Mi preciosa princesita (capitulo 6)
Seguimos con nuestras actividades haciendo cosas nuevas..
Abrí los ojos en la penumbra de la habitación y me encontré abrazado al cocodrilo. Martina seguía durmiendo profundamente al otro lado del peluche. Lo lancé fuera de la cama y me acoplé a ella haciendo la cuchara. Metí la cara en su cogote y la aspire mientras rozaba la polla con sus pies. ¡Joder! Que bien huele. Y se me puso tiesa. Miré el watch y eran las nueve. Como si seguía allí iba a terminar despertándola, decidí levantarme, pero antes de salir de la habitación coloqué a su lado el cocodrilo. Me preparé un café y me senté en el despacho a trabajar un poco. Estaba de días libres, pero aun así, fui haciendo cosas preparando carpetas.
A eso de las diez y pico, Martina apareció en la puerta del despacho y me miró como una zombi con el cocodrilo debajo del brazo.
—Buenos días mi amor, ¿has hecho pis? —me miró como si no me entendiera y después se dio la vuelta y entró al baño. Me hizo gracia porque ya llevaba el tapón más grande y los 4 cm del brillantito eran muy evidente entre las cachas de su culito. Al momento salió y me miró como si me acabara de ver—. ¿Quieres que te prepare algo de desayunar?
Primero se encogió de hombros para a continuación afirmar con la cabeza—. ¿Quieres fruta o cereales?
—¿Hay pera? —preguntó y afirmé con la cabeza. Me fui a la zona de la cocina y ella me siguió, se subió a la banqueta y en la de al lado puso al cocodrilo.
—¿Qué tal has dormido mi amor?
—Bien, —respondió con su vocecita. La veía muy tranquila, como si todo lo que pasó la noche anterior fuera normal. Cogí la pera, la pele y se la troceé en un cuenco. Se la puse delante y saqué un zumito de la nevera y se lo entregué—. Gracias.
—¿Quieres algo más, cereales tal vez?
—No, que tengo que mantenerme en el peso, —y ante la cara de extrañeza que puse, añadió riendo—: ¿te acuerdas que hago gimnasia artística y ballet?
—Perdona mi amor.
—¿Qué tienes pensado para hoy?
—¿Qué quieres hacer? —la pregunte a su vez—. ¿Te apetece que demos un paseo?
—Pues no mucho.
—Entonces, me gustaría hacer algo…
—¿Más? —me interrumpió riendo.
—Por supuesto que más, pero ahora en serio: quiero que seas mi modelo.
—¿Tú modelo?
—De fotos, me gustaría que posaras para mí.
—De acuerdo, pero ya me tienes muy grabada.
—No es lo mismo el video que la fotografía. Por cierto, ¿alguna vez, papa o mama te han sacado fotos desnuda?
—No, nunca, —respondió un poco extrañada—. Bueno, ya sabes.
—Esas no cuentan, —dije viendo como se había terminado la pera—. Vamos a empezar. Del carrito que ahora está en el dormitorio, trae los preservativos y el lubricante por favor.
Al oírlo, la carita se la ilumino con una amplia sonrisa. Se bajó del taburete y rápidamente se fue al dormitorio. Mientras, me senté en el sofá y a los pocos segundos, Martina estaba de regreso, me dio todo y además las esposas.
—¿Quieres que te las pongas mi amor? —afirmó con la cabeza y entre mis piernas me dio la espalda. La coloqué las esposas y la sujeté por la cadera para que se estuviera quieta. La miré el traserito dónde reinaba omnipresente el brillante del tapón anal. Como me gustaba: las culonas no me atraen nada. La hice separar las piernas y mientras con una mano la acariciaba los glúteos, con la otra sobeteaba la vagina. La atraje y empecé a besarla el trasero pasando la mano por delante y atacándola el clítoris. Para entonces ya estaba gimiendo y al rato se corría. Cuando lo hizo, la giré, la arrodille y la metí la polla en la boca. Rápidamente se entregó a conciencia. Lo he repetido varias veces, pero es que me encanta ver como se traga mi polla. Cuando consideré que ya la tenía bien mojada, abrí el envoltorio del condón y ante su atenta mirada lo coloque en su sitio. Me unté un poco de vaselina y me limpie la mano en su vagina. La hice poner a horcajadas sobre mis piernas por lo que su chochito se abrió al máximo y ella misma se encargó de colocar la punta en la entrada. Empezó a bajar y poco a poco fue entrando. Por su expresión vi que tenía alguna molestia, pero siguió hasta que entró todo. Erguida y con los ojos cerrados estuvo unos segundos quieta y la deje hacer. Poco a poco empezó a moverse mientras sujetaba la cadera con las manos. Empezar a culear y empezar a gemir fue lo mismo. Quería saborear el momento y desde mi posición veía el torso con sus duros pezoncitos y su carita de placer extremo mientras gritaba. Cuando el deseo la hacia acelerar, la sujetaba por las caderas, lo mismo que cuando intentaba inclinarse sobre mi pecho. Después de un par de escandalosos orgasmos, la abracé y me corrí mientras la llenaba de besos. ¡Joder! Como me gusta oírla gritar, aunque reconozco que estoy en un conflicto porque me da mucho morbo tenerla con la mordaza en la boca. En fin, ojalá todos los problemas tuvieran una solución tan sencilla: iré alternando.
Cuando me recuperé, la tumbé bocarriba sobre mis piernas y mientras una mano la alojaba en su chochito, con la otra la sujeté del cuello. Quería sacarla otro orgasmo. No tiene ningún merito porque es fácil, pero es que como ya he dicho antes, me encanta que grité de placer. Y lo hizo y mucho. ¡Coño! Que casi la follo otra vez. La abracé con todas mis fuerzas y creo que la hice un poco de daño, pero no se quejó.
La dí la vuelta y empecé a remover el tapón. Como siempre, jugué un poco con el hasta que lo extraje: si sigo jugando se corre otra vez. No es que no quisiera, es que quería sacarla las fotos y si seguíamos no iba a dar la hora de comer.
—Vamos mi amor, —dije dándola un cachete cariñoso en el trasero—, dúchate mientras preparo las cosas. Por cierto, ¿qué quieres comer hoy?
—¿Podemos pedir un chino porfi?
—Claro, podemos hacer lo que quieras, —se levantó, me dio un profundo beso y cogiendo el tapón se fue moviendo el culo en dirección al baño.
En el dormitorio, aprovechando que las sabanas de la cama eran negras, quité la de arriba y cubrí el cabecero y las mesillas. Después baje las persianas totalmente para que toda la habitación quedara a oscuras. Quería que su blanco cuerpecito resaltara con el negro de fondo. Encendí los focos y retiré las cámaras de video. Después fui al despacho y saqué del armario la bolsa de fotografía dónde tenía mi Nikon D6 profesional que era mi orgullo. Cuando salió de la ducha y mientras se envolvía en la toalla, entré yo para darme una ducha rápida. Cuando salí y entré al dormitorio la encontré sobre la cama y se había puesto la correa de la cámara y la revisaba.
—Pesa un montón, —dijo mirándome—. ¿Es de video?
—No cariño, solo es de fotos, —respondí sentándome a su lado—. Y pesa casi dos kilos.
Estuve un ratito explicando el funcionamiento, y la verdad es que la cogió el aire rápido. Los niños en general son esponjas con todo lo que tiene que ver con tecnología—. ¿Empezamos mi amor?
—Vale, —respondió entregándome la cámara y el tapón.
—Voy a por lo que falta, —dije y salí del dormitorio. Regresé al momento con una caja que puse sobre el carrito.
—¿Qué es eso? —preguntó interesada saltando de la cama. Saqué el corsé y se lo enseñé, y lo miró como se hubiera visto un ovni. Riendo se lo coloqué un poco por encima, por debajo de sus futuras tetillas y luego la mostré las ligas.
—De eso tiene mamá.
—¿Y de esto? —la pregunté enseñándola los zapatos. Eran de baile porque eran los únicos que encontré con tacón y de su talla. Además, eran un poco abiertos y de color rosa, como el corsé y las ligas. Reaccionó como todas las mujeres con los zapatos: me los quitó de las manos y rápidamente se los puso.
—¡Cómo molan! —exclamó abrazándome después de pasear por el dormitorio—. ¿Me los puedo quedar?
—Claro que si, pero los tendrás que dejar aquí, y el corsé también.
—Vale y me los pongo los miércoles.
—Cuando quieras. Por favor, quítatelos y vamos a empezar: luego te los pones otra vez.
—¡Jo! ¿no me los puedo quedar ya?
—Si te los quedas ahora, luego, cuando te los quites te dejaran marcas en los piececitos y en las fotos queda feo.
—Bueno, vale, —dijo después de pensar en lo que había dicho.
Se los quitó y se subió a la cama. Cogió el tapón y me lo enseño, pero lo deje en el carrito. Como una profesional muy sobreactuada, estuvo posando para mi. Seguía mis indicaciones y otras veces hacia cosas por cuenta propia. Quedaba espectacular con su blanca piel resaltando sobre el fondo negro. Llevaba ya más de un centenar de fotos cuando la puse el tapón y empezamos con una nueva serie. Después la puse el corsé y las ligas y por último los zapatos. Cuando terminé, bueno no tengo claro si había terminado porque más bien me entró la urgencia, dejé la cámara, abrí un preservativo y después de ponérmelo y de untarlo de vaselina, subí a la cama y cogiéndola por detrás la penetré sin muchos miramientos. Chilló, pero desde luego no de dolor y ya no paró porque desde el primer momento, mientras la follaba con la mano derecha la atacaba el clítoris. Como era previsible intentó sujetarme las manos, pero se las cogí con la izquierda. La daba con tanta fuerza que por el espejo del armario vi claramente que la levantaba las rodillas de la cama. El asunto fue tan urgente que me corrí al tiempo que ella tenía el primer orgasmo. Después, desistí de seguir ante la falta de firmeza de mi identidad masculina y eso que Martina intentó resucitarla, pero no pudo: fracasó.
Regresamos a las fotos y hasta la hora de comer estuvimos trabajando. Me tomé un paracetamol porque notaba que la polla se empezaba a inflamar y eso era un problema para mis pretensiones futuras.
—¿Qué quieres pedir? —la pregunté—. Yo quiero pato, lo demás lo que tú quieras: me da igual.
—Pollo al limón, arroz tres delicias y tallarines con gambas.
—Pues marchando, —e hice el pedido. Por la aplicación seguí la llegada del repartidor y cuando vi que estaba próximo a llegar pensé en gastarla una broma a Martina. Seguía vestida con el corsé, las ligas y los zapatos de los que estaba enamorada. La puse las esposas por la espalda, la mordaza de bola, la até una cuerda al cuello y tirando de ella la puse delante de la puerta de la calle y até la cuerda al perchero de la pared. Al principio me miró con ojos de sorpresa, pero vi que no creía que fuera capaz. Sonó el telefonillo y se mantuvo impertérrita, pero cuando vio que sonaba la puerta del ascensor empezó a intranquilizarse, mucho más cuando sonó el timbre y se aterrorizó cuando hice además de abrir la puerta. Rápidamente solté la cuerda del perchero y la metí detrás de la puerta. Cuando la abrí casi no podía ni hablar de la risa. Cogí el pedido, le di una propina al repartidor y cerré la puerta. La miré y solté una carcajada mientras Martina intentaba darme una patada.
—Pues que sepas, que antes del domingo, vamos a dar un paseo por el pasillo de la escalera.
Negó categóricamente, pero yo sabía que sí
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