SECUESTRADA (1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por noespabilo.
— ¿Dónde estoy?… ¿Qué ha pasado?…
Estas preguntas me hacía al despertar en una cama con sábanas limpias, en una habitación con aparatos extraños… Parecía un hospital… Sola…
La puerta se abre y aparece… ¡Pedro! ¡Mi marido!… Un nudo en la garganta me impide respirar.
Me ahogo en sollozos.
Un rio de lágrimas arrasa mis ojos… ¡Por fin, la pesadilla ha terminado! ¿O no?
— Ani, mi vida, ¿Cómo estás? ¿Qué te duele?… — Pregunta Pedro.
— No lo sé, Pedro, me duele todo el cuerpo… ¿Qué me ha pasado?— Pregunto a mi marido — No recuerdo nada…
— Déjalo, ya iras recordando, no te preocupes.
Lo importante es que te recuperes pronto.
— Me responde.
Pedro se acerca y me abraza amorosamente, acaricia mi cabeza, alisa el pelo y retira un mechón de mi cara… Deposita un tierno beso en mi frente…
Entra una mujer con bata blanca.
Una tarjeta en la solapa… Doc.
Martínez.
A.
— ¿Cómo te encuentras Ana? — Pregunta la recién llegada.
— Me duele todo doctora.
¿Qué me ha pasado? No me dicen nada y yo…
De pronto, como un huracán, un tumulto de imágenes horribles, de sonidos, de sensaciones dolorosas y desagradables invaden mi mente… Me siento mal.
— ¡Voy a vomitar! — La horrible recuperación de mi memoria me provoca nauseas…
Acercan una especie de cubo, me incorporo y vomito en él.
Me acercan unos pañuelos que utilizo para limpiarme y me dejo caer en la cama… Derrotada por mis recuerdos…
La doctora comenta que no tengo ninguna lesión grave, que en los análisis no aparece ninguna infección, nada anormal, excepto el deplorable estado en que me encuentro, estaré unas horas en supervisión y si no surgen complicaciones puedo irme a casa…
Pedro se hace cargo de todo.
Ha traído de casa ropa para que me vista.
Les pido que me dejen sola.
Al quitarme el batín hospitalario, observo con horror anillos en los pezones ¡Y en los labios de mi vagina! ¡Las imágenes recién recordadas son ciertas! Mis pechos, los muslos, el vientre, lleno de moratones, de verdugones, casi sangrando.
Me visto, me sientan en una silla de ruedas hasta la entrada del hospital y con una ambulancia me llevan a casa, mi casa, donde me esperan mis dos hijos, Celia de quince años y Miguel de trece…
Al verme me abrazan llorando y me llevan en volandas hasta el dormitorio donde me depositan en la cama… Mi cama… Como los recordaba en los momentos más duros del… ¿Cautiverio?… Es lo que me daba fuerzas para soportar las atrocidades a las que me sometían…
— Vamos chicos, dejad a vuestra madre tranquila.
Celia, prepara el baño para mamá — Ordena Pedro.
Celia se levanta y se dirige al baño — Migue, ayúdame a llevarla, casi no puede andar, está muy débil.
Entre los dos me incorporan y ante mi asombro, Pedro me desnuda delante de mi hijo, que queda horrorizado al ver mi lamentable estado.
— ¡¿Papá, qué es esto?! ¿Qué le ha pasado a mamá? — Exclama mi hijo.
— Esto es lo que han hecho con tu madre a lo largo de estos dos meses… — Le explica el padre.
¡¿Dos meses?! ¡Dios mío! Yo no tenía ni idea.
La pesadilla ha sido más larga de lo que imaginaba.
Sentía mareos, vértigo.
Tuve que abrazarme a mi niño para no caer.
Pedro, al darse cuenta, me sujeta por la espalda y entre los dos me llevan al baño, donde Celia tiene ya la bañera hasta la mitad de agua caliente.
Es reconfortante sentir la calidez del líquido elemento.
Mi familia me rodea, me miran con cariño.
Pedro hace salir a mis niños.
— Vamos, salid que voy a lavar a mamá.
Sus manos, enfundadas en guantes de baño, con abundante gel, acarician mi cuerpo y despiertan sensaciones placenteras al pasar por mis axilas, los senos, al acariciar mi vientre, siento su respiración en la nuca y un escalofrió recorre todo mi cuerpo.
Despierta sensaciones asociadas a momentos pasados, en los que, a pesar de los malos tratos recibidos, alguien se comportaba con amabilidad y arrancaba orgasmos como jamás antes había experimentado…
Mi pensamiento vuela hacia un pisito de divorciado donde, antes de mi desgraciada aventura, he pasado momentos felices.
Con Javier.
¿Qué habrá sido de él? ¿Estaba involucrado en mi desdichada experiencia? ¿Fue él quien me secuestró?…
— ¿En qué piensas Ani? — Me sorprende Pedro.
— Pedro… Tengo que confesarte algo… Que…
— No es momento de confesiones Ani.
Quiero que te recuperes… — Pedro se queda pensativo mirándome — Voy a proponerte algo…
— ¿Qué?…
— Cuando te encuentres mejor escribes, como un relato… ¿Recuerdas los que leíamos?… Pues así, todo lo que recuerdes, las experiencias que has vivido, como te sentías, lo que te hacían… Todo, con todos los detalles que recuerdes… ¿Lo harás?
— ¿Todo, Pedro? … No sé si seré capaz.
No he sido honesta contigo…
Un sollozo me oprime el pecho.
Siento un golpetazo en el corazón… No he sido fiel a mi marido… Traicione su confianza.
— Me siento mal, Pedro, muy mal…
— ¿Qué te duele Ani? — Pregunta preocupado.
— No es el dolor físico lo que me importa, ese lo tengo bien merecido, es otro dolor, más profundo.
No puedo mirarle a los ojos, apoyo la barbilla en el pecho, los ojos cerrados…
— Te engañaba, Pedro… yo… yo no…
— Tranquilízate Ani.
Creo que sé a lo que te refieres.
¿Es por tu… lio con Javier?
— ¿Lo sabías? ¿Desde cuándo?…
— Ani, denuncié tu desaparición a la policía.
Investigaron y descubrieron tu relación con ese mal nacido que, al parecer, abusó de ti y te vendió a los que abusaron de ti.
— ¿Cómo me encontraste? ¿Dónde?
— Avisaron a la policía, mediante una llamada anónima desde una cabina, que en una casilla abandonada de una antigua instalación ferroviaria, que los drogadictos utilizaban para sus cosas, había una mujer desvanecida que necesitaba ayuda.
Te llevaron al hospital.
Por las fotos que les facilité, cuando puse la denuncia, te reconocieron y me llamaron… Y aquí estás.
Levanté el rostro y al mirar a mi marido no vi en él sino compasión, dulzura… Me abrace a él, que perdió el equilibrio cayendo sobre mí dentro de la bañera…
— Vaya Ani, estas fuerte…
Nos reímos de la situación.
Los niños entraron asustados al oír el estruendo, al vernos estallaron en risas, con lágrimas… Pero de alegría… Habían recuperado a su madre.
Pasaron unos días en los que pude darme cuenta de los errores cometidos.
Por poner en riesgo una familia, mi familia, la que ahora me apoyaba, la que me ayudaba a salir del atroz pozo de amargura en el que, no sé porque, ni en qué circunstancias, me vi hundida.
Me sentía más fuerte.
Recuperada, con ánimos para hacer lo que Pedro me pedía.
Escribir en forma de relato lo que recordaba.
Me quedé sola, mis hijos en el colegio.
Sentada ante el ordenador me dispuse a escribir, pero… Tenía la necesidad de hacerlo… desnuda… Viendo las cicatrices, los hematomas, que iban desapareciendo, los anillos, que me ayudarían a recordar los momentos vividos.
Por eso no me los quité.
Lo comenté con Pedro y estuvo de acuerdo.
Es más, me dijo que no me los quitara nunca.
Servirían como recordatorio.
Como prueba de los hechos… De la pesadilla.
Cuatro meses atrás.
— Pedro, estoy pensando en buscar trabajo.
Paso todo el día sola en casa, los niños ya son grandes y no me necesitan tanto.
Y desde que la matriz de tu empresa se ha trasladado a Barcelona viajas mucho y me paso días y días sin verte.
Necesito hacer algo.
— Pero Ani, gano bastante para vivir bien.
No necesitas trabajar.
Puedes ir al club de campo, salir con tus amigas… No sé… Búscate un hobby que te mantenga ocupada…
— ¿Recuerdas a Javi? ¿El compañero de la universidad con el que salía antes de conocerte?
— Vaya… ¿Ese capullo?
— Siii.
Ese capullo… Me lo encontré anteayer en una cafetería cuando estuve con Lali después de la reunión del consejo escolar del colegio de Migue.
— Bueno y qué pasó…
— Pues resulta que está trabajando con un grupo que se dedica a asesorar en cuestiones socio laborales a parados.
— ¿Y? — Respondió Pedro mosqueado.
Tuve que disimular la sonrisa.
— Pues que me ha propuesto que trabaje en su grupo.
Para mí es una oportunidad de ejercer en mi especialidad.
— Expliqué con calma, tratando de no pinchar más a mi marido.
— ¿La propuesta es que trabajes en su grupo o en su cama?…
— ¡¿Pero, qué dices?! ¡Estás enfermo! ¡Solo piensas en eso! — Me puse en pié y lo encaré.
Me miró, alzó las cejas.
— Haz lo que quieras, pero ten en cuenta lo que te he dicho.
— Respondió en tono amenazante.
Yo suponía que le molestaría la propuesta, pero no pensé que lo llevara al terreno sexual.
Me enfadé mucho.
Me sentía mal por la postura intransigente de Pedro.
Aquella semana Pedro se marchó el martes, hasta el viernes estaría en Barcelona.
Era habitual, desde hacía algunos meses en que trasladaron la matriz de la empresa donde trabaja a Cataluña.
Y yo aproveché y llamé a Javi para charlar sobre el trabajo.
Pasé unas pruebas, creo que con su ayuda, y comencé a trabajar.
Al regresar Pedro del viaje, el mediodía del viernes, no me encontró en casa.
Los niños, llegaron por la tarde del colegio y le dijeron que estaba trabajando.
Al entrar en casa me encontré a mi marido muy… muy cabreado.
Tuvimos una discusión muy fuerte.
Los niños se encerraron en sus habitaciones.
Yo me planté en mi decisión de seguir trabajando.
Pedro salió del piso dando un portazo.
Regresó a las tres de la madrugada.
Venia bebido, bastante.
Trató de llevarme a la cama para follar conmigo… No lo permití.
Lo dejé en nuestro dormitorio y me fui a dormir con mi hija.
Al despertar por la mañana me llegó olor a café.
Me extrañó.
Fui a la cocina y Pedro había preparado el desayuno.
— Buenos días Ani.
… Anoche me pase un poco ¿No? — Dijo Pedro en tono de disculpa.
— Un poco no… Un mucho… Pero ya pasó ¿No?… —Respondí.
— Si ya pasó — Contestó.
Me extrañó la pasividad con la que aceptó que yo siguiera trabajando, pero tampoco me preocupó.
Y seguimos con nuestras vidas.
Normalmente nuestra actividad sexual era… escasa.
La monotonía, el trabajo.
Los hijos en casa, no facilitaban las cosas.
En los últimos tres o cuatro años, llegamos a estar dos, tres semanas sin contacto sexual.
A mí no me preocupaba mucho, pero sospechaba que mi marido tenía algún que otro lio por ahí.
Desde que empecé a trabajar Javier intento acercamientos en dos o tres ocasiones y lo rechacé amablemente.
Lo entendió, o así lo creí y no insistió.
Había transcurrido un mes en mi nuevo trabajo en el que los medios días salía a comer con alguna compañera de trabajo en los bares restaurantes de los alrededores del centro.
Los niños comían en los comedores de los colegios.
Una de las ocasiones coincidimos Javier y yo a la salida y me dijo que él comía en un restaurante que yo desconocía.
Era más barato y la comida aceptable.
Me propuso ir juntos y acepté.
Se convirtió en costumbre, desayunábamos, comíamos juntos, tomábamos café juntos…
Un día que encontramos el restaurante cerrado, me propuso ir a su casa.
Él prepararía algo para comer… Y acepté…
Preparó unos espaguetis, comimos… Y no ocurrió nada más.
Pero se convirtió en costumbre.
Todos los días nos desplazábamos a su casa a comer y un día…
Dispuso una deliciosa comida, conocía bien mis gustos.
Bebimos más vino de la cuenta y… Acabamos follando como locos… Esto ocurría como un mes después de empezar con mi trabajo.
No era la primera vez… Cuando salíamos juntos, en la universidad, antes de conocer a Pedro, follamos en dos o tres ocasiones, no era nada del otro mundo y creo recordar que solo en una llegué a correrme.
Pero ahora era distinto.
Había adquirido experiencia.
Sabía cómo llevarme a las más altas cimas del placer comiéndome el coño, acariciando cada rincón de mi piel.
Con los dedos en el interior de mi vagina, acariciaba una parte de mí que yo desconocía.
Los orgasmos que me provocaba en ese punto hacia que me meara en sus manos.
Él decía que no era orina, se trataba de la eyaculación femenina.
Algo que la mayoría de las mujeres no llega a experimentar jamás.
Y yo lo sentía cada vez que Javi me introducía los dedos.
Otra experiencia extraña fue la penetración anal… Antes jamás lo había experimentado.
Pedro me lo quiso hacer en alguna que otra ocasión, pero me negué rotundamente.
Me parecía sucio y degradante.
Al principio, con Javi, también me negaba, pero el poder de persuasión de mi amante era excepcional.
Y acepté… Y lo gocé.
Lo hizo con delicadeza, con paciencia hasta obligarme a pedirle que me penetrara.
Jamás pude imaginar que se pudiera alcanzar un orgasmo tan intenso por el culo.
Combinábamos distintas estrategias, penetración anal con dildo por la vagina.
Llegué a localizar con precisión mi punto G y lo excitaba al tiempo que Javi me perforaba el ano… Era sublime… Desmesuradamente intenso… Brutal…
Mi relación con Pedro se enfriaba cada vez más.
Aprovechaba los días que viajaba para las sesiones de sexo con Javi.
Tardes y noches enteras dedicados al sexo.
Me hacía sentir viva… Con ilusión, como una quinceañera con su primer novio.
Algunos días llegaba a casa a las siete de la mañana, con el tiempo justo para preparar el desayuno a mis hijos antes de salir para su cole, arreglarme un poco y salir corriendo para mi trabajo.
Una de sus manías era grabar nuestras sesiones de sexo desenfrenado en video.
Decía que era para uso exclusivo y la verdad era que me excitaba sobremanera verme en la pantalla gozando como una perra, observando los gestos de mi cara cuando los ramalazos de placer recorrían mi cuerpo.
Me aseguró que jamás saldrían de allí aquellas imágenes.
Y yo lo creí…
Los accesos al nido eran estudiados.
Nunca entrabamos o salíamos juntos.
Me entregó las llaves del bloque, del aparcamiento en el sótano y del piso.
Solo había una vivienda por planta, así no podíamos ser observados por los vecinos.
Yo salía del trabajo y con mi coche me desplazaba hasta la vivienda, aparcaba en una plaza de aparcamiento de un vecino amigo suyo que no tenia coche y no lo utilizaba y entraba con mi llave.
Él salía del trabajo poco después y se desplazaba con su vehículo.
El retorno también lo realizábamos escalonadamente.
En el trabajo, creo que nadie sospechaba nada.
Hasta aquella tarde…
Compré viandas para la cena.
Entré en el piso y encontré una nota en la que me decía que empezara tomando una copa de vino de una botella de rioja crianza que dejó en la encimera de la cocina.
Me puse a preparar la cena y abrí la botella.
Era un buen vino, la botellita podría haberle costado treinta o cuarenta euros… Bebí unos sorbos.
Estaba realmente bueno.
Poco después me entro un poco de sueño… Me senté en el sofá del saloncito y me quedé dormida.
Cuando desperté… Creí que seguía durmiendo.
Era como un extraño sueño en el que yo estaba en una estancia desconocida, desnuda… Sobre una cama, abierta de piernas y brazos en forma de cruz, con las manos y los pies atados.
Totalmente expuesta.
Pensé que era un nuevo juego de Javi y me cabreé mucho.
Sobre todo porque tuvo que drogarme para llevarme hasta allí, pero aún así me excitaba la idea de ser violada por él, estando atada… Sentía como se mojaba mi coñito.
Me sorprendió la entrada en la habitación de una persona con un pasamontañas que cubría totalmente su rostro y vestido con extraños ropajes, con guantes… Solo podía ver y no muy claramente, sus ojos… Y no era Javi… Era mucho más alto y fuerte.
No me lo esperaba.
Me asusté… Mucho… Sobre todo cuando aquella persona se acercó y me enfundó la cabeza con una capucha elástica que me impedía ver nada, con una abertura la altura de la boca y la nariz, además disponía de una especie de collarín con un candado que me impedía quitarlo.
Desató mi mano derecha que mantenía una pulsera de cuero y paño con herrajes metálicos.
Desató mi pie derecho y enganchó un mosquetón uniendo pie y mano.
Hizo lo mismo con la mano y pie izquierdos de modo que cada muñeca estaba unida al tobillo, lo que me obligaba a estar sentada o tendida con las piernas en alto.
Me dio la vuelta, lo que me forzaba a estar con el culo en alto y mis agujeros expuestos, apoyada en las rodillas y los hombros…
No veía nada.
Un murmullo alertó mis sentidos.
¿Había entrado más gente?
Temblaba de miedo, empecé a llorar.
Aquello ya no era un juego…
— ¡¡AHHH!! — Grité al sentir como me introducían algo en mi sexo, hurgaban, también en mi ano.
Varias manos magreaban todo mi cuerpo.
— ¡Dejadme! ¡Esto no me gusta! ¡Desatadme o gritaré! — Una extraña voz metálica me respondió.
— Ana, tu vida está en nuestras manos.
Acepta por las buenas todo lo que queramos hacerte o lo harás por las malas.
Ahora cállate y déjate hacer.
Me asusté mucho.
Aquello parecía serio.
No era un juego.
Alguien me obligó a abrir la boca y colocaron algo dentro, una especie de bola, atándolo en mi nuca.
Aquello me obligó a estar callada.
Mi culo y mi coño eran penetrados por, supongo, miembros, que se relevaban, follándome brutalmente durante mucho tiempo.
No pude evitar llegar varias veces al clímax, la brutalidad, la situación, el miedo… Me excitaban.
Disfrutaba como una perra.
Al darse cuenta, mis violadores, me quitaron la mordaza de la boca y me desataron.
Me levantaron en volandas para dejarme caer, boca abajo, sobre un tipo que me ensarto por delante y otro me penetraba por detrás.
Alguien me obligaba a mamar su miembro.
Alguien disfrutó penetrándome el recto y ensuciándose con lo que encontró.
Tres pollas me penetraban por mis agujeros, varias manos pellizcaban las tetas, los muslos, los glúteos.
Incluso mis pies fueron utilizados.
De pronto un trallazo.
Algo había golpeado mi culo con fuerza.
El dolor era lacerante brutal.
Grite… O bien intentaba gritar, ya que el pene que ocupaba mi boca lo impedía.
En dos o tres ocasiones me orine, lo que causó gran alboroto y una tanda de azotes en mi culo.
Fui follada durante varias horas.
Los participantes se turnaban y eran varios, muchos.
Quedé destrozada.
Volvieron a atarme como estaba antes de la violación y se hizo el silencio.
La estancia olía a excrementos, orines, a sexo…
Al poco alguien entró en el recinto.
Unas manos me desataron, creo que eran dos mujeres.
Me levantaron y me llevaron a otra estancia.
Me bañaron, me lavaron la mugre que cubriría mi cuerpo después de la sesión.
Me sentaron en la letrina y me hicieron orinar y defecar.
Comentaron algo de limpieza de colon…
Cuando terminaron la sesión de limpieza me llevaron de nuevo a la sala donde estaba la cama.
Soltaron el candadito del collarín y no me ataron.
Salieron dejándome sola y desnuda.
Me quité la capucha y pude ver una mesita con comida y bebida, agua y un vaso de vino.
Me pareció que la experiencia de Javi estaba pasándose de la raya.
Pero la verdad es que, aparte de algún vergajazo que dolía, llegue varias veces al orgasmo.
De todas formas aquello duraba demasiado, debía volver a casa, con mi familia.
Al intentar sentarme me dolió el ano.
Tuve que hacerlo de lado.
Me estaba enfriando.
Me dolían los pezones, el coño, el culo, la mandíbula casi desencajada.
Tenía hambre, comí y bebí con avidez.
Después recorrí la estancia buscando una posible salida, pero no la encontré.
Aquello parecía un recinto con una sola puerta, sin ventanas, las paredes estaban cubiertas con telas, pero las paredes eran de hormigón en bruto, sin pintar.
La puerta era metálica y la cerradura estaba fuera.
Me sorprendió la entrada del que parecía el mismo que me ató antes de la sesión.
De nuevo con pasamontañas, ahora que estaba yo de pie, pude comprobar que era de elevada estatura, mediría uno noventa al menos y de complexión fuerte.
Me indicó la cama y sin palabras me obligó a tenderme como al principio.
Volvió a atarme en cruz y me puso capucha.
Poco después lo sentí a mi lado, acariciándome el vientre, los pechos.
Sus manos eran ásperas fuertes, pero más fuerte era su miembro.
Se colocó sobre mi cuerpo, sin aplastarme y me penetró…
A pesar del dolor de mis labios vulvares inflamados, sentía aquella polla entrar en mi cuerpo, poco a poco hasta llegar al fondo de mi cavidad y aun quedaba fuera, pero no la forzó, le dije que me dolía y aflojó.
Se movía con delicadeza, besaba mis labios y yo sentía la necesidad de abrazarlo con mis piernas y brazos, pero no podía.
El clímax llego por oleadas dulcemente.
Mi coño ordeñaba aquella maravilla de la naturaleza hasta que sentí la descarga en el fondo de la matriz.
Creo que me desmayé.
Cuando recuperé el sentido estaba sola.
Me había desatado.
Me acurruque y me dormí.
Desperté cuando unas manos me zarandearon, me levantaron y, sin quitarme la venda de los ojos, me condujeron de nuevo a la sala de baño.
Esta vez algo diferente, me colocaron en una postura que les facilitó la introducción de algo en mi culo, una cánula.
Una lavativa.
Entraba el líquido y lo retenía unos minutos, después lo expulsaba.
Las mujeres se reían.
Yo no las veía, pero ellas me palpaban todo el cuerpo.
Pellizcaban las tetas y metían sus dedos en mi coño, como en un juego.
Cuando se cansaron de jugar y de meterme la ayuda, porque pensaban que ya estaba limpia por dentro, terminaron de lavarme.
Me preparaban para una nueva sesión de sexo salvaje.
Continuará.
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