Oportunidades 1: Morena
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ManuelM.
Uno tiene que saber aprovechar las oportunidades. Miráme a mí, sino. Ya no soy tan joven, nunca fui muy atlético, no tengo un pene descomunal. Así que cuando se trata de mujeres, tengo que saber aprovechar las oportunidades que se me presentan. Como lo que me pasó con Morena.
Soy técnico y atiendo las computadoras de una iglesia evangélica. Buena gente, quizá un poco fanáticos pero pagan “religiosamente” así que nunca tuve problemas. Un día el pastor me trajo su notebook para que la viese porque se le habían “perdido” unos documentos. Le cargué una utilidad de recuperación de archivos borrados, a ver que podía rescatar y como suele demorar lo dejé pasando toda la noche. Al otro día, al ver los resultados, me di cuenta que había hecho lío con los filtros por tipo, así que me recuperó no solo documentos, sino también archivos multimedia. Encontré lo que mi cliente quería, pero también algo que quizá hubiese preferido que permaneciera perdido: dos videos y una veintena de fotos porno, todos de la misma chica. Una jovencita de poco mas de veinte años, amateur al parecer, dándose el gusto solita y a puro dedo. Mirámelo vos, al pastor, me dije para mis adentros. Guardé los videos y fotos en mi computadora (la chica estaba linda y compensaba con garra su falta de profesionalismo) y me dispuse a olvidar la cuestión.
Pero cuando el tipo vino a retirar el equipo me dijo que pensaba traerme la notebook nueva de la hija para instalarle el Photoshop, si es que lograba que la soltara. Y me contó que la máquina de él hasta hacía un mes había sido de ella. Cuando se fue, comprobé la fecha de creación de los videos y fotos recuperados y tal como pensaba, databan de bastante más de un mes. La pornografía no era de él, sino de su hija. Y seguramente no solo era la dueña, sino la protagonista. Era una oportunidad. Y no pensaba desaprovecharla. Imprimí algunas de las fotos y las metí en un sobre.
Un par de días después, me fui a la casa del Pastor, estacioné cerca y esperé hasta asegurarme que se iba. Había estado investigando y sabía que la hija (Morena se llamaba, mejor dicho se llama) estaba sola por las mañanas así que cuando no hubo moros en la costa, toqué el timbre. La puerta se abrió y efectivamente, allí estaba la estrella del video con bastante más ropa encima, pero inconfundiblemente era ella.
-Hola
-Hola, traigo un sobre para Morena Fernández
-Soy yo
-Tomá. Por favor abrilo y comprobá su contenido -En cuanto relojeó la primera foto, se puso pálida. Creí que se me desmayaba ahí mismo.
-¿Pero… cómo?
-¿Por qué no me dejás pasar y te explico? -dije y sin darle tiempo a reaccionar, me metí y cerré la puerta- Mirá, tengo tus fotos y videos. El cómo no viene al caso, lo importante es que las tengo. Ahora tenés que decidir qué voy a hacer con ellas.
– No… no entiendo
– Tenés que decidir si se las mando por mail a tu viejo. Si las imprimo y las desparramo por toda la ciudad. Si las subo a Internet. -a medida que me escuchaba se ponía cada vez mas blanca. Otra vez temí que se desmayara, pero resistió- O si hago de cuenta que jamás las vi. Decime ¿Qué querés que haga?
-No… por favor, no las muestres.
-Perfecto. Si me pedís que no las muestre, no las muestro. ¿Querés que las borre?
-Si… claro… -mas que asustada, estaba confundida.
-No hay problema -le sonreí- Adentro del sobre hay una tarjeta con mi dirección. Te espero mañana a las cuatro.
-¿Para qué?
-Para que pagues por el servicio.
-Pero… ¿cómo voy a pagar…?
-Ya encontraremos una manera. Hasta mañana.
Y salí sin darle tiempo a decir o hacer mas nada.
Al día siguiente, las horas se me hicieron interminables hasta las cuatro de la tarde. Las cuatro y cinco y las cuatro y diez pasaron sin novedad, pero a las cuatro y cuarto el timbre sonó y allí estaba ella, nerviosa y asustada en la puerta. La hice pasar sin decir palabra y me senté en el sillón del living. No la invité a ocupar el otro sillón, lo único que le dije fue:
-Ponete en bolas.
-¡No! ¿Vos estás loco? ¿Quién te creés que sos?
Frente al sillón, en una mesita ratona entre ella y yo estaba mi notebook. La giré de modo que pudiera ver la pantalla dónde aparecía un correo listo para enviar a la dirección de su padre, con todas sus fotos adjuntadas. Se puso pálida.
-Ponete en bolas o lo envío. No te lo voy a volver a pedir.
Balbuceó algunas súplicas, pero cuando acerqué el puntero al botón de enviar, con lágrimas en los ojos se fue quitando la camisita blanca, la larga pollera negra y con cierta vacilación, la ropa interior. Cuando terminó, cruzó un brazo delante de sus pechos y puso su otra mano tapando el pubis.
-No seas tan tímida. No voy a ver nada que no haya visto acá -le dije, señalando la pantalla de la notebook.
Ante la mención del video pareció recuperar la bronca.
-No sé como lo encontraste -dijo- ni siquiera sé porqué lo filmé.
-¿Porque Papá te tiene cansada con tanta santurronería? -como dije, había estado investigando un poco y había descubierto que la nena no era tan creyente como su padre, pero se veía obligada a fingir para salvar las apariencias- ¿Porque solo te deja salir con chicos de la Iglesia, que son demasiado respetuosos con la hija del Pastor? ¿Porque tenés ganas y no tenés quién te las saque?
No contestó, pero su cara me confirmó que había dado en el clavo.
-Vení acá -le dije. Se acercó con paso dudoso, pero parecía mas segura, menos asustada. Dejó de intentar cubrirse y se paró frente a mí, en toda su desnudez. En el video se veía atractiva, pero en vivo era mejor. Tenía los pechos firmes, no muy grandes pero bien redondos, con las areolas rosadas y los pezones duros. El vientre plano desembocaba en el pubis cubierto de rizos castaños y las caderas, sin ser muy anchas, se veían bien proporcionadas. La hice darse vuelta y me quedé embelesado con su culito redondo y paradito. Estiré la mano y acaricié sus nalgas. Dio un respingo, pero no se resistió. El corazón me latía a mil, ya la sentía mía. Me puse de pie. Pasé las manos por debajo de sus brazos, acariciando sus pezones. Sentí como se estremecía, pero no era miedo ni vergüenza. Era excitación. Bajé la mano lentamente hasta llegar a su conchita que me esperaba, deseosa. Cuando le separé los labios murmuró un “noooo” apenas audible, pero en cuanto empecé a jugar con su clítoris obtuve una seguidilla de gemidos roncos. Abrí mas los labios y la encontré tan húmeda que le metí dos dedos de un solo tirón. Metí y saqué los dedos rítmicamente y los gemidos dejaron de ser roncos para ser bien audibles.
-¿Te gusta? -le susurré al oído. No me contestó, pero no hacía falta.- ¿te vas a portar bien y vas a hacer todo lo que te diga? ¿como una nenita obediente?
-Ssssiiii -dijo esta vez.
-Date la vuelta y arrodillate -le ordené mientras dejaba de tocarla. Obedeció sin chistar- Ya sabés que hacer.
Me bajó la bragueta y sacó mi pija, que estaba completamente dura. Se metió la cabeza en la boca y la empezó a chupar mientras me pajeaba. Al principio la dejé hacerlo de esa manera, aunque tenía otra cosa en mente. Así que le pasé la mano por atrás de la nuca y la prendí de los pelos. Abrió muy grandes los ojos, pero antes de que pudiera reaccionar le empujé la verga bien adentro. Trató de resistirse, manoteó, se sacudió pero no dejé de cojerme su boca con toda la violencia de la que fui capaz. Cuando al fin la liberé, tosió y escupió, con los ojos llorosos y la boca chorreando baba. Esperé a que se recuperase y la volví a alzar de los pelos, forzándola a seguir chupando.
-Mirame -le ordené- miráme mientras te cojo la boca como te voy a coger todo lo demás. Mirame, puta, mirá a tu dueño.
Después de un rato de hacer que me la chupara así, la solté definitivamente y la hice apoyar las manos en el sillón, de espaldas a mí.
-Abrite.
Separó las piernas. La tomé por la cintura y metí la pija en su conchita, que me recibió ansiosa. Estaba tan caliente que no necesité bombearla mas que un par de veces para hacerla acabar.
-Mierda, no aguantaste nada, perra -le dije. Se la saqué y la hice arrodillar de nuevo frente a mí- ahora por puta, me voy a acabar en tu boca. Y que no se te escape una gota.
-No, eso no… me da asco.
Le crucé la cara de una bofetada. No le pegué fuerte, no quería lastimarla, solamente someterla.
-Vos vas a hacer lo que yo te diga, turrita -y le metí de nuevo la pija en la boca, pero esta vez dejé que me la mamara a su gusto. Yo también estaba muy caliente, así que en cuanto sentí que llegaba el momento, se la saqué y le ordené abrir la boca y sacar la lengua. En seguida le derramé tres buenos chorros de leche en plena boca y me limpié la pija en su legua. Siempre había querido hacer eso, fue el mejor orgasmo de mi vida.
-Tragá, putita -puso una cara de tremendo asco pero se tragó todo y cuando se lo ordené, abrió bien grande la boca para mostrarme que lo había hecho bien- Perrita obediente -le dije mientras le palmeaba la cabeza- Te merecés un premio.
La acosté sobre el diván, con las piernas abiertas sobre los apoyabrazos y le pegué una buena lamida. Se la había ganado. El perfume de su conchita me calentó tanto que empecé a “levantar cabeza” de nuevo. Para cuando tuvo su segundo orgasmo, yo estaba otra vez al palo. Cerré la notebook y la metí debajo de la mesa.
-Ponete en cuatro -le ordené- ahí, con las manos apoyadas en la mesita.
Cuando la tuve en posición, le separé los cachetes de la cola y me relamí ante la vista de su agujerito chiquito y apretado. Mojé mi dedo en su rajita todavía empapada y empecé a jugar con su ano.
-¡Aaaaayyyy! -se quejó cuando le metí la punta del dedo- ¡Duele!
-Callate, que todavía no te hice nada.
-Pero me duele, no, por favor, por ahí no, me duele.
No me lo podía creer, la nenita era virgen del culo. Parece que alguien allá arriba me ama, pensé.
-Cerrá la boca y abrí los cantos, perra.
Ella siguió murmurando por lo bajo, pidiéndome por favor y diciendo que le dolía, pero por supuesto no le hice el menor caso. Fui abriendo su culito con cuidado y paciencia, metiendo y sacando primero un dedo y luego dos, disfrutando sus protestas y sus cada vez más frecuentes grititos de dolor. Pero pese a las quejas, su rajita estaba más y más mojada. Tanto que cuando decidí meterle mi pija, no necesité vaselina. La lubriqué directamente en su concha.
-Bueno, chiquita, basta de juegos. Ahora va en serio.
Y diciendo eso, le apoyé la verga en el culo y empecé a empujar.
-¡Nooooo! ¡Me hacés mal, por favor nooooo!
Sin prestarle atención, se la metí hasta la mitad y agarrándola por las muñecas las tiré hacia atrás, para ayudarme a hacer vaivén dentro de su preciosa cola.
-Así, putita, así es como te gusta. Así, movete mientras te rompo el ojete, perra, que hermoso culo tenés y es todo mío, todo mío.
Ella seguía quejándose, así que decidí darle motivos. Le solté los brazos y la empujé sobre la mesita, de modo que quedó aplastada contra el vidrio y con el culo bien en alto. Me apoyé en su cintura y sin piedad la ensarté hasta el fondo. El grito que dio lo deben haber oído hasta mis vecinos. La agarré por el pelo y tiré su cabeza hacia atrás, mientras prácticamente me acostaba encima de ella.
-¡Gritá puta! ¡Gritá mientras te rompo el ojete!
Claro que no hacía falta que se lo pidiera, estaba dando todo un concierto de gritos y gemidos. Su agujerito apretado me mataba de gusto, sentí que no me quedaba mucho resto así que se la saqué de un tirón. Quedó tumbada boca abajo sobre la mesa, respirando agitadamente. La di vuelta de manera que su espalda descansaba sobre el vidrio y las piernas abiertas se apoyaban en el suelo. Lágrimas de dolor resbalaban por su cara roja y transpirada. Le acerqué la pija a la boca y aunque primero pareció que iba a decir algo, se prendió a mamarla sin protestar.
-Así, puta, así. ¿te gusta saborear tu propio culo, puta? -pero ya no aguantaba mas, se la saqué de la boca y me acabé en su cara, sus tetas, salpicando hasta su ombligo. Nunca en mi vida había soltado tanta leche. Al final, le volví a dar mi poronga y se encargó de dejarla lustrosa a lengüetazos.
-Basta, puta de mierda, ¿no te cansás nunca de mi verga? -le dije. Me a los pies de ella y levantándole una pierna me regodee en la vista de su ano, dilatado y enrojecido por el maltrato. Le pegué una buena nalgada- ¿te duele el ojete, perra? Te quedó mas colorado que el de un mandril. Ahora más que perra sos una monita.
-Me arde -dijo tocándose cuidadosamente el agujerito mientras yo me empezaba a poner la ropa.
-No te preocupes, se te va a ir acostumbrando -ahora sí pareció asustada- ¿qué pasa pendeja? ¿te creíste que me iba a deshacer de la gallina de los huevos de oro? No, bebé, vos sos mi esclava y no te voy a liberar jamás. Ahora te vas a ir a tu casa, no sea que papito se empiece a preocupar, pero me vas a dejar el número de tu celular para que te pueda hacer venir cuándo se me dé la gana.
-¿Puedo pasar al baño primero?
-¿Para qué?
-¡Estoy toda enchastrada!
-Tomá, -dije tirándole su bombacha- limpiate con esto. Y tomatelás.
Ni siquiera protestó. Como pudo se sacó mi leche de la cara con la tanguita. En el resto del cuerpo ni lo intentó. Se puso la ropa, menos la bombacha que metió en la cartera, garabateó su número en un papel que le alcancé y se dirigió con la cabeza agacha hacia la puerta. Cuando la abrió le dije:
-Pará.
Obedeció como un perro bien entrenado ante la voz de su amo. Me paré detrás de ella. Por la puerta entreabierta se veía la calle, los autos, una mujer que venía de hacer los mandados por la vereda de enfrente. Le metí a Morena la mano por debajo del elástico de la pollera y busqué su ojete, todavía lubricado. Haciendo fuerza le metí el dedo gordo. Se mordió los labios con tanta fuerza para no gritar que pensé que se iba a sacar sangre.
-¿Que sos? -le pregunté.
-Tu esclava -contestó, con los dientes apretados.
-No lo olvides. Te voy a usar dónde, cuándo y cómo quiera.
Le saqué el dedo de un tirón y la dejé ir. Ese fue nuestro adiós. O mejor dicho, nuestro “hasta la próxima”.
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