneras podemos mirar lo de la depilación láser, lo que pasa es que no se si con tu edad…
—Podemos preguntar, pero en el centro de acogida había una niña que decía que se lo había hecho.
—Vale, pues lo preguntamos. Vamos a mirar lo que hay en tu armario porque seguro que toda tu ropa se habrá quedado pequeña. Y los zapatos. Está tarde nos vamos de compras.
—En casa no me hace falta, —dijo muy chulita.
—¿Quieres estar siempre desnuda? —la pregunté divertido y afirmó vigorosamente con la cabeza—. Yo encantado mi amor, pero para salir a la calle tendrás que ponerte algo, digo yo.
—Claro que si listillo, —respondió sacando un bañador de cuerpo entero.
—Claramente necesitas bikinis para la playa.
—¿Para la playa? —me preguntó mirándome.
—Claro mi amor.
—Nunca he estado en la playa.
—¿Nunca? —negó con la cabeza—. Pues este verano vas a ir. Yo voy todos los años.
—Creía que no te ibas de vacaciones, que siempre trabajabas.
—Siempre trabajo mi amor, pero un par de semanas a primeros de julio me voy a la playa, a un hotel que hay en Almería, en la zona de Vera. Trabajo como aquí, pero luego me bajo a la piscina o a la playa.
—Pues entonces necesito bikinis, —afirmó metiendo los bañadores en la bolsa de ropa para donar.
—Compra varios: la mitad tangas, —dije—. Vemos como está el ambiente con las niñas de tu edad y si puedes te los pones. Creo que me va a gustar verte el culo en público. Además, cerca hay una zona nudista.
—¿Sí? Como mola, —afirmó—. Por supuesto vamos a ir.
—Ya veremos.
—¡Jo papá!
Finalmente, lo empaquetamos todo y como ya era la hora de comer, pedimos un chino. Dimos cuenta del arroz tres delicias y del pato pekinés y nos fuimos a la cama. No me anduve con rodeos y lo primero que hice fue ponerla las muñequeras y sujetárselas por detrás de la espalda. Después la coloqué las tobilleras y las uní. Me tumbé a su lado y sistemáticamente empecé a besarla. Por supuesto empecé por su boca y cuando comencé a descender la coloqué la mordaza de bola y el collar de perro. Seguí descendiendo hasta llegar a los pies dónde reconozco que me entretuve más de la cuenta. Como me gustan. Con la polla a punto de reventar la solté los tobillos y después de lubricarla la penetré. Varios orgasmos después, yo también me corrí mientras la sujetaba la cabeza para ver nítidamente la expresión de su carita.
—¿Y el preservativo? —me preguntó nada más que la quité la mordaza.
—Ya no nos hace falta, —la respondí y la conté lo de la operación.
—Genial, —dijo mientras la llenaba de besos.
Miles de besos después, nos duchamos y nos empezamos a preparar para salir de compras. Como estábamos a finales de abril y el tiempo acompañaba con una ola de calor propia de agosto, me dejó elegir a mi y la puse un vestido elástico corto de su madre que a ella la llegaba por encima de la rodilla. Era de color rosa palo y aunque no la ajustaba mucho la quedaba genial.
—La ropa interior también te la pongo yo, —bromeé cuando vi que cogía unas braguitas. Me arrodille junto a ella, la subí el vestido, la separé las piernas y con cuidado la metí en el culito el tapón anal que además iba a juego con el color del vestido: el brillante era rosa. Después la miré y quedaba genial—. Perfecta.
La puse unas sandalias sin tacón y así nos bajamos al parking a por el coche.
—¿A dónde vamos?
—Al centro. Hay están todas las grandes cadenas y para lo básico es lo mejor.
—¿Y puedes entrar ahí con el coche?
—Con este coche si porque es hibrido-enchufable, si no, no podríamos entrar en Madrid Central.
Aparcamos en la plaza de El Carmen y durante el resto de la tarde estuvimos recorriendo todas las grandes superficies de la zona. Incluso hice un par de viajes al coche para dejar bolsas. Cerca de las 21:30 dejamos el último cargamento de bolsas y nos metimos en un kebab a cenar. En la vida se me hubiera ocurrido meterme en un sitio de esos, pero por supuesto fue deseo de Martina.
Llegamos a casa y directamente dejamos todas las bolsas en su dormitorio.
—Voy a ducharme, —dijo, pero la cogí de la mano y la llevé a la cama—. He sudado mucho está tarde.
—Mejor, —la respondí sacándola el vestido por arriba. Se tumbó en la cama mientras rápidamente me desnudaba. Me coloqué a su lado e inmediatamente empecé a besarla, a meter la nariz en su axila olfateándola. Que bien huele. Metí la mano entre sus piernas, empecé a estimularla e inmediatamente empezó a reaccionar. Después de lubricarla la penetré colocándome sobre ella. Apoyado en los codos la estuve follando y cuando ya la había provocado un par de orgasmos aceleré y me corrí mientras los dos gritábamos de placer. Bueno, yo más que gritar, berreé como siempre.
La cubrí de besos como siempre y después a dormir: Martina pasó de ducharse.
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