Nat (20) & Harvey (45)
Una joven estrella de Hollywood, desesperada porque ya no recibe buenas propuestas para filmar, acepta la invitación del productor más poderoso y depravado para viajar ida y vuelta en avión entre NCY y LA. Ella sabe que él se la cogerá, pero no puede imaginar todo lo que le pasará en sólo 24 horas.
Tras comienzos como modelo y artista de varieté de canales infantiles, Nat se convirtió en una superestrella global a los 13 años, cuando se estrenó su film debut. La cinta mezclaba en live action muchos elementos del animé japonés, claves y guiños pedófilos, altas dosis de violencia y su rostro angelical, enmarcado en un lacio corte carré color coca cola que resaltaba sus ojos melifluos, casi ambarinos, y sus piernitas de nena aparecían en la mayor parte de la película. De inmediato se convirtió en un ícono para los pedófilos: su corte de pelo en esa película prosperó como modelo de videos animados orientales donde niñas en tránsito a la adolescencia participaban de actos sexuales con otros menores o aun con adultos.
Ella siempre fue bastante careta, y recibió con horror su status de ícono sexual de adultos morbosos, con centenares de cartas obscenas o amenazantes que la llenaron de terror y estupor, aunque en el secreto de su cuarto de adolescente se clavó innumerables pajas pensando en los deseos que generaba. Dirigió su carrera mayormente por filmes pochocleros o alternativos de estética más bien ramplona o filistea, y lo más asexuada posible, hasta que la contrataron para encarnar a la protagonista femenina adolescente de una supersaga espacial. Eso la catapultó a una popularidad máxima, pero la mala acogida del público a la saga (pese a su meteórico éxito de taquilla) la dejó a los veinte años en un pozo: si bien quedaban por estrenar dos de las tres partes de la saga espacial y por rodar la última, y seguía cobrando dividendos por ella, durante casi un año no recibió una sola oferta para trabajar en cine (excepto una aparición breve e intrascendente en una película de Ben Stiller), y terminó haciendo una obra de teatro en Broadway, algo que para una estrella de Hollywood significaba un descenso y una humillación. Estaba acostumbrada a filmar una sola película por año, pero después de ‘Leon’ recibía decenas de guiones entre los que sus padres podían elegir. Ahora llevaba menos de dos años ‘manejando’ su carrera y viviendo sola, y todo estaba cuesta abajo.
En plena exploración de crecimiento, tuvos varios amantes universitarios intrascendentes y una aventura intrascendente y breve (pero muy mediatizada) con un músico pop treintañero y calvo al que fue a buscar a los camarinos para levantárselo, con el que garcharon (no muy lucidamente) en pocas ocasiones, y del que se desentendió años después alegando que el ‘adulto’ había manipulado su ‘confusión’ adolescente. Algo típico de su hipocresía gazmoña: había una contradicción inherente entre el hecho de que era famosa porque estaba buena y los hombres la deseaban y su deseo de ser actriz, contradicción que nunca pudo resolver, y que al cabo signó su carrera.
Mientras tanto, en ‘Gaviota’, de Chéjov, Nat demostró contundentemente su talento actoral, opacado por los malos guiones de la saga espacial y su dubitativa dirección actoral. Su apuesta era llamar la atención de algún productor cinematográfico que le hiciera una oferta potable para resucitar su carrera. El primero que cayó al teatro fue Harvey, el productor más renombrado de Hollywood y un depredador sexual. Se especializaba en darles papeles a minitas en estado de desesperación laboral o desesperadas de fama; a cambio, las sometía a sus bajos instintos. Él la había contratado para su segunda película a los 13 años (un osado papel típicamente noventista; su personaje intentaba seducir a un confundido treintañero que volvía al pueblo), pero vía su manager (entonces, su madre), y no habían tenido prácticamente más que encuentros protocolares y rodeados de otras personas.
Esa noche durante la función, cuando Nat lo vio de lejos, tembló. Estaba dispuesta a todo para conseguir trabajo, incluso a eso que nunca había hecho pero casi todas hacían: cogerse a un productor. Pero el apetito sexual y la perversión de Harvey eran legendarios en Hollywood, y las minas, a veces medio en broma y a veces medio en serio (con miedo de ser oídas por algún otro y no laburar nunca más en Hollywood), les advertían a las más chicas: ‘Ojo con él’, ‘No vayas a una fiesta privada a la que te invite’, ‘No lo dejes entrar en tu casa / habitación de hotel’, ‘Harvey te obligará a hacer una cosa o dos’.
Sin embargo, después de la función, temblando, agradeció los efusivos elogios del gigantón a su performance de esa noche, y la invitación a comer en su próximo día libre; estuvo discreto en no forzar un paso a su camarín, que hubiera sido llamativo en una careta como ella. Pero, para la fecha de su día libre, Harvey le dijo que ‘justo’ tenía un viaje a Los Ángeles ida y vuelta en el día, y que en el medio iba a estar atendiendo negocios y en realidad sólo podría charlar con ella en el vuelo, ida y vuelta. En las horas intermedias, ella podría aprovechar para pasear o visitar amistades, agregó el degenerado.
Mientras lo oía por teléfono, Nat estaba 99% segura de que todo era una trampa para agarrársela a solas en el avión privado. Pero no había alternativa: un no a Harvey te podía cerrar las puertas de todo Hollywood; un sí se las abriría de par en par. Así que le abriría las piernas de par en par al gordo cuarentón para retomar el estrellato. La idea la agobiaba y le humillaba la posibilidad de que sus tiesos padres se enterasen o atasen cabos y le dedicaran un sermón o, peor aún, su desprecio.
El avión privado despegó a las 9 de La Guarda. Iban sólo el piloto y ellos dos. Desayunaron juntos, conversando generalidades, haciéndose los boludos: Nat estaba esperando la propuesta indecente y preparándose anímicamente para afrontarla, y Harvey tenía que esperar media hora a que hiciera efecto la droga en el desayuno de ella; entonces, su sangre empezaría a bullir ávidamente y su clítoris se empezaría a erectar; en una hora se la estaría cogiendo impunemente y por pedido de ella.
Para ir haciendo tiempo, Harvey le contó los tres papeles que tenía libres para una chica de su edad al término de su contrato teatral: una película de mediano presupuesto con tres escenas absolutamente secundarias, un papel secundario en un filme negro de tintes eróticos con un actor cuarentón, y un papel secundario muy importante como stripper en una película calientavergas pero sin desnudos reales, basada en una obra teatral y ambientada en Londres. Todos trabajos proyectados para publicarse en 2003, el año en el que Nata se quedaría completamente sin trabajo cinematográfico.
Nat trató de disimular la angustia que le producía cada una de esas propuestas, aunque la última era la mejor y podía ser potable, incluso pese a la extrema gazmoñería de sus padres, que aún a sus veintipico le costaba vadear, pese a que nominalmente se había independizado. La primera oferta era casi insultante; muy despierta pese a su extrema juventud, Nat intuyó que Harvey le estaba poniendo tarifas a la encamada en ciernes: si ella no daba nada, le iba a ofrecer el papelito más despreciable; por algo intermedio (un pete, por ejemplo), podía acceder a un papel intrascendente, que sólo le sumaría unos dólares e implicaría un paso atrás para su imagen de estrella; la tercera película era un papel para ganar premios en festivales, y le costaría una enfiestada completa y repetida, estimó la ninfa.
Acto seguido, el productor le mostró las distintas habitaciones de su avión privado: el comedor que habían usado, el amplio living, la cocinita, el baño con inodoro y lavabo, el cuarto sólo de ducha y, hacia el fondo del avión, a todo culo, una habitación con cama king size. El depravado cerró la puerta y le pasó una mano a Nat por la espalda y la cintura, por encima del vestido verde con estampados. Preguntó ‘¿Te gusta?’.
Intentando una patética defensa, Nat preguntó ‘¿Es esto necesario?’.
‘Sí. Porque, uno, necesitás el trabajo; dos, si me decís no a mí no trabajarás nunca más en Hollywood; tres nunca te cogieron de verdad y se te nota en la cara cuánto lo necesitás, y, cuatro, me encantás con tu mezcla de belleza angelical, mojigatería moral y cara de puta. Sólo lamento no haberte tenido siete años antes’, replicó el depravado mientras la arrinconaba contra la puerta y la tomaba de los hombritos ínfimos, para, a continuación, empezar a comerle la boca metiéndole la lengua hasta las amígdalas. Habían pasado 33 minutos de terminado el desayuno, así que calculó que la nena estaría a punto caramelo.
La pequeña mujercita se apartó como pudo y le dio la bofetada más fuerte que pudo en la mejilla izquierda. Al enorme cuarentón apenas le picó la cara. En respuesta, le dio él a ella una bofetada que le dio vuelta la cara y la hizo caer al piso tras rebotar contra la pared.
Sus ojos se llenaron de lágrimas. Él le tendió la mano y dijo ‘Perdón, pensé que el cachetazo era un juego. ¿Te gustan los juegos de roles?’. Ella dijo que no sabía, que nunca lo había hecho (todavía haciendo pucheros). Él la tomó paternalmente del rostro, agregó ‘Vas a ver que te van a encantar’, y volvió a comerle la boca. La alzó con las gráciles piernitas a los costados de sus gordas caderas y, entre besos por toda su carita compungida le dijo ‘No sientas culpa, es el procedimiento standard de Hollywood. Los fundadores eran los dueños de los cabarulos neoyorquinos y llevaron sus mejores putas de una costa a la otra hace casi un siglo. Marilyn primero tuvo que cogerse a un montón de viejos hasta que la hicieran estrella. A Shirley Temple se la goloseaban los productores de su estudio desde que era muy chiquita, con la venia de los padres. A Judy Garland se la cogieron hasta los enanos de El mago de Oz. Britney es juguete de los productores desde los 15. ¿Cómo te tengo que coger para que me perdones la cachetada? ¿Suave, fuerte, mucho?’.
‘Suave’, gimoteó/concedió la abrumada muchacha.
Ya logrado formalmente el sí de la ninfa, el cuarentón verde se tiró boca arriba sobre el colchón con ella abrazada, y siguió besándola despacito, mientras le punteaba la conchita con la verga. En menos de media hora la iba a tener pidiéndole más verga a gritos.
Nat se había vestido para ir al aeropuerto con un largo y discreto gabán para ocultar un no provocador pero sí sexy vestidito verde con flores estampadas que dejaba insinuar sus pequeñas aunque cautivantes formas. Mientras la chuponeaba y la punteaba, Harvey le fue subiendo la faldita y le empezó a amasar el culo. Nat se dejaba besar mecánicamente y cada tantos segundos reaccionaba y respondía con besos insulsos a los chupones y lengüetazos del depravado.
El cuarentón se tumbó boca abajo, con ella abajo, aplastándola con su peso (cien kilos a cincuenta y uno). La siguió chuponeando un rato y luego se arrodilló, la agarró de los tobillos, que elevó y abrió, y empezó a recorrer las piernas a besos extasiado, con los ojos cerrados, mientras ella lo observaba fascinada y llena de pánico. Cuando él abrió los ojos y la miró con expresión malvada, Nat torció el cuello para la izquierda y se dejó hacer. Harvey siguió chupeteando los blancos muslos hasta internarse en la bombachita verde agua; el pedazo de gazmoña no se había atrevido a usar tanga aunque sabía que venía al matadero: el detalle lo prendió más; usarla y romper su psique para emputecerla sería así un trabajo exquisito. Además, estaba segurísimo de una cosa: una careta de este calibre, por pura vergüenza, jamás lo denunciaría, le hiciese lo que le hiciese y le obligase a hacer lo que le obligase a hacer; eso le ponía la verga al palo y en estado de estremecimiento permanente.
Harvey le corrió la bombacha hasta la altura de sus rodillas (así, elevadas y como había puesto las piernas al principio, pero más juntas) y merodeó con su boca la conchita durante casi cinco minutos, pero sin llegar a ella; de muy cerca, la veía pulsar, ya húmeda. Empezó a darle besitos por afuera a la depilada, pequeñísima e hinchada conchita; su dueña no pudo evitar retorcerse, respirar más fuerte y, cada tanto, a suspirar hondamente.
Mientras se desprendía los pantalones y se los iba bajando, dedicó varios minutos a chuponear, chupar y lamer el culito y el ínfimo ano, que sería una delicia hollar cuando ya la tuviera a su merced. Después de quitarse los zapatos con los tobillos y tirar de los pantalones hasta quedarse en medias, camisa y traje, de pronto Harvey atacó con su lengua el clítoris; hábilmente, apartó el capuchón con los labios y le dedicó un lengüetazo artero, inesperado, que le arrancó a Nat el primer gran gemido de la mañana. La nena ya no pudo contenerse cuando Harvey arreció sus lengüetazos en las partes más candentes; empezó a temblar de placer y a soltar gemidos convulsos que reprimía todo lo posible; pero era la verdad: se estaba calentando mucho y casi deseaba que el cuarentón depravado por fin se la ensartara.
Cuando el cuarentón empezó a pajear el clítoris mientras la lengua se internaba abruptamente en la breve y húmeda ranura, Nat enloqueció. Empezó a moverse para todos lados, con el objetivo de zafarse, cosa que el enorme y pesado Harvey impidió sin mosquearse. Tras su completo fracaso, la nena se aferró a la cabeza del depravado y soltó el mejor orgasmo preverga de su joven y gazmoña vida.
Harvey se arrodilló de nuevo, se quitó el saco y la camisa rápidamente y los arrojó al suelo. Ya sólo en medias y con la gruesa verga circuncidada al palo, tironeó de la bombachita verde agua para sacarla del todo, olerla extasiado y comentar, mirándola a los ojos ‘Esta me queda de recuerdo’. Acto seguido, avanzó con sus rodillas a los costados de la orgasmeada pero aún mayormente vestida Nat, hasta quedar con sus rodillas bajo las lindas axilas y sus testículos sobre la angelical cara. La nena se quedó estupefacta viendo los grandes huevos y la gruesa verga de su abusador, que mientras tanto guardaba la bombachita en la mesa de luz cercana y al cabo le ordenó ‘Besala toda. Empezá por mis bolas y terminá por la punta’.
En Nat se confundían el asco, el miedo, el pudor, la vergüenza, la castidad, el deseo, el morbo y la putez; nunca había sido tratada así por su lista de piscuises, que la adoraban como a una reina, le satisfacían todos sus caprichos y consentían su feminismo y su veganismo. El cuarentón verde le había ordenado ‘Besala toda’ y eso le acababa de romper la cabeza.
En medio de su confusión, no tuvo más remedio que empezar a besuquear las bolas del depravado, que tenía literalmente a un centímetro. Fue subiendo por el tronco, las manos afirmadas en los muslos peludos y regordetes de su abusador, hasta llegar al glande. El glande estaba rojo, enorme, viscoso; lo olió con asco, pero el aroma la calentó más; miró tímida y brevemente a su abusador y luego empezó a lamer. Para darse coraje, cerraba los ojos y saboreaba la verga que estaba por violarla; la conturbaba el sabor, el momento, el acto, el morbo de ser usada como puta por un hombre cuarentón, rico, poderoso, muy feo, que la doblaba en peso y en edad.
El cuarentón rico, poderoso y muy feo observó a la nena darle besitos por los huevos y toda la chota hasta subir al glande y empezar a lamerlo como si fuera un helado. En es momento, excitado, le tomó la carita con las dos manos y hundió su gruesa verga hasta los huevos en la boca de Nat. La nena se sacudió como loca, pero aunque revolvió su cuerpito hasta hacerlo flamear como una bandera y sus puñitos aporrearon los muslos y las caderas peludas, los cien kilos sobre su cara se revelaron inamovibles. Después de su efímera rebelión, Harvey estaba todavía clavándole la pija en la boca hasta los huevos y cogiéndola levemente, mientras gemía y murmuraba, indiferente a las arcadas y los sacudones de su víctima, ‘Uy, qué lindos son los juegos de roles. Juguemos a Mathilda y Stanfield en la escena del baño’.
A la nena se le llenaron los ojos de lágrimas, pero su conchita pulsó: la noche previa a esa escena de su film debut, realizada a sus 12 años, se había clavado seis pajas pensando en el actor. Gary, el malo de esa película (hacía de un policía de la DEA corrupto), era hermoso, y mucho más carismático en escena y fuera de ella que el gris y tímido actor francés que protagonizaba la cinta. El director francés, un depravado que se había cogido a su esposa desde que ésta tenía 14, estaba enamorado perdidamente de la nena y, al mirarla todo el tiempo, se daba cuenta de los ardores de ella para con el rubio Gary. Así que, el día anterior, le había aconsejado al actor que jugase con esa tensión sexual durante las tomas en el baño. Stanfield debía arrinconarla contra la pared de fondo del baño, interrogarla amenazadoramente, con los cuerpos muy cerca, con él casi cubriéndola, y refregarle el revólver en la carita ‘como si le estuvieras refregando la verga’. La escena entre Nat y Gary fue una de las más candentes de la película, y de la historia del cine, pero la interrumpía un subordinado de Stanfield que llegaba para avisar que habían matado a un compañero en el barrio chino. En cambio, en ese avión privado esa mañana rumbo a Los Ángeles, nadie aparecería para salvar a la recatada muchacha de 20 que había interpretado a aquella nena putona de 12.
‘Juguemos a que yo era Stanfield y te cogía la boca de rodillas en un baño. Vamos al baño’, ordenó Harvey sacando la verga de la boca de Nat. La nena tosió y escupió algo de guasca sobre la sábana de seda negra, pero enseguida fue arrastrada de una manito hacia el baño con inodoro.
El baño era pequeño, para que entrase una persona sentada en el artefacto o parada ante el lavabo. Harvey la hizo pasar, se sentó sobre el inodoro, abrió las piernas, empujó levemente a su víctima hacia abajo de los hombros. La nena se arrodilló sumisamente y tomó la verga entre sus manitos. ‘Besá las bolas y el tronco con besos chiquitos, como una asustada nena de 12 a un policía violento’, ordenó el cuarentón. Luego abrió más las piernas, se recostó contra la pared y se puso las manos detrás de la nuca para observar a Nat con los ojos cerrados y temblando de calentura, besuqueándole la chota. Le cimbró la pija de ver lo débil, indefensa y rompible que estaba la piba. Sería su obra maestra: la niña buena, blanca y pura de Hollywood, que no se drogaba ni se emborrachaba ni se encamaba con productores, empresarios o polít icos, emputecida y rogando por verga de cuarentón rico, feo y poderoso.
Después de cinco minutos haciéndole tragar la poronga groseramente, el degenerado parafraseó a Stanfield: ‘¿Tenés ganas de ser una superestrella? Porque no me gusta cogerme a nenas que no sientan suficiente amor por la fama’. Le permitó sacarse media verga de la boca para asentir con la cabeza, mirándolo llena de vergüenza y todavía con los ojos brillosos. ‘Entonces ensartate en mi verga y cogeme furiosamente, diciéndome las palabras más sucias que encuentres’.
‘¿Me puedo sacar la ropa?’, preguntó la sumisa Nat.
‘No. No podés hacer nada que yo no te ordene. Es el juego de roles, ¿recordás?’, le sonrió el gordinflón acariciándole la carita intencionadamente como si fuera el lomo a un perro. La nena, resignada, se subió sobre Harvey con las piernas abiertas lo poco que le permitía el estrechísimo espacio, casi completamente ocupado por el gordo y peludo productor.
El cuarentón la aferró bien de las nalgas. La nena tomó la verga y se la metió ella misma con un suspiro; sólo entró el enorme glande circunciso y un poco más, unos seis centímetros. La verga era demasiado gruesa y la conchita era demasiado chica.
El cuarentón gruñó de placer y le apretó el culito contra su verga, haciendo tronar la conchita y entrándole un par de centímetros más. ‘Qué rica conchita que tenés, parecés de verdad de 13’, se emocionó el depravado mientras la nena daba respingos en loops por el dolor. Imperturbable, Harvey agregó ‘Instrucciones: ahora soy Stanfield y vos sos Mathilda, te metí a uno de los baños con inodoro del edificio de la DEA para cogerte. Vos me tenés que dar la mejor cabalgata de verga del mundo para que no te mate ni te meta presa, mientras en el edificio miles de personas trabajan y ambulan y vos los oís y sabés que puede entrar alguno en cualquier momento y oírte, pero igual no te va a defender’.
Mientras Harvey hablaba, la nena lo miraba estremecida de dolor y deseo, ya ensartada, con las manitos blancas apoyadas sobre el pecho gordo y peludo del primer hombre de su vida que podía considerarse su amo. En cuanto el cuarentón terminó de hablar, Nat empezó a pistonear, húmeda, caliente, gimiente, desesperada, avergonzada, con los ojos cerrados, sobre la gorda verga blanca. La enloquecían las rudas manos de Harvey manoseándola impunemente, la gorda verga penetrando lentamente hasta el fondo su conchita ínfima, la humillación y el asco de chetita de Long Island a la que nunca le pusieron un dedo encima ni la maltrataron.
En ese momento, Nat recordó las pajas que se hacía a los 12 años, durante el rodaje de su film debut, imaginándose gozada por habitantes del Bronx (donde se filmaba) afros, latinos, chinos, pobres, sucios, corruptos, malvivientes. Entonces empezó a sacudir la pija del productor con los más gloriosos conchazos de su joven vida. La manazas del cuarentón ya no podían contener el ímpetu de la emputecida veinteañera, que al fin había logrado meter la gruesa verga circuncisa hasta el fondo de su conchita diminuta y le estaba arrancando el mayor placer en décadas de depravación. La nena, enloquecida por la yumbina, encarnó a Mathilda con exclamaciones que en sus pajas infantiles había dedicado al propio Gary, como ‘¡Ay sí, oficial, qué rica verga que tiene, me parte!’, ‘Me conseguí un chongo con una verga tremenda, pero no me quiere coger’, ‘Todas mis amigas ya se prostituyeron, yo quiero ser la putita de un policía lindo como usted’.
Aferrando el culito fuertemente, Harvey le empezó a meter los dos dedos mayores en el ano mientras la ayudaba a sacudirse más fuerte contra la pija. Al final, el fortachón sacudió a la nena entre sus gruesas manos y la nena, con la cara apoyada sobre el hombro izquierdo del depravado, se dedicó a acabar, extenuada, mientras Harvey se hacía la mejor paja de conchita de su depravada vida.
En ese momento agarraron un pozo de aire y estuvieron 500 metros en caída libre. El jabonazo la hizo abrazarse más al cuarentón y apretarle y cogerle la verga con su conchita de tal modo que lo deslechó de prepo. La desesperó sentir, por primera vez en su vida, la lechita adentro, y orgasmeó hasta el desconsuelo mientras el cuarentón la aferraba bien contra su pija, descargándose, y los gruesos dedos medios hollaban el anito completamente virgen.
Cuando la caída libre terminó, Nat recuperó en pocos segundos la conciencia y empezó a llorar, todavía ensartada y con semen chorreando entre sus muslos, abrumada por su caída moral. Implacable, Harvey la besuqueó en la cara sudada y le susurró, jadeante, ‘Sos la mejor putita que tuve en mi vida. Qué cogida me pegaste. Y esto recién empieza’, prometió, gozando con la multiplicación de lágrimas y pucheros en la carita de su víctima y mordiéndole fuertemente el fino cuellito.
Nat rogó ‘Por favor, marcas no’.
‘Sí, perdón, tenés razón. Vamos a la cama así seguimos discutiendo tu contrato’. La levantó ensartada en su verga enviagrada y la nena se dejó llevar resignada como una víctima al cadalso. Acababa de vivir una situación límite y adrenalínica, y su corazón latía como un tambor. Eso potenció la droga que tenía en su organismo, y, pese a su rostro apesadumbrado, ya iba dando conchazos por el camino sin darse cuenta.
El gordo Harvey se tiró boca abajo sobre la cama king size, con Nat debajo, aplastada y ensartada. Le extendió los brazos y, aferrando bien las pequeñas muñecas, le empezó a dar de nuevo. Le daba suave y a velocidad poco más de media, pero sostenida, así que, con la droga ya haciendo pleno efecto en ella, la actriz empezó a enloquecer. Sin embargo, protestó, jadeante ‘¡Me aplastás!’.
‘Me encanta aplastar’, continuó inmutable el cuarentón y gordo Harvey, y le empezó a dar al mismo ritmo pero con más fuerza.
La nena empezó a gemir y no tardó en murmurar ‘Sí. Así. Así. Sí’.
‘¿Sí, más fuerte querés?’, preguntó el experto pervertido.
‘¡Sí, qué rico!’, exclamó fuera de sí Nat.
Entonces el cuarentón empezó a utilizar todo su vigor y peso para saltar y arrojarse a toda velocidad contra la pequeña, inexperta e hiperdrogada conchita de la actriz. Ya sin tapujos, la aplastada morochita daba gemidos que se oían desde la cabina del piloto.
Harvey preguntó de nuevo ‘¿Te gusta, bebé?’.
‘¡Síiiiii!’, vociferó-gimió Nat.
(Empezando a darle con saña) ‘¿Viste, putita, que te estabas perdiendo la mejor cogida de tu vida?’.
‘¡Síiiiii!’
‘¿Te gusta mi pija, bebita?’
(Apretando los dientes, mientras orgasmea por cuarta vez) ‘¡Síiiiii, me encantaaa!’ (convulsiona mientras Harvey le sigue dando con todo)
Enviagrado, a Harvey no le importaba acabar tantas veces como ella, así que se salió de la conchita, se arrodilló sacudiéndose la verga y, antes de que Nat pudiera advertir lo que iba a pasar, empezó a deslecharse entre gruñidos sobre su vagina, su pancita, su vestido recogido, su cuello, su sorprendida carita y su ondulado pelo color cocacola.
La nena comentó, desolada, ‘¡Me manchaste toda la ropa! Menos mal que traje una muda’.
‘Perdón, tenés razón, no pensé’, respondió con todo cinismo Harvey, mientras se limpiaba el glande entre los muslitos mancillados de Nat. Le tendió las manos ‘Vení, limpiamelá bien con la boquita, te tragás todo y después brindamos por este encuentro’.
La desolada nena se dejó empujar suavemente de rodillas al piso, entre las piernas de Harvey parado, para limpiar los enormes huevos y la gruesa verga, que no se ablandaba ni un poquito. Otra vez lloriqueó. Harvey le acarició la cabeza como si fuera un perro, y comentó ‘Ah, me encantan, me encantan esas lágrimas de putita culpable. Sos divina’.
La nena tragó leche por primera vez en su vida y, asqueada, se dejó agarrar de las manos para enderezarse, levantar los brazos y dejarse sacar cuidadosamente el vestido lecheado, que su abusador arrojó displicentemente al lado del baño con inodoro.
Harvey la dejó en corpiño y fue a sacar una botella de champagne y dos copas de la heladera. La copa de Nat tenía más yumbina. Llenó las dos y brindó ‘Por Hollywood, que siempre dará putitas divinas como vos’. La nena chocó copas con gesto compungido, y bebió un sorbo. Harvey ordenó ‘Fondo blanco’. Nat se atragantó con el líquido burbujeante y tosió dos minutos, pero se lo bebió todo mientras Harvey ya le manoseaba las partes bajas. Luego, adrede, el productor rompió el broche del corpiño al desprenderlo y dejar a la vista las tetitas ínfimas, los pezoncitos pequeños, de niña, pero puntudos y tersos. La nena no tuvo ánimo para protestar.
Harvey empezó a chupar, lamer y sorber el pezón que tenía más cerca, así de parados. Cualquier roce en la piel de Nat en ese momento la erotizaba, de manera de el ataque húmedo a sus pezoncitos la hizo retorcerse de parada, con los brazos caídos al costado del cuerpo y la copa colgando de una mano, pero dejándose.
Después de un rato, Harvey le mordió el hombrito derecho, la hizo dar un cuarto de giro para su izquierda y bajó chuponeándole la espaldita angosta, la colita parada, las nalgas, el ano todavía virgen…
Nat había quedado delante de un espejo de cuerpo entero (uno de los varios de la lujosa habitación), obligada a observar su rostro demudado por el deseo, sudado, con restos de semen seco en el pelo, y la silueta del gordo atrás con la cara adentro de su ojetito mientras amasaba sus caderas y sus muslos y le abría las nalgas para chuparla mejor; lloró de nuevo, inconsolable pero intentando controlarse.
Ahora Harvey le estaba mordiendo la nalga derecha fuertemente, para dejarle marca. Se quejó, gritó y aulló para que el depravado se detuviera, pero él hizo caso omiso.
En ese momento, el piloto anunció por el parlante ‘Vamos a volar un poco más alto y dar un rodeo para evitar un frente de tormenta. Nos detendremos en Denver o Las Vegas para asegurar el combustible hasta LA’.
Harvey no emitió opinión sobre el mensaje. Sólo se paró, sacó de una mesa de luz unos tacos aguja altísimos, pero de la medida del piecito de Nat, y le ordenó a la nena ‘Ponetelós. Ahora yo me voy a tirar a la cama y vos me vas a desfilar desnuda en tacos aguja, mirándome provocadoramente, y cuando yo me manosee el ganso, vos me lo mirás con deseo. ¿Sí? Hacelo varias veces, no te detengas hasta que yo te diga’. Ante el silencio estupefacto de la nena, agregó ‘Es una escena del policial negro’.
Bajando la vista para no verse a sí misma al espejo, objetó ‘¿No está bien ya, con todo lo que hicimos?’.
‘Sí, está muy bien. Quizá te alcance para el papel secundario en el proyecto de bajo presupuesto. O quizá no. Hay mucho talento femenino por ahí con verdaderas ganas de triunfar’, contestó Harvey sonriendo mientras le miraba el orto.
La nena, abatida, obedeció y le desfiló como modelo, moviendo el culito desnudo, mientras Harvey, echado boca arriba en la cama con una mano atrás, se masajeaba el ganso sin perderse detalle del lujuriante cuerpito de la ninfa. La hizo desfilar cinco veces ida y vuelta antes de indicarle, señalando su chota, ‘Acercate mirándola con deseo, acariciala, besuqueala con devoción y decí que es la mejor pija que te comiste en tu vida. Después me la chupás un poco para humedecerla bien y después te sentás y me cabalgás. Mientras me cabalgás me decís cosas sucias como <Harvey, qué pija que tenés, me partís<, <Cómo me calienta que me cojan viejos por plata>, <Me encanta ser tu putita preferida, Harvey>, <Harvey, por el mejor papel hago lo que me pidas>, y así’.
Nat se subió a la cama y gateó sumisa. Obedeció en todo y a los diez minutos estaba cabalgando la gruesa verga salvajemente, como la mejor puta del mundo, enloquecida de placer. En cuanto tenía dos minutos sin sentir un placer extremo, la joven actriz se acordaba de su culpa, su vergüenza y su humillación e intentaba resistirse; pero en cuanto el gordo cerdo la manoseaba, la chuponeaba o le daba verga, se volvía loca y se convertía en otra persona, una zafia que ella jamás había imaginado que existiese en su recóndita e hipócrita mente. Le daba vergüenza, pánico y horror descubrir esa parte abismal de ella que ahora se había apoderado de su cuerpo y la hacía saltar frenéticamente para clavarse la gorda verga del gordo Harvey hasta deslecharlo otra vez y provocarse el quinto orgasmo, que la dejó seca y sedienta.
Su torso ínfimo se derrumbó sobre la gran panza y las tetas peludas de Harvey, que siguió tirando pijazos hasta que la putita le secó los huevos. Después se quedó jadeando y con la nena todavía ensartada, recuperando el ritmo de su respiración. Finalmente, puso a Nat de costado con las rodillitas juntas, de espaldas a él, y la ensartó desde atrás, así toda lecheada, para seguirle dando.
Nat, que estaba con los párpados bajos relajadísima, exhausta o las dos cosas, abrió grandes los ojazos melifluos, casi ambarinos, y empezó a dar quejidos, pujidos y gemidos al ritmo de la vergota de Harvey. La tenía aferrada entre sus gruesos, peludos y fofos brazos, como a una muñeca, completamente sometida a su verga, gozando como nunca y pensando qué cosas le haría en siguientes encuentros. Eso le calentó más, y le siguió dando más fuerte en esa posición siete u ocho minutos, mientras Nat lanzaba una mezcla de gemido, lamento y aullido y le apretaba la verga como loca con sus estremecimientos de conchita.
Después, Harvey le ordenó ‘Ponete en cuatro’. Temblando de placer, la sudada flaquita obedeció.
Harvey la acomodó para que le diera la mejor luz y se quedó mirándole el orto, paradito, cerradito, virgen. Sacado, la levantó de las caderitas y le chupó otra vez el ojete y, menos, la conchita así, con los piecitos colgando. Nat se retorció y tembló, excitada por la tremenda fuerza del feo y viejo cerdo que se estaba aprovechando de ella.
Después la depositó otra vez en cuatro y le pegó cuatro duros chirlos, dos con cada mano, en el divino culito. Nat gritó por los chirlos y se quedó jadeando de calentura. Entonces Harvey le apoyó la carita en el colchón, le agarró, como si fueran riendas, las muñecas pequeñísimas y empezó a cabalgar briosamente a su nueva putita. La levantaba con cada pijazo, ayudándose con sus gordos muslos para impulsar a la putita hacia arriba y que se ensartase más rico la chota. Tenía la mejor conchita que hubiese probado en su vida y pensaba seguir disfrutándola por lo menos durante los siguientes dos años. Pero además le calentaba envilecerla, emputecerla, convertirla de santurrona incogida en pendeja buscavergas. A cada levantada de pija, la nena respondía con una exclamación, mezcla de quejido y suspiro provocado por el rebote de su diafragma ‘¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!’. A cada caída de nena sobre la pija, las dos pieles sudadas chasqueaban como fuertes cachetazos. Los dos sudaban como pollos al spiedo.
Después de seis minutos así, la soltó, le ordenó apoyarse en sus codos, la tironeó a dos manos de los cabellos ya despeinados y con restos de semen seco y apoyó sus codos sobre las nalgas de la nena para seguir dándole duro. Nat, enloquecida, tiraba conchazos furiosos para recibir al máximo la verga que le estaba dando el placer de su vida. Ya no le importaba el cine, la actuación, su carrera, la humillación, la fealdad y perversión de su violador. Sólo quería ser cogida salvajemente y soltar ese orgasmo que vagaba por todo su organismo y la hacía temblar y bramar, buscando exorcizarlo.
Cuando el orgasmo llegó, sus brazos y piernas simplemente no le respondieron y se derrumbó hacia adelante, sólo sostenida de la cabellera por las gordas manos de Harvey. El gordo sonrió al notar la completa victoria de su pija sobre la remilgada y estrecha pendejita.
Sin desensartar aún a Nat, Harvey se sentó sobre sus piernas flexionadas, la levantó y le dio un abrazo de oso desde atrás, sosteniéndola contra su panza mientras con sus gordas rodillas separaba más las piernitas de la nena. Se la cogió así un rato; luego sacudiendo a la nena arriba y abajo con su abrazo de oso, para seguir dándose placer. Si la hubiera soltado, Nat se hubiera derrumbado sobre el colchón. Ya sin resuello, sudadísima y sedienta, notó que su mente, su torso y su pubis funcionaban perfectamente, pero sus cuatro extremidades no le respondían. Después de cuatro minutos siendo cogida en esa posición, pudo reunir fuerzas para musitar ‘Tengo sed’.
Harvey dijo ‘Es cierto. Brindemos’ y la soltó. Nat cayó hacia adelante como una bolsa de papas. Llenó otras dos copas y volvió hacia la exánime Nat. Se la sentó en la falda, inerte como un maniquí, y le empinó la copa hasta obligarla a hacer fondo blanco.
Luego de toser, la nena dijo, con alguna lentitud, ‘Quiero agua’. El depravado la llevó alzada y le dio tiernamente a beber agua del pico de una botella de agua envasada que acababa de extraer de la heladera y el sello de cuya tapa rompió ante sus ojos. El recipiente había sido inyectado con otras drogas.
Después, mientras Harvey la llevaba en brazos hasta la cama, Nat preguntó, babeando, ‘¿Qué me diste? No me puedo mover’. Harvey explicó ‘Te di tantos pijazos de verdad, como nunca habías recibido, que sufriste un colapso nervioso por tantos orgasmos. Quedaste tan blandita que ahora por un rato te cuesta moverte. No te preocupes, igual podemos jugar’.
La depositó suavemente sobre la cama. La acarició con ternura y le besó dulcemente los labios y la cara, para después mordisquearle breve e impunemente los pezones y arrancarle un par de quejidos. Le abrió bien las piernas y dirigió las luces de la habitación para que iluminaran a la perfección la conchita pelada abierta como una O y chorreando semen.
A continuación extrajo una cámara de fotos y empezó a fotografiar a la inmóvil pero consciente y desesperada ninfa. Documentó con todo detalle su rostro en segundo plano de su conchita chorreando leche. La puso culo para arriba y fotografió el chorrito de semen derramándose ahora sobre el pequeñísimo clítoris.
Luego escribió con un fibrón negro en su espaldita ‘Property of HW’ y la fotografió. Después la dio vuelta, le escribió en la frente ‘Daddy’s Little Whore» y, bajo su ombliguito, ‘HW, owner’, con una flecha apuntando a la conchita. Fotografió todo. Enseguida, la escupió tres veces en toda la cara y volvió a fotografiarla. Nat sólo apartaba la vista, desesperada, inmóvil, angustiada.
Harvey fue a dejar la cámara fotográfica profesional y volvió con una handycam. Acto seguido, se sentó sobre el pecho de la nena, aplastándola. Le rodeó la carita con sus gordos y peludos muslos, le abrió la boca, le insertó la verga y empezó a cogerle la boca. La nena, inmóvil, se ahogaba y se atoraba todo el tiempo. Ya no lloraba, sólo intentaba respirar con una verga en el esófago mientras su violador la filmaba; en ese momento estaba tan abrumada por lo que le tocaba vivir que ni siquiera se hizo problemas o preguntas al respecto.
Cuando la tuvo medio desmayada por asfixia, Harvey se excitó tanto que empezó a acabar. El primer chorro cayó casi todo adentro de la boca de Nat, atragantándola y haciéndola revivir un poco. Los dos siguientes furiosos chorros dieron con toda fuerza contra la naricita y el párpado izquierdo, respectivamente, de la emputecida starlette. Apenas sosteniéndose sobre sus rodillas alrededor de la cabeza de la nena, temblorosamente, Harvey documentó bien la cara lecheada y con el cartel de ‘Daddy’s Little Whore’, guardó la handycam en la otra mesa de luz, luego puso a Nat boca abajo para que no muriese ahogada y finalmente se arrojó a un costado sobre el colchón y se durmió.
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