Rocio, la esclava de María (2)
Continua la entrega.
ROCÍO, LA ESCLAVA DE MARÍA (2ª PARTE)
…Pasamos toda la noche juntas, y ahora, al recordarlo, aún tiemblo de pensar todas las cosas que hicimos. Ella quería ser dominada totalmente y yo acepté hacerlo para ayudarla, aunque no supiera cómo, ya que no tenía ninguna experiencia. En cierto modo fue muy extraño, pues era ella la que me enseñaba y guiaba, y yo, la supuesta ama, la que aprendía de ella; yo seguía sus pasos e indicaciones, y si en algún momento algo me parecía demasiado fuerte o violento, su angustia y desesperación me obligaban a continuar. Aquella noche supuso algo nuevo para las dos: ella encontró por fin consuelo a su desesperación, encontró alguien en quien confiaba y que podría complacerla en sus momentos de necesidad, y yo descubrí algo que no conocía y que acabó fascinándome y absorbiéndome; ella sufría mono de una droga que yo podía suministrarle para calmarla, y con el tiempo ella se convirtió a su vez en mi propia droga. Cuando te dije que las dos nos complementábamos, no sabes hasta que punto eso es verdad. Al principio me sentía torpe, e incluso ridícula, en el papel de ama, sobre todo teniendo en cuenta que era Rocío, mi mejor amiga, quien era mi esclava, me daba vergüenza utilizar esas dos palabras. Pero poco a poco fui cambiando, cada vez me gustaba más dominarla, y nuestros encuentros como ama y esclava se convirtieron en sesiones maravillosas. Contaba los días para que Rocío me llamara diciendo que me necesitaba, entonces venía a mi casa, o yo iba a la suya y disfrutábamos de nuestros papeles como jamás había soñado que podría hacerlo. Con el tiempo fuimos las dos mejorando y perfeccionando nuestros roles, o quizá era yo la que mejoraba. No había límites. Ni para la perversión ni para el dolor ni para la degeneración que ella, y yo, íbamos sometiéndonos. Cada día experimentábamos nuevas perversiones: no se trataba sólo de producir placer, sino de humillar, vejar e infligir dolor, el placer venía de todo ello. Rocío me contó todas las cosas horribles que llegó a hacer con desconocidos en sus momentos de desesperación, y eso es lo que copiamos, ideando humillaciones nuevas, siempre intentando superar nuestros propios límites. El dolor era la norma: podía golpearla, azotarla, flagelarla… ¡lo pedía a gritos! Con el tiempo llegamos a acumular un buen surtido de objetos de dominación, como fustas, palas para azotar, pinzas, collares, cadenas, bolas para la boca, pinzas, agujas. Se convirtió no sólo en una esclava, sino en una perra, un animal: desnuda siempre, moviéndose a cuatro patas, arrastrándose por el suelo, con un collar y una correa.
La sometía con pinzas y agujas por todo su cuerpo, la azotaba y golpeaba en las partes más sensibles de su anatomía. Veíamos películas y leíamos revistas para aprender nuevas técnicas de dominación. Me convertí en una experta en humillar y producir dolor. Aunque reconozco que alguna vez se nos fue la mano, y más de una vez tuvo que llamar al trabajo y decir que no podía ir, aduciendo alguna gripe o algo parecido, debido a las marcas que tenía en el cuerpo, o a que estaba tan machacada que casi no podía ni andar. Quizá recuerdes una temporada en que faltó bastante al trabajo. Pero fuimos corrigiendo todos estos fallos. Recorría los sex-shops buscando material para nuestras sesiones, y aparte de lo que te he mencionado, también me hice con un buen surtido de consoladores, a cual más grande, e incluso vestuario. Me vestía de látex y cuero, y así le dábamos más color a nuestras sesiones. Y la degeneración continuaba. No sólo dolor, sino humillación extrema: forcé sus agujeros hasta límites increíbles, con todo tipo de objetos, cada vez más grandes y dolorosos, pero para ella el dolor y el sufrimiento era placer, y para mí también; la hacía ingerir mis heces y mi orina, y las suyas propias; y seguramente debimos batir varios récords en número de orgasmos. Pero algo cambió en mí, y en ella, y nos dimos cuenta de que necesitábamos más. Como te he dicho, al principio sólo teníamos estas citas una o dos veces al mes, cuando a Rocío le entraba el mono y me llamaba desesperada para calmarse, pero nos dimos cuenta de que necesitábamos, las dos, algo más regular. Así que después de algún tiempo de estar de esta manera, Rocío se convirtió en mi esclava a tiempo completo. Desde hace más o menos un año, hace todo lo que yo le digo, y cumple como la más fiel de las perras todas y cada una de mis órdenes. Decidimos que en público, y salvo excepciones, se comportaría de forma normal, pero en privado, haría todo lo que yo ordenara. Desde entonces, ahora, cuando llega a su casa, lo primero que hace es desnudarse, tiene prohibido llevar ropa en casa, a menos que yo se lo permita; hace sus necesidades en el suelo, y luego la permito limpiarlo, aunque a veces debe probarlas, directamente del suelo; la ordené comprar dos cuencos de comida de perros, y es ahí donde come y bebe, siempre a cuatro patas; duerme bajo la cama, solo la permito dormir en su cama en ocasiones especiales; tiene permiso para estar con otros hombres o mujeres, pero siempre de forma controlada y bajo mi supervisión. Cuando me apetece voy a su casa o la ordeno que venga a la mía, y entonces tenemos una sesión de dominación y sexo las dos, el resto del tiempo cumple todas mis órdenes.
No sé el tiempo que llevaba hablando, notaba la oreja roja por el contacto con el móvil, pero no podía ni moverme, estaba completamente alucinado. Me di cuenta que tenía la boca abierta de asombro, y la cerré de golpe, sintiéndome muy tonto. Rocío no hablaba ni se había movido en todo el rato que llevaba hablando con María, sólo estaba ahí, quieta, mirándome, con su blusa otra vez abotonada. La cabeza me daba vueltas, y María seguía hablando.
María: Por supuesto que la he dado órdenes en público, como ordenarla cómo debe vestir en ciertas ocasiones, si debe llevar ropa interior o no, si debe ir muy provocativa, cosas así. Y claro, la he hecho follar con otros. El que ahora yo haya sustituido su necesidad de comportarse como una prostituta degenerada, no significa que no pueda follar de forma pervertida, la diferencia es que ahora yo le digo cuándo, dónde y con quién. Y debo decirte que hay muchos hombres que han quedado gratamente sorprendidos y satisfechos de que una chica tan guapa y sexi como Rocío se los haya follado en parques, baños públicos o discotecas.
Yo miraba a Rocío, y cuanto más escuchaba, menos podía creer y entender lo que estaba oyendo. Pero en sus ojos… ¡joder, en sus ojos había algo que no había visto nunca! Mis labios estaban resecos. Y cuando me di cuenta, tenía la erección más brutal de mi vida. Intenté decir algo, y sólo pude tartamudear una pregunta.
José: Pero… ¿qué…qué tiene que ver todo…esto conmigo?
María: ¿Todavía no lo has entendido? A Rocío siempre le has gustado, pero no podía ni quería que descubrieras su secreto, habría querido morirse de vergüenza. Ahora, y tras todo lo que te he contado, creemos que está preparada para dar este paso. Y además, recuerda que es mi esclava, y que obedece todas y cada una de las órdenes que la doy. Así que lo que estoy haciendo es ofrecerte a una perra que cumplirá fielmente todas mis órdenes, y al mismo tiempo tus deseos. Sólo quiero saber si estás interesado o no…
De repente empecé a sudar. Pero era un sudor frío, y además no hacía demasiado calor. Y en una fracción de segundo pasaron por mi mente todas las posibilidades que María me ofrecía. No me lo podía creer. Me estaban ofreciendo en bandeja de plata a la mujer de mis sueños, pero no sólo para tener una relación convencional con ella, sino para hacer con ella todo lo que me apeteciera; me ofrecían alguien con quien hacer todo lo que en secreto siempre había soñado, y que incluso me negaba a reconocerme a mí mismo. Miré el cuerpo de Rocío, y ahora sin vergüenza ni pudor, contemplé sus tetas, sus caderas, su boca… ¡Dios! Esto no podía ser verdad, debía de estar soñando.
José: ¿De… de verdad haría todo lo que quisiera?
María: ¡Ja ja ja! Veo que te cuesta aceptar lo que te ofrecen… ¿Quieres una última prueba?
Tartamudeé una afirmación y María me pidió que pusiera el móvil en altavoz, para que Rocío también pudiera oírla.
María: Rocío, si me oyes, quiero que te abras otra vez la blusa y le enseñes tus preciosas tetas a José.
Rocío: Sí, ama.
Y diciendo esto, se desabotonó la blusa, lentamente, se la abrió, se subió el sujetador y ante mí quedaron los pechos más maravillosos que había visto en mi vida: grandes, blancos, con las aureolas rosadas y los pezones duros.
María: ¡Acércate a José, puta!
Rocío se acercó sin dejar de mirarme a los ojos ni de mordisquearse los labios. En sus ojos grandes y profundos vi toda la lujuria y la perversidad del mundo. Y en ese momento fue cuando comprendí que todo lo que me había contado María era totalmente cierto.
María: ¡Arrodíllate ante José y desabróchale el pantalón!
Estaba pegada a mí e hizo lo que le ordenaban: se arrodilló y sus manos soltaron el botón de mi pantalón, bajando a continuación la cremallera, sin dejar de mirarme a los ojos en ningún momento. Debería haber parado aquello en ese momento, cualquiera podía salir a tomarse un café o fumar un cigarrillo, igual que habíamos hecho nosotros. Era una locura, si nos pillaban, nos despedirían, ¡pero qué estaba haciendo!, ¿me había vuelto loco?…
María: ¿Ya lo has hecho? Pues ahora sácale la polla, y ya sabes lo que tienes que hacer, perra.
Y antes de que pudiera parar todo aquello o decir algo, sacó mi polla del calzoncillo, la acarició un momento con la mano, y se la metió en la boca. Sus ojos seguían taladrando los míos, mientras mi polla entraba y salía de su boca a un ritmo lento pero regular. Su boca era caliente y su saliva lo envolvía todo, y veía sus tetas desnudas asomando bajo la blusa. Ya no podíamos parar… me dejé llevar. Empecé a gemir, y llevé la mano libre a su nuca y la presioné. Quería meterla más dentro de su boca, quería llegar a su garganta, quería follar su boca. Ella se dejaba, sus manos agarradas a mis piernas, babeando saliva por la comisura de la boca. No pude aguantar mucho, estaba tan excitado, por todo lo que me había contado María, y por la mamada, que en sólo unos minutos me corrí, dentro de su boca. Rocío ni pestañeó. Con el espasmo del orgasmo la sujeté con fuerza de la cabeza, hasta que el último chorro de semen se coló por su garganta. Me quedé en esa postura, jadeando, sintiendo mi polla y su boca húmedas y viscosas, hasta que aflojé la presión de mi mano, y dejé que se saliera de mí. La contemplé y vi su cara colorada por el esfuerzo, hilos de semen goteando de su boca, y sus ojos que me miraban y que no se habían apartado de los míos ni un segundo. Vi por un momento su boca llena de semen, y cómo se lo tragaba, sonriendo, con un placer y un deseo como jamás había visto. Entonces oí voces, y me asusté, creí que venía alguien, y Rocío no se movía, como si no le importara que nos pillaran de esa manera. La adrenalina estaba desapareciendo, y de repente me di cuenta de que la voz que oía provenía del móvil que había tenido todo este tiempo en la mano. Me había olvidado por completo de María. Me llevé el móvil al oído.
María: Bien, veo que ya has terminado. ¿Nuestra putita ha pasado la prueba?
José: Ha sido increíble, está aquí a mis pies, con la boca aún goteando semen… Todavía no me creo lo que está pasando.
María: Pues créetelo, cariño. Ahora creo que empiezas a entender las implicaciones de todo esto. Rocío necesita ser dominada, humillada… vive para eso, ha nacido para ser sumisa. Pero ya no puede seguir siendo sólo esclava mía, necesitamos dar un paso más. Y ahí entras tú. Queremos que seas tú también su amo, que compartamos a Rocío como esclava. ¿Estás dispuesto?
Me quedé mirando a Rocío, aún arrodillada a mis pies. Sus pechos fuera del sujetador. Y sonreí. Lo que me proponía María era como un sueño hecho realidad.. Sólo tenía que decir que sí.
José: Estoy dispuesto. Quiero ser el nuevo amo de esta puta.
María: ¡Muy bien! Ya puedes decirle que se arregle y volved a trabajad, a partir de hoy tienes una esclava, y te aseguro que hará todo lo que tú la ordenes, cumplirá hasta tus más oscuras y perversas fantasías. Y tú y yo seremos sus amos.
La línea quedó muerta. Había colgado dejando esas últimas palabras resonando en mi cerebro. Rocío se levantó, se compuso el sujetador y la blusa, y volvimos a nuestros puestos. Mi compañero se extrañó de mi tardanza, pero al ver a Rocío me guiñó un ojo y se fue a su mesa. Me senté con las piernas temblando, aún dando gracias porque nadie hubiera salido en todo ese rato a tomar un café. Me decía que todo aquello no estaba pasando, que no era más que una mala pasada de mi subconsciente, provocado por la falta de sueño y el estrés, pero no tenía más que mirar hacia la mesa de Rocío, quien de vez en cuando me lanzaba alguna mirada cómplice, para comprender que todo era real, y que ahora, disponía de una esclava a mi entera disposición, alguien con quien poner en práctica las mil y una perversiones que nunca me había atrevido a realizar y que estaba como loco por sacar de mi cabeza.
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