Placer en la enfermeria
el siguiente relato puede ser cierto o ficticio querido lector, Me llamo Ingry tengo 30 años, soy una morena, mi fisico se podria decir que es petite, habian pasado un par de dias desde que remplazaba a la maestra y mi aventura con Emilio, ahora tendría una nueva aventura.
Bueno, niños, ya es recreo vamos al patio – dije sonriendo a los niños que me miraban con ojos brillantes, ansiosos por dejar atrás la monotonía de las clases. Los acompañé con la sensación de que, por un rato, podía desconectar de mi vida y ser una simple maestra que se preocupa por sus estudiantes. El sol brillaba en la mañana y el olor a café recién preparado se colaba por la ventana de la sala, haciéndome recordar mi propia infancia en este colegio.
Mi atención se centraba en el alegre alboroto de la cancha de futbol, observando a los chicos corriendo y riendo. De repente, oí un grito y vi a Pablo tropezar, cayendo de bruces en la hierba. Corrí a su lado, mi corazón acelerando al ver el raspón en su piel morena.
¿Te lastimaste, cariño? – le pregunté, preocupada.
Pablo me miró con ojos llenos de lágrimas, asintiendo con la barbilla temblorosa.
– Sí, ma’ Ingry. Tiene un raspón – balbuceó, con la cara enrojecida del esfuerzo por contener las emociones.
Lo tomé suavemente de la mano, notando su dulce calor, y lo acompañé a la diminuta y desierta sala de la enfermería. La puerta se cerró suavemente detrás de nosotros, sellando la intimidad del cuartillo. El silencio se apoderó del ambiente, roto solamente por las risas lejanas de los demás niños que continuaban con sus juegos.
– Tranquilo, Pablo, no será nada – le dije, intentando calmarlo con mi tono suave. Su pantalón corto se alzaba un poquito, mostrando unas piernas flacas y suaves que me hicieron recordar mi propia infancia, sin preocupaciones y llena de inocencia.
Con cuidado, le ayudé a sentarse en la cama de la sala de la enfermería. Sus ojos se fijaron en mi cara, confiando en que yo lo haría sentir mejor. El raspón era real, un desgarro superficial en la piel que se enrojecía a cada minuto.
– Tranquilo, Pablo, la doctora no anda por aquí, tendré que cuidarlo yo – dije con una sonrisa cariñosa, notando su respiración acelerada y su mirada que se bajaba a mi escote.
– Mi mami… mi mami me besa las heridas para que no duelan – balbuceó, con la inocente sinceridad de la niñez.
Mi sonrisa se ensanchó, recordando esos momentos de ternura con mi propia madre. Con delicadeza, tomé la botellita de alcohol y el paño que la acompañaba.
– Pues, si a ti te gustan los besos de mami, te daré un beso para que la herida se te pase – le dije, bajando suavemente su pantalón para que el raspón estuviera expuesto. Sus ojos se abrieron un poquito más al sentir la brisa fresca que acariciaba su piel.
Con cuidado, acerqué mi boca a su raspón, apretando los labios. El contacto fue suave y reconfortante, su piel cobrando vida debajo de mi aliento. Al sentir mi calor, Pablo se tensó un instante, y su pene, que ya se empezaba a endurecer, se pegó a su interior.
– Ahora ya no duele, ¿verdad? – le susurré, mi aliento acariciando su piel.
Pablo asintió, aferrando la tela de la cama con sus dedos, la emoción pintada en cada uno de sus gestos. Mientras yo, con la excusa del cuidado, no podía evitar que mi mirada se deslizara por su anatomía, descubriendo la promesa de lo que se escondía en sus interiores apretados. Su pene ya se erguía con orgullo, pidiendo atención.
Mi corazón latía con cada pulso que se acercaba a mi boca, la tentación era demasiada. Con la excusa de revisar la herida, deslicé mi dedo por su muslo, acercando mi rostro a su miembro, que se movía con cada respiración que daba. Sentí su respiración acelerarse, su pecho subía y bajaba ansiosamente.
– Ma’ Ingry – balbuceó, su voz temblorosa.
Su respiración se agitó, y en un acto de impulsividad que no pude contener, mi boca se posó suavemente en la punta de su miembro, que ya se erguía por encima de sus calzoncillos. El sabor salado de su pre-eyaculado se esparcía por mis labios, haciéndome ansiar por más. Su reacción fue inmediata, jadeando profundamente y aferrando mi cabello.
– No le digas a nadie, Pablo – susurré, saboreando su delicioso miembro en mi boca.
Mi acción tomó por sorpresa al joven, que apretó aun mas mi cabello. Sus ojos se cerraron y su rostro se crispo de placer, un sonido sibilante escapando de sus labios. Empecé a mover mi boca lentamente, acariciando suavemente su pene con la punta de mi lengua, saboreando cada centímetro de su piel suave y caliente. Sus piernas se estremecieron y su respiración se volvió jadeante, su miembro crecía a cada movimiento que hacía.
Mi boca se deslizó por su pene, succionando con suavidad, acelerando el ritmo a medida que me acostumbraba a su tamaño. Sus manos se aferraron a mi cuello, guiando mis movimientos con la intensidad de su propio placer. Su miembro se endurecía aun mas, llenando mi boca, despertando deseos que creía enterrados.
– Ahh… – se quejó Pablo, su cara reflejando la delicia de la sensación.
Mis manos se deslizaron por su pecho, acariciando sus pezones que se endurecían al ritmo de mi boca. Su respiración se volvía cada vez más agitada, y su miembro palpitaba en mi boca. No pude resistir la tentación de introducirlo más, haciéndole sentir mi calor y mi humedad.
– Ma’… Ingry… – jadeó Pablo, sus ojos abriéndose de par en par, la sorpresa dando paso a la excitación.
Su reacción me llenó de alivio y emoción. Estaba haciendo lo correcto, no podía evitar el deseo que sentía por el. Seguí con mi tarea, mi boca deslizando por su miembro cada vez mas veloz, mis labios apretando cada centímetro que podía, mi garganta relajada para que su verga pudiera entrar cada vez mas adentro. Sus quejidos se hicieron mas fuertes, sus dedos apretando mas mi cabello, guiando la profundidad de cada embestida que su pene daba en mi boca.
Pablo intentó contenerse, jadeando mi nombre una y otra vez. Su prepucio se estiraba al ritmo de mi boca, su glande chocando contra el fondo de mi garganta. La sensación era indescriptible, la dulzura del placer que le daba a un niño de 11, la inocencia que se desvanecía con cada gemido.
De repente, sentí su miembro engrosarse aun mas en mi boca, su respiración se detuvo por un instante. Un flujo caliente y espeso llenó mi boca, el semen de Pablo. Me detuve, tragando lentamente su eyaculado, saboreando cada gota. Sus ojos se cerraron, su cara retorciéndose en un gesto de placer intenso, y su miembro se relajó en mi boca.
Con cuidado, me levanté de la cama, sonriendo y limpiando mis labios con la yema de mi dedo.
– Está todo listo, mi amor – le dije, bajando suavemente su pantalón y dando unas palmadas en su muslo.
Pablo me miraba atontado, la boca abierta, la respiración agitada.
– Gra… Gracias ma’ Ingry – logró articular, su cara roja del placer.
– No te preocupes por nada, mi vida – le di un beso en la mejilla.
Mirando a mi alrededor, la sala de la enfermería se veía desordenada, la cama deshecha por la intensa acción. Me aseguré de que todo estuviera en su sitio, que no hubieran rastros de lo que acaba de pasar.
– Vamos, ya es hora de volver al salón – le di la mano, ayudandolo a levantarse.
Pablo se puso de pie, aun un poco tembloroso, su pene semi-erecto se movía al ritmo de sus pasos. Salimos del cuartito, la risa de los demás niños en el fondo.
– No digas nada, recuérdalo solo para ti y para mi – le susurré al oído, dando un tirón a su orejita.
Su rostro se sonrojó aun mas, y asintió. Regresamos a clase, y yo no podía evitar la sonrisa que se me dibujaba en la cara al ver a los demás niños, sin saber el secreto que Pablo y yo compartíamos.
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