Mis primos y yo descubrimos lo puta que era mi madre
Mi madre se gano la fama de ser una puta y mis primos y yo lo comprobamos .
Mi nombre es Ricardo. La historia que voy a contar sucedió cuando recién había cumplido 18 años. Mi madre, Blanca Estela, tenía entonces 38 años. Es una mujer delgada, de tez blanca, aproximadamente de 1.64 metros de altura, con el cabello largo que usualmente lleva recogido en una coleta.
Siempre ha cuidado mucho su apariencia; le gusta estar arreglada y bien maquillada. Usa anteojos que, según algunos amigos, la hacen ver sexy. Su vestimenta habitual son faldas largas que le llegan un poco más abajo de las rodillas, algunas de ellas ajustadas, resaltando así sus curvas. Sus senos son bastante grandes y tiene un trasero muy bien definido.
Mi madre y mi padre se separaron. La causa fue un descubrimiento doloroso para mi padre. Un día, él había salido antes de su trabajo y cuando llegó a casa, encontró un Mercedes estacionado afuera. Al acercarse, descubrió a mi madre haciendo sexo oral a un hombre en el interior del vehículo. El hombre resultó ser el jefe del trabajo de mi madre, ya que ella era secretaria en un despacho contable.
Este incidente marcó un punto de inflexión en nuestras vidas y cambió la dinámica familiar para siempre.
Después de la separación, mi madre y yo nos fuimos a vivir a un departamento. Desafortunadamente, este suceso le generó una mala fama entre la familia, ya que todos comenzaron a decir que era una puta o una fácil. Algo que me molestaba mucho, pero comprobaría que esto era verdad en una fiesta de 15 años de una de mis primas. Nos encontrábamos en un jardín donde se realizó el evento. Acudió mucha gente de nuestra familia. Ya era noche cuando muchos ya andaban enfiestados. Yo me encontraba con varios de mis primos, la mayoría mayores que yo. En eso me percaté de que mi madre no estaba ni en la pista de baile ni en las mesas.
Roberto, uno de mis primos, regresaba del baño y comenzó a murmurar algo con mis otros primos, los cuales me comenzaron a ver raro mientras se reían. No entendía qué sucedía. En eso Roberto se me acercó y me dijo: “Hay algo que debes ver”. Fuimos todos detrás de Roberto en dirección a los baños, pero nos desviamos al llegar donde estaban las cocinas. Entramos por debajo de unas escaleras de caracol donde había muchas cajas de cervezas y nos pusimos detrás de ellas mientras Roberto nos decía que no hiciéramos ruido. Fue ahí cuando me asomé y vi a mi madre totalmente empinada con su vestido subido hasta la cintura y su tanga negra abajo hasta las rodillas. Detrás de ella estaba un mesero con los pantalones abajo follándosela como un animal, dándole embestidas fuertes mientras ella trataba de sostenerse en sus propias rodillas.
Estaba atónito al ver a mi madre en esa situación. Sus gemidos ahogados se mezclaban con el sonido de la fiesta, mientras el mesero la penetraba una y otra vez. Mis primos se reían disimuladamente, pero yo no podía dejar de mirar. Sentía una mezcla de vergüenza, excitación y curiosidad. De repente, mi madre nos vio escondidos detrás de las cajas. Se sobresaltó y rápidamente empujó al mesero, que tropezó y cayó al suelo. Mi madre se apresuró a bajarse el vestido y a subirse la tanga, con la cara roja de vergüenza y enfado.
Varios de mis primos salieron corriendo al ver que habíamos sido descubiertos, sin embargo, dos de mis primos no estaban dispuestos a dejar pasar la oportunidad. Se acercaron a mi madre, que aún estaba ajustándose la ropa, y comenzaron a decirle cosas obscenas, insinuándose descaradamente. Mi madre, aún bajo la influencia del alcohol y excitada por lo ocurrido, no opuso mucha resistencia.
Ante mis ojos, mis primos comenzaron a tocar a mi madre, acariciando sus curvas y besándola apasionadamente. Roberto deslizó sus manos por la espalda de mi madre, desabotonando su vestido mientras la besaba en el cuello, haciendo que ella se estremeciera de placer. «Siempre has sido una puta caliente, tía», murmuró Roberto en su oído, haciendo que mi madre se sonrojara y se riera nerviosamente.
El vestido cayó al suelo, revelando su sujetador negro y su tanga a juego. Javier, otro de mis primos, se acercó por detrás y desabrochó el sujetador de mi madre, liberando sus senos grandes y redondos. «Madre mía, qué tetas tan fantásticas tienes», exclamó Javier, tocandolos con sus manos y pellizcando sus pezones erectos mientras mi madre gemía suavemente. Roberto, mientras tanto, se arrodilló frente a ella y bajó su tanga, revelando su sexo húmedo y ansioso. «Mmm, estás empapada, tía. Te gusta ser una zorra, ¿verdad?» Mi madre se mordió el labio y asintió, ruborizada pero excitada.
Sin más preámbulos, Roberto comenzó a lamerla, explorando cada pliegue y recoveco de su feminidad mientras ella se retorcía de placer. «¡Sí, justo ahí!», jadeó mi madre, enterrando sus dedos en el cabello de Roberto mientras él trabajaba con su lengua. Pronto, Roberto se puso de pie y bajó sus pantalones, revelando su miembro erecto y palpitante.
Con un movimiento rápido, volteo y penetró a mi madre, hundiéndose profundamente en su interior. Ella gritó de placer, arqueando su espalda y abriendo sus piernas para darle mayor acceso. «Maldita sea, estás tan apretada», gruñó Roberto, embistiéndola con fuerza mientras mi madre gemía y se retorcía debajo de él. Mientras Roberto la embestía, Javier se colocó frente a mi madre, ofreciéndole su propio miembro erecto. «Chúpamela, zorra», ordenó, empujando su miembro hacia la boca de mi madre. Ella lo tomó en sus manos y comenzó a acariciarlo, masturbándolo con habilidad mientras gemía de placer.
Luego, lo llevó a su boca, chupándolo con entusiasmo mientras Roberto seguía embistiendo desde atrás. El sonido de sus cuerpos chocando, los gemidos de mi madre y los gruñidos de mis primos llenaban el aire. «¡Mierda, me voy a correr!», exclamó Roberto, sus embestidas se volvieron más frenéticas y desesperadas. «¡Córrete dentro de ella, Roberto!», dijo Javier, mientras su propia excitación alcanzaba su punto máximo. Con un último empujón, Roberto se derramó en mi madre, su semen llenándola mientras ella alcanzaba su propio orgasmo, su cuerpo convulsionando de placer. Javier no tardó en seguir, eyaculando en la boca de mi madre mientras ella tragaba cada gota. «Joder, tía, has sido increíble», dijo Roberto, acariciando el cabello de mi madre con ternura. Mi madre se rió, su rostro sonrojado y sudoroso. «Gracias, hijos. Esto ha sido… inolvidable.» dijo mi madre, Yo me encontraba en shock, incapaz de moverme o decir algo. Una parte de mí quería unirse, pero otra parte se sentía traicionada y dolida. Opté por retirarme sigilosamente y volver a la fiesta, dejando a mi madre y mis primos detrás.
Después mi madre y mis primos regresaban a la fiesta como si nada hubiera pasado. No tardó mucho para que mi madre me dijera que era hora de irnos a casa. Sin mencionar lo ocurrido, nos dirigimos a la salida. Para mi sorpresa, Roberto y Javier nos acompañaron, alegando que se quedarían con nosotros por el resto de la noche.
Al llegar a casa, mi madre, Roberto y Javier se dirigieron directamente a la habitación de ella. Yo me fui a mi cuarto, pero no pude evitar escuchar los gemidos de placer de mi madre durante toda la noche. La idea de lo que estaba sucediendo en esa habitación me llenaba de una mezcla de excitación y celos.
Por la mañana, al levantarme, noté que la puerta de la habitación de mi madre estaba abierta. Roberto y Javier ya no estaban, pero mi madre seguía allí, tumbada sobre la cama totalmente desnuda. Su cuerpo perfectamente esculpido y sus curvas sensuales estaban expuestos, mostrando los signos de la pasión de la noche anterior
No pude evitar quedarme mirándola, admirando su belleza y recordando las imágenes vívidas de la noche anterior. Mi madre, sin embargo, seguía dormida, ajena a mi presencia y a la visión que me estaba brindando. La tentación fue demasiado fuerte, y antes de que pudiera detenerme, saqué mi miembro y comencé a tocarme, mirando fijamente el cuerpo desnudo de mi madre. Con cada movimiento de mi mano, sentía cómo la excitación crecía dentro de mí. Ansiaba tocarla, sentir su piel suave y cálida contra la mía.
Me acerqué a ella con sigilo, y con suavidad, comencé a acariciar sus nalgas redondeadas. Poco a poco, separé sus cachetes, revelando su ano dilatado, un recordatorio de la intensa follada que había recibido de mis primos la noche anterior. La visión me excitó aún más, y sin dudarlo, acerqué mi miembro a su entrada.
Con facilidad, la penetré, sintiendo cómo sus paredes internas se ajustaban alrededor de mí. Comencé a moverme dentro de ella, mis embestidas eran suaves al principio, pero pronto se volvieron más urgentes y profundas. Mi madre comenzó a gemir suavemente, todavía atrapada entre el sueño. Sus gemidos se intensificaron a medida que mis movimientos se volvían más enérgicos, y pronto, sus ojos se abrieron de par en par cuando finalmente se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. «¡Hijo!», exclamó, sorprendida y confundida, pero no hizo ningún intento de detenerme.
En cambio, sus gemidos se convirtieron en gritos de placer cuando comencé a follarla con fuerza, reclamando su cuerpo como si fuera mío. La habitación se llenó con el sonido de nuestros cuerpos chocando, nuestros gemidos y gritos de éxtasis. Mi madre se retorcía debajo de mí, su cuerpo respondiendo a cada embestida con entusiasmo igual al mío. La sensación era abrumadora, y pronto, sentí que me acercaba al borde del clímax. Con un último empujón, me dejé llevar, derramando mi semen en las profundidades de mi madre mientras ella alcanzaba su propio orgasmo.
Nos derrumbamos juntos en la cama, exhaustos y temblorosos, todavía unidos en la intimidad de nuestro acto compartido habíamos cruzado una línea que nunca debimos cruzar. Después de recobrar el aliento, me levanté de la cama, temblando por la intensidad de lo que acabamos de hacer. Mi madre, aún desnuda, se cubrió con las sábanas y continuó durmiendo, como si quisiera olvidar lo que había sucedido. Sin embargo, a medida que avanzaba el día, mi deseo por ella no hizo sino intensificarse. El resto de la tarde, la noche y por la madrugada, me encontré incapaz de resistirme a la tentación de su cuerpo y la atracción magnética que nos unía.
Finalmente, cedí a mi deseo ardiente y comencé a tratar a mi madre como mi esclava sexual. En la cocina, la incliné sobre la mesa, levantándole el vestido y bajándole las bragas antes de enterrar mi miembro profundamente en su interior. La embestí con fuerza, haciendo que la mesa se sacudiera y temblaba con cada movimiento, mientras ella gemía me la lleve al baño, abri el agua de la regadera y la empujé contra la pared, levantándole una pierna para tener mejor acceso a su sexo. La penetré con fuerza, la cerámica fría contra su espalda contrastaba con el calor abrasador de nuestros cuerpos unidos en pasión.
Sus gemidos y gritos de placer resonaban en el pequeño espacio, mezclados con el sonido del agua que caía en la ducha. La embestía una y otra vez, perdiéndome en la sensación de su cuerpo apretado alrededor de mi miembro, la fricción deliciosa que me llevaba al borde del éxtasis. «¡Sí, fóllame, fóllame!», jadeaba mi madre, sus uñas clavándose en mi espalda mientras yo la penetraba con fuerza. «¡Más fuerte, más fuerte!» Sus súplicas me incitaban, y empecé a embestirla con más fuerza, nuestras caderas chocando con un sonido carnal que llenaba el aire. La agarré del cabello y la tiré al suelo, quedando frente al inodoro. Así, en cuatro, la penetré mientras metía su cara en la taza del baño.
El sonido de sus jadeos ahogados y el chapoteo del agua se mezclaban en un coro perverso, mientras yo la embestía sin piedad. Su cuerpo se sacudía y temblaba con cada movimiento, pero no me detuve, perdido en la intensidad de mi deseo y mi lujuria. «¡Toma, zorra, toma!», gruñía, embistiéndola con fuerza mientras su cara se hundía más y más en la taza del baño. «¡Eres mía, toda mía!» Sus gemidos se convirtieron en sollozos, pero yo no me detuve.
La follé con fuerza. De repente, saqué mi miembro de su vagina y, de un golpe, se lo metí en su ano. Ella pegó un grito, pidiéndome que no fuera tan brusco, pero la ignoré y continué follándomela. Su ano se apretaba alrededor de mi miembro, la sensación era deliciosa y abrasadora. La embestía con fuerza, enterrándome profundamente en sus entrañas, mientras ella gemía y sollozaba debajo de mí. «¡Por favor, por favor!», suplicaba, sus palabras ahogadas por el agua en la taza del baño. «¡No seas tan brusco, me estás lastimando!» Pero yo no le hice caso, perdido en mi propia lujuria y mi deseo de dominarla. La follé con fuerza, embistiéndola una y otra vez, mientras ella se sacudía y temblaba debajo de mí.
Cuando sentí que estaba a punto de venirme, saqué mi miembro de su ano y, aún tomándola de los cabellos, la puse de rodillas. Comencé a venirme en su cara, ella abrió la boca para recibir mi semen en ella. Una vez terminé de correrme, comenzó a chuparme el pene hasta dejarlo limpio. Luego, con una mirada lujuriosa, empezó a tomar el semen que tenía en su cara con sus manos y lo llevó a su boca para tragárselo. Puso una cara de puta lujuriosa, disfrutando el sabor de mi semen en su lengua. La observé, fascinado y horrorizado por la profundidad de su degradación y su deseo. Había cruzado un límite que nunca pensé que cruzaría, pero ahora estábamos irremediablemente unidos en nuestra pasión retorcida y sadomasoquista.
Continuamos el resto de la semana follando como locos hasta que llegó el sábado. Ese día habían llegado visitas: eran mis primos Roberto y Javier, quienes al igual que yo, necesitaban su dosis de sexo intenso con mi madre. Así que compramos cervezas y le pedí a mi madre que se vistiera de la forma más provocativa y puta que pudiera.
Mi madre se puso un vestido corto y ajustado, que apenas cubría sus curvas sensuales. El escote era profundo, dejando ver el nacimiento de sus senos, y la falda era lo suficientemente corta como para mostrar un atisbo de sus nalgas redondas. Llevaba medias de rejilla y tacones altos, y se había maquillado para resaltar sus ojos y sus labios carnosos. Luego, mis primos y yo nos sentamos y mi madre pasó enfrente de nosotros. Con algo de música, comenzó a bailar muy sensualmente. Sus caderas se movían al ritmo de la música, sus manos acariciaban su cuerpo, subiendo y bajando por sus curvas. Se contoneaba y giraba, su vestido se levantaba tentadoramente, revelando más y más de su piel suave y deseable. Poco a poco, se fue quitando la ropa, dejando caer primero el vestido y luego las medias, hasta que estuvo completamente desnuda ante nosotros. Su cuerpo era una obra de arte, cada curva y ángulo perfectamente esculpido.
Javier le ordenó que comenzara a tocarse, así que, sentada en el suelo, abrió las piernas y con su mano comenzó a acariciar su vagina. Poco a poco, se fue introduciendo sus dedos dentro de ella al ritmo de la música. Luego, se puso en cuatro patas con la cara en el suelo y su trasero levantado, continuando tocándose y dándose placer. Podíamos ver cómo sus dedos ya se encontraban cubiertos por sus fluidos. En eso, Javier se levantó y con una botella de cerveza vacía, se acercó a ella.
Mi madre se estremeció de anticipación, y cuando él presionó el borde de la botella contra su entrada, ella gimió y empujó hacia atrás, ansiosa por sentir la sensación de la botella dentro de ella. Javier comenzó a penetrarla con la botella, introduciéndola lentamente al principio, y luego con más fuerza y rapidez.
Mi madre gemía y se retorcía, sus caderas moviéndose al ritmo de las embestidas de la botella, mientras sus fluidos chorreaban y cubrían la botella y sus muslos. Mientras tanto, Roberto y yo observábamos, masturbándonos furiosamente mientras veíamos a mi madre ser follada por la botella. Sus gemidos y gritos de placer llenaban la habitación, mezclándose con el sonido de la música y nuestras respiraciones entrecortadas. Pronto, Javier dejó caer la botella y tomó su lugar, penetrando a mi madre con su miembro erecto y palpitante.
La embestía con fuerza, sus caderas chocando contra su trasero con cada movimiento, mientras ella gemía y se retorcía debajo de él. Roberto y yo no pudimos resistirnos más y nos unimos a ellos, turnándonos para follárnosla en todas las posiciones imaginables. La follamos en el suelo, en el sofá, contra la pared, follando su boca, su vagina y su ano, mientras ella se retorcía y gemía de placer entre nosotros. Así pasamos el sábado, follando a mi madre como si fuera nuestra puta personal, satisfaciendo nuestras más oscuros deseos y fantasías. Y ella lo tomó todo, sumisa y ansiosa, perdida en la intensidad de nuestra pasión compartida.
Cuando finalmente terminamos, estábamos exhaustos y saciados, nuestros cuerpos agotados por la intensidad de nuestra maratón sexual. Nos tumbamos en el sofá, A partir de ese momento, mi madre se convirtió en nuestra esclava sexual, nuestra puta personal, siempre dispuesta y ansiosa por satisfacer nuestras necesidades y deseos más oscuros. Nuestra relación se volvió cada vez más retorcida y sadomasoquista, hundiéndonos más y más en un mundo oscuro de lujuria y pasión desenfrenada del que nunca podríamos escapar.
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