Mujer x Niño – La organizadora de bodas
Viviana es una señora que se dedica a organizar bodas. A pesar de tener 42 años aun luce un cuerpo envidiable, pero eso no parece ser suficiente para su marido quien la tiene descuidada. En su última boda conoce al hijo de la pareja, un niño (10 años) que la hace sentirse valorada y tienen sexo.
El banoffee de bodas sobre la mesa de postres me miraba como un pecado tentador. Tres capas de dulce—crema, plátano y caramelo—que sabía mejor de lo que cualquier dieta permitía. Pero hoy no. Hoy soy Viviana, la organizadora de bodas portando un perfecto vestido: vestido hasta la altura de las rodillas color verde esmeralda, escote y con detalles de encaje en un lado de la cintura. Tengo 42 años, sin hijos y un cuerpo que cuido cinco días a la semana en el gimnasio. Mis piernas tonificadas son el orgullo de mi dedicación al ejercicio. Solo las tetas son prestadas, un regalo de cumpleaños número 38, siliconas redondas y firmes.
Organizar bodas es como dirigir una guerra sin bajas: coordinación, logística y sonrisas todo el tiempo, aunque sean falsas. Llevo cinco años salvando catástrofes—novias histéricas, padrinos borrachos, tartas derrumbadas—y hoy, en esta finca alquilada a las afueras de la ciudad el calor amenaza con fundir el maquillaje de todas las mujeres. Mi esposo, ni siquiera vino, aunque le suplique para pasar el día en el campo. Demasiado ocupado con otro caso en su bufete de abogados. Tres años de matrimonio y ya parece un hombre que me duplica la edad, siempre agotado antes de tocarme en la cama. A veces pienso que mi vibrador merece más fidelidad que él.
Desde el jardín, un par de ojos oscuros me siguen mientras ajusto las rosas alrededor de la mesa. Es Oscar, el hijo de los novios—un niño de diez años con piel color miel y piernas flacas bajo el pantalón— . Se esconde tras una maceta, pero no disimula bien. Cada vez que me agacho para enderezar un mantel o colocar las rosas, siento su mirada clavándose en mis pechos. Las siliconas redondas bajo la blusa sudada empujan la tela hacia arriba; sé lo que ve. En un adolescente precoz lo entendería, pero él… es solo un crío con curiosidad torpe. Sali de la sala de la casa.
-Viviana: ¿Te gustan las flores? —le pregunto al pasar junto a su escondite—.
Él se sobresalta y sus orejas se enrojecen como cerezas.
– Oscar: Sí… las rojas —murmura—.
Cinco años organizando bodas enseñan a leer silencios. Oscar no mira las rosas. Sus ojos ven mis pechos, donde el sudor ha pegado la seda de mi vestido. Sé lo que ve: dos montañas artificiales que costaron 4 mil dolares, redondas y altas. Naturales jamás hubieran llamado la atencion de algún hombre.
– Oscar: Sus uñas tambien tienen el mismo color de las rosas.
– Viviana: Qué observador —digo, mientras me acerco—.
Tú deberías mirar las rosas de verdad, señalo con mi mano el arreglo floral con una expresión de enojo. Él sintiéndose acorralado niega tímido, mientras sus dedos juegan con el borde del bolsillo y se intenta alejar dando pasos hacia atrás.
Debajo de este traje blanco de ejecutiva, llevo un conjunto de encaje negro. Tanga y sujetador, ambos con puntillas. Para días como hoy, donde el sudor hace la seda casi transparente, y sé que alguien podría adivinar el contorno oscuro bajo el almidón. Una fantasía tonta: que alguien notara el contraste. Que alguien como este niño, con sus ojos hambrientos, descubriera el secreto.
¿Por qué huyes? Le pregunte mientras me iba acercando a Oscar quien por su caminata hacia atrás habia chocado con un árbol del jardín. Su respiración se acelera cuando mi rodilla casi roza la suya al agacharme para recoger una rosa que estaba tirada en el césped. El movimiento empuja mis pechos hacia arriba, y veo cómo su garganta se mueve al tragar saliva.
¿Te asusto? El niega rápido, pero sus dedos se retuercen en el bolsillo del pantalón corto. En ese instante, al inclinarme, el escote de mi blusa se abre lo suficiente para que él vea el borde negro del encaje. Sus ojos se ensanchan como monedas oscuras.
– Oscar: Señora Viviana… —murmura, y noto cómo su mirada baja hasta mi cintura apreciando mi piel por medio de los agujeros que tiene mi vestido en esa parte. Su voz tiembla—. Usted es diferente a las otras señoras. Más bonita.
Sonrío, sintiendo un calor que nada tiene que ver con el sol. Cinco años viendo parejas besarse en jardines como este, y es un niño quien me hace sentir deseada.
– Viviana: ¿Dónde están tus padres, Oscar? —pregunto, acercando mi boca a su oreja.
Huelo su sudor dulce. Él señala hacia el salón principal, donde los novios bailan vals . Sus manos, pequeñas y sucias de tierra, se aferran al tronco del árbol. Cuando mi pecho roza su brazo, siento cómo se estremece. No retrocede. Sus ojos negros no se apartan de mi escote. Sé lo que quiere tocar. Lo que nunca ha tocado.
– Viviana: ¿Tienes calor? —Pregunto acomodando mis tetas—.
Extiendo una mano y rozó su mejilla. Él no se mueve, sus dedos tiemblan cuando los guío hacia mi cintura, sobre el borde de mi tanga de encaje.
– Viviana: ¿Te gusta lo que tocas? —susurro—.
El niño asiente, mudo. Su palma pequeña presiona contra mi vientre, luego baja tocando casi mi entrepierna sobre el vestido.
De pronto escucho una voz gritando desde dentro de la casa—¡Viviana! ¡Las luces del salón principal estan fallando! —la voz de mi ayudante Clara. Su grito rebota en mi mente, retiro mi mano de la de Oscar, rápido. Sus dedos quedan suspendidos en el aire, vacíos. Veo la confusión en sus ojos oscuros—decepción infantil—. Mi cuerpo aún vibra donde su mano tocó la tela de mi vestido, pero me aleje a ver lo que necesitaba mi ayudante.
Camino hacia Clara, con las piernas inestables hasta atravesar el patio interior de la casa y llegar al salón principal, Clara señala el cableado defectuoso bajo una mesa y en una de las esquinas del salón.
– Clara: Los focos LED murieron. ¿Pedimos al DJ que preste sus spots? —pregunta.
Asiento mecánicamente mientras mi mente vuelve al niño. Su pantalón corto, ajustado en la entrepierna por un bulto inconfundible para alguien que lleva años midiendo proporciones corporales en vestuarios. Más grande del tamaño normal para un niño de 10 años. Clara sigue hablando de electricidad mientras yo volteo y hacia atrás, a lo lejos por el camino que recorrí divise a Oscar quien parecía seguirme como un depredador siguiendo a su presa. Él estaba en el otro extremo del patio interior inmóvil mirándome.
– Clara: ¿Viviana? ¿Escuchaste? —Clara chasquea los dedos frente a mi cara—.
– Viviana: —Desconcertada— Si te escuche, no hace falta que me chasquees los dedos recuerda que soy tu jefa. Ahora llamo a un electricista para que lo solucione, no hace falta que le quites los spots al DJ. Aun es temprano, la celebración empieza a las 4:30 de la tarde.
Cuando dejé de hablar con la impertinente de Clara, volvi a ver al patio interior y ya no vi al pequeño. Tenia que solucionar el problema de las luces y dejar todo listo antes de que lleguen los invitados. En todo el lapso que ocupé para dejar listo todo no vi a Oscar.
Al iniciarse la boda el pequeño estaba junto a sus padres acompañándolos en ese momento especial mientras se tomaban decenas de fotos. No fue hasta la hora que acabo el vals —alrededor de las 5:40 de la tarde- y la música cambia a un ritmo más festivo, cuando mi momento habia llegado. Me deslizo entre la multitud hasta llegar a él. Su madre baila con el novio y la gente riendo demasiado alto. Oscar está solo junto a la barra de postres.
– Viviana: ¿No te gusta bailar? —le pregunto al apoyar mi codo en la pared—.
Él sacude la cabeza diciendo no, sus ojos recorren mi escote otra vez necesitaba sentirme observada por el niño otra vez.
– Viviana: Ven —ordeno, no pido—. Te enseñaré un secreto. Le tomo la muñeca y él no se resiste.
Lo guío hacia la puerta que daba con el exterior. La casa era demasiado grande pero específicamente esa zona por la que nos dirigíamos estaba descuidada y solo se usaba para guardar cosas, digamos que era la zona fea de la casa. Habíamos dejado lejos del salón deslumbrante, incluso el sonido de la música parecía desaparecer. Al salir por la puerta una puesta de sol nos recibe con una leve brisa.
Bajamos los escalones que estaban justo tras abrir la puerta que llevan al jardín trasero. La iluminación de la boda no alcanzaba esta zona de la casa; la única iluminación que habia era la que provenía de unos faroles que estaban en las columnas exteriores de la casa los cuales emitían una luz leve pero lo suficiente para poder apreciar en la oscuridad.
– Viviana: Aquí nadie nos ve —susurro contra su oreja mientras lo empujo contra la pared exterior—.
Su respiración se acelera y mis manos encuentran su cintura delgada bajo el polo de algodón.
– Viviana: Me gustas pequeño —confieso, rozando sus labios con los míos.
Él tiembla como un cervatillo.
– Oscar: Señora… yo… —balbucea—.
Callo su protesta con un dedo sobre sus labios cálidos.
– Viviana: Dime ¿qué ves cuando me miras? —mientras tanto me bajaba los tirantes de mi vestido y me sentaba sobre el césped—.
La tela se abre como un regalo dejando ver por completo el encaje negro sobre mis tetas brilla la luz del sol ocultándose, apretando mis pechos redondos hacia arriba. Sus ojos negros se tragan cada centímetro.
– Oscar: Sus… sus tetas —murmura, avergonzado respondiendo a mi pregunta—.
Su mano pequeña se levanta temblorosa.
– Viviana: ¿Y qué más? —insisto, guiando sus dedos a mi teta—.
– Oscar: Son grandes… parecen melones… —traga saliva—. Son como las de las revistas del quiosco.
Su respuesta género en mí una sonrisa de satisfacción. Tres años esperando que mi marido dijera algo así. Solo recibía gruñidos cansados antes de dormirse de espaldas.
– Viviana: Tócame —susurro—, apretando su palma contra mi teta izquierda.
La silicona es dura bajo sus dedos tímidos. Él aprieta, curioso.
– Oscar: Suena como plástico —dice sin filtro—.
– Viviana: —Me río bajito— Es plástico, cielo. Pero a ti te gusta, ¿verdad?
El niño asiente rápido varias veces, frotando el pezón endurecido a través de la tela de la lencería. Ordeno que el tambien se siente sobre el césped frente a mí y con su otra mano se arrastra hacia mi vientre.
– Oscar: Su panza es lisa…—comenta mientras sus dedos exploran mi cintura—.
El elogio crudo me calienta más que cualquier piropo de adulto. Su inocencia es el mejor afrodisíaco, me estaba calentando demasiado por lo que me quite la lencería dejándola caer a un lado y mis tetas quedaron expuestas ante el pequeño.
Decido levantarme el vestido para mostrarle la costura del tanga negro. Puse sus manos sobre mis muslos internos.
– Viviana: ¿Sientes esto? —pregunto, rozando la protuberancia en su pantalón corto—.
Está dura, caliente, del tamaño de un plátano pequeño. Él gime con un sonido agudo y desesperado cuando mi mano cubre el bulto completo y empiezo a sacarle el pantalón.
– Viviana: —Dios, qué grande para tu edad —murmuro, palpando la longitud gruesa bajo la tela de algodón de su ropa interior
El niño sonrío mientras le pedi que se ponga de pie para bajarle la ropa interior y el pantalón hasta los pies.
El pene salta libre— algo oscuro, recto, con una cabeza bulbosa que bajo la tenue luz de los faroles. Tan largo casi como mi mano extendida.
– Viviana: Ay, mi niño grande —susurro, envolviéndolo con los dedos—.
La piel está tensa como seda caliente. Su cuerpo se arquea contra la pared cuando froto el pulgar sobre el glande húmedo.
– Oscar: Señora… duele —jadea—.
Sus manos se aferran mis hombros. Lentamente deje de estar sentada a estar de rodillas sobre el césped, no me importaba si me lastimaba con pequeñas rocas, si me picaba algún insecto o si la tierra estaba fría; solo queria comerme a este pequeño y sentir el mayor placer de toda mi vida.
Huelo su esencia cruda—salada, juvenil, mezclada con jabón infantil—. Mi lengua sale primero: un roce ligero. Él gime y sus dedos se entierran en mi pelo.
– Oscar: ¿Me va a morder?—pregunta.
– Viviana: Solo chupo, cielo —y abro la boca—.
La cabeza entra primero, llenando mi paladar con su calor. Es más fácil de lo que pensé; su piel resbaladiza por el líquido claro que rezuma. Chupo suavemente, como si fuera un caramelo duro. Con mis manos hago que sus caderas empujan hacia adelante.
– Oscar: Más fuerte —jadea—, tirando de mi cabello.
Obedezco, hundiéndolo más profundo hasta que mi nariz toca su piel. Él sabe cómo moverse: empuja hacia mi garganta en un ritmo torpe pero insistente. Me empezaba a ahogar y unas mis ojos empiezan a hacerse llorosos nublando un poco mi visión. Su mano presiona mi nuca, forzándome a mantenerlo dentro mientras trago convulsivamente. Extrañamente, no me importa. Mis dedos se abren camino bajo mi falda, frotando el tanga empapado.
De repente, lo libero de golpe con un chasquido húmedo. El aire frío golpea su carne roja e hinchada.
– Viviana: —Protestando y sorprendida —¿Dónde aprendiste a hacer eso? —pregunto, limpiando mi mentón con el dorso de la mano mientras mi otra mano sigue acariciándome mi vagina.
– Oscar: Mis padres… —susurra, avergonzado—. Tienen relaciones sexuales en todas partes. En el sofá, en la cocina… hasta en el lavadero. Los veo por el ojo de la cerradura o desde las escaleras de mi casa. Mamá le hace lo mismo a papá y ella grita mucho.
La confesión me calienta más. Le pido al pequeño que se aparte de la pared y me pongo en cuatro sobre el césped. Con mis manos levanto aun mas la parte baja de mi vestido quedando expuesta mis piernas tonificadas, mi culo y mi tanga negro empapado. Él traga saliva al verme asi.
– Viviana: ¿Te gusta? —pregunto, guiando su mano hacia la tela húmeda—.
Sus dedos pequeños se hunden en el encaje.
– Oscar: Sí… —murmura—. Es suave como los pancakes que prepara mamá.
Su inocencia perversa me hace reír. Pongo mis manos en la pared manteniéndome en cuatro sobre el césped que pica mis rodillas desnudas mientras arqueo la espalda.
– Viviana: Quítamelo —ordeno señalando con mi mano a mi tanga y a la vez mirándolo por encima de mi hombro—.
Sus manos temblorosas tiran del tanga negro hacia abajo quedando sobre mis rodillas. Siento el aire húmedo del inicio del anochecer en mis nalgas descubiertas.
– Viviana: Ahora tócame —jadeo, separando un poco más las piernas—.
Sus dedos fríos rozan primero mis labios hinchados.
– Viviana: Aquí… —guío su índice hacia el clítoris palpitante—.
Él frota torpemente como si limpiara un cristal manchado.
– Viviana: Más fuerte —gimo cuando su uña rasca el punto exacto—.
Se arrodilla detrás de mí. Una mano se cierra en mi cadera mientras la otra sigue frotando mi clítoris con presión desigual.
– Oscar: ¿Así? —pregunta, hundiendo el pulgar demasiado hondo—.
Asiento sin palabras, empujando mis nalgas contra su vientre. Su erección roza mi muslo interno, dejando un rastro húmedo.
– Viviana: La voy a meter dentro —susurro, guiando la punta de su pene hacia mi entrada—.
Él empuja torpe, fallando.
– Oscar: No entra —jadea frustrado—.
Sus dedos se agarran a mis caderas. Yo decido abrir más mis piernas para quedar mas a la altura de su pene. La cabeza bulbosa resbala sobre mis labios hinchados una y otra vez, untándose en mis fluidos.
– Viviana: Empuja más fuerte —ordeno, bajando mis manos para abrirme con los dedos—.
Esta vez, la punta caliente encuentra su camino. Un gemido agudo escapa de sus labios cuando mi vagina lo envuelve. A pesar de ser un niño lo tenía grueso que estira mis paredes como seda vieja.
– Oscar: Está apretado —susurra, temblando—.
Sus manos pequeñas exploran mis nalgas mientras empuja más profundo. Cada centímetro quema. Cuando sus huesos pélvicos chocan contra mis nalgas, ambos soltamos un jadeo seco.
– Viviana: Muévete —le digo, clavando las uñas en el ladrillo de la pared—.
Él obedece dándome empujes cortos y torpes que hacen que el césped haga doler mis rodillas. El ritmo es errático, pero cada embestida roza mi punto más sensible.
El pequeño reposo su cuerpo sobre mi espalda a la vez que seguía dando tiernas embestidas que me volvía loca. Sus manos se deslizan hacia mis pechos, apretando las siliconas y mis pezones.
– Viviana: ¿Te gusta?
– Oscar: Sí, señora —murmura contra mi hombro—.
Su aliento calienta mi cuello mientras su pene se mueve dentro de mí. Más rápido ahora, menos tímido. El sonido húmedo de nuestros cuerpos chocando se pierde entre los gritos distantes de la fiesta.
– Viviana: Más adentro —susurro, empujando mis caderas hacia atrás para tomar toda su longitud—.
Él gime con un sonido agudo y roto cuando sus testículos chocan con mi piel. Sus dedos encuentran pellizca mis pezones sin suavidad. El dolor eléctrico me hace contraer alrededor de él. El pequeño lanzo otro gemido y empiezo a sentir cómo sus embestidas se vuelven más salvajes, más desesperadas.
– Viviana: Quiero que me golpees —le digo de pronto, girando la cabeza para mirarlo—. Aquí dame una palmada fuerte—guío su mano hacia mi nalga izquierda—.
– Oscar: Pero… le va a doler —protesta débilmente—.
– Viviana: Duele rico, hazlo —le aprieto la muñeca con fuerza.
Su palma pequeña se levanta y cae con un chasquido seco. El impacto resuena en la casi noche silenciosa, dejando un ardor dulce que se extiende hasta mi vientre.
– Viviana: ¡Otra! —exijo—
Esta vez su mano golpea con más convicción.
– Viviana: Ahora dime cosas feas —tono excitado—.
Su respiración jadeante se corta.
– Oscar: —¿Qué… qué cosas? —dice confundido—.
Con una de mis manos le clavo las uñas en su muslo interno.
– Viviana: Lo que le diga tu papá a tu mamá los espías teniendo sexo.
Él traga saliva, sus embestidas se vuelven descoordinadas.
– Oscar: Puta… —murmura al fin—, tan bajo que casi se lo lleva el viento.
– Viviana: Más fuerte y con rabia.
– Oscar: ¡Eres una puta hambrienta!
La frase cruda, saliendo de sus labios infantiles, me electriza. Contraigo las paredes vaginales alrededor de su pene palpitante.
Sus manos agarran mis caderas con fuerza repentina. Ya no es un niño tímido; es un animalcito aprendiendo a usar sus garras. Cada empuje ahora es profundo, brutal, rozando ese punto dentro de mí que hace que la vista se nuble. Siento cómo su cuerpo se tensa contra mi espalda, cómo su respiración se convierte en gruñidos cortos.
– Oscar: Señora… voy a… —advierta, apretando mis pechos hasta deformar las siliconas de mis tetas—.
Al mismo tiempo que hablaba también estaba al límite; el clítoris hinchado frotado con cada embestida.
– Viviana: Adentro —le ordeno, arqueándome más—. Correte adentro, mi niño.
Y ocurre: un gemido agudo, casi de dolor, escapa de sus labios mientras su cuerpo se convulsiona contra mí. Siento el chorro caliente dentro, pulsación tras pulsación, llenándome con su espesura juvenil. Ese calor repentino, esa entrega torpe, es la chispa que detona mi propio estallido. Un temblor profundo me sacude desde las rodillas hasta el cuello uterino, apretando su pene aún palpitante mientras las contracciones me doblan sobre la pared. El orgasmo no es elegante; es un gemido ronco que rasga mi garganta, uñas arañando la pared. En mi mente el mundo desaparece, solo existe semen caliente dentro de mi vagina salido de un niño de 10 años y sus manos temblorosas aferradas a mis caderas.
De pronto, lo aparto bruscamente—mi vagina se despega de su carne con un chasquido húmedo y obsceno—. El aire frío golpea nuestras pieles mientras me giro para mirarlo. El chorro sale sin aviso: un arco cálido y transparente que salpica sus muslos morenos y el césped. Oscar grita—no de placer, sino de sorpresa infantil—cuando el líquido le golpea la tierra como un manantial repentino.
– Oscar: ¡Está caliente! —exclama, mirando hacia abajo donde su pene aún palpitante brilla bajo la luna que empezaba a apreciarse, mezclando su semen con mi squirt en hilos lechosos sobre su piel.
Sus ojos negros se abren como platos—esa expresión de inocencia perpleja que solo un niño puede tener.
– Oscar: Señora… ¿se orinó encima? —pregunta, bajando la voz mientras señala mis muslos temblorosos donde el líquido sigue rezumando entre mis labios hinchados-
Su pregunta me hace reír con un sonido ronco y descontrolado mientras apoyo la frente contra la pared. El orgasmo aún pulsa dentro de mí como una réplica despues de un terremoto.
– Viviana: No, mi cielo —susurro, volteando para tomarle la cara entre mis manos—. Eso es squirt. Cuando una mujer se viene muy fuerte… así sale como si fuera una fuente.
Sus dedos curiosos rozan la humedad pegajosa en su propio vientre, luego llevan la punta a su nariz.
– Oscar: Pero huele raro —murmura, frotándose los dedos como si estuviera tocando pintura fresca—.
Su observación infantil me hace soltar otra carcajada mientras estiro mi mano para recoger mi sujetador que habia dejado caer suelo.
– Viviana: Es normal —explique, limpiándome los muslos con la palma—. Así huele cuando una mujer está muy excitada. Como tú cuando sudas jugando fútbol.
Su mirada se ilumina con comprensión torpe mientras se ajusta el pantalón corto sobre su pene ya flácido.
– Oscar: ¿Y eso… eso le pasa siempre? —pregunta, señalando mis piernas aún temblorosas.
– Viviana: Solo cuando alguien me hace sentir así —respondo, respondo mientras me ponía de pie para quitarme mi tanga mojada por el squirt enorme que me habia provocado mi niño—.
– Oscar: ¿Como mi papá a mi mamá? —pregunta de pronto, con esa inocencia perversa que me electriza—.
– Viviana: Exacto. Pero tu papá no la hace squirtear, ¿verdad?
– Oscar: No, mamá solo grita y llora. No chorrea como usted.
Estando de pie volvi a bajar mi vertido, la seda arrugada por el contacto con césped, mis rodillas estaban rojas y con marcas del césped, pero no le di importancia pues el placer que habia sentido valía la pena. Me senté en uno de los escalones que estaban a lado de la puerta por la que salimos.
– Viviana: Ven siéntate aquí—digo, extendiendo los brazos—.
Acomode a mi niño dentro de mi regazo para abrazarlo. Su cuerpo delgado encaja contra mi pecho como un rompecabezas. Su cabeza descansa bajo mi barbilla. Me volvi a bajar los tirantes del vestido, para amamantarlo. Sus labios cálidos rozan mi piel, como un cachorro aprendiendo a beber. Sus manos suben hacia mis pechos, apretando las siliconas. Chupa tímido al principio, luego con más fuerza cuando gimo. La sensación es eléctrica: sus dientes infantiles rozan el pezón mientras su lengua aplana la seda contra la piel. Pasaron diez minutos así sus manos explorando mis pechos, mis dedos guiando sus movimientos torpes. La luna ahora está alta, dese el salón, la música cambia a una balada lenta; los gritos se apagan. Es hora de volver a la fiesta. Pero antes de separarlo de mi regazo lo empece a besar, sus labios se movían muy torpemente, pero me gustaba su falta de experiencia.
Lo separe de mí y me quedo quieta un momento, escuchando sus pasos apresurados entrando otra vez a la casa. Volvi a recoger el tanga negro del suelo que estaba pesado y pegajoso, lo hice forma de bola y lo guardé en mi puño —iba estar sin nada debajo del vestido por lo quedaba de fiesta—. Mi vestido estaba arrugado y manchado de tierra, camine hacia los baños de servicio el espejo reflejaba mi pelo revuelto, labios hinchados, piel enrojecida donde sus manos apretaron demasiado. Abro el grifo, humedezco mis manos y empiezo a limpiar las manchas de mi vestido. Me seco con papel higiénico y me ajusto el escote. En el reflejo, mis ojos brillan con una luz que no habían tenido en años. El vestido está arruinado, pero mi cuerpo estaba satisfecho como si hubiera hecho realidad un logro que persigues por mucho tiempo.
Al salir, tropiezo con Clara quien llevaba una fuente de champán. Sus ojos escanean mi ropa arrugada.
– Clara: ¿Te caíste? —pregunta, señalando mis rodillas con marcas de hierba y de tierra—.
Le respondi que no, para inmediatamente tomar una de las copas de la bandera y bebérmela de golpe. El líquido burbujeante quema mi garganta.
– Viviana: ¿El sistema de luces sigue fallando?—digo rápido—.
– Clara: No, desde que se fue el electricista no ha fallado. Tengo que llevar esto, la señora quiere que te tomes fotos con ella al terminar la fiesta.
Clara se retiró, para dirigirse al grupo de invitados. Yo voy detrás de ella en medio de los invitados, recibiendo halagos por la buena organización. Estaba satisfecha por haber hecho un buen trabajo y por haber sido cogida bien despues de mucho tiempo.
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