¿Quién dijo que en la cocina no se folla?
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Aquel mes de agosto, decidí enfundarme aquel vestido veraniego, naranja, corto y con un escote que dejaba más que a la vista mi generoso pecho. Lo acompañé de unas sandalias altas que acentuaban mi figura y mi culo y la melena suelta. Todos me iban mirando por la calle, y eso me gustaba, sé que en su mente me estaban empotrando contra la pared y haciéndome de todo.
En el camino hasta su casa, iba pensando que decir o como justificar mi visita… Llegué a la puerta y tuve la suerte de encontrarla abierta, mientras subía hasta su casa, las bragas cada vez estaban más mojadas, mi cuerpo sabía lo que quería; lo quería a él como tantas otras veces, quería que me hiciera sufrir.
Una vez en la puerta llamé al timbre y a los pocos segundos la puerta se abrió. Ahí estaba él, sin camiseta y con unos pantalones cortos que marcaban perfectamente lo que yo tanto ansiaba. No pudo evitar su cara de sorpresa, él no me esperaba y mucho menos vestida de aquella manera. Bastó una mirada más que provocativa y una sonrisa para que se apartase de la puerta y sin decir ni una palabra me dejase entrar.
Me acomodé en el sofá, en una postura relajada y sin ser consciente de que la falda "sin querer" se había subido más de lo permitido, él también se dio cuenta cuando en un acto inconsciente se mordió el labio. Comenzó a hablar, pero yo no pensaba responderle a nada, no había ido ahí para hablar, sino para gritar. Solo me limitaba a sonreír, esperaba que hiciese la pregunta adecuada, y en cuanto formuló: ¿Qué quieres?, me lancé sobre él, le dí el beso más ardiente que jamás le hubiesen dado, él se sorprendió, pero no pudo aguantar sus impulsos, su cuerpo quería, él quería y no se podía resistir porque lo deseaba tanto como yo.
Me puse a horcajadas encima de él, podía notar como su erección iba creciendo por segundos, él bajó sus manos hasta agarrar mi culo, ese culo que tanto le gustaba. Seguíamos besándonos mientras él subía por mis piernas con sus manos, recorriendo cada centímetro de ellas a la vez que iba subiendo el vestido por la cintura, la espalda, hasta quitarlo y tirarlo al suelo. Nos miramos a los ojos y la pasión y el deseo gritaba dentro de nosotros.
Me cogió mientras yo le rodeaba con mis piernas por la cintura y me llevó hasta la cocina, en el camino mis uñas se clavaban en su espalda queriendo marcarle. Llegamos a la cocina y apartó las cosas de un manotazo de la encimera, salvaje, primitivo e instintivo, me sentó, se puso de rodillas y comenzó a lamerme los pies y las sandalias, él ya sabía lo que tenía que hacer para ponerme cachonda. Yo solo quería que me follase, así que se lo hice saber empujándole con el pie y mirándolo reclamándole mi dolor.
Me bajé de la encimera me puse de rodillas y le bajé los pantalones haciendo presión con las uñas, mientras el echaba la cabeza para atrás sabiendo que se la iba a chupar como a él tanto le gusta.
Comencé a masturbarlo, él lo echaba de menos y yo también, aprovechando que había cerrado los ojos, me la metí en la boca, hasta dentro, hasta la garganta, justo como le gustaba, un gemido salió de su boca sin poder contenerlo, y comencé a chupársela, moviendo la lengua y la mano, la tenía más dura que nunca y yo la quería dentro, ¡ya!.
Me levanté me bajé las bragas ya mojadas completamente y me senté en la encimera con las piernas abiertas, él no se lo pensó y me embistió, fue duro y salvaje, lo que hizo que un grito de dolor saliese de mi garganta, sí, eso era lo que quería…
Siguió follándome fuerte, duro, me cogió de las muñecas y me las aprisionó en la espalda mientas yo gritaba de dolor, a la vez que el me mordía el hombro. Me soltó las muñecas para cogerme del cuello y ahogarme, eso era algo que me volvía loca, yo le acercaba más aún con mis piernas, pidiendo más dolor, más daño, más sufrimiento placentero…
Llevaba mucho tiempo esperando eso y mi cuerpo comenzaba a acercarse al orgasmo cada vez más, pero él quería disfrutar más de mi, así que sacó su polla dejándome vacía, me puso a cuatro patas, subió él también a la encimera y me la metió de golpe, rápida y dolorosamente, me cogió del pelo y comenzó a follarme salvajemente, queriendo hacerme daño, queriendo humillarme, no me permitía mirarle, sólo él tenía el privilegio de poder ver.
Me cogió de los hombros con ambas manos para hacer más presión mientras la sacaba lentamente y la metía con fuerza. Yo gritaba, dolía, las lagrimas casi asomaban por mis ojos, pero no quería que eso terminase nunca. Comenzó cada vez más fuerte y más rápido, iba buscando correrse, pero yo quería tragarme su semen, a los pocos segundos, fantaseando con notar como caía su leche en mi boca, y con el dolor que me provocaba, me corrí, me mordía el brazo para no gritar pero el me ordenó que gritase y así lo hice, eso le puso a él aún más cachondo, él también estaba cerca, así que me quité y comencé a chupársela, su respiración cada vez era más rápida y más intensa, me agarró la cabeza y me folló la boca, continué chupando hasta que comencé a notar el semen caliente en mi boca, llenandomela, acabó de correrse y al sacar su polla de mi boca una gota se calló en mis tetas, esperé a que me mirase y me tragué todo lo que había echado, cogí esa gota con mi dedo me lo metí en la boca, lo chupe y lo saqué lentamente arañandolo con mis dientes.
Al acabar el quería hablar, supongo que tendría muchas preguntas, pero yo ya tenía lo que había ido a buscar, así que mientras el hablaba, yo me puse mi vestido, cogí mi bolso y mis bragas, le mordí el labio, le regalé mis bragas para que recordase que nunca habría nadie como yo con la que disfrutase tanto, y me fui dejándolo ahí desnudo.
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