Mi preciosa princesita (capitulo 7)
Sigo jugando con mi princesita, y ella encantada..
Antes de abrir los recipientes del chino, la ayudé a quitarse el corsé, las ligas y las esposas. Por precaución, lo último fue la mordaza, pero la verdad es que se me colgó del cuello y me besó en los labios. No hubo manera de que se quitara los zapatos de baile rosas: estaba encantada con sus primeros zapatos de tacón. Tengo que reconocer de que a pesar que solo eran de cinco centímetros, los tacones la realzaban su traserito de niña una barbaridad, pero personalmente, prefiero verla con los pies al aire. Nunca hubiera sospechado que me iba a convertir en candidato a fetichista de pies.
Nos sentamos en los taburetes de la encimera y empecé a abrir los recipientes que inmediatamente desprendieron vapor. Mientras charlábamos animadamente, dimos cuenta de la comida y Martina se puso hasta las trancas, algo totalmente inusual por el tema de la dieta. Tanto comió, que apareció una indeseada tripita: parecía que estaba embarazada de pocos meses.
—¡Joder mi amor! —bromeé—. Vas a cagar cuerda.
—¡No seas guarro! —exclamó haciéndose la escandalizada.
—Cariño, es ley de la física: lo que comes lo cagas, —seguí con la broma.
—Tengo el tapón puesto, —dijo muy chulita.
—Pues haber quién te lo quita: puede salir como una bala de cañón.
—¡No sigas!
—Bueno, vale, no sigo. ¿Quieres que salgamos a dar un paseo?
—Pues no mucho.
—Pues deberíamos tomar un respiro, —afirmé—. ¿Jugamos al parchís?
—¿Al parchís? —pregunto la niña riendo—. ¿Quién juega al parchís?
—Tía lista, mucha gente juega al parchís. Seguro que hacen hasta campeonatos, —la repliqué—. ¿Una peli?
—Vale, pero yo la elijo, —dijo bajándose de la banqueta y se sentó en el sofá frente a la tele con el mando de la mano. Me llamó la atención que se sentaba con normalidad a pesar del tapón, para ella muy grande. Mientras, recogí lo que había sobrado y lo metí en la nevera. Me prepare un café y me senté a su lado. Nada más hacerlo se acurrucó junto a mi y puso la peli que vi con agrado que era de superhéroes.
La vimos de tirón y cuando terminó, sin decir nada se tumbó bocabajo sobre mis piernas. Empecé a jugar acariciándola la espalda, su traserito dónde seguía reinando el tapón con su brillante morado. Empecé a jugar con él y a introducir mis dedos hacia la vagina. Separé un poco el muslo para facilitar el acceso y cuando llegué los introduje provocándola un gemidito. Al momento ya estaba chillando y con las manos intentaba apartar las mías. Se las tuve que sujetar con mi mano izquierda y finalmente llegó al orgasmo mientras su cuerpecito se crispaba y pataleaba un poco con sus piececitos.
—¡Au! —exclamó después de que la diera un par de azotes en el trasero, pero no hizo nada por protestar por mi acción. Al contrario, siguió tumbada. Decidí que había que darla la vuelta y así lo hice. Durante unos minutos estuve recorriendo su cuerpecito y a Martina solo la faltaba ronronear como una gatita. Todo lo tenía a mano, desde su linda cabecita a sus preciosos pies. La atraje para poder abrazarla mientras con suavidad la hablaba al oído dándola instrucciones. Ella asintió y la volví a tumbar bocarriba. Echó los brazos hacia atrás mientras cerraba los ojos y nuevamente empecé a recorrerla hasta que mi mano se alojó en su chochito después de separarla las piernecitas. La fui estimulando con suavidad y su respiración se fue haciendo otra vez más profunda mientras la embargaba el deseo. Empezó a gemir y en dos o tres ocasiones amagó mover las manos, pero la chisté y desistió. Nuevamente se corrió otra vez y aunque adelantó las manos no llegó a acercarse a la mía. Por supuesto, no creo necesario explicar que a continuación la arrodille entre mis piernas y la metí la polla en esa boquita que me pierde. La sujete la cabeza y la follé con fuerza. Se dejó hacer hasta que la llené la boca de esperma.
—Me vas a matar mi amor, —la dije mientras me recuperaba y como respuesta, soltó una carcajada y cogiéndomela se la metió otra vez en la boca mordiéndomela suavemente con cara de pillina—. ¿Qué quieres rematarme?
La sujeté por los brazos y la subí para morrearla intensamente. Me miró y preguntó—. ¿Vemos otra peli?
—Vale, ¿cuál quieres ver ahora?
—La anterior la he elegido yo, ahora te toca a ti.
—Mi amor, me gustan las pelis clásicas, es mejor que la elijas tú.
—No, no, pon la que quieras.
—Pero seguramente será en blanco y negro, y…
—¿No será también muda? —preguntó interrumpiéndome mientras reía.
—Pues tengo, y muy buenas.
—No, en serio, pon la que quieras.
—Vale, pero luego no te quejes, —dije achuchando su cuerpecito. Después de pensarlo, decidí poner “Tarzán de los monos”. A ver si con un poco de suerte la hace gracia Cheeta. La verdad es que para mi sorpresa la gustó la película y durante el visionado me preguntó mucho porque había aspectos que no terminaba de entender. La tuve que explicar que Burroughs escribió la historia a principios del siglo XX y que entonces la sociedad era totalmente machista, misógina, paternalista con la mujer y además colonialista con África y los seres humanos de otra raza y color a la blanca y occidental. Mucho más flipó cuando puse la siguiente y vio la escena censurada en la que Maureen O’Sullivan salía desnuda… debajo del agua. En fin, cosas de la época. Me abstuve de decirla que la peli y la novela no tienen nada que ver porque es una historia de piratas.
Miré la hora y vi que eran casi las ocho de la tarde—. ¿Tienes hambre?
—Podíamos pedir un pizza y ver otra peli.
—Vale, —dije cogiendo el móvil. Como en ocasiones pedía alguna pizza tenía una aplicación de una que estaba cerca de casa—. ¿De que la pedimos?
—No sé, —dijo encogiéndose de hombros—. Es que nunca hemos pedido una pizza: por la dieta ya sabes.
—Pues vamos a pedir don mitades. Yo la pido con piña, —dije dándola el móvil—, elige la otra mitad.
Estuvo mirando la aplicación y finalmente pidió de champiñones. Hice el encargo y a los veinte minutos estaba en casa. Cuando sonó el telefonillo, la miré y la pregunté—: ¿la recibes mi amor?
—Pues podría hacerlo, —respondió muy chula.
—Pues venga, —la animé. Se levantó rápidamente y antes de que la pudiera decir nada cogió la camiseta que estaba en el respaldo de una silla y poniéndosela fue a la puerta cuando sonaba el timbre. Como era tan pequeñita, la camiseta la llegaba a medio muslo y el hombro salía por arriba. Abrió la puerta y recibió la caja. Cuando cerró la puerta, se volvió muy chulita.
—¿Pensabas que iba a salir desnuda?
—Ya sabía que no ibas a ser capaz, —la contesté cogiendo la caja y dejándola en la mesita.
—Pues porque no he querido.
—Por supuesto, —dije quitándola la camiseta. Después la cogí por la cintura, la levante y abriendo la puerta la saqué fuera y cerrando la dejé ahí con su llamativo tapón en el trasero. Instantáneamente empezó a dar golpecitos en la puerta con los dedos. La dejé cerca de un minuto mientras la espiaba por la mirilla. Después abrí una rendija, pero como es tan delgadita casi se me cuela para dentro. Lo impedí con la mano y la volví dejar fuera cerrando. Al rato, abrí otra vez y la pregunté—: ¿vas a ser buena y me vas a obedecer?
—Sí, sí, sí.
—Pues vete hasta el ascensor y vuelve, —me miró con los ojos como platos abriendo la boca, pero no fue capaz de decir nada al ver que la estaba gravando con el móvil. Se dio la vuelta y echó a andar hasta el esquinazo y se asomó. Desde allí tenía el ascensor a la vista. Y la seguía con el móvil. Salió corriendo hasta allí y cuando llegó llamaron al ascensor y dando un gritito regresó corriendo aun más y se refugió en casa conmigo detrás.
—Eso ha estado muy mal, —me dijo frunciendo el ceño.
—¿A que te saco otra vez?
—¡No! —exclamó cogiendo la caja de la pizza—. Se va a enfriar.
Y así fue como mientras despachábamos las pizzas pusimos otra peli: “Planeta prohibido”. Se trata de una peli en color de 1956 que intentaba recrear, de alguna manera, la obra de teatro “La tempestad” escrita por Shakespeare en 1611. La imaginación es muy libre y la peli es muy buena.
Tengo que decir que la gustó muchísimo, tanto que la dije que la próxima vez íbamos a empezar con mi mayor ídolo: John Ford.
Acurrucada en mi costado estuvimos charlando de cosas intrascendentes hasta que empecé de broma a meterme con ella.
—¡Ahora veras! —dijo y saltando sobre mí empezó a hacerme cosquillas.
—¿En serio, una pelea de cosquillas? —pregunté y cogiéndola por los costados apreté los dedos y automáticamente se puso a gritar.
—¡No, no, no, por favor no! —dijo mientras chillaba.
—¿Cómo que no? Has empezado tú.
—¡No, no, no, —seguía diciendo cuando la levanté y me la eché al hombro. Recorrí el salón mientras la hacia cosquillas en los muslos y ella se descojonaba de la risa. Entré en el dormitorio y la eché sobre la cama. Rápidamente la puse el collar de perro y las muñequeras de cuero que todavía no habíamos estrenado y las uní por detrás de la nuca al collar. Después la puse las tobilleras del mismo material y las uní. Activé todo el equipo de grabación que todavía estaba en el dormitorio, encendí la iluminación, y preparé el ordenador y la pantalla de la tele. Después me tumbé sobre ella y la estuve morreando. La miré detenidamente y me agrado verla con las axilas expuestas. Martina no hacia más que decir que “no”, pero la tapaba la boca con mis besos. Finalmente, la puse la mordaza de bola con el dildo y metí la boca en su axila. Mientras la hacia cosquillas y ella berreaba, la besuqueé hasta que me canse. Llegó un momento que estaba como en trance riendo descontrolada. Sudaba tanto que mis manos se deslizaban con facilidad. No tengo que decir que la polla se me puso a tope. Decidí no esperar más. Con cuerda la ate las rodillas y las pase por debajo de la cama. Dejándola con los pies hacia arriba y totalmente expuesta y abierta. Me situé entre ellas y con cuidado la extraje el tapón anal. Me unte la polla con lubricante y después su dilatado orificio anal y colocando la punta en la estrecha entrada presioné y empezó a entrar. Cuando pasó el glande, el resto fue entrando con más facilidad aunque notaba la presión de su ano abrazándome la polla. Había introducido la mitad y me tumbé sobre ella apoyándome en los codos. Empecé a culear y ella a quejarse. Poco a poco fue entrando hasta que sentí como mi pelvis entraba en contacto con su clítoris, momento en que noté un cambio de tono en sus gruñiditos. Como ya es habitual en ella, empezó a encadenar orgasmos y unos minutos después, me corrí y la llené el culo de esperma. Mientras me recuperaba la quité la mordaza para poder besarla en los labios y reaccionó positivamente a ellos.
Después poco más. La desaté y se acurrucó abrazando el cocodrilo. Cuando termine de desconectarlo todo ya estaba dormida. La arropé, apagué la luz y cerré la puerta.
Me preparé un whisky, me senté en el sofá y lo saboreé mientras veía lo que había grabado con el móvil. Al rato, me metí en la cama con ella, cambie el cocodrilo de posición y abrazándola me quede dormido con la polla pegada a su trasero.
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