Nina (13 años) y el Doberman, solos en la Habitación 1
El Jefe ya dejó solos a su esclavita preferida y al semental canino de tres años. Como casi siempre, Nina pasa del pánico a superar nuevos umbrales de putez en pocas horas..
La nena cenó temprano con el Jefe y se durmió casi en cuanto su amo se fue. Quizá por la tranquilidad de que nadie la iba a visitar en casi un mes, o tal vez por la inédita paliza sexual de dos días que acababa de recibir de parte de un viejo depravado y un joven doberman, durmió como un lirón desde las 10 de la noche hasta casi las 9 del día siguiente. Según los archivos de video, se despertó, fue a orinar y a defecar, alejando al juguetón Mandinga, que ya la quería higienizar con su lengua, se dio una rápida ducha helada (hacía -3 grados a esa hora) llena de feromonas de perras alzadas, se secó a toda velocidad y fue a ponerse tres minivestidos uno arriba del otro y encima su cardigan verde para mitigar el frío. Recién después, ya empantuflada para completar su vestimenta hasta donde su nutrido pero sesgado guardarropas lo permitía, se fue a lavar los dientes, llenó con agua y alimento para perro los cuencos, y finalmente desayunó. (Como sabía que la nena invariablemente le servía agua a Mandinga de la canilla del lavabo, hubo que desperdiciar un montón de Gotexc para dopar al perro, pero, como también se absorbe a través de los poros, también la ducha drogó un poco más a Nina).
La nena terminó de desayunar (dosis simple de Gotexc) y se tiró en la colchoneta a ver TV. Mandinga se le acercó moviendo la cola y ella lo recibió en sus brazos; los envolvió a ambos en el edredón y se quedaron así, mirando la TV gigantesca un buen rato. El perro, excitado por las feromonas en la nena, le lengüeteaba la cara todo el tiempo, lo que a ella le daba un poco de asco y bastante gracia, pero ninguna excitación hasta pasado el mediodía.
Lo primero que vi en las pantallas de la Habitación 2 justo al llegar de la ciudad, como a las 12.15, fue a Nina dejándose lengüetear la cara por Mandinga y acariciándolo entre sus brazos, al parecer divertida con la excitación del perro, que serpenteaba refregándose contra la nena como podía y hasta donde lo dejaban. Ya alzada por el Gotexc, la nena empezó a pajearse con la mano izquierda mientras trataba de contener al doberman con su brazo derecho; el perro quería meterse bajo el edredón para lengüetearla, la nena se daba cuenta y no lo dejaba.
A las 13, cuando ya estaba como loca de pajearse sin poder acabar por el esfuerzo de contener a un tiempo el acoso pertinaz de Mandinga, le bajé un sustancioso puchero con triple dosis de Gotexc, y comida para el perro ídem. En cuanto oyó bajar la charola, la nena se dirigió al servicio a recoger la comida hostigada por el perro, que se le cruzaba adelante, estorbándole el paso, buscando acercarse a la anhelada conchita. Le puso la comida bajo la ducha y se fue a la mesita a comerse el puchero con la paciencia y prolijidad que la caracerizaban; Mandinga se devoró su cuenco de comida, se bebió su cuenco de agua y en mitad de la ingesta de Nina fue a meterse bajo la mesa para hurgar entre las cada día más hermosas piernitas. La nena tuvo que terminar de almorzar con las rodillas pegadas, mientras el perro intentaba por todos los rincones meterle lengua, olisqueando, lamiendo y mordisqueando los muslos suavemente para obligarla a abrirlos; cuando hacía eso, Nina lo apartaba de un tenue manotazo, entre grititos y risas.
Almorcé en la Habitación 2, mirando a los tórtolos en ciernes. Calculaba que para las tres de la tarde la nena no iba a poder más de las ganas de ser cogida; subí a lavar los platos y después bajé a dormirme una siesta en el sofá-cama de la Habitación 2, con el volumen de la H1 bien alto para despertarme ante cualquier eventualidad en vivo y en directo.
En esas dos horas (me mostraron los archivos de video que vi después), Nina intentó caminar leyendo mientras hacía la digestión, como era usual cuando estaba sola, pero el perro la importunaba a cada instante queriéndole meter el hocico en la concha, así que se sentó a leer en la sillita de tijera, con el librito ‘Amor burgués’ (de Muñoz Puelles) sobre la mesa. Sus rodillitas estaban juntas, pero todo el tiempo las movía, estimulándose la conchita sin tocarse ni dejar que Mandinga se acercase a su sanctasanctórum.
Cerca de las 14.30 se fue a leer echada en la cama, envuelta en el edredón para evitar los intentos del pertinaz Mandinga. Estaba echada de costado; sólo la cabeza y una manito sosteniendo el libro sobresalían del edredón. A juzgar por el bulto inquieto entre sus piernas, con la otra manito se estaba tocando. A las 14.47 tiró el libro contra la pared, exasperada, y, tras un momento mirando la TV, agarró el control remoto y la prendió. El canal porno mostraba a una adolescente caucásica atada y amordazada sobre una silla atornillada al piso mientras la montaba un macho cabrío.
Se tiró boca arriba con las patas abiertas, siempre bajo el edredón, y empezó a pajearse a dos manos viendo gozar a la rubiecita tetona. Pese a que yo no podía ver, se notaba con claridad que con una mano se mandaba dedos en la raja mientras la otra se sacudía desesperadamente rozando y quizá golpeando un poco el capuchón del clítoris. No tardó ni quince minutos en acabar entre corcoveos y jadeos sorprendidos, mientras el perro, que había estado todo el tiempo lamiéndole la cara, aprovechó el orgasmo de Nina para escabullirse bajo el edredón. Fue directo hacia el objeto de sus anhelos y, a juzgar por la expresión súbita de la nena y por los sonidos húmedos, empezó a lamer a toda velocidad. Enseguida, Nina empezó a levantar la concha para recibir más la lengua.
Al rato, aferró el edredón para obligar a Mandinga a pegarse más a su concha. El perro se sacudió, gruñendo juguetón mientras intentaba zafarse, arrancándole risas y grititos excitados a su hembrita. Nina apresó la cabeza del doberman entre sus muslos y se dio vuelta para ponerse de costado, obligando al perro a recostarse. La pendeja de mierda se tapó la cabeza y, supongo, empezó a manosear los huevos y la verga del perro y a chupársela. Durante 15 minutos, merced a los micrófonos hipersensibles de la Habitación 1, quedaron registrados los chasquidos de las lenguas y los gemidos crecientes de la nena. Pese a todo, se pudo notar a través del edredón cómo aferró más fuerte la cabeza de su macho contra la conchita, mientras acababa dando gemiditos desconsolados mezclados con algunos jadeos.
Luego, la nena emergió abruptamente del edredón y fue a lavarse la cara empapada en precum canino, seguida como una exhalación por Mandinga. Nina comprobó que al menos los dos minivestidos externos se habían manchado de precum; resignada, se quitó el cardigan, se sacó los dos vestidos externos y abrió la canilla del lavabo para lavarse la cara, el cuellito y los hombros. El doberman aprovechó para reanudar su denodado cunislingus; la nena clamó ‘AAAh! Ah, ah! Basta, Mandi! AAAh’, tirándole manotazos.
El perro, haciendo caso omiso, se paró en dos patas intentando montarla; la aferró fuertemente de la cintura, clavándole las uñas todavía filosas (de perro de campo) a través del minivestido sobreviviente mientras lanzaba desesperados pijazos al aire, bautizando con precum la pared bajo el lavabo y las piernitas de Nina. Resignada, la nena se terminó de lavar y se secó con el toallón, con Mandinga prendido a ella. Cuando quiso zafarse para ir a la colchoneta, el perro la aferró más fuerte y le gruñó con hostilidad; luego le ladró una vez, a modo de advertencia, y siguió gruñendo. La putita se quedó petrificada.
Furioso porque la putita no se resignaba a desempeñar su papel, empezó a clavarle los dientes en las costillas, sin presionarla pero ya no jugando, haciéndole doler, tironeando para abajo. La nena gritaba horrorizada ‘Saquenmelóoo! Saquenmelóoooo, por favoooooor!’, entre llantos. Pero nadie iba a acudir en su ayuda; por el contrario, todo venía saliendo como lo habíamos planeado: al Jefe le iba a encantar ver cómo todavía quedaba algo de pudor por ultrajar en la envilecida nena, cómo el perro se estaba viendo obligado a violarla para poder cogerla.
Resignada, Nina se fue poniendo en cuclillas despacito; cuando lo comprendió, Mandinga dejó de gruñir y de mordisquear, aunque no de tirar pijazos al aire; el Gotexc y las feromonas de perras alzadas lo tenían enloquecido. Intentó acomodarse de nuevo, siempre aferrando fuertemente a Nina con sus patas delanteras; golpeaba la conchita de la aterrorizada nena, pero no lograba entrarle. Sin colaboración de ella, iba a ser muy difícil que le entrase ese taladro espumoso y goteante.
Nina, intentando ganar tiempo, cuando vio la pijota emerger entre sus piernas la agarró y empezó a pajearla a dos manos. El tontísimo perro, creyendo que ya la había ensartado, recrudeció sus pijazos. Sin dejar de pajearlo, Nina se arrodilló, apretando la desesperada verga entre los muslitos, buscando una posición más cómoda. Luego empezó a escupirse cada tanto el hueco de una mano y a embadurnar con su saliva la punta de la chota; mientras con una mano pajeaba el tronco, con la palma de la otra pajeaba la cabeza.
A sus trece años, la consumada putita ya tenía inventiva para contener a un macho desbordado de hormonas, pensé observándola. Encontró así una posición que dejaba relativamente conformes a ambos: el perro enloquecido le cogía los muslitos y las manitos y la nena recibía ipso facto la mejor paja de clítoris de su aún breve pero ya pintoresca vida.
Tras un salvaje orgasmo, se derrumbó hacia adelante y quedó con la frente apoyada en el piso, tratando de presionar con sus muslitos la vergota de Mandinga, pero en posición incómoda para seguirla pajeando. El perro notó el cambió y se encaramó mejor sobre la putita. Al cuarto o quinto pijazo en esa posición, le ensartó la conchita y, cuando Nina lo advirtió, ya tenía la verga brutamente metida hasta el útero.
El doberman, ahora completamente seguro de que estaba como quería, la empezó a coger de manera desenfrenada, sin atender a los alaridos de horror, dolor y placer de la nena que, atrapada en el medio de su orgasmo, no había podido acabarlo y ahora lo prolongaba en un crescendo al parecer insoportable. Los embates del perro salpicaban flujo de nena y precum de perro para todas partes; pese a su abnegada resistencia, la nena también estaba muy caliente.
Nina quiso ponerse en cuatro para gozar mejor, pero Mandinga lo entendió como un intento de escaparse y le gruñó feo. Así que la atemorizada putita tuvo que quedarse quieta como estaba, por miedo a ser mordida en serio por la temible bestia. Se acomodó como pudo para sentir más placer y menos dolor.
Después de un rato, el perro se salió y se dedicó a chuparle la encharcada concha, aliviando a la nena sin dejar de darle muchísimo placer. La incalificable putita, de hecho, sacudía el pubis y exclamaba bajito ‘Ay sí, Mandi, que rico me chupás! Me encanta cómo me chupás! Seguime cogiendo!’.
Impaciente porque su macho no le terminaba de hacer caso, empezó a mover el culazo y a hacer movimientos pélvicos para llamar su atención. Su macho, embelesado, le pegó un par de precisos lengüetazos en el culo y luego se la montó de nuevo. Satisfecha, Nina se terminó de sacar el minivestido restante, le agarró las patas delanteras y lo pegó a su pubis. Luego, en el paroxismo de su putez, agarró la poronga, la pajeó con cariño y se ensartó la punta en la conchita. Mandinga empezó a darle de inmediato con más saña que siempre, si cabe. Los gemidos continuados de la nena sonaban temblorosos por el movimiento constante de su diafragma al recibir las sacudidas del doberman.
Luego de diez minutos salvajes que casi destruyeron a la nena, Mandinga paró de cogerla sin sacarle la verga en lo más mínimo y estiró el cuello para empezar a lamerle toda la cara. La estragada nena trató de devolverle los lengüetazos.
Enseguida, el perro volvió a cogerla con la misma tenacidad, pero increíblemente al rato empezó a darle incluso más fuerte, empujando para meterle toda la parte gruesa de la verga (no el bulbo, que estaba a al menos seis centímetros de poder entrar en la diminuta vagina de Nina). La nena dio varios alaridos e intentó detener al perro, que le gruñó breve aunque torvamente. Llorando, la nena se dejó violar del todo.
En cuanto entró toda la parte gruesa, el perro dejó de cogerla y se la dejó clavada a fondo, rebalsándole la conchita de inmediato. La cara de la nena se aflojó contra el frío piso verde, y también las patas delanteras de Mandinga, que desplomó su corpachón de 45 kilos sobre la espalda de la nena, jadeando y con la lengua afuera. Siguió jadeando, gañendo, lamiendo intermitentemente la cara de su putita y lecheándola abundante y repetidamente por los siguientes diez minutos. La nena gemía y seguía acabando cada tanto, mientras murmuraba convulsa, con los párpados entrecerrados, ida ‘Ay, qué rico. Qué rico me cogés, Mandinga! Me encanta tu verga! Me destruís la concha, pero me encanta!’.
En cuanto recobró el vigor suficiente, el perro se enderezó para ir a beber agua, tironeando a la nena. Como perra, Nina era igual de brillante que como mujer: entendiendo la intención de Mandinga, se movió, ensartada, hacia los cuencos bajo la ducha, y dejó que el perro hiciera fondo blanco.
Después Mandinga la desmontó, todavía abotonado y, dándole la espalda (con gran dolor de Nina), se acostó en diagonal contra la parecita divisora. Nina quedó de costado, ensartada con las patas abiertas (una de ellas, bajo el cuerpo desplomado de Mandinga). Sentía mucha sed, pero si prendía la ducha helada el perro iba a huir y la iba a arrastrar, dejándola dolorida y sedienta; y sentía miedo también, evidentemente, de caminar un metro y medio hasta el lavabo para beber de allí.
Hembra 100×100, le acarició los testículos al perro mientras le hablaba coqueta y burlona ‘¿Te gustó la cogida que me pegaste, Mandi? Estás cansado, ¿eh?’. El perro levantó la cabeza un poco para mirarla y movió la cola. Nina aprovechó la confianza para ir moviéndose lentamente, sin dejar de acariciar el brilloso pelaje negro y dorado del doberman, hasta abrazarse totalmente a él, todavía ensartada: hacía un frío bárbaro y estaba completamente desnuda.
Tardaron un cuarto de hora en desabotonarse, entre lengüetazos, besos y caricias. Cuando Mandinga se la sacó finalmente, con un típico ruido de descorche, Nina se revolcó un minuto por el dolor postrero y luego, sedienta, corrió a beberse dos vasos de agua.
Al final llenó los cuencos de Mandinga, se fue a tirar a la colchoneta, se envolvió desnuda en el edredón y se durmió una reparadora siesta de dos horas. El perro no tenía otra cosa que hacer que beber agua llena de Gotexc, dormitar, caminar por la pieza y cogerse a Nina, así que no fue extraño que, al despertar, la nena sintiera al perro recostado contra ella sobre el edredón, con la verga 5 centímetros afuera y, alternativamente, lamiéndole la cara o lamiéndose la chota.
Se desperezó y se envolvió más en el edredón para evitar los besuqueos calenturientos de su macho. Así envuelta, fue a beberse otro vaso de agua (en mi maldad, el puchero había bajado con mucho aceite, para darle más ganas de beber), corrió a echar un meo, se limpió evitando al pesado de Mandinga y corrió a envolverse otra vez en el edredón.
Se fue a recostar a la colchoneta y prendió la TV, sacando lo más rápido que pudo el ‘canal’ porno. Se puso a ver una película animada, pero a los 15 minutos ya sacudía las rodillitas dentro del edredón. Mandinga, inquebrantable, ya no le lamía la cara, sino que le mordía y tironeaba el pelo, por el momento juguetonamente, para obligarla a ‘jugar’.
La nena se rio, acariciándole el costado derecho sensual y lentamente con toda la mano, y lo retó ‘Me dejaste toda la colchoneta y la almohada llenas de leche, perro tonto’. Sacó los dos bracitos del edredón y se arrojó encima del perro, obligándolo a ponerse boca arriba. Lo fue besando y lamiendo desde el pecho al vientre hasta saltearse la pija y empezar a besuquear las bolas con los ojos cerrados y evidente placer: claramente, las bolas eran su fetiche. El perro se quedó inmóvil boca arriba mientras su putita se metía los dos huevos en la boca y les hacía una paja de lengua y labios de nena. En dos minutos de chuparle los huevos, la asombrosa putita ya le había sacado hasta el bulbo al perro, que estaba con las dos manitos dobladas, con la lengua colgando y jadeante.
Recién entonces la putita empezó a pajearlo a dos manitos y a lamer el agujero de la verga golosamente. En ¿cuánto? ¿dos días?… ya tragaba guasca de perro sin asco. Escupió la verga varias veces, primero en la punta, para luego expandirla con la lengua; luego en el tronco, para pajearlo mejor. Ya el perro intentaba moverse para montarla o chuparla. Nina lo dejó liberarse y corrió a buscar la cola peluda con plug anal que le había dejado el Jefe colgada en el perchero. Molestada por el perro, intentó ensartarse el plug en el orto, pero comprobó con estupor que no era tan fácil. Acosada por el doberman, empezó a atornillarse el plug en el ano y persistió en su intento hasta conseguirlo, 15 minutos después. Entretanto, fue lamida y rasguñada por Mandinga en todo momento.
Se quejó cuando le terminó de entrar el plug, pero se sentó sobre él para terminar de acomodarlo. Mandinga le chupaba la concha y ella, de sentada, le magreaba la lengua y le comentaba ‘Qué rico!’. Luego se paró de golpe y corrió hacia la colchoneta; recogió el inmundo edredón, lo dobló en cuatro partes, lo depositó en el centro de la Habitación 1 y se puso en cuatro sobre él. En ningún momento Mandinga dejó de lengüetearla o intentar montarla.
De manera que, cuando la putita se le puso así a tiro, le lamió la encharcada concha un par de minutos y luego se le subió por el lomo. Se quedó quietito con la nena aferrada entre sus patotas delanteras, dejando que ella le agarrase amorosamente la verga y se la ensartase con devoción. De inmediato, como era usual, el doberman la empezó a coger con todo y sin bajar el ritmo por varios minutos. Por momentos parecía incluso que la quería levantar a pijazos; la nena gemía y daba grititos al compás de los embates.
El perro se bajó para lamerla de nuevo. La nena parecía recibir con agrado que la cogida hasta dejarla sin resuello se interrumpiera unos momentos. Pero luego de un rato se arrodilló sobre el edredón y empezó a besar y acariciar el cuello y el pecho peludos de su macho, que le respondió con los habituales lengüetazos por toda su piel. Se puso en cuatro, pasó bajo el pecho y entre las piernas del perro, le agarró la pija y empezó a chupársela mientras la sostenía con una mano y con la otra se apoyaba en el edredón. Mandinga empezó a tirar estocadas con la verga y, desde arriba, le lamió con su larga y perita lengua el culo y hasta la conchita a su amada.
Luego de un rato, siempre acariciándolo morbosamente, Nina se tiró boca arriba y abrió las piernas. El perro cayó en su trampa e intentó ensartarla; Nina lo forzó a recostarse y quedaron de costado, enlazados por brazos y piernas de Nina y con la pija atravesada entre los muslitos de la ninfa. Siguieron lamiéndose, pero esta vez Nina pegó su boca al hocico de Mandinga y lamió no sólo su lengua, sino también los enormes colmillos que la habían marcado por todas partes. Sin dejar de lamerlo, se acomodó la verga en la conchita, se la ensartó y empezó a clavársela hasta el fondo lentamente. Solita, empezó a meter un antebrazo u otro entre las fauces de Mandinga, que, moviendo la cola, la apretaba con sus dientazos sin lastimarla ni hacerle doler; en esos momentos, los conchazos de la nena a la pija del perro arreciaban.
Cuando la calentura terminó de enloquecerla, abrazó fuertemente del cuello al perro y empezó a cabalgarle la verga, medio de costado medio encima de él, mientras le hablaba sucio ‘Ay sí, perrazo macho, qué rica verga que tenés! Estás todo el día alzado y me cogés como un bestia, me encantaaaaaaa!’, exclamó la desaforada nena, acabando.
Ahí sí, cayó exhausta boca arriba con los brazos abiertos, a medio desensartar. Mandinga de inmediato se enderezó, la acomodó y la aferró firmemente con sus patotas delanteras. Así agarrada, la ensartó con notable facilidad y la empezó a coger con media verga, que era todo lo que le entraba en esa posición. Nina terminó de acomodarse, levantando un poco los muslos para facilitar la tarea de su macho.
Su macho cumplió la tarea con tanta pericia y enjundia que a los cinco minutos la nena estaba colgada de él, que permanecía quieto mientras la nena se ensartaba todo lo que le entraba de verga y orgasmeaba, justo en el momento en el que Mandinga lanzaba un prolongado y torrencial lechazo. La potencia del orgasmo del doberman fue tal que se le derrumbó el culo y cayó sobre Nina sin dejar de convulsionar. Sea por influencia total o parcial del Gotexc, lo cierto es que Nina lograba muchas veces deslechar a los machos hasta el desmayo: al Jefe le había pasado decenas de veces, y ahora el perro lo estaba experimentando. Nina se quedó aferrándolo con brazos y piernas hasta que la verga dejó de expeler su fértil contenido. Luego se quedaron un cuarto de hora exhaustos, abrazados y ensartados aún (pero no abotonados, merced a la cola de perro).
Miré el bipper: había una docena de fax del Jefe con exclamaciones del tenor de ‘Qué pedazo de puta!’ ‘Al principio no quería, pero al final siempre le gusta cualquier verga’ ‘¿Viste cómo le chupa la verga, la putita?’ y los últimos: ‘El perro quedó al borde del infarto de verga’ y ‘Te deja seco, esta putita’.
Cuando Nina lo soltó, Mandinga se dedicó modosamente a limpiar la conchita y alrededores de la nena, el edredón y el piso de los restos venéreos. El estómago de Nina sonaba de hambre, y la merienda, muy tardía, bajó de inmediato: panqueques con dulce de leche para la nena, 150 gramos de jamón natural para su macho. Los amantes devoraron las golosinas y luego saciaron su sed (saturando así sus organismos de Gotexc, cuádruple dosis: experimental).
Con la merienda, le había bajado un mensaje: ‘Hola, diosita! Me alegra que te guste ser la mascotita de Mandinga, son una hermosa pareja. Algunas órdenes y consejos: 1) dejame el edredón en el servicio para lavarlo, acá te bajo otro; no te tapes para tener sexo con el perro porque el Jefe me va a ordenar dejarte sin edredón aunque se venga el invierno; 2) da vuelta la colchoneta, quedó hecha un asco; 3) acordate siempre de ponerte la cola peluda, no sólo para evitar que el perro te destruya ese culazo divino sino también para que no te pueda meter toda la parte gruesa y así disfrutes más. Besos en tu conchita: El Mayordomo’.
La nena leyó la nota sin inmutarse, mientras devoraba panqueques. Al cabo, escribió al dorso con un crayón (único utensilio de escritura, no cortante, que le permitíamos): ‘¿Vos te calentás viéndome?’. Y fue a dejar todo disimuladamente en el servicio.
A los cinco minutos le bajé un abrigo de piel hasta los tobillos hecho a su medida. En un bolsillo, un papel tipeado a máquina que decía: ‘Diosita, me calentás muchísimo. Pero el Jefe no debe saber que nos comunicamos así, o nos castigará a los dos. Tenés que ser siempre muy cuidadosa. A la noche, cuando devuelvas la cena, dejame escrito un papel con algo que necesites o quieras (ropa, alguna comida en especial, algún libro). Besos ricos en tu conchita rica’.
El perro, excitado por la sobredosis de Gotexc, ya ladraba para llamar la atención de su hembra. Su hembra leyó mi nota sin inmutarse, volvió a guardarla en el bolsillo e, inexpresiva, puso los piecitos sobre la silla, levantando y abriendo los muslos. De inmediato, Mandinga se le prendió a la conchita con su lengua. El cuerpito de Nina se estremecía y se retorcía al vaivén de la lengua del doberman, pero su rostro permanecía impasible. Quizá estaba agotada por el día y medio de orgías con el Jefe y el perro más lo que iba de hoy, ya con el perro solo; quizá advertía que su destino era ser un pedazo de carne para placer de machos que la cogían o la miraban; quizá sospechaba que los videos se vendían en alguna parte del mundo (y no le erraba, si eso pensó).
Con la cara toda roja por el deseo, la nena se agachó y apoyó la pancita en la silla de tijera, se abrió de patas y empezó a mover el culazo cada día más blanco, redondo, carnoso y parado; la cola peluda se balanceó a su ritmo y también se erizó por momentos como si fuera real, al vaivén de los estremecimientos anales de la perrita.
Según mis cálculos, la siguiente oleada de desesperación sexual les iba a llegar tipo 10 de la noche; a esa hora les bajaría la cena, para prolongar el efecto salvaje hasta la 1 de la mañana por lo menos. En el medio, calculaba que el perro iba a necesitar echarse una siesta, y que la perrita se iba a pegar otra ducha rápida, porque ya estaba otra vez inmundamente bañada en semen de perro.
Cuando volví a la Habitación 2 para apretar el botón de bajar la charola por el servicio, Nina estaba tirada sobre el doberman, al que atenazaba entre bracitos y piernitas, y le estaba violando rudamente la verga. Ambos estaban demolidos físicamente por las palizas sexuales, y los sexos seguramente estarían magullados después de tres días completos de frote salvaje. Ya había acordado con el Jefe mantenerlos un día ‘en barbecho’ para evitar complicaciones de salud en sus dos lujuriosas mascotas. Pero esa noche todavía iba a prolongarse, para goce de los cuatro.
Por lo pronto, junto al nutritivo guiso lleno de Gotexc y la cena del perro, la charola incluía una bolsita con merca con el canuto broncíneo del Jefe y una pipa de agua con flores de marihuana. Nina lo notó y se quedó mirando esos objetos. No los tocó; fue a servirle la comida a Mandinga y luego regresó para irse a comer su guiso a la mesita de 50×50.
Cenó envuelta en su nuevo abrigo ruso, abriendo y cerrando las rodillitas y temblando un poco. Estaba despeinada, tan despeinada como puede estarlo una nena de 13 que ha sido cogida salvajemente los últimos tres días por dos machos de inagotable apetito. La cena le quitó el frío y, un poco, la languidez. Se quedó pensativa un rato, haciendo la digestión, y luego fue a hacerse una raya (una sola, de medio centímetro) ahí nomás sobre la charola. Luego de aspirar, juntar los restos con sus deditos y lamerlos, fue hasta el perchero ubicado a un costado de la colchoneta y colgó cuidadosamente el tapado. Después se puso uno de los minivestidos sobrevivientes para taparse un poco más, se llevó otro para envolverse las piernas y fue a tirarse en la colchoneta envuelta en el edredón a mirar TV. Mandinga fue a echarse sobre la colchoneta pegado a ella, y empezó a lamerle la cara ya mientras ella accionaba el control remoto. Pasó por todos los canales, omitiendo sólo el de porno, y se quedó mirando una película cursi. Sus rodillitas seguían entrechocando nerviosa aunque distraídamente, pero era claro que intentaba resistir la calentura; es que estaba agotada y le dolería toda la concha. Pero la merca había sido una buena elección contra el dolor y una mala decisión para descansar.
Aburrido y caliente por tener el ‘juguete’ del Jefe, por así decirlo, a mi disposición, y con mi noche libre para quedarme hasta cualquier hora, prendí con el mando a distancia el consolador vibrador con cola de perro que la crédula e incauta Nina se había insertado en el ojete. Lo había vinculado a la computadora de la Habitación 2 y podía manejar la intensidad, las frecuencias y las intermitencias con el mouse. Apenas fue un microsegundo de levísima vibración, pero estremeció a Nina dentro de su edredón; empezó a entrechocar las rodillitas con más intensidad.
A los tres minutos, otra brevísima vibración. Metió sus dos manitos entre las piernas y empezó a frotarse, desencajada, mientras el perro le lamía imperturbable toda la cara. ‘Me duele todo, Mandi, estoy agotada. Pero estoy súper caliente. Deben estar drogándome’, le comentó la nena en un momento de exasperación al perro; ni se dio cuenta de lo que hizo, pero me mostró por enésima vez su aguda inteligencia, que ni el cautiverio ni las torturas embotaban.
Cuando sintió el tercer correntazo, se sacó el plug entre gemidos y envuelta como podía en el edredón nuevo (que el precum del perro ya había ensuciado). Puteé a la pendeja de mierda; igual el perro se la iba a terminar cogiendo, pensé con rencor. Pero pensé mal: la putita, al parecer, se había sacado el plug del orto sólo para insertárselo en la conchita. Probé con una vibración un poco más fuerte y de unos tres segundos y tuve que imaginar lo que evidentemente estaba ocurriendo dentro del edredón: la nena se sacudía la cola de perro arriba y abajo, como un tipo haciéndose una paja, para clavarse más el vibrador.
Sintió el ruido del servicio bajando la charola y estiró el cuello para ver qué era. Como no vio nada, fue curiosa, envuelta en el edredón, a ver si había algo. Vio un pene vibrador de buen tamaño para ella; al lado había un papel tipeado: ‘El Jefe me pidió que te saque el edredón la próxima vez que tengas sexo o te pajees tapada. Sacátelo por favor y volvé a ponerte por seguridad el plug anal peludo. Me calienta mucho cuando se la chupás al perro. Besos en tu conchita rica: el Mayordomo’.
Se fue a acostar envuelta en el edredón, con la pija de látex en una mano, y se volvió a poner el plug anal peludo en el orto, esta vez en sólo cinco minutos. Después dobló el edredón y lo dejó lejos de la colchoneta, bajo el perchero. Mandinga ya estaba olisqueándole la conchita. Excitada por la mezcla de Gotexc, de merca y de su putez innata (para qué vamos a negarlo), empezó a corretear entre risas, desnuda en pantuflas con la cola peluda agitándose deliciosamente, por toda su mazmora, mientras el perro la perseguía con la verga a medio parar, entre ladridos y jadeos.
Al final, se dirigió a la silla de tijera, la puso con el respaldo mirando a la pared, se arrojó apoyando la pancita sobre la silla, metida en el hueco bajo el respado, y se dejó poseer por la lengua de Mandinga. Enseguida empezó a sacudirse, con las manitos aferradas a los fierros verticales del respaldo y la melenita despeinada colgando.
El perro caminó alrededor de la silla para ir a lamer la cara de Nina. La nena respondió el beso lamiendo por su parte la lengua perruna, los colmillos, las comisuras del hocico y hasta el pelo de la trompa del doberman. Desesperada de calentura, se abofeteó sonoramente el culazo y lo movió para llamar la atención del perro. Luego de un par de minutos, la putita logró su cometido y el perro volvió a lamer la estragada pero pródiga conchita. La nena se sacudía tanto que el perro le mordió blandamente la nalga derecha para contenerla; le arrancó un breve alarido de susto, calmado enseguida por más lengüetazos.
Cuando quiso, el perro se montó sobre la nena, se aferró a las patas de fierro de la silla de tijera y empezó a dar pijazos al aire. Nina acomodó la verga con sus manitos. En cuanto se sintió adentro, Mandinga empezó a empujar con el salvajismo de siempre. Nina gozaba aferrando las patas delanteras del perro a la silla, que chirriaba sobre el piso de cemento con las sacudidas del macho en celo.
Cuando vi que la nena ya tenía adentro la mitad más gruesa de la pija, prendí suavemente el vibrador. El perro se detuvo para ladrar dos veces, brevemente, y siguió cogiéndola con fervor. Como la cola peluda de Nina le hacía cosquillas, el perro dejó de cogerla (sin sacarla) y empezó a tironearla con sus dientes, agregando una nueva cota de placer en el exhausto cuerpito de la nena.
Cuando se aburrió de eso, Mandinga volvió a cogerla frenéticamente por momentos, y por momentos se dedicaba a mordisquear la espaldita, las costillitas, los bracitos, los hombritos y hasta el cuellito de la nena, que gemía, temblaba y vibraba bajo el cuerpo peludo de su macho. Sólo soltó el cuello de su hembra para empezar a deslecharse, con el hocico desplomado, colgante al lado del rostro de Nina.
Se quedaron dormidos, exhaustos, un par de horas, así como estaban: desnudos, llenos de leche y ensartados sobre la silla. El perro se despertó primero, poco antes de la una, y empezó a lamerla toda así como había quedado, culito para arriba. Eso despertó a la nena.
Advirtió que las luces de la Habitación 1 habían bajado su intensidad y se habían tornado rojizas, como de cabarulo (esa era nuestra intención, grosso modo creo que la nena lo captó).
Nina fue a pillar y luego probó la temperatura de la ducha: estaba bastante tibia, así que se duchó de nuevo. El perro la miraba desde la cama, con la lengua afuera. Le puso agua en los dos cuencos y la bebió en un santiamén. Mientras tanto, Nina, ya envuelta en el tapado, estaba armando la pipa de agua para fumarse unas secas. Quizá pensase que eso la ayudaría a dormir, o quizá advirtió en antiguas orgías/palizas del Jefe que el faso era analgésico, o las dos cosas. Sabiamente, pegó una sola pero larga seca, y luego de toser un poco se bebió un vaso de agua desesperada.
Fue hasta el cuelgarropas, colgó el tapado en su percha y volvió a envolverse en el edredón y a acostarse en la colchoneta, control remoto en mano. Después de un rato de hacer zapping, temblando de deseo por la última dosis de Gotexc, se quedó en el ‘canal porno’. Allí, una nenita rubia y de ojos celestes de no más de 8 o 9 años le chupaba la pija a un octogenario de aspecto oriental; estaba arrodillada entre las piernas del carcamán, sosteniendo la vieja verga con sus diminutas manitos mientras la lengüeteaba y la chupaba con su diminuta boquita, en la que no entraba ni la punta del glande. El video terminó con el viejo tomando fuertemente de los cabellos a la nena y llenándole la boquita de leche. La nena tosió al tragar parte de la leche; el resto fue expelido por la boca o por la naricita, que chorreaba semen de viejo en sus dos diminutos orificios.
Recién cuando terminó el video del ‘canal’ porno pude apartar los ojos de esa pantalla. Nina estaba corcoveando contra sus dos manos, en una acabada torrencial. No le quedó más cuerda.
Después, al editar, repasé lo que ocurrió en el lapso en el que me colgué mirando el video porno: en cuanto le pegó el faso, Nina se relajó, se hizo la paja del mes mirando ese vieo y se durmió enseguida así destapada y con las manitas entre las piernas como estaba, pese a toda la merca y el Gotexc del mundo.
Estuvo buena, gracias!!
Cada cuánto sacas un nuevo capítulo?
Muchas gracias a todxs! Escribí la mayor parte de un tirón, y los últimos capítulos me está costando redondearlos. También reescribí gran parte de estos últimos capítulos. Ahora voy por el anteúltimo.
Y sí, son textos muy largos 😛 , en realidad es una novela que va por los 365 mil caracteres y calculo que no bajará de 450 mil.
Saludos!
Definitivamente, si es literatura 🚬🚬
Es bueno pero largo.
El mejor relato que he leido
Muchas gracias! <3
Ya quisiera ser ella y q me cojan los tres
muy muy bueno donde leo los otros
Wolf359, muchas gracias!
Aquí están todos mis posteos:
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