Nuestro juego
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Nalú{S}.
Lo tenía todo preparado, y ese era el día. Con el depósito lleno, cogí la carretera no sin cierto nerviosismo. Era mi primer encargo y quería hacerlo muy bien. Él esperaba lo mejor de mí, debía demostrarle que era una auténtica profesional, la mejor. Y como el viaje sería largo elegí algo cómodo y vulgar. Una minifalda vaquera, una camiseta roja de gran escote y por supuesto, unos zapatos de tacón también rojos. Me gustaba y me sentía bien con ese color, incluso en mi pelo había reflejos y mechones rojos.
Supe que había acertado con la ropa, en el momento en que paré en la primera estación de servicio a tomar un café. El primero en posar sus ojos en mi escote fue el camarero y después le siguieron, el representante trajeado de la barra y su compañero. Me extrañó que el camionero del otro extremo de la barra no levantara la cara de su cerveza.
Antes de marcharme entré en los aseos. Una puerta y como siempre unos segundos para decidir cual de los dos sería el mío. Al salir y antes de abrir la última puerta, alguien detrás de mi puso su mano en ella impidiéndome abrirla. Me giré y entonces a menos de un palmo me encontré con el camionero de la barra, ese q antes me había parecido ausente. Ahora con una mano sujetaba la puerta y con la otra por debajo de mi falda intentaba tocar mi culo, mientras me decía lo buena q estaba, lo cachondo que le había puesto desde q me vio entrar y todo lo que podríamos hacer si era una buena chica. Yo le seguí el rollo durante unos segundos, haciendo que se confiara, pero cuando noté que sus dedos apartaban mi tanga para tocar mi coño, de un fuerte empujón le aparté lo suficiente para salir rápidamente de allí. El intentó salir detrás de mí pero al ver como todos le miraban, empezó a llamarme puta a voces y a decir que yo había intentado robarle. Pero ya estaba saliendo por la puerta de la calle, me daba igual lo que pensase toda esa gente, me monté en mi coche y salí a toda velocidad.
Tenía que llegar a la hora prevista y ese gilipollas iba a retrasarme. Después de unas cuantas horas conduciendo, saqué el papel donde tenía todo apuntado, siguiendo las instrucciones paré en el puerto, frente a una taberna. Pero antes de bajar del coche, saqué la barra de labios roja, y mirándome al espejo los pinté como si de un ritual se tratase. Ya en la barra, un atractivo camarero alto y fuerte me preguntó que iba a tomar.
Coronita con tequila le dije, y él me respondió si no sería un poco pronto para eso. Entonces mirándole a los ojos y haciendo q mis labios rojos putón vocalizaran muy bien, le contesté: “supongo q tienes razón, q sea sólo un tequila”. Pero él pareció no inmutarse, me miraba con frialdad e indiferencia. Tal vez me había equivocado, tal vez las instrucciones no eran esas. No sabía que hacer, en estos casos no me estaba permitido pensar. Quizás algo fallaba en mi maquillaje, por eso entré en el aseo para comprobarlo y retocarme. Un poco más de lápiz de labios, rimel en las pestañas, los ojos casi negros de tanta pintura, todo parecía estar en orden.
Al salir, ví que algo pasaba, las luces estaban apagadas, no había nadie, ni si quiera el camarero y la puerta estaba cerrada. Miré a mi alrededor pero no vi nada, sólo un paquete de tabaco rubio en la barra, me acerqué saqué un cigarro y lo puse en mi boca, entonces lo oí. Era el sonido de un zippo y pronto delante de mi tenía una llama encendiendo el cigarro. Yo estaba contra la barra y no me atrevía a mirar, sabía q él estaba detrás de mi. Con un clic, apagó el mechero y sintiendo su aliento en mi cuello me dijo: – nena, no has sido puntual, sabes q ahora te tendré q castigar.
Yo sonreí pero él no me vio. Quitó el cigarro de mi boca y sujetándome por detrás, sin dejar q me volviera, pasó el dedo gordo de su mano derecha por mis labios, corriendo todo el pintalabios, después hizo lo mismo con cada uno de mis ojos.
Oí como daba una calada al cigarro antes de tirarlo y entonces sus manos fueron directas debajo de mi falda, bajó con cuidado el tanga y después con él ató mis manos que ahora reposaban en la barra. También me quitó la camiseta, el sujetador y la falda. Seguía detrás de mi, pero ahora estaba parado, yo sentía como mi corazón se aceleraba, no tenía ni idea de lo que iba hacer y a esas alturas ya estaba muy excitada. Supongo que él lo sabía porque podía oírme respirar con bastante dificultad. Entonces noté como sus manos en mi caderas tiraban un poco hacia atrás de mi. Buscaba mi culo y lo estaba colocando y ya no me dio tiempo a pensar más, lo siguiente que noté fue su polla, de un solo empujón entró en mi. Mientras me la metía una y otra vez, sus manos pasaban de mis caderas a mis tetas, era un poco brusco, no le había gustado mi falta de puntualidad y su enfado se manifestaba claramente en su forma de follarme, en su rabia al tocar mis tetas y en esos azotes q de vez en cuando me daba, aunque sabía que trataba de controlarlos, a veces por su intensidad me hubiesen hecho protestar, pero lo único que hice fue morderme el labio inferior, no oiría de mi boca ni un solo quejido.
Sentí como se corría dentro de mi, como descargaba hasta la ultima gota, como me llenaba de su semen sin dejarse nada, todo para mi, como me había prometido. Y también sabía que ese no era más que el comienzo. Me dio la vuelta, me beso en los labios y me dijo que ahora sí que parecía una puta de verdad. Desnuda, chorreando su semen entre mis piernas y con los ojos y los labios corridos. Entonces me subió de un salto a la barra y me ayudó a tumbarme. Mis manos seguían atadas pero esta vez las puso por encima de mi cabeza al tiempo q las ataba también al grifo de la cerveza. Me contempló embelesado durante unos minutos y después trajo de la cubitera unos cubitos de hielo. Jugaba con uno de ellos en mi boca, provocando q yo sacase mi lengua para coger al menos alguna gota, moría de sed y él lo sabía. Así que siguió jugando con él en mis pezones, mientras los chupaba una y otra vez, suavemente, con intensidad, cada vez de una manera, incluso dándoles pequeños mordiscos, después sentí el cubito en mi coño, pensé que no lo haría, pensé que no se le ocurriría, pero lo hizo, me lo metió y detrás fue su lengua, bebía de mi como de una fuente, me chupaba, me lamía, me comía. Quería gritar de placer, pero sabía que no debía, ni si quiera retorcerme aunque esto es lo que más deseaba en ese momento, creía que moriría de placer, cada vez que sentía los lametazos de su lengua, unas veces en mi clítoris, otras metida entre mis labios mojados. No podía más, sentía como perdía el control de cada uno de los músculos de mi cuerpo, como perdía toda la energía… me corrí como hacia tiempo que no recordaba hacerlo, de una forma intensa y muy duradera, pero él seguía ahí comiéndome el coño que ahora estaba más que chorreante, saboreando esa mezcla entre el agua derretida del cubito, su saliva y mis propios flujos, no paraba y después de haberme corrido empezaba a ser un poco molesto, el clítoris estaba demasiado expuesto y seguir estimulándolo de esa manera lo único q conseguiría sería provocarme cierto dolor, y eso es lo que quería, saber hasta donde lo podría aguantar, y cuando ya no pude más, empecé a retorcerme, quería que supiera de alguna manera que ya me dolía q debía parar, pero creo q eso le excitó aun más. Aunque paró, lo que no sabía es que se iba a subir a la barra, se iba a colocar entre mis piernas y flexionando mis rodillas, iba a meterme de nuevo su polla. Esta vez, con cada una de sus embestidas, no dejaba de mirarme a los ojos, ni de decirme, lo puta y golfa que era. Pensaba que me estaba dando mi merecido, como se le hace a una perra desobediente, pero de sobra sabía que no se trataba de ningún castigo, que yo estaba disfrutando tanto como él.
Una vez más me corrí al sentir que él volvía hacerlo. Estaba agotada, como si me hubiesen dado una paliza, las muñecas doloridas y en el cuerpo había marcas de la pasión con que habíamos follado. Pero me sentía feliz, porque él también estaba satisfecho. Soltó mis manos del grifo, aunque siguieron atadas entre sí. Entonces encendió un cigarro y con cuidado lo posó en mis labios. Sin apartar sus ojos de los míos se oyó el clic del zippo. Yo conocía esa señal, la tregua había comenzado pero solo duraría lo que nos durase el cigarro encendido. Lo que pasase después, sólo lo sabia él.
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