Nina, anteúltimo capítulo: La mascota down de once años
El Jefe está en Cuba cogiéndose mulatitas. Mientras tanto, Nina estrena a un nene down con destino de cabarulo para señoras ricas. En menos de un día, la putita de 13 años lo hace pasar de la completa ignorancia sobre el sexo a conocer todo el repertorio basico.
Capítulo 11
La mascotita down (11) de Nina (13)
Al otro día le avisé al Jefe que la nena había quedado muy dañada e iba a necesitar al menos una semana de recuperación, con pomadas y analgésicos. De inmediato, decidió el Jefe decidió prolongar indefinidamente el día ‘en barbecho’ para los dos tenaces amantes de la Habitación 1.
Me ordenó: ‘Además del tratamiento, dejala diez días sin Gotexc y, después del tiempo que juzgues necesario con Gotexc, le llevás al moguito para que lo estrene’. El nene tan rudamente definido por el Jefe era un chico down de 11 años que le acababan de vender; medio rubiecito, de cara coloradona, estatura media alta y una poronga que iba a ser muy grande.
Entretanto, tuve trece días para relacionarme con Nina más intensamente. Conozco al Jefe: no iba a mirarse las decenas de horas de videos en crudo para ver en cada momento si yo me relacionaba ‘indebidamente’ con la huésped de la Habitación1.
Yo tenía la obligación de enviarle todos los días por correo aéreo una síntesis del día de Nina (videos por ese medio era demasiado arriesgado), que resumía en breves videos ilustrativos que el Jefe vería a la vuelta. Digamos que su extrema paranoia hallaba un límite en sus demás ocupaciones y en la pereza.
Además, tenía algunos ‘permisos’ para esta semana, que debía presentar aviesamente como ‘trampas’ entre Nina y yo a espaldas de él, para ver de sonsacarle pensamientos. En cualquier caso, había acomodado todas mis tareas para tomarme esas dos semanas de parate y gozarla lo más posible.
Mis esporádicas cartitas arreciaron esos días, en los momentos de bajarle comida, ropa o alguna otra cosa que necesitara. El carteo se hacía de ida y vuelta en oportunidad de cada desayuno, almuerzo, merienda, cena, ropa, pomada reparadora o libro que llegaba a la Habitación 1.
En una de las últimas misivas, le conté: ‘Diosita: en estos días el Jefe te va a estar regalando una nueva mascota para que estés acompañada. A Mandinga lo tuvimos que apartar porque tus feromonas de puta lo enloquecían, y a vos te enloquecían sus feromonas de semental, era peligroso para la salud de ambos’.
‘¿Cómo se llama? ¿Es grande? ¿Me tengo que dejar con él también?’
‘Tiene el nombre que vos quieras ponerle. Debe pesar poco más de 30 kilos, un poco menos que vos, que pesás 39; Mandinga pesa 45, para que te des una idea. Es tu mascota, podés hacer con él lo que quieras’.
‘¿Cuándo voy a salir de acá?’
‘Cuando el Jefe se aburra de vos’
‘¿Y qué me va a pasar?’
‘Te va a vender o te va a meter en un prostíbulo caro’, le respondí. Era cruel nombrar la tercera posibilidad, altísima en un caso de enorme resonancia en el pueblo como el de su desaparición, pero su palidez al leer mi misiva me dejó en claro que advertía perfectamente la situación. Yo ya había pensado miles de planes para salvarla, y tenía esbozados cuatro o cinco, según cómo evolucionase la situación.
Sospechaba que, tras sus vacaciones en Cuba (que, por lo me anticipó, incluiría más de una mulatita lo más nueva posible), el Jefe podía enfriarse respecto de Nina y actuar de manera racional, lo que en este caso, como dije más arriba, significaba eliminar a la nena y todo rastro de ella. Esa noche, sus sempiternos llantitos silenciosos antes de dormirse cada noche que estaba sola arreciaron como nunca.
Volviendo. Después de diez días de recuperación y de tres días de progresivo Gotexc, Nina se despertó completamente desnuda y cuchareada por el cachorro down. Los había anestesiado profundamente a los dos para poder pasar de cuarto al nene, acomodarlos en la colchoneta y llevarme todo el cuelgarropas de Nina, con el objetivo de obligarlos a estar desnudos y que el nene la viera, se excitara y ella lo viera excitarse. Sólo les dejé el edredón y un toallón. Como siempre, las dosis progresivas de Gotexc iban a dejar a la nena a punto caramelo; la larga noche y el meo matutino habían disipado el efecto del Gotexc de los últimos días, pero el desayuno venía con una dosis triple.
La nena se asustó al despertar y sentir el cuerpo abrazándola, pero enseguida se dio cuenta de que el nene down que dormía completamente desnudo y con una formidable herramienta entre las piernas era la mascota que le había anunciado; su gesto de angustia lo evidenció.
Se duchó con evidente placer, olvidándose momentáneamente de la nueva presencia en su mazmorra: sin órdenes expresas en contrario del Jefe, le podía dejar el agua bien caliente. Cuando estaba secándose, vio al nene de pie en el centro de la Habitación 1, con la mandíbula desencajada, completamente desnudo y con la verga pulsando. Tras su nuevo sobresalto, ella quedó impactada por la gran verga del nene (ahora en todo su esplendor de 14 centímetros, muy gruesa, con un glande mucho más pequeño que el tronco, completamente lampiña y con enormes huevos).
De inmediato, tras envolverse en el edredón, le sirvió el desayuno al nene, que se presentó como Joaquín. El pibe no paraba de mirarla, extasiado por su espléndida (y despreocupada) desnudez. Estaba con la verga parada todo el tiempo desde el primer momento en que vio a Nina, aunque jamás lo habíamos drogado con Gotexc para mantenerlo lo más inocente posible hasta el momento de corromperlo. Con una dosis triple así en seco, pasado el mediodía iba a estar jadeando de deseo, me relamí viéndolo desayunar.
Como me había llevado toda la ropa, no tuvieron otra con ese frío tremendo que envolverse en el edredón, pegados sobre la colchoneta. Temblando de frío, pero todavía no caliente, Nina empezó a frotarse toda contra Joaquín. El nene estaba excitadísimo, pero no comprendía lo que le pasaba ni lo que pasaba, y Nina, al sentir la herramienta del nene viva entre las piernas, comenzaba a calentarse un poquito, me daba la impresión.
‘¿Qué me hacés?’, preguntó extasiado y casi jadeante el nene luego de un rato.
‘Con esto nos sacamos el frío’, le dijo Nina con bastante cinismo, mientras refregaba la conchita impunemente contra la pija y le sobaba el pecho lampiño con sus suaves manitos. Ella estaba prácticamente encima de él, que, cohibido, intentaba moverse pero quedaba aprisionado por las piernitas, el peso de la ninfa y el pesado edredón.
Después de un rato, viendo que el nene no atacaba y sin querer forzar las cosas, Nina le propuso ver TV. Dejaron dibujitos animados. Nina se tiró a los pies de la colchoneta, boca abajo con el pecho sobre la almohada. Joaquín la imitó a su lado. Había puesto la losa radiante y supongo que los excipientes de tantos polvos empezaban a evaporarse. El nene comentó ‘Qué olor’.
‘¿A qué?’, preguntó la ninfa haciéndose la desentendida.
‘No sé. A animales’, aventuró Joaquín, causando una carcajada de la ninfa que a mí, conociéndola, me pareció bien de puta orgullosa de sus batallas.
Después de una hora de nerviosa expectativa mirando TV sin mirarse y casi sin hablar, la gatita se levantó a pillar. Joaquín le miró el culo desde que abandonó el edredón hasta que su andar descalzo, patizambo y felino se convirtió en nena en cuclillas sobre la letrina. Nina se hacía la que no se daba cuenta.
Se limpió con papel higiénico, tiró la cadena y se lavó las manos lenta y enjundiosamente, inclinada sobre el lavabo con la cola bien parada para darle al nene un espléndido plano. Después se bebió un vaso de agua de la jarra (media dosis de refuerzo) y maulló ‘¿Querés agua, hermoso?’.
‘Sí. Gracias. Hermosa sos vos…’, se atrevió a farfullar Joaquín, poniéndose rojo como un tomate.
‘¡Aaay, sos muy dulce, Joa! Te ganaste un premio rico’, maulló la gatita mirándolo con esos ojos ambarinos y esa expresión de puta ya arquetípica en ella.
Después de darle un vaso de agua y dejar el recipiente de papel en el servicio, la nena volvió caminando en puntitas de pie, dejándose cartografiar por el azorado Joaquín. La hembra se paró en el vértice de la colchoneta más cercano al centro de la mazmorra, y se quedó mirando desde arriba, con una inenarrable sonrisa socarrona de puta, cómo el nene había torcido el cuello para poder mirar, temeroso pero hipnotizado, su conchita.
Inquirió ‘¿Te gusta mi conchita?’. El nene bajó la vista enseguida, cohibido. Pidió perdón por mirarla ahí. Ella se puso de rodillas sobre la colchoneta, tomó el rubicundo rostro infantil con sus manitos y le dijo ‘Sos muy bueno y dulce. Te ganaste un beso rico por ser así’. El nene gimió como un cachorrito, casi quejándose, con los ojos cerrados y expresión de horror y de placer mientras Nina lo chuponeaba impunemente.
Después Nina se fue a acostar al otro lado de la colchoneta de nuevo, a seguir mirando dibujitos. Joaquín se quedó orientado hacia el centro de la ergástula, con la mirada baja, entre triste y vergonzosa. Nina se le pegó desde atrás. ‘Tengo frío, Joa, abrazame’, maulló. ‘Ah! Tengo las manos heladas’, añadió como pretexto para frotar la sensible piel de su flamante mascotita; el nene se estremeció todo, suspiró ruidosamente.
A la nena ya le estaba empezando a pegar la dosis del desayuno, y agregó: ‘Tengo una idea. Ponete arriba de mí así nos sacamos el frío mientras miramos la TV’. Con timidez, con renuencia, pero caliente, el nene obedeció. Ella se encargó de que la pulsante y ya morada verga de Joaquín quedase entre sus nalgas. Joaquín se estremecía y, muy tímidamente, la apretaba contra la colchoneta cada tanto, como quien no quiere la cosa; entonces Nina levantaba la colita, abría la zanja y apretaba la chota lo más fuerte que podía entre sus conmovedoras nalgas.
Ella tenía aferradas las manos del excitado pero renuente (y sobre todo, ignorante) niño, para que no se le escapara. En un momento las llevó hacia sus pechitos cada día más turgentes y erectos, pero él las apartó, avergonzado. Nina se conformó hasta el mediodía con ser tímidamente apretada contra el colchón. A esa hora ella no daba más, pero él ya jadeaba.
En ese momento les bajé un estofado de cordero (dosis simple de Gotexc, como refuerzo). También les mandé una flor con la pipita de agua con magiclick para ella, y la ropita nueva: una calza térmica enteriza blanca, finísima y casi transparente (con espalda y cuello descubiertos), más unos zuecos altísimos y un tapadito de piel de chinchilla a media espalda para Nina; para Joaquín, un calzoncillo largo enterizo anatómico de cuello a tobillos (también de color completamente cándido) sin la parte del pubis, más un cardigan cremita medio cortón para taparle la espalda sin ensombrecer su pija ante las cámaras.
Desesperada, Nina sirvió maternalmente la comida en el único plato disponible, lo llevó a la única e ínfima mesa, sentó a Joaquín en la única silla, y luego se acomodó de costado sobre la falda del nene, cuidando libidinosamente que su muslo derecho quedase pegado a la parada verga de su flamante mascota. En esa posición, comieron; con la única cuchara, Nina le pasaba cada bocado amorosamente al nene y ella se manducaba otro, mientras rozaba todo el tiempo con la tersa envoltura de su calza la pulsante verga sonrosada.
A propósito, Nina se paró, quedando de espaldas a Joaquín y entre sus rodillas, para alcanzar un pan en la otra punta de la charola; de paso, le regaló una hermosa vista de su ojete enfundado en la calza anatómica y casi transparente. Joaquín le miró bien el culo con los ojos desorbitados y la verga pulsando.
Cuando Nina volvió a sentarse cruzada y le puso al alcance de la boca el primer mendrugo embebido en tuco, notó el rostro desencajado del nene, y reprimió una risa que logró reducir a sonrisa, para preguntarle hipócritamente: ‘¿Te gusta la comida?’.
‘Está rica…’, farfulló él hipócritamente, mientras ella lo derretía mirándolo de muy cerca con esos enormes ojos ambarinos y esa sonrisa gigantesca de nena que le daba un aspecto más infantil y más mórbido; mientras tanto, presionaba un poco más la verga con su muslito derecho. Le estaba regalando la boca pero, por su falta completa de experiencia y de educación sexual, el nene no tenía manera de saberlo.
Terminaron de limpiar el plato con pancito y Nina se puso de pie, otra vez de espaldas a Joaquín, que no demoró ni una décima de segundo en mirarle el ojete. De ese modo, mientras la nena recogía puntillosamente los utensilios y restos de la comida (tardó como tres minutos, la flor de puta), el nene pudo contemplar en primer plano cómo, en cámara lenta, ese tremendo ojete de nena se acercaba a su pija erecta, la apoyaba y se quedaba ahí, apretando. Con una cámara superior se vio perfectamente cómo la punta de la gruesa verga sobresalía entre las turgentes nalgas de la putita; la punta del glande, asimismo, aparecía desbordando de precum el prepucio y manchando levemente la hasta allí impoluta calza.
Nina fue a dejar la charola. Se quedó un buen rato mirando la pipita de agua, sopesando qué era lo mejor: si fumar o no; si fumar ella sola o darle a él. Decidió fumársela y le ordenó al nene, que se iba a acostar para sacarse el frío, ‘Te va a hacer mal. Llevá la sillita, envolvete en el edredón, prendé la TV y hacé la digestión sentado, hermoso’.
Con una dulce expresión de obediencia, el nene recogió la sillita, la puso frente a la TV y se quedó viendo dibujitos animados, con las dos manitos juntas y la verga recontra parada, hasta que Nina terminó de pegar su larga seca.
Tras dejar la pipita sobre el servicio, la perversa putita caminó encaramada en sus altos zuecos negros mirándolo a los ojos como una lolita de Pancho Dotto a la cámara. El nene la contempló con la mandíbula desencajada, temblando y al borde del jadeo, pero con las dos manitos aún unidas dócilmente sobre su falda; en cambio la verga, con vida independiente, saludó a la putita con dos alegres cabeceos. Nina abrió las piernas, apartó las manos de la falda del niño y se le sentó a horcajadas. Pegó bien su entrepierna contra la verga, agarró de la cara con las dos manos al nene y le dijo ‘Sos tan dulce que te ganaste un beso más rico’.
El nene se quedó con los brazos flojos a sus costados, cuando Nina le comió la boca. Enseguida, Joaquín empezó a jadear con un poco de ruido; en cuanto despegó un poco los labios, la infame putita le empezó a meter lengua; el nene le sacaba la cara, asqueado. Sacada por la calentura y el faso, le apretó las mejillas a su mascotita para obligarlo a abrir la boca, le dio el primer beso de lengua de su vida y sostuvo los dos pares de labios completamente unidos hasta que su víctima tragó todo el humo que quedaba en ella. En cuanto pudo, el nene apartó la cara tosiendo; Nina lo miraba con expresión helada y perversa, pero al final lo soltó y empezó a caminar nerviosamente por la mazmorra.
Intenté desentrañar lo que pasaba en ese momento por la mente de la excitable ninfa: estaba desesperada por ser cogida; la única verga al alcance era la verga virgen del nene; era una flor de verga; la notaba al borde de violarlo; pero no quería, sabía que estaba mal; además, supongo, por su educación familiar y por la educación ‘sentimental’ que le había propinado el Jefe, estaba acostumbrada a machos que la avasallaban y se la cogían como animales (el último de ellos, un doberman) casi al instante de verla y sin cuidarse en lo más mínimo del placer que pudieran causarle; por todo ello y quizá por una inclinación infantil a los jueguitos, quería que Joaquín se arrojara sobre ella y la sometiera.
El nene, por su parte, no sabía qué tenía que hacer. Cada instante desde que había despertado esa mañana formaba parte de una especie de pesadilla lúcida llena de algo exquisito y malsano que no tenía palabras para explicar.
Nina le pidió disculpas por hacerlo toser y se sentó sobre la falda de él a ver dibujitos. Le hizo juntar las rodillas, se sentó con sus rodillitas a los lados de las de él y luego pegó el formidable ojete a la espléndida pijita chorreada de precum hasta los huevos, que estaban al borde de estallar con el primer semen del nene. Finalmente, apresó las manos de Joaquín firmemente, las juntó entre sus muslos y las apoyó en la conchita. Así se quedaron, mirando dibujitos en silencio.
Mirando dibujitos es una manera de decir… A los cinco minutos, la nena pajeaba suave e imperceptible pero enloquecedoramente la verga con sus nalgas encalzadas. El nene había abierto instintivamente las piernas para disfrutar más, haciendo que Nina abriese más las suyas, se recostase contra el vientre de su mascota y sus manitos apretasen un poco las manotas infantiles de Joaquín para refregar los dedos contra el capuchón del clítoris y la raja, a través de la finísima calza. Como a los cinco minutos de este desesperado jugueteo sexual infantil, Nina dio un salto al sentir en su espalda un hirviente chorro viscoso: el nene no había podido aguantar más, y había soltado su primera lechita.
Entre defraudada, enternecida y excitada, la nena se puso de pie, intentó sonreír. Su rostro demudado estaba rojo como un durazno maduro, y su dulce durazno infantil estaba listo para recibir algo más duro; una raya de almíbar decoraba la entrepierna de su calza enteriza, anatómica y casi transparente. ‘¿Te excitaste? No me había dado cuenta’, comentó mirándolo a los ojos de un modo que lo hacía ruborizar todavía más de lo que siempre estaba. Después juntó un poco de papel higiénico para limpiarse la espaldita, mientras Joaquín se contemplaba la lecheada verga azorado, sin entender nada.
Nina lo tranquilizó ‘Quedate tranquilo, Joa, es algo que les sucede a los hombres cuando se excitan mucho con una chica’, y sin más preámbulos se arrodilló a lamer los detritus de macho sobre el vientre, la falda, los testículos lampiños y la verga heroicamente pulsante del nene. Él la contempló estupefacta, mientras la verga volvía a pulsarle frenéticamente, creciéndole en cada latido; cuando Nina empezó a lamer los huevos, tiró la cabeza para atrás, el nene corcoveó y lanzó un alto gemido.
‘¡Qué asco!’, murmuró mientras contemplaba pasmado a la putita que lamía cansinamente los huevos y el tronco, saboreando y tragando leche y subiendo lentamente hasta el lugar más sensible sin dejar de mirarlo con una sonrisa de puta.
Nina aferró la verga con una sola mano y, sosteniéndola, preguntó ‘Ah, perdón’. ¿Así está mejor?’, y sorbió el lecheado glande. Joaquín echó otra vez la cabeza para atrás, más drásticamente, y empezó a bramar. Se levantó y salió corriendo hacia el otro extremo de la mazmorra, empujando a Nina y dándole un rodillazo lo suficientemente poderoso como para sacarle un poco de sangre de la nariz.
‘Joaquín, te estaba limpiando y me golpeaste. Ahora jodete, te quedás así’, le dijo mirándolo desde lejos. Se puso un poco de papel higiénico en el orificio derecho y se sentó a mirar TV. Sin darle bola al nene, buscó el ‘canal’ porno.
El ‘canal’ porno, como por casualidad, estaba pasando una selección de videos de no más de diez minutos cada uno con el sutil y poético título ‘Las nenas de 13 quieren verga’. En ese instante, un septuagenario de piel dorada, abundantes cabellos blancos, alta estatura y manos grandes estaba arrinconando a una nena como de la edad de Nina, rostro angelical y hermosas piernas, con tetas un poco más grandes que nuestra infortunada heroína .
Medio escondido contra la parecita de la ducha, Joaquín observó estupefacto cómo el viejo arrastraba a la algo remisa nena hacia un sofá, se arrojaba con ella abajo, comenzaba a chuponearla y a manosearla, le iba sacando la ropa, chupándole las tetas, dejándola en concha y chupándosela para, finalmente, ensartarla con denuedo y arrancarle un orgasmo perdido entre grititos de horror.
A continuación, Nina abrió los ojos como platos al verse en una putifalda que le dejaba ver casi todo el culo y la tanga, más botas por encima de la rodilla con unos tacos aguja altísimos, de pie mientras un octogenario sentado le amasaba las nalgas morbosamente mientras le abría el ano con sus dos dedos mayores, chuponeándola (N del R: en una fiesta de festejo tras celebrar un negocio muy sustancioso para el Jefe y el octogenario italiano). Durante cada primer plano de los dedos del tano abriéndole el ojete a la nena, había inserts de audio de ella exclamando ‘Ay, sí, abu, no sé qué me hacés, pero me gusta’ ‘Quiero que me cojas bien fuerte el ojete, abu’ y ‘Me encanta que me violes’.
Joaquín estaba agarrado de la columna para no caerse de la sorpresa. Ahora, en la enorme pantalla, la Nina del video estaba arrodillada; le sacaba la verga al viejo y se la metía en la boca. En la Habitación 1, Joaquín exclama ‘¡Qué asco!’, mirando fascinado la gran pantalla, apoyado en la parecita de la ducha y manoteándose la verga (no sabe masturbarse).
‘Vos no tenés que mirar esto, Joaquín. Andá a acostarte y tapate hasta la cabeza con el edredón’.
‘¿Por qué?’
‘Porque me pegaste un rodillazo en la nariz’, repuso la rencorosa amita.
El nene se fue a recostar cabizbajo. Se envolvió en el edredón y se quedó mirando (el inocente creía que) de incógnito el asombroso video.
En el siguiente plano, el veterano le estaba chupando la cajeta boca abajo. Luego se le subió por el lomo, le abrió más las piernas apartándola con sus rodillas, agarró bien las amasables caderas (los pulgares abriendo el ínfimo anito) y ensartó la vieja y cabezona verga en la conchita. Luego había un primer plano de la vieja verga apretándose contra el joven ano, mientras se oía a Nina (inserción de audio mediante) pidiendo ‘¡Ay sí, cogeme el orto, abu!’.
A continuación, el viejo exclamaba ‘Ah! Sei nuovo di zecca!’.
‘Esta parte está editada’, murmuró la Nina de la Habitación 1, mientras el octogenario italiano empezaba a culear más fuerte a la Nina de la Habitación 3. La edición de sonido también superponía el crujido del orto de Nina cuando el viejo metió toda la cabeza con gemidos orgásmicos de Nina (fingidos, por otra parte: tenía los ojos llenos de lágrimas).
En la Habitación 1, Joaquín ya había desentrañado cómo pajearse, y lo hacía de incógnito pero con el fanatismo de un converso, envuelto en el edredón. Nina observaba la pantalla sumamente concentrada, pero sin la menor expresión en su rostro; su curiosidad parecía más entomológica que sexual o autobiográfica, aunque interiormente creo que se indignaba por las arteras ediciones para hacerla aparecer como una puta voluntariosa en vez de lo que era, una pobre niña secuestrada por depravados para gozársela impunemente.
La Nina de la Habitación 3 aguantó estoicamente, casi sin quejarse, que el viejo italiano le ensartase, impasible y paciente pero torvamente, toda la verga en el ojete. El octogenario le empezó a dar cada vez más duro hasta que, al final, la tironeó del pelo y le llenó el culo de leche. El fin del video era con el viejo fuera de foco y casi fuera de cuadro, a la izquierda de Nina, sudada, babeada, jadeante y con el culito chorreando leche en primer plano por su entrepierna, mientras de fondo se veía, en el extremo derecho de la imagen y completamente el foco, el perfil derecho de la putita jadeante, sudorosa, agotada y en pánico y anegada en lágrimas, hasta el fade out final.
Apareció un cartel que rezaba ‘Nina / la nena de 13 más puta / no conforme con ser la putita de un jubilado italiano / Ahora se la cogen cinco villeritos’. Después aparece Nina el día de su cumpleaños número 13, probándose con serena atención la ropita que le había enviado el Jefe: un topcito ompliguero blanco con bordes celestes y, en letras rosa, los carteles ‘Soy Puta’ (adelante) y ‘Cójanme entre todos’ (detrás), más un ínfimo shorcito blanco que dejaba escapar los cachetes del culazo ya entonces cada día más grande, blanco, redondo y parado; sin ropa interior y con unos zuecos altos para lucir los piecitos y parar más la cola.
A continuación, aparece la nena tirada boca arriba y abierta de patas en la colchoneta, pajeándose sola. Cuando está al borde del orgasmo, entran
ruidosamente cinco nenes villa con remeras de fútbol, pantalones Adidas largos y zapatillas Nike. La cámara enfoca a los nenes; el cabecilla da un paso adelante y comenta ‘Uy, mirá qué lindo bomboncito nos regalaron’.
Después aparece la putita culo para arriba sobre la colchoneta, mientras el cabecilla, ubicado detrás suyo, le baja el short a los tirones hasta las rodillas y empieza a comerle el orto; la putita enseguida empieza a pararlo, gimiendo quedamente. Otro plano y el cabecilla la tiene boca arriba lamiéndola la concha, mientras los dos más chiquitos le chupan las tetas y el más grandote le coge la boca con una boa de 18 centímetros.
En el siguiente plano, el cabecilla le está ensartando su pijita de 13 centímetros en la concha. Otro plano, y la está dando vuelta para ensartarle el orto con saña. A los dos minutos, se pone boca arriba con la nena ensartada, le abre más las piernas y ordena ‘Boa, cogele la concha’. Corte, y la siguiente imagen son tres minutos de cogida desenfrenada de los dos villeritos a la chetita, que corcovea más por el dolor que por el placer.
Sin solución de continuidad, aparece el más chiquito cogiéndole la boca con su pijita de 9 centímetros, mientras los restantes dos villeritos la cogen por adelante y por atrás. En el siguiente plano, el más chiquito la está cogiendo fuerte y mordiéndole las tetas; Nina da alaridos con la boca llena de dos vergas (las de los dos más grandes, en este caso).
El siguiente plano causó una carcajada asombada y calenturienta de Joaquín: el Boa y el cabecilla le metían sus pijas por la concha al mismo tiempo, mientras el más chiquito, sentado sobre el vientre de la ninfa, le pellizcaba y retorcía las tetas y los otros dos villeros le cogían la boca también al unísono.
Sin apartar la vista de la pantalla, la Nina de la Habitación 1 le preguntó a Joaquín ‘¿Querés que vea el video en la colchoneta con vos?’.
El nene murmuró ‘… Sí’.
Nina se sacó el tapadito corto, lo colgó del respaldo de la silla, que apartó hacia el centro de la mazmorra, y corrió a tirarse boca abajo mirando hacia la pantalla, con la almohada bajo el torso. Le indicó a Joaquín que se pusiera arriba de ella, como antes. El nene prácticamente se tiró de cabeza sobre ese ojete, pero sin dejarlo taparse; él tenía los ojos desorbitados, febriles. Sudaba, y tenía una expresión de maldad completamente nueva en su rostro infantil.
Nina agarró sus manotas de nene de once muy pijudo y las acomodó en torno a sus tetitas; esta vez Joaquín no las apartó, y apretó a Nina con su pija fuertemente contra la colchoneta. Creo que el roce con la suave calza metida en ese ojete lo desesperaba más, y que (después de un breve y acelerado curso en depravación) ya empezaba a entender lo que tenía ganas de hacer.
En la pantalla, Nina recibía cuatro lechazos casi al unísono (dos en la boca y dos en la conchita), mientras orgasmeaba completamente inmovilizada y pellizcada tenazmente por el más chiquito, que estaba con la pijita pulsando. Sin solución de continuidad, la siguiente imagen mostraba a Nina ensartada por el cabecilla y el Gonza por la conchita, por el Boa en el culazo y por los dos más chiquitos por la boca.
Eso fue demasiado para el pobre Joaquín, que se quedó apretado medio minuto contra las nalgas de Nina, y luego se relajó, recostando la cabeza a sobre el hombro derecho de la nena y quedándose deshecho sobre ella.
La ninfa lo amonestó insidiosamente: ‘Joaquín, me llenaste la calza con tu leche. Ahora la vas a tener que limpiar toda con la lengua, para que no se desperdicie’.
‘Es un asco’, se defendió el nene, inerme.
‘Rompe, paga’, replicó la nena.
Resignado, Joaquín se arrodilló y tiró el edredón para atrás. Se quedó observando azorado el increíble ojete, la deliciosa espalda, lecheados. La ninfa lo acució; Joaquín se inclinó para lamer primero la espalda baja, sorber el semen y tragarlo. Después empezó a chupar la calza, con los ojos cerrados, jadeando; le daba muchísimo asco, pero lo excitaba más; casi bramaba de deseo. Cuando Nina sentía la nariz a tiro, levantaba la cola para que toda la cara de Joaquín se metiera en su ojete, calza metida en el ojete mediante.
Al final, Nina lo miró para atrás con sus ojos de ámbar perversos como puñales y le dijo ‘Me la vas a tener que sacar toda, quedó mojada’.
‘¿La calza?’, carcajeó Joaquín, nervioso pero muy caliente.
‘Sí’.
‘¿Y cómo hago?’
‘Empezás por los dos hombros al mismo tiempo y me las terminás de sacar por los pies’, explicó la amita.
Arrodillado sobre la nena, con sus piernas alrededor de los muslitos de la nena y con su pulsante pija apoyada entre las nalgas (la calza estaba metidísima en su ojete, era prácticamente como verla desnuda), Joaquín se dedicó a mirarla y a desnudarla (en ese orden). Cuando llegó a las caderas, no se atrevió a seguir; Nina levantó el culito para facilitarle la tarea, rozando así la sensibilizada verga del nene. Así alentado, Joaquín siguió bajando lentamente la calza, rozando con las cutículas las caderas y un poco el culo. Cuando la calza iba por las rodillas de la ninfa, ella le ordenó otra vez ‘Tirate encima de mí para darnos calor, pero sin el edredón’.
Al nene se le dibujó una expresión diabólica, y se tiró contra el monumental ojete. Entonces la agarró fuertemente de las caderas y empezó a refregarse frenéticamente, jadeando y gimiendo como un cachorrito. Nina había apagado la TV y simplemente se divertía, los bracitos cruzados bajo el mentón, con la desesperación inocente de su mascota.
Su mascota soltó de nuevo la leche en menos de cinco minutos, y se quedó desarmado sobre el lomo de Nina. La nena apartó a su machito en ciernes (el machito en ciernes quedó boca arriba, jadeando y con la pija todavía pulsando y sin bajarse del todo) y le advirtió ‘Te voy a limpiar para que no ensucies la cama. No me pegues’. El nene asintió, completamente atontado por el tercer lechazo de las últimas horas y de su vida.
Nina se arrojó sobre el vientre del nene y lamió golosamente la lechita, mirándolo con una sonrisa perversa. ‘Sos una degenerada’, deploró exhausto, inerme y desolado, Joaquín.
‘Y a vos te encanta, ¿no?’, replicó Nina. El nene risoteó, sin contestar ni cambiar su expresión. Entonces Nina engulló el glande, y casi lo hace venir de nuevo. Joaquín lloriqueó ‘¡No! ¡Me duele!’.
‘No te duele, tontito. Es placer’, lo desasnó la putita. Sin embargo, a esa edad no era raro que, en sus primeras actividades sexuales, su glande fuera demasiado frágil para sentir más placer que dolor. En todo caso Nina, cuya única referencia sexual eran depravados y animales destinados a la procreación, no podía saber nada de eso. Lo iba a hacer ver las estrellas, para solaz del Jefe y mío, amén de algún que otro jeque árabe o empresario oriental que nos pagaban muy buenos dólares por una joyita así.
Temblando de calentura, Nina no dio más al contemplar la verga del nene en todo su esplendor a pocos minutos de haberse descargado. Se ensartó lenta y primorosamente en ella ante el horror medio desmayado de Joaquín, volvió a prender la TV y empezó a cabalgarla mientras en la pantalla los villeritos se la cogían de parados uno tras otro. Dada vuelta de Gotexc y marihuana, empezó a ensartarse salvajemente la vergota del nene, sin atender a sus alaridos de dolor y pánico, y gritando ‘¡Qué puta que sooooooy!’ acabó convulsa, hasta caer casi desmayada de espaldas, pero todavía con la pijota medio ensartada.
Después de dos minutos (el nene no había podido o no se había atrevido a moverse; había acabado de nuevo, cuando Nina ya jadeaba exánime y sólo el glande y un poquito del tronco permanecían en la conchita), comenzó a pajear los huevos llenísimos y el tronco morcillón de su ya no inocente mascotita. Instintiva y fugazmente, el nene serpenteó, cogiendo por primera vez él a Nina. La putita lo dejó cogerla casi imperceptiblemente, como haciéndose una pajita con esa caliente oquedad mágica, por algunos minutos, hasta recuperar el resuello. Pero él estaba agotado por los cuatro lechazos en un rato. Se quedaron dormidos así como estaban, un par de horas. Apiadado, les puse más fuerte la losa radiante: en la superficie hacía -7 grados.
Nina se despertó, apagó la TV, notó el calor en la pieza, recogió el edredón, acomodó la almohada para el lado de los pies, como estaba, bajo la nuca del dormido Joaquín y se envolvió con él en el edredón. Se quedó dormitando hasta que el nene se despertó cuchareándola. En rigor, el nene empezó a refregarse contra el culo de Nina, todavía dormido; cuando la putita lo sintió, empezó a acompañar el serpenteo masculino hasta que Joaquín recuperó la conciencia refregándose contra ese orto divino.
‘Perdón’, musitó.
Nina se dio vuelta, le rodeó el cuello con sus manos y le contestó sonriente ‘Te perdono si me la metés toda’.
El nene risoteó, avergonzado. La nena lo atrajo empujando suavemente la nuca con sus manitos, abriendo las piernas y poniéndose boca arriba para que él se le subiera. Joaquín risoteó ‘Sos muy puta’.
‘¿Viste? Y ahora soy tu putita. Tenés mucha suerte’, replicó ella mientras dejaba, divertida, que el nene intentase meterle la verga sin orientarla con sus manos. Se calentó tres minutos con la ineptitud infantil de Joaquín y después aventó el edredón, abrió más las piernas, miró entre ellas y le enseñó al nene, manipulándole la verga, ‘¿Ves? La tenés que acomodar con las manos’. El nene se sintió adentro e instantáneamente arqueó su espalda y lanzó un alarido. Nina se estremeció al sentir la cabeza tocando la entrada de su útero, y lo abrazó para darle rienda suelta a su mascota.
Su mascota empezó moviéndose muy torpemente, golpeando las paredes de la vagina con pijazos bruscos y sin ritmo. Nina aferró las piernas de Joaquín con las suyas, le agarró el culito con sus dos manos y empezó a coger la pija, caliente. A los dos minutos, el nene, que en ningún momento había dejado de gritar y gemir por la mezcla de placer, pánico y dolor, ya la estaba cogiendo bien, y Nina pudo abrir los brazos en cruz y dejar que el novel machito la llenara de verga.
Eso sí, la verga la llenó de leche mucho antes de que alcanzase su acuciante orgasmo. De manera que la agarró con una mano para sostener su dureza y cogerla así, con el peso muerto del orgasmeado nene sobre la mano pajeadora. ‘Estoy cansado. Me duele’, se quejaba el pobre nene.
‘Lo siento. Estoy muy caliente y acabaste muy rápido’.
‘¿Qué es acabar?’
‘En tu caso, llenarme la concha de leche’
‘¿Por qué sos tan boca sucia?’
‘¿Y vos por qué sos tan boca limpia?’.
El nene se rio, exhausto, pero la pija ya había muerto de felicidad, de manera que la exasperada putita lo hizo a un lado y siguió pajeándose desenfrenada. ‘No mires, Joa. Necesito hacer esto, mirá la TV’, le ordenó. El nene prendió el artefacto con el control remoto y vio a una mujer flaquita de unos 27 años pajeando a un nene de 12 con un físico tremendo y una gran verga. ‘Dejalo’, le ordenó Nina. Con pesar, el nene vio hipnotizado cómo la mujer del video se agachaba y se la mamaba a su coetáneo.
A Nina, el nene del video le recordó claramente al Boa, pues su paja arreció, se hizo torrencial, se pobló de gemidos y se coronó en un corcoveo fogoso y seco que la dejó exhausta. Joaquín esperó que los jadeos de Nina se amenguaran un poco y preguntó ‘¿Puedo cambiar?’. Nina consintió.
Después les bajé la merienda y ropa nueva: otra calza enteriza térmica para ella y otro calzoncillo largo enterizo para él (en este caso, sin hueco en el pubis), las dos prendas color cremita. También bajé un par de pantuflas cálidas para él. La merienda tenía doble dosis de Gotexc.
Comieron abrigados y se quedaron conversando. Nina expresó sus ganas de pasear, ver pasto y cielo. Estimó que estaban a fines de julio (con el festejo de su cumpleaños como única referencia). El nene no sabía quiénes eran sus padres, lo había criado una amorosa mujer en aislamiento en el campo, pero hacía unos años que tampoco lo dejaban ver el sol.
El Gotexc no les dio paz, de manera que al ratito estaban sentados en la sillita, Nina de costado sobre la falda de Joaquín, besándose. Los piquitos juguetones de la nena fueron respondidos con chupones y lamidas desesperados por el nene, igual que los manoseos al culo y demás partes apetitosas de la ninfa. Después de unos minutos, Nina desabotonó el calzoncillo largo de Joaquín, metió la manito derecha para manotear la verga y, mirándolo nariz contra nariz, le preguntó ‘¿Cogemos?’. El nene asintió con la cabeza rapidísimo y varias veces.
La gatita se puso de pie y caminó sin mirarlo más hacia la colchoneta. Una vez allí, se dejó caer culazo para arriba, con la cara tapada por sus cruzados antebrazos. El nene contempló hipnotizado el movimiento de las nalgas y, cuando Nina estuvo tirada culo para arriba, se quedó inmóvil contemplándola.
La putita no lo acució. Después de un minuto, Joaquín volvió en sí y fue corriendo a arrojarse sobre la nena, todavía con la verga fuera del calzoncillo. Empezó a refregarse contra el culazo encalzado. La nena no hacía nada, sólo se quedaba quieta, respiraba fuerte y apresaba la vergota entre sus anhelantes nalgas.
El nene apoyó la punta de su pija entre las nalgas y empujó, metiéndole un poco de calza en el ojete a la nena. Gimió de dolor al sentir el roce con la leve costura de la suavísima calza. Entonces volvió a apoyarla a todo lo largo y a refregarse contra el increíble orto; pero se dedicó a mirar su verga entre las nalgas prodigiosas. La nena respiraba fuerte y levantaba la cola, pero seguía tapándose la cara.
Joaquín empezó a besarle toda la espalda, de arriba hacia abajo. Eran besos de nene: húmedos, pero no llegaban a ser chupones degenerados. ‘Mmh, rico’, lo alentó la nena. Él siguió besándole la espalda, ahora ruidosamente, un rato más. Después se puso a mirar de nuevo las espléndidas nalgas cometrapo, y al final las amasó con las dos manos.
‘¡Qué linda que sos!’, comentó extasiado.
‘¡Gracias, Joa! ¡Sos tan dulce que recién te conozco y ya te adoro!’, contestó la ninfa sin destaparse la cara.
‘¿Querés ser mi novia?’, preguntó el nene sin dejar de amasarle el orto ni de contemplarlo hipnotizado.
Creo que enternecida, la gatita replicó ‘Sí, pero entonces me tenés que coger todo el tiempo’.
El nene lanzó una risotada y acto seguido metió su mano derecha bajo la calza. Manoseó directamente el culo, no sin un resto de temor a ser retado. ‘Tu culo es tan hermoso. Me encanta’, confesó el querubín al cabo, cuando notó la aquiescencia de la putita.
‘Es tuyo. Hacele lo que quieras’, repuso ella, ansiosa de que el nene ídem.
El nene se desesperó y le bajó rápido y a los tirones la calza. Se la dejó a media rodilla y se arrojó desesperado sobre la pendeja. Agarró las caderas y empezó a refregarse contra el ojete que lo tenía embelesado. Ahora sus quejidos de cachorrito sonaban más graves, menos descontrolados, más calientes.
Nina rogó ‘Joa, me encanta, metémela toda’.
El nene se agarró la verga y empujó. La verga medio se introdujo, no sin dificultades, en la concha. ‘¡Oooooh! ¡Qué lindo es!’, exclamó. Volvió a agarrar las caderas y la empezó a coger a toda velocidad.
Nina también estaba tan caliente que empezó a contorsionarse y a serpentear boca abajo para agrandar su placer y el de su machito. ‘Ay, sí ¡Me encanta, Joa! ¡Me cogés re bien!’, lo alentó la putita. En ese momento el nene se aferró más a las blancas caderas, dejó clavada hasta el fondo la verga y le soltó toda la leche, arqueando la espalda, levantando la cabeza y dando grandes exclamaciones.
Nina quedó otra vez lejos de su orgasmo, desolada. Puso boca arriba al nene y lamió su sensibilizada verga (le dolía mucho cualquier roce después de acabar) hasta erectarla de nuevo lo suficiente. Acto seguido, volvió a ensartarse en ella y cabalgó a Joaquín con denuedo mientras este volvía a quejarse, ya sin consuelo ni esperanza, por el dolor que le provocaba la artera putita. Alcanzó un orgasmo insuficiente para bajar su calentura.
Cuando se tranquilizaron un poco, les bajé un termo con té (y dosis de refuerzo de Gotexc) para el frío, dos tazas de plástico, plus crayones y hojas canson. Se divirtieron hasta la noche dibujando y después compitiendo en la bici fija: se retaban a ver quién hacía más metros en cinco minutos.
Sospecho que la astuta ninfa hacía esto para bajarse el efecto de la droga que ella ya sospechaba le dábamos. Pero entre la dosis de refuerzo de la merienda y la dosis cuádruple de Gotexc que les iba a adosar en el puchero no tenían chances de no coger hasta altas horas de la noche. Por las dudas, también les había encajado pastillitas locas en la cena, para desvelarlos.
Cuando ya estaban sudados en sus enterizas y anatómicas ropas, con las caras coloradas por la pedaleada, les bajé dos toallones con calzas enterizas nuevas y un mensaje: ‘Diosita: aprovechen a bañarse ahora, que hay agua caliente y en un rato está la cena. El Jefe quiere que bañes a tu mascota y que hagas que te coja de parado en la ducha [mentira flagrante: el Jefe se estaba cogiendo mulatitas en las Antillas] y en general que le enseñes cosas degeneradas, así que báñense juntos’.
Nina leyó el mensaje, hizo un bollo el papel y lo depositó en la charola, mientras ordenaba ‘Hermoso, sacate la ropa y dejala acá para que el Mayordomo la lave, vamos a bañarnos que enseguida está la cena’. Luego se sacó sin ceremonias su propia calza.
El nene contempló con una mezcla de vergüenza, inocencia, asombro y lujuria el culazo de la nena en caminata hacia la ducha. Cuando Nina abrió la canilla del agua caliente, Joaquín se sacó el calzoncillo enterizo en un santiamén; al zafarse de la prenda, la gruesa verga ya cimbró como un trampolín. Joaquín trotó el par de metros hasta la ducha y Nina, galvanizándolo con esa sonrisa de puta y esos ojos de ámbar, se colgó de su cuello y le comió la boca mientras la ducha caliente los empapaba. Como él no le metía mano, empezó a frotarlo todo con sus manitos, y él la imitó. Cuando él le manoteó las deliciosas tetitas, mirándolas fascinado, ella le ordenó ‘Chupamelás’. Él soltó una risita cohibida y empezó a lamer los puntudos y carnosos pezones. ‘Eso es lamer. Chupámelas’, repitió la putita, aferrada de la cintura por su nuevo machito.
El nene empezó a chuparla como un becerro. La inocencia de su mascota creo que excitó a la putita, que le mordió la cara al nene, sorprendiéndolo. ‘¡Aia!’, exclamó el pijudo querubín.
‘Cogeme acá nomás, de parado, contra la parecita’, le ordenó Nina. Se apoyó contra el muro, abrió las piernitas, le enseñó a acomodarse y a moverse a Joaquín y el nene finalmente empezó a sacudirla con un desenfado inimaginable sólo unas horas antes.
Esta vez cogieron serios, sin grandes gemidos, concentrados en recibir placer, como adultos. El nene la llevó bastante cerca del orgasmo y duró cuatro minutos antes de echarle el lechazo. Cuando lo vi a punto de acabar, empecé a bajar el agua fría y, cuando empezó a descargarse, les dejé el agua a máxima temperatura. El nene estaba tan enloquecido por su orgasmo que tardó un minuto en notar que se quemaba. Nina, creo que lo notó enseguida, pero ese detalle sádico fue el que finalmente la hizo acabar, por fin, con su nueva verga adentro. Lo maniató bien fuerte entre sus bracitos de mimbre cuando el nene sintió la quemazón del agua, y gruñó en un mínimo, pequeño, insuficiente, pero agradable orgasmito.
Entonces les corté el agua caliente de golpe y les abrí ídem el agua fría. Salieron corriendo a los gritos de abajo de la ducha, enredándose los pies y cayendo juntos sobre el cemento mojado. La adrenalina hizo que el tierno e inexperto nene se riese en vez de llorar, y se quedaron riendo en el piso (tibio y vaporoso por la losa radiante). Después se secaron mutuamente, conversando y haciéndose amigos como niños, se pusieron la ropa (blanco radiante el enterizo de él; rojo prosti en la calza enteriza de ella) y les bajé el puchero (cuádruple dosis de Gotexc). En la bandeja también había un potecito de lubricante anal y un mensaje escrito a máquina: ‘Para el anal (orden del Jefe). Tu anhelante Mayordomo’. Y la pipita de agua con una enorme flor.
Acomodaron la mesita y la sillita frente a la gran TV. Nina se sentó sobre la falda de Joaquín y le fue dando de comer bocado de por medio, como antes, mientras miraban una comedia.
Estaban muy calientes y confianzudos; masticaban mirándose de muy cerca y sonrientes. De vez en cuando, Nina le daba besitos, engrasándole la cara; el nene se quejaba y Nina lo limpiaba amorosamente con una servilleta de papel.
Cada tanto, con cualquier pretexto (agregar aceite o agarrar un pan para comer caracú), Nina se ponía de pie entre las piernas abiertas de Joaquín y ahora el nene ya no sólo miraba extasiado las bellísimas nalgas, sino que también las manoteaba, las amasaba y las apretaba contra su verga. En cuando sentía la vergota del nene, Nina se revolvía contra ella, complacida, sin dejar de amonestarlo.
Terminaron de comer muy calientes (una porción de torta de almendras completaba el menú afrodisíaco y la cuádruple dosis de Gotexc) y casi corrieron a lavarse los dientes (cada uno con su cepillo) para tirarse rápido en la colchoneta. Se tiraron de costado sobre el edredón: el termómetro de la mazmorra indicaba 33 grados.
Esta vez el nene empezó a tirar chupones y lengüetazos de entrada. Eso le encantó a la ninfa, que evidentemente deseaba una mascota sexual más avasalladora. La putita se fue poniendo boca arriba y el nene se le fue subiendo y poniendo entre las piernas. Nina se sacó las tetas y Joaquín se abalanzó para chuparlas, mientras sobaba toda la piel de su putita y su verga buscaba contacto con la conchita encalzada. La nena gemía más que de costumbre, para estimularlo. También porque estaba muy drogada con Gotexc.
Nina recordó que le quedaba un resto de flor para fumarse. Toda sudada, detuvo a su transpirado amante, corrió hasta la charola y pegó una larga seca, mirando al nene. ‘¿Querés?’, lo incitó.
‘¿Qué es?’, preguntó él, amedrentado.
‘Es algo para desinhibirse y coger más rico’, explicó la ninfa, y le alcanzó la pipita. No creo que el nene hubiera oído jamás la palabra “desinhibirse”, pero igual le dio una chupada mientras Nina se quitaba en un instante la calza. Verla desnuda aceleró la tosida, lo que iba a aumentar el efecto de la marihuana. ‘Ya es suficiente’, le dijo Nina sacándole la pipita de agua.
Mientras la nena iba a dejar la pipita en la charola y volvía, el nene se puso de pie en la colchoneta y se sacó el calzoncillo enterizo. Se quedó mirándola extasiado con la verga cimbrando mientras ella se avecinaba, acalorada y espléndida. Ella se arrodilló mirándolo, agarró la verga y, sin dejar de mirarlo a los ojos, se la metió en la boca hasta los huevos. Le cogió la pija con la boca de este modo, mientras él tiraba la cabeza para atrás y daba gemidos muy altos.
Nina se sacó la verga de la boca y le preguntó ‘¿Qué sentiste?’.
‘Como si tu boca fuera una concha’, describió el niño. No terminaba de decir la frase que ya Nina tenía los huevos en su boca y los chupaba amorosamente, causándole un agudo y repetido alarido al nene. Cuando la nena dejó de chuparle los huevos, el nene estaba jadeando. Ella lo hizo dar medio giro y empezó a besarle los muslos, las caderas, las nalgas, para finalmente meterle la lengüita en el sonrosado ano, todo sin dejar de estimular con roces y pajeos los testículos y la verga de su mascotita.
El nene se defendió, gimiente, ‘Esto es asqueroso’.
‘Ya me lo vas a hacer vos’, profetizó la ninfa. ‘Para eso sos mi novio’, agregó, causando una risotada del nene. Mientras el nene reía, la putita le apretó la verga con una mano y le metió el dedo mayor de la otra en el culo. ¿De dónde lo había sacado?, pensé: el Jefe nunca le había pedido eso. Luego conjeturé: los videos porno. Le siguió sobando suavemente el tronco y los huevos con una mano mientras el dedo mayor de la otra se ensañaba con el ano. ‘Ahh, me duele’, se quejó la mascota. La perversa amita siguió dedeándolo sin inmutarse, apretujándole la base de la pija hasta arrancarle unos roncos quejidos.
A continuación, la putita se puso de pie, lo miró seria, desafiante, caliente y fumada y se tiró abierta de patas sobre la colchoneta. Le ordenó ‘Cogeme’.
El nene contempló con ojos desorbitados y rojos la conchita abierta y húmeda hasta que la nena terminó su orden; entonces se arrojó a oler extasiado esa conchita que lo embriagaba. Preguntó ‘¿Por qué estás toda pegajosa?’.
La amita replicó ‘Mi conchita se moja porque tu pija le encanta, y así las dos van a disfrutar más’. Lo miró en silencio olfateándola. Le preguntó ‘¿Te gusta mi olor?’.
‘Sí. Es asqueroso, pero rico’, justipreció Joaquín.
‘Comete la espumita. Es rica’, prometió Nina.
De inmediato, el nene empezó a chuponear desenfrenadamente la conchita. Nina elevó el pubis, le agarró la cabeza y exclamó ‘Ay, sí, cogeme. Me tenés muy caliente’.
El nene no aguantó más, se arrojó sobre la putita, se ensartó en ella, la aferró de la cintura y empezó a darle con todo, gimiendo, gritando y resoplando.
‘No acabes enseguida, aguantá. Cuando estés por acabar, esperá hasta que se te vaya la sensación y después seguís’, le ordenó la nena.
Así estuvieron cogiendo en varias posiciones por toda la colchoneta, hasta que el nene gimió ‘No aguanto más, se me acalambra todo el pito’. Entonces la nena, empapada en el sudor de los dos (hacía 35 grados en la mazmorra en ese momento), lo volteó boca arriba sin desensartarse y empezó a cabalgarlo con saña. El nene acabó y acabó sin que Nina aminorase la marcha, y cuando Joaquín terminó de acabar siguió cogiendo su pija sin dejarla ablandarse hasta que acabó ella misma en un orgasmo, al fin, torrencial.
Eso impresionó al nene: quizá en señal de gratitud por haberle dado el primer buen polvo de su novísima pero ya desenfrenada relación, la putita le dedicó una de sus monumentales meadas. Como estaba sentada y apuntando con su clítoris al vientre del nene, literalmente lo anegó en su acabada. La miró a los ojos buscando una explicación, mientras la nena, completamente habituada a sus squirts, continuaba temblando hasta derrumbarse, empapada en sudor, sobre el nene empapado en amor de hembra.
Se quedaron dormitando agotados un buen rato, pero el cóctel de drogas que les había inferido en las últimas horas no los iba a dejar dormirse, ni enfriarse. De hecho, aunque bajé la temperatura a unos más soportables 30, estaban completamente deshidratados, así que no tardaron mucho en beberse una jarra de agua entre los dos.
Estuvieron como una hora viendo una película romántica, pero cuando terminó Joaquín dijo ‘¿Vemos porno?’. La temperatura en la mazmorra era en ese momento de casi 36 grados; Nina tenía la cara colorada, aunque estaba desnuda; la verga del nene cimbraba de nuevo.
‘Justo en ese momento’, el ‘canal’ porno empezó a pasar su sección ‘Putitas anales’, con una selección de nenas de diez a trece (después dicen que los medios no manipulan, pensé pajeándome a dos manos). De inmediato, la poronga del nene empezó a cabecear más rápido, y su prepucio a chorrear morosamente precum de preteen. A la putita se le hizo agua la boca y le ordenó ‘Vos mirá los videos que yo te voy a saborear. No me patees’.
Ipso facto, se puso a lamer golosamente el jugo masculino de su mascotita, saboreándolo con gula, y luego exclamó ‘Qué rica poronga que tenés, Joa!’, y meterse toda la cabezota de una en su bocaza aún infantil. El nene no pudo evitar aferrar la cabeza de su amita para meterle la verga hasta la garganta, con la anuencia de la putita, que se mantuvo casi un minuto con la punta de la verga en su esófago, antes de apartarse con una arcada mientras su boca expelía una viscosa mezcla de saliva y guasca infantil.
Después de un cuarto de hora de mamarle la verga y ensalivarla bien hasta los huevos, la putita fue a buscar el potecito de lubricante anal mientras Joaquín dejaba de mirar el video para observar el prodigioso vaivén de nalgas que la descalza putita le estaba regalando, y se pajeaba mecánica, hipnóticamente.
Se paró al lado de la colchoneta. El nene se sentó; su cara quedó a la altura de la conchita, que miró hipnotizado, olfateó y besuqueó. ‘Qué linda que es’, ponderó.
‘¿Te gusta mi conchita?’
‘Me encanta’, replicó el nene antes de seguir besuqueándosela. La TV mostraba al Jefe culeando a Nina con saña en todas las posiciones mientras, entre primerísimos planos de la penetración, se oían adiciones de audio de la putita con frases del tenor de ‘¡Ay sí, qué rico!’ ‘¡Cómo me gusta que me rompas el orto!’ ‘Me gusta que me cojas fuerte’.
La Nina de la mazmorra preguntó ‘¿Y mi culo, te gusta?’.
El nene rio nerviosamente ‘Me encanta’.
‘¿Querés cogérmelo?’. El nene hizo rápido que sí con la cabeza, poniendo una expresión de maldad que enterneció y excitó a la ninfa. ‘Entonces ahora echame este lubricante, para que sea más rico’, agregó la putita, y se tiró sobre la colchoneta culazo para arriba.
El nene se tiró de cabeza, pote en mano, sobre ese monumento al ojete, ensartó el pico vertedor del pote en el ano tantas veces devastado y apretó el envase como si fuera su verga. A juzgar por el salto que dio y la expresión que puso, la nena sintió una una mezcla de enema y pijazo de lubricante que le llegó muy adentro.
De inmediato, el nene arrojó el pote al costado de la colchoneta y se arrojó sobre el objeto de su deseo. Se refregó un poco contra el orto y después miró para abajo y le enhebró muy concentrado la verga. La chota del nene se fue de inmediato para adentro, arrancándole una exclamación a la nena.
Cerró los ojos y empezó a serrucharla sin compasión. Eso excitó a la nena, que empezó a gemir y a levantar la cola para recibir más poronga; se puso la almohada abajo de la pancita para darle la mejor posición posible a su mascotita.
Su mascotita la tenía agarrada de las caderas y le daba con saña, con furia, con maldad, como acababa de verlo al Jefe. La putita estaba encantada. Yo estaba tan obnubilado por la escena (y fumado) que olvidé agregar videos al ‘canal’ porno; la pantalla quedó en azul videohome mientras la nena gemía convulsa de la calentura y los pijazos, alentando entretanto a Joaquín con exclamaciones de la nobleza de ‘¡Así, así, rompeme bien el orto!’ ‘¡Cómo me gusta tu vergaaa!’.
‘Qué caliente es tu culo’, apreció el nene.
‘Vos lo ponés caliente’, lo incentivó la nena. El nene hizo silencio, pero su pija prosiguió su speech con la misma elocuencia. Cuando sintió que Nina convulsionaba, cerca de un orgasmo, le empezó a dar más fuerte, exclamando ‘¡Qué puta que sos!’. Entonces los dos acabaron torrencial y salvajemente. Se quedaron veinte minutos ensartados, con la pija en lenta disminución y el culo latiendo, incapaces de moverse.
Había sido el clímax de la noche. Estaban secos y exhaustos por un polvazo de video porno; el mejor video porno de nene down y nena puta de la historia del universo, probablemente. Después siguieron jugando y cogiendo hasta dormirse como a las dos de la mañana (yo había desfallecido una hora antes, en el sofá de la Habitación 2 envuelto en un robusto edredón).
El resto de la semana, se hicieron amiguísimos y cogieron al menos cinco veces por día. Pero una mañana, Nina se despertó y Joaquín ya no estaba. Lo llamó a gritos durante horas, llorando sin consuelo y caminando por la Habitación 1. En pocos días llegaría el Jefe y debía empezar a preparar todo para la fiestita de reencuentro, y quizá si iba a seguir siendo yegua, pasaría a ser vaca o sería convertida en asado (eufemismos respectivos para ‘puta preferida’, ‘puta de prostíbulo’ o ‘asesinada e incinerada’).
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