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Dominación Mujeres, Sado Bondage Mujer, Sexo con Madur@s

Nat (20) y el excampeón de box (35): segundo round y nocaut

Nat, la joven actriz hollywoodense que aceptó subirse a un avión con el productor más depravado de Hollywood para conseguir un buen papel, ahora es violada por Mike, el campeón de box más violento de la historia, ante la impotencia de Harvey y sus amigxs.
Después de diez minutos más dándole en esa posición, el campeón se salió de la nena y la soltó. Ella no cayó al piso sólo porque la mesada la sostuvo; sus piernitas temblaban en una mezcla de terror cerval y orgasmo perenne.
La arrastró de la manito hacia el pasillo mientras le anunciaba ‘Vamos a la zona de asientos. Te quiero coger mirando el paisaje por la ventanilla’.
(Continuación)
La nena trastabilló y cayó tres veces al piso, como Cristo, y las tres veces fue levantada de un tirón de mano por su Simón de Cirene antes de recalar en un asiento de la derecha. Mike se sentó y sentó en la poronga a la todavía amordazada Nat. Le ordenó ‘Clavatelá vos mientras miro el paisaje’.
La nena intentó dolorida e infructuosamente meterse ese monstruo durante tres minutos. Mike la esperó sonriente durante el mentado lapso y después la arrojó como a una bolsa de caramelos contra el asiento de enfrente. Cuando la tuvo culo para arriba, la agarró de las caderitas, le enseñó ‘¿Ves? Así se hace, puta estúpida’ y empezó a enterrarle duramente la verga, haciendo tronar varias veces los dos sexos.
Se la cogió así, cabeza abajo y patitas en el aire, mientras miraba por las ventanillas, durante más de diez minutos. Después se sentó contra una ventanilla con la nena ensartada y le ordenó ‘Ahora cabalgame vos, mami. Y hacelo bien porque ya me está picando la mano’.
La amordazada y deshidratada nena se orinó del miedo, y empapó los pantalones del campeón. Mike se sonrió, cerró el puño y le dio un fortísimo golpe justo arriba del ombliguito. ‘Me measte los pantalones, mami. Ellos decían que sos inteligente, pero me parece que cuando ves una verga de verdad te ponés medio estúpida’.
La nena estaba doblada, agarrándose la panza, sostenida por la empedernida pija de Mike más que por sus rudas manos, tratando de respirar. Le dio una, para sus parámetros noqueadores, suave cachetada en la mejilla izquierda, apurándola ‘¡Dale, mami! Te dije que me cabalgues la verga’.
La nena, aún agarrándose el estómago por la piña y viendo doble por la cachetada, empezó a saltar sobre la pija como pudo. Mike le levantó el topcito y le manoseó distraídamente las tetitas mientras observaba el paisaje y se dejaba hacer una suave pajita por la excitada pero exhausta nena.
Después de 15 minutos, se cansó de ver la oscuridad tachonada de luces y de ser apenas pajeado por la liviana nena y la empezó a sacudir con violencia, así como estaban sentados, contra su pija. Sus brazos se cansaron recién a los 13 minutos. Entonces se paró con la nena ensartada (las piernas le temblaban, apenas podía sostenerse en pie) y caminó empujándola a pijazos y trompicones hasta el baño de asientos. Allí le metió la cabeza en el inodoro metálico y la siguió sacudiendo frenéticamente por unos 20 minutos. En el medio Nat, sedienta, bebió desesperada el agua del inodoro, para solaz del campeón, que se burló ‘Qué puta sucia que sos. Cómo cambiaste desde que me conociste’. La orgasmeable nena ni se inmutó y vació el recipiente, tan excitada como exhausta.
Luego Mike caminó por el camarote de asientos con la nena adelante, ensartada y patinando o con sus tacos agujas en el aire por los empujones de verga del campeón, buscando algún otro lugar o posición para cogerla. Al final eligió el placard de la parte trasera. Lo abrió de par en par, puso a la nena de frente a él, le abrió las patitas, la aplastó contra la pared y la ensartó de parado tan salvajemente como antes, chuponeándola y mordiéndola toda en la cara, el cuello, los hombros, el pecho, las tetitas.
Mientras tanto, a menos de una hora de llegar a NYC, en la otra habitación debatían a media voz sobre cómo convencer al campeón de soltar a Nat cuando llegasen; sin dudas, la firme intención del campeón sería encerrarla en la suite donde estaría tres días completos y cogérsela en cada rato libre. Nat tenía su martes de descanso y el miércoles ya tenía función hasta el sábado; debía descansar mucho, tomar muchos analgésicos y recuperar el escracho para sostener una imagen pública. Harvey confesó que invitó al campeón al avión de última, sin imaginar que se podía llevar tan impunemente a la pieza a Nat. Y se quedó pensando que él no quería tanto, que le alcanzaba con el pánico cerval que le había provocado a la nena sólo ver la monstruosa humanidad de Mike; y que iba a tener que implementar un operativo para impedir que Mike siguiera llegando a Nat: para la nena iba a ser difícil huir de la inmisericorde lujuria del campeón sin armar un escándalo judicial ni mediático que no le convenía a nadie.
Harvey tampoco quería que saltara a la luz que había sido violada por el campeón en el avión privado al que habían subido ambos por invitación suya; el senador también estaba preocupado por quedar implicado en el posible escándalo. Stephen estaba lamentando secretamente ser el único macho en el avión que no aprovechó para echarle un polvito a Nat. Layla estaba deseando gozosamente que el campeón le rompiera la concha a Nat y la obligase a acudir a una cirugía de urgencia. Y Oprah no podía más de la calentura y las ganas de ver cómo el campeón se gozaba a la pendejita engreída y estirada, pero para su imagen pública también hubiera sido pésimo un escándalo entre el boxeador y la actriz.
Al final, Oprah se impuso como embajadora, y se dirigió despacito desde el living orejeando dónde podían estar los azarosos tórtolos. Oyó frenéticos y periódicos golpes a una pared y prestó atención tras la puerta de la cocina y tras la del baño de asientos, pero no estaban ahí. Entró, en puntas de pie y con los tímpanos en alerta, en el camarote de asientos, vio a su derecha la puerta del placard abierta de par en par y allí, entre los abrigos de todos, encontró al campeón taladrando a una sudada, temblorosa, desencajada, agotada, deshidratada y orgasmeante Nat contra la pared.
Con su naturalidad, empatía y aplomo habituales, Oprah preguntó ‘¿Cómo andan, chicos? Faltan 50 minutos para llegar, por si quieren bañarse, cambiarse de ropa o acicalarse’.
El campeón siguió taladrando salvajemente a la pibita contra la pared del fondo del placard mientras respondía ‘Bueno, gracias por avisar, Oprah. Si querés quedarte a mirar, por nosotros no hay problema’.
Oprah estaba afirmada contra una de las puertas del placard, observando la salvaje cogida. La nena era prácticamente una cobija sudada con vagina en cuanto a su vivacidad, pero no dejaba de convulsionar orgásmicamente; estaba acalambrada de las dos piernas y también de la espalda baja, de tanto orgasmear, y le dolían la parte derecha de la cara, la nuca, la espalda y la boca del estómago por los salvajes puñetazos y bofetadas del campeón, amén de los golpes permanentes contra la pared.
La conductora de TV asintió, alelada. Mike tomó del cuello a Nat y así la llevó en el aire hasta arrojarla a un par de asientos; la nena se fue retorciendo todo el camino, usando toda su fuerza para apartar las gruesas manos del campeón de su angosto cuellito, sin moverlas ni un milímetro.
Nat rebotó contra el respaldo de dos asientos y cayó en el borde de los mismos. El campeón subió a los asientos, puso sus rodillas alrededor de la cabeza de Nat y le empezó a coger la boca a toda velocidad. En dos minutos, ya la boquita de la nena y los huevos de Mike estaban llenos de esa abundante espuma mezcla de guasca y saliva; las comisuras de la nena chorreaban la espumita por la carita, hacia el tapizado. Oprah miraba todo en primer plano en los asientos de enfrente, con los pies sobre el tapizado y las rodillas separadas, dedeándose asombrada. Con la cara ya violeta, Nat se dedeaba y, cada tanto, miraba de reojo hacia Oprah, hacia la entrepierna de Oprah gozando con su martirio.
Después de 15 minutos de cogida frenética de boca, sólo frenada cuando el campeón se sentía al borde del orgasmo, Mike desenfundó la verga, se arrojó vestido y con los pantalones meados como estaba sobre la ya completamente desvanecida nena y le empezó a coger la conchita con la misma reciedumbre. Oprah se acercó para ver en primer plano la portentosa y durísima verga del campeón (que, sin viagra, se estaba cogiendo salvajemente a la nena desde hacía casi dos horas) vulnerando la pequeñísima conchita de Nat. Había estado en no pocas orgías, pero nunca había visto una verga tan grande entrando en una conchita tan chiquita; la espuma de guasca que expelían los genitales era, en este caso, rojiza, graficando horrorosa y fascinantemente para Oprah la tortura que venía sufriendo la muchacha. Que no fuera una aspirante ni una groupie, sino una de las más taquilleras jovencitas de Hollywood hasta ayer nomás la calentaba peor. La conductora fue a besar a la algo revivida nena, que gemía incesantemente, al borde del delirio. Sin preguntarle a Nat, sin haber besado jamás a una mujer, Oprah le comió la boca desesperada y saboreó y chupó toda la guasca de Mike que pudo. Después se quedó besándole y chuponeándole toda la carita mientras se deleitaba con lo hermosa que era y lo llena de chupones que estaba por toda la cara, el cuello, los hombros, las tetas, el pecho, diciéndole bajito ‘Gozá, bebé. Sos una privilegiada. Casi ninguna mujer llega a ser cogida tan bestialmente. Te lo ganaste a pulso por ser tan putoncita y calientavergas’.
El cerebro de Nat hacía un buen rato (estando contra el placard) que se había anulado. Oía las palabras de Oprah, pero estaba perdida en un calambre orgásmico permanente. La conchita le dolía como si se la estuvieran machacando con un mortero; el útero le dolía horrores; también el huesito dulce; su mandíbula estaba floja, y babeaba, después de alojar durante tanto tiempo tan dura y gruesa verga. Sin embargo, no dejaba de convulsionar, lo que la ponía casi permanentemente al borde del desvanecimiento total.
Después de más de 20 minutos, el campeón seguía aplastando a pijazos contra el asiento a la extenuada Nat. Cada vez gemía y gruñía más, y parecía, por fin, después de casi dos horas y media de cogida frenética por todo el avión, a punto de acabar. Oprah había acabado como una cerda y poco después se había retirado, por pudor y para acicalarse antes del aterrizaje.
En los parlantes, el piloto anunció ‘Bajamos en diez minutos’. Dos minutos después, Nat pudo juntar la cantidad suficiente de saliva y resuello para musitar ‘Ya tenemos que bajarnos’.
Por toda respuesta, el campeón le amarró las dos muñequitas con la manaza derecha mientras con la izquierda (para no darle tan fuerte, pensó) le aplicó dos soberbias bofetadas en la mejilla derecha. Después le tapó la boca y la nariz y la empezó a coger más fuerte, desesperándose al sentir que le venía el lechazo. Las bofetadas fueron lo suficientemente suaves como para hacerla ver doble a la nena, pero sin desmayarla. Sin embargo, fueron lo bastante incitantes como para que la nena, al empezar a sentir los lechazos del campeón enseguida, se desbordase en un orgasmo del que nunca se creyó capaz, pero menos después de ese día de cogidas incesantes.
Mientras los otros pasajeros entraban al camarote de asientos con la vista hipócritamente baja, pudibundamente, mirando de reojo hacia la pareja, los tortolitos estaban teniendo la acabada de sus vidas. El campeón saltaba prácticamente para clavarse más a fondo en la conchita, casi desfondándola, entre bramidos, mientras la nena, completamente perdida, lo abrazaba y lo rasguñaba salvajemente mientras daba alaridos desbocados y sus piernitas temblorosas aferraban los portentosos cuádriceps del campeón.
La violencia de orgasmo de la nena fue tal que en la mitad se desmayó y su cuerpito siguió convulsionando mientras sus bracitos y piernitas flameaban ante los sostenidos pijazos del campeón, que en vez de frenarse para dejarla clavada a fondo, arreciaron en ese momento.
El piloto pidió ‘Por favor, pónganse los cinturones. En cinco minutos aterrizaremos’.
El campeón hizo caso omiso del anuncio o ni siquiera lo oyó, porque le terminó de echar cinco larguísimos lechazos que rebalsaron completamente la ínfima conchita y se convirtieron pronto en una espuma más abundante, viscosa y rojiza que la que ya había visto Oprah, y siguió dándole, entre bramidos, aferrándola en un abrazo de oso.
Todos se acomodaron los cinturones en los asientos más propicios para disfrutar el asombroso espectáculo natural de la bella más bella y delicada siendo destruida a pijazos por la bestia más fea y ruda de la especie humana.
El avión inclinó la trompa tres grados para aterrizar. El campeón, inmutable, se deslizó con la nena abajo hacia los respaldos de los dos asientos y siguió dándole. La nena había revivido un poco y gemía ‘¡Uhhhh! ¡Uuhhhh!’, casi aullando porque los pijazos del campeón no la dejaban terminar su orgasmo.
Finalmente, casi cuando el avión tocaba tierra y hacía un par de minutos que la nena estaba con la lengua colgándole y los ojos en blanco, el campeón se terminó de deslechar por segunda vez; fueron tres chorros briosos, apretando el pétreo culo para rebalsar todavía más la inundada, lecheada, sanguinolenta y espumosa conchita de Nat.
Los dos viejos estaban con la verga al palo, contemplando todo. Las dos señoras estaban entrechocando las rodillas frenéticamente. Nadie se miraba con los demás, en parte porque contemplaban fascinados la salvaje escena y en parte porque no se querían hacer cargo de lo que estaba pasando entre los tórtolos y dentro de cada cabeza.
Por su parte, Harvey miraba desolado porque nunca, con todo su vigor y depravación, sería capaz de semejante performance sexual (y menos sin viagra). Se habían arruinado sus planes de caerle a la casa un día y violarla impunemente, como tanto le gustaba. E incluso pensaba que le costaría mucho trabajo convencer a la actriz (si sobrevivía o volvía a caminar normalmente, luego de esta última paliza) de volver a verse, de volver a engatusarla para cogerla. Quizá el trío de Denver había sido una exageración, pero la entrada fuera de programa del campeón había generado toda clase de daños, empezando por los físicos y psíquicos para Nat, y llegando a sus propios planes para cogerse despiadadamente a la nena durante al menos un año. Por suerte, su médico de cabecera para estas cuestiones los estaría esperando en La Guardia, se confortó.
Cuando el avión, finalmente, tocó tierra, el campeón yacía derrumbado y jadeante sobre la nena, con toda la ropa sudada o meada, e iba a tardar algunos minutos en juntar la energía suficiente para pararse e ir a cambiarse o salir del avión.
Entretanto, Harvey no se había atrevido a intentar separar a Nat del gorila, que seguía con la pija, ya morcillona y en rápida disminución, dentro de la nena. Los demás conversaban haciéndose los boludos, haciendo tiempo hasta que el piloto les diera permiso de descender. Como a los cinco minutos, el campeón se puso de pie, agarró de la cinturita con una mano a Nat como si fuera una cartera y se fue hasta la ducha.
Enseguida, el piloto les dijo que podían descender, y Pat, Stephen, Layla y Oprah se despidieron a toda velocidad de Harvey y se abalanzaron sobre la puerta de salida para huir de la situación.
Harvey se quedó a salvar a Nat. Llamó al representante del campeón para explicarle la situación (sin mencionar quién era la involucrada) y pedirle consejo.
Mientras tanto, el campeón había arrojado a la nena ducha adentro, se había sacado la ropa, la había arrojado ante la puerta del cuarto de ducha, y se estaba duchando con la nena todavía tolola, excitándose otra vez. Le fascinaba el contraste entre sus 100 kilos y los 51 de ella, entre su musculatura sobrenatural y las frágiles curvitas de la nena, entre su brutalidad y la indefensión cerval de la chetita, entre su salvaje lujuria y furiosa putez de Nat. Porque la había sentido acabar como loca y por momentos en cadena, durante casi tres horas, apretándole la pija hasta el éxtasis con su magullada pero peleadora conchita. Se había enamorado de esa conchita y quería llevársela al hotel a cogérsela en los ratos libres por los próximos tres días. Pero sabía que la nena tenía que trabajar y que el productor intentaría rescatarla.
Así que se le paró completamente de nuevo, y al máximo, al sentir que sería la última vez que tuviese al alcance de la mano a semejante bomboncito. De buena gana la secuestraría y la encerraría en un sótano para cogerla y preñarla por el resto de sus vidas. Pero ya tenía muchísimos quilombos, y varios por abuso, así que se conformó con empezar a violarla bajo la ducha.
La nena estaba en los últimos coletazos de la droga de la sonrisa. Le quedaba una hora más de putez descontrolada antes de dormirse por doce horas por el agotamiento. De manera que el boxeador la tenía a su merced, abriéndole las piernitas para penetrar por enésima vez la ya sanguinolenta conchita.
Con su último resto de raciocinio esfumándose mientras el campeón le sobaba el glande por los labios mayores, Nina rogó ‘Por favor. Yo también tengo muchas ganas, pero me destruiste la concha. Si me la metés de nuevo, me vas a desgarrar. Si querés te la chupo, pero después me tengo que ir porque tengo cosas que hacer’.
Mordiéndose los labios y morboseando el frágil e indefenso cuerpito, el campeón objetó ‘Ya te cogí mucho la boca. Te voy a coger el culo’.
Como dice el proverbio, <no preguntó, se apoderó>. Antes de que la aterrorizada nena comprendiera e intentara resistirse, el depravado ya la había girado y apoyado contra la pared inclinada (mientras seguía cayendo agua caliente sobre ellos), le había abierto brutalmente las nalgas con sus dos pulgares y le había apoyado la gigantesca manzana en el ínfimo anito.
La nena pudo emitir un alarido que oyó Harvey en medio de su deliberación con el manager del campeón. El campeón le apretó el cuellito con una mano hasta que la nena empezó a dar estertores, le dijo ‘Si gritás te rompo una costilla de una piña. ¿Entendés mamita?’ y aplastó con su torso el de la nena contra la pared hasta hacer doblar las costillitas de ella. La nena asintió, temblando y con los ojos llenos de lágrimas.
El campeón le empinó rudamente la cola, volvió a abrir violentamente las nalguitas y el anito de Nat con los pulgares y a apoyar la vergota en el casi invisible asterisco, para luego empujar torvamente el culito contra la pared. La nena emitió un gemido abrupto y breve. El campeón volvió a dar un recio empujón, ya con la nena apoyada en la pared. La nena emitió otro desconsolado y breve quejido. El campeón empujó por tercera vez con idéntico vigor. El ‘Aaaah’ de la nena fue más largo y más desconsolado. El campeón empujó por cuarta vez y entró toda la cabeza. El culito de Nat tronó y el ‘¡Aaaah!’ fue más largo y más agudo. El campeón también gruñó de dolor. Empujó por cuarta vez y el gemido de la nena se empezó a convertir en un gimoteo.
Justo en ese momento, Harvey golpeó la puerta y preguntó con el tono más alegre que pudo ‘¡Chicos! ¿Les falta mucho? Tienen que guardar el avión en el hangar. Nat, vos tenés que ver a ese coreógrafo’, inventó el productor.
‘¡Sí! ¡El coreógrafo!’, gimió Nat, acezando de dolor.
El campeón replicó con finura ‘Nos faltan unos minutos. Le estoy despejando bien la canaleta. Ojalá que después todavía te sirva, esta putita’.
La nena puchereó y el campeón le clavó tres duros pijazos seguidos, causando sendos grititos femeninos y alcanzando el tope del ano. Como vio que ‘así por las buenas’ la penetración total iba para largo, le tapó la naricita y la boca a la nena sin dejar de aplastarla a pijazos contra la pared hasta que se desvaneció y empezó a clavarle duramente la pija, entre gruñidos. El culito de Nat tronaba una y otra vez, y también la verga del campeón, que gruñía, puteaba y sudaba bajo el agua tratando de romperle la nena a Harvey por pura maldad de macho alfa.
Después de arduos esfuerzos, pudo meter nueve centímetros en el ortito de Nat (la mitad de ellos, ya en el recto). Esto revivió a la nena, que empezó a revolverse desesperada, intentando zafarse. Entre tanto, el campeón acababa de quedar trabado en el recto de la nena; gritó y se apartó de la pared, sólo para ver cómo el culo de la nenita viajaba hacia atrás pegado a su pubis, mientras ella intentaba desesperada e inutilmente desalojar la verga del rectito.
La nena pulsaba, intentando expulsar la poronga, y sólo le provocaba más dolor y placer al campeón, que le decía ‘Sí, bebé, asssí, bebita, me encanta. Cómo sabés calentar a un macho’, entre risotadas.
Sólo para boludearla, se puso en puntas de pie para dejarla de patitas en el aire, sostenida sólo por su pija. Pero la nena se sacudía y le hacía doler, de manera que le agarró la cabeza con las dos manazas, la obligó a torcer el cuellito para mirar hacia él, abrió la boca de la nena con dos gruesos dedos, le comió la boca como para darle un beso de lengua y le escupió un gargajo bien verde que quedó enganchado en la hinchada campanilla de la garganta de Nat.
La nena se sacudió, de puro asco, como si la hubiera picado una víbora, y el campeón aprovechó la distracción para empujar su torso contra la pared, aferrar las caderas y el culito entre sus manazas y empezar a hacerse una paja de ortito como nunca en su vida había imaginado la nena. Sacudía a Nat contra su verga, tratando de penetrar más ese divino ojetito, el más chiquito que se había violado en su perversa vida. Como premio a sus denodados esfuerzos, la poronga se introdujo unos 3,5 centímetros más en el rectito.
Nat temblaba de dolor, pero su conchita no paraba de empaparse hasta chorrear, y de acabar cada dos o tres minutos. Eran orgasmos abruptos y breves, de pocos segundos, que la dejaban exhausta y sin aliento para incluso aullar del dolor. Además, en cuanto elevaba demasiado la voz para el gusto del campeón, la nena ligaba un roscazo; ya había ligado un zurdazo en las costillas. Deshidratada, hambrienta y sedienta, se chupaba el pelo, cuando los sacudones lo permitían, para mitigar su sed. Tenía tanta hambre que casi se pone a masticar su pelo.
Con tanta enjundia y saña como precisión en los pijazos, el campeón avanzó casi dos centímetros más dentro del recto y quedó a idéntica distancia de hacer tope, sin romperle las entrañas a la nena. Si él se hubiese apretado la verga con las dos manos con todas sus fuerzas, no la hubiera aprisionado tanto como lo estaba haciendo el diminuto recto de la joven actriz. El campeón tiraba pijazos, pero la poronga no se deslizaba dentro de Nat; simplemente los empujones aplastaban a la nena contra la pared e incrustaban el glande uno o dos milímetros por vez.
Cuando estaba a menos de un centímetro del tope, el campeón se aburrió de pujar y le ordenó a la nena ‘Cogeme la verga vos con tu ortito, mami. Haceme acabar rápido que me tengo que ir, yo también’.
Nat apoyó las manitos en la pared inclinada y paró más la colita. Molida físicamente por casi un día de palizas sexuales, con el efecto de la merca ido y el de la droga de la sonrisa en el clímax, la nena se movió con toda la vivacidad que pudo para clavarse más la verga. Esa enjundia estuvo lejos de ser suficiente para el campeón, que le dijo ‘Rápido te dije, chetita floja. Rápido es así’, y la tomó de los bracitos por encima de los codos para volver a culearla en el aire.
Sintió que el avión se movía y por un segundo se alegró, pensando que tendría seis horas hasta LA para seguir culeándola, pero lo estaban llevando al hangar; empezó a subirla y bajarla de sus bracitos por encima de los codos, haciéndole doler sus articulaciones. Cuando sintió que su glande hacía tope, todo su cuerpo se estremeció; su pija cimbró, levantando levemente pero sin ninguna ayuda la pequeña humanidad de la nena. Nat sentía que la pija le estaba llegando a la boca del estómago; sin embargo, sólo dos tercios de la monstruosa verga se habían insertado en el culito de la starlette; la diferencia de grosor entre la parte de verga que sobresalía y lo que entraba en el culito graficaba lo oprimida que estaba esa flor de poronga en el hasta hacía pocas horas impoluto ano de Nat.
Enfurecido de deseo, el campeón abrió la puerta de un manotazo sin cerrar la ducha y caminó, con la nena ensartada resbalando y dando pasitos en el aire, hasta una de las ventanitas de la derecha. Ya estaban adentro del hangar. Empujó la cara de Nat contra el cristal, golpeando la mejilla izquierda, y la volvió a culear con una mano presionándole la nuca contra la ventana y la otra amarrando las muñecas juntas, sobre la cinturita de la nena. La cara de la nena golpeaba rítmicamente contra la ventana, mientras unos operarios azorados la miraban; el campeón los vio y los saludó con la derecha, mientras la izquierda seguía apretando la nuquita de Nat contra la ventana. Los operarios lo reconocieron y saludaron, pero no se dieron cuenta de quién era Nat: era una adolescente demacrada, evidentemente drogada y casi desmayada, una putita más que se enfiestaba un rico y famoso.
Con la moral alzada por esta muestra casi pública de su virilidad, el campeón se inclinó sobre la nena, cubriéndola totalmente con su hercúlea humanidad, y la empezó a coger más fuerte, con la cara también pegada a la ventana, mientras sentía cómo las piernas de la nena se aflojaban y el ortito se estremecía incesantemente. Nat estaba desencajada del dolor, y también del placer; algo en ella quería que esta cogida que le iba a costar semanas de analgésicos y antibióticos y psicólogo para recuperarse, y otra parte quería que no terminase nunca. El campeón se arrojó al piso con la nena debajo y empezó a aplastarla a pijazos con violencia, sintiendo cada vez los raspones de las válvulas rectales en su tronco y, en su glande, el tope viscoso del recto antes de girar hacia el colon. El extraño ‘aplauso’ de las dos pieles al entrechocar mostraba, primero, que ambos seguían empapados por la ducha y la transpiración, y, segundo, la diferencia de masa, volumen y densidad entre una humanidad y otra.
El campeón siguió dándole en esa posición y con ese vigor durante ocho minutos, dando bramidos cada vez más grandes y golpeando con su chota el fondo del recto femenino. Cuando el campeón empujó más fuerte que nunca la chota en el culito, Nat sintió estirarse el fondo de su recto, y al instante el primer lechazo; fue como un meo viscoso, pero torrencial y sostenido, golpeando contra su recto, rebotando contra la chota y desperdigándose, en parte hacia la izquierda y hacia arriba, lubricando el estragado recto, y en parte encontrando escapatoria hacia la derecha, inundando el colon. La mecánica se repitió en los siguientes cinco torrenciales lechazos que golpearon el fondo del recto y se rebalsaron hacia el colon y hacia el ano.
El campeón, gozoso porque por fin podía mover la verga adentro de la nena, volvió a cogerla inmediatamente después de lanzado el quinto lechazo. Con un gemido que tenía mucho de gorjeo y todo de éxtasis, siguió clavando la poronga en el ínfimo ojetito, apretándolo ahora entre sus manazas, aplastando a la nena.
La nena, por su parte, fue llevada por los cinco lechazos a un éxtasis orgásmico superior a todo lo imaginable por ella. Su cerebro terminó de anularse. Sólo fue un culito recibiendo verga y orgasmeando furiosamente, con los ojos en blanco y la lengua otra vez colgando.
En esas condiciones la siguió gozando el campeón, entre gorjeos y bramidos, hasta que se deslechó de nuevo (tres chorros) sin dejar de darle y finalmente se quedó vacío, como muerto, encima de la aplastada y orgasmeada hasta la epilepsia Nat.
Ya eran más de las seis y diez de la mañana cuando por fin pudo ponerse de pie. Su verga morcillona estaba abotonada a la desvanecida nena. Caminó con los tobillos separados y la exánime Nat bamboleándose de su pija. Se metió en la ducha, que jamás había sido cerrada y ahora arrojaba agua helada. Eso revivió algo a la nena, que paró instintivamente la colita, estremeciéndose. Al advertir esto, al campeón le cimbró la pija, pero después de más de tres horas y media de sexo salvaje e ininterrumpido, era imposible que reviviera lo suficiente; esperó que la verga se terminara de achicar y la extrajo suavemente de la nena, dándole los últimos coletazos de placer.
La soltó y las piernas de la nena se aflojaron; cayó al piso y quedó en cuclillas mientras el campeón se bañaba verdadera y brevemente, y luego se iba sin despedirse y la dejaba en cuclillas, bajo el agua helada cayéndole en forma de chorro.

 

2721 Lecturas/2 enero, 2024/0 Comentarios/por DarioCodomano
Etiquetas: baño, cogiendo, culo, hotel, mayores, orgasmo, sexo, vagina
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