No es Facil
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por wastedLalo.
Vi a Taito salir de la habitación de mamá.
Con la puerta entreabierta de mi habitación atisbé por la rendija y la tuve que cerrar a toda prisa cuando escuché la voz de mi hermana llamando al esclavo.
— Taito , ven… acércate — la escuché susurrar.
Recuperado del susto volví a entreabrir ligeramente la puerta de mi dormitorio y sólo alcancé a ver el brazo de mi hermana y su mano que agarraba la saya de Taito para meterlo dentro de su habitación.
Luego ella cerró la puerta y yo la mía.
Me puse a dar vueltas por mi alcoba, furioso.
Estaba celoso.
Sí, celoso de un esclavo, de Taito .
Envidiaba su suerte.
Melissa y mamá se lo disputaban todas las noches, incluso por las tardes, a la hora de la siesta.
—¡Gali! — llamé a mi esclava irritado.
—Sí amo?
—Quiero mear — le dije malhumorado.
Gali salió de debajo de la cama y se arrodilló.
Me senté en mi sillón y separé las piernas.
Estaba desnudo, por lo que la esclava se acomodó entre mis muslos, me cogió la polla y se la metió en la boca.
—A ti también te gusta Taito? — le pregunté cuando empezaba a soltar la orina dentro de su boca.
Evidentemente era una pregunta retórica.
Gali no podía contestar porque estaba tragando mi copiosa meada.
Cuando terminé de vaciar la vejiga seguí con la polla dentro de la boca de mi esclava y le ordené que siguiera chupando.
Gali, como todos nuestros esclavos, era sumisa y obediente.
Obedecía todos mis caprichos, única manera de evitarse castigos.
A mis trece años iba loco por meter la polla en caliente.
Mi madre y mi hermana eran mis objetivos sagrados, pero debían considerarme un crío todavía por lo que recurría a Gali y a Kirino , el esclavo de papá, que tenía mi edad.
A Kirino se la metía en el culo.
Me encantaba violar a Kirino porque le hacía llorar.
Papá lo sodomizaba a menudo pero como que tenía el ano estrecho le pedía a mamá que se lo ensanchara introduciéndole los tacones de sus zapatos.
El pobre Kirino lloraba cuando mamá lo penetraba y después cuando papá remataba la faena violándolo volvía a llorar.
Entonces yo lo llamaba para aliviarme en su culo.
Tras un buen rato de tener la polla dentro de la boca de Gali estaba erecto como un mandril.
Tenía ganas de eyacular pero no quería hacerlo dentro de mi esclava.
No, quería hacer el amor con mamá.
Entonces escuché unos gritos.
Miré a Gali y la interrogué con los ojos.
—Debe ser que están preparando a Peep, amo.
—Para qué?
—Hoy he oído al médico que aconsejaba a la señora Piedad que se hiciera calentar a un niño y que se lo metieran enrollado en los pies, que de este modo le traspasaría el dolor del reuma al esclavo.
La señora Piedad era mi abuela.
Claro, la abuela Piedad iba a ser el recurso que utilizaría para liberar mis pulsiones sexuales.
Me levanté, crucé la habitación, abrí la puerta y salí al pasillo desnudo, tan solo calzaba mis botas.
En el pasillo vi que subían entre dos esclavas a la pequeña Peep
—A dónde la llevan?
—A los aposentos de doña Piedad, amo — respondieron arrodillándose de inmediato y dejando a Peep en el suelo, sollozando.
Me fijé que estaba desnuda y tenía unas horribles ronchas en el vientre.
Eché a andar encabezando la comitiva.
Las esclavas me siguieron transportando a la gimiente Peep.
Llamé con los nudillos y abrí la puerta.
Allí estaba doña Piedad, mi abuela, la mamá de mi mamá.
Tenía 36 años, y estaba un poco rellenita pero tenía un rostro hermoso y a mí me quería muchísimo.
—Carlitos, qué haces aquí? ¡Y desnudo! — exclamó la abuela que avanzó hacia mí.
Lo curioso es que ella también estaba desnuda.
Me quedé boquiabierto viendo su cuerpo, sus tetas paradas y sus nalgas.
Corrí hacia ella y la abracé.
No pude rodearle su lozana cintura con mis brazos pero hundí mi cara en su vientre.
—Ven con la abuela pequeño… ven conmigo y cuéntame qué te pasa — dijo llevándome con ella a su amplia cama.
La abuela se recostó en la cama y me obligó a que me echara a su lado.
Me di la vuelta hacia ella y me agarré a uno de sus pechos.
Empecé a chupar su grueso pezón.
No fue necesario que le contara nada a la abuela.
Ella era una mujer experta y sabía qué me sucedía a mí.
Su mano aferró con increible suavidad mi pene y comenzó a acariciármelo lentamente mientras yo perdía el sentido entre sus pechos y sus pezones.
Sin darme cuenta me fui escurriendo hacia abajo.
Cuando me llegó una vaharada de hembra procedente de su enorme sexo supe qué esperaba la abuela de mí.
Buceé por sus pliegues, que estaban húmedos como una ciénaga y comencé a lamer con toda la intensidad de que fui capaz.
La abuela empezó pronto a gemir.
Abandonó mi miembro y se concentró en su propio placer.
Al poco se puso a gritar y después, a medida que iba alcanzando un orgasmo tras otro, sus gritos se fueron convirtiendo en gemidos.
Finalmente la abuela tiró de mí y me subió hasta quedar sentado en su regazo.
Me abrazó y me besó los labios brillantes de sus propios jugos.
—Has hecho muy feliz a la abuela, cariño — me dijo agradecida.
La sonreí.
Entonces la abuela reparó en la muda presencia de las esclavas que traían a Peep
—Qué hacen aquí? — les espetó arisca la abuela que había olvidado por completo las curas que debía obtener teniendo a Peep calentada y enroscada en sus pies.
—Le hemos subido a mi hija, ama, tal y como dispuso.
La hemos calentado el vientre aplicándole planchas de metal puestas al fuego.
La abuela ha parecido recordar sus propios instrucciones a Tekashi , el padre de Peep
—Y a qué esperas a ponerme a la niña en los pies? ¡Rápido perro!
Tekashi obedeció rápidamente.
Cuando la abuela se sentía contrariada podía ordenar los más espantosos castigos.
—La niña está fría, Tekashi— dijo la abuela cuando el esclavo apretó el desnudo cuerpecillo de su hija a los pies de su ama — vuelve a calentarla y me la subes — ordenó.
—Sí ama.
Cuando los esclavos hubieron salido recosté la cabeza en los senos de la abuela.
Ella me abrazó con ternura mientras desde el piso de abajo comenzaban a llegarnos los alaridos de Peep.
Debían estar aplicándole de nuevo las planchas de metal calentadas al fuego.
Mi pene estaba a punto de reventar.
La abuela me acarició la pollita y me susurró al oído:
—Te gusta escuchar los alaridos de los esclavos, verdad cabroncete?
FIN
-WastedLalo
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