Rosa, una empleada ejemplar
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Por Empalador
Soy docente y profesor particular lo que me ha dado la posibilidad de conocer muchas mujeres.
En el verano de 2013 con un amigo abrimos un negocio de comidas.
Yo iba por las noches cuando podía debido a mis ocupaciones.
Ahí conocí a Rosa, una de las cocineras.
Era una mujer morena, de unos 45 años, algo robusta, carente de atractivo a priori.
A los dos meses y cuando todo marchaba viento en popa, sucedió algo que hizo que cambiara mi actitud hacia ella.
Llegué al mediodía, a comer algo, y al dirigirme al fondo, en el cuarto de servicio, con la puerta entreabierta, la vi cambiándose la camisa de trabajo.
Tenía un sujetador negro, de grandes dimensiones.
Ni se percató que yo la miraba.
Ese corpiño sujetaba un buen pecho.
Está visión me calentó, por lo que le pedí uno de esos mediodías, quedarse un rato más para hablar con ella.
En todo eso yo me había ganado la confianza, dado que muchas veces a la noche me ofrecí llevarla a su casa, a veces acompañada de su hijo.
Era una mujer impenetrable, de toscos modales pero buena gente.
El día llegó.
Ya todos se habían ido en el negocio.
Ella me preguntó el motivo de la conversación.
Le dije que me gustaba.
Sonrió, como desconfiando.
-¿Vos de mí, las ganas? Vos sos un profesor y yo una empleaducha.
-Pero creáme, es usted muy atractiva.
Me gusta.
Se lo digo en serio.
-No me hagás reír, dijo incrédula.
-El otro día la vi sin querer.
Su cuerpo es exuberante.
Amagó un manotazo.
-Tranquila, Rosa.
Le dije seguro y morboso: -Deseo verla completamente desnuda.
Abrió sus ojos, retrocediendo.
Le prometí mil cosas, tomándola de la cintura para conducirla al cuarto de servicio.
No, vos estás loco, me decía.
Había todo tipo de cachivaches en ese cuarto, tomé una colchoneta y la tiré en el suelo.
-Desnúdese…lentamente por favor.
Obedeció.
Tenía un cuerpo exuberante, sobretodo esa ropa interior negra en su piel morena, al igual que yo, moreno.
Me bajé el cierre del pantalón, comenzando a tocarme.
-Quédese ahí.
La quiero mirar bien.
-Venga, pidiendo que me acaricie la pija.
La visión de mi persona todavía con camisa y corbata , ella en cuclillas, acariciando y besando dulcemente mi pija, con la cofia del trabajo en su cabeza, hizo que explotara.
La puse en cuatro introduciendo suavemente mi pija en sus carnes, comprobando cierta verdad de que su marido no la atendía.
Ver su culo tan grande, me excitaba tremendamente.
Agarraba sus nalgas con gran locura, con embestidas leves y a veces furiosas.
De a ratos, acariciaba sus grandes pechos por sobre la tela del sujetador.
Estaba húmeda por todas partes, producto de la excitación.
– Rosa, ¿así se la coge su marido? Me parece que no, que no es atendida.
Mmmm, usted es una catarata.
Derrochaba portentoso flujo.
Así, no aguanté más, viniéndome sobre esas gigantescas nalgas, un tremendo pedazo de carne.
Me recontraba excitaba ver tanta leche desparramada en ese pandero enorme.
Mi camisa estaba totalmente transportada.
La atmósfera llena de sudores y pecado.
La segunda y última vez sucedió en mi casa, a la que ella fue acompañada de su hijo, con la excusa de darle un dinero.
Pasamos a mi habitación, donde esta vez le pedí que ambos nos desnudáramos.
No quería lo incómodo de la vez anterior.
Fui besando sus enormes tetas hasta llegar abajo.
Lamí todos sus jugos, incluídos los que resbalaban por su entrepierna.
Ella me devolvió el favor, tragándose todo el líquido preseminal.
-Lo hace muy bien Rosa.
Chúpeme todo como yo le chupé hasta la última gota.
Subí encima de ella, moviéndome con frenesí y lujuria, lanzando lascivia e improperios sobre ella.
-¿Así se la cojía su marido antes?.
¿Le gusta mi pija?.
Rosa hacía como que no escuchaba.
-Sea bien puta conmigo y tendrá lo que quiera.
Quiero que esto recién comience.
Luego, le ordené que me montara.
Lo hacía muy bien, muy delicioso.
-Me voy a enamorar de usted, Rosa, si se sigue moviendo así.
Me hizo el gesto de que me callara.
El ruido de la cama empezó a ser infernal.
Viendo las tetas desplegarse sobre mis ojos, me calentaba a mil, a lo que se sumaban sus incipientes gemidos, señal de su disfrute.
Sus gemidos eran ya fuertes.
Al cabo de unos minutos, le pedí: -Rosa, por favor, páreme el culo.
Accedió.
Comencé a introducir mi pija en sus buenas carnes, quería penetrarla analmente, con lo que le introducía mis dedos para que vaya dilatándose.
En ese vaivén casi desquiciado, Rosa escupía torrentes de flujo.
Era impresionante lo que eyaculaba.
Ríos de flujo.
Cuando estuvo preparado, hundí el miembro en su estrechez, generando un gigantesco suspiro suyo.
Poco a poco fui abriendo caminos, pasando del dolor al placer.
Rosa estaba transpirada, excitándome aún más.
-Quiero perforarle el culo, romperle bien el pero señora, le dije.
Es una guarra Rosa, una putona.
Se la voy a dar toda.
Hasta el fondo.
Ella respondía sí, sí, sí en una pronunciación agónica.
Pronto afirmé: -Voy a desvaciarme en usted, todo mi ser en su interior.
No aguanto más.
Estaba recaliente y fui dejándole hasta la última gota en su ano, lo que la hizo temblar.
Se movía con mi pija adentro suyo.
Quiso más.
Los restos hice que me los limpiara con la lengua.
Fue tan intenso como delicioso.
Al salir de mi cuarto, lo vimos al niño jugar a la pelota en la galería.
Al tiempo, me abrí de la sociedad con mi amigo, por tener otras ocupaciones.
No quise molestar más a Rosa, sentí que había invadido algo impensado, aunque lo vivido me haya dejado un buen recuerdo.
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