Secretos Ocultos: Mi Esposa, Mi Sobrino y Su Madre
Es la historia de como mi mujer la sorprendí follando con su sobrino .
Mi nombre es Carlos y tengo 40 años. Vivo con mi esposa, Ana, y mi hijo de 18 años, Nestor. Nací y me crié en una ciudad grande, pero siempre he preferido la tranquilidad del campo. Soy un hombre dedicado a los negocios, pero mi vida marital se ha vuelto monótona. Siempre he amado a Ana, pero noto que algo falta en nuestra relación.
Mi esposa tiene 36 años y es una mujer impresionante. Tiene una figura esbelta y curvas que siempre llaman la atención. Su cabello es castaño y sus ojos son marrones. Trabaja como diseñadora gráfica y es conocida por su creatividad y dedicación.
Todo inició con el cumpleaños de mi esposa, y decidí organizar una sorpresa para ella. Invitamos a su hermana mayor, Rebeca de 40 años, y a su sobrino Luis de 20 años a pasar el fin de semana con nosotros para festejar su cumpleaños. Para ello, alquilé una casa en el campo cerca de un lago, donde podríamos ir a pescar.
Le conté la idea a mi hijo Nestor, y él accedió a ayudarme. Entre los dos, una noche antes, fuimos por suficientes víveres, bebidas y las cosas que creímos serían necesarias para el fin de semana.
Por la mañana, ya teníamos la camioneta lista y preparada para partir. Pasamos por Rebeca y su hijo Luis y luego tomamos rumbo a la casa de campo. El viaje fue agradable, y todos estábamos emocionados por el fin de semana que nos esperaba.
Al llegar a la casa, nos instalamos rápidamente. La casa era modesta pero acogedora, con un jardín que daba directamente al lago. Por la tarde decidimos ir a nadar al lago. Mi cuñada Rebeca se había puesto un pequeño bikini que dejaba poco a la imaginación. El bikini era de un color verde vibrante, con tirantes delgados que se cruzaban en la espalda, realzando su figura. La parte de abajo era una minúscula braguita que apenas la cubría por enfrente y por detrás se perdía entre sus nalgas. Hasta mi hijo Nestor no le apartaba la vista de su tía, que resaltaba su figura escultural. Mi esposa se puso un bikini menos revelador, de color blanco, pero que hacía que se viera muy atractiva. El bikini tenía un escote en V que realzaba sus pechos y una parte de abajo con volantes que se movían con cada paso que daba.
Mientras nos dirigíamos al lago, no pude evitar notar las miradas de admiración que recibía mi esposa por parte de su sobrino. Su bikini blanco contrastaba con su piel bronceada, y sus curvas se movían de manera seductora con cada paso.
Al llegar al lago, todos nos lanzamos al agua, riendo y jugando. Luis, en particular, parecía estar muy atento a mi esposa. La seguía por todas partes, buscando cualquier oportunidad para tocarla «accidentalmente» o para hacerla reír. Vi cómo Luis le susurraba algo al oído a mi esposa, y ella se reía coquetamente. La forma en que él la miraba, con una mezcla de deseo y admiración, me hizo sentir una punzada de celos. Observé cómo Luis le ayudaba a mi esposa a caminar por las partes casi onduladas del lago porque resbalaba mucho con las piedras, colocando sus manos en su cintura de manera que parecía que la abrazaba. Mi esposa parecía no incomodarse.
Rebeca y Nestor, mientras tanto, se mantenían ocupados jugando y nadando en el agua. La tarde pasó rápidamente, y el sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Regresamos a la casa, todos nos cambiamos. Mi esposa se puso un vestido blanco con puntos negros, y Rebeca, mi cuñada, se puso una mini falda de mezclilla blanca y una blusa azul. Entre Luis y Nestor prendieron una fogata mientras Rebeca, mi esposa y yo preparábamos unas carnes en un asador.
La noche avanzaba y la atmósfera se volvió más relajada y cálida. Saqué unas cervezas y, mientras comíamos y bebíamos, charlábamos alrededor de la fogata. En un momento, mi esposa, que estaba sentada a mi lado, se levantó y se sentó al lado de Luis.
—Mira, pruébalo —dijo ella mientras le ofrecía un pedazo de carne.
—Wow, sabe muy bien. Está delicioso —respondió Luis.
—En serio, me alegra escucharlo. Yo lo preparé —dijo mi esposa, quedándose a su lado sentada.
Se notaba que a mi esposa ya le estaba dando efecto las cervezas. Mientras avanzaba la convivencia, noté cómo Luis puso su mano en la rodilla de mi esposa. Pasados unos minutos, ya la había bajado a su pierna, acariciándola de forma lenta pero cariñosa. La situación me hizo sentir incómodo, pero traté de mantener la calma pensando que su sobrino dejaba de pensar mal me dije a mí mismo.
Después de un rato, Rebeca bostezó y dijo:
—Creo que es hora de que todos descansemos un poco. Ha sido un día largo y mañana podemos seguir disfrutando del lago.
Nestor asintió y añadió:
—Sí, estoy un poco cansado. Vamos a descansar.
Me levanté y dije:
—Buena idea. Vamos a dormir.
Rebeca y Nestor se retiraron a sus habitaciones. Ana y Luis, que estaban absortos en su conversación, se quedaron un poco más en la sala. Decidí retirarme a mi habitación ya que, por alguna razón, me incomodaba ver a mi esposa tan cercana a su sobrino.
Me disponía a dormir cuando me dieron ganas de orinar por haber bebido cerveza. Me levanté y salí silenciosamente de mi habitación para no despertar a Rebeca o a mi hijo. Mientras caminaba por el pasillo en dirección al baño, vi la puerta entreabierta de la sala. Por curiosidad, me acerqué para ver qué estaba haciendo mi esposa.
Lo que vi me dejó sin aliento. Luis estaba en el sofá sentado con su pantalón abajo, con ambas manos estiradas y apoyadas en el respaldo del sofá. Mi esposa estaba arrodillada entre las piernas de Luis, con su cabeza subiendo y bajando, haciendo sexo oral a Luis. Ella chupaba y lamía su pene con satisfacción, sus labios rodeando el miembro de Luis mientras sus manos acariciaban suavemente sus testículos. Los gemidos de placer de Luis llenaban el aire, y la escena era tan lasciva que sentí una mezcla de shock, ira y, sorprendentemente, excitación.
Vi cómo mi esposa aumentaba el ritmo, su boca trabajando con destreza mientras sus manos se movían en sincronía.
—Más despacio, tía, vas a hacer que me corra —dijo Luis, su voz entrecortada por el placer.
Mi esposa sacó su pene de su boca y dijo:
—Tienes un pene muy delicioso, no lo puedo evitar, amor.
Y continuó mamando el pene de Luis con más gozo, sus movimientos se volvieron más rápidos y apasionados.
—Tía, tía, me corro —comenzó a decir Luis, y mi esposa no se despegó ni un momento del pene de Luis.
—Tía, te los bebiste todos —dijo Luis, jadeando.
—Estoy muy caliente, amor, y tu semen estaba muy delicioso —dijo mi esposa mientras se levantaba. Se bajó el cierre de su vestido y se lo fue bajando hasta que se lo quitó, dejando ver que traía una tanga y brasier roja. Se desabrochó el brasier, se bajó y quitó la tanga.
—Mira mis senos, amor, ¿te gustan? —dijo mi esposa.
—Sí, tía, son hermosos —respondió Luis, con los ojos fijos en su cuerpo.
—Ven, tócalos —dijo mi esposa, acercándose a Luis y sentándose de frente a él en sus piernas, tomando y llevando las manos de Luis directo a los senos de ella.
—Son tan suaves, tía —dijo Luis, acariciando sus senos con admiración.
—No puedo más, por favor, chupa mis pezones —dijo mi esposa, levantándose un poco y dejando sus senos a la altura de su cara. Luis se acercó y comenzó a chupar uno de sus pezones, succionando con fuerza mientras su lengua jugueteaba alrededor del endurecido brote. Mi esposa gemía de placer, sus manos enredadas en el cabello de Luis, guiándolo hacia su otro pecho para recibir la misma atención.
—Tía, tus pezones se están poniendo duros —dijo Luis, mirándola con deseo.
—No puedo más, vamos a hacerlo —dijo mi esposa, con la voz llena de lujuria.
—¿Estás segura, tía? —dijo Luis.
Mi esposa tomó su pene diciendo:
—Sí, estoy segura y tu pene al parecer también quiere hacerlo. Lo tienes otra vez duro, amor —dijo mi esposa, acomodando y llevando el pene de Luis a su entrada de su vagina. Una vez que lo tuvo en la entrada, se fue bajando hasta tenerlo todo dentro de ella. Mi esposa lo abrazó y comenzó a moverse sobre él primero de forma lenta y fue subiendo el ritmo.
—Se siente tan bien y estás entrando tan profundo en tu tía, amor —dijo mi esposa, sus movimientos se volvieron más rápidos y apasionados, sus caderas se movían en círculos, buscando el máximo placer.
Luis, con las manos en sus caderas, la guiaba, ayudándola a aumentar el ritmo. Los gemidos de placer de ambos llenaban la sala, creando una atmósfera cargada de lujuria y deseo.
—Tía, estás gimiendo muy fuerte, nos pueden escuchar —dijo Luis.
—Perdón, amor, es difícil controlarse cuando tu pene se siente muy rico. Mi vagina lo está pasando muy bien —respondió mi esposa, con la voz entrecortada por el placer.
—Venga, cambiemos de posición —dijo mi esposa, levantándose y dándole la espalda a Luis. Se volvió a meter el pene de él y dijo—: Mira, amor, así podrás ver cómo entra tu pene en mi vagina.
Mi esposa comenzó a subir y bajar, sus movimientos eran rítmicos y sensuales. Luis, excitado, comenzó a moverse detrás de ella, colocó sus manos en las caderas de mi esposa, guiando cada embestida.
—Así, tía, así —gemía Luis, sus movimientos se volvieron más rápidos y profundos.
—Más fuerte, amor, más fuerte —suplicaba mi esposa, su voz llena de deseo.
Luis obedeció, sus embestidas se volvieron más intensas, el sonido de sus cuerpos chocando llenaba la sala. Mi esposa gemía y jadeaba, su placer era evidente.
—Voy a correrme, tía —dijo Luis, su voz tensa por el esfuerzo.
—Córrete dentro de mí, amor —respondió mi esposa, sus movimientos se volvieron más desesperados, buscando su propio clímax.
Luis se tensó de placer y se liberó dentro de mi esposa. Ella comenzó a temblar de placer después de un momento. Mi esposa se levantó, dejando salir el pene de Luis, y dijo:
—Sobrino tan malo tengo. Dejaste la vagina de tu tía repleta de tu semen —dijo mi esposa, dejando ver cómo escurría el semen de Luis de su vagina.
Decidí retirarme silenciosamente. ¿Cómo había pasado esto? ¿Qué pasará con nuestro matrimonio? ¿Y por qué sentía una extraña atracción hacia la escena que acababa de presenciar?
No podía dormir. Más tarde, mi esposa entró a la habitación.
—Te hacía ya dormido —me dijo.
—No he podido dormir —le respondí.
—¿Y eso? —me preguntó nerviosa.
—Creo que bebí de más —respondí, mintiendo para no levantar sospechas.
—Bueno, me daré un baño. Trata de dormir —me dijo mi esposa.
Una vez salió de bañarse, se metió a la cama y se quedó profundamente dormida. A la mañana siguiente, me desperté temprano, incapaz de dormir. Me senté en la cocina, tomando una taza de café, mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Mi esposa bajó sonriendo y actuando como si nada hubiera pasado.
—Buenos días —dijo mi esposa, besándome en la mejilla.
—Buenos días —respondí, forzando una sonrisa.
Más tarde, todos despertaron. Desayunamos juntos, y noté que mi esposa y Luis se veían más cercanos y cariñosos. Pero ya me daba igual; yo ya sabía que me había sido infiel con su propio sobrino.
Por la tarde, regresamos. Dejamos a Rebeca y a Luis en su casa y luego volvimos a la nuestra. Durante el viaje de regreso, no pude evitar pensar en lo que había visto. La escena se repetía una y otra vez en mi mente, y aunque sentía una mezcla de ira y dolor, después de darle muchas vueltas decidí que no le reclamaría nada a Ana pensando que el alcohol había sido el detonante de lo sucedido.
Pasaron los días, y la vida pareció volver a la normalidad. Ana y yo seguíamos con nuestra rutina diaria, pero yo sabía que algo había cambiado. Una noche, mientras Ana dormía, decidí revisar su teléfono móvil. Sabía que era una invasión a su privacidad, pero necesitaba respuestas. Encontré mensajes de texto y conversaciones que confirmaban mis sospechas: mi esposa y Luis habían estado viéndose a escondidas en hoteles los cuales pagaba mi esposa.
En ese momento pasó por mi mente terminar esto y que lo mejor era dejarla y pedirle el divorcio. Decidí reflexionar y pensar con calma las cosas.
Mientras tanto, un día Nestor, mi hijo, se había quedado de ver con su tía Rebeca y su primo Luis. Lo habían invitado a ir con ellos a un musical. Por la noche, iba de camino para recogerlo. Al llegar, toqué la puerta y mi hijo fue el que me abrió, sorprendido. Le pregunté dónde estaba su tía.
—No sé —respondió Nestor, encogiéndose de hombros.
En ese momento, Luis salió de su habitación y me dijo que me quedara jugando. «Bueno, vamos a esperarla» le dije. «Vale, subiré para seguir jugando» me dijo mi hijo. «De acuerdo» respondí.
Me acerqué a la cocina para servirme un vaso de agua. Al acercarme, reconocí las voces de Luis y Rebeca que provenían de la zotehuela. Me asomé por la puerta corrediza de vidrio y vi a Luis sosteniendo a Rebeca en una posición comprometedora. Rebeca estaba de rodillas sobre una silla, vestida con un mini vestido con un escote en forma de V, el vestido lo tenía levantado hasta la cintura. Luis estaba detrás de Rebeca, con sus manos en sus caderas, y parecía estar penetrándola. Rebeca gemía de placer, con su cabeza echada hacia atrás, sus manos se aferraron al respaldo de la silla.
—Luis, vámonos a la habitación —dijo Rebeca, jadeando.
—Espérate, mamá. No quiero parar —respondió Luis, con la voz entrecortada por el esfuerzo.
—Quedó en venir el papá de Nestor y no ha de tardar —dijo Rebeca, preocupada.
—No creo que llegue aún —respondió Luis, sin dejar de moverse.
—Y si Nestor nos ve —insistió Rebeca.
—No te preocupes por eso, mamá. Lo dejé jugando en mi habitación. Vamos, tenemos tiempo —dijo Luis, acelerando el ritmo de sus embestidas.
—Luis, por favor —suplicó Rebeca, pero sus palabras eran más de excitación que de preocupación.
Sus cuerpos chocando y sus gemidos de Rebeca provocaban que sintiera un escalofrío recorrer mi espalda al ver como disfrutaba siendo penetrada por su hijo, pero no podía dejar de mirar.
—Vamos, Luis, empuja más fuerte —comenzó a decirle Rebeca a Luis—. ¡Así! Más fuerte —repetía constantemente Rebeca.
—Eres una puta, mamá. Te encanta que te folle —dijo Luis, con una voz dominante.
—Sí, hijo. Soy tu puta. Fóllame más fuerte —respondió Rebeca, su voz llena de lujuria.
Luis sonrió y aumentó el ritmo, sus embestidas se volvieron más brutales. Rebeca gemía de placer, sus manos apretando el respaldo de la silla.
—Te gusta que te humille, ¿verdad, mamá? —dijo Luis, con una sonrisa malvada.
—Sí, hijo. Me encanta que me humilles —respondió Rebeca, su voz entrecortada por el placer.
Luis se inclinó hacia adelante, tomó y jalo con fuerza a su madre del cabello y le comenzó a dar unas cachetadas mientras la follaba con rudeza.
—Eres una zorra, mamá. Una zorra que necesita ser follada.
Rebeca gimió de placer, sus movimientos se volvieron más desesperados.
—Voy a correrme, mamá —dijo Luis, su voz tensa por el esfuerzo.
—Córrete dentro de mí, amor —respondió Rebeca, sus movimientos se volvieron más desesperados parecían dos animales en celo buscando su propio clímax.
Luis se tensó de placer y de tres empujones fuertes se liberó dentro de Rebeca. Ella comenzó a temblar de placer, Rebeca se apartó, dejando salir el pene de Luis, y dijo:
—Luis, siempre me dejas tan satisfecha —dijo Rebeca, dejando ver cómo escurría el semen de Luis de su vagina.
Rebeca se acomodó su tanga, la cual tenía de lado, y se bajó y acomodó su mini vestido mientras Luis se subió su pantalón. Luego, Luis y Rebeca se dirigieron a la sala. Al entrar, se encontraron conmigo, que estaba sentado en el sofá, disimulando.
—Hola, Carlos. ya llegaste lleva mucho esperando —preguntó Rebeca, nerviosa.
—No, acabo de llegar —respondí,
—Ah, bueno. ¿Quieres algo de beber? —preguntó Rebeca, intentando disimular su nerviosismo.
—No, gracias. Solo vine a recoger a Nestor —dije, mirando a Luis, quien parecía igualmente incómodo.
—Vale, subo a buscarlo —dijo Luis, dirigiéndose a las escaleras.
Mientras Luis subía, Rebeca y yo nos quedamos en silencio por un momento. La tensión en el aire era palpable.
—Rebeca, ¿estás bien? —pregunté, tratando de sonar casual.
—Sí, sí. Todo bien —respondió ella, forzando una sonrisa.
Luis bajó con Nestor, quien parecía ajeno a todo lo que había sucedido.
—Ya estoy listo, papá —dijo Nestor, con una sonrisa.
—Perfecto. Vamos —respondí, poniéndome de pie.
—Gracias por todo, Rebeca. Nos vemos pronto —dije, dirigiéndome a la puerta.
—Claro, Carlos. Cuídense —respondió Rebeca, con una voz que intentaba sonar natural.
Salimos de la casa y nos dirigimos al coche. Durante el viaje de regreso, no pude evitar pensar en todo lo que había visto y oído. La imagen de Rebeca y Luis en la zotehuela se repetía una y otra vez en mi mente.
Unos días después, mientras estaba en mi casa, escuché a Ana hablando por teléfono en la habitación contigua. Aunque no quería espiar, no pude evitar prestar atención a su conversación.
—Aparentemente, no sospecha nada —dijo Ana, con un tono de voz nervioso.
—No sé, amor. Creo que sea lo mejor —respondió Luis al otro lado de la línea.
—Ok, de acuerdo. Luego hablamos —dijo Ana, terminando la llamada.
Me quedé helado. ¿De qué estaban hablando? ¿Qué era lo que no debía sospechar? La mente me daba vueltas con todas las posibilidades.
Ana se acercó a mí, con una expresión sospechosa y nerviosa.
—Carlos, necesito pedirte un favor —dijo, tratando de sonar casual.
—¿Qué necesitas? —pregunté, tratando de mantener la calma.
—Necesito ir a recoger unas cosas a casa de Rebeca este fin de semana. ¿Me acompañarías? —preguntó Ana, con una voz que intentaba sonar natural.
—¿Para qué necesitas ir? —pregunté, tratando de no levantar sospechas.
—Necesito recoger unas cosas que dejé allí. Pero si no puedes, lo entiendo —respondió Ana, con una expresión nerviosa.
Pensé un momento. Sabía que algo no estaba bien, pero necesitaba más información. Decidí que lo mejor era acompañarla y ver qué pasaba.
—Está bien, te acompaño —dije, tratando de sonar convincente.
—Gracias, Carlos. Te lo agradezco mucho —respondió Ana, con una sonrisa forzada.
El fin de semana llegó rápidamente. Nos dirigimos a la casa de Rebeca, y durante el viaje, Ana parecía cada vez más nerviosa. Yo, por mi parte, trataba de mantener la calma y observar todo lo que sucedía a mi alrededor.
Al llegar a la casa, Rebeca nos recibió con una sonrisa, pero también parecía nerviosa algo que me sorprendió que a pesar que ya pasaba del mediodía ella vestía una bata de dormir.
Pasamos a la sala. Mi mujer dijo que regresaría en un momento mientras subía al segundo piso. Me quedé con Rebeca tratando de hacer plática.
—Oye, Carlos, quería preguntarte algo —dijo Rebeca, con una voz suave y coqueta.
—¿Qué necesitas? —respondí, tratando de mantener la calma.
—Has estado con otra mujer que no sea mi hermana —me preguntó Rebeca, con una mirada provocativa.
Yo, sorprendido, respondí:
—No, Rebeca. Ella ha sido la única desde que me casé con ella.
Rebeca se acercó a mí de una manera coqueta, caminando de manera seductora. Se abrió la bata y la dejó caer al suelo, dejando ver un conjunto de lencería verde que realzaba sus curvas. Se sentó a mi lado, acariciando mi pecho y hombros. Luego, su mano se deslizó sobre mi entrepierna, comenzando a acariciarme y excitándome.
—Rebeca, ¿qué estás haciendo? —pregunté, tratando de mantener la compostura.
—Carlos, siempre me has parecido muy atractivo —dijo Rebeca, con una voz llena de lujuria.
Sentí una mezcla de sorpresa y excitación. Sabía que lo que estaba pasando no estaba bien, pero no podía evitar sentirme atraído por ella.
—Rebeca, esto no está bien —dije, tratando de mantener la distancia.
—Carlos, déjate llevar. Sé que lo deseas tanto como yo —respondió Rebeca, con una voz seductora.
Mientras abría el zipper de mi pantalón, sacó y tomó mi pene. Traté de detenerla, pero enseguida se llevó mi pene a su boca y comenzó a succionar y chuparlo. Puse mi mano en su cabeza mientras me chupaba el pene. En ese momento, bajó mi esposa, semi desnuda con una tanga blanca y sin brasier, venía de la mano con Luis. Al verme, me quedé sorprendido. Mi esposa se me acercó y comenzó a besarme en la boca. Luego se inclinó junto a Rebeca, y ambas comenzaron a lamer mi pene mientras se turnaban para chupármelo. Luis se acercó a ellas y, tocando y acariciándoles el culo, me miró y dijo:
—Qué se siente bien, tío, que tu esposa y su hermana se succionen el pene.
Luego, Luis haciendo a un lado sus tangas las penetró con sus dedos a ambas, una con cada mano, masajeando su interior las dos gemían mientras continuaban chupando mi pene. La situación se volvió cada vez más intensa y erótica.
Mi esposa, Ana, se apartó un momento hacia Luis, comenzó a besarlo profundamente. Rebeca, sin dejar de chuparme, observaba la escena con una mezcla de excitación y curiosidad. Luis, excitado, comenzó a desvestirse, dejando ver su pene erecto. Ana se arrodilló frente a él y comenzó a chuparlo con la misma destreza con la que había chupado el mío.
Rebeca, al ver la escena, se excitó aún más y aumentó el ritmo de sus movimientos en mi pene.
—Carlos, ¿te gusta? —preguntó Rebeca, mirándome con ojos llenos de lujuria.
—Sí, me encanta —respondí, con la voz entrecortada por el placer.
En ese momento, Ana se levantó, se quitó la tanga y se acercó a mí, besándome apasionadamente. Luis, excitado, se acercó a Rebeca, la acomodó quedando en cuatro, y comenzó a penetrarla por detrás, mientras ella seguía chupándome. Mi esposa se me subió y fue introduciendo mi pene. Comenzó a subir y bajar mientras se presionaba los senos y se pellizcaba los pezones como una loca. Gritaba y gemía, sentía cómo su vagina presionaba mi pene. Mi esposa terminó por recostarme en el sillón y ella comenzó a mover sus nalgas arriba y abajo rápidamente. En ese momento, vi cómo Luis se puso detrás de ella. Mi esposa pegó un grito y puso cara de dolor. Luis la tomó fuerte por la cintura y sentí cómo comenzó a embestirla.
—Luis, por ahí no me duele mucho —decía mi esposa.
Rebeca se acercó a ella y comenzó a acariciarla.
—Tranquila, hermanita. Solo disfruta cómo te rompen el culo —dijo Rebeca, tratando de calmarla.
Mi esposa gritaba más cuando Luis comenzó a embestirla más fuerte. La penetraba lento pero de golpe.
—Vamos, tía, siento cómo tu ano aprieta muy rico —decía Luis, con la voz llena de lujuria.
Mi esposa jadeaba, su cuerpo comenzó a moverse en sincronía con las embestidas de Luis. Rebeca, excitada y tocándose, se unió a la acción, besando y acariciando a mi esposa mientras Luis la penetraba por detrás. De vez en cuando, aprovechaba para nalguear a mi esposa.
Luis aumentó el ritmo, sus embestidas se volvieron más profundas. Mi esposa gritaba de placer y dolor, su cuerpo se arqueaba con cada golpe. La combinación de placer y dolor era demasiado para mi mujer, quien comenzó a temblar de placer.
—Voy a correrme, tía —dijo Luis, su voz tensa por el esfuerzo.
Luis comenzó a correrse en el ano de mi esposa, liberando una gran cantidad de semen que salía de su ano dilatado. Mi esposa se levantó, tocándose su ano con algo de dolor. Rebeca enseguida la empinó y comenzó a pasar su lengua por el ano de mi esposa, lamiendo el semen que salía de él.
—Qué hijo tan malo tengo. Dejaste el ano de tu tía repleto de tu semen —dijo Rebeca, dejando ver cómo escurría el semen de Luis de su ano cuando le abría las nalgas.
Me levanté y, ya sin importarme nada, levanté las caderas de Rebeca mientras ella seguía lamiendo el ano de mi esposa. La penetré por su vagina y comencé a embestirla fuertemente desde el inicio. Sentía cómo sus fluidos lubricaban todo mi pene, facilitando cada movimiento. Rebeca gemía de placer, su cuerpo se movía en sincronía con mis embestidas.
Mi esposa, aún recuperándose del intenso encuentro con Luis, giraba y observaba la escena con una mezcla de curiosidad y excitación. La forma en que Rebeca se entregaba a mí era hipnotizante. Aparté a Rebeca de mi esposa y la puse a su lado, empinada, mientras seguía penetrándola. Comencé a penetrar el ano de mi esposa, quien me miraba con cara de deseo mientras también se tocaba su vagina. En ese momento, Rebeca acercó su cara a la de mi esposa y comenzaron a juguetear con sus lenguas, besándose apasionadamente.
Salí de Rebeca y enseguida penetré a mi mujer por su ano. Mi pene entró con facilidad por lo dilatado que se lo había dejado Luis, pero eso no evitó que sintiera dolor, comenzando a quejarse mientras la penetraba. Parecía un niño en una juguetería, penetrando a mi mujer y a Rebeca, pasando de una a la otra. A Rebeca se la metía por su vagina y a mi mujer por su ano mientras Luis nos observaba.
Luego, Luis se acercó a nosotros nuevamente, erecto.
—Tío, la zorra de tu mujer también necesita atención por su sucia vagina —dijo y la penetró mientras yo penetraba a su madre.
—¿Qué te parece, tío? ¿Cuál de las dos putas folla mejor? —me preguntó Luis.
—Las dos son muy buenas follando —le respondí, sin dejar de moverme.
Continuamos embistiendo a ambas hasta que terminé viniéndome dentro de Rebeca. Ella, una vez que terminé de correrme, se sentó en el sillón, abriendo las piernas y pujando para dejar salir mi semen de su vagina.
—Ven, hermanita, ayúdame. Tu esposo me dejó llena la vagina —dijo Rebeca.
Mi esposa le devolvió el favor, apartándose de Luis y poniéndose a gatas para comenzar a lamer la vagina de Rebeca mientras tragaba mi semen. Luis se colocó detrás de mi mujer y continuó penetrándola hasta que él también se corrió dentro de ella.
—Tío, te propongo un trato —me dijo Luis, acercándose mientras mi mujer seguía lamiendo la vagina de su madre.
—Tío, ¿qué te parece si, a partir de hoy, puedes follarte a mi madre a cambio de que yo siga follándome a mi tía? —preguntó Luis.
No me sorprendió su petición.
—De acuerdo —le respondí.
Continuamos viendo el espectáculo que nos daban Rebeca y mi mujer. Mi esposa se encimó sobre ella y comenzó a besarla mientras le metía los dedos en la vagina. Ambas se entrelazaron en el sillón, disfrutando de sus caricias, besos y toques de una a la otra.
Más tarde, una vez que la calentura se nos pasó a todos, regresé con mi esposa a la casa. De camino, mi esposa estaba muy contenta.
—¿Te gustó? —me preguntó.
—Sí, y mucho —le respondí.
—Me alegra saberlo —me respondió.
A partir de ese día, tanto Rebeca como mi mujer continuaron follando conmigo y con Luis.
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