Mi preciosa princesita (capitulo 8)
Seguimos con nuestra actividad, pero el tiempo se termina..
Abrí los ojos un poco sobresaltado en la penumbra clara del dormitorio. Miré hacia abajo y vi los inmensos ojos de Martina que me miraban fijamente. Tenía la carita apoyada en mi pecho e instintivamente baje la mano y alcance su traserito.
—¡Ey mi amor! ¿estas bien? —la pregunté y después de mirar mi watch dije—: es temprano.
—Ya es sábado, —contestó con ojos tristes—. No quiero que sea sábado.
—¿Por qué mi amor? —pregunté atrayéndola más hacia arriba. Instintivamente me paso la pierna por encima.
—Porque mañana regresan mis papas.
—Pero, tendrás ganas de verlos, —afirmé más que pregunté y Martina negó con la cabeza—. Venga mujer, no seas así. ¿Cómo no vas a querer verlos?
—Yo solo quiero estar conmigo.
—Pero cariño, eso no puede ser. Tienes que vivir con tus papas.
—¿Es que no quieres que viva contigo?
—No se trata de eso, —respondí con paciencia—. ¿Cómo no voy a querer? Pues claro que quiero mi amor, pero eres pequeña y tienes que vivir con ellos.
—¡Pues no quiero! —exclamó mientras la acariciaba el trasero y los pies.
—Pues no tiene solución.
—¿Y que vamos a hacer cuando regresen?
—Pues nos apañaremos con los miércoles.
—¡Jo! Pues es un royo.
—Pues sí que lo es mi amor, —afirmé mientras la atraía hacia mí y la besaba en los labios—. ¿Cómo te encuentras, te duele el culito?
Se lo tocó con la mano y dijo—: no mucho. ¿Me la vas a meter otra vez por ahí?
—Pues me gustaría mucho mi amor, pero si te duele…
—No importa: anoche me gustó mucho.
—Pues te voy a sujetar las manos, porque si no, no me vas a dejar hacer lo que tengo pensado y… que se que te va a gustar mucho.
—¿Traigo las esposas? —preguntó poniéndose de rodillas.
—No, las muñequeras de cuero, el collar y las tobilleras, —se fue corriendo y regresó empujando el carrito.
—Lo he traído todo.
—Pues muy buena idea. Ponte de rodillas en el centro de la cama, —la ordene mientras activaba las cámaras y las recolocaba. Incluso me puse la GoPro en la cabeza y automáticamente Martina se echó a reír—. ¿Te estás riendo de mí?
—Si vieras la pinta que tienes, —respondió sin parar de reír.
La puse las tobilleras y después de que separara mucho las piernas las uní. Después la puse el collar de perro y las muñequeras. Las uní y al intentar pasarlas por la nuca se resistió—. ¡No me vayas a hacer cosquillas!
—Pero es que si te veo los sobaquillos no lo voy a poder resistir, —me quejé.
—He dicho que no: prométemelo.
—Besitos sí.
—No: tampoco.
—Venga mujer que si. Solo besitos.
—Bueno, vale, —concedió finalmente después de pensarlo unos segundos—, pero nada de cosquillas.
Junté las muñequeras y pasándolas por la nuca las uní al collar de perro. Me puse delante e inclinándola la metí la polla en la boca. Después de un par de minutos la incorpore y empecé a besarla los sobaquitos. Que bien huele a ella y no a gel de baño. Cogí el bote del lubricante y situándome detrás de ella la incline hacia delante y empecé a lubricarla bien. La metí un par de dedos y la estuve trabajando el ano para que cogiera elasticidad. Al principio se quejó un poco, pero finalmente empezó a disfrutar. Al rato y después de un primer orgasmo que llegó sin que casi la tocara el chochito, me unté la polla y se la introduje por su anito mientras la atacaba el clítoris. Empezó a jadear, empezó a gemir y empezó chillar. Mientras la mano derecha la estimulaba incansable su zona vaginal, la izquierda recorría su cuerpecito, en especial sus pezones que cada vez me gustan más. La verdad es que todo me gusta más. Cuando veía que estaba a punto de llegar al orgasmo, paraba la estimulación y cuando se calmaba empezaba de nuevo. La tuve bastante tiempo interrumpiéndola el orgasmo hasta que finalmente, cuando vi que me iba a correr, la ataque con mucho brío y tuvo un orgasmo tremendo, tanto, que si no llego a tenerla sujeta se hubiera caído a la cama casi desvanecida.
No la saqué a pesar de la perdida de consistencia. Seguí dentro y me dio por cogerla el clítoris haciendo pinza con los dedos dándola pequeños pellizquitos. Reaccionó instantáneamente y empezó a chillar otra vez alcanzando otro más.
La tumbé con suavidad, la di la vuelta e inmediatamente la morreé como preámbulo a que no dejé un solo centímetro de su piel sin besar. Tanto que otra vez se me puso dura y aproveché y se la metí en la boca. Por supuesto no me corrí, pero el verla desnuda, inmovilizada y a mi entera disposición en una imagen muy sugerente: es la hostia.
La solté y empecé a quitarla todo lo que la inmovilizaba y después de estar besuqueándola aun más, nos metimos en la ducha. La enjabone bien a pesar de que Martina estaba juguetona y siempre que tenía oportunidad me cogía la polla con la mano e incluso con la boca.
Cuando por fin salimos del aseo y entramos en el salón, Martina abrió la caja de la pizza, dónde quedaban un par de porciones, cogió una y se sentó en el sofá.
—Estarán frías mi amor, trae que te la meto en el microondas.
—No, —dijo al tiempo que movía su dedito apoyando la negativa—, está buena.
—Como quieras, —dije abriendo la nevera y sacando un zumito lo pinché y se lo puse delante.
—Que pronto es, —dijo cuando miró el reloj de la cocina.
—Es que te has despertado muy pronto. ¿Quieres hacer algo especial?
—¿Más? —preguntó riendo—. Pero si no paramos.
—No me seas cachonda: ya sabes a que me refiero, —la respondí riendo. Se quedó pensativa mirando hacia la ventana por dónde entraba el sol a raudales.
—¿Podemos comer fuera? —preguntó por fin—. Parece que no hace frío.
—Podemos hacer lo que quieras, —respondí consultando el móvil—. Sol todo el día y a las 14 horas 24º.
—¡Ah! Pues me gustaría… ¡y me pongo los zapatos!
—Podemos ir a la Casa de Campo o a la plaza Mayor, —propuse.
—A la plaza Mayor, a la plaza Mayor, —dijo levantándose y tirando lo que la quedaba de la pizza en la caja salió corriendo. A los pocos segundos me asomé al despacho y había abierto la maletita y estaba intentando elegir un vestido. En cero coma lo había sacado todo y me parecía imposible que estuviera dentro. Me miró y preguntó por uno poniéndoselo por encima y que tenía más lazos que un mariscal francés—: ¿Cuál te parece?
—El que tenga menos lazos, —bromeé después de echar un vistazo rápido al que se había sobrepuesto y a los demás. Finalmente, eligió un vestido de manga corta y falda con un poco de vuelo, de color rosa con flores rojas en el borde de la falda y un lazote morado a un lado. Visto lo visto podía haber sido peor. Se puso los zapatos de tacón y no quiso ponerse una rebequita. En previsión de que tuviera frío la metí en mi mochila y sin que me viera, unas chanclas. Se encabezonó en ponerse los zapatos y como nunca había usado tacón supuse que se iba a destrozar los pies. Se peinó, desde que llegó no lo había hecho, y se puso una diadema.
—¿Puedo pedirte algo muy especial para mi? —la pregunté.
—Pues claro, —respondió con su vocecita.
—Me gustaría que te quitaras las braguitas.
—¿Quieres que vaya sin braguitas? —asentí con la cabeza. Me miro fijamente y después de unos segundos de incertidumbre, metió las manos por debajo de la falda y se bajó las braguitas. Cuando estuvieron en sus manos, las arrojo sobre la encimera de la cocina.
Pues así salimos de casa y en el ascensor bajamos al parking a coger el coche. Diez minutos después entrábamos en el parking de Plaza Mayor y después de dar varias vueltas pudimos aparcar. No creo necesario decir que cuando bajábamos en el ascensor la toqué el chochito lo mismo que cuando íbamos en el coche que lo hice varias veces. Salimos al exterior por la plaza de Benavente, y la verdad es que Martina se quedó con la boca abierta.
—¿Siempre hay tanta gente?
—¿Nunca habías venido?
—Creo que una vez cuando era pequeña, pero no estoy segura.
—Pues si mi amor, siempre está petado de gente, —respondí mirando el watch—. Vamos a la plaza a comer porque es la hora critica y esto está lleno de guiris. Después de comer visitamos todo lo que quieras.
—¿Podemos ir a Chueca?
—¿A Chueca? Claro, pero ¿qué piensas que vas a ver allí?
—Es un barrio de mariquitas.
—Sí, es cierto que allí viven muchos… homosexuales y además hay bares y restaurantes, pero no pienses que los travestis inundan las calles, por poner un ejemplo. Es todo muy normal igual que ellos.
Entramos en la plaza por la calle Gerona y con cierta facilidad encontramos mesa en la terraza. Se estaba bien gracias al sol que apretaba lo suficiente para estar a finales de febrero. Ya sabéis, cosas de ese cambio climático que algunos niegan.
Después de comer, paseamos por la zona y nos fuimos acercando a Chueca dónde se compró… la compré unos zapatos. Por supuesto se puso la rebequita y no hizo lo mismo con las chanclas porque regresó al parking con los zapatos nuevos puestos.
Llegamos a casa con Martina muy excitada. No sé si porque iba sin bragas y siempre que tenía oportunidad la tocaba el trasero por la calle, o por el viaje turístico. Por cierto, cometí un error del que me di cuenta cuando ya no había solución. La podía haber puesto un tapón anal. Aunque el centro de Madrid está bien surtido de comercios especializados, no era cuestión de entrar con una cría de diez años en un sexshop.
Nada más llegar a la casa no la deje desnudarse. La arrodillé con su floreado vestido puesto y se la metí en la boca. Se entregó a fondo mientras con sus manitas me sujetaba el trasero. Ni cinco minutos la duré y cuando me corrí la saqué para que el disparo la diera en la carita. A causa de la urgencia no lo gravé, aunque si la fotografié profusamente con su carita llena de esperma mientras sonreía ampliamente.
Aunque me gusto mucho, tengo que reconocer que no fue buena idea porque manché ligeramente el vestido. Por supuesto, no podía devolver la prenda a la madre con manchas de semen. La estuve limpiando con un paño húmedo y al final no quedo mal.
—¿Qué quieres cenar mi amor? —la pregunté cuando se metió a ducharse. Eran casi las 21 horas.
—No tengo hambre: algo de fruta.
Cuando salió envuelta en la tolla de baño ya la tenía preparada un cuenco con fruta pelada y cortada. Mientras cenaba, me duché también y cuando salí vi que ya estaba tumbada en la cama. Me tumbé junto a ella y empecé a besarla mientras ella, al borde de la risa se hacía la muerta. No me importaba porque con lo poco que pesa la manejaba bien. Por supuesto la repasé bien a besos, especialmente la vagina de la que no me canso. Varios orgasmos después, me puse el preservativo y la penetré por la vagina y tiempo después, como lógicamente no me corría, la penetré también por el ano. El momento gracioso se produjo porque como la penetré también con el preservativo, cuando salí el globito se quedó dentro. No había peligro porque se quedó un poco fuera.
—¡Joder! —exclamé—. Se me ha quedado dentro.
—¿El qué?
—El condón ¡joder!
—¡Sácalo!
—¡Ya, ya! si no te lo voy a dejar dentro, —dije tirando de él y sacándolo.
Finalmente, la volví a penetrar y lo conseguí y como ya es habitual, se quedó sobre la cama como muerta mientras comía a besos su cuerpecito.
Cuando la niña regrese a su casa no sé que voy a hacer porque en estos pocos días me he convertido en un Martina-adicto.
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