Secretos de Familia: Mi Madre, Su Perro y el Placer Prohibido
Mi madre se acuesta con todo lo que se mueva y eso estaba destruyendo a nuestra familia..
La vida en casa nunca había sido fácil. Mis padres peleaban muy seguido, mi madre constantemente le era infiel a mi padre y él lo sabía.
Mi familia se conforma por mi madre, Dinora, de 38 años. Ambas somos muy atractivas, como se dice, «de tal palo, tal astilla». Mi madre es una mujer delgada, mide 1.70, tiene cabello largo color negro, tez blanca, y está operada de los senos, los cuales son redondos y grandes. Tiene un trasero muy bien proporcionado y siempre viste de forma atractiva y provocativa: faldas o vestidos pequeños, escotados o con la espalda descubierta. Cuando está en casa, usa licras ajustadas y shorts cortos, así como playeras muy pegadas o simplemente anda en tops.
Mi hermana mayor, Sandra tiene 20 años, mide 1.66 y tiene cabello corto hasta los hombros. Es una manipuladora total, estudia en una universidad de monjas y por lo regular anda vestida de colegiala por las mañanas. Por las tardes, le gusta usar shorts cortos de mezclilla y camisas holgadas con una playera pegada debajo. A diferencia de mi madre, ella tiene unos senos pequeños y un culito redondo pero levantado y derecho. Le gusta caminar de puntas para lucirlo mejor.
Mi padre es piloto en una aerolínea comercial, por lo cual no está muy seguido en casa. Yo me llamo Miguel y tengo 19 años.
La primera vez que supe de una infidelidad de mi madre fue cuando mi hermana llevó a casa a su novio y sus amigos. En aquella noche, mi padre estaba trabajando. Si no mal recuerdo, fue un día antes de Navidad. Yo me encontraba platicando con el novio de mi hermana sobre patinetas, y sus amigos estaban tomando bebidas. Mi madre andaba vestida con un camisón de lencería sexy con encaje, como de seda color rosa, y se paseaba frente a todos como si nada.
Más tarde, mi hermana se fue con su novio a follar a su habitación, y mi madre se puso a beber con los amigos de este. Recibí la llamada de un colega y salí al patio a contestar. No debí tardarme más de 25 minutos. Cuando regresé, mi madre no estaba en la sala. De los cuatro amigos del novio de mi hermana, solo había dos.
No tardé mucho en averiguar dónde estaban. Me dirigí al baño de la planta baja y vi que la luz de la azotea estaba encendida. Solo hay una puerta corrediza de vidrio y se puede ver fácilmente hacia afuera. Ahí estaban. Mi madre estaba de pie, pero inclinada, haciéndole una mamada a uno de los chicos, quien estaba de pie. Detrás de mi madre, el otro chico faltante la sostenía de la cintura mientras movía su cadera adelante y atrás.
Al acercarme más, me percaté de que mi madre tenía su tanga bajada hasta las rodillas y el tipo la penetraba con fuerza. La escena era morbosa y caliente. Mi madre gemía de placer, sus manos apretando las nalgas del chico que tenía frente a ella.
— Así, puta. Tómalo todo —decía el chico que estaba detrás de mi madre, sus embestidas brutales y rítmicas.
Mi madre, con la boca llena, trataba de responder: — Sí papi más , así. Más fuerte.
El chico frente a ella, con el pene profundamente en la garganta de mi madre, gemía de placer. — Que puta es señora. —decía, con voz llena de lujuria.
Luego, mi madre se dio vuelta, ofreciendo sus nalgas al chico que se la mamaba, y comenzó a mamársela al que la estaba penetrando anteriormente.
Mi padre siempre hablaba mal de mi madre, diciendo que era una fácil. Esa noche lo comprobé. La verdad, no entendía por qué mis padres no se separaban. Llegué a pensar que a mi padre le gustaba que le pusieran los cuernos, pero al verlos pelear, me hacía dudar de eso.
Tiempo después, las cosas se complicaron aún más cuando descubrimos que mi madre estaba embarazada. La noticia me dejó en shock y a mi padre también, pero lo que vino después fue aún más sorprendente y perturbador.
El día que supimos del embarazo, por la noche, mis padres se estaban gritando en su habitación. Mi padre le gritaba: — ¿De quién es ese niño, Dinora? ¡Tú y yo tenemos meses que no nos acostamos!
Mi madre le respondía: — ¿De quién es? No lo sé. Puede ser de tu mejor amigo, de tu primo, de tu doctor, hasta de tu estilista el transexual. Eres una puta desgraciada. Maldita la hora que decidí casarme contigo.
Mi Madre, furiosa, le gritaba: — ¡Pues si no te gusta, lárgate, infeliz! Pero te quitaré hasta el último centavo.
Mi Padre, respondía: — ¿Sin mí no eres nadie?
—-¿Eso crees?, cuando yo quiera y en el momento que sea encuentro a un pendejo que me mantenga y me de su dinero, a cambio de que me la meta por el culo? No me haces falta.
Mi hermana se puso del lado de mi padre y se terminó metiendo en la pelea, señalando y acusando a nuestra madre. — ¡Eres tú la que está destrozando la familia! —gritó Sandra.
Mi madre, con enojo, le gritó: — ¡Cállate, tú! No te metas.
Mi hermana, desafiante, le dijo: — ¡Eres una golfa, madre! ¡Sí, lo soy! Pregúntale a tu novio cómo disfruto entre mis piernas —respondió mi madre.
— ¿Qué crees que hacíamos cuando venía a buscarte y no llegabas de tus prácticas? —continuó diciendo mi madre.
Mi hermana casi se le lanza encima, pero mi padre la detuvo. Mi padre tomó algo de ropa y se subió al carro. Detrás de él, salió mi hermana con una mochila llena de ropa. — ¿A dónde vas? —le pregunté.
— Lejos de esa loca —me dijo mi hermana.
Así que se marcharon los dos. Yo me quedé con mi madre. Traté de ver que estuviera bien, pero la vi hasta feliz. — Déjalos que se larguen, hijo. No los necesitamos. Estamos mejor solos —me dijo mi madre con una sonrisa.
Pasaron los meses y mi madre continuó con su comportamiento ninfómana. Llevaba a casa hombres o salía con ellos, pero yo solo la cuidaba, evitando que bebiera, fumara o consumiera alguna otra sustancia por su embarazo. Llegué a sorprenderme de cómo me hacía caso. Cuando el embarazo comenzó a notarse más, dejó de salir tan seguido, aunque sus amantes seguían visitándola.
Una tarde, se había quedado de ver con una amiga, así que desde temprano tomó su camioneta y salió. Cuando regresó por la tarde, no llegó sola. No me refiero a un hombre en esa ocasión; llegó con un perro, un pastor alemán muy hermoso. Su pelo brillaba y lo tenía cepillado, se veía que lo cuidaban bastante bien. — ¿No que no te gustaban las mascotas? —le pregunté.
— No todas —dijo mi madre—, pero este amigo va a ser mi compañía a partir de ahora —agregó mientras le acariciaba la cabeza.
— ¿De dónde lo sacaste? —le pregunté a mi madre.
— Me lo dio una amiga. Me dijo que es una buena acompañante y muy cariñosa —respondió.
En ese momento, supuse que estaría bien. Al pasar los días, me fui dando cuenta de que cada vez mi madre recibía a menos hombres en casa. Llegó a ser dos por semana y luego uno, para luego volverse muy esporádico que un amante llegará. No obstante, la veía igual de feliz y alegre. Pasaba mucho tiempo con su mascota y pensé que eso le estaba ayudando a dejar de ser tan promiscua. Mi madre comenzó a salir a caminar por las tardes con su perro, al que llamó Gordo de forma cariñosa, aunque en realidad no era gordo.
Al ver que mi madre estaba cambiando, me animé a ir a ver a mi padre y a mi hermana para hablar con ellos y pedirles que le dieran otra oportunidad a mi madre. Era un sábado por la mañana. Ellos habían rentado un departamento en el centro de la ciudad. Iba llegando cuando vi a mi hermana subiendo en el elevador con una caja en mano. Con esfuerzo, oprimió el botón para subir. Cuando traté de alcanzarla, ella ya había subido, así que esperé. Estaba emocionado de contarles cómo mi madre estaba cambiando y tenía la esperanza de que ellos regresaran.
Una vez subí al departamento, me disponía a tocar el timbre, pero vi que mi hermana se había dejado la puerta abierta, así que entré sin más. Pensé en hacerles una broma, así que entré con cuidado y no los vi en el recibidor, solo vi la caja que llevaba mi hermana, pero escuché la voz de ella en una habitación al fondo. Me acerqué en silencio, dispuesto a gritar «¡Hey!» y ver cómo brincaban del susto. Pero la sorpresa me la llevé yo cuando, al acercarme, vi a mi hermana subida sobre mi padre, quien estaba acostado en su cama, solo en bóxer. Mi hermana llevaba un short de mezclilla corto y una playera, la cual se quitó cuando estuvo sobre mi padre, quedando solo con su sostén.
— ¿Qué piensas hacer, amor? —dijo mi padre.
— La verdad, tengo en mente muchas ideas, pero ¿por qué no comenzamos con esto? —respondió mi hermana, comenzando a moverse como si cabalgara sobre mi padre.
— Vaya, se está poniendo dura —dijo mi hermana.
— Así es, mi amor. dijo mi padre, Eres un travieso, papi, que te sientas excitado por tu hija —dijo mi hermana.
Mi padre, riendo, se levantó de la cama y se colocó detrás de mi hermana. Pasó sus brazos alrededor de ella y, con ambas manos, presionó los senos de mi hermana por encima de su sostén.
— ¿Qué opinas si jugamos un poco, mi amor? —dijo mi padre.
— Acepto, papi. Juguemos un poco —respondió mi hermana.
Mi padre metió sus manos por debajo del sostén de mi hermana y comenzó a presionar y acariciar sus senos.
— ¿Te gusta, papi? —preguntó mi hermana.
— Sí, mi amor —respondió mi padre.
En eso, mi hermana se bajó el sostén, dejando sus senos expuestos. — Ayúdame a quitar esto —dijo ella, y mi padre desabrochó el sostén y luego lo lanzó a la cama. Mi hermana se giró un poco y metió su mano en el bóxer de mi padre, tomando su pene y comenzando a masturbarlo. Mi padre, con una mano, se bajó los bóxer y, con ayuda de su pie, se los terminó de sacar. Estaba totalmente erecto.
— ¿Qué quieres que hagamos primero, papi? —preguntó mi hermana.
Mi padre se sentó en la parte inferior de la cama. — Ven, princesa —le dijo a mi hermana. Ella se acercó y comenzó a desabrocharle el short para luego bajarlo y quitárselo por completo.
— Date vuelta, amor —dijo mi padre, y mi hermana obedeció. Se empinó un poco, abriendo algo las piernas. Mi padre comenzó a acariciar las nalgas de mi hermana para luego besarlas y, posteriormente, con ambas manos, abrió las nalgas de mi hermana como si fuera un libro, metió su cabeza entre ellas. Mi hermana comenzó a gemir de una manera muy rica.
— ¡Qué rica se siente tu lengua, papi! —dijo mi hermana.
Mi padre se levantó y recostó a mi hermana en la cama. Él se subió encima de ella, entre sus piernas abiertas. Primero la comenzó a besar y, con su mano, fue dirigiendo su pene a la entrada de la vagina de ella. Poco a poco, la fue penetrando. Mi hermana comenzó a moverse, poco a poco fue subiendo el ritmo, pero ellos no dejaban de besarse.
— Papi, más despacio aún no quiero que te vengas —dijo mi hermana.
Luego, se giraron, quedando mi hermana arriba de él. Como si estuviera de cuclillas, tomó el pene de nuestro padre y lo introdujo en su vagina, comenzando a subir y bajar. Era como si brincara sobre él. Sus gemidos eran fuertes y su respiración de ambos era intensa.
— ¡Papi, tu pene se siente tan bien! —gritaba mi hermana.
Luego, el viento me jugó una mala pasada. Se azotó la puerta de la entrada, la que habíamos dejado abierta. Ambos voltearon y yo salí rápido de ahí como un loco, corriendo por las escaleras. No quería que me vieran.
Regresé a casa impactado. En mi cabeza no cabía lo que había visto. Mis ilusiones de volver a estar juntos se esfumaron de inmediato. Cuando llegué a casa, mi madre se estaba bañando.
— ¿Eres tú, hijo? —preguntó al escuchar que entré.
— Sí, soy yo —respondí.
— Vale, hijo. Nos estamos bañando Gordo y yo. En un momento salgo. Si no te preocupes, voy a mi habitación —le dije.
Esa tarde, me quedé pensando en lo que había visto. La situación era más complicada de lo que había imaginado. Mi madre, por un lado, y mi padre y mi hermana, por el otro, parecían estar enredados en una red de secretos y deseos ocultos.
Pasó una semana. Ya me había hecho a la idea de que nada sería igual. Había quedado con unos amigos para ir a tomar unas cervezas, así que le avisé a mi madre que llegaría tarde. Fuimos a un bar en una zona de mucho ambiente. Nos la estábamos pasando bien hasta que un amigo comenzó de mala copa y se estaba metiendo en problemas con otras personas. Al final, decidimos irnos para evitar problemas. Yo regresé a casa más temprano de lo que pretendía. Eran las 11 de la noche.
Llegué y todo estaba apagado. Pensé que mi madre ya se había ido a dormir, así que me quité los zapatos para no hacer ruido y subí a mi habitación. Vi que mi madre tenía la puerta abierta de su habitación con la pantalla encendida. Pensé que se había quedado dormida mientras la veía. Me disponía a pagarla cuando escuché la voz de mi madre.
— Tu lengua se siente tan bien. No hagas eso o voy a enloquecer —dijo mi madre.
Lo primero que pensé es que había llegado uno de sus amantes. Demonios, y yo supuse que estaba cambiando. No obstante, la curiosidad combinada con el alcohol hicieron que quisiera echar un vistazo. Así que, con mucha precaución y con sumo cuidado, me fui asomando. Mi madre llevaba una bata de dormir roja, la tenía abierta y podía ver sus enormes senos. Estaba recostada en la esquina de la cama con medio cuerpo fuera, pero con las piernas abiertas y levantadas. Era muy excitante verla así, y más por cómo se veía con su embarazo. Pero la mayor sorpresa me la llevé cuando vi al perro metido entre sus piernas, lamiendo su vagina, la cual estaba cubierta de vello púbico.
— ¡Oh, mierda! ¡Qué rica se siente tu lengua! —decía mi madre repetidamente.
Mi madre gemía y mantenía los ojos cerrados mientras se mordía el labio inferior. No puedo resistir más —gritó mi madre, y dejó salir chorros de su vagina que hicieron que el perro se alejara. Mi madre tenía espasmos; le temblaban las piernas.
— ¡Joder, qué rico! —decía ella.
El perro se volvió a acercar para seguir lamiendo.
— Gordito, para ya —le dijo mi madre, no, no, espera, para un momento —dijo mi madre, subiendo más a la cama y mientras se daba la vuelta para levantarse.
Mi madre se puso de pie solo para quitarse la bata, quedando totalmente desnuda. Luego se inclinó a un lado del perro y comenzó a meterle mano entre las patas traseras hasta que el perro se comenzó a excitar, dejando ver su pene rojo.
— Tu pene es hermoso, Gordito —dijo mi madre mientras continuaba masturbándolo—. Quiero volver a ser tu perrita en celo —añadió mi madre.
Recostó al perro boca abajo con una facilidad como si él supiera para qué. Mi madre acercó su cara al pene del perro y comenzó a lamerlo como si fuera un caramelo, de arriba a abajo. Pasaba su lengua, luego se lo introdujo en la boca y comenzó a mamárselo. Después de un rato, mi madre dijo:
— Bien, ya estás listo, Gordito.
Se subió a la cama, poniéndose en cuatro y levantando su trasero. El perro se subió a la cama y comenzó a subir encima de ella. Hizo varios intentos, pero al final logró quedar arriba de mi madre. Ella lo ayudó, tomando su pene y dirigiéndolo a su vagina. El perro, al sentir que estaba entrando, comenzó a moverse como loco.
— ¡Sí, así, Gordito! ¡Tu pene está dentro de mami! ¡Fóllame! ¡Soy tu puta perra! —gritaba mi madre mientras el perro la embestía sin piedad.
— ¡Mételo todo, bebé! ¡Todo mami lo quiere todo! —seguía gritando mi madre.
Comencé a preocuparme por el embarazo de mi madre, ya que el perro la estaba follando con mucha intensidad. Mi madre apretaba con fuerza las sábanas y, de vez en cuando, pegaba un grito agudo y fuerte.
— ¡Carajo, me vas a desgarrar por dentro! —gritó mi madre.
El perro siguió como loco follándosela por unos minutos hasta que comenzó a bajar el ritmo de sus embestidas quedando simplemente jadeando montado sobre mi madre. Ella se escuchaba exhausta y agitada. El perro trató de bajar de mi madre, pero parecía estar pegado a ella.
— Gordito, espera. No jales a mamá —dijo mi madre, y lo tomó por la pata trasera para que no intentara zafarse.
Quedaron pegados un rato hasta que logró salir de mi madre, dejando atrás un fluido de semen saliendo de su vagina.
— Venga, bebé. Vamos a tomar un baño —dijo mi madre.
Así que me escondí detrás de las escaleras y la vi salir desnuda con una toalla en la mano y el perro detrás de ella hasta entrar al baño. Yo me fui a mi habitación y me encerré para que pensara que aún no había llegado, ya que tengo la costumbre de cerrar con llave mi habitación.
Al día siguiente, mi madre estaba muy feliz, preparando el desayuno. Disimulando lo que había visto, le pregunté por qué tan feliz.
— Por ninguna razón en específico —me dijo y me abrazó, dándome un beso en la mejilla.
— No, la verdad sí hay una razón. ¿Por qué estás tú conmigo? —me dijo y continuó preparando el desayuno.
«Qué hipócrita. Si supieras que sé que te follas a tu perro», pensé. Por fin entendía el motivo de su cambio. Aún era amante de penes, pero de hombres pasó a amar el de un perro. «Bueno, al menos ese no la volverá a embarazar», pensé, dejando escapar una risa.
— ¿De qué te ríes, amor? —me preguntó mi madre, sorprendida.
— De nada, me acordé de un mal chiste —le respondí.
Lo que me sorprendía más era que no me hubiera dado cuenta antes. La situación era más complicada de lo que había imaginado, pero también más excitante. La idea de mi madre teniendo sexo con el perro me había dejado con una mezcla de repulsión y morbosa curiosidad.
Esa tarde, después de almorzar, mi madre decidió regar y arreglar las plantas en el jardín. Se puso un vestido holgado y cómodo, perfecto para ocultar su embarazo. Yo, incapaz de sacarme la escena de la cabeza, decidí espiarla. Me acerqué sigilosamente a la ventana de la sala, que daba directamente al jardín. Mi madre, con una manguera en una mano y una pequeña pala en la otra, regaba las plantas con movimientos lentos y sensuales. Su vestido, mojado por el agua, se pegaba a su cuerpo, dejando poco a la imaginación.
El perro la seguía de cerca. Mi madre, consciente de la presencia del perro, sonrió con malicia. Dejó la manguera y la pequeña pala a un lado y se arrodilló. Se subió el vestido y dejó al descubierto sus nalgas desnudas, mostrando que no llevaba ropa interior. El perro se acercó más, olfateando el trasero de mi madre.
El perro, sin dudarlo, se subió encima de ella. Mi madre, con una mano, intentó guiar el pene del perro hacia su vagina, pero el perro movía sus caderas tanto que le complicaba a mi madre dirigirlo. En uno de sus movimientos torpes, el perro logró entrar en su ano. Mi madre pegó un fuerte grito y hizo gestos de dolor.
— ¡Gordito, ese es el agujero incorrecto! —dijo mi madre, pero podía ver cómo el perro comenzaba a moverse con fuerza, sus embestidas cada vez más rápidas y profundas. Mi madre se quejaba de dolor, pero no lo detuvo; dejó que continuara follándola.
El perro la penetraba analmente con brutalidad, sus patas delanteras apoyadas en la espalda de mi madre. Mi madre gemía y gritaba de placer, sus manos apretando la tierra con fuerza. Su vestido, empapado, se pegaba a su cuerpo, resaltando sus curvas y su embarazo.
— ¡Fóllame el culo! —gritaba mi madre, su voz llena de deseo.
— ¡Más fuerte, Gordito! ¡Fóllame más fuerte! —gritaba mi madre con lujuria.
Mi madre, perdida totalmente en su lujuria, tomó la pequeña pala y, pasándola por debajo de ella entre sus piernas, se introdujo el mango en su vagina y comenzó a penetrarse mientras el perro seguía embistiendo su ano. Mi madre era toda una puta, fue lo primero que pensé.
El perro se bajó de ella y comenzó a lamer su propio pene. Mi madre seguía masturbándose con el mango de la pala hasta que se corrió, dejando salir de ella chorros de sus fluidos. Mi madre se veía que seguía caliente, por lo que chupaba el mango de la pala como si fuera un pene. Se levantó y, tomando la manguera, se la restregaba en su vagina mientras se metía los dedos con tal desesperación que volvió a tener otro orgasmo. Una vez se repuso, se acomodó su vestido, el cual estaba empapado y lleno de tierra, y entró a la casa. Yo, disimulando, le pregunté:
— ¿Qué te pasó?
Ella, al verme aún agitada, me dijo:
— Nada, me ensucié un poco arreglando el jardín. Iré a darme un baño.
Yo estaba muy excitado, ya no podía más. Pensé en masturbarme, pero me ganó la lujuria al ver que la puerta del baño estaba abierta y pensar que mi madre estaba dentro, desnuda, esperando recibir mi pene. Así que me desnudé y entré lentamente. Ella estaba de espalda, enjabonándose. Cerré la puerta y me pegué detrás de ella.
— ¿Qué diablos haces, Miguel? —me gritó, alterada.
La tomé de la cintura.
— ¿Qué diablos haces, Miguel? —me gritó de nuevo, intentando zafarse.
— Sé que te gusta follar con perros —le dije, pegando mi pene entre sus nalgas.
— ¿De qué hablas? —me dijo, haciéndose la ignorante.
— Vamos, madre, no te hagas. Acaso tu perro no te tenía ensartada por el culo hace unos minutos —le respondí.
— No sé de qué me hablas —insistió mi madre.
— Vamos, no perdamos el tiempo —le dije, y tomando mi pene, se lo metí en su vagina.
— Sé que tú también quieres esto —le dije.
Mi madre comenzó a gemir cuando comencé a moverme.
— Eres un pervertido, hijo —me dijo.
— Claro, lo saqué de ti, madre —le respondí y comencé a embestirla más rápido.
— Miguel, no vayas tan rápido —dijo mi madre.
— Tu hermoso cuerpo me vuelve loco, madre —le dije.
— Tienes un culo tan grande que me excita tanto —añadí.
Mi madre empezó a gemir más fuerte.
— ¡Hijo, fóllame más profundo! ¡Clávamelo más! —gritó mi madre.
Mi excitación era mayor al escuchar lo que decía mi madre.
— Madre, a partir de hoy no dejaré de follarte —le dije.
— Sí, hijo, me vuelves loca —me respondió mi madre.
Sin pensarlo dos veces, me terminé acostando en el piso de la regadera y mi madre se subió sobre mí, ensartándose en mi pene mientras subía y bajaba. Aproveché y aparté sus senos con ambas manos.
— Aprieta mis pezones con fuerza, hijo. Me encanta sentir cómo me sometes —dijo mi madre.
Comencé a presionar con fuerza sus pezones.
— ¡Oh, diablos! —gritó mi madre.
— Me voy a correr —dijo, gritando.
Mi madre quedó frente a mí, respirando fuertemente. El agua caía de su rostro. Ninguno apartó la mirada.
— Es tu turno de correrte —dijo mi madre, levantándose y dándose la vuelta. Puso su vagina en mi cara y comenzó a mamarme el pene. Yo comencé a hurgar dentro de su vagina con mis dedos mientras ella lamía desde mis testículos hasta mi glande con su lengua, para luego succionar mi pene.
— Vamos, mi amor, quiero saborear tu semen. Me lo voy a tragar todo —decía mi madre.
Y como si un cosquilleo pasara por todo mi cuerpo, comencé a correrme en su boca. Sentía espasmos y seguía disparando mi semen, pero mi madre se tragó cada gota.
— ¡Wow, hijo! Eso fue una gran corrida —dijo mi madre, sorprendida.
— Nunca pensé que fueras tan bueno en el sexo. Estoy pensando en dudar que seas hijo de tu padre —dijo, riendo.
— Eres una gran mujer, una gran madre y una gran puta en el sexo —le dije.
— Lo tomaré como un cumplido, hijo —me respondió.
La tarde se convirtió en una noche llena de lujuria y deseo. Después de nuestro encuentro en la ducha, pasé toda la tarde con mi madre como si fuéramos amantes, dándonos besos y abrazos. Incluso me dejaba manosearla como quisiera. Llegando la noche, mi madre y yo nos dirigimos a su habitación. La excitación aún recorría nuestros cuerpos, y ambos sabíamos que la noche apenas comenzaba.
Mi madre se desnudó y se recostó en la cama, su cuerpo iluminado por la luz tenue de la lámpara, encendiendo mi excitación. Yo me desnudé rápidamente, mi pene ya erecto y listo. El perro de mi madre, que la seguía a todos lados, nos observaba desde la esquina de la habitación con sus ojos fijos en ella.
Mi madre se puso en cuatro, ofreciéndome una vista perfecta de su vagina y ano. Mis manos recorrieron sus caderas y nalgas.
— Fóllame, Miguel —me dijo, su voz llena de deseo.
Me posicioné detrás de ella y, con una embestida fuerte, penetré su vagina. Mi madre gemía de placer, y me volvía loco ver cómo mi pene entraba y salía mientras veía cómo sus nalgas chocaban contra mí. El perro, excitado, comenzó a lamer su ano, preparándolo para lo que vendría.
Después de un tiempo, decidí cambiar de posición. Saqué mi pene de su vagina y me recosté en la cama. Mi madre, sin dudarlo, se subió encima de mí, ensartándose en mi pene mientras subía y bajaba. El perro, cada vez más excitado, se colocó detrás de ella y comenzó a lamer su ano nuevamente.
— Sí, así, Gordito. Lámeme más —decía mi madre, su voz llena de lujuria.
El perro, cada vez más excitado, comenzó a intentar penetrarla analmente. Mi madre, con una mano, guió el pene del perro hacia su ano y, con un grito de placer, lo dejó entrar. El perro comenzó a moverse con fuerza, sus embestidas cada vez más rápidas y profundas. Mi madre gemía y gritaba de placer, sus manos apretaban las mías con fuerza.
— ¡Más fuerte, Gordito! ¡Fóllame más fuerte! —gritaba mi madre con lujuria.
La idea de que mi madre estaba siendo penetrada analmente por el perro mientras yo la follaba vaginalmente me volvía loco.
— ¡Eres una puta! —le dije, mi voz llena de deseo.
— ¡Sí, sí lo soy, mis amores! ¡Fóllenme más fuerte! —gritaba mi madre, su voz llena de deseo, mientras sentía cómo escurrían los fluidos de mi madre por mi pene hasta llegar a mis testículos. El perro terminó bajando de mi madre, ella lo aprovechó, sacó mi pene de su vagina y acercándose a su perro se colocó entre sus patas. comenzó a tocar el pene del perro, que seguía duro duro. El perro, excitado, movía su cola con entusiasmo mientras mi madre sostenía su pene.
— Ven aquí, Gordito. Quiero probarte —dijo mi madre con lujuria.
Mi madre comenzó a lamer su pene lentamente, desde la base hasta la punta. Luego, lo tomó en su boca y comenzó a mover su cabeza arriba y abajo, chupándolo con fuerza. Yo observaba desde mi posición, excitado por la escena. Podía ver cómo el semen del perro escurría de la boca de mi madre, mezclándose con su saliva.
— Sí, así, Gordito. Dámelo todo —decía mi madre, su voz amortiguada por el pene del perro en su boca.
El perro, cada vez más excitado, levantó sus patas delanteras y las apoyó en los hombros de mi madre. Mi madre continuaba chupándolo con fuerza, sus manos acariciando sus testículos. Yo, excitado, aproveché que mi madre estaba en cuatro y me posicioné detrás de ella sin previo aviso penetré su vagina. Mi madre gemía de placer, su cuerpo temblando entre el perro y yo.
— ¡Sí, así! ¡Fóllame, Miguel! —decía mi madre con la boca llena..
El perro comenzó a mover sus caderas, follando la boca de mi madre con más fuerza. Yo, al mismo tiempo, aumenté el ritmo de mis embestidas, sintiendo cómo mi pene se deslizaba dentro de ella con facilidad.
— ¡Más fuerte! —gritaba mi madre con lujuria.
Finalmente, el perro llegó al clímax y llenó la boca de mi madre con su semen. Mi madre, sin dudarlo, tragó cada gota, lamiendo el pene del perro para asegurarse de no perder nada. yo continúe fallándome a mi madre otra rato más hasta que me corrí dentro de su vagina.
A partir de ese día, continuamos follando mi madre, el perro y yo. Los meses pasaron lentamente, y finalmente llegó el día en que mi madre dio a luz a un hermoso bebé. Sin embargo, la lujuria y el deseo que habíamos experimentado juntos no se apagaron; simplemente se mantuvieron en espera.
Un día, después de que el médico le dio el visto bueno a mi madre para reanudar sus actividades sexuales, nos encontramos nuevamente en su habitación. La excitación y la anticipación eran palpables. Mi madre se desnudó lentamente, su cuerpo aún más deseable después del embarazo. Yo me desnudé rápidamente, mi pene ya erecto y listo.
— Te he extrañado, Miguel —dijo mi madre, su voz llena de deseo.
— Yo también te he extrañado, madre no sabes que ganas tenía de follarte—respondí, acercándome a ella.
Ese día la habitación se llenó de gemidos y gritos, mientras mi madre y yo nos perdíamos en nuestro propio mundo de pasión y lujuria. Pasaron los días y no tardó mucho para que mi madre quedara nuevamente embarazada solo que esta vez teníamos la certeza de que era mío el hijo que esperaba. Luego me enteré que mi hermana también esperaba un hijo, nunca me atreví a preguntarle si era de mi padre, la verdad nunca le conté a nadie que vi a mi hermana y a mi padre follando.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!