No Parece Adecuado Hablar de Esto
—Ayy!, Viktor, tu verga, que bien se siente. Ya no duele tanto..
La mañana era opaca, como si la ciudad no hubiera terminado de despertarse. Bogotá amanecía envuelta en una llovizna suave, de esas que parecen no mojar pero lo cubren todo. En el colegio, los estudiantes entraban con el uniforme húmedo, arrastrando mochilas, bostezos y conversaciones a medias.
La profesora Leonor interrumpió el murmullo con un golpecito seco en la mesa.
—Silencio, por favor. Quiero presentarles a un nuevo compañero.
El salón no era especialmente cálido. Ni en temperatura ni en actitud. Nadie esperaba una novedad en mitad del segundo trimestre. Menos Miriam, que garabateaba con desdén en la última hoja de su cuaderno
—Buenas tardes —dijo Viktor al entrar, con voz baja pero firme.
Miriam no pensó que volvería a verlo. No ahí, no ahora. Para sus compañeros, ella era una líder natural: firme, sarcástica, impenetrable. Pero esa voz… esa voz la desarmó.
La profesora, una mujer de cabello recogido y gesto amable pero firme, cerró el registro de asistencia y se volvió hacia el grupo.
—Algunos lo recordarán. Estuvo con nosotros hasta octavo, pero por razones familiares tuvo que trasladarse a otra ciudad.
Un murmullo breve cruzó el salón. Algunos lo miraban con curiosidad; otros, con la indiferencia habitual que se reserva a los que regresan sin previo aviso.
—Ahora que está de vuelta en Bogotá, retoma sus estudios aquí —añadió la profesora, con una mirada rápida hacia Miriam que no pasó desapercibida—. Espero que lo recibamos como corresponde.
Viktor asintió apenas, sin levantar del todo la cabeza. Vestía como siempre: abrigo grande, gorra vieja, esa mirada de quien ha vivido más de lo que dice. El humor como escudo; el silencio, su mejor defensa. Y, sin embargo, ante Miriam, todo eso pareció tambalear.
Ella mantuvo la compostura, como si no lo reconociera, pero por dentro la respiración se le volvió irregular.
No se dijeron nada al principio. El salón siguió su curso como si él no existiera, pero entre ellos dos se encendió una conversación silenciosa, hecha de recuerdos, errores y ausencias.
Una historia sin cerrar.
Viktor no era un simple visitante del pasado. Había sido parte de algo fundamental. Había sido él. Y aunque el tiempo se había encargado de separarlos, algo en su mirada decía que no había pasado un solo día sin pensar en lo que dejaron sin resolver.
Aquel día, se encontraron al acabarse las clases.
Viktor había llegado intempestivamente, sin previo aviso, cuando el año escolar ya estaba en marcha. Nadie lo esperaba. Había pasado casi dos años fuera de Bogotá, viviendo con un tío en Pasto, según decían, aunque nadie conocía los detalles. Miriam nunca preguntó. Al principio por orgullo; luego por miedo a las respuestas.
No hubo sobresaltos ni discursos. Solo una quietud densa, cargada de historia.
Después del timbre de la 1:00, caminaron juntos. Callaron más de lo que dijeron. Se permitieron fingir que el tiempo no corría, que eran otros. Que no habían roto tanto.
Pero el silencio tenía grietas.
El camino hasta la casa de Miriam fue lento, como si cada paso midiera la distancia entre el antes y el ahora. Cuando llegaron, la puerta estaba entreabierta. Desde la sala se oía una radio encendida con un programa deportivo de fondo. Había olor a café recién hecho.
—¿Hola? —dijo Miriam al entrar.
—Estoy en la cocina —respondió la voz de su madre, sin asomarse.
La señora Teresa era de pocas palabras y miradas largas. Había aprendido a no preguntar directamente, pero no por indiferencia: su silencio era una forma de protección. Apenas si lo vio entrar acompañando a su hija, el regreso de Viktor debía tener un peso que no podía nombrar. No después de lo que pasó aquella noche, cuando lo sacaron de la casa sin una palabra, cuando su hija cerró la puerta del cuarto y no quiso comer por dos días.
Aquello no había quedado impune ante su mirada.
Había visto.
Había oído.
Y aunque Miriam nunca se lo contó, aunque Viktor jamás volvió, Teresa asumió la gravedad de lo que había ocurrido. Algo que no debía repetirse.
Miriam no explicó nada. Simplemente se dirigió al cuarto del fondo, el de Daniel. Viktor la siguió, sin preguntar si podía.
Daniel, con sus once años recién cumplidos, estaba tirado sobre la cama, hojeando una revista de cómics. Al ver a Viktor, sus ojos se iluminaron.
—¡Vik! —exclamó, sentándose de golpe—. ¡Pensé que te habías olvidado de nosotros!
Viktor sonrió, como si aquella frase hubiera derribado el muro que lo contenía.
—Jamás podría —respondió.
Hablaron del colegio. De la nueva profesora de inglés que Miriam encontraba divertida. Daniel imitó su acento exagerado, y Viktor rió. No mucho, pero lo suficiente para que Miriam lo mirara de reojo, como quien encuentra algo perdido.
Entonces, sin malicia, sin entender la carga de su pregunta, Daniel dijo:
—¿Por qué te fuiste?
El aire se congeló. Miriam dejó de respirar por un segundo. Viktor bajó la mirada. El silencio volvió, pero ya no era cómodo. Era tenso, frágil.
No fue una respuesta lo que recibieron, sino una confesión velada, hecha de pausas, de ojos que no se atreven a sostener la mirada, de palabras que no se dicen.
Porque lo que los había separado no era solo una discusión ni una traición. Era un suceso. Un error. Una noche.
Una línea cruzada de la que no se vuelve.
Viktor había querido huir de esa culpa. De Miriam. De sí mismo. Había pedido vivir con su tío en el sur con la excusa de los estudios, pero en realidad, buscaba escapar del eco de lo que habían hecho, de lo que no supieron manejar.
Ahora, después de dos años de silencio, estaba ahí. Nadie sabía por qué había vuelto. Quizá ni él mismo.
Pero en aquella habitación, con Daniel entre ellos —el niño que los había unido y separado al mismo tiempo—, supieron que la historia ya no podía seguir oculta.
No se trataba solo del recuerdo de un amor roto, sino del peso de una verdad que Daniel aún desconocía.
—¿Sabes que mamá preguntó por ti durante meses? —dijo Miriam al fin, con voz baja—. Nunca entendió por qué te fuiste tan de repente.
—Tú sí —respondió Viktor, casi en un susurro.
Ella lo miró largo rato. Su expresión no era de enojo, sino de algo más complejo: decepción, quizá. O tristeza.
—Creí que yo también me había ido —admitió ella—. Que podía borrarlo. Pero no es tan fácil cuando todo sigue aquí… en la casa, en Daniel… en mí.
Hubo un silencio largo. Viktor pasó una mano por la nuca, incómodo.
—No lo planeamos —dijo él al fin, como si eso pudiera justificar algo—. Éramos niños, Miri. No sabíamos lo que hacíamos.
—Yo sí sabía —interrumpió ella, con firmeza—. Tal vez no del todo, pero… yo sí quise. No fue un error para mí.
Viktor bajó la cabeza. Se oía el ruido tenue de una cuchara contra una taza en la cocina, como si el mundo continuara indiferente.
—Fue… demasiado. Y después no supe cómo seguir mirándote igual. Me asusté —confesó él—. Me sentí sucio, equivocado. Me dijeron que lo mejor era alejarme. Y yo… lo hice.
—¿Quién te dijo eso? —preguntó Miriam, aunque ya lo intuía.
Viktor bajó la mirada, como si esa sola pregunta lo obligara a abrir una herida que prefería dejar cerrada.
—Tu mamá —murmuró al fin—. Esa misma noche… cuando salí de tu habitación, me interceptó en el pasillo. No me gritó. No me empujó. Solo me miró, como si intentara encontrar en mi cara algo que no quería escuchar.
Hubo un silencio largo. Y entonces lo dijo.
—»¿La obligaste a hacerlo?»
Así, directo. Sin rodeos. No preguntó qué hicimos. No preguntó cómo me sentía. Lo soltó como una sentencia, como si ya supiera que algo estaba mal.
Yo… —Viktor desvió la mirada, tragó saliva—. No le respondí. Pero tampoco negué.
Solo hice una cara como si no entendiera de qué hablaba, como si me hubiera confundido de conversación.
Tal vez fue una cobardía. Tal vez fue puro miedo. Pero fingí. Bajé los ojos. Me encogí de hombros.
ella entendió.
No necesitó más. Se dio media vuelta y no me volvió a hablar.
Miriam sintió un nudo subirle por la garganta
Viktor levantó la vista. Sus ojos estaban húmedos.
—No fue solo lo que pasó esa noche —añadió él—. Fue lo que desató. Lo que trajo consigo. Lo que dejamos sin decir.
Miriam asintió. Por fin se sentó, en el borde de la cama, junto a Daniel que había dejado de mirar su comic para concentrarse en lo que salía de los labios de Viktor, con las manos entrelazadas.
—¿Y ahora? ¿Viniste a decir que fue un error y ya?
—No —dijo Viktor, acercándose lentamente—. Vine porque no quiero que lo único que quede de nosotros sea el silencio. Porque me duele haberte dejado con todo eso sola. Porque tú también tenías derecho a decir qué fue.
Ella lo miró por primera vez con algo parecido a ternura, pero también con una barrera firme en los ojos.
—A veces, Viktor, pienso que nadie más me hizo tan feliz. Y luego me dolió tanto.
Él cerró los ojos un segundo, como si esas palabras fueran lo que necesitaba oír… y lo que más temía.
—Yo también lo recuerdo así —dijo.
Aferrados a una verdad compartida pero nunca dicha, entendieron que ese encuentro no se trataba de reescribir el pasado. Solo de nombrarlo, al fin. De ponerle voz a lo que fue, y aceptar que, aunque no pudieran cambiarlo, podían al menos dejar de esconderlo.
Ella se acercó y colocó una mano en su pecho.
—Todavía late igual —murmuró, sin mirarlo a los ojos—. Como esa noche.
Viktor tragó saliva. Miro a Daniel por un segundo, y se dio cuenta que ya no era la del muchacho que huyó. Era la alguien que volvía a tocar el borde de una herida abierta con los dedos temblorosos.
—No sé si merezco estar aquí —dijo, apenas audible.
Miriam no apartó la mano, de hecho la fue deslizando hacía abajo hasta que finalmente se posó sobre su pene, que inmediatamente comenzó a reaccionar
—No se trata de merecer —respondió—. Se trata de hacerte cargo. Y de no huir otra vez.
Él asintió. Una vez. Despacio.
—¿Y tú…? ¿Pudiste seguir con todo eso encima?
—A veces sí —confesó ella—. A veces, no. Me pregunté si fue culpa mía, si te presioné, si lo imaginé distinto. Pero luego entendí que éramos dos… o bueno… tres, y que el silencio nos traicionó más que el acto mismo.
Viktor la miró, su verga había alcanzado el máximo, Miriam metió su mano dentro y la tomó alzándola hasta sacar el glande y algo más por la parte de arriba del pantalón, dejándola aprisionada contra el abdomen de Viktor, que por primera vez en mucho tiempo, no tuvo miedo. Solo morbo. Honestidad.
—Te extrañé —dijo.
—Yo no —respondió Miriam, sin dureza—. Yo te necesité.
La diferencia entre ambas palabras los dejó en silencio. No era rabia. Era verdad. Sin perder tiempo se inclinó y lamió la parte expuesta de su verga, pasando su lengua por el centro de su glande. Viktor gimió con el primer contacto.
Y entonces, Daniel se sentó junto a su hermana. No dijo nada. Solo los observaba, atento, casi sereno.
Pero lo que perturbó a Viktor no fue solo su reacción, sino su expresión.
No había asombro en su rostro. Ni confusión.
Sonreía.
Una sonrisa ligera, casi perversa, como quien presencia algo que ya ha imaginado muchas veces.
Eso inquietó a Viktor.
¿Acaso… lo sabía?
¿Desde cuándo? ¿Qué tanto?
Durante unos segundos, el silencio se llenó de preguntas no formuladas. Miriam lamía con pausa el pene de Viktor, mientras a él se le inundaba la cabeza con preguntas.
—¿Es posible que él ya lo sepa? —preguntó Viktor en voz baja, sin poder contenerlo.
No fue una pregunta agresiva, ni acusatoria. Más bien, desesperada.
Daniel soltó una pequeña risa, como quien ha estado fingiendo no entender algo durante demasiado tiempo.
—¿Saber qué? —dijo con tono burlón, sin mirar a nadie.
Pero quien respondió fue Miriam.
—Sabe lo que necesita saber —dijo ella con una voz extrañamente tranquila—. No más, no menos. Le conté lo que le hicimos al poco tiempo de que te fuiste.
Viktor la miró con los ojos entrecerrados.
—¿Por qué?
—Necesitaba hablarlo con alguien, ese alguien habrías sido tú, pero te fuiste, te sorprendería lo bien que se lo tomo mi hermanito, ahora digamos que mi cuerpo le pertenece a él también. Vik. Él estaba ahí… ya no es necesario dormirlo para jugar con él.
Daniel, colocó una mano sobre la espalda de su hermana y ella, con una sonrisa volvió a inclinarse a lamer el pene de Viktor:
—¿Creías que no me gustaría? Pero es así… somos iguales. Dijo Daniel
Viktor sintió que algo se cerraba dentro de él. Una especie de nudo que ya no tenía sentido mantener apretado.
Viktor se arrodilló, sobre la cama, liberó completamente su miembro y Miriam obediente lo devoro ahora si con mayor facilidad. No hizo falta más palabras.
Con la certeza de que aquello —ese momento, era lo único que podía salvarlos del olvido.
De la mentira.
De seguir fingiendo.
Daniel le haló las piernas a Miriam hacía atrás, dejándola boca abajo sobre la cama. Le subió su falda escolar y contemplo el culo de su hermana, rápidamente libero su pene, mucho más pequeño por obvias razones que el de Viktor.
Viktor lo miró, dejándose llevar por la excitación, más cuando Daniel tomó el cachetero de Miriam y comenzó a bajarlo hasta sacarlo por sus pies. Viktor aún recordaba ese hermoso culo que ella tenía. Ahora era más grande. Daniel le abrió las nalgas con las manos y para sorpresa de Viktor el ano de Miriam se veía dilatado. Daniel notó su reacción y le dijo que era su hueco favorito.
De un cajón bajo su cama sacó un tarro de aceite de bebe y lo dejó caer en el ano de Miriam, se quitó su pantalón y se subió sobre ella y le metió el pene sin complicaciones, ella ni reaccionó, seguía decidida usando su boca con el pene de Viktor. Daniel le daba fuerte y Viktor solo se fijaba en las ondas que hacían las nalgas de Miriam cuando su hermanito caía sobre ellas.
👏👏👏Exelente narración, no dice mucho, toda pura imaginación.
Por fin leí algo que valió la pena…
Muy bueno…
Un 10 Es poco… Son 100 puntos para Mi.