Se había levantado de mal humor
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dom.peri.
Se había levantado de mal humor o bueno según se mirase.
y en el momento en que literalmente se deshizo de los hijos y el marido se dirigió como una loca a hablar con su CyberAmo.
Las ocho de la mañana y ya estaban ambos dos allí.
Hola Amo tu sumisa esclava pide permiso para dirigirme a usted.
Habla – se respondieron mutuamente por el Messenger.
No he dormido en toda la noche, estoy ansiosa, angustiada, dolorida sólo de pensar en nuestro primer encuentro y no puedo más pido a mi Amo que sin más dilación adelante la fecha del mismo.
Tras unos instantes de silencio cibernético Él respondió.
Esta tarde tengo una sesión con una esclava más sumisa que tú, que está en un grado de entrega mayor y por lo tanto debe ser antes que tú.
Lo sé mi Amo, sé que aún debo progresar pero estoy dispuesta a empezar hoy mismo, ahora mismo, esta misma mañana y para ello obedeceré sin rechistar.
En mi casa mi esclava limpiadora está abrillantando mi casa y no quiero quitarle de sus tareas y no quiero gastarme ni un duro en un hotel contigo.
aún no te lo mereces.
¿Y en mi casa mi Amo?¿Podría mi Amo comenzar en mi casa?¿Esta mañana?¿Ahora mismo?
Silencio.
Silencio.
Dolor en las entrañas por el silencio.
¿Estás dispuesta a entregarte a mí sin condiciones en tu propia casa? ¿Y el inútil de tu marido?
Se ha ido ya y no volverá hasta la noche.
¿Y tus criaturas? Al fin y al cabo ellas no tienen la culpa de tener una madre como tú.
En el colegio mi Amo.
Estoy sola hasta las cuatro.
Por tiempo sobra lo que pasa es que además tengo todo mi instrumental en mi palacio, en las mazmorras de mi castillo y no me apetece ir a por él.
Estaría dispuesta a todo mi Amo.
sería mi primera sesión, la necesito mi Amo, imploro su generosidad.
Silencio.
Está bien.
estas son mis instrucciones.
Obedezco mi Amo.
A las 8.
30 llegaré, tendrás la puerta entreabierta y tu habitación aireada y arreglada.
no me gusta acostarme sobre una cama aún caliente por otros.
Sí mi Amo.
Me recibirás como una mascota, a cuatro patas.
Sí mi Amo.
Llevarás puesta la ropa interior más sexy.
ya sabes lo que me gusta.
los tacones más altos y maquillada como para salir de fiesta y así me esperarás en mitad del salón de tu casa.
Sí mi Amo.
y Señor.
A las 8.
30 en punto el ruido del ascensor delató su presencia.
Puerta entreabierta.
Pasillos poco iluminados, en penumbra.
El corazón le iba a estallar así, de rodillas a cuatro patas, vestida como para ir de fiesta en mitad del salón.
Comenzaba a dolerle las rodillas.
Un minuto, dos, tres, casi diez minutos le oyó moverse por la cocina.
Estuvo tentada de ir a ver si efectivamente era él, pero no se atrevió a desobedecerle, si era un maleante, la sorprendería de esa guisa pero a Él no le defraudaría.
Notó sus pasos acercándose por el pasillo y cerró los ojos incapaz de soportar el pelotazo de adrenalina que su visión la producía.
Le notó sentarse en el sofá de cuero del salón, observándola en aquella postura para responder al cabo de un tiempo:
Me place, te has ganado el derecho a tu primera sesión.
Orgullosa notó como el vacío en su estómago la iba conduciendo poco a poco al paraíso.
Acercándose a ella, notó sus caricias de manera similar a como se hace con una mascota.
cabeza, cuello, espalda, lomo.
y arqueándose como si de una gatita de bolsillo comenzó casi a ronronear.
No he podido traer mi instrumental, así que improvisaré.
Lo que mi Amo quiera.
Notó como la cremallera de la falda de cuero negro dos palmos por encimas de la rodilla era desabrochada.
Notó como los botones de su blusa eras sacados fuera de sus ojales, dejando al aire libre sus preciosos senos envueltos en la fina ropa interior de encaje comprada tiempo atrás apara aquella primera sesión.
Con dificultad, facilitó a su Amo las labores de retirada de aquella ropa que acabó depositada en uno de los sofás, el preferido de su marido.
Se sintió terriblemente desamparada cuando así, en ropa interior y de rodillas como una perrita faldera esperaba cumplir las instrucciones de su Amo.
Todavía no había visto sus ojos y no lo hizo hasta que Él lo ordenó.
¡Vuélvete!
Y allí estaba Él sentado en el sofá de su casa, recién llegado de su oficina generosamente concedido el privilegio de su primera sesión.
No escato, no sangre, no marcas permanentes, fueron sus límites.
Está bien, no me gustaría que se me manchase mi ropa.
acepto.
A sus pies el ordenó.
Saca la lengua y jadea como una perrita contenta de ver a su Amo.
Ella empezó a jadear y a babear recibiendo en recompensa unas caricias en las mejillas.
Mueve el rabito de alegría.
Ella movió su trasero a duras penas introducido en aquel minúsculo tanga que separaba los cachetes de sus nalgas de manera firme y rotunda.
Bien parece que mi perrita está contenta de ver a su Amo.
Vamos a jugar un poco.
Y arrojando al otro extremo del salón una pala de madera de las empleadas en la cocina para cocinar y remover los alimentos al fuego ordenó su recogida.
Ella obedeció recogiendo con la boca el instrumento y depositándolo a los pies de su Amo.
Él repitió cinco veces más la operación hasta que claramente comenzó a avanzar torpemente por la presión sobre sus rodillas, enmascarada por aquellos pantys con liga de color negro.
Tras un par de minutos de descanso, el Amo dijo:
Quiero montar a caballo, ven aquí que te prepare.
Rauda, presta y veloz se pudo en disposición de ser montada a cuatro patas no sin antes recibir la colocación del arnés y bocado consistente en el cinturón de cuero negro de sus pantalones.
Por la presión añadida comenzó a babear y tener dificultad para respirar.
Relincha.
IIIIIIIIIIIIHHHHHHHHHHHHHIIIIIIIIIIIII – imitó un relincho obediente.
Aquella montura era más pesada de lo esperado sobre todo después de tener a sus lomos el peso de su Amo y con dificultad comenzó a ser guiada por el pasillo.
Cada poro de su cuerpo rezumaba sudor a pesar de estar en razonable forma y que su Amo generoso al 100% no tenía todo su cuerpo sobre ella.
Más deprisa y.
¡Paffffffff! Un leve azotito impartido con la pala de madera de freír el pescado atizaron en sus nalgas.
A duras penas el sofoco la dejaba caminar.
¡Paffffffff!
Más deprisa jaca, no seas perezosa – dijo su Amo imitando la voz de un agricultor en mitad de sus faenas.
Los azotes la estimularon incrementando el ritmo del trote y sin embargo en un espacio del parqué un poco más barnizado, patinó de manos cayéndose montura y jinete rodando por el suelo.
El Amo sujetando las riendas apenas pudo evitar el coscorrón contra la pared.
La montura salió mejor parada.
¡Yegua vieja y floja! Maldita la hora en que decidí montarte dijo el Amo llevándose las manos al proyecto de chichón.
¡Que te den por culo que para eso es culo ahí te quedas por yegua floja!
El solo pensamiento de verse abandonada por su Amo la obligó a ponerse a implorar agarrándose a los pies de su Amo en un vano intento por evitar su marcha.
Déjame –contigo hice una excepción iniciando su entrenamiento sin haberte puesto previamente en forma, ¡me está bien empleado!
Por favor mi Amo, no me abandonéis.
Por favor, prometo esforzarme al máximo para evitar un disgusto semejante otra vez.
¡Ah no!¡No te preocupes no habrá próxima vez! – dijo Él mientras arrastraba la pierna de la que colgaba una sumisa esclava aprendiz de yegua.
La yegua se levantó corriendo en un claro intento de desafío y saliendo disparada hasta donde estaba el arnés/cinturón de su Amo lo recogió con la boca y lo depositó en el suelo a sus pies.
Él la miró.
¿Quieres que siga contigo?
Sí mi Amo
Pues bien, te dejaré de dar oportunidades, cumplirás como buena yegua o si no te venderá al mejor postor.
El sólo pensamiento de verse vendida en el mercado de esclavos a otro Amo la asustó de tal manera que decidió esforzarse al máximo.
Vamos perra, comencemos de nuevo ahora ya sin remilgos – y arrastrándola del pelo la condujo nuevamente al salón.
Él se sentó y cogiendo unas tijeras de las de cortar las espinas del pescado que encontró en la cocina, cortó los tenues hilos textiles que mantenían el decoro de su tanga y sostén.
Quedó desnuda y totalmente indefensa al castigo de su Amo y su férrea mirada.
Del tendedero de la cocina había recogido varias pinzas de la ropa que fue enérgicamente aprendiendo a su piel.
Pezones.
Labios vaginales.
Incluso el diminuto pliegue que se formaba en la barriguita en esa postura.
Las pinzas dolían.
Con rabia interna recordaba como estaban recién compradas en una tienda de “Todo a 100 pesetas” que aún perduraba en el barrio y que aún no se había dado cuenta de la existencia del euro con sus céntimos.
Escocía y picaba.
pero era claro que se lo merecía y aceptó con deleite el castigo.
Sacó del bolsillo de su abrigo un paquete de condones que sin pudor alguno, abrió depositando los papeles debajo de la alfombra.
Del frigorífico había sacado previamente una gorda zanahoria que fue introducida en uno de los condones y casi sin avisar acabó a su vez penetrando su sexo por la parte más gruesa de la misma.
A esas alturas estaba increíblemente mojada y no fue nada difícil acogerla.
Si se te cae, recibirás diez azotes.
¡camina nuevamente por el pasillo que quiero verte con una zanahoria clavada en tu coñito!
Tras dos o tres pasos, la zanahoria se desprendió y resbaló hasta el suelo desatando mil y una furias.
Ató sus manos con una bolsa de plástico rota por la mitad subiéndose encima de ella propinó diez azotes con la pala de madera del pescado sobre su blancas nalgas.
El picor contrastaba con el golpe de adrenalina y placer que recorría su cuerpo.
Él paró.
Y situándose detrás de ella introdujo un poco más dentro la zanahoria envuelta en el condón.
¡Ayyyyyyyy! La notó tan dentro que casi parecía que iba a desaparecer por la abertura de su chocho.
Aprieta joder, que no quiero que se te caiga.
¡Quiero verte caminar con una zanahoria en el chocho!
Esta vez, concentrada en la presión de sus muslos y su coño entorno a la zanahoria no sólo no se cayó sino que pareció encajarse a la perfección en su anatomía.
Recibió una recompensa.
un par de tirones de las pinzas de sus pezones para comprobar su agarre y quitándolas y volviéndolas a poner de manera alternativa permitiendo a la sangre que volviera a circular por las aureolas sonrosadas de sus senos, potenció la mezcla de dolor, gusto y placer que comenzaba a ahogar su cerebro de hormonas.
Comprobando con un leve empujón que la zanahoria seguía en su sitio, comenzó a repetir la misma operación con otra zanahoria y la entrada casi virgen de su culito.
Como si de un hilo enhebrando una aguja se tratase, como si de un tornillo entrando en un trozo de madera, como si de un remache de hierro atravesando al rojo la forja del herrero en la fragua, notó como la segunda zanahoria tenía más dificultad en aposentarse en el interior de su ano.
Abre la boca – y obedeciendo abrió la boca hasta que estuvo dentro sabiamente manejada por el buscando una perfecta lubricación con su propia saliva.
La excitó pensar no en una zanahoria sino en el miembro de su Amo aún no catado, no saboreado.
Húmeda como estaba, y algo más relajado su ano, cedió más fácilmente a la presión e intrudiendose esta vez por su parte más fina, avanzó misteriosamente a lo largo de todo el interior de su culito tragón.
Abrió los ojos de manera inmisericorde, dolorida por la violación de su último orificio virgen.
Galopa nuevamente.
Y la operación se repitió no acostumbrada a ningún intruso en su interior.
La pérdida de aquel rabito naranja alojado en el interior de su culito provocó 20 azotes con la pala del pescado.
De hecho tenía sus dudas de si aquel olor penetrante se correspondía con que estaba mal fregada o con el propio olor de su humedísimo coñito.
Se hizo a los intrusos y comenzó a galopar con más presteza pasillo arriba y pasillo abajo.
Ahora quiero que te vayas acostumbrando a una operación fácil incluso para ti, pequeña yegua de circo.
Y poniendo un tercer preservativo cuyo papel metálico volvió a meter dejajo de la alfombra, lo introdujo en un razonable calabacín de calibre apreciable que fue alojado en su boca dificultando la respiración y obligándola a babear sin misericordia, rezumando humillación por la comisura de sus labios.
La estampa se resumía en:
Manos atadas con la bolsa de plástico de grandes almacenes rota.
Penetrada por dos zanahorias y en posición de felación de un calabacín.
Su mente no calibraba la situación sólo ir y venir en el proceso de doma por el pasillo de su casa.
Dolían las rodillas y su Amo pareció leerle el pensamiento ayudándola a levantar la puso frente a Él.
Jugueteando golpeaba las pinzas de sus pezones arrancados gemidos que sobresalían y pugnaban por salir a través de aquel calabacín insertado en su boca.
¡Grrrrrrrrrrrrrruuuuuuuuhhhhhhhhaaaahhhhhhg!
O algo así parecía la trascripción fonética de sus gemidos.
Había encontrado su Amo, el collar del perro que no mucho tiempo atrás se había muerto y se lo puso obligándola a pasear tirando de él por los pasillos de su casa.
La llevó al cuarto de baño y mostrándola a sí misma a la imagen que devolvía el espejo de la mampara de la bañera mostró su verdadera condición, mujer sumisa necesitada y ansiosa de una doma severa por su Amo, su verdadero camino.
Fíjate, tienes los pelos del chocho sin depilar, me prometiste que lo harías.
A duras penas intentó dar una explicación que no pasó más allá de ¡Grrrrrrrrrrrrrruuuuuuuuhhhhhhhhaaaahhhhhhg!
Sentándose su Amo en la taza del váter, la obligó de dos palmetazos entre la cara interna de sus muslos abrirlos exponiendo frente a Él su sexo tremendamente dilatado por la zanahoria insertada.
Ésta cayó incapaz de ser sostenida ni un minuto más por la apertura de aquellos músculos vaginales terriblemente dilatados y húmedos, sin capacidad de retención alguna.
No pareció disgustarle aÉl, sobre todo cuando quedó expuesto aquel agujero del chochito simulando la entrada al “Tren de la Bruja” de un parque de atracciones.
Había abundante maquinillas desechables, la afeitó con esmero, no dejando ni el más minúsculo resto de vello púbico adherido a su piel.
La volvió frente al espejo obligándola a ver con nitidez la depilación de su vello íntimo, abandonando el último resto de formalidad y clase.
sexo depilado para Él y sus deseos.
le gustó idea y su cumplimiento.
Extrajo el calabacín y la zanahoria, mostrando al igual que en su chocho, dos nuevas cavidades tremendamente dilatadas, de hecho notaba en la boca agujetas que le provocaban dolor si intentaba cerrarla y relajación si la mantenía abierta.
¿Cómo te sientes?¿Húmeda o seca?
Húmeda mi Señor.
¿Seguro? Comprobémoslo
Y acto seguido sacó de uno de los bolsillos de su abrigo, unos guantes de cuero negro que brillaban por la calidad del curtido de su piel.
Se los puso, y por un momento pensó que serían utilizados para no dejar marcas en su piel.
Y sin embargo.
Y sin embargo con dulzura extrema fueron guiados aquellos guantes de cuero a su entrepierna, a su húmedo, dilatado y expectante sexo que no pudo por menos que al igual que un caracol, mojar y abrillantar aún más la superficie de los guantes.
Me place tu humedad – dijo Él y recogiendo los guantes se relajó en el sofá diciendo creo que hasta ahora sólo tú has disfrutado, ahora me toca a mí y sentándose en el sofá proclamó su orden:
Tienes 15 minutos para conseguir que me corra, si son menos te sacaré a la escalera, si son más también y te obligaré a que bajes al portero y le pidas que te folle allí en mitad de la portería.
¡Ah y tienes prohibida las manos, no te has merecido tocarme con ellas!
Aterrada por la posibilidad de tener que cumplir la orden y tener que ser follada por el portero de manos negras en especial en esta época del año en que estaba faenando con la caldera de carbón se aplicó a la tarea de bajar una cremallera con la boca, hurgar en el hueco hasta conseguir sacar un pene fuera de un calzoncillo y comenzar a succionarlo con deleite sin tocamiento alguno de sus manos.
Él sostenía en una mano una copia de licor de hierbas que se sirvió del bar de bebidas y con la otra mano jugueteaba con su pelo pero sin ofrecer fuerza alguna que la ayudase en el intento.
Ella de reojo miraba el reloj intentando controlar los minutos para no pasarse, en un momento dado en que su Amo parecía iniciar el punto de no retorno, aflojó un tanto la presión y la velocidad de succión consiguiendo ralentizar nuevamente su ritmo.
Cinco minutos y comenzó a acelerar, más y más y más y más…tanto que a los trece minutos un disparo de líquido blanquecino impactó en su rostro.
Recuperándose su Amo exclamó para que lo oyera:
Has fallado, no has sabido controlar tu velocidad, te dije 15 minutos, no trece.
Se fue Él recuperando y paseando desnudo por el salón de la casa de esclava, ésta sintió un mal disimulado orgullo de poder complacerle allí mismo.
Su Amo se apiadó de la rojez de sus rodillas y esta vez dijo:
De rodillas en el sofá.
Y enterrando la cabeza entre los mullidos cojines su Amo la explicó los detalles.
Te ataré con el ovillo de cuerda de tender la ropa que he visto en el tendedero de tu cocina.
Y diciendo esto ató tobillos y muñecas.
Te amordazaré.
Y diciendo esto la amordazó con uno de sus propios pantys.
Y ahora me pedirás que quieres que te haga.
¡Aggggggghhhhhhhmmmmmmmmmmmmm! Fue lo único que brotó de su garganta amordazada.
Tus deseos son órdenes aunque parezca un contrasentido viniendo de una sumisa como tú.
Se fue al cuarto de baño y lo más hidratante que encontró fue “Aceite Jonson para niños”.
Y extendiendo generosamente una fina película por todo su sexo y su ano comenzó a lubricarla.
¡UMMMMMMMMMMMMMMMMM! A pesar de la mordaza claramente ella quería decir algo.
El Amo adivinó….
”No me manches por favor el sofá” por lo que poniendo una toalla bajo sus rodillas rápidamente consiguió la total entrega de la sumisa, la entrega y relajación total…tanto que a las primeras pasadas por ambos orificios estaban casi abiertos de par en par esperando su taladradazo.
Ambos dos fueron generosamente lubricados…tanto, tanto que cuando se pasaba los dedos por sus bordes sonaba un acuoso y aceitoso “chuiki, chuiki, chuiki” similar al ruido que se produce al lavarse con una pastilla de jabón.
Ella estaba entregada y Él también al desempeño de aquel momento acuoso.
Tres fueron los dedos invitados a aquella introducción de forma que cuando Él hacía el gesto y la simulación de estar roscando un tornillo en aquellos agujeros, destellos de violento placer brotaba desde su cuerpo amordazado y atado.
De todas formas en el cuarto de baño dónde buscó algo hidratante encontró un largo cepillo de plástico algo curvo destinado al frotamiento de la espalda.
Lo utilizó.
Sustituyó sus dedos por aquel rígido mango color rosa fosforito, como el de los rotuladores…
Al poco de entrar y salir de manera repetitiva…ella puso los ojos en blanco, la gustaba aquel rígido mango rozando las cercanías de su punto G.
Sin embargo era demasiado fácil…
Con las cerdas del cepillo comenzó a acariciar su espalda, sus nalgas consiguiendo arquear su espalda en una curva irreal debida al contraste de sentidos.
Más contraste de sentidos aún cuando dando la vuelta al cepillo comenzó literalmente a frotar su sexo, se intentó escabullir ¿pero cómo amordazada y anudada en inmovilizada postura?
Hubo de emplearse a fondo sobre todo cuando aquella mala sumisa quiso escabullirse del cepillado de su sexo…para ello, tuvo que anudar su cabellera, tirar hacia atrás y dominar el encabritamiento de la montura.
Se seguía resistiendo al cepillado y abrillantamiento del sexo…y el Amo no tuvo más remedio que dando la vuelta al cepillo de cepillar la espalda, cepillarle el trasero de la sumisa mediante enérgicos golpes de cepillado de la todavía rebeldía remanente pendiente de cepillado.
Mucho cepillado para tan poca sumisa.
Mucho cepillado para la todavía indómita esclava.
Tanto, tanto, tanto que cuando al tercer calentamiento de nalgas, la sumisa comprendió su error y aceptó como parte de su goce los azotes del cepillo, poco a poco fue diciendo en rebeldía disminuyendo en consecuencia la intensidad de los azotes.
Buena perrita – dijo el Amo.
Y la sumisa complacida agradeció el elogio.
La fiesta iba tocando a su fin.
El Amo se había empleado a fondo y le apetecía asiento.
Todavía, no eres digna de tocarme en exceso con tus manos, no obstante quiero que me masturbes así que ponte los pantys en los brazos y vete poco a poco comenzando.
La sumisa obedeció como no podía ser de otra manera y complacida de obedecer se puso a modo de manguitos los pantys y comenzó a mimar el miembro, el tesoro de su Amo, orgullosa del encargo de su deleite.
Arriba y abajo, con suaves caricias, fue paulatinamente logrando una nueva erección.
Lo hacía bien.
Su Amo la recompensó con una caricia sobre su cabeza como cuando a Toby el perrito se tira una pelota y obediente la trae de vuelta moviendo el rabo…
Su Amo se disparó derramando su néctar sobre los pantys negros que recogieron a modo de red todo el contenido de oro, todo el contenido de dulce sabor.
Ella fue feliz, agradando a su Amo, quien entornando los ojos se relajó en presencia de su sumisa quien no queriendo molestar, se arrodillo falderamente a sus pies.
Se que te doy un gran disgusto, pero me voy
No obstante, el deber de todo buen es cuida a su sumisa así vamos al cuarto de baño a que te acicale un rato.
Ubicados los dos allí, el Amo ducho a su sumisa limpiando todos los agujeros corporales y todos los poros aún sudorosos de su cuerpo.
El Amo secó con la toalla a su sumisa y buscando entre las estanterías vació levemente el contenido de un aceite hidratante con esencia de rosas sobre sus manos y hecho esto comenzó a hitratar la piel de su sumisa dedicando especial atención a sus enrojecidas rodillas y trabajadas nalgas.
La sumisa lo agradeció ronroneando.
Y así brillante por el aceite, lubricadita y agradecida ayudó a su señor a vestir.
En el beso de despedida, el Amo dijo:
Tienes futuro, tienes posibilidades.
Y la sumisa comprendió que aunque por definición imperfecta, su Amo había quedado complacido y satisfecho.
Y la sumisa sintió la liberación del deber cumplido, del placer entregado, la liberación de su Amo satisfecho.
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